Nuestra relación con Dios, la forma en la que lo amamos, vivimos la fé y
depositamos nuestra esperanza en El.
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Una casa se incendió
una noche. Los padres y los hijos corrieron afuera. Sin embargo, un niño de
cinco años, escapó a sus padres y quedó atrapado en el segundo piso. El padre
vio al niño en la ventana rodeado de humo. Le gritó, ¡Salta, yo te
recibiré en mis brazos! Pero el niño gritó, Papi, no puedo verte.
El padre respondió, No importa, yo sí te puedo ver a ti. ¡Salta!
Dios nos ve, aunque nosotros no lo veamos, pero tenemos que confiar en Él,
pues es nuestro Padre. El cristiano ha recibido el don inmenso de poder decir
a Dios: Padre nuestro. ¿Qué podrá negar a los hijos que piden, habiéndoles
antes otorgado el que fuesen hijos? (San Agustín).
Las virtudes teologales de fe, esperanza y amor, van muy unidas, tanto que
casi son la misma cosa pero expresada de diferente manera según el quién y el
para qué. La Escritura nos ha desvelado la relación entre la falta de amor e
increencia:
El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor (1Jn 4,8). Dios
es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él (1Jn
4,16). Estas palabras expresan con claridad el corazón de la fe cristiana.
¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe si no tiene obras? (St
2,14-18). Sólo el amor efectivo en la vida de los creyentes manifestará
creíblemente al mundo su fe, dará testimonio efectivo de que conocen a Dios y
de que han creído en su amor. La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad
sin fe sería un sentimiento sometido a un constante vaivén de dudas.
Ambas cosas unidas garantizan nuestra Esperanza, una esperanza que no
defrauda, porque la esperanza del cielo tanto alcanza cuanto espera
como poéticamente canta san Juan de la Cruz. La fe y el amor se necesitan
mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino"
(Benedicto XVI). La fe, por lo tanto, tiene que estar encarnada en el aquí,
en nuestra historia. Esta fe nos impulsa a discernir las llamadas de Dios en
los signos de los tiempos y a dar testimonio de aquello que creemos y
esperamos.
El amor verdadero espera en Dios y en el otro; el que espera encuentra
siempre nuevos caminos, nos ayuda a dar el salto en medio de la noche. Dios
se revela en la historia como el Dios de la esperanza (Rm 15,13), porque hay
muchas señales de esperanza en medio de toda clase de dificultades. Junto con
esta experiencia está la del Dios liberador, que se preocupa de los seres humanos
y busca liberarlos, suscitando anhelos de salvación liberadora en nuestros
pueblos. Cuando en una sociedad muere la esperanza, la vida de las personas
no tiene sentido; falta empuje y entusiasmo, todo va perdiendo fuerza y
calor.
No son pocos los que, aun llamándose cristianos, viven extraños a las
alianzas de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo (Ef 2,12).
Una sociedad desesperanzada carece de metas, es pasiva y vive en busca de la
seguridad.
La confianza en Dios y en su fidelidad, la fe en sus promesas son las que
garantizan la realidad de este futuro (Hb 11,1) y permiten por lo menos
entrever sus maravillas. Las promesas de Dios revelaron poco a poco a su
pueblo el esplendor de este porvenir, que no será una realidad de este mundo,
sino una patria mejor, es decir, celestial (Hb 11,16): la vida
eterna, en la que el hombre será semejante a Dios.
Cristo es nuestra esperanza (1Tm 1,1), el que esperó y vivió la tensión de la
esperanza. Desde tal esperanza aprendemos a creer en Dios y descubrir el
sentido de las cosas. Toda la fuerza de nuestra esperanza se basa en su
vuelta (Hch 1,11). Nuestra esperanza se funda en la resurrección de
Jesucristo. Esperar contra toda esperanza nace del resucitado por
Dios.
Él ha sido el primer resucitado de entre los muertos (Col 1,18). La
resurrección de Jesús es garantía de la nuestra. Dios que resucitó al
Señor, también nos resucitará a nosotros por su fuerza (1Co 6,14). El
Dios Amor (1Jn 4,8) es para el cristiano el Dios de la espe¬ranza (Rm
15,13). Dios se ha manifestado a favor nuestro, por lo que hay motivos para
tener con¬fianza, una esperanza mejor (Hb 7,19). Cuando esperamos
contra toda esperanza somos testigos de lo gratuito.
Esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva (Ap 21,1). La
esperanza cristiana no es pasiva, es pasión por lo nuevo y camino eficaz del
futuro. Éste se proyecta confiado en Dios, pero con la colaboración de todos
los humanos.
La esperanza de la Iglesia es gozosa (Rm 12,12), incluso en el sufrimiento
(1P 4,13), pues la gloria que se espera es tan grande (2Co 4,17) que
repercute ya en el presente (1P 1,8s). Esta esperanza engendra sobriedad (1Ts
5,8) y conversión (Tt 2,12). A los discípulos desesperanzados y temerosos
Jesús les repetía: No se turbe vuestro corazón (Jn 14,1), porque
volveré y os alegraréis (Jn 16,22).
La tenacidad en la fe, en el amor y esperanza nos ayuda a mantenernos firmes,
con un espíritu cristiano, en los momentos de prueba, pues la tribulación
produce la paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada
esperanza (St 1,2-3). La esperanza es gozosa, paciente y confiada. Gozosa
por el bien que se espera y por la ilusión con que se espera. La alegría y la
paciencia son hijas de la esperanza y son dos alas que nos permiten volar por
encima de todas las dificultades. La esperanza cristiana tiene un fundamento
último en Dios que no nos puede fallar, porque es imposible que Dios
mienta (Hb 6,18), porque Él permanece fiel (2Tm 2,13).
Debemos esperar con paciencia y confianza un mundo mejor, y debemos hacerlo
con una espera activa y colectiva. Debemos esperar como la madre, el enfermo,
el preso... como tanta gente que vive de esperanza. Es necesario que brote la
esperanza en nuestras vidas. Dios, difiriendo su promesa, ensancha el
deseo; con el deseo, ensancha el alma, y, ensanchándola, la hace capaz de sus
dones. Deseemos, pues, hermanos, ya que hemos de ser colmados (san
Agustín).
Y junto a esos deseos hay que pedir, también, al Señor, que fortifique los
corazones, que haga fuertes las rodillas de los débiles, que cure las heridas
de los enfermos, que devuelva la alegría y la esperanza a los tristes y
deprimidos.
Autor: P. Eusebio Gómez Navarro
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"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)
domingo, 26 de enero de 2014
Cree, ama y espera
sábado, 25 de enero de 2014
ECOLOGIA DE LA VIDA
Autor: Pablo Cabellos
Llorente
En la novela de Wallace Stegner, "En lugar seguro",
el protagonista y narrador, mientras
mira el pasado, dice que su mujer es muy
sociable y las personas le interesan simplemente porque son personas. Es
envidiable esa forma desinteresada de tener interés. Se parece un poco a
nuestra época la que él recuerda de sus comienzos profesionales, cuando la gran
Depresión, afirmando que es hermoso ser joven y pobre; con la esposa adecuada,
y yo la tenía -escribe-, las privaciones se convierten en un juego.
No retrata un tiempo dorado si así se considera lo fácil -ya es mayor y su esposa tiene los
días contados-, pero ama lo que ha vivido y lo resucita con ternura. Leyendo,
he pensado en la vida, en nuestras vidas, en el respeto a la persona por serlo.
Y es que descubrir la verdad sobre el hombre, observar la realidad humana es
algo complejo y rico que sólo se aprende con el tiempo. La vida humana,
cualquier vida, es algo extraordinario, incluso aquellas que, según expresión
del Papa Francisco, algunos consideran material de desecho; quizá éstas valen
más.
Los cínicos que
manejan perfectamente el escepticismo burlón que, como escribe Yepes, no se
toma nada en serio, ni siquiera lo que es serio, especialmente esa exclusión "El sentido de la vida no
existe, pero nos queda la risa. Esto es el cinismo", una mezcla de
nihilismo y tragedia. Cuando no se ama a la persona porque es persona, cuando
no se ama la vida porque es vida, todo es vacío, máscara, nada. De ahí nace el
"carpe diem!" de Horacio, un estímulo para apostar sólo por el
presente, y a identificar el sentido de la vida y la felicidad con el placer,
emergiendo como opuesto a la virtud, el
placer más firme.
Todo ser vivo, pero de modo muy cualificado el humano, tiene
una fuerza enorme: su ley, la ley de la vida, que lo conserva y lo hace fuerte.
Cuando la fuerza pierde su ley, su medida -escribe también Yepes-, deforma a
los seres, es un impulso destructor que trastorna, mata, aniquila. La fuerza
natural de los seres vivos sólo es violenta cuando escapa a la ley de la vida y
ocasiona una destrucción desordenada, sin sentido, inútil. Eso es la violencia:
la fuerza natural que se convierte en terror o fanatismo destructores del orden
y de la armonía, entendidos no como una constricción extrínseca, sino como una
ruptura de su naturaleza.
Eso es el aborto: violencia contra la vida natural, falta de
respeto a la persona, con independencia de que el "nasciturus" sea o
no considerado como tal: es un ser vivo, un hombre o mujer en una fase de
desarrollo como tantas otras que experimentará a lo largo de su existencia. Se
destrozan brutalmente. Pero violencia a la madre, aunque sea libre para tal acción. El concebido es otro
ser distinto de ella, pero el cuerpo y la psique de la gestante son
violentados. El aborto procurado es el cinismo de no tomarse en serio lo que es
serio. Se violentan los restantes actores tanto más cuanto más bajos sean sus
motivos: dinero, desecho de un disminuido, engaño. Es probablemente el acto más
contrario a la ecología que toda vida requiere, cualquier vida, que es única,
irrepetible.
viernes, 17 de enero de 2014
Rezando el Padre Nuestro frente a la Eucaristía
Te pido mi Jesús, que cada vez que rece la oración que tú me enseñaste,
lo haga despacio, con calma, con amor.
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Estoy frente a ti, Señor, en esta mañana de cielo azul y sol
resplandeciente. Me dispongo a rezar, después de saludarte y empiezo:
"Padre Nuestro... me detengo y llega hasta mi como un relámpago
la escena en que tú, Jesús, les decías a aquel grupo de hombres que habías
escogido, que te seguían y que te veían orar.
Te preguntaron cómo debían orar y tú dijiste:
Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro, que estás en los cielos,
santificado sea tu Nombre, venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad así
en la tierra como en el cielo, danos hoy nuestro pan de cada día y perdona
nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden y no
nos dejes caer en tentación y líbranos del mal. (Mt 6, 9-13)
Y añadiste: Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el
cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás,
tampoco el Padre los perdonará a ustedes. (Mt 6, 9-15)
Me detengo unos momentos para pensar lo que estoy diciendo, ya que
generalmente esa oración es una rutina en mi vida.
Su comienzo es toda una maravilla de grandeza, de fuerza, de ternura... y
revelada por ti, Señor, porque sino ¿quién se atrevería a llamar PADRE, al
Omnipotente, al Creador del cielo y de la tierra, a la Divinidad, al
Todopoderoso, al que dijo: "Yo Soy El que Soy"? Pues bien,
Jesús, tú que eres su Hijo, dijiste que es así como le podemos llamar, con
plena confianza, con respeto pero con mucho amor: Padre
También nos dices que hay que santificar ese NOMBRE, que
debemos darle todo el respeto y la gloria de que es merecedor y después
añades una petición: Que venga tu Reino, ese Reino por el que
Tú te hiciste hombre y es el que viniste a anunciar y que fue el causante de
tu muerte y nos sigues pidiendo que recordemos que es también nuestra misión
el anunciarlo.
Y lo que sigue, ¡qué bien lo sabes tú, Jesús! Cada día, en todos los rincones
de la Tierra hay alguien que te dice, aún con lágrimas en los ojos y el
corazón roto de dolor, ¡hágase tu Voluntad! ¡Qué difícil, cómo
cuesta dejar todo en tus manos y aceptar tu Voluntad!
Y sigue otra petición: Nuestro pan Señor que no nos falte. ¡Que
todos tus hijos, sin distinción de razas y credos, tengan el alimento de cada
día, ya que a ti te preocupaba y apenaban aquellos hombres que te seguían y
no tenían que comer y que tenían hambre... y lleno de piedad hiciste uno de
los milagros más hermosos. Ahora nos toca a nosotros luchar porque llegue el
día en que no exista el hambre en esta Tierra.
Y lo más importante, que nunca nos falte TU Pan, la Eucaristía, que siempre
podamos recibirla, que aumentes nuestra fe para amar cada día más Tu
presencia en ese pequeño pedacito de Pan donde quieres quedarte con nosotros
para siempre.
Y luego, la petición de la humildad pidiendo perdón de nuestras ofensas,
pero ese perdón, lleva una condición. ¡Ay, Jesús, esa condición, tú lo sabes
porque conoces nuestro corazón, cómo nos cuesta! Mira que le ponemos al
Padre, el ejemplo de que nos perdone "cómo nosotros perdonamos" y
nosotros somos los que siempre decimos: "¡yo eso no lo voy a perdonar,
no puedo, me han hecho demasiado daño o es una persona que no la soporto, me
cae muy mal y no la voy a perdonar!" o "yo perdono pero... no
olvido". ¡Ay, Jesús!, tú que sabes y recuerdas que diste hasta la última
gota de tu preciosa sangre para que fuésemos perdonados y sabes también que
esa es la condición del amor por nuestros semejantes. Perdonar y olvidar,
porque así es el perdón que Dios, nuestro Padre, nos da. Y nosotros sabemos
muy bien cómo es nuestro perdón...
Ya voy a terminar la oración más hermosa que nos pudiste enseñar, pidiendo: Que
no nos dejes caer en la tentación, qué seamos fuertes para no
rendirnos a los mil sortilegios y engaños del enemigo de ese Dios que tanto
nos ama y ¡líbranos del mal! Si, líbranos de ese mal y de
tantos males para que no echen raíces en nuestro corazón, y nos puedan alejar
de nuestro Padre Dios.
Bendita, como ninguna, la oración del Padre Nuestro, que siendo tan hermosa
la decimos todos los días pero tan rutinariamente que no le podemos dar todo
el maravilloso sentido y poder que ella encierra.
Te pido mi Jesús, que cada vez que rece la oración que tú me enseñaste, lo
haga despacio, con calma, con amor, sabiendo que la dirijo a mi Padre Bueno
que me escucha y me ama.
Gracias por estar presente en la Eucaristía... gracias por Tu Pan de
cada día.
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Autor: Ma Esther De Ariño
jueves, 16 de enero de 2014
Una cadena ininterrumpida
Hoy también esta cadena continúa. Estos niños son el anillo de una
cadena, esta es la cadena de la fe.
Autor: Papa Francisco | Fuente: es.radiovaticana.va |
Jesús no tenía necesidad de ser bautizado, pero los primeros teólogos
dicen que con su cuerpo, con su divinidad, con su bautismo bendijo todas las
aguas para que las aguas tuvieran este poder de dar el bautismo. Después,
antes de subir al cielo, Jesús nos ha dicho de ir por todo el mundo a
bautizar. Desde aquel día hasta el día de hoy esto ha sido una cadena
ininterrumpida: se bautizan a los hijos, y a los hijos, después a los hijos y
a los hijos...
Y hoy también esta cadena continúa. Estos niños son el anillo de una cadena. Ustedes traen a estos chicos para el bautizo, después de unos años, ellos traerán un hijo, o un sobrino a bautizar y esta es la cadena de la fe. ¿Qué quiere decir esto? Yo quisiera solamente decirles esto: ustedes son trasmisores de la fe, tienen el deber de trasmitir esta fe a estos niños. Es la mejor herencia que les dejarán a ellos: ¡la fe! Sólo esto. Hoy lleven a casa este pensamiento: Nosotros debemos ser trasmisores de la fe, piensen esto, piensen siempre como trasmitir la fe a los niños. Hoy canta el coro, pero el coro más bonito es este de los niños, que hacen ruido... Algunos llorarán, porque no están cómodos o porque tiene hambre: si tienen hambre mamás denles de comer. ¡Tranquilas eh! Porque aquí son ellos ´lo principal´.Y ahora con esa conciencia de ser sus trasmisores de la fe, continuamos la celebración del bautismo. |
miércoles, 15 de enero de 2014
Creo que puedes, creo que quieres
La fe hay que actuarla también en las cosas que pedimos en la oración.
Cuántas oraciones están llenas de todo menos de fe.
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Comentábamos el día de ayer martes 14, sobre la fe que debemos tener
sobre las cosas "que no se pueden"
A cada idea negativa, -y son tantas las que diariamente nos golpean- hay que saber enfrentar una positiva, a modo de martillazo. Una idea positiva, una idea de que va a salir, una idea de que creo en el poder de Dios. Una idea positiva de fe. A veces hacer un verdadero acto de fe, cuesta mucho trabajo porque existe una idea anti-fe; muy arraigada. Todos o casi todos, dicen: "que no se puede". Algunos sienten la obligación moral de aconsejar a los pobres incautos, idealistas; y demás de que no se puede, "que ellos ya lo han intentado, que está todo bien calculado y medido; no se puede". Yo creo que esa expresión es demasiado fea, y demasiado mala. Si yo, por ejemplo, no he logrado algo, no tengo ningún derecho a decir a los que vienen detrás, "que eso no se puede". Una cosa es que yo no pude y otra cosa es que ellos no van a poder hacerlo. Yo les puedo decir yo no lo logré quizás porque me equivoqué, me faltó fe, pero al mismo tiempo decirles: "!Ánimo, es probable que ustedes sí lo logren!" Eso es más caritativo y más humano. Hablo de martillazos de fe, esa sería la expresión, porque cada vez que llega una idea negativa de no puedo, martillazo, golpe, sí puedo. Habrá que luchar a veces contra todo y contra todos: contra los propios pensamientos que a veces son los más difíciles de expulsar. Luchar además contra otras personas que sin mala intención concluyen que no se puede; y a veces, los encontramos demasiado cerca de nosotros, en la propia familia, en algunos de nuestros amigos que, además, van con la sana idea de ayudar y te repiten; y te dicen, y hasta se enojan sí tu pretendes decirles que tal vez sí se pueda. Se enojan y te retan: "ya verás", "te lo dije". Para ser eficaz en lograr un meta apoyada por la fe, hay que buscar que esas metas sean concretas, precisas, aferrables, que se puedan contar, medir; porque si es una meta genérica, medio nebulosa, no se puede. Hay que decir, además, que la fe funciona de distinta manera a la razón, como en zigzag. La razón usa la evidencia, mide, calcula; y en base a eso, saca sus conclusiones. La fe en cambio, se agarra, se aferra a una certeza de lograr una meta aunque parezca muy difícil. Y no duda un segundo, aunque la evidencia le diga que no lo va a lograr. Sigue luchando y sin saber cómo, atrapa la meta. Por eso, los que no tienen fe, al final preguntan, ¿cómo le hizo? Yo varias veces he tenido que decir: Fe y saliva. No basta creer por un rato, hay que seguir creyendo sin darse jamás por vencido. Mucha gente es capaz de hacer un acto de fe al inicio un poco a prueba casi para luego convencerse de que "ya ve", "no sale", "se lo dije", "lo teníamos ya calculado, no sale". El hombre de fe no reacciona de esa manera, él sabe que va a lograr la meta. Sigue creyendo, cuando casi evidentemente se ve que no. Y de pronto, sin que otros lo crean, salió el resultado. ¿Cómo le hizo? Así preguntan los que no tienen fe, porque ante la evidencia de que salió, los pobres no pueden decir, "no sale". Preguntan "¿cómo le hizo?" La fe hay que actuarla también en las cosas que pedimos en la oración: "Todo lo que pidiereis sin dudar, creed que ya lo habéis recibido, y se os dará". Cuántas oraciones están llenas de todo menos de fe. Entre todas esas palabras, y llanto y lágrimas; digamos: Creo que puedes, creo que quieres. Hay en el evangelio oraciones de este tipo que a Cristo le fascinaron, que le arrancaron los milagros a la primera. Un leproso que se le acerca de rodillas y le dice esta oración tan breve y tan profunda: "Señor, sí quieres puedes curarme". Respuesta: "Quiero, queda limpio". Incluso aquella mujer que ni le dijo una palabra, tenía una grave enfermedad, unas hemorragias, había gastado todo su dinero y no había servido de nada. Ella hizo este acto de fe: "Basta que toque su manto y quedaré curada". Efectivamente, tocó su manto y quedó curada en el acto. Un centurión romano es decir, una persona que era pagana, tuvo más fe que ninguno. Le pidió a través de unos amigos a Jesús que curara a su siervo que estaba muy enfermo. Y Jesús dijo: "Cómo no, voy a su casa y lo curaré". Cuando él se dio cuenta que venía a su casa, mandó a decirle: "no, no, por favor, no vengas a mi casa, no necesitas venir". Fíjense la fe cómo es: "no necesitas venir, basta con que lo mandes tú". De la misma manera, así se argumentaba así mismo, "que yo que soy un centurión tengo cien soldados a mis órdenes, le digo a éste: Haz esto; y lo hace, y a mi siervo: tráeme tal cosa, y me la trae". Y Jesús públicamente no se aguantó las ganas de decir estas palabras: "No he encontrado una fe tan grande en todo Israel". Eso es tan hermoso, que incluso en la misa a la hora de la comunión, se pronuncia la frase que dijo el centurión: "No soy digno de que vengas a mi casa". Esas palabras fueron dichas por un pagano que tenía fe. En cambio, pongamos otro caso, el de un hombre muy educadito, muy modosito que tenía un hijo enfermo, y había ido con los apóstoles a que le curaran, y no pudieron. Se ve que también les faltó fe a los mismos apóstoles. Y entonces medio desesperado va con Jesús. "Mi pobre hijo enfermo... fui con tus apóstoles y no pudieron". Subrayando: "no pudieron", "sí tú puedes hacer algo", no le dijo: "tú puedes", sino "si tú puedes". La duda. Muy educadito pero sin fe. Y Jesús, como que severamente le dice, "¿Puedes tu creer?" El otro entendió la indirecta y dijo: "Sí, señor, ayuda mi incredulidad". Lo curó como a regañadientes, no muy a gusto. Porque cuando había fe, Cristo muy a gusto curaba. Y hoy día, cuando hay un hombre o una mujer de fe, muy a gusto le presta su omnipotencia para que realice las cosas. A los hombres de fe, Dios les presta, repito, su omnipotencia. Por eso no se explica humanamente hablando, cómo es que una persona que tiene fe saca las cosas adelante. La gente no se lo explica, no lo entiende. En cambio Él sí sabe por qué suceden las cosas, porque se fía de esas palabras de Jesús. Asi nos lo dice el Papa Francisco muchas veces: "Los milagros existen, pero es necesario rezar. Con una oración ferviente, insistente, perseverante, no una oración para cumplir." (24-5-2013) Alguien dijo, refiriéndose solo a la fe humana, esto de lo que estoy totalmente persuadido: "Todo lo que la mente de un hombre llegue a creer, esa misma mente lo realizará." ¿Será una ley espiritual? Creo que sí. Quiero recordar una poesía, creo que es del Dr. Bernard, que a mí realmente me inspira mucho; y que no cabe duda que la siguen los hombres de fe, sean atletas, sean realizadores, en el campo profesional, en el campo espiritual, el que sea. La poesía dice así: Sí piensas que estas vencido, lo estás. Sí piensas que no te atreves, no lo harás; sí piensas que te gustaría ganar, pero que no puedes, no lo lograrás. Sí piensas que perderás, ya estás perdido, Porque en el mundo encontrarás que el éxito comienza con la voluntad del hombre, todo está en el estado mental, es decir, en la fe. Porque muchas carreras se han perdido antes de haberse corrido y muchos cobardes han fracasado antes de haber su trabajo empezado. Piensa en grande y tus hechos crecerán, piensa en pequeño, y quedarás atrás, piensa que puedes; y podrás. Todo está en el estado mental, EN TU FE. Sí piensas que estas aventajado, los estás. Tienes que pensar bien para elevarte. (Y termina de esta manera, que es como el resumen.) Tienes que estar seguro de ti mismo antes de intentar ganar un premio. La batalla de la vida no siempre la gana el hombre más fuerte o el más ligero, porque tarde o temprano el hombre que gana es aquél que CREE QUE PUEDE HACERLO. Quisiera repetir al final lo más importante y es, el reto que nos lanza Jesús, en Marcos 11, 22-24. Tened fe en Dios, yo os aseguro que quien diga a este monte, quítate y arrójate al mar; y no vacile en su corazón, sino que crea que va a suceder lo que dice, lo obtendrá. Por eso os digo, todo cuanto pidáis en la oración creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis. En la relación a esto, la frase más hermosa que alguien me pudo decir en la vida fue ésta: "Usted me enseñó a creer". Ojalá que no solo sea una persona, sino muchas las que puedan decir, tú entre ellas: "Usted me enseñó a creer", porque de esa manera te enseñaré también a triunfar en la vida. |
Autor: P. Mariano de Blas LC
martes, 14 de enero de 2014
Bautismo de Cristo... ¿para qué?
El bautismo nos colma de gracias para caminar como hijos de Dios.
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A Cristo se le llegó
el momento de dejar casa y madre, tranquilidad y sosiego, para comenzar una
vida de aventura, de acción y de mucha comunicación con el sufrido pueblo
hebreo. Habían sido años tranquilos los pasados en Nazaret, distribuidos
entre la convivencia familiar, el rudo trabajo de carpintero y sobre todo la
oración al Buen Padre Dios que sería la base para el trabajo y la misión que
el mismo Dios le encomendaba.
A grandes zancadas, después de despedirse tiernamente de su madre, de sus familiares y de sus amigos, se dirigió a las márgenes del río Jordán en la aristocrática Judea para escuchar a un nuevo predicador, a un profeta, que bautizaba a los que convertían su corazón a Dios. Juan el Bautista llegó a tener a muchas gentes que iban con buen corazón a ser bautizadas por él. Y se encontraban con una palabra ruda y con fuertes amenazas y castigos para los que se negaban a convertir su corazón a Dios. Juan tenía una palabra despiadada para todos, y más que un bálsamo para la herida, parece que a él le gustaba más echarle sal, que dolía, que escocía pero que al fin y al cabo curaba y sanaba. A los que se convertían y reconocían sus pecados, Juan los metía entonces en el río Jordán, como un símbolo de penitencia y como un sello entre la divinidad y el hombre arrepentido. A este Juan es al que Cristo se dirigió, para ser bautizado por él. Entendemos que el bautismo es un rito que casi todas las religiones tienen, símbolo de pureza, de limpieza ritual, y entrada al contacto con la divinidad. El agua, casta y cristalina es el símbolo que mejor puede significar la conversión del corazón, el lavado espiritual para poder acercarse a la divinidad. Y aquí surge una pregunta que inquietó mucho a los primeros cristianos. Si Cristo no tenía pecados, si la vida de Cristo era una vida sin maldad, y todo lo contrario, al decir de San Pablo "Cristo pasó haciendo el bien, sanando a todos los oprimidos por diablo, porque Dios estaba con él", entonces ¿porqué se bautizo por manos de Juan? Juan Bautizaba precisamente para preparar el camino al Señor, al Enviado, al Mesías, al esperado y las gentes salían convertidas verdaderamente por su predicación y echaban fuera sus pecados. Cristo quiere sentirse solidario hasta ese extremo con su pueblo, hasta someterse a un rito de purificación, aunque él personalmente no tuviera pecado. Debemos reconocer la humildad, la sencillez pero sobre todo la solidaridad de Cristo con todos los que intentamos alejar de nosotros el pecado y la maldad. Es la primera intención, pero había otra, y esa la descubriremos después del bautismo. De esta manera ya estamos preparados para la escena que nos presenta San Mateo en su Evangelio, un Cristo formado en la fila de los pecadores. No va con prepotencia, no lleva guaruras, no quiere que le den preferencia, va formado como todos, con muchas ilusiones en su corazón, oyendo atentamente los comentarios de las gentes que lo rodeaban y cuando llegó el momento de presentarse ante Juan, Cristo pudo darse cuenta de su desconcierto e inquietud de aquel. Fue demasiado fuerte para él estar situado ante Cristo y ante un Cristo que pedía su bautismo que era ciertamente inferior al que Cristo traía para todos los hombres. Y así se lo manifiesta, poniéndose de rodillas ante Jesús: "Yo soy quien deber ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a que te bautice?". Pues más creció su inquietud, cuando Cristo poniéndose de rodillas ante él, le ofreció un argumento que no dejaba lugar a dudas: "Has ahora lo que te digo, porque es necesario que así cumplamos todo lo que Dios quiere". Y así se hizo. No se dan más detalles del bautismo. Juan lo tomó por los hombros, y semidesnudo lo sumergió profundamente en las aguas del Jordán. Cuando Cristo se retiró, quizá sin haberse secado totalmente, cayó en una profunda oración, que dejó admiradas a las gentes que habían contemplado su bautismo. Y en medio de esa profunda oración, se descubre la segunda intención del bautismo de Cristo: apareció en ese momento una nube misteriosa y desde dentro de ella, una voz potente que decía: "Este es mi Hijo muy amado en quien tengo mis complacencias", al mismo tiempo que "se le abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que descendía en forma de paloma". Algo trascendental ocurre entonces en ese momento, no sólo es presentado Jesús como Salvador, como verdadero Hijo de Dios, sino que Dios mismo se presenta en forma trinitaria, invitando a todas las gentes a participar de la alegría de unos cielos que se abren para dar paso al Salvador. Es el momento que Isaías había pedido a Dios, que rompiera ya su prolongado silencio y dirigiera su rostro y su palabra al pueblo: "!Ah, si rasgases los cielos y descendieses...!". Y es el momento por el que también Isaías había suspirado, aunque él solo pudo clamar por un siervo, nunca por un hijo y menos el Hijo de Dios como salvador: "Miren a mi siervo a quien sostengo, a mi elegido, en quien tengo todas mis complacencias. En él he puesto mi espíritu para que haga brillar la justicia sobre las naciones". El Padre llena todas las expectativas y nos envía precisamente a su Hijo, su Hijo amado, motivo de todas sus complacencias. Y podemos estar seguros que con Cristo vienen los dones y los regalos propios de la presencia del Espíritu Santo de Dios que ahora tiene dos brazos para abrazar a nuestra humanidad y llenarla de gozo y de alegría, aparejadas con el perdón de los pecados y la seguridad de que al incorporarnos al bautismo de Cristo podremos continuar, porque la puerta ya está abierta, y podremos participar de otros sacramentos, que acompañarán toda la vida del hombre, la confirmación, corroborando nuestra fe, y el banquete, el banquete de los hijos de Dios que pueden participar comiendo el Cuerpo y la Sangre redentoras de Cristo que ve así realizada su propia Pascua. No está por demás decir que nuestro propio bautismo, que no es el mismo que Cristo recibió del Bautista, hace que las palabras dirigidas primeramente a Cristo: "Este es mi Hijo muy amado en quien tengo todas mis complacencias", puedan ser dirigidas también a nosotros, que tenemos entonces la dicha de haber atraído la mirada del Buen Padre Dios que nos colma con sus dones, su perdón y sus gracias para que vayamos caminando precisamente como hijos de Dios. Tengamos pues, una gran estima por este sacramento admirable que nos ha abierto las puertas del corazón de Dios y aprestémonos a vivir como Cristo, que pasó haciendo el bien y curando a todos de sus enfermedades. También nosotros tendremos esos dones para que con la sonrisa, la mano tendida y el corazón puesto en los más necesitados, también contribuyamos a la salvación de todo nuestro universo.
Autor: P. Alberto
Ramírez Mozqueda
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lunes, 13 de enero de 2014
Conocer qué sucede en el propio corazón
¿Yo pongo a prueba lo que pienso, lo que quiero, lo que deseo o lo tomo
todo?
Autor: SS Francisco
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Misas matutinas en la
Capilla de la Domus Sanctae Martahe. Martes 7 de enero de 2014.
El cristiano sabe vigilar su corazón para distinguir lo que viene de Dios y lo que viene de los falsos profetas. La vida de Jesús es la del servicio y de la humildad. "Una camino que todos los cristianos están llamados a seguir". El papa Francisco ha desarrollado la homilía sobre el "permaneced en el Señor", la exhortación del apóstol Juan . Un "consejo de vida" que Juan repite de forma "casi obsesiva". El apóstol indica una de las actitudes del cristiano que quiere permanecer en el Señor: conocer qué sucede en el propio corazón. Por esto no prestar fe a cualquier espíritu, sino de poner "a prueba a los espíritus". Saber "discernir los espíritus", discernir si una cosa nos hace "permanecer en el Señor o nos aleja de Él". Nuestro corazón siempre tiene deseos, tiene anhelos, tiene pensamientos. Pero ...¿estos son del Señor o algunos de estos nos alejan del Señor?. Por eso el apóstol Juan nos exhorta a "poner a prueba" lo que pensamos y deseamos: "Si esto va en la línea del Señor, así irá bien, pero si no va... Poner a prueba los espíritus para ver si son verdaderamente de Dios, porque muchos falsos profetas proceden del mundo. Profetas y profecías o propuestas: "¡Yo quiero hacer esto!" Pero no te lleva al Señor, te aleja de Él. Por esto es necesaria la vigilancia. El cristiano es un hombre o una mujer que sabe vigilar su corazón. Y muchas veces nuestro corazón, con tantas cosas que van y vienen, parece un mercado local: de todo, encuentras de todo allí... ¡Y no! Debemos saber - esto es del Señor y esto no lo es - para permanecer en el Señor". Por tanto, ¿cuál es el criterio para entender si algo viene de Cristo o del anticristo? San Juan tiene una idea clara y sencilla: todo espíritu que reconoce a Jesucristo, venido en la Carne, es de Dios. Todo espíritu que no reconoce a Jesús no es de Dios: es el espíritu del anticristo. Pero, ¿qué quiere decir reconocer que el "Verbo ha venido en Carne?". Reconocer el camino de Jesucristo, reconocer que Él, siendo Dios, se ha abajado, se ha humillado hasta la muerte de cruz. Ese es el camino de Jesucristo, el abajamiento, la humildad, también la humillación. Si un pensamiento, si un deseo te lleva sobre ese camino de humildad, de abajamiento, de servicio a los demás, es de Jesús. Pero si te lleva sobre el camino de la suficiencia, de la vanidad, del orgullo, sobre el camino de un pensamiento abstracto, no es de Jesús. Pensemos en las tentaciones de Jesús en el desierto: las tres propuestas que hace el demonio a Jesús son propuestas que querían alejarlo de este camino, el camino del servicio, de la humildad, la humillación, la caridad. Pero la caridad hecha con su vida ¿no? A las tres tentaciones Jesús dice no: "No, este no es mi camino". Invito a todos a pensar precisamente en lo que sucede en nuestro corazón. En lo que pensamos y sentimos, en qué queremos, a examinar los espíritus. "¿Yo pongo a prueba lo que pienso, lo que quiero, lo que deseo o lo tomo todo?". Muchas veces, nuestro corazón es un camino, pasan todos por allí... Poner a prueba. ¿Y elijo siempre las cosas que vienen de Dios? ¿Sé cuales son las que vienen de Dios? ¿Conozco el verdadero criterio para discernir mis pensamientos, mis deseos? Pensemos esto y no olvidemos que el criterio es la Encarnación del Verbo. El Verbo ha venido a la carne: ¡esto es Jesucristo! Jesucristo que se ha hecho hombre, Dios hecho hombre, se ha abajado, se ha humillado por amor, para servirnos a todos nosotros. Y el apóstol Juan nos conceda la gracia de conocer qué sucede en nuestro corazón y tener la sabiduría de discernir lo que viene de Dios y lo que no viene de Dios". |
domingo, 12 de enero de 2014
Con mi Madre
En tus manos de Madre dejo mis propósitos, para que los conviertas en
realidades.
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Vengo de estar con María.
Sencilla y cordialmente le he dicho:
En tus manos de Madre dejo mis propósitos,
para que los conviertas en realidades.
Dame el amor a Jesús,
la alegría de vivir,
el deseo de ayudar a mis hermanos.
Quítame la seriedad de esa cara ceñuda,
y alégrame con la paz y confianza en Dios.
También pongo en tus manos mi trabajo,
mi vida y mi muerte.
Vivir contigo es dulcísimo consuelo,
morir en tus brazos la más dulce muerte.
Quiero vivir junto a ti.
Quiero morir en tus brazos.
Autor: P. Mariano de Blas LC
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sábado, 11 de enero de 2014
De la vergüenza al perdón
Sólo el enfermo que descubre su mal acude al médico. Sólo quien reconoce
sus miserias invoca a Dios para pedir misericordia.
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Hay momentos en los
que miramos, en serio, el fondo de nuestras almas. Descubrimos, entonces,
luces y sombras, generosidad y egoísmo, justicia y traiciones. Las zonas
claras no eliminan el peso y la pena que nos produce descubrir zonas oscuras.
Al ver zonas negativas, al reconocer nuestro pecado, sentimos una pena intensa. Surge un sincero sentimiento de vergüenza. Hacemos propias palabras como las escritas por un Papa, Pablo VI, desde lo más íntimo de su corazón, al reconocer que su vida estaba "cruzada por una trama de míseras acciones, que sería preferible no recordar, son tan defectuosas, imperfectas, equivocadas, tontas, ridículas (...). Pobre vida débil, enclenque, mezquina, tan necesitada de paciencia, de reparación, de infinita misericordia" (Pablo VI, "Meditación ante la muerte"). Sí: hay hechos que quisiéramos no recordar. Hay cobardías que nos apartaron del hermano. Hay avaricias que impidieron a nuestras manos compartir el pan y el dinero con quien lo necesitaba verdaderamente. Cuando el dolor es sincero y sano, cuando llega a ser un arrepentimiento auténtico y humilde, somos capaces de abrir el alma y presentarla a un Dios que desea simplemente una cosa: derramar en nosotros el bálsamo de su misericordia. Entonces caminamos desde la vergüenza hacia el perdón. Sólo el enfermo que descubre su mal acude al médico. Sólo quien reconoce sus miserias invoca a Dios para pedir, de rodillas, misericordia. La respuesta del Padre, lo sabemos, es una: su Hijo en una Cruz que perdona los pecados, que destruye egoísmos, que supera injusticias, que devuelve paz a los corazones, que abre las puertas de los cielos en el sacramento de la confesión. Con su Sangre derramada quedan borrados los pecados del mundo. Basta simplemente con ponerse, como mendigos de misericordia, a sus pies, para decirle: "¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!" (Lc 18,13).
Autor: P. Fernando
Pascual LC
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