El Papa explica cómo la oración nos ayuda a conservar la fe y la confianza
en Dios.
Ciudad del Vaticano (AICA): “¡La oración no es una varita mágica! Ésta
nos ayuda a conservar la fe en Dios y a confiar en Él incluso cuando no
comprendemos su voluntad”, expresó el papa Francisco, en la audiencia general
del pasado miércoles, 25 de mayo 2016, continuando su ciclo de catequesis sobre
la misericordia en la Sagrada Escritura. El Papa recordó que “es necesario orar
siempre sin desanimarse”; por lo tanto, no se trata de orar algunas veces, solo
cuando tengo ganas¨. ¨No, subrayó Francisco, Jesús nos enseña que se necesita
orar siempre sin desanimarse¨.
“¡La oración no es una
varita mágica! Ésta nos ayuda a conservar la fe en Dios y a confiar en Él incluso
cuando no comprendemos su voluntad”, expresó el papa Francisco
El pontífice reflexionó sobre la necesidad de rezar siempre, sin desfallecer,
porque la oración mantiene la fe y la relación con Dios. Para explicarlo
recurrió a la parábola de la viuda y el juez que narra el evangelio de san
Lucas.
Las viudas, los huérfanos y los extranjeros eran los grupos más desvalidos de
la sociedad; los derechos que la ley les otorgaba podían ser pisoteados
fácilmente porque, siendo en general personas solas e indefensas, no contaban
con nadie que hiciera valer sus razones. Los jueces, según la tradición
bíblica, debían ser hombres temerosos de Dios, imparciales e incorruptibles.
Pero el juez al que recurre la viuda de la parábola para tener justicia no lo
era, “ni temía a Dios, ni respetaba a nadie”, dice el texto. La única arma de
la mujer es su perseverancia, su importunar al alto personaje para que la
escuche. Y lo consigue. Al final, el juez accede a sus peticiones, no porque
esté movido por la misericordia, ni porque se lo dicte la conciencia;
simplemente admite: "Como esta viuda me importuna constantemente, le haré
justicia para que no me moleste más”.
“De esta parábola -dijo Francisco- Jesús saca una doble conclusión: si la
viuda, con su insistencia consiguió obtener de un juez injusto lo que
necesitaba, cuanto más Dios que es nuestro padre, bueno y justo, hará justicia
a los que se lo pidan con perseverancia y además sin tardar. Por eso, Jesús nos
exhorta a rezar "sin desfallecer". Todos atravesamos por momentos de
fatiga y desánimo, especialmente cuando nuestras oraciones parecen ineficaces.
Pero Jesús nos asegura que a diferencia del juez injusto Dios responde con
prontitud a sus hijos, aunque esto no quiere decir que lo haga en el tiempo y
la forma que nos gustaría. ¡La oración no es una varita mágica! Ayuda a
mantener la fe en Dios y confiar en Él, incluso cuando no entendemos su
voluntad”.
Jesús mismo, que rezaba tanto, sirve de ejemplo. “El objeto de la oración
-explicó el Papa- pasa al segundo plano porque lo que importa por encima de
todo es la relación con el Padre. Esto es lo que hace la oración: transforma el
deseo y lo moldea según la voluntad de Dios, cualquiera que sea, porque quien
reza aspira en primer lugar a la unión con Dios que es amor misericordioso”.
La parábola termina con una pregunta: "Cuando el Hijo del hombre venga,
¿encontrará fe en la tierra?". “Y con esta pregunta estamos todos
advertidos: no hay que desistir de la oración, incluso si no es correspondida.
La oración mantiene la fe, sin ella la fe se tambalea, dijo el Papa al final de
su catequesis.
Texto completo de la catequesis del Papa Francisco
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La parábola evangélica que apenas hemos escuchado (Cfr. Lc 18, 1-8) contiene
una enseñanza importante: «que es necesario orar siempre sin desanimarse» (v.
1). Por lo tanto, no se trata de orar algunas veces, cuando tengo ganas. No,
Jesús dice que se necesita «orar siempre sin desanimarse». Y pone el ejemplo de
la viuda y el juez.
El juez es un personaje poderoso, llamado a emitir sentencias basándose en la
Ley de Moisés. Por esto la tradición bíblica exhortaba que los jueces sean
personas timoratas de Dios, dignas de fe, imparciales e incorruptibles (Cfr. Ex
18,21). Nos hará bien escuchar esto también hoy, ¡eh! Al contrario, este juez
«no temía a Dios ni le importaban los hombres» (V. 2). Era un juez perverso,
sin escrúpulos, que no tenía en cuenta a la Ley pero hacía lo que quería, según
sus intereses. A él se dirige una viuda para obtener justicia. Las viudas,
junto a los huérfanos y a los extranjeros, eran las categorías más débiles de
la sociedad. Sus derechos tutelados por la Ley podían ser pisoteados con
facilidad porque, siendo personas solas e indefensas, difícilmente podían hacerse
valer: una pobre viuda, ahí, sola, nadie la defiende, podían ignorarla, incluso
no hacerle justicia; así también el huérfano, así el extranjero, el migrante.
¡Lo mismo! En aquel tiempo era muy fuerte esto. Ante la indiferencia del juez,
la viuda recurre a su única arma: continuar insistentemente en fastidiarlo
presentándole su pedido de justicia. Y justamente con esta perseverancia
alcanza su objetivo. El juez, de hecho, en cierto momento la compensa, no
porque es movido por la misericordia, ni porque la conciencia se lo impone;
simplemente admite: «Pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que
no venga continuamente a fastidiarme» (v. 5).
De esta parábola Jesús saca una doble conclusión: si la viuda ha logrado
convencer al juez deshonesto con sus pedidos insistentes, cuanto más Dios, que
es Padre bueno y justo, «hará justicia a sus elegidos, que claman a Él día y
noche»; y además no «les hará esperar por mucho tiempo», sino actuará
«rápidamente» (vv. 7-8).
Por esto, Jesús exhorta a orar “sin desfallecer”. Todos sentimos momentos de
cansancio y de desánimo, sobre todo cuando nuestra oración parece ineficaz.
Pero Jesús nos asegura: a diferencia del juez injusto, que Dios escucha
rápidamente a sus hijos, aunque esto no significa que lo haga en los tiempos y
en los modos que nosotros quisiéramos. ¡La oración no es una varita mágica! ¡No
es una varita mágica! Ésta nos ayuda a conservar la fe en Dios y a confiar en
Él incluso cuando no comprendemos su voluntad. En esto, Jesús mismo – ¡que
oraba tanto! – nos da el ejemplo. La Carta a los Hebreos recuerda que – así
dice – «Él dirigió durante su vida terrena súplicas y plegarias, con fuertes
gritos y lágrimas, a aquel que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por
su humilde sumisión» (5,7). A primera vista esta afirmación parece inverosímil,
porque Jesús ha muerto en la cruz. No obstante la Carta a los Hebreos no se
equivoca: Dios de verdad ha salvado a Jesús de la muerte dándole sobre ella la
completa victoria, pero ¡el camino recorrido para obtenerla ha pasado a través
de la misma muerte! La referencia a la súplica que Dios ha escuchado se refiere
a la oración de Jesús en el Getsemaní. Invadido por la angustia oprimente,
Jesús pide al Padre que lo libere del cáliz amargo de la pasión, pero su oración
está empapada de la confianza en el Padre y se encomienda sin reservas a su
voluntad: «Pero – dice Jesús – no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Mt
26,39). El objeto de la oración pasa a un segundo plano; lo que importa antes
de nada es la relación con el Padre. Es esto lo que hace la oración: transforma
el deseo y lo modela según la voluntad de Dios, cualquiera que esa sea, porque
quien ora aspira ante todo a la unión con Dios, que es Amor
misericordioso.
La parábola termina con una pregunta: «Pero cuando venga el Hijo del hombre,
¿encontrará fe sobre la tierra?» (v. 8). Y con esta pregunta estamos todos
advertidos: no debemos desistir de la oración aunque no sea correspondida. ¡Es
la oración que conserva la fe, sin ella la fe vacila! Pidamos al Señor una fe
que se haga oración incesante, perseverante, como aquella de la viuda de la
parábola, una fe que se nutre del deseo de su llegada. Y en la oración
experimentamos la compasión de Dios, que como un Padre va al encuentro de sus
hijos lleno de amor misericordioso. ¡Gracias!. (Traducción del italiano, Renato
Martinez – Radio Vaticano)+
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