"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

viernes, 20 de enero de 2012

Tender la mano

Muchos hombres y mujeres sabrán tender la mano a sus semejantes, a los más necesitados de misericordia, de consuelo, de pan y de justicia.
Muchos hombres y mujeres necesitan ayuda. En sus cuerpos, porque están enfermos o sufren hambre. En sus corazones, porque necesitan el bálsamo de la misericordia.

Cristo vino al mundo precisamente para anunciar un mensaje de salvación y de consuelo. Dio de comer a las multitudes, curó a enfermos, consoló a los tristes, resucitó muertos, perdonó pecados.

Luego, encomendó una tarea inmensa a quienes escogió para servir y dar la vida por sus hermanos: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará” (Mc 16,15-16).

La tarea es inmensa, las necesidades incontables, los trabajadores pocos. Además, entre quienes reciben la vocación al sacerdocio o a la vida religiosa, algunos ceden al pesimismo, al desaliento, a la tibieza, a la desesperanza. Otros se apartan de la misión: no llevan el Evangelio, sino que ofrecen ideas más o menos interesantes, pero diferentes del mensaje de Cristo.

El panorama puede parecer desolador. El mundo es demasiado grande, los problemas innumerables, el hambre de Dios agobia a una multitud inmensa de personas.

Sin embargo, Dios no puede dejar a su pueblo. Hoy, como ayer y como mañana, infunde su Espíritu, da fuerzas a los débiles, susurra que ama a cada uno de sus hijos, sostiene a sus enviados para que no sucumban ante la fuerza agobiante del mal.

Desde la experiencia de Dios, muchos hombres y mujeres sabrán tender la mano a sus semejantes, a los más necesitados de misericordia, de consuelo, de pan y de justicia. El milagro de Pentecostés se repetirá, nuevamente, en miles de corazones.

El perdón, entonces, triunfará sobre el pecado. La Eucaristía se convertirá en el alimento de los débiles. La Iglesia, desde su sencillez y su unión profunda con el Maestro, acogerá en sus brazos a millones de almas abiertas a la gracia que viene del Calvario, a la Sangre que nos lava y nos salva.
Autor: P. Fernando Pascual LC.

jueves, 19 de enero de 2012

2012 AÑO DE LA FE

QUE SEA UNA AUTENTICA REALIDAD


BUSCANDO A DIOS

Cuando la vida pierde su brillo,
cuando el tiempo deja de existir,
cuando ya no queda esperanza,
cuando no hay deseo de vivir,
es hora de buscar a Dios.
Cuando las flores no te impresionan,
cuando no ves la belleza de una mariposa al volar,
cuando no oyes música en el piar de un pájaro,
cuando el arco iris no te hace pensar,
es hora de buscar a Dios.

Cuando el alborear no te habla,
cuando el rayar del día no te hace sonreír,
cuando el cantar del gallo no te anima,
cuando el calor del sol no te hace mejor sentir,
es hora de buscar a Dios.

Si te preguntas el por qué,
si buscas una explicación,
si la vida no tiene sentido,
si crees que nadie tiene razón,
es hora de buscar a Dios.

Si el embarazo de una mujer no te dice nada,
si el nacimiento de un niño no te hace llorar,
si un "papá dame un beso" no te llega al alma,
si un nieto no te hace soñar,
es hora de buscar a Dios.

Si el Firmamento no te pasma,
si las Estrellas no te vislumbran,
si la Luna no te mira,
si el Universo no te asombra,
es hora de buscar a Dios.

miércoles, 18 de enero de 2012

El Valle de los Caídos al detalle

LÍDERES HONRADOS

Autor: Pablo Cabellos Llorente
            Repasaba esta mañana un pasaje de la historia más grande jamás contada, y ha venido a mi mente una expresión de la literatura castellana inicial. El Cantar del mío Cid la pone en boca de los burgaleses: ¡Dios, que buen vasallo si tuviese buen señor!
            Leía el Evangelio, y mi vista se ha parado en una frase bien conocida: Jesús, al ver las multitudes, se llenó de compasión por ellas porque estaban maltratadas y abatidas como ovejas que no tienen pastor. Cristo habla en un contexto espiritual, pero al rabí de Nazaret le interesa el hombre entero, cada persona y toda situación. El  Dios que se hace hombre asume como propias todas las ocupaciones del hombre, todas sus vicisitudes. El cristiano no puede ser alguien que, por mirar al cielo, descuide los sucesos de esta tierra. Es más, los avatares de este mundo, vividos con profesionalidad y honradez, son medios para ir a Dios.
            Qué poca razón tiene un diario que hoy publica un largo artículo dedicado a "demostrar" que la culpa de la pobreza la tiene la fe católica. Es cierto que, en ocasiones, los cristianos hemos descuidado este mundo por mirar al otro. De esquizofrénica, calificaba esa actitud el fundador del Opus Dei, porque no puede haber una doble vida si queremos ser cristianos: "hay una única vida, hecha de carne y espíritu, y ésa es la que tiene que ser -en el alma y en el cuerpo- santa y llena de Dios: a ese Dios invisible, lo encontramos en las cosas más visibles y materiales". El descuido de las realidades temporales condujo a la beatería, a vivir -por decirlo con ideas del mismo autor- una sociología eclesiástica, incrustados en un mundo segregado que se presenta a sí mismo como la antesala del cielo, mientras el mundo común recorre su propio camino.
            Pero de ahí a perpetrar una pirueta para atacar a la fe católica en sí misma, media un abismo. Una cosa es la actuación de determinados cristianos en ciertas épocas de la historia -que no podemos juzgar con criterios actuales- y otra bien distinta es dar visos de erudición a lo que podríamos denominar integrismo laicista, una mezcla político-económico-religiosa absolutamente infumable. Si se quiere erudición, búsquese el magisterio del último concilio, donde se encontrará abundante material no utilizado por el articulista porque mantiene lo contrario a  su tesis. Se queda en el Vaticano I, y lo entiende mal.
            Para explicar todo esto, y más, hacen falta buenos pastores en la Iglesia, pero también en la sociedad civil, en cada uno de los campos en que se realiza: líderes culturales, económicos, políticos, del mundo del pensamiento, punteros de la investigación en cualquiera de sus aspectos, etc. Pero me temo que, para ser dirigentes honrados, que arrastren al bien, necesitan ser políticamente incorrectos en muchos temas.
            Para empezar, se precisan personas que busquen y amen la verdad, que no sean relativistas cuando conviene y se digan amantes de algunas "verdades" de modo interesado. Y entrecomillo porque, con no poca frecuencia, no son las que invitaba a buscar Machado: tu verdad, no; la verdad/ y ven conmigo a buscarla./ La tuya, guárdatela. Y, además, expliquen esa verdad siempre que sea necesario.
            Hay que buscar líderes dispuestos a terminar con la corrupción, ya sea en la cosa pública, ya se trate te tareas privadas que, dicho sea de paso, tienen habitualmente una dimensión pública. Nos escandalizamos de la cultura del pelotazo (desde el blindaje de sueldos a cohechos, pasando por el tráfico de influencias hasta todo lo imaginable), pero ¿estamos haciendo algo para evitarla? Con leyes, sí, pero con algo más, porque sólo con éstas, no llegaremos lejos. Artículos como el que cito están ignorando las virtudes que predica la Iglesia sabiendo que ahí reside la solución de muchos asuntos. Culpan a la Iglesia, pero la ridiculizan con pretendidos estudios que acaban acusando de aquello que necesitamos y la Iglesia defiende. Por ejemplo, tan católica -o más- era la España que fue dueña de medio mundo, como la que ahora está más cerca de la pobreza, tanta que la empresa editora del artículo de marras está manteniéndose de milagro en esta España y con la ayuda de un empresario mejicano (país de mayoría católica).
            Insisto, líderes que echen de sus partidos a cualquier persona corrupta, sea quien sea, que no tengan miedo a decir que la vida es sagrada, que el matrimonio es lo que naturalmente es, que promuevan la participación de los ciudadanos en la vida pública para que no sea cosa de unos pocos que fabrican unas listas que los demás votamos, porque eso o nada. Que ayuden al desarrollo de la sociedad civil, que no subvencionen asuntos impotables por motivos electorales. Que ilusionen con la realidad.
            Necesitamos promover la libertad sin miedo y con conocimiento de causa, mirar más a los parados y marginados que a las encuestas o la imagen. Mejor: necesitamos la imagen de gente cabal, veraz, trabajadora, sacrificada, sobria, que no se dedique a la discusión huera -el ingenio, para mejorar-, sino a hacer lo que debe y del  mejor modo posible.

Compartiendo la Luz

Que Dios nos dé siempre la luz para iluminar a todos los que pasen por nuestro lado.
¡Qué paz trae a nuestro corazón la seguridad de caminar por la vida en el camino correcto!

¡Cómo en este caminar de nuestra vida, el ejemplo de las personas deja una marca imborrable!

Tantas y tantas experiencias en donde hemos visto y tocado con nuestras manos y corazón la bondad, la servicialidad, una muestra de cariño, un consejo, o la ayuda en un momento difícil de nuestra vida; estoy seguro que ese gesto no ha caído al vacío, no se ha perdido. Todos tenemos un importante papel que desempeñar, todos estamos llamados a ser luz, apoyo, guía de los demás; en definitiva, todos necesitamos de todos para llenar nuestra vida de la verdadera luz, la luz de Dios, que es la luz del amor y de la felicidad.

Un filósofo contó a sus discípulos la siguiente historia:

"Varios hombres habían quedado encerrados por error en una oscura caverna donde no podían ver casi nada. Pasó algún tiempo y uno de ellos logró encender una pequeña tea; pero la luz que daba era tan escasa, que aun así no se podía ver nada. Al hombre, sin embargo, se le ocurrió que con su luz podía ayudar a que cada uno de los demás prendiera su propia tea, y así, compartiendo la llama con todos, la caverna se iluminó".

Uno de sus discípulos preguntó: -¿qué nos enseña maestro este relato?

Y él contestó: -Nos enseña que nuestra luz sigue siendo oscuridad si no la compartimos con el prójimo. Y también nos dice que el compartir nuestra luz no la desvanece, sino que por el contrario, la hace crecer. El compartir nos enriquece en lugar de hacernos más pobres. Los momentos más felices son aquellos que hemos podido compartir.

Que Dios nos dé siempre la luz para iluminar a todos los que pasen por nuestro lado.

La verdadera amistad es flor, que se siembra con honestidad, se riega con afecto y crece a la luz de la comprensión. Si una vela enciende a otra, así pueden llegar a brillar miles de ellas. De igual modo, si iluminas tu corazón con amor, puede que ilumines a otro corazón. Mi deseo en este día para tí es: que sonrías, que seas amable, que te muestres interesado por las personas, y así, tu luz brillará y ésta hará que otra luz se encienda cerca de tí. Hoy nos toca a nosotros.

En los años que llevas de vida ¿a cuántos has iluminado?, ¿con quién has compartido tu luz? Espero que no te hayas cansado de seguir haciéndolo, porque lamentablemente los hombres somos así, nos cansamos.

Recuerda: Que tu luz, si no la compartes, seguirá siendo oscuridad; tu luz, nos diría Jesús, no es para que la escondas debajo de la cama o en el armario de tus egoísmos, es para que ella, uniéndose a todos los que queremos iluminar a este mundo, se sume a la gran antorcha humana, que en definitiva es el reflejo de Dios en el mundo.
Autor: P. Dennis Doren L.C.

martes, 17 de enero de 2012

Si no confías en tu propia oración

Saber que Cristo ha rezado por nosotros, para sostenernos en los momentos de debilidad.
El Santo Padre comenta en la audiencia del 11 de enero del 2012 la oración de Jesús en la última cena.

Quisiera resaltar sólo un pequeño detalle: la oración que hace Jesús por Pedro: yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague.


Nuestro Señor dirige esa frase a Pedro justo después de predecirle su triple negación. Jesús está a punto de salir para Getsemaní para agonizar en el huerto, pero sabe que también Pedro sufrirá una gran prueba y quiere decirle que a pesar de sucumbir, que siga adelante, que ha rezado por él. Precisamente la oración de Jesús sostiene la debilidad de sus discípulos durante la prueba.

Esto es un consuelo para nosotros, pues significa que ante las pruebas de la vida no dependemos exclusivamente de la fuerza de nuestra propia oración. Por un lado, a veces sufrimos pruebas tan grandes que lo último que nos apetece hacer en ese momento es rezar. Por otro, nuestros momentos de oración pueden llegar a ser tan distraídos que realmente poca fuerza podemos esperar de ellos. Perdemos la confianza en nuestra propia oración.

Pero saber que Cristo ha rezado por nosotros, para sostenernos en los momentos de debilidad, para que sepamos levantarnos después de habernos caído, es un gran consuelo. ¿Qué oración puede ser más eficaz que la del mismo Cristo?

Si no confías en tu propia oración, no te preocupes. Cristo ha rezado por ti.
Autor: P. Francisco Armengol, L.C.

lunes, 16 de enero de 2012

Crisis de santidad

La crisis que sufrimos hoy en día es una crisis que hunde sus raíces en una profunda quiebra moral
Dice el Diccionario de la Real Academia Española que el honor es la “Cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo”; y en su segunda acepción, sería la “buena reputación que sigue a la virtud o al mérito”.

En los últimos años, la palabra “valores” se ha puesto de moda y se ha repetido hasta la náusea. Hay términos como “solidaridad” o “tolerancia” que una y otra vez se leen y se escuchan vengan o no a cuento. Parece que la “tolerancia” o el “ser tolerante” supone un “valor” incuestionable. Pero pocos se atreven a decir hoy en día que algo es “intolerable”. Por ejemplo, que en España tengamos más de cinco millones de parados resulta intolerable. Que la mentira se haya convertido en algo socialmente aceptado, resulta intolerable. Que el aborto sea una realidad socialmente consentida y aceptada, resulta intolerable. Que la infidelidad conyugal se vea como algo normal, resulta intolerable. Que la corrupción campe a sus anchas y sea una práctica extendida entre políticos, empresarios y trabajadores, resulta intolerable. Que el matrimonio se haya convertido en un cajón de sastre donde cabe cualquier tipo de relación, me parece intolerable. Que el Estado se haya arrogado el derecho a educar moralmente a nuestros hijos, usurpando el derecho que únicamente nos corresponde a los padres, resulta intolerable.

Sinceramente: estoy harto de los “valores”, de la “tolerancia” y del “talante”. Lo decente es luchar por el bien y la justicia; y combatir el mal, la corrupción, la mentira y la opresión, venga esta de donde venga. Por eso reivindico la recuperación del concepto del honor y la necesidad urgente de cultivar las virtudes. Toda persona tiene la obligación de comportarse de acuerdo con unos principios. Tenemos la obligación de comportarnos de manera ejemplar y de combatir a aquellas personas cuyo comportamiento no esté a la altura de esa ejemplaridad.

Una persona con honor - honorable - no miente ni engaña ni roba. Una persona con honor cumple la palabra dada en su vida social y personal. Un hombre o una mujer no pueden prometerse amor y fidelidad y luego engañar a su cónyuge: ¿es que la palabra dada no sirve para nada? Y no vale apelar a la debilidad del ser humano ni pamplinas por el estilo. Cuando uno se compromete a algo o con alguien, tiene la obligación de cumplir con su deber. Y resulta intolerable la facilidad con la que se tolera lo intolerable.

Y otro tanto habría que decir de la obligación de los padres de educar a sus hijos, que para eso los han traído al mundo. O la obligación de tratar con justicia a los trabajadores; o la de los trabajadores de realizar el trabajo que cada uno tenga que desempeñar con el mayor esfuerzo y dedicación y de la mejor manera posible. Las personas no están al servicio de la economía, sino que la economía debe estar al servicio de las personas para que todos puedan vivir con dignidad.

Todos tenemos el deber de tratar a los demás con respeto. Las personas no son objetos de usar y tirar: ni en las relaciones laborales ni en las personales. Las relaciones sexuales no son un juego de niños. El otro, el prójimo, no es algo que esté ahí para que yo lo use y me lo pase bien. Debemos recuperar urgentemente la responsabilidad en las relaciones sexuales y combatir la banalización de la sexualidad y la promiscuidad rampante. No puede ser que en España se lleven a cabo más de cien mil abortos ni que la píldora postcoital se consuma como si fueran caramelos.

¡Cuántas veces se hace una separación drástica entre “vida pública” y “vida privada”! ¡Cuántas veces se escucha esa falacia de que “cada uno en su vida privada puede hacer lo que le dé la gana”! Pues no. La conducta personal debe ser ejemplar en la vida pública y en la privada. Si alguien maltrata o engaña a su mujer, ¿puede ser de fiar en cualquier otro ámbito? Si uno es un sinvergüenza en su vida privada, no puede pretender que nadie se fíe de él en la vida pública. Todos tenemos la obligación, al menos, de intentar ser ejemplares en nuestra vida: la íntima y la pública.

La crisis que sufrimos hoy en día es una crisis que hunde sus raíces en una profunda quiebra moral: vale todo y el “honor” se considera un concepto anticuado y sin vigencia alguna. Y así nos va. Cuando se fomentan los vicios y se desprecian los méritos; cuando la virtud es objeto de burla y desprecio; cuando el fin justifica los medios, el resultado que obtenemos es una sociedad enferma y decadente como la de hoy en día. Sin honor, sin virtudes, sin ejemplaridad y sin esfuerzo ni mérito, no iremos a otro sitio que no sea la ruina. Por eso, hoy más que nunca, hacen falta personas ejemplares y honorables. Para un católico como yo, la crisis más importante que padecemos, en el fondo, es una crisis de santidad.
Autor: Pedro Luis Llera Vázquez.

Cada cumpleaños...

Los festejos han terminado. Vuelve la vida ordinaria. El tiempo pasa. La vida no se detiene. Llega un nuevo cumpleaños.

El tiempo pasa. La vida no se detiene. Llega un nuevo cumpleaños.

De niños, o también de grandes, el cumpleaños es el momento de los festejos. El pastel, las velas, las canciones, los aplausos, los regalos...

En cada cumpleaños recordamos a los propios padres. Fueron ellos quienes, desde su amor, se abrieron a la esperanza y a la vida. Fueron ellos quienes soportaron días y noches de lloriqueos o de caprichos. Fueron ellos quienes lavaron, compraron, levantaron, curaron, dieron de comer a un pequeñuelo indefenso y necesitado.

Recordamos a otros familiares: hermanos, abuelos, tíos, primos, sobrinos. En cada familia, ¡cuántas relaciones no sólo de carne y de sangre, sino de afectos y de cariño sincero!

Recordamos a educadores: en una primaria con niños que jugaban y que no sabían cómo escribir letras misteriosas, y en otras etapas de formación, donde hombres y mujeres dieron lo mejor de sí mismos para introducirnos en el mundo inmenso de la ciencia.

Recordamos a médicos, enfermeros, practicantes, farmacéuticos, profesionales de la salud, que nos “cosieron” una herida profunda, que nos dieron la medicina adecuada para curar una infección maligna, que nos sonrieron para hacer más llevadero el momento de esa inyección tan dolorosa.

Recordamos a catequistas, religiosas y laicos ejemplares; a sacerdotes que nos dieron los sacramentos, sobre todo ese magnífico regalo de la Eucaristía y ese encuentro purificador en cada confesión de los pecados.

Recordamos, en definitiva, a Dios. Él quiso nuestra llegada al mundo. Él quiso acompañarnos en tantas situaciones difíciles y en tantas alegrías. Él quiso iluminar los momentos de oscuridad y de dudas. Él quiso abrir ventanas de esperanza ante la pérdida de un empleo, el inicio de una enfermedad, o las caídas en ese mal tan destructivo que se llamada pecado.

Los festejos han terminado. Vuelve la vida ordinaria. El corazón ha sentido algo parecido al perfume de jazmines y al canto de los petirrojos: la belleza de una vida que inicia desde la bondad y que avanza, día a día, hacia el encuentro eterno con el Padre que nos ama, y con tantos seres queridos que fueron, o siguen siendo, faros de esperanza y de alegría.
Autor: P. Fernando Pascual LC.

domingo, 15 de enero de 2012

Lo que vale la pena recordar

El mundo nos ha llenado de prisas, de reacciones ante lo inmediato y nos hacen dejar de lado recuerdos importantes, decisivos.
Olvidamos muchas cosas. Nombres, calles, lugares, hechos, datos.

Hay, ciertamente, olvidos que se agradecen. A nadie le gusta recordar cómo nos falló aquel amigo, qué nos hizo un compañero de trabajo, cómo sufrimos ante un fracaso.

Pero otros olvidos nos dañan en lo más profundo del alma. Porque no es sano olvidar que no hemos pedido perdón a quien hemos ofendido, o que no hemos dado gracias a quien nos tendió la mano en el momento en el que más lo necesitamos.

El mundo nos ha llenado de prisas, de reacciones ante lo inmediato. Los mensajes del teléfono móvil, o los que transmitidos y recibimos en las redes sociales (Facebook, Twitter y compañía) nos encadenan al presente, y nos hacen dejar de lado recuerdos importantes, decisivos.

Frente a tantas prisas, y ante el desgaste continuo de una memoria frágil, hay que aprender a recordar lo que vale la pena.

Porque vale la pena recordar que tenemos unos familiares, cercanos o lejanos, a los que debemos mucho y que esperan un poco de cariño.

Porque vale la pena recordar a esos hombres y mujeres que de manera oculta permiten que funcionen la electricidad, el agua y las ambulancias.

Porque vale la pena recordar que son muchos los corazones buenos que dejaron su tiempo e incluso su salud para enseñarnos, para curarnos, para tendernos una mano cuando más lo necesitábamos.

Porque vale la pena recordar que el mundo no viene de la nada, sino que surge desde un Amor inmenso, desde un Dios que recuerda, eternamente, a cada uno de sus hijos.

Hay cosas que vale la pena recordar. Más allá de lo inmediato, una memoria abierta y un corazón sensible harán posible recuerdos valiosos, desde los que cada uno podrá dar gracias o pedir perdón.

Con una buena memoria, también el presente se hará más llevadero y el futuro será afrontado con humildad, alegría y esperanza, porque sabremos vivir cada día recordando el inmenso Amor que Dios nos ofrece cada día.
Autor: P. Fernando Pascual LC.