"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

martes, 4 de junio de 2013

¿Cómo tocar con fe a Dios en la oración?

Jesús nos dice con claridad que tocarle es amarle, es tener la humildad de confiar en Él, de tratarle con ternura y fe. 
La oración es acercarse a Jesús con humildad y tocarlo desde la fe. La oración llena de fe es "la debilidad" de Dios y la fuerza del hombre. Jesús no se resiste a hacer milagros cuando percibe una gran fe. No basta con tocar a Jesús, sino tocarlo con fe y experimentar cómo muchas virtudes, gracias, salen de Él para curar nuestro corazón y cuerpo.

Entonces, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que no había podido ser curada por nadie, se acercó por detrás y tocó la orla de su manto, y al punto se le paró el flujo de sangre. Jesús dijo: «¿Quién me ha tocado?» Como todos negasen, dijo Pedro: «Maestro, las gentes te aprietan y te oprimen». Pero Jesús dijo: «Alguien me ha tocado, porque he sentido que una fuerza ha salido de mí». Viéndose descubierta la mujer, se acercó temblorosa, y postrándose ante él, contó delante de todo el pueblo por qué razón le había tocado, y cómo al punto había sido curada. Él le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz». (Lc 8,43-48)

Nuestra propia enfermedad debe ser presentada con fe y esperanza

La mujer hemorroisa sufría desde hacía 12 años esta enfermedad. No había encontrado remedio, se había gastado todo en doctores. Sólo le quedaba una esperanza, ese Jesús del que toda la gente hablaba. Debido a su enfermedad era impura y todo lo que tocase automáticamente se convertía en impuro. Vivía en una soledad total, separada de la sociedad, de su familia, 12 años queriendo "volver a vivir". Esta soledad, necesidad de vivir, de ser alguien, hizo que sin temor se acercase a Jesús. Percibía en Él alguien que podría devolverle la vida, que podría dar sentido a esta enfermedad y poder ser curada. 

En la oración nos presentamos también enfermos, débiles, con temores, resistencias, profundas heridas que todavía sangran. Con facilidad buscamos en el mundo diversos "doctores" que nos puedan curar, distracciones, pasatiempos que en el fondo nos dejan igual y nos vamos desgastando. En la oración nos presentamos conscientes de esta debilidad, pero a la vez llenos de fe porque estamos ante el único que nos puede curar de raíz, el que puede devolvernos la vida, dar un sentido profundo y nuevo a nuestra existencia, a nuestra soledad. Este acto de fe y confianza son los pasos necesarios para llegar hasta el Maestro: "Creo en ti Señor, espero en tu amor, confío en ti, quiero amarte para vivir". Presentamos nuestra vida ante Él, nuestra debilidad, enfermedad, con fe y confianza para que Él nos cure. 

Acercarse a Jesús con humildad, con la mirada siempre fija en su Amor y ternura

Con gran fe, se acercó a Jesús por detrás, y con delicadeza, consciente de su impureza, se atrevió a tocarle con fe la orla de su manto. 

Cuando hay fe y amor, la oración se convierte en un buscar el bien de la otra Persona: acogerle, cuidarlo, amarlo. Esto es lo que hace la hemorroisa. No piensa en sí misma. No quiere "molestar" al Señor: con humildad se acerca por detrás y busca tocar tan sólo el borde de su manto. Esto sería suficiente. La fe no busca evidencia, no quiere tocar a toda costa, palpar como lo hizo Santo Tomás. Basta con un detalle, un gesto cercano y tierno. Es un decirle a Jesús: "no te quiero molestar, sé que me amas y con tocarte el borde del manto, te darás cuenta que te necesito, que estoy aquí, que te amo y que quiero poderte abrazar... pero soy impura, mi alma es impura, necesito que tu amor me purifique y me haga digna de Ti". 

Así la hemorroisa buscando el bien de Jesús, el no "hacerle" impuro, logra su propio bien. La oración es buscar al otro para encontrarse con el otro. Es dejarse encontrar buscando. Es rozar su Corazón para encontrase dentro de él. 

La fe mueve el Corazón de Jesús y fija su mirada en la humildad

La mujer queda curada al instante. Jesús no espera a que la mujer le diga qué necesita. Así es el Buen Pastor, conoce a sus ovejas, nos conoce y sabe lo que necesitamos incluso antes de que se lo pidamos. Por eso, muchas veces la oración es ponerse en su presencia, quizás experimentando un silencio que no es indiferencia por parte de Jesús, sino un querer expresar ternura, contemplar a su creatura tan amada y admirarla con amor. 

Jesús estaba siendo oprimido por la multitud, sin embargo, sintió que una virtud salía de Él y gritó: « ¿Quién me ha tocado? » Los discípulos, asombrados, no entienden esta pregunta. Decenas de personas están agolpadas, se empujan y estrujan a Jesús y sólo una "le ha tocado", aquella que apenas ha rozado el borde de su manto. 

Aquí Jesús nos dice con claridad que tocarle es amarle, es tener la humildad de confiar en Él, de tratarle con ternura y fe. De acercarse a Él como un niño a su Padre y estar, sí, estar junto a Él. Muchos estaban más cerca que la mujer, pero no tenían fe, era quizás más bien curiosidad, rutina. 

La oración nunca puede ser curiosidad o rutina. No es una actividad para llenarme de ideas o repetir fórmulas aprendidas de memoria. Esto sería como empujar y estrujar a Jesús, como aquel grupo que lo seguía. No, esta mujer nos enseña que para tocar a Jesús hay que tener fe, hay que acudir con confianza, presentarse con humildad y tener ternura hacia Dios. ¡Ah!, y sobre todo, hay que dejarse querer por el Maestro que nos conoce, nos espera y al instante nos abraza con amor. 

Queremos tocarte Jesús. Ayúdanos Señor a tocarte con fe.


Autor: P. Guillermo Serra, LC.

lunes, 3 de junio de 2013

Mártires: ¿cómo lo lograron?

Cada uno de los mártires nos presenta el testimonio de una fe inquebrantable. 
La historia de la Iglesia está marcada por la sangre de miles y miles de mártires. En Palestina y en Italia, en Rusia y en España, en Canadá y en México, en China y en Japón, en Vietnam y en la India, en Uganda y en Túnez.

La lista de lugares se hace larga, casi interminable. Conocer el nombre de los mártires resulta casi imposible. Muchos de ellos quedan en el anonimato. De otros sabemos apenas algunos datos imprecisos.

Cada uno de los mártires nos presenta el testimonio de una fe inquebrantable. Ante la amenaza superaron el miedo. Ante las promesas de una vida más cómoda prefirieron la cárcel. Ante la espada o la pistola se aferraron a una palabra sencilla y decisiva: "creo".

¿Cómo lo lograron? ¿De dónde sacaron fuerzas? Algún día, desde el cielo, será posible escuchar el testimonio de cada mártir. Pero ya ahora intuimos cuál fue el origen de su victoria: la confianza en Cristo.

Cada mártir confiesa, con su sangre y con su heroísmo, que es posible acoger el Amor, que la gracia es más fuerte que el pecado, que la fuerza se manifiesta en la debilidad (cf. 2Cor 12,9-10).

La fuerza de cada mártir viene, por lo tanto, de Dios. Un bautizado acoge su Amor, confía en su misericordia, se deja sanar por la Sangre del Cordero. Desde la fe, junto a la esperanza, inicia el camino del amor. Y el amor culmina en el gesto de entrega total que es propio de cada mártir: dar la vida por el Amigo (cf. Jn 15,13-14, 1Jn 3,16).

En el fondo de su corazón, miles de hombres y mujeres escucharon: "En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo" (Jn 16,33).

Con su muerte se han convertido en testigos. Su sangre se une a la de Cristo. Visten ahora vestiduras blancas (cf. Ap 7,14-15), e interceden por la Iglesia peregrina, mártir y misionera. Nos enseñan el camino de la fidelidad que culmina en la victoria. Nos animan, con su humildad y su firmeza, a decir no al pecado y sí al amor y a la esperanza.
Autor: P. Fernando Pascual LC.

domingo, 2 de junio de 2013

¿Cómo resucitar a una vida nueva en la oración?

La oración es morir para vivir. Es dejar que su presencia siembre semillas de eternidad en mi corazón para que muriendo a mí mismo pueda darme vida para dar vida a otros. Morir por amor para vivir y caminar en el Amor.

Subiendo a la barca, pasó a la otra orilla y vino a su ciudad (...) Cuando se iba de allí, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: «Sígueme». Él se levantó y le siguió. Y sucedió que estando él a la mesa en casa de Mateo, vinieron muchos publicanos y pecadores, y estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos. Al verlo los fariseos decían a los discípulos: «¿Por qué come vuestro maestro con los publicanos y pecadores?» Mas él, al oírlo, dijo: «No necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal. Id, pues, a aprender qué significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores». (Mt 9,1; 9-13)


La soledad de un corazón inquieto
Este pasaje evangélico de la vocación de san Mateo inicia con Cristo que cruza el mar de Galilea en barca hasta la ciudad donde vivía, Cafarnaúm (Mc 2,1). Era la casa de Pedro donde Jesús había fijado su residencia. Allí pasó largo tiempo, hizo milagros y predicó su doctrina.
Mateo vivía en esta ciudad y tenía como oficio recaudar impuestos. Sin duda había oído hablar de Jesús, lo habría visto pasar seguido de multitudes y los rumores de su acción milagrosa no habrían sido indiferentes para él. Dentro de él habría curiosidad, deseos de saber más. Su vida acomodada, llena de bienestar y riquezas le había sumido en una superficialidad que no le llenaba más. Vivía envuelto en una soledad que le llenaba de tristeza y no encontraba salida. Era odiado por el su pueblo, les cargaba la mano en los impuestos, se aprovechaba de ellos y era considerado un traidor, impuro, indigno del pueblo judío.
Y Cristo salió a sembrar...
Los Evangelios al narrar la vocación de Mateo presentan a Jesús que sale por la orilla del mar, de aquel mar que tanto apreciaba. Un mar que le recordaba al cielo por el reflejo sereno de su imagen cuando estaba calmado. Llegar a su casa era estar con los suyos, abrir su intimidad.
Como un sembrador, salió por la ciudad a sembrar la semilla para que diese fruto a su tiempo. Tras curar en un primer lugar a un paralítico, siguió caminando por la ciudad en busca de un nuevo discípulo, alguien en quien se había fijado hacía tiempo y que el Padre había puesto ya en su corazón.
Cristo había pasado toda una noche rezando al Padre para escoger a los discípulos. En un diálogo íntimo le había dicho al Padre: "elijo a los que tú has escogido". En su corazón ya estaba Mateo, su hombre daba vueltas en su corazón.
Cristo sembrador sale a sembrar cada día. Él mismo sembró admiración en Mateo, sembró nostalgia en su corazón, sembró semillas de soledad para disponer a este pecador a acoger la palabra suave y poderosa de Cristo.
En nuestra oración muchas veces podemos experimentar a un Jesús que pasa de largo, que se acerca pero que no nos mira todavía. Queremos tocarlo pero aparentemente está "ocupado" pues no sentimos su presencia. Estamos sentados en nuestras ocupaciones, en nuestro pecado, viéndolo pasar pero no logramos dar el salto para seguirlo fielmente. Esto no nos debe preocupar, tenemos que ver esta etapa de nuestra oración como un "salir del sembrador a sembrar". Sí, Jesús sale, deja caer su semilla en nuestra alma, espera con gran paciencia, pues esta semilla tiene que morir primero, tiene que purificarse para poder dar fruto. El tiempo, el cuidado en nuestra oración, la constancia, el sacrificio serán el mejor cuidado que podemos dar a estas semillas de la gracia para predisponernos a ese encuentro con la mirada de Jesús.


La semilla que se purifica
Mateo sentiría alegría al saber que el Maestro había vuelto a Cafarnaúm. Era una nueva oportunidad de poder saber más de él. Preguntaría por él a cada uno de sus clientes, su curiosidad era ya más profunda, se había convertido en inquietud. No estaba en paz, sabía que su vida tenía que cambiar. Esas semillas plantadas por Cristo estaban comenzando a dar fruto y solo faltaba la oportunidad para poder hablar con Jesús.
Nuestra oración es un proceso de purificación que nos lleva de una curiosidad inicial a una inquietud y de ésta a una necesidad de Jesús. Entramos en contacto con Él porque ha sembrado tantas semillas a lo largo de nuestra historia que sentimos el peso amoroso de la mano del sembrador que generosamente nos ha bendecido. Ha pasado por nuestro campo, ha ido pacientemente preparando la tierra de nuestro corazón. Quizás no siempre ha encontrado tierra buena, quizás muchas semillas se han perdido sofocadas por las piedras de nuestro pecado, las espinas de nuestra falta de fe o la poca profundidad de nuestra vida espiritual. No importa, Él hoy va a pasar y nos va a buscar. Nuestro nombre va a ser pronunciado después de haber habitado por tanto tiempo en su corazón.
Ahora sí Jesús, estoy sentado. Estoy preparado y dispuesto. He decidido dar el paso, te espero. He muerto a tantos miedos, a tanta pasividad y falta de fe. Mi alma está lista, te necesito. Tus semillas las he cuidado, quizás algunas se han perdido pero otras, las que he podido las he protegido y he sabido morir para que ellas vivan. He muerto a mí mismo, a mi soberbia, a mi sensualidad, a mi rencor. Te abro mis heridas para que vengas como doctor, te entrego mi vida para que seas mi Pastor. Mi hambre para que seas mi alimento.
La mirada de Jesús da la vida
Jesús estaba saliendo de su ciudad cuando vio a Mateo. Es un ver que viene precedido de mucha oración. La mirada de Jesús penetra hasta el fondo, comprende toda la vida y circunstancias de Mateo, lo acoge, lo sana y restaura en él la imagen de Dios.
Dios no mira como los hombres. Él no sólo ve lo que era Mateo sino que lo proyecta al futuro y ver todo lo que puede llegar a ser si se deja modelar por Él. Esta es la mirada de un Dios que nos conoce porque nos crea y nos ama. Ésta es la visión que debemos lograr en la oración, vernos como Él nos ve. Por eso, en la oración muchas veces solo fijaremos en sus ojos la mirada y nos quedaremos en silencio. Las palabras sobran porque su mirada dice amor, comprensión, posibilidad, futuro, cielo...
Tras verlo, dice el Evangelio que Jesús le dijo simplemente: "sígueme". Se trata de un diálogo veloz, sorpresivo y sin sentido para quien no sabe lo que ha ido sucediendo en el corazón de Mateo. Una mirada, una palabra y Mateo responde con toda su vida.
No sólo responde inmediatamente: "se levantó y lo siguió", sino que recuperó la vida. En el texto original griego, el evangelista usa la palabra "resucitar" al indicar el movimiento de levantarse, usando la misma palabra para esta acción que más tarde se usará para hablar de Jesús "resucitado". Así debemos leer más bien: "resucitó y lo siguió".
La mirada de Jesús resucita a Mateo porque antes, a través de tantas semillas plantadas por Cristo, había muerto a sí mismo. Nadie puede resucitar sino ha muerto. Cristo da la vida cuando la entregamos a él y morimos a nuestro egoísmo, soberbia, temores, rencores, etc...
La obra maravillosa de purificación que Dios obra en nuestra oración es un morir que no queda sin fruto. Morimos porque quiere que nos levantemos y lo sigamos. Quiere que "resucitemos" en la oración y lo sigamos con un corazón nuevo, purificado, orientado completamente a estar con Él, donde quiera que vaya. Caminar con Jesús vivo con un corazón resucitado. Este es el fruto de la oración, éste es el ejemplo de san Mateo.


El contenido de este artículo puede reproducirse total o parcialmente en internet, sin fines comerciales y citando siempre al autor y la fuente de la siguiente manera: Autor: P. Guillermo Serra, L.C.; publicado originalmente en: http://www.la-oracion.com

Ser como Ella

María, que podamos ser como un reflejo tuyo, llévanos bajo Tu Manto a todos tus pequeños niños, para que sepamos imitarte. 
¿Cómo hacerlo?. ¿Cómo puedo ser aunque no sea más que un poco parecido a Ella?. Parece tan difícil, tan inalcanzable, tanta distancia hay entre la Pureza infinita de la Madre de Dios y nuestras debilidades cotidianas.

Y sin embargo, se puede. Y justamente ese "se puede" esconde una parte enorme del misterio de la reconciliación de Dios con el hombre. María pudo, y tuvo un origen humano como todos nosotros, más allá de que Dios puso en Su Predilecta un origen Inmaculado que la elevó sobre el resto de la Creación. Pero Ella sigue siendo en su origen tan humana como tú, como yo. María es la felicidad de Dios encarnada, ya que más allá de todos los fracasos que hemos tenido los hombres a lo largo de los siglos en darle felicidad al Creador, Ella es el Santuario que recuerda a todo el Cielo que merecemos la Misericordia de Dios, porque si Ella pudo, otros podremos también.

María fue el Arca de la Nueva Alianza, porque tuvo al Espíritu Santo en Ella desde siempre, y luego acogió al Verbo Encarnado, al que le dio vida como Hombre. María fue la Casa de Dios, el Hogar Perfecto para el mismo Divino Niño. Y así nosotros también tenemos que ser la Casa de Dios: nuestro corazón debe ser el hogar del Espíritu Santo, refugio de Dios, como lo fue María en su tiempo en la tierra.

Y la Virgen también fue y es verdadera Corredentora, porque entregó todo al Padre, entregó a su Hijo Amado, y vivió místicamente lo que Jesús sufrió frente a sus propios ojos. Ninguna Criatura llevó jamás una Cruz más pesada que la de la Crucifixión de su Hijo. Sólo la Cruz de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre supera, y por mucha distancia, el sufrimiento de la Virgen. Y así tenemos que ser nosotros también corredentores, siguiendo el camino que María nos muestra. Tomar nuestra pequeña o gran cruz y seguirla, porque Ella nos lleva a Su Hijo, que nos espera, sabiendo que estamos en las mejores manos.

María es la omnipotencia suplicante, es la oración hecha persona. Ella siempre oró a Dios, con sus pensamientos, sus sentimientos y sus actos. Todo en María fue un canto al Creador. Y ahora más que nunca, en un mundo que parece no darse cuenta del peligro que lo acecha, Ella se nos presenta en muchos lugares para pedirnos oración: "oren hijitos míos, oren por los pecadores". ¿Cuántas veces escuchamos este pedido?. Seamos como Ella una potencia suplicante, una oración cotidiana, un canto con el corazón abierto e inflamado de amor por Cristo, nuestro amado Jesús.

María al pié de la Cruz, junto al Redentor. Y donde está el Cuerpo del Hijo, está la Madre. Ella nos lleva a la Eucaristía, al Milagro más admirado por los ángeles. ¿Y nosotros no nos damos cuenta de la majestuosidad del Dios de los hombres hecho Pan y Vino entre nosotros?. María nos lleva al Cuerpo y Sangre de Jesús, para que lleguemos como Ella al pie de la Cruz, cada día, en todos los Tabernáculos de la tierra.

María, Reina de la Creación, lleva bajo Tu Manto a todos tus pequeños niños, para que sepamos imitarte como el verdadero modelo que Dios nos legó. Seamos como vos nos querés moldear, seamos dóciles y humildes alumnos de tu maternal escuela. Madre, deja que seamos a vos lo que Dios quiso que sea la naturaleza humana de Jesús: tu fiel reflejo.


Autor: Oscar Schmidt.

sábado, 1 de junio de 2013

Corpus Christi: la solidaridad de Dios no termina de sorprendernos

El Papa Francisco celebró ayer en el atrio de basílica de San Juan de Letrán la santa misa en ocasión de la solemnidad del Corpus Christi y después presidió a pie la procesión eucarística que, en esta fecha, recorre la Via Merulana hasta llegar a la basílica de Santa María la Mayor. Ofrecemos a continuación amplios extractos de la homilía pronunciada por el Santo Padre centrada en el relato evangélico de la multiplicación de los panes y los peces.
“En el Evangelio que hemos escuchado hay una expresión de Jesús que me sorprende siempre: “Dadles vosotros mismos de comer” …¿Quiénes son aquellos a los que dar de comer? … Es la muchedumbre, la multitud. Jesús está en medio a la gente, la recibe, le habla, la sana, le muestra la misericordia de Dios; en medio de ella elige a los doce apóstoles para permanecer con Él y sumergirse como Él en las situaciones concretas del mundo. Y la gente lo sigue, lo escucha, porque Jesús habla y actúa de una manera nueva, con la autoridad de quien es auténtico y coherente, de quien habla y actúa con verdad, de quien da la esperanza que viene de Dios, de quien es revelación del Rostro de un Dios que es amor. Y la gente, con alegría, bendice al Señor. Esta tarde nosotros somos la multitud del Evangelio, también nosotros intentamos seguir a Jesús para escucharlo, para entrar en comunión con Él en la Eucaristía, para acompañarlo y para que nos acompañe. Preguntémonos: ¿cómo sigo a Jesús? Jesús habla en silencio en el misterio de la eucaristía y cada vez nos recuerda que seguirlo quiere decir salir de nosotros mismos y hacer de nuestra vida no una posesión nuestra, sino un don a Él y a los demás”

“La invitación que Jesús hace a los discípulos de saciar ellos mismos el hambre de la multitud nace de dos elementos: sobre todo de la multitud que, siguiendo a Jesús, se encuentra en un lugar solitario, lejos de los lugares habitados, mientras cae la tarde, y luego por la preocupación de los discípulos que piden a Jesús despedir a la gente para que vaya a los pueblos y casas a buscar alojamiento y comida. Frente a la necesidad de la multitud, ésta es la solución de los apóstoles: que cada uno piense en sí mismo: ¡despedir a la gente! ¡Cuántas veces nosotros cristianos tenemos esta tentación! No nos hacemos cargo de la necesidad de los otros, despidiéndolos con un piadoso: “¡Que Dios te ayude!”. Pero la solución de Jesús va hacia otra dirección:… Pide a los discípulos que sienten a la gente en grupos de cincuenta personas, eleva su mirada hacia el cielo, pronuncia la bendición parte los panes y los da a los discípulos para que los distribuyan. Es un momento de profunda comunión: la multitud alimentada con la palabra del Señor, es ahora nutrida con su pan de vida… Esta tarde también nosotros estamos en torno a la mesa del Señor…. Es cuando escuchamos su Palabra, y nos nutrimos de su Cuerpo y de su Sangre, que Él nos hace pasar de ser multitud a ser comunidad, del anonimato a la comunión. La Eucaristía es el sacramento de la comunión, que nos hace salir del individualismo para vivir juntos el seguimiento, la fe en Él. Entonces tendremos todos que preguntarnos ante el Señor: ¿Cómo vivo la Eucaristía? ¿La vivo en forma anónima o como momento de verdadera comunión con el Señor, pero también con tantos hermanos y hermanas que comparten esta misma mesa?”.

“La multiplicación de los panes …(brota) de la invitación de Jesús a los discípulos “Dadles vosotros mismos”, “dar”, compartir. ¿Qué cosa comparten los discípulos? Lo poco que tienen: cinco panes y dos peces. Pero son justamente esos panes y esos peces que en las manos del Señor sacian el hambre de toda la gente. Y son precisamente los discípulos desorientados ante la incapacidad de sus posibilidades, ante la pobreza de lo que pueden ofrecer, los que hacen a la muchedumbre que se siente y distribuyen – confiando en la palabra de Jesús – los panes y los peces que sacian el hambre de la multitud. Y esto nos indica que en la Iglesia, pero también en la sociedad, existe una palabra clave a la que no tenemos que tener miedo: “solidaridad”, o sea saber `poner a disposición de Dios aquello que tenemos, nuestras humildes capacidades, porque solo en el compartir, en el donarse, nuestra vida será fecunda, dará frutos. Solidaridad: ¡una palabra mal vista por el espíritu mundano!”
“Esta tarde, una vez más, el Señor distribuye para nosotros el pan que es su cuerpo, se hace don. Y también nosotros experimentamos la “solidaridad de Dios” con el hombre, … una solidaridad que nunca termina de sorprendernos: Dios se hace cercano a nosotros, en el sacrificio de la Cruz se abaja entrando en la oscuridad de la muerte para darnos su vida, que vence el mal, el egoísmo, la muerte. También esta tarde Jesús se entrega a nosotros en la Eucaristía, comparte nuestro mismo camino; es más se hace alimento, el verdadero alimento que sostiene nuestra vida en los momentos en los que el camino se hace duro, los obstáculos frenan nuestros pasos. Y en la Eucaristía el Señor nos hace recorrer su camino, que es el del servicio, el de compartir, el de entregarse, y lo poco que tenemos, lo poco que somos, si es compartido, se convierte en riqueza, porque es la potencia de Dios, que es la potencia del amor que desciende sobre nuestra pobreza para transformarla”.

“Seguimiento, comunión, compartir. Oremos para que la participación en la Eucaristía nos llame siempre: a seguir al Señor cada día, a ser instrumentos de comunión, a compartir con Él y con nuestro prójimo aquello que somos. Entonces nuestra existencia será verdaderamente fecunda.”

Ciudad del Vaticano, 31 mayo 2013 (VIS).- 

viernes, 31 de mayo de 2013

Beato Angélico: el pintor que rezaba con su arte

VIDA

Fra Angélico nació hacia el año 1400 en un pueblo muy cercano a Florencia(Italia). Su nombre era Guido y su padre se llamaba Pietro. Desde muy joventrabajó como pintor y miniaturista en Florencia. Hacia el año 1420 entró en la orden de los dominicos, en el convento de Santo Domingo de Fiésole y tomó en nombre de Juan. Fue ordenado sacerdote juntamente con su hermano Benedicto y ambos vivieron en el convento del que era prior y maestro San Antonino.
El beato Angélico dedicó toda su vida a la caridad y a la oración, pintando numerosas tablas y frescos sobre los misterios del Señor, la Virgen y los santos. Desde el año 1439, residió en el convento de San Marcos de Florencia, en cuya sala capitular, claustro pasillo y habitaciones dejó famosas pinturas, hasta que en el año 1445 el Papa Eugenio IV lo llamó a Roma para que pintara la capilla de Nicolás V y el despacho privado del Papa.
Rechazó el nombramiento de arzobispo de Florencia y en 1450 regresó a Fiésole como prior del convento. En 1453 volvió a Roma al convento dominicano deMinerva, en donde murió el 18 de febrero de 1455. Está sepultado en la Basílica de Santa María sobre Minerva de dicha ciudad.
En el año 1975 se colocó sobre su tumba una losa de mármol que elogia su santidad y arte. De hecho, la gente lo veneraba ya desde antes, hasta el punto de que se le atribuía el título de beato. Por los años sesenta del siglo XX se realizaron y publicaron los estudios oficiales para la causa de beatificación, que fue aprobada por decreto por el Papa Juan Pablo II, nombrándolo, al mismo tiempo, como patrono de todos los artistas.

APORTACIÓN PARA LA ORACIÓN

Vivir en Roma siempre implica beneficios y la Ciudad Eterna trata a sus huéspedes con mimo y cariño. Uno de estos privilegios consiste en contemplar el arte que embellece toda la urbe y que lleva a la contemplación en cada rincón. Monumentos como la Piedad de Miguel Angel, la Transfiguración de Rafael, el Coliseo, la Basílica de San Pedro son sólo botones de muestra de lo que uno se topa aquí.
Y si bien es verdad que muchos pueden quedarse en aspectos meramente anecdóticos de cada obra, personalmente intento siempre elevar la mirada a Dios y agradecerle por todo. Porque, no cabe duda que cada artista puede ser reflejo de la obra de otro Artista: de Dios. Así lo explicaba bellamente Juan Pablo II en su carta a los artistas: «el Artista divino, con admirable condescendencia, trasmite al artista humano un destello de su sabiduría trascendente, llamándolo a compartir su potencia creadora» (número 1).
Esto lo entendió muy bien Fra Angélico, que se sabía poseedor de un don extraordinario con su pintura. Por eso buscaba leer atentamente la Sagrada Escritura y plasmar su meditación en cada una de sus obras. Y luego,oraba con ellas, buscando que le ayudasen a adentrarse en un pasaje del Evangelio o a ponerle rostro a Cristo y a María. Ejemplo de ello es la Anunciación que acompañan estas líneas…

¿Te gusta la pintura, la escultura, la música? Pues ahí tienes un buen medio para elevar también tu alma a Dios. Después de todo, la creación entera es arte. Tú, yo, somos obras maestras del gran Artista que, con sus manos nos plasmó, mientras susurraba con ternura un «te amo».
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Este artículo se puede reproducir sin fines comerciales y citando siempre la fuente www.la-oracion.com y el nombre del autor, procurando mantener las ligas internas al artículo.  Autor: P. Juan Antonio Ruiz J., L.C.

Dos mujeres excepcionales

¡Gracias María, porque visitas nuestras almas! ¡Gracias porque nos traes a Jesús, como se lo llevaste a Isabel! 



La fiesta de La Visitación está llena de encantos, de un idilio, de unas ternuras inigualables. Dos mujeres encinta que se encuentran, que se saludan, que se llenan de Dios y de alegría. Las dos primas, María e Isabel, convertidas en mamás las dos milagrosamente, se nos llevan también a nosotros todos los cariños. 

Sólo María, después de la Ascensión del Señor en la Iglesia primitiva, pudo ser la fuente de esta información que hoy no sería capaz de presentar el reportero más avispado. Sin grabadoras ni cámaras de televisión, Lucas recogió los datos suministrados anteriormente por María, y en la visitación de María a Isabel nos ofrece una de las escenas más sublimes de toda la Biblia. 

- ¡Isabel! ¡Isabel! ¿Cómo estás, cómo te encuentro?... 

- Pero, María, ¿cómo vienes hasta aquí?... 

María se ha enterado del estado de Isabel por el Angel:

- Tu pariente Isabel, en su ancianidad, ha concebido un hijo, y ya está en su sexto mes la que siempre ha sido estéril, porque para Dios no hay nada imposible. 

Más de ciento veinte kilómetros separan Nazaret de Ain Karim. Pero María, audaz, valiente, sin complejos ni miedos ¡qué muchachita ésta, y vaya mujer liberada!, emprende el camino desde Galilea hasta la montaña de Judea. 

Isabel, nada más oír el saludo de su jovencita prima y antes de que ésta le comunique nada, se da cuenta de la maternidad de María, por iluminación del Espíritu Santo: 

- ¿Pero, cómo es esto? ¿Llevas en tu seno a mi Señor, y vienes hasta mí? ¡Si noto que hasta el niño que se encierra en mis entrañas está dando saltos de gozo con solo oír tu voz!

María recibe la primera bienaventuranza del Evangelio: 

- ¡Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá en ti todo lo que te ha dicho el Señor!

¡Hay que ver qué encuentro el de estas dos mujeres madres! La Liturgia de la Iglesia nos lo presenta hoy para que veamos lo que nos espera a nosotros en la próxima Navidad, que ya la tocamos con la mano. 

María nos trae al Hijo de Dios, hecho hombre en su seno bendito. 

Jesús se encuentra con nosotros para llenarnos de su Espíritu Santo, como a Isabel, como a Juan.

El Espíritu Santo nos llena de su alegría y de sus dones, porque donde entra el Espíritu de Dios no hay más que gozo, paz y vida divina y eterna.

Si nos ponemos a analizar este hecho de la visitación de María a Isabel, no sabemos por dónde empezar ni por donde acabar de tantas cosas como podemos decir, ya que se trata de una escena de riquezas inmensas. Igual nos habla de las dos naturalezas de Jesús, divina y humana, que de la mediación de María. Como nos dice también de la diligencia del apóstol, dispuesto a dar siempre ese Jesús que lleva dentro. 

¿Quién es el Jesús que María lleva en su seno? Dios, ciertamente. Isabel lo reconoce: - ¿Cómo viene a visitarme la madre de mi Señor?... Y El Señor, para un judío, era solamente Dios. 

¿Quién es el Jesús, hijo de María? Es hombre perfecto. Nacido de mujer, dirá San Pablo. Un Jesús hombre que tomará el pecho de la mamá como cualquier bebé. 

Un Jesús que jugará y enredará y será educado como cualquier otro niño. Un Jesús que se desarrollará joven bello y de prendas singulares, como nos dice el Evangelio, e irá creciendo en estatura, en conocimientos y en gracia y atractivos ante los hombres lo mismo que ante Dios. Un Jesús que amará como nosotros; que trabajará y se cansará y padecerá hambre y sed; que gozará y sufrirá como sus hermanos los hombres, y que llegará a morir verdaderamente como cualquiera de nosotros. 

¿Por medio de quién viene a nosotros este Jesús? Es la cosa tan evidente, que no necesita comentarios. Dios ha querido servirse de María, que ha dado su consentimiento consciente, libre y amorosamente al plan de Dios. 

Y María sigue realizando hoy su misión de darnos a Jesús lo mismo que hizo con Isabel y el Bautista o lo veremos pronto con los Magos. 

No va a ninguna parte María sin su Jesús. No se mete María con su amor y devoción en ningún alma sin meter bien dentro de ella al mismo Jesús. Venir a nosotros María o ir nosotros a María y no encontrarse con Jesús resulta un imposible. María, como Madre, es una Medianera natural entre Jesucristo y nosotros. De María aprendemos también una lección importante para nuestra vida cristiana. 

¿Podemos quedarnos para nosotros ese Jesús que llevamos dentro? ¿No tenemos obligación de darlo a los demás?...

Por la fe de Abraham empezó la Historia de la Salvación. Por la fe de María -¡Sí, que se cumpla en mí tu palabra!- se realizó definitivamente el plan de salvación trazado y prometido por Dios. María nos enseña a ser creyentes, a aceptar la Palabra, a decir siempre SÍ a Dios. 

¡María! ¡Gracias por tu fe! ¡Gracias, porque tu generosidad arrancó del seno de Dios a Nuestro Salvador el Señor Jesucristo! ¡Gracias, porque visitas nuestras almas! ¡Gracias porque nos traes a Jesús, como se lo llevaste a Isabel! ¡Gracias, porque con tu Jesús vives también en nuestros corazones!....
Autor: Pedro García, Misionero Claretiano.

jueves, 30 de mayo de 2013

Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre!

Señor... ¡haznos dóciles siempre a tu amor pero especialmente en este hermosísimo día de Corpus Christi! 
Una vez más ante ti, Señor. 

Hoy es un día grande para ti, para nosotros, para tu Iglesia. Es la solemnidad donde se exalta y glorifica la presencia de tu Cuerpo, tu Sangre y tu Divinidad en el Sacramento de la Eucaristía.

¡HOY ES CORPUS CHRISTI!

Tu Cuerpo, tu Sangre.... y tu Divinidad. ¿Qué te podemos decir, Señor? Tan solo caer de rodillas y decirte: - ¡Creo en ti, Señor, pero aumenta mi fe!

Tu lo sabes todo, mi Dios, mi Jesús, y sabías cuando te quedaste en el pan y vino, - aparentemente tan solo de pan y vino -, con el único deseo de ser nuestro alimento, que aunque no te corresponderíamos como tu Corazón desea, no te importó y ahí te quedaste para ser nuestro refugio, nuestra fuerza para nuestras penas y dolores, para ser consuelo, para ser el cirineo que nos ayuda a cargar con la cruz de nuestro diario vivir, a veces demasiado pesada y dolorosa, que nos puede hacer desfallecer sin tu no estás.... y también para bendecirte en los momentos de alegría, para buscar que participes en los momentos en que nuestro corazón está feliz.... ¡ahí estás Tu!...¡ Bendito y alabado seas!

Solo a un Dios locamente enamorado de sus criaturas se le podía ocurrir semejante ofrenda... por que no sabemos corresponder a ese amor, no, Jesús, no te acompañamos en la soledad de tus Sagrarios, no pensamos en tu gran amor .... somos indiferentes, egoístas, muchas veces solo nos acordamos de ti cuando te necesitamos porque las cosas no van, ni están, como nosotros queremos...

Señor... ¡haznos dóciles siempre a tu amor pero especialmente en este hermosísimo día de Corpus Christi!



¡Señor Jesucristo! 

¡Gracias porque te nos diste de modo tan admirable, y porque te quedaste entre nosotros de manera tan amorosa! 

Danos a todos una fe viva en el Sacramento del amor. Que la Misa dominical sea el centro de nuestra semana cristiana, la Comunión nos sacie el hambre que tenemos de ti, y el Sagrario se convierta en el remanso tranquilo donde nuestras almas encuentren la paz... (P. García)

Autor: Ma Esther De Ariño.


Con María, en la fiesta del Corpus

Hoy necesito decirte, Señora mía, que ya no hay más vino en la fiesta de mi vida... 
Autor: María Susana Ratero.

Hoy celebraremos la fiesta del Corpus. La fiesta de Jesús Pan de Vida, de Jesús Vino de Redención, de Jesús Comunión, de Jesús repartido en miles de bocas, de Jesús habitando en infinitos corazones. Hoy es fiesta de pan, de mesa sencilla, de manos extendidas.

¿Cómo honrarte, Señor, en esta fiesta? Y se me vienen al alma las palabras de tu madre... caen, como en tropel, apuradas... las palabras de tu madre: "HAGAN TODO LO QUE EL LES DIGA".

Hoy necesito decirte, Señora mía, que ya no hay más vino en la fiesta de mi vida... y tú, me miras a los ojos, caminas lentamente hacia Jesús y le presentas mi problema. Él susurra algo a tu oído... te vuelves hacia mí y me dices "HAZ LO QUE ÉL TE DIGA"... repites la frase, una vez, cien, mil, las que sean necesarias, hasta que yo comprenda.

Pero no me es fácil.

Hoy, si Dios quiere, caminaré en la Procesión siguiendo al Santísimo... hoy... pero ¿Y mañana?... Cuándo ya no se escuchen los cantos ni haya pétalos de flores ni olor a incienso... mañana, ¿Seguiré también a Cristo a cada instante? ¿Seguiré haciendo "Lo que Él me diga"? ¿Cómo se hace María querida?...

- ¡Mi hija amada, es tan simple!!!, -y tu voz de mil campanas resuena en mi alma y se transforma en camino-... hija, es simple, lo cual no significa que sea fácil. Sólo que debes estar muy atenta. En cada circunstancia, en cada momento, en cada enojo, en cada arranque de ira, busca el Santísimo y continúa en la procesión.

-Señora, ¿Cómo podré? Soy tan torpe y pecadora, tan impulsiva y atropellada...

- Pues te equivocas mucho allí, tú no ERES como dices, sino que OPTAS POR SERLO en cada circunstancia. Recuerda, hija mía del alma, que en toda situación tienes siempre dos alternativas, una de las cuales es Cristo, tu alma sabe de lo que hablo ¿Verdad?.

- Claro, Señora, claro- y me da mucha vergüenza porque tú conoces que en demasiadas oportunidades no tomé la decisión correcta.

- Bien, entonces, hija, intenta que la Procesión del Corpus no termine en tu vida cuando el sacerdote deje la Sagrada Forma en el altar, haz que toda tu existencia sea una larga procesión, siempre detrás de Él, siempre.

- Señora, tu misma vida así lo fue, recuerdo las Escrituras. Tú siempre tras Jesús, de lejos, sin hacer ostentación de tus privilegios de madre, de lejos, pero con Él. Tu hijo sabía que estabas cerca y al final, cuando ya nadie quedaba en la última procesión, cuando el cuerpo amado quedó expuesto en medio del dolor de la Cruz, allí estabas, de pie, sencillamente, con la espada anunciada desgarrándote el alma... la última procesión, la que acompañaste hasta el final. Mucha gente fue con Él, mujeres piadosas, el Cireneo, los discípulos, mas tú, Madre amadísima, llegaste hasta el final. Tu mirada le consolaba en tan gigantesca soledad... y tanto te amó, que te dedicó las últimas palabras... en medio de su dolor..."Madre..." y te nombró. Tu respuesta fue una mirada de amor profundo. Tu respuesta fue la obediencia, yéndote a vivir a la casa de tu hijo Juan, nacido en el dolor de un adiós. Toda tu vida, Señora mía, fue una larga procesión tras el Hijo amado.

- Querida mía, mi alma está feliz porque has comprendido, eso ya es mucho, sé que no será fácil para ti lo que te pido, pero es el único camino.

- Señora, ¿me acompañarás?

- Siempre, hija mía, siempre... estaré contigo cada vez que me necesites. ¿Entiendes? No es lo mismo que cada vez que me llames, sino cada vez que me necesites. Aunque no me llames, como tu madre que soy estaré para mostrarte el camino de la paz... y estaré para vendar tus heridas cuando el dolor te llegue. Estaré como estoy con cada hijo mío, de quien conozco su nombre, su alma, sus problemas, sus angustias y alegrías, sus soledades, sus vacíos. Estoy para decirles que hay un Dios que los ama, que los ama tanto, tanto, que quiso quedarse con ustedes en la Eucaristía. Estoy al lado de cada sacerdote al celebrar la misa, como madre atenta. Estoy porque los amo mucho y porque allí está mi Hijo. Estoy con el sacerdote en la misa y, también, en las soledades de su alma, cuando los feligreses se van, cuando se apagan las velas, cuando el silencio lo invade todo, cuando los sueños se rompen, cuando la soledad irrumpe sin permiso, estoy, siempre, estoy allí. Con las religiosas, en su oración silenciosa que se transforma, al llegar al cielo, en canto agradable a Dios. Estoy con los laicos, desde el primero hasta el último, no hay escalas para mí. Hija mía, te deseo a ti y a todos los que leen estas líneas un feliz día del Corpus, nos vemos en la Procesión, en las dos, en la de hoy y en la otra... la Procesión de la vida...



NOTA DE LA AUTORA "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna."


Autor: María Susana Ratero.

miércoles, 29 de mayo de 2013

María, la Virgen pura

En los ojos de María se veía la pureza. ¡Quién pudiera haberlos visto realmente tan siquiera una vez, aunque fuera por un instante! 


Siempre me ha hecho reflexionar mucho aquella bienaventuranza de Cristo: 

Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios.

¿Qué tendrá que ver la pureza con la vista? Desde luego, con la vista corporal quizá no tenga que ver apenas nada. Pero seguramente mucho con la vista espiritual. Porque está claro que a Dios no se le puede ver con los ojos de la carne, pero sí con los del espíritu, con los del corazón, que son la fe y el amor. Sólo cuando el alma es pura y cristalina está en condiciones de poder ver y contemplar a Dios. Sólo en un corazón puro -escribía San Agustín- existen los ojos con que puede Dios ser visto. 

Me imagino que Cristo al formular esta bienaventuranza tenía en mente a su Madre. Ella era la creatura más pura que jamás ha existido y existirá. El corazón de María era como un mar de gracia profundo, cristalino y transparente. Nadie como Ella de pura. 

Bien lo dijo San Ambrosio: Quién es más noble que la madre de Dios? ¿Quién más espléndida que aquella que fue elegida por el mismo Esplendor? ¿Quién más pura que la que generó una creatura sin contacto físico alguno? Ella era virgen pura no sólo en el cuerpo, sino también en el alma. 

Se ha dicho siempre que los ojos son las ventanas del alma. Es cierto. A través de ellos se puede mirar al interior de otra persona. Por eso, mirando a los ojos a María podremos ver y apreciar la pureza inmaculada de su alma. 

Los ojos de María. ¡Quién pudiera haberlos visto realmente tan siquiera una vez, aunque fuera por un instante! Sólo a algunos privilegiados les tocó. Nosotros hemos de contentarnos con verlos desde la fe o con soltar un poco nuestra imaginación para hacernos una idea de cómo eran.

Los ojos de María.

Ojos hermosos, agradables, con esa belleza natural que no necesita de mejunjes ni postizos para ser encantadores. 

Ojos sencillos, de esos que no saben mirar a los demás desde arriba. 

Ojos bondadosos, que nunca se han desfigurado con guiños de ira o de odio.

Ojos sinceros, que no han aprendido a mentir; testigos de un interior sin sombra de doblez. 

Ojos atentos a las necesidades ajenas y distraídos para fijarse y molestarse por sus defectos. 

Ojos comprensivos y misericordiosos que, ante pecadores y malhechores, se transforman en manos abiertas que ofrecen la gracia a raudales. 

Como los describen aquellos en versos de Pemán: A Tus ojos, luz de aurora / sobre el desierto frío. / Tu mirada, rocío / sobre la dura arcilla pecadora. Esos ojos cuya mirada Judas evitó al salir del cenáculo la noche de la traición... Esa misma mirada que a Dimas, en el Calvario, llevó a la conversión y al paraíso... 

Ojos de mujer que reflejan nítidamente un alma preciosa, adornada de humildad, de bondad, se sinceridad, caridad, de comprensión y misericordia. Los ojos de María. Los ojos de un alma en gracia. Verdaderas ventanas al cielo. Porque cielo era toda su alma. 

Ojos que pueden llorar y cuyas lágrimas al caer en la tierra, obran portentos también en el cielo. Bien comprendió esto aquel poeta que le rezaba a la Virgen: Tus lágrimas son las perlas / que compran mi salvación. / Jesús me perdona al verlas. / Son sangre del corazón / que se derrama al verterlas. Y es que de unos ojos así sólo pueden salir lágrimas cargadas de la omnipotencia del amor de quien es Madre de Dios y mediadora de toda gracia. 

Los ojos de María, cuya penetrante y dulce mirada todo lo puede. Cuántos indiferentes se han visto interpelados por el brillo de pureza de esos ojos inocentes. Cuántos orgullosos han caído rendidos a sus plantas, desarmados por la mansedumbre que traslucen sus pupilas. Cuántos ánimos frágiles ante el mal se han armado de bravura y han vencido al tentador al recordar que Ella les miraba. 

Cuántas veces la sola mirada de María fue sin duda bálsamo sobre el desgarrado corazón de algún vecino atribulado. Cuántas fue fuente de paz y consuelo que barrió de angustias el interior de algún contrariado pariente. Cuántas, esos luceros de su rostro, fueron luz cálida, manto que arropó de piedad e intercesión las almas atenazadas por el frío del pecado. Y cuántas siguen siendo aún todo eso y más para muchos de nosotros. 

El ver las estrellas / me cause enojos, / pero vuestros ojos /más lucen que ellas, escribió con tino Lope de Vega. Es sumamente consolador saber que tendremos toda la eternidad para contemplar, sin cansancio ni aburrimiento, los hermosos ojos de María. Asomarse a ellos es asomarse a la maravilla más excelsa salida de las manos de Dios. 

María fue su obra maestra. En Ella el Creador se lució. Ella es, en palabras de Pio IX, Aun inefable milagro de Dios; es más, es el más alto de todos los milagros y digna Madre de Dios. Pablo VI la describe como Ala mujer vestida de sol, en la que los rayos purísimos de la belleza humana se encuentran con los sobrehumanos, pero accesibles, de la belleza sobrenatural. Sin embargo, no hay que esperar a llegar al cielo para recrearnos en su contemplación.

Podemos desde ahora, con la fe, mirar sus ojos y sostener su mirada portentosa. 
Pero me temo que muchos de nosotros somos incapaces de sostener una mirada tan luminosa. Nos molesta el chorro de luz que el alma pura de María despide a través de sus ojos y de todo su ser. Nuestras pupilas, tan acostumbradas quizá a las oscuridades de la impureza y del pecado, no soportan semejante claridad. A lo mejor no queremos que esa mirada materna desenmascare y purifique nuestra alma llena de barro. Porque no estamos dispuestos a dejar que en ella penetre la gracia de Dios y la limpie y la ordene y la santifique.

Todo eso cuesta mucho. El precio de la pureza es elevado, sólo las almas ricas pueden pagarlo. Ricas en amor, en generosidad, en desprendimiento de sí y de los placeres desordenados. 

Sólo esas almas disfrutarán ya en la tierra del gozo espiritual incomparablemente más sublime, profundo y duradero que el más refinado placer corporal. Sólo ellas experimentarán la libertad interior del que no está encadenado por los instintos del cuerpo. Y sólo ellas gozarán de la bienaventuranza de la visión de Dios por toda la eternidad. 

María ha sido la creatura más pura y por eso también la más auténticamente feliz y satisfecha, la más libre de espíritu, la mejor dispuesta para ver a Dios y saborear esa deliciosa visión con una intensidad inigualable.


Autor: P. Marcelino de Andrés L.C.