"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

martes, 31 de julio de 2012

¿PODEMOS SACAR "COPIAS" DE JESUCRISTO?

Tenemos permiso, autorización, y hasta mandato, de sacar cuantas más y mejores copias se puedan.

Uno de los fenómenos más comunes entre las personas que se aman es aquel que podríamos llamar mimetismo. O sea, el afán por asemejarse a la persona querida. Se le quiere imitar en todo: en la manera de pensar, de hablar, de expresarse, de actuar. Se tiende a hacer siempre lo mismo que ella.

Este hecho, comprobado tantas veces, tiene una aplicación muy grande en el orden espiritual de la fe.

Desde el momento que nuestra religión se centra en Jesucristo conocido, amado, vivido, todo el afán del cristiano es asemejarse lo más posible a Él. La ilusión más grande es salir una copia perfecta de Nuestro Señor Jesucristo.

De ahí ha nacido la expresión tan cristiana de la Imitación de Cristo, que ha dado incluso el título al libro mejor que ha nacido en el seno de la Iglesia.

Aquellos dos jóvenes artistas eran ciertamente muy ambiciosos, y se hicieron una apuesta: uno debía pintar la Mona Lisa de Vinci y el otro las Meninas de Velázquez, obras cumbres de la pintura universal. Las copias habrían de resultar tan fieles que fuera después imposible distinguirlas de los cuadros originales.

Otro estudiante ya había conseguido eso mismo en literatura: de tal manera imitó a Teresa de Ávila, que los miembros del jurado colegial hubieron de repasar las obras de la gran Doctora, para comprobar que el escrito del discípulo no había sido un plagio.

Esta nota curiosa de los tres muchachos atrevidos, los dos pintores y el literato, se convierte en un signo bello de la principal tarea cristiana.

¿Quién es un cristiano? La respuesta es clara si examinamos el plan de Dios, el cual nos eligió para ser en todo iguales a su Hijo, el Señor Jesucristo. San Pablo es en esto terminante:
- Pues, a los que había previsto, los eligió a ser copias exactas de la imagen que es el tipo, o modelo, su Hijo, Cristo Jesús.

Aquí observamos una diferencia esencial entre el concurso de Dios y los concursos artísticos en la sociedad.

En una exposición de pintura, de fotografía, de escultura..., en un certamen de literatura, de poesía..., en un desfile de modas..., no se admiten imitaciones. Quien es sorprendido en un plagio, no solamente es descalificado, sino acusado y multado por robo a la propiedad intelectual de otro. Las obras deben ser plenamente originales.

Esta es la razón de ser de esos avisos al pie de tantas publicaciones:
- Prohibida la reproducción total o parcial. Cualquier infracción será castigada según la ley.

En el concurso convocado por Dios ocurre todo lo contrario, porque en él no caben las originalidades.

El primer premio del certamen se lo llevará aquel que resulte la copia más fiel de Jesucristo, que es el tipo, la imagen, el modelo propuesto por Dios a toda la Humanidad redimida.

Tanto es así, que cuando Pablo les invita a los primeros cristianos a imitarle en todo lo bueno que hayan visto en su persona pues les dice: imitadme a mí, se encarga muy bien de añadir: como yo imito a Cristo. El prototipo no es Pablo, sino Jesucristo.

En los concursos de Dios, el aviso a los ladrones de copias sería muy diferente. Podría Dios formularlo de esta manera:
- Permiso, autorización, y hasta mandato, de sacar cuantas más y mejores copias se puedan. Grandes premios a las reproducciones más fieles...

Es el caso de los que llamamos Santos por antonomasia, los reconocidos y proclamados tales por la Iglesia, y venerados en los altares.

Son hombres y mujeres como nosotros, pero que fueron unos imitadores perfectos de Jesucristo.

Se puede recordar, por ejemplo, a un San Vicente de Paúl, el cual, ante cualquier cosa que había de hacer, se detenía unos instantes, y se preguntaba:
- ¿Qué haría Cristo aquí y ahora, en mi lugar?

Como es natural, Vicente resultó una copia perfecta del Señor.

Si somos buenos observadores cuando se nos dirige en la Iglesia la Palabra de Dios, habremos notado que la predicación de la Iglesia, notablemente mejorada en comparación de épocas pasadas, se dirige a esto: a presentarnos al Jesucristo del Evangelio como el único modelo a quien imitar.

¿La vida de familia? Como la de Jesús con su Madre y con José.
¿La oración? Como la de Jesús, constante, confiada, ininterrumpida.
¿El trabajo? Como el de Jesús por los campos y en el taller de Nazaret.
¿El trato con los demás, el amor, la comprensión? Como los de Jesús, de una exquisitez, delicadeza y elegancia como del Hombre más perfecto...

Esta tarea tan interesante y tan hermosa es de todos, y no de unos privilegiados.

El día en que nuestro trabajo, nuestra plegaria, nuestra relación con los demás y todo nuestro quehacer en la vida sean como los de Jesucristo y estén animados por sus mismos sentimientos, quedaríamos mejor clasificados como cristianos que los valientes alumnos de Teresa, de Vinci y de Velázquez como literatos o pintores....

Histórico. El estudiante, Daniel Ruiz Bueno, fue después traductor de clásicos en la BAC. - Rom. 8,29. 1Cor. 11,1.
Autor: Pedro García, Misionero Claretiano.

lunes, 30 de julio de 2012

UN CANTO A LA VIDA

UN CANTO A LA VIDA
Autor: Pablo Cabellos Llorente

Es preocupante y triste la coincidencia temporal de cuatro hechos: crisis económica, masiva investigación sobre los muertos del franquismo y anuncio de una nueva ley del aborto y otra de suicidio y eutanasia. Es triste y preocupante la sola posibilidad de pensar que se reabran las heridas de una lucha fratricida y se anuncien leyes para matar colgando una tétrica cortina que oculte nuestras miserias económicas. No deseo lucha alguna que, aunque sea verbal, emponzoñe la vida social española. No, no quiero crispar, ni poner acritud a nuestra convivencia. Escribo al hilo de mi tristeza y aún no sé si conseguiré mi simple propósito de cantar a la vida, ese absoluto intocable.

Recientemente, he observado –en un papel menor que una octavilla- la ecografía de un ser humano de ocho semanas. La mostraba orgulloso su joven padre. Se veía la cabeza, un ojo, el tronco del cuerpo y quizá una mano. Era el milagro de la naturaleza: un niño muy pequeño perfectamente distinto del seno de su madre. Así se percibía en el papel diminuto. Se entiende que si la Iglesia clamó hace más de un siglo por los derechos de la clase obrera oprimida, ahora –en unión con todo amante de la mejor ecología- ha de dar voz a esas vidas nacientes, ha de hacer suyo el clamor de los que no pueden gritar sus deseos de vivir. Esos seres humanos, en vías de salir a la luz, son los desprotegidos de nuestro tiempo, los débiles que sufren la muerte por la opresión de los poderosos de este mundo.

Por el contrario, los artistas han cantado a la vida; los rebeldes de cada momento han expresado con música, poesía o pinceles, su protesta por la marginación u opresión de los más desamparados. ¿No es algo de eso el Guernica de Picasso o el Grito de Munch? ¿No lo es la Pietà de Miguel Ángel? O estos versos de una poetisa portorriqueña: “Como naciste para la claridad te fuiste no nacido. Te perdiste sereno, antes de mí, y cubriste de siglos la agonía de no verte… Tuyo, inmensamente tuyo, como naciste para la claridad te fuiste no nacido, nardo entre dos pupilas que no supieron separar nunca el eco de la sombra”. Una madre llora al hijo perdido involuntariamente. ¿Cómo será el llanto, tantas veces escondido, de quien no supo defender el don oculto en sus entrañas? Porque, deseado o no, el embarazo hace a las madres refugio de una vida nueva, portadoras de un tesoro más grande, inmensamente más grande, que las obras de arte que lo enaltecen o el prodigio técnico de hacerlo visible en un trocito de papel.

Otro poema de alguien que, dolida por las heridas causadas a su madre con su despego, expresa un deseo magnífico: “Manantial de vida cuando en tu vientre yo crecía. Si el tiempo pudiera regresar volvería sin cerrar los ojos. Nadé en tu ser, soy sangre de ti, mi refugio fue tu cuerpo. Que a pesar de vértigo, nauseas y dolores, con alegría, me abriste las puertas a la vida, y la luz hoy veo gracias a ti”. La autora reconoce en su madre aquello que se lee en el Deuteronomio: escoge la vida para que vivas tú y tu descendencia. Es cierto que esa elección conlleva durezas y espinas no pocas veces; pero, aun en situaciones lamentables, la misma vida clama por ella.

Aquella mujer admirable que fue Teresa de Calcuta -aquella que pedía, con gemidos de madre: dádmelos a mi- escribió: “La vida es belleza, admírala. La vida es un reto, afróntalo. La vida es un deber, cúmplelo. La vida es preciosa, cuídala. La vida es riqueza, consérvala. La vida es amor, gózala. . La vida es un misterio, desvélalo. La vida es un combate, acéptalo. La vida es una tragedia, domínala. La vida es felicidad, merécela. La vida es la vida, defiéndela”. Ese niño de ocho semanas es débil e inerme, privado incluso del llanto protector del recién nacido, pero totalmente confiado al esmero de la madre que lo lleva en su seno, una madre que no decidirá eliminarlo, porque sabe muy bien que ella es hoy manantial de una vida muy suya porque es su hijo, pero nada suya porque es otra vida, y no un objeto de libre disposición; porque el mandato de no matar tiene su aspecto más profundo en la exigencia de veneración y amor hacia cada persona y su vida (Juan Pablo II). Esto sí que es una demanda social, impresa indeleblemente en el hombre, pero quizá borrosa cuando se apaga o desvirtúa la señal del amor.

LA INTENCIÓN ES LO QUE IMPORTA

La única verdadera es que tenemos en el corazón. ¡Y sólo Dios puede ver lo que ocurre en nuestros corazones!.

Es muy notable como la misma actitud, el mismo gesto, puede en dos personas distintas contener significados opuestos. Una buena acción de alguien a veces nos deja con la extraña sensación de que algo está mal allí. Y la misma situación puesta en cabeza de otra persona parece ser sin dudas un gesto de amor sincero.

Otras veces, una acción que nos parece incorrecta a la luz de nuestro pobre juicio, nos deja con la impresión de que en el fondo puede no estar tan mal. Y puesta en cabeza de otra persona, ¡definitivamente es una mala actitud! ¿Qué es lo que ocurre?.

Ocurre que hay algo que es invisible a nuestros ojos: es la intención verdadera que tiene la persona en el corazón. ¡Y sólo Dios puede ver lo que ocurre en nuestros corazones!. Es por este motivo que Jesús nunca dejaba a sus discípulos juzgar a los demás, porque muchas veces el silencio humilde de una persona la colocaba en actitud incómoda frente a los hombres, ante un supuesto mal gesto. Sin embargo, en su corazón, esta persona guardaba una intención recta y sincera para con Dios. Y otras veces, quienes se esforzaban en aparecer justos y nobles frente a los hombres eran quienes abrigaban intenciones más indignas en el corazón.

Las cosas que se hacen deben estar originadas en intenciones virtuosas, intenciones de hacer el bien. Esto es mas importante que las consecuencias mismas de nuestras acciones, ya que Dios ve en lo profundo de nuestros corazones, muy por encima de la opinión de los hombres sobre nuestros actos. Y no hay que preocuparse tanto de cómo luzcamos frente a los demás, ya que no son ellos quienes nos juzgarán cuando llegue el momento de sopesar nuestra vida: será el Justo Juez, Jesús, quien dictamine si hubo intención virtuosa en la forma en que hemos vivido.

Por otra parte, es preferible pensar que los demás tienen una intención virtuosa en sus actos, y no desconfiar al extremo de accionar permanentemente nuestras defensas en anticipación a ser engañados o perjudicados. Si el otro tuvo intención virtuosa, Dios verá con agrado como dos de sus hijos obran en el bien. Y si el otro se aprovechó de mi, pues tendré un perjuicio a nivel humano, pero seré visto con mirada agradable por Dios. Y el juicio Divino recaerá sólo sobre el otro.

Jesús llevó la intención virtuosa al extremo de jamás haber pecado. Y si bien El es Dios, también fue hombre. Y como tal estuvo sometido a la tentación: recordemos los cuarenta días en el desierto, y tantas otras veces en que los hombres lo sometieron a presiones e intentos de engaño. Sin embargo, en treinta y tres años de vida ¡jamás pecó!. Buena parte de las acusaciones que los hombres hicieron para llevarlo a la muerte, fueron acumulándose en la negativa de Cristo a aceptar las reglas de juego del mundo: El simplemente tuvo intención virtuosa en todo lo que hizo, más allá de las reacciones de los hombres. Claro que llevar la intención virtuosa a tal extremo de perfección tuvo sus consecuencias: ¡Nuestro Señor terminó crucificado en el Gólgota!.

Hagamos todo en la vida con una intención virtuosa, con ánimo de hacer el bien. Las cosas nos podrán ir bien o mal, pero sin dudas estaremos en el sendero que Dios marca para nosotros.

¡La mirada de Dios es lo único que cuenta!.
Autor: Oscar Schmidt.

domingo, 29 de julio de 2012

El Opus Dei, prelatura personal




                                                 El Opus Dei, prelatura personal

¿Qué quiere decir que el Opus Dei es una Prelatura personal? Las Prelaturas personales son entidades jurisdiccionales, erigidas por la Santa Sede como un instrumento, dentro de la pastoral jerárquica de la Iglesia Católica, para la realización de peculiares actividades pastorales o misioneras. Como dice el Código de Derecho Canónico, se rigen por estatutos otorgados por la Sede Apostólica y su gobierno se confía a un Prelado como ordinario propio, con potestad de erigir su propio seminario e incardinar alumnos y promoverlos a las sagradas órdenes. También pueden formar parte de las Prelaturas personales laicos que se dediquen a las labores apostólicas de las mismas.

Dos cuestiones que se platean de modo inmediato. La primera es el porqué de la situación de las Prelaturas personales en el libro II, parte I, título IV -exclusivo para ellas-, en lugar de encontrarse al tratar de la constitución jerárquica de la Iglesia (parte II del libro II). Tal vez las razones sean que esa parte II se refiere exclusivamente a las entidades jurisdiccionales delimitadas con el criterio de territorialidad y constituidas, además, para que asuman de manera plena la totalidad de la atención pastoral de sus propios fieles, condiciones que no se dan en las Prelaturas personales, porque éstas no son Iglesias particulares, aunque ellas sean su analogado más próximo Así opina el comentarista de los cánones dedicados a estas prelaturas en la edición del Código de la Universidad de Navarra. Por otro lado, y para evitar confusiones, hay que hacer constar que tampoco se las sitúa entre los distintos tipos de vida asociativa. Tampoco hay que olvidar que existen en la Iglesia tanto estructuras jurisdiccionales de derecho divino como creadas por el derecho eclesiástico.

Además de lo dicho hasta aquí, hay que considerar -en el caso del Opus Dei- tantos sus propios Estatutos, como la Bula Ut sit que erige esta Prelatura y otros documentos de la Santa Sede relativos a la misma. La citada Bula de erección, que tiene fecha de 28.11.1982, pero ejecutada el 19.03.1983 (después de promulgado el Código de Derecho Canónico vigente), afirma que el Opus Dei aparece en la vida de la Iglesia "como una trabazón u organismo apostólico que consta de sacerdotes y de laicos -hombres y mujeres-, y que es a la vez orgánico e indiviso, dotado de una unidad que es, simultáneamente, unidad de espíritu, de fin, de régimen y de formación". La Prelatura del Opus Dei es, pues, una realidad social orgánica e indivisa porque los fieles laicos y los sacerdotes que integran su presbiterio, se articulan -como afirma Pedro Rodríguez- según la relación originaria vigente en la Iglesia entre fieles y ministros sagrados. Por ello, el artículo 1 de sus Estatutos (Derecho Pontificio) proclama que "el Opus Dei es una Prelatura que aúna en su seno a clérigos y laicos", afirmación que completa el artículo 4: "El sacerdocio ministerial de los clérigos y el sacerdocio común de los laicos se articulan íntimamente y se exigen y complementan ad invicem, en orden a conseguir, en unidad de vocación y de régimen, el fin propio de la Prelatura". Todo ello explica la naturaleza jurídica y real del Opus Dei como una estructura jurisdiccional en la Iglesia, además de su dependencia de la Congregación para los Obispos, asunto que no sucede con ningún ente asociativo.

Así queda resuelta también la cuestión de la pertenencia de los fieles laicos a la Prelatura: sencillamente porque lo proclama el Derecho dado por el Papa, en orden a vivir su fin peculiar, consistente en buscar la santidad por el ejercicio de las virtudes cristianas en el propio estado y profesión y trabajar con todas sus fuerzas para que personas de toda condición y estado civil se adhieran a Cristo a través de la propia profesión u oficio ejercida en medio del mundo, a fin de ordenar todas las cosas según Cristo en la sociedad civil (cfr. artículo 2). Lo afirmó con mucha claridad Juan Pablo II -por si no era suficiente lo dicho- con estas palabras: "Antes que nada, deseo subrayar que la pertenencia de los fieles laicos ya la propia Iglesia particular, ya a la Prelatura a la que se han incorporado, hace que la misión peculiar de la Prelatura confluya el empeño evangelizador de toda Iglesia particular, como previó el Concilio Vaticano II al auspiciar la figura de las Prelaturas personales" (discurso, 17.03.2001). Benedicto XVI, en carta dirigida al actual Prelado con motivo de sus bodas de oro sacerdotales, escribía: "Cuando fomentas el afán de santidad personal y el celo apostólico de tus sacerdotes y laicos, no sólo ves crecer la grey que te ha sido confiada, sino que proporcionas un eficaz auxilio a la Iglesia en la urgente evangelización de la sociedad actual".

Aludo a esta cuestión porque algunos no han sabido ver a la luz del concilio la expresión empleada por el canon 296 al legislar que los Estatutos de cada Prelatura han de determinar adecuadamente el modo de la cooperación orgánica de los laicos a las labores apostólicas de la Prelatura y los principales deberes y derechos anejos a ella. Es sorprendente que incluso algunos canonistas hayan comprendido la expresión cooperación orgánica como algo que no consiente su pertenencia a la Prelatura. Por acudir solamente a los documentos capitales del Concilio, vale la pena recordar que la Constitución Lumen gentium, hablando de la ordenación mutua de sacerdocio común y ministerial, se refiere al carácter sagrado y orgánicamente estructurado de la comunidad sacerdotal resultante, que es la misma Iglesia. Ese carácter orgánico no es sino la referencia a un organismo vivo en el que todos cooperan en el modo que a cada uno le es propio. Esa es exactamente la cooperación orgánica del canon 296, que ha de interpretarse, por ejemplo, a la luz de lo que dice el propio Código en el canon 208 al referirse a todos los fieles: "Por su regeneración en Cristo, se da entre todos los fieles una verdadera igualdad en cuanto a la dignidad y acción, en virtud de la cual todos, según su propia condición y oficio cooperan a la edificación del Cuerpo de Cristo. Podría citarse también el 369, en donde se habla de los sacerdotes como cooperadores del Obispo, sin que a nadie se le ocurra pensar que no forman parte de la iglesia particular por el uso de ese término. Por no pasarme de citas, me referiré de nuevo a la Lumen gentium que, recordando la doctrina paulina de I a Corintios, expresa que "del mismo modo que todos los miembros del cuerpo humano, aun siendo muchos, forman, no obstante, un solo cuerpo, así también los fieles de Cristo".

He procurado no ser muy técnico al escribir estas líneas. Hay muchos trabajos serios acerca del tema. Para finalizar, baste recordar un párrafo de un Documento de la Congregación para los Obispos de 1981: "El Prelado y su presbiterio desarrollan una `peculiar labor pastoral´ en servicio del laicado (...) de la Prelatura, y toda la Prelatura -presbiterio y laicado conjuntamente- realiza un apostolado específico al servicio de la Iglesia universal y de las Iglesias locales. Son dos, por tanto, los aspectos fundamentales de la finalidad y de la estructura de la Prelatura, que explican su razón de ser y su natural y específica inserción en el conjunto de la actividad pastoral y misionera de la Iglesia: a) la `peculiar labor pastoral´ que el Prelado con su presbiterio desarrolla para atender y sostener a los fieles laicos incorporados al Opus Dei en el cumplimiento de los específicos compromisos ascéticos, formativos y apostólicos que han asumido y que son particularmente exigentes; b) el apostolado que el presbiterio y el laicado de la Prelatura, inseparablemente unidos, llevan a cabo con el fin de difundir en todos los ambientes de la sociedad una profunda toma de conciencia de la llamada universal a la santidad y al apostolado y, más concretamente, del valor santificante del trabajo profesional ordinario".

Dos cuestiones que se platean de modo inmediato. La primera es el porqué de la situación de las Prelaturas personales en el libro II, parte I, título IV -exclusivo para ellas-, en lugar de encontrarse al tratar de la constitución jerárquica de la Iglesia (parte II del libro II). Tal vez las razones sean que esa parte II se refiere exclusivamente a las entidades jurisdiccionales delimitadas con el criterio de territorialidad y constituidas, además, para que asuman de manera plena la totalidad de la atención pastoral de sus propios fieles, condiciones que no se dan en las Prelaturas personales, porque éstas no son Iglesias particulares, aunque ellas sean su analogado más próximo Así opina el comentarista de los cánones dedicados a estas prelaturas en la edición del Código de la Universidad de Navarra. Por otro lado, y para evitar confusiones, hay que hacer constar que tampoco se las sitúa entre los distintos tipos de vida asociativa. Tampoco hay que olvidar que existen en la Iglesia tanto estructuras jurisdiccionales de derecho divino como creadas por el derecho eclesiástico.

Además de lo dicho hasta aquí, hay que considerar -en el caso del Opus Dei- tantos sus propios Estatutos, como la Bula Ut sit que erige esta Prelatura y otros documentos de la Santa Sede relativos a la misma. La citada Bula de erección, que tiene fecha de 28.11.1982, pero ejecutada el 19.03.1983 (después de promulgado el Código de Derecho Canónico vigente), afirma que el Opus Dei aparece en la vida de la Iglesia "como una trabazón u organismo apostólico que consta de sacerdotes y de laicos -hombres y mujeres-, y que es a la vez orgánico e indiviso, dotado de una unidad que es, simultáneamente, unidad de espíritu, de fin, de régimen y de formación". La Prelatura del Opus Dei es, pues, una realidad social orgánica e indivisa porque los fieles laicos y los sacerdotes que integran su presbiterio, se articulan -como afirma Pedro Rodríguez- según la relación originaria vigente en la Iglesia entre fieles y ministros sagrados. Por ello, el artículo 1 de sus Estatutos (Derecho Pontificio) proclama que "el Opus Dei es una Prelatura que aúna en su seno a clérigos y laicos", afirmación que completa el artículo 4: "El sacerdocio ministerial de los clérigos y el sacerdocio común de los laicos se articulan íntimamente y se exigen y complementan ad invicem, en orden a conseguir, en unidad de vocación y de régimen, el fin propio de la Prelatura". Todo ello explica la naturaleza jurídica y real del Opus Dei como una estructura jurisdiccional en la Iglesia, además de su dependencia de la Congregación para los Obispos, asunto que no sucede con ningún ente asociativo.

Así queda resuelta también la cuestión de la pertenencia de los fieles laicos a la Prelatura: sencillamente porque lo proclama el Derecho dado por el Papa, en orden a vivir su fin peculiar, consistente en buscar la santidad por el ejercicio de las virtudes cristianas en el propio estado y profesión y trabajar con todas sus fuerzas para que personas de toda condición y estado civil se adhieran a Cristo a través de la propia profesión u oficio ejercida en medio del mundo, a fin de ordenar todas las cosas según Cristo en la sociedad civil (cfr. artículo 2). Lo afirmó con mucha claridad Juan Pablo II -por si no era suficiente lo dicho- con estas palabras: "Antes que nada, deseo subrayar que la pertenencia de los fieles laicos ya la propia Iglesia particular, ya a la Prelatura a la que se han incorporado, hace que la misión peculiar de la Prelatura confluya el empeño evangelizador de toda Iglesia particular, como previó el Concilio Vaticano II al auspiciar la figura de las Prelaturas personales" (discurso, 17.03.2001). Benedicto XVI, en carta dirigida al actual Prelado con motivo de sus bodas de oro sacerdotales, escribía: "Cuando fomentas el afán de santidad personal y el celo apostólico de tus sacerdotes y laicos, no sólo ves crecer la grey que te ha sido confiada, sino que proporcionas un eficaz auxilio a la Iglesia en la urgente evangelización de la sociedad actual".

Aludo a esta cuestión porque algunos no han sabido ver a la luz del concilio la expresión empleada por el canon 296 al legislar que los Estatutos de cada Prelatura han de determinar adecuadamente el modo de la cooperación orgánica de los laicos a las labores apostólicas de la Prelatura y los principales deberes y derechos anejos a ella. Es sorprendente que incluso algunos canonistas hayan comprendido la expresión cooperación orgánica como algo que no consiente su pertenencia a la Prelatura. Por acudir solamente a los documentos capitales del Concilio, vale la pena recordar que la Constitución Lumen gentium, hablando de la ordenación mutua de sacerdocio común y ministerial, se refiere al carácter sagrado y orgánicamente estructurado de la comunidad sacerdotal resultante, que es la misma Iglesia. Ese carácter orgánico no es sino la referencia a un organismo vivo en el que todos cooperan en el modo que a cada uno le es propio. Esa es exactamente la cooperación orgánica del canon 296, que ha de interpretarse, por ejemplo, a la luz de lo que dice el propio Código en el canon 208 al referirse a todos los fieles: "Por su regeneración en Cristo, se da entre todos los fieles una verdadera igualdad en cuanto a la dignidad y acción, en virtud de la cual todos, según su propia condición y oficio cooperan a la edificación del Cuerpo de Cristo. Podría citarse también el 369, en donde se habla de los sacerdotes como cooperadores del Obispo, sin que a nadie se le ocurra pensar que no forman parte de la iglesia particular por el uso de ese término. Por no pasarme de citas, me referiré de nuevo a la Lumen gentium que, recordando la doctrina paulina de I a Corintios, expresa que "del mismo modo que todos los miembros del cuerpo humano, aun siendo muchos, forman, no obstante, un solo cuerpo, así también los fieles de Cristo".

He procurado no ser muy técnico al escribir estas líneas. Hay muchos trabajos serios acerca del tema. Para finalizar, baste recordar un párrafo de un Documento de la Congregación para los Obispos de 1981: "El Prelado y su presbiterio desarrollan una `peculiar labor pastoral´ en servicio del laicado (...) de la Prelatura, y toda la Prelatura -presbiterio y laicado conjuntamente- realiza un apostolado específico al servicio de la Iglesia universal y de las Iglesias locales. Son dos, por tanto, los aspectos fundamentales de la finalidad y de la estructura de la Prelatura, que explican su razón de ser y su natural y específica inserción en el conjunto de la actividad pastoral y misionera de la Iglesia: a) la `peculiar labor pastoral´ que el Prelado con su presbiterio desarrolla para atender y sostener a los fieles laicos incorporados al Opus Dei en el cumplimiento de los específicos compromisos ascéticos, formativos y apostólicos que han asumido y que son particularmente exigentes; b) el apostolado que el presbiterio y el laicado de la Prelatura, inseparablemente unidos, llevan a cabo con el fin de difundir en todos los ambientes de la sociedad una profunda toma de conciencia de la llamada universal a la santidad y al apostolado y, más concretamente, del valor santificante del trabajo profesional ordinario".

Autor: Pablo Cabellos Llorente

DOMINGO, DÍA DEL SEÑOR Y DÍA DE LA FAMILIA

Es un día especial, es nuestro día... No podemos hacer del domingo un día perdido.

Parece mentira, pero a pesar de tanto "tiempo libre" no tenemos casi tiempo para nada. Aumentan las necesidades, los planes, los compromisos, y cuando queremos tener un rato para el descanso en familia, resulta que no nos queda tiempo...

Debemos sentarnos, de vez en cuando, para reflexionar sobre lo que sea realmente importante en nuestras vidas. Entonces descubriremos, entre otras cosas, que resulta urgente rescatar el sentido del domingo, de un día dedicado a los demás, a nosotros mismos, a Dios.

Pensemos en lo que es ahora el domingo para muchos. Después de seis días de trabajo, con el agotamiento del tráfico, de las prisas, de los roces con los compañeros y compañeras de la oficina o de la fábrica, el domingo querríamos estar todo el tiempo entre las sábanas, o tumbados en el sofá, o pasear tranquilos por la calle. Pero ni siquiera podemos hacer esto. Unos tienen que hacer deporte, casi obsesionados por la "condición física". Otros salen de la ciudad, y a veces pasan varias horas en la carretera, aprisionados entre millares de coches que avanzan a paso de tortuga. Otros se quedan en casa, y descubren que tienen que arreglar mil pequeños asuntos que terminan por dejarles más cansados y más tensos. Otros, y es una enfermedad que está creciendo poco a poco, se dedican a juegos electrónicos que absorben toda la atención y que no dejan espacio para pensar en cosas mucho más importantes. Otros, en fin, hacen el domingo el trabajo que no pudieron hacer durante la semana: no saben lo que es tomarse un poco de tiempo para descansar...

Sin embargo, casi todos hemos deseado llegar al domingo. Casi todos... porque siempre hay quien es más feliz en el trabajo que en el hogar, pero si esto ocurre es porque algo no funciona del todo bien en la vida familiar... ¿Por qué nos alegra pensar en el domingo? Porque lo vemos como nuestro día "libre", el día en el que nos gustaría hacer eso que más llevamos en el corazón, eso que nos descansa, que nos llena. El domingo, en cierto sentido, revela aspectos muy profundos de nuestra personalidad, cosas buenas y cosas malas, amores y tensiones, gozos y penas profundas. Es un día especial, es nuestro día... No podemos venderlo a las prisas, a la propaganda, al consumismo. No podemos hacer del domingo un día perdido.

Hemos de encontrar tiempo para que el domingo sea, realmente, un día de plenitud, de amor, de familia, de solidaridad. Para lograr que sea así, no estaría mal quitar todo aquello que hemos escogido para ese día y que sólo nos ha dejado más vacíos y más angustiados. Es mejor un domingo con tiempo para la reflexión y para el descanso que un domingo lleno con cientos de compromisos que nos absorben completamente y nos apartan de lo importante...

El domingo debe ser, de modo especial, un momento para la familia. Conocemos o hemos tenido la suerte de vivir en familias que pasan casi todo el domingo unidos y en paz, con un proyecto común. Juntos se va a misa, se prepara la comida, se juega un rato o se va de paseo. Juntos se ve la televisión o se hacen los deberes para la escuela. Juntos se distribuyen las tareas (siempre hay mil cosas que arreglar) y la limpieza de la ropa, de la cocina, de las esquinas llenas de polvo o de arañas... Juntos se va al club, o al cine. Son familias que pueden hacerlo todo juntos porque, de verdad, se quieren a fondo, y saben unos ceder un poco para la felicidad de otros. Y eso es muy fácil si el amor es lo más importante de la casa.

Por último, o mejor, en primer lugar, el domingo es el día del Señor. Una verdad profunda acompaña la vida de todo creyente: venimos de Dios, vamos a Dios. El domingo agradece el don de la existencia, el amor de un Dios que nos creó y que nos permite disfrutar del sol, de la luna, del viento, de las enchiladas y de la sonrisa de los niños. El domingo nos hace pensar en el "mañana" que brillará después de nuestra muerte, y nos recuerda que mediante una cruz el cielo está abierto. El domingo nos susurra, sin gritos, pero con constancia, que Dios nos ama, que somos sus hijos, que es un Padre que nos espera con cariño.

Todo esto se vive de modo especial en la Misa. Pero no sólo en ella. El clima familiar del domingo debería suscitar en todos como una nostalgia de Dios, desde que nos vamos levantando (sin las prisas de siempre pero con gusto y con entusiasmo por el día libre) hasta que llegamos a la noche y miramos el futuro que nos espera. Un futuro que puede ser gris o de colores, pero en el que siempre podremos descubrir una mano providente que nos guía hacia la Patria del cielo.

El domingo es un día muy especial. Nos lo recordó el Papa Juan Pablo II en su carta sobre el "Día del Señor", escrita el año 1998. Nos decía en esa carta: Por medio del descanso dominical, las preocupaciones y las tareas diarias pueden encontrar su justa dimensión: las cosas materiales por las cuales nos inquietamos dejan paso a los valores del espíritu; las personas con las que convivimos recuperan, en el encuentro y en el diálogo más sereno, su verdadero rostro.

Nos urge, por lo tanto, revivir a fondo el domingo, hacer de cada domingo, de verdad, el día del Señor y nuestro día favorito. El día más deseado, el día vivido con más alegría, el día que nos prepara para un cielo que será, nos lo enseña la Iglesia, un domingo eterno y feliz.
Autor: P. Fernando Pascual.

sábado, 28 de julio de 2012

ES MADRE DE JESÚS Y NUESTRA

María Santísima nos ve a cada uno de nosotros como su hijo predilecto. ¡No te olvides de Ella!

María es toda de Jesús por derecho, y toda de nosotros por regalo. Pero es toda nuestra y, por tanto aquí, no pensemos que robamos, porque nos la han dado. No pensemos que somos demasiado pecadores, demasiado indignos, para tenerla como madre, porque, a pesar de que eso es cierto, también es cierto que ella es madre nuestra. No nos puedes ver separados de Jesús, como hijos añadidos, sino injertados en su sangre y en la tuya. Por lo tanto, la seriedad con la que una madre ve a su hijo, como su hijo, queda muy lejos de la seriedad, la profundidad y el amor con que nos ve María Santísima a cada uno de nosotros: somos más hijos de ella que de nuestra propia madre de la tierra

La ingratitud con Dios es terrible porque se ofende al Amor con mayúscula. Se desprecia un amor eterno, un amor divino, un amor maravilloso y totalmente gratuito.

De una manera semejante, olvidar, despreciar, el amor de una madre tan grande, es una ingratitud terrible. Pero, siendo los hijos predilectos de María Santísima, nuestra ingratitud adquiere unas dimensiones mucho más grandes.

"Los pecados que ofenden a Dios lastiman tu corazón porque hieren el corazón de tu hijo y hacen un daño terrible a tus hijos".

"Cómo tengo que decirte esto, Madre: te he llevado pocas flores hasta el día de hoy"
Autor: P Mariano de Blas.

viernes, 27 de julio de 2012

¿VALLE DE LÁGRIMAS?

Un pequeño contratiempo, un malentendido, un dolor, una enfermedad, un problemilla económico... somos propensos a sentirnos mal y a quejarnos.

Ayer, hablando con un amigo, le comenté que a veces uno ya no sabe sobre qué tema escribir y él me dijo: escribe sobre la soledad y el sufrimiento. Ciertamente el tema es muy importante. Si se echa una mirada alrededor o a lo lejos, resulta fácil constatar que es mucha la gente que sufre, por distintos motivos. De ahí que por mucho que intentemos modernizar la Salve no parece que sea posible quitarle lo del "valle de lágrimas". Más aún, si se toma en serio la frase de Ana Frank, podemos padecer de insomnio crónico: "cuando se piensa en el prójimo es como para llorar todo el día".

A nada que nos pase, un pequeño contratiempo, un malentendido, un dolor, una enfermedad, un problemilla económico... somos propensos a sentirnos mal y a quejarnos. Y sin embargo nos acostumbramos a ver y oír casi todos los días noticias de gente que se muere de hambre, que perecen como consecuencia de terremotos, de inundaciones, de guerras, de accidentes... que ven cómo desaparecen bajo los escombros o arrastrados por las aguas sus seres más queridos, que se quedan sin hogar y sin los objetos para ellos más preciosos.

Si intentamos ponernos en el lugar de quienes padecen todas estas desgracias, como si nos ocurrieran a nosotros, tal vez podríamos hacernos una pequeña idea de lo que ese sufrimiento significa. Pero también nos puede servir de consuelo en el sentido de que, al compararnos con ellos, podemos comprobar que con frecuencia nos quejamos de vicio.

De vez en cuando les digo a mis alumnos que su mayor problema es no tener problema ninguno. En efecto, cuando uno tiene de todo sin hacer grandes esfuerzos, está tentado a no valorar las cosas. Tal vez por eso desprecia más la comida el que la tiene en abundancia; no rinde en los estudios el que tiene facilidades para estudiar; o desprecia las prácticas religiosas el que más oportunidades tiene de participar en ellas.

Digamos que la experiencia del sufrimiento tiene una función pedagógica en el sentido de que nos enseña a vivir con menos superficialidad y a tratar a los demás con un poco más de comprensión. Por una parte debe llevarnos a ser mucho más solidarios con los que sufren y por otra a ir descubriendo el verdadero valor y medida de las cosas.

Cuando mi amigo me sugirió este tema, de alguna manera estaba sintiendo la misma preocupación que Buda: cómo eliminar el sufrimiento. Si bien la respuesta del sabio oriental no coincide exactamente con la cristiana, no cabe duda que tiene mucho de aprovechable:

Si tuviéramos más vida interior, más moderación, más espíritu de desprendimiento y renuncia... más confianza en Dios, este valle de lágrimas sería bastante más llevadero.

SI CONFIAMOS EN DIOS, NUESTRO PADRE BUENO, NUESTRO SUFIMIENTO ES MÁS LIGERO, DIOS NOS AMA, NOS ABRAZA, NOS ACOMPAÑA EN EL CAMINO.
Autor: Máximo Álvarez Rodríguez.

jueves, 26 de julio de 2012

Carta a los abuelos de Jesús: Ana y Joaquín

Celebramos hoy a San Joaquín y Santa Ana, abuelos de Jesús. ¡Gracias por haber sido tan dulces y ejemplares padres de María!
Mis muy queridos Joaquín y Ana:

Mi nombre es... bueno, no importa... les escribo desde un banco de la parroquia en una inexplicable tarde cálida de julio.
Me avisó una amiga que el día 26 es su fiesta y, por ello, quise regalarles esta sencilla carta.
No encuentro palabras para decirles "gracias". Gracias por haber sido tan dulces y ejemplares padres de mi amada María.

Usted, señora Ana, que habrá compartido con ella tantas tardes luego de intensas jornadas, ha sido una sencilla pero sabia maestra. Fueron sus manos (¿Las de quién, sino?) las que se unieron a las de Ella en un mar de harina, para enseñarle a amasar el pan. Fueron sus manos (¿Las de quién, sino?) las que apretaron fuerte las de Ella cuando el dolor, implacable, les invadía el alma.

Fue su ejemplo (¿el de quién, sino?) el que ayudó a María a caminar los senderos de la contemplación simple, sencilla, la que está al alcance de cualquier mujer. Fue este santo ejercicio el que permitió a la Madre, años después, meditar en su corazón los misterios de la Salvación.
Fue usted, buena señora, la que son su ejemplo más que con sus palabras, le enseñó a María que ser mamá es la tarea más hermosa del mundo. Así, Ella, la veía a usted cuidar y ayudar a amigas y parientas cuando los embarazos venían difíciles en los caminos del alma. Y seguro en su casa los pequeñines siempre hallaron una rica sorpresa, increíblemente siempre lista, para sus sorpresivas y revoltosas incursiones.
Ustedes llevaron a la "llena de gracia" por las escalinatas del Templo tantas veces... Así, Ella fue conociendo que hace muchos años, un profeta llamado Isaías anunciaba que "...La Virgen está embarazada y da a luz un hijo..." y la profecía le inundaba el alma...



Usted, mi buen Joaquín, fue un hombre honesto y sencillo. ¿Quién, sino, habría sido digno de traer a este mundo a la "llena de gracia"?. María le habrá contemplado, seguramente, tantos días al partir de la casa para "ganar el pan con el sudor de su frente". Y le habrá esperado de regreso y habrá corrido hacia usted con las mejillas sonrosadas y los ojos llenos de palomas blancas para abrazarle al regreso de la larga jornada. Y usted, la tomó en sus brazos y la alzó al cielo... tan ligera como una gacela, tan pura como una mañana.
"- "Quisiera que el padre de mi hijo se te pareciera” le dijo un día Ella." Y usted casi no veía su rostro pues las lágrimas delataban que la niña le había besado el corazón.
- "Quisiera que mi hijo, un día, estuviese tan feliz de mí como yo lo estoy de ti, querida madre..." y sus palabras le hicieron sentir, Ana, que la vida es hermosa y los sacrificios y angustias de muchos años al criar los hijos, pueden desaparecer en un instante con frases como esa.
No quisiera terminar esta sencilla carta sin imaginar, por un momento, cuanto de ustedes llego al corazón de Jesús a través de María: Usted, mi buena Ana, seguro le alcanzó, desde más allá del tiempo, esa ternura por las pequeñas cosas de cada día, la cual, al llegarle desde el corazón de María, se transformaría luego en parábola, en camino.

Usted, don Joaquín, le dejó al mejor de los nietos la mejor de las herencias: El amor al trabajo. Así, a través de María y envuelto en las palabras y ejemplo del buen José, hallaría en Jesús el mejor de los depositarios.
Abuelos, abuelos, cuantas veces Jesús habrá dicho estas palabras. "Extrañas a los abuelos ¿Verdad, Madre querida?". "A veces, Hijo, a veces... Cuando tu te vas a predicar lejos y yo te extraño, muchas veces siento que hubiera querido tener a mis padres cerca”... Y Jesús habrá mirado a María en silencio, sabiendo que había verdades que Ella comprendería más tarde, con la llegada del Espíritu Santo...
Para terminar les pido un favor. Abracen a todos los abuelos del mundo, en especial a los que se sienten solos. No importa si tienen nietos o no, pues hay una edad del alma en que la palabra "abuelo" se torna en caricia...
Un gran abrazo a los dos...


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NOTA

Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a la imaginación de la autora, sin intervención sobrenatural alguna.
Autor: Susana Ratero.

miércoles, 25 de julio de 2012

SANTIAGO EL MAYOR, AL AMOR POR EL DOLOR

En la figura del Apóstol Santiago, el amor verdadero se curte en el dolor y en la cruz.
Santiago, hijo de Zebedeo y Salomé (Mc 15,40), hermano del Apóstol Juan, fue uno de los tres discípulos más cercanos a Jesús: testigo de la curación de la suegra de Pedro (Mc 1,29-31), de la resurrección de la hija de Jairo (Mc 5,37-43), de la transfiguración de Cristo (Mc 9,2-8) y de la agonía de Getsemaní (Mt 26,37).

La vocación de Santiago está relatada de forma precisa: "Caminando adelante vio a otros dos hermanos, Santiago el de Zebedeo y a su hermano Juan, que estaban en la barca con su padre Zebedeo arreglando las redes, y los llamó. Y ellos al instante, dejando la barca y a su padre, le siguieron" (Mt 4, 21-22). Era de temperamento fuerte, pues enfadado por el rechazo de los pueblos samaritanos a Cristo, le proponen hacer bajar fuego del cielo (Lc 9,54-56). Cristo, ante la petición materna por sus hijos, le anuncia el martirio (Mt 20,21-28).

Vamos a contemplar en la figura del Apóstol Santiago cómo el amor verdadero se curte en el dolor y el la cruz. Sin duda, la cruz de Cristo es para nosotros el signo más evidente y claro del amor loco de Dios al hombre.

Amor y dolor constituyen dos términos de una misma realidad. Más aún, no puede existir el uno sin el otro. Un amor que no comportara sufrimiento, renuncia, sacrificio ya de entrada sería sospechoso. Un dolor que no se viviera con amor sería asimismo estéril e inútil. Justamente o el amor abre la puerta al dolor para demostrarse auténtico y el dolor se funde en el amor para vivirse en paz, o todo suena a patraña y a mentira. De hecho, cuando levantamos los ojos a la Cruz de Cristo, es cierto que vemos a un crucificado, pero sobre todo vemos en la Cruz el amor loco de Dios por nosotros. A través del dolor de Cristo comprendemos ese amor personal e infinito que nos tiene. Si en la cruz no hubiera amor, sería simplemente una estupidez. Por eso, como dice S. Pablo, la cruz es Aescándalo para los judíos , necedad para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios@ (1 Cor 1, 23-24).


Al hombre de hoy de siempre la Cruz se le presenta como una realidad que inspira temor y rechazo. La sociedad siempre nos está prometiendo una vida fácil, cómoda, agradable, en la medida de lo posible ajena al sacrificio, al esfuerzo, al dolor. Por eso nos resulta tan difícil escoger el camino de Dios, y tan fácil seguir el derrotero del mundo. Sin embargo, la realidad es que nadie puede escapar a la presencia de la cruz y del dolor. Hay mucho tipo de cruces: cruces de todos los tamaños y de todos los colores, cruces más sangrantes y más profundas, cruces más llamativas y más calladas. El destino del hombre sobre la tierra pasa por la cruz en su camino hacia Dios. Si es inútil el querer escapar de su presencia; es todavía más bochornoso el vivir la cruz sin esperanza, sin amor, porque entonces la cruz amarga la vida y produce rebeldía.

El amor se convierte, por ello, en la única respuesta válida a todos los sacrificios, sufrimientos, luchas y trabajos del hombre. No se puede evitar la cruz en cualquiera de sus formas, pero siempre se puede vivirla con amor para darle sentido. Si esto se entendiera, los seres humanos verían en las dificultades de la vida, cualquiera de ellas, una forma de amor. Los problemas cotidianos de un matrimonio son ocasiones maravillosas para demostrarse un amor genuino y auténtico; los sufrimientos por los hijos se transforman en modos de amor más profundos que el simple cariño; los esfuerzos que exige la fe adquieren para ella el brillo de la autenticidad y de la verdad; el sacrificio en el seguimiento de Dios nos demuestra que Dios es demasiado grande y maravilloso para nosotros. Hay que sospechar generalmente de realidades que no cuestan, de matrimonios que no cuestan, de evangelios que no cuestan, de pertenencias a la Iglesia que no cuestan, de amores que no cuestan.

El dolor es, pues, la garantía del verdadero amor. Sólo es capaz de sufrir el que ama. Contemplamos así la vida de tantas personas que en el silencio de sus vidas, día a día, es el amor el que las impulsa a ir adelante, a pesar de todo y contra todo. Van adelante en su vida espiritual, aunque les atenace la sequedad; se humillan en el matrimonio esperando mejores momentos para solucionar las crisis; rezan con confianza a Dios cuando los hijos están pasando por momentos especialmente complicados; perseveran en las decisiones buenas, aunque a veces parezca que carecen de fuerza para seguir adelante. Sería extrañísimo e incluso desilusionador el amar sin tener que sufrir. Mas aun, el que ama se complace en el sufrir por aquél a quien ama. Hay santos que del cielo lo único que no les gusta es el no poder sufrir ya.

El Evangelio a través de dos evangelistas nos refiere de forma parecida, pero con matices diversos, una simpática escena en la que se pide para Santiago y Juan, su hermano, un lugar privilegiado en el Reino de Cristo. En Mt 20,21-28 es la madre de éstos, Salomé, quien eleva esta petición a Cristo. Y en Mc 10, 35-45 son ellos mismos directamente quienes hacen esta petición. Jesús en ambos relatos les dice que no saben lo que están pidiendo y les lanza esa misteriosa pregunta si pueden beber del cáliz que él va a beber. Ellos afirman que sí. Pero Jesús les anuncia que efectivamente van a beber el cáliz, pero respecto al sitio a su derecha e izquierda es para aquellos para quienes esté preparado.

"Concédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda" (Mc 10, 37). No hay duda de que es el amor el que impulsa a estos dos hermanos a pedirle a Cristo un privilegio tan extraordinario. Por el carácter apasionado, al menos de Santiago, suena lógico que quisiera estar cerca del Maestro en su gloria. El amor empuja hacia el amado de una forma irresistible. Sin embargo, para Santiago en este momento todavía el amor es un sentimiento, un impulso, una inclinación.

Es bello, pero no ha sido probado por el dolor. Aunque posteriormente se enfaden los demás por esta petición tan osada, no hay que quitarle valor a este deseo de los dos hermanos. Y Cristo la comprende. ¿Quién de los Apóstoles no desearía algo tan maravilloso? A Santiago no le bastaba la cercanía; quería la intimidad, la posesión, la totalidad.

"¿Podéis beber la copa que yo voy a beber o ser bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado?" (Mc 10, 38). Cristo enseguida trata de hacerle comprender con esta dura pregunta que para poder decir que se ama es necesario decirlo con el dolor. Si quiere de veras amarlo a Él, estar cerca de Él, compartir todo con Él, tendrá que beber su cáliz, cáliz que es Getsemaní, cáliz que es la muerte en la Cruz, cáliz que es la renuncia total a sí mismo. De esta forma Cristo toca la verdad más hermosa del amor: no se puede amar, cuando el amor no cuesta, o también el dolor es el modo más genuino y auténtico de amar. Seguramente en la vida es así: hasta que el amor no ha sido purificado por el dolor, no se puede decir que se ama en serio.

"Sí, podemos" (Mc 10,39). Del corazón decidido y generoso de Santiago salen estas palabras que confirman por un lado que ha entendido lo que el Maestro le ha enseñado acerca del amor a él y por otro que está dispuesto a seguir la suerte del Maestro hasta donde sea necesario, incluida la muerte. Jesús le confirma que efectivamente va a beber la copa que él va a beber y a ser bautizado con ese bautismo de sangre que será su muerte, pero le anuncia que sentarse a su derecha o a su izquierda no puede él concederlo. De alguna manera, todavía Cristo le orienta hacia un amor desprendido. El premio del que ama sólo es amar. Así el amor llega a su plenitud. Si se muere por él, no es para conseguir un lugar privilegiado en su Reino, sino simplemente para poder demostrar el grado de amor que invade su corazón, pues "no hay mayor amor que dar la vida por los amigos".

Para nosotros cristianos se convierte en una prioridad absoluta el aceptar la cruz y el dolor como la expresión más auténtica y genuina de nuestro amor a Dios, de nuestro amor a los demás y de nuestro amor a nosotros mismos. En todos estos campos se sigue realizando aquel camino de "a la luz por la cruz". Queremos que nuestro amor a Dios no se quede en meras palabras, deseamos que nuestro amor a los demás no se convierta simplemente en uso de los demás para nuestro egoísmo, pretendemos crecer como personas en el bien auténtico, tenemos que aceptar la cruz, amarla intensamente y vivirla en todas sus exigencias.


Nos tenemos que convencer de que el amor a Dios no son simplemente palabras, como nos enseña Cristo. El amor a Dios nos tiene que doler, es decir, tiene que vivirse en los momentos más difíciles para nosotros: cuando sentimos la oscuridad en la fe, cuando sentimos la desgana ante las cosas espirituales, cuando nos cuesta especialmente alguna exigencia del Evangelio como el perdón o la humildad, cuando tenemos que renunciar a nosotros mismos para aceptar el misterio de Dios, cuando tenemos que doblegar nuestro racionalismo ante la evidencia de la fe, cuando tenemos que aceptar el hecho de que el perdón de los pecados se confiera a través del sacramento del perdón, cuando en la persona del Vicario de Cristo tenemos que ver a Cristo mismo, cuando en el Magisterio de la Iglesia tenemos que reconocer a Cristo Maestro que nos habla por medio de sus representantes. Cuando me cueste amar a Dios, entonces estaré afirmando que mi amor a él es auténtico. Por el contrario, tenemos que sospechar cuando el amor a Dios nos resulte fácil, cómodo, tranquilo. Entonces no estaremos amando a Dios, sino buscándonos a nosotros mismos.

Y, ¿qué decir del amor a los demás? La esencia del amor es darse y entregarse, lo cual va en contra necesariamente de esa tendencia tan habitual en el hombre que es el egoísmo. Cada acto de amor es como una renuncia a uno mismo, lo cual se experimenta como dolor, aunque el amor sea capaz de darle un hermoso sentido. Por ello, tenemos que decidirnos a pasar por encima de nuestro egoísmo, aunque nos duela, cuando en casa nos resulte complicado sacrificarnos por los hijos o salir de nuestro mundo para entrar en contacto con el mundo de la mujer, cuando en el mundo profesional sintamos ganas o deseos de complicar la vida a cualquier precio a quienes compiten contra nosotros, cuando en la vida diaria sentimos que otros han pisoteado nuestros sentimientos y nos encontramos dolidos, cuando tenemos que mortificar nuestra lengua o nuestro pensamiento para no caer en el juicio temerario o en la crítica frívola, cuando hay que levantarse de la comodidad para servir y colaborar. Es natural que el amor a los demás esté hecho de renuncias propias, es decir, de gotas de dolor que, en este caso, sólo embellecen la propia vida.

Y finalmente, el amor verdadero a uno mismo tiene que aliarse con el dolor. Generalmente, porque nos atenaza la comodidad y no queremos sufrir, nos privamos a nosotros mismos de grandes posibilidades. No cultivamos nuestra mente, porque nos cuesta leer y formarnos, no desarrollamos los talentos que Dios ha depositado en nosotros, porque afirmamos que la vida en sí misma es ya muy complicada, no cuidamos muchas veces hasta nuestra misma salud porque no queremos renunciar a nuestros gustos y caprichos. Amarse correctamente a uno mismo es disponerse a luchar y a sufrir con el objetivo de crecer como persona, pasando por encima de criterios de comodidad y de pereza. En cambio, el amor a nosotros mismos, que nos destruye, es ese amor que nos lleva a buscar en cada momento lo fácil, lo barato, lo vulgar, en todo lo cual no hay renuncia, sacrificio, esfuerzo.


La Cruz de Cristo se ha convertido a lo largo de los siglos en ese monumento, visible desde todas partes, del amor loco de Dios al hombre. Pero sería triste que la Cruz sólo suscitara en nosotros admiración. La Cruz debe inspirar seguimiento. La Cruz con Cristo para nosotros se convierte en camino de salvación y de progreso espiritual. La Cruz nos es necesaria en la vida para poder autentificar el amor a Dios. La Cruz nos es fundamental en la vida para poder demostrar a los demás la sinceridad de nuestro amor. La Cruz nos es clave en la vida para poder salvarnos y ser felices en nuestro peregrinar por la tierra. Dígamosle a Cristo con las palabras de Santiago Apóstol que queremos bebe el cáliz que él va a beber y ser bautizados con el bautismo que él va a ser bautizado.
Autor: P. Juan J. Ferrán.

martes, 24 de julio de 2012

TENEMOS MUCHOS AMIGOS, PERO SÓLO UN AMIGO

¡Cuántos falsos amigos hay a nuestro alrededor! En vez de hacernos el mayor bien nos hacen el mayor mal.

Todos tenemos la tendencia a amar y sentimos la necesidad de ser amados.

¡Cuánto sufre una esposa cuando siente que su marido ya no la ama! ¡Cuánto les duele a los hijos cuando ven a sus padres separarse! Muchas veces el amar y el sentirse amado parecen sólo una ilusión.

Hay una Persona que satisface esta sed existencial del hombre. Él no quiere fallarnos, ni puede hacerlo. Es Jesús de Nazaret. Es la única persona que llena totalmente el corazón del hombre.

Él es el único amigo sincero, es el único amigo fiel, es el único que nos tiende la mano y nos ayuda y nos ama en la juventud, en la edad madura, en la vejez, en la tumba y en la eternidad.

La imagen que nos da el Evangelio de Cristo es de un hombre fiel a sus amigos. Cuando Pedro le quiere disuadir de ir a Jerusalén para ser torturado y muerto, responde: ¡Apártate de mí, Satanás, pues tus caminos no son los de Dios!. Con estas palabras duras quiere corregir a su Apóstol, que no entiende el camino salvífico de la cruz. Pero Cristo fue tolerante y fiel a aquel que había escogido para ser el primer Papa de la Iglesia, pues le perdonó el haberle traicionado cobardemente durante la pasión; al hablar con él después de su resurrección le dijo: ¡Apacienta mis corderos y mis ovejas.!

Hace falta tener este tipo de amigo, que no nos deja nadar tranquilamente en el dulce charco de nuestra mediocridad, que no nos deja pisar la arena movediza de la comodidad.

Cristo exigió a la Samaritana el superarse cuando le dijo: ¡Mujer, vete y llama a tu marido!. Por medio de esta afirmación quería mover su conciencia, porque ella no tenía un marido, sino había tenido varios amantes. Algo semejante dijo a la mujer sorprendida en flagrante adulterio; los fariseos querían apedrearla, pero Cristo la salvó; al final le dijo: No te condeno, pero vete y no peques más.

Este Amigo quería lo mejor para sus amigos y por eso quiso salvarles de la muerte radical y definitiva, que es el infierno, y darles la vida radical y definitiva, que es el cielo. El mayor bien que se puede hacer a un amigo es ayudarle a salvar su alma.

¡Cuántos falsos amigos hay a nuestro alrededor! En vez de hacernos el mayor bien nos hacen el mayor mal.

La amistad que Cristo nos ofrece supera las fronteras espacio-temporales. Él nos ama en esta vida y en la otra.

Me acuerdo que una señora, viuda, sin hijos, me dijo una vez: "Ya no tengo razón para vivir." Yo le contesté: "Lo siento mucho por Ud., señora, pues parece ser que nunca ha entendido el Evangelio. Evangelio significa buena nueva". La gran noticia que el Mesías nos comunicó es que Dios nos ama por medio de Cristo; lo mandó a este mundo para enseñarnos la Verdad y la Vida, pues Él es el Camino para conocer la Verdad y para adquirir la Vida. Cuando uno se da cuenta de esto, aún los sufrimientos más duros, sean físicos o morales, se relativizan, porque nos damos cuenta que hay una Persona que nos ama inmensamente.

Una vez tuve la ocasión de hablar con una muchacha que se había cortado las venas con la intención de acabar con su vida. Tenía sólo 16 años y todavía se podían ver las cicatrices de las cortaduras en sus muñecas. Ella me dijo: "Mis padres no me quieren. Nadie me quiere." Yo le hablé del amor inmenso de Dios hacia cada uno de nosotros. Ella se quedó muy consolada.

Cuando Pedro Bernardone, el padre de Francisco de Asís, lo echó fuera de casa y lo desheredó, el Santo se dio cuenta que tenía un Padre que no le podía fallar.

Tal vez éste sea el mensaje central y esencial del Evangelio: tenemos un Padre en el Cielo que nos ama apasionadamente y lo ha mostrado por medio de su Hijo Jesucristo.
Autor: P. Fintan Kelly.