"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

viernes, 17 de junio de 2016

¿QUÉ SENTIDO TIENE LA VIDA?



"El hombre está en el mundo porque alguien lo amó: Dios. El hombre está en el mundo, para amar y para ser amado".

A menudo me pregunto qué sentido tiene la vida. Los años pasan, envejecemos, algunos muy queridos se han marchado. Miras a tu alrededor y te dices: “¿Qué sentido tiene todo esto?”

Suelo reflexionar y me pregunto tantas cosas.
Dios le da sentido a todas las cosas que hago. Su Amor me motiva a continuar, y a tratar de ser una mejor persona, para Él y por Él. Y aunque no siempre lo consigo, sé que valora nuestros esfuerzos y sonríe complacido cada vez que lo intentamos.

A menudo siento que nos ve como a niños. Somos sus pequeños. Se ilusiona al vernos crecer, le alegran nuestros triunfos, está a tu lado cuando fracasas. Siempre está contigo.

He descubierto que experimentar su presencia amorosa te transforma la vida. Después de esta experiencia, de este fuego que te quema el alma, ya no puedes ser el mismo.

Algo en ti ha cambiado, muy profundamente. Ves todo tan diferente. Tu corazón encuentra el sentido de las cosas. Se enciende, se inflama con su Amor.

A partir de ese momento sólo puedes amar y te das cuenta que es verdad:

“El hombre está en el mundo porque alguien lo amó: Dios. El hombre está en el mundo, para amar y para ser amado”.

jueves, 16 de junio de 2016

La oración más difícil, la que más nos cuesta...



Reflexiones de la oración
Dejar nuestras cosas a un lado, dejarlas por un momento y ponernos solo ante tu presencia, Señor.

A veces, Señor, cuando estoy ante ti, recorro mi alma en examen sincero preguntándome si solo vengo a ti buscando consuelo para mis penas y problemas...

¿Qué le falta a mi oración?

Señor, dame luz para comprender que la que tengo olvidada o que no me conviene es la "Oración de intercesión". Esa, que es el olvido de uno mismo, esa, que es "una petición en favor de otros". Es la que no tiene límites ni fronteras, ya que es la que puede alcanzar gracias hasta para los enemigos y es también la expresión de la Comunión de los Santos. Es la oración en que nos olvidamos de nosotros para pensar en los demás.

Es generosa, de una caridad sin límites cuando pedimos por alguien que no nos ama, por alguien que no nos hace caso o que tal vez nos hizo o hace mucho daño. Es acercarnos realmente a la forma de orar que tu oraste por nosotros a tu Padre, Señor.

Tu, Señor, siempre estuviste y estás presto a interceder por nosotros ante el Padre, en favor de todos los hombres, especialmente por los pecadores. En favor... de mi.
Y te quedaste con nosotros en este Sacramento, estás con nosotros cada momento del día en la Eucaristía para seguir intercediendo por nosotros, nos escuchas y te llevas nuestras peticiones al Padre.

Vale la pena hacer la prueba. Olvidarse de uno por un momento, desasirse de todos los problemas que nos agobian, de esa pena.... que llevamos colgada del corazón, de esa enfermedad, de ese malestar, de esa inquietud, temor o disgusto que no nos deja dormir...

Dejar "nuestras cosas" a un lado, dejarlas por un momento y poniéndonos ante tu presencia, Señor, pensar en los demás...y así, como una letanía de incienso, perfumada por el más grande amor, ese que nos cuesta tanto porque no es para nuestro beneficio personal, pedir, por todos los seres del mundo, por las autoridades que manejan el destino de los países, por los que sufren, enfermos o desamparados, por los que en este día morirán e irán a la presencia del Padre, por los sacerdotes, por los misioneros por los no nacidos y por los jóvenes, pero sobretodo por tal o cual persona, esa que nos hace sufrir, esa que no nos "cae bien", esa que no nos quiere...que siempre sabe cómo mortificarnos.... ¡esa es la oración que tu está esperando, Jesús mío, esa es la que más me cuesta pero... esa es la que tu quieres!.

Y cuando logramos hacerla, el alma y el pensamiento se van aligerando y un rocío de paz moja nuestro corazón, antes reseco por el rencor, tal vez por el egoísmo de vivir absortos en "nuestro pequeño mundo" tan solo con nuestras preocupaciones.

Si, Jesús Sacramentado, yo necesito que me escuches porque me agobian muchas cosas y tengo el alma triste pero con esta oración, he sentido el dulce consuelo de tu abrazo lleno de misericordia para mi y para todos aquellos por lo que te he pedido. ¡Gracias, Señor!.
Por: Ma Esther De Ariño

miércoles, 15 de junio de 2016

EN EL SILENCIO ESCUCHÉ A DIOS



Todo empezó en el silencio de un oratorio.
Aprendí a querer a Jesús desde niño. Estudié en un colegio franciscano. Las dulces monjas nos relataban anécdotas de san Francisco. Y hacían vibrar mi corazón infantil con deseos de santidad.
Frente a mi casa las Siervas de María tenían una capilla. Solía visitarla, por las mañanas antes de ir al colegio. Era la gran ilusión de mi vida. Estar con Jesús.
Al crecer estos sueños de santidad se enfriaron. Me han dicho que cuando te alejas de la luz todo lo que te queda es la oscuridad. Y yo andaba en esa oscuridad, buscando respuestas a mis inquietudes.
Me ocurrió como a san Agustín. Buscaba la verdad cuando la llevaba conmigo.
Una mañana, cansado de buscar me senté en la banca de un parque y le dije:
"Bueno, aquí estoy. Haz de mí lo que quieras. A partir de hoy mi vida es tuya. Ya no quiero más que lo que tú quieras".
Estaba extenuado.
Me sentía como Elías en el Sinaí, cuando cansado le dice a Dios que ya no puede más.
A partir de ese instante sucedieron una cantidad impresionante de hechos. Eran tantos y tan maravillosos que no pude dejar de pensar: "Una vez, es casualidad, dos veces es casualidad, veinte veces seguidas, es Dios".
Y me decidí a escribir sobre mis vivencias con Dios. Contaba con sencillez las experiencias cotidianas de un papá de 4 hijos, casado, expuesto a las vicisitudes del mundo
¿QUÉ QUIERES DE MÍ?
Sabía que Dios buscaba algo de mí, como busca algo de ti.
Había leído la vida de Sor María Romero, una santa que se acercó al Sagrario y le preguntó a Jesús: "´¿Quién soy yo?" y escuchó una voz salida del Sagrario que le respondió: "Tú eres la predilecta de mi Madre y la consentida de mi Padre". Y de ti, quién soy? "¡Mi amada…!"
Se me ocurrió hacer lo mismo. Fui a verlo y le pregunté: "¿Qué quieres de mí?". En medio del silencio escuché una voz interior, dulce, maravillosa, que respondía:
"Escribe. Deben saber que los amo".
Aquella experiencia me dejó marcado, pero al tiempo la olvidé, dejando que otras prioridades movieran mi vida y mis anhelos. Las experiencias con la gracia y la Providencia se multiplicaron. Era como Dios quisiera llamar mi atención. Es un Dios celoso, de nuestro amor.
Ocurrió una tarde que fui a un supermercado a buscar a mi esposa Vida. Me telefoneó que la pasara a recoger. Le había dicho a Dios: "Si quieres que escriba me lo tienes que decir directamente". Vaya que a veces nos comportamos como unos perfectos tontos.
Llegué algo cansado por el trabajo. Me bajé del auto y frente a mí una señora que no conocía me preguntó: "¿Usted es Claudio de Castro?" Sonreí amablemente y añadió: "¿Qué ocurre? ¿Po qué no está escribiendo? Escriba". Aquello me sorprendió. "No puede ser", me decía. Entré al supermercado. Aún me veo caminando por sus pasillos cuando otra señora se me acerca. "¿Usted es el que escribe en Panorama Católico?... ¿Por qué no escribe? Debe escribir". A esta altura mis dudas se habían disipado. Me quedó claro lo que debía hacer. Me acerqué a mi esposa que conversaba con una prima y ésta al verme me dijo: "Tengo algo importante que decirte". "Mensaje recibido", exclamé riendo. "Me vas a decir que escriba". Ella me miró asombrada y preguntó: "¿Cómo lo sabes?" Entonces le conté.
Esa tarde regresé a mi casa y me senté a escribir. Desde entonces no me he detenido.
No pasa un día sin que tenga una experiencia maravillosa con Dios.
Una vez un amigo me preguntó: "´¿Acaso te crees especial?" "Por supuesto", le respondí. "Como tú, soy hijo de Dios, y eso nos hace especiales a todos".
Un amigo dijo estas palabras en un programa de radio: "En mi corazón hay un sello y ese sello dice: Jesús". Me pasó igual. Jesús selló mi alma con su infinito Amor. Encontré un tesoro interminable y ahora no lo cambio por nada.

martes, 14 de junio de 2016

¡Qué bueno que hoy no pasé de largo!



Yo soy una de esas personas que el otro día pasó de largo, si esa, la que tu esperabas, la que no entró y se alejó... pero con la soledad y el peso de la cruz.

Las puertas están cerradas.... es porque hace frío. Hago el intento de que se abran y una de las hojas cede y en silencio me invita a entrar...

Hoy es jueves pero en la Capilla no hay nadie, pero TÚ si estás. Tu siempre estás.

Yo soy una de esas personas que el otro día pasó de largo... si esa, la que tu esperabas, la que no entró y se alejó perdiéndose en el ir y venir de la gente... entre mucha gente, entre mucho tráfico, pero con mi soledad y el peso de mi cruz.

Y ahora que estoy frente a Ti... no es fácil....no siento nada. Una frialdad que me llena de incertidumbre porque mi corazón se ha endurecido, porque no valgo nada y tu no me puedes amar porque estoy muy lejos de Ti y nada puedo ofrecerte. Todo un abismo.... entre tú y yo, Señor. Mis pensamientos se diluyen y mi corazón está helado, tanto o más como la tarde que está afuera... ¿qué me pasa? ¿para qué vine?... no sé qué decirte y sin embargo se que estás ahí...que te quedaste por mi y porque sabías que HOY no iba a pasar de largo....¿no será demasiada presunción?.

Tengo el alma enferma, no soy persona buena...¡te olvido y ofendo tantas veces, Señor!

Dime, ¿qué tenía Mateo? que le dijiste: ¡Sígueme!- y él dejándolo todo, se levantó y te siguió. Sigo recordando este pasaje de tu vida "cuando habitaste entre nosotros" y Mateo te ofreció un gran banquete y fuiste. Allí estaban los fariseos y los escribas y te criticaban diciendo: ¿Por qué come y bebe con publicanos y pecadores?. Y tú, Jesús, les respondiste: No son los sanos lo que necesitan médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan. Lc 5,27-32

Tu hablabas de mi, tu pensabas en mi, en los que te olvidamos, en los que tú querías y quieres curar como el médico a los enfermos y dijiste: no vengo por los justos sino por los pecadores, para que se conviertan ¡Qué gran amor el tuyo, Jesús!.

Yo, que hace un momento no sabía cómo orar, no sabía que decirte, ahora siento la humedad del llanto en los ojos y con tus palabras has hecho latir fuerte mi corazón, antes como dormido, al reclamo de tu voz que me dice:

Yo estoy aquí para curar tus males, esos males que te avasallan y te aniquilan, para darte la paz de mi amor, para decirte que vine por ti y por todos los que se sienten hoy como tú. Mira, un día estuve muriendo en una cruz y fue por ti y por ti me quedé con los brazos abiertos para esperarte diciéndole al Padre: ¡perdónalos porque no saben lo que hacen.

Sí, Señor, tu eres mi Dios y entregaste tu vida para que por tu muerte tenga un día un lugar en el Cielo y sé lo que valgo para ti, que hasta la vida diste por mí. ¡ Qué bueno que entré, Señor, para hacerte compañía buscando tu ayuda, tu perdón y consuelo!.

¡Qué bueno que HOY no pasé de largo!
Por: Ma Esther De Ariño