Miércoles cuarta semana de Cuaresma. La
conversión cristiana pasa primero por la experiencia de Cristo.
La dimensión interior del hombre debe ser
buscada insistentemente en nuestra vida. En esta reflexión veremos algunos de
los efectos que debe tener esta dimensión interior en nosotros. No olvidemos
que todo viene de un esfuerzo de conversión; todo nace de nuestro esfuerzo
personal por convertir el alma a Dios, por dirigir la mente y el corazón a
nuestro Señor.
¿Qué consecuencias tiene esta conversión en nosotros? En una catequesis el Papa
hablaba de tres dimensiones que tiene que tener la conversión: la conversión a
la verdad, la conversión a la santidad y la conversión a la reconciliación.
¿Qué significa convertirme a la verdad? Evidentemente que a la primera verdad a
la que tengo que convertirme es a la verdad de mí mismo; es decir, ¿quién soy
yo?, ¿para qué estoy en este mundo? Pero, al mismo tiempo, la conversión a la
verdad es también una apertura a esa verdad que es Dios nuestro Señor, a la
verdad de Cristo.
Convertirme a Cristo no es solamente convertirme a una ideología o a una
doctrina; la conversión cristiana tiene que pasar primero por la experiencia de
Cristo. A veces podemos hacer del cristianismo una teoría más o menos
convincente de forma de vida, y entonces se escuchan expresiones como: “el
concepto cristiano”, “la doctrina cristiana”, “el programa cristiano”, “la
ideología cristiana”, como si eso fuese realmente lo más importante, y como si
todo eso no estuviese al servicio de algo mucho más profundo, que es la
experiencia que cada hombre y cada mujer tienen que hacer de Cristo.
Lo fundamental del cristianismo es la experiencia que el hombre y la mujer
hacen de Jesucristo, el Hijo de Dios. ¿Qué experiencia tengo yo de Jesucristo?
A lo mejor podría decir que ninguna, y qué tremendo sería que me supiese todo
el catecismo pero que no tuviese experiencia de Jesucristo. Estrictamente hablando
no existe una ideología cristiana, es como si dijésemos que existe una
ideología de cada uno de nosotros. Existe la persona con sus ideas, pero no
existe una ideología de una persona. Lo más que se puede hacer de cada uno de
nosotros es una experiencia que, evidentemente como personas humanas, conlleva
unas exigencias de tipo moral y humano que nacen de la experiencia. Si yo no
parto de la reflexión sobre mi experiencia de una persona, es muy difícil que
yo sea capaz de aplicar teorías sobre esa persona.
¿Es Cristo para mí una doctrina o es alguien vivo? ¿Es alguien vivo que me
exige, o es simplemente una serie de preguntas de catecismo? La importancia que
tiene para el hombre y la mujer la persona de Cristo no tiene límites. Cuando
uno tuvo una experiencia con una persona, se da cuenta, de que constantemente
se abren nuevos campos, nuevos terrenos que antes nadie había pisado, y cuando
llega la muerte y dejamos de tener la experiencia cotidiana con esa persona,
nos damos cuenta de que su presencia era lo que más llenaba mi vida.
Convertirme a Cristo significa hacer a Cristo alguien presente en mi
existencia. Esa experiencia es algo muy importante, y tenemos que preguntarnos:
¿Está Cristo realmente presente en toda mi vida? ¿O Cristo está simplemente en
algunas partes de mi vida? Cuando esto sucede, qué importante es que nos demos
cuenta de que quizá yo no estoy siendo todo lo cristiano que debería ser.
Convertirme a la verdad, convertirme a Cristo significa llevarle y hacerle
presente en cada minuto.
Hay una segunda dimensión de esta conversión: la conversión a la santidad. Dice
el Papa, “Toda la vida debe estar dedicada al perfeccionamiento espiritual. En
Cuaresma, sin embargo, es más notable la exigencia de pasar de una situación de
indiferencia y lejanía a una práctica religiosa más convencida; de una
situación de mediocridad y tibieza a un fervor más sentido y profundo; de una
manifestación tímida de la fe al testimonio abierto y valiente del propio
credo.” ¡Qué interesante descripción del Santo Padre! En la primera frase habla
a todos los cristianos, no a monjes ni a sacerdotes. ¿Soy realmente una persona
que tiende hacia la perfección espiritual? ¿Cuál es mi intención hacia la
visión cristiana de la virtud de la humildad, de la caridad, de la sencillez de
corazón, o en la lucha contra la pereza y vanidad?
El Papa pinta unos trazos de lo que es un santo, dice: “El santo no es ni el
indiferente, ni el lejano, ni el mediocre, ni el tibio, ni el tímido”. Si no
eres lejano, mediocre, tímido, tibio, entonces tienes que ser santo. Elige: o
eres esos adjetivos, o eres santo. Y no olvidemos que el santo es el hombre
completo, la mujer completa; el hombre o la mujer que es convencido, profundo,
abierto y valiente.
Evidentemente la dimensión fundamental es poner mi vida delante de Dios para
ser convencido delante de Dios, para ser profundo delante de Dios, para ser
abierto y valiente delante de Dios.
Podría ser que en mi vida este esfuerzo por la santidad no fuese un esfuerzo
real, y esto sucede cuando queremos ser veleidosamente santos. Una persona
veleidosa es aquella que tiene un grandísimo defecto de voluntad. El veleidoso
es aquella persona que, queriendo el bien y viéndolo, no pone los medios. Veo
el bien y me digo: ¡qué hermoso es ser santo!, pero como para ser santo hay que
ser convencido, profundo, abierto y valiente, pues nos quedamos con los sueños,
y como los sueños..., sueños son.
¿Realmente quiero ser santo, y por eso mi vida cristiana es una vida
convencida, y por lo mismo procuro formarme para convencerme en mi formación
cristiana a nivel moral, a nivel doctrinal? ¡Cuántas veces nuestra formación
cristiana es una formación ciega, no formada, no convencida! ¿Nos damos cuenta
de que muchos de los problemas que tenemos son por ignorancia? ¿Es mi cristianismo
profundo, abierto y valiente en el testimonio?
Hay una tercera dimensión de esta conversión: la dimensión de la
reconciliación. De aquí brota y se empapa la tercera conversión a la que nos
invita la Cuaresma. El Papa dice que todos somos conscientes de la urgencia de
esta invitación a considerar los acontecimientos dolorosos que está sufriendo
la humanidad: “Reconciliarse con Dios es un compromiso que se impone a todos,
porque constituye la condición necesaria para recuperar la serenidad personal,
el gozo interior, el entendimiento fraterno con los demás y por consiguiente,
la paz en la familia, en la sociedad y en el mundo. Queremos la paz,
reconciliémonos con Dios”.
La primera injusticia que se comete no es la injusticia del hombre para con el
hombre, sino la injusticia del hombre para con Dios. ¿Cuál es la primera
injusticia que aparece en la Biblia? El pecado original. ¿Y del pecado de Adán
y Eva qué pecado nace? El segundo pecado, el pecado de Caín contra Abel. Del
pecado del hombre contra Dios nace el pecado del hombre contra el hombre. No
existe ningún pecado del hombre contra el hombre que no provenga del pecado
primero del hombre contra Dios. No hay ningún pecado de un hombre contra otro
que no nazca de un corazón del cual Dios ya se ha ido hace tiempo. Si queremos
transformar la sociedad, lo primero que tenemos que hacer es reconciliar
nuestro corazón con Dios. Si queremos recristianizar al mundo, cambiar a la
humanidad, lo primero que tenemos que hacer es transformar y recristianizar nuestro
corazón. ¿Mis criterios son del Evangelio? ¿Mis comportamientos son del
Evangelio? ¿Mi vida familiar, conyugal, social y apostólica se apega al
Evangelio?
Ésta es la verdadera santidad, que sólo la consiguen las personas que realmente
han hecho en su existencia la experiencia de Cristo. Personas que buscan y
anhelan la experiencia de Cristo, y que no ponen excusas para no hacerla. No es
excusa para no hacer la experiencia de Cristo el propio carácter, ni las
propias obligaciones, ni la propia salud, porque si en estos aspectos de mi
vida no sé hacer la experiencia de Cristo, no estoy siendo cristiano.
Cuaresma es convertirse a la verdad, a la santidad y a la reconciliación. En
definitiva, Cuaresma es comprometerse. Convertirse es comprometerse con Cristo
con mi santidad, con mi dimensión social de evangelización. ¿Tengo esto? ¿Lo
quiero tener? ¿Pongo los medios para tenerlo? Si es así, estoy bien; si no es
así, estoy mal. Porque una persona que se llame a sí misma cristiana y que no
esté auténticamente comprometida con Cristo en su santidad para evangelizar, no
es cristiana.
Reflexionen sobre esto, saquen compromisos y busquen ardientemente esa
experiencia, esa santidad y ese compromiso apostólico; nunca digan no a Cristo
en su vida, nunca se pongan a sí mismos por encima de lo que Cristo les pide,
porque el día en que lo hagan, estarán siendo personas lejanas, indiferentes,
tibias, mediocres, tímidas. En definitiva no estarán siendo seres humanos
auténticos, porque no estarán siendo cristianos.
Por: P. Cipriano Sánchez LC
NUNCA MEJOR DICHO, “PARA CHUPARSE LOS DEDOS”
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