La
transmisión de los valores también tiene un proceso,....Los valores son
semillas que se deben sembrar y cultivar.
¡Todo comunica!
Hemos repasado anteriormente algunas características personales que es importante cultivar en los hijos. Ahora es el momento de estudiar por separado el proceso de la transmisión de los valores.
La transmisión de los valores también tiene un proceso, unos pasos que hay que seguir para obtener los resultados deseados. No es lo mismo educar a un bebé, que a un adolescente de 14 años. A cualquier edad los valores son los mismos siempre, pero cambia el modo de comunicarlos.
Para comunicar con eficacia, hay que partir del hecho de que no basta una acción o una sola táctica. Como en una orquesta donde cada sonido tiene su lugar y su momento, en la labor educativa cada uno de los elementos comunica algo; puede ser positivo o negativo, pero algo comunica: un grito, un silencio, un regaño, una negativa, un premio, una decisión, un beso, un abrazo, una caricia, una ausencia... todo dice algo.
Por ello, no hay que dar nada por supuesto. Los valores son semillas que se deben sembrar y cultivar. No se dan por generación espontánea. Lo sí que se da por generación espontánea es todo lo contrario, es decir, los anti-valores. Esos sí nacen sin que uno quiera.
Si no hacemos un cultivo consciente y laborioso de los valores, comenzarán a crecer los comportamientos y actitudes indeseados que luego nos darán sorpresas.
Hay papás que dicen, "pero si yo no le enseñé nunca eso..." Sí, es verdad, pero tampoco le enseñaste lo contrario... Cuando hay omisión y falta de cuidado en un jardín, las hierbas malas saldrán por sí solas, tarde o temprano. No podemos dar por supuesto que el hijo que soñamos vendrá por generación espontánea.
Sabemos que es muy difícil esquematizar y que no hay fórmulas mágicas, pero puede ser de utilidad el tener presentes los siguientes siete elementos para contar con una visión de conjunto en el proceso educativo.
1. Declaración de principios y valores.
Es importante que los papás, al momento de emprender la labor de educación, tengan lo más claro posible qué valores enseñarán a nuestros hijos, de manera que luego no haya contradicciones.
A veces la mamá da menos importancia a un valor cuando el papá no tienen ningún interés. Ese tipo de desacuerdos son los que siembran inseguridad y conflicto en los hijos.
Conviene poner unos pocos valores (3-5 máximo) como prioritarios, con el fin de unificar las decisiones y la formación que se dará a los hijos.
2. La disciplina y adiestramiento (corrección-rectificación).
El niño debe adquirir un comportamiento que no le viene de modo espontáneo. Es como un animalito que obedece a sus impulsos y necesita un instructor que le vaya adiestrando a comportarse en un cierto modo.
Siempre, en todas las familias, se requiere mucha paciencia para corregir la conducta instantánea de los hijos y sustituirla por otra. "No subas los codos a la mesa", "no comas con la boca abierta". Todas estas instrucciones son sumamente desgastantes pero insustituibles.
3. Los modelos y mentores (guías cercanos).
En el 80% los niños imitan el comportamiento de los papás. Los estudios sobre adicciones señalan que, si el papá es alcohólico, hay 80% de probabilidad que el hijo lo sea también. Y lo mismo se puede decir de cualquier tipo de comportamiento.
Alguien dijo que "enseñamos lo que sabemos, pero contagiamos lo que vivimos".
De ahí que la presencia constante y la cercanía sean insustituibles. La presencia física no se suple con nada. Todos los niños necesitan modelos tangibles. Más que un buen colegio, un buen club o buenos programas de televisión, la mejor inversión que se puede hacer para la buena educación de los hijos es el tiempo, el tiempo que los papás están con ellos.
Y obviamente, es importante cuidar sus amistades y el talante de las personas que están mucho tiempo con ellos: profesores, entrenadores, parientes, etc.
4. Las premiaciones y la competencia (estímulos).
Desde siempre, las premiaciones y la competencia han sido parte importante en la labor educativa. Son de los instrumentos más efectivos para descubrir el potencial que se esconde bajo las apariencias, o para desarrollar los talentos que están en germen.
Pero no hay que premiar todo. Lo que es ordinario o fácil no merece un premio. Si eso se llegara a recompensar, realmente se está deseducando al muchacho; se debe premiar sólo aquello que exige un esfuerzo extra de su parte.
La competencia igualmente constituye un instrumento estimulador del talento, pero es un arma de doble filo que requiere destreza por parte del educador. Fácilmente puede provocar riñas, revanchas, etc.
Ante todo hay que dejar claro que la competencia es individual, es decir, el niño está compitiendo consigo mismo. La sana rivalidad nos ayuda a explotar nuestros talentos, pero también puede provocar incomprensiones.
5. Interiorización y reflexión (maduración-razonamiento).
El niño siempre necesita las razones que justifican el comportamiento que le es impuesto: "no toques porque lo vas a romper..."; "no robes porque es deshonesto".
Cuando el joven ha llegado a captar las razones de un cierto tipo de comportamiento y lo ha hecho suyo, podemos decir que ha llegado a su madurez. La disciplina ya no será exterior, sino interior. Actuará por convicción y no por influencia del ambiente o de los regaños de los papás. "Yo no quiero robar, yo no quiero emborracharme".
6. La constancia e integridad (hábitos).
La educación en valores requiere mucha, muchísima paciencia. Dicen que un comportamiento repetido 30 días seguidos, se convierte en hábito, es decir, llega a hacerse algo casi natural.
Cualquier jugador profesional, necesita repetir y ensayar hasta la saciedad los movimientos de un toque específico, hasta que le salga de modo natural.
Lo mismo ocurre con los hijos. Hay que ser constantes y no desmayar; no creer que con una o diez veces ya bastó.
Es necesario repetir los valores continuamente y de diversas formas, hasta la saciedad: que tienen que ser honestos, justos, trabajadores, respetuosos, responsables. Nunca es suficiente.
7. La inercia de la costumbre.
Finalmente, cuando ya se ha hecho el proceso con uno de los hijos, el bebé que le sigue aprenderá más fácilmente, casi por ósmosis, los comportamientos que ve en sus hermanos mayores.
Es así como se forma una cultura o ambiente familiar. Lo que los niños ven en sus papás, tíos, abuelos, primos, les será más fácil incorporarlo al propio comportamiento. De ahí la importancia de la convivencia familiar frecuente.
Hemos repasado anteriormente algunas características personales que es importante cultivar en los hijos. Ahora es el momento de estudiar por separado el proceso de la transmisión de los valores.
La transmisión de los valores también tiene un proceso, unos pasos que hay que seguir para obtener los resultados deseados. No es lo mismo educar a un bebé, que a un adolescente de 14 años. A cualquier edad los valores son los mismos siempre, pero cambia el modo de comunicarlos.
Para comunicar con eficacia, hay que partir del hecho de que no basta una acción o una sola táctica. Como en una orquesta donde cada sonido tiene su lugar y su momento, en la labor educativa cada uno de los elementos comunica algo; puede ser positivo o negativo, pero algo comunica: un grito, un silencio, un regaño, una negativa, un premio, una decisión, un beso, un abrazo, una caricia, una ausencia... todo dice algo.
Por ello, no hay que dar nada por supuesto. Los valores son semillas que se deben sembrar y cultivar. No se dan por generación espontánea. Lo sí que se da por generación espontánea es todo lo contrario, es decir, los anti-valores. Esos sí nacen sin que uno quiera.
Si no hacemos un cultivo consciente y laborioso de los valores, comenzarán a crecer los comportamientos y actitudes indeseados que luego nos darán sorpresas.
Hay papás que dicen, "pero si yo no le enseñé nunca eso..." Sí, es verdad, pero tampoco le enseñaste lo contrario... Cuando hay omisión y falta de cuidado en un jardín, las hierbas malas saldrán por sí solas, tarde o temprano. No podemos dar por supuesto que el hijo que soñamos vendrá por generación espontánea.
Sabemos que es muy difícil esquematizar y que no hay fórmulas mágicas, pero puede ser de utilidad el tener presentes los siguientes siete elementos para contar con una visión de conjunto en el proceso educativo.
1. Declaración de principios y valores.
Es importante que los papás, al momento de emprender la labor de educación, tengan lo más claro posible qué valores enseñarán a nuestros hijos, de manera que luego no haya contradicciones.
A veces la mamá da menos importancia a un valor cuando el papá no tienen ningún interés. Ese tipo de desacuerdos son los que siembran inseguridad y conflicto en los hijos.
Conviene poner unos pocos valores (3-5 máximo) como prioritarios, con el fin de unificar las decisiones y la formación que se dará a los hijos.
2. La disciplina y adiestramiento (corrección-rectificación).
El niño debe adquirir un comportamiento que no le viene de modo espontáneo. Es como un animalito que obedece a sus impulsos y necesita un instructor que le vaya adiestrando a comportarse en un cierto modo.
Siempre, en todas las familias, se requiere mucha paciencia para corregir la conducta instantánea de los hijos y sustituirla por otra. "No subas los codos a la mesa", "no comas con la boca abierta". Todas estas instrucciones son sumamente desgastantes pero insustituibles.
3. Los modelos y mentores (guías cercanos).
En el 80% los niños imitan el comportamiento de los papás. Los estudios sobre adicciones señalan que, si el papá es alcohólico, hay 80% de probabilidad que el hijo lo sea también. Y lo mismo se puede decir de cualquier tipo de comportamiento.
Alguien dijo que "enseñamos lo que sabemos, pero contagiamos lo que vivimos".
De ahí que la presencia constante y la cercanía sean insustituibles. La presencia física no se suple con nada. Todos los niños necesitan modelos tangibles. Más que un buen colegio, un buen club o buenos programas de televisión, la mejor inversión que se puede hacer para la buena educación de los hijos es el tiempo, el tiempo que los papás están con ellos.
Y obviamente, es importante cuidar sus amistades y el talante de las personas que están mucho tiempo con ellos: profesores, entrenadores, parientes, etc.
4. Las premiaciones y la competencia (estímulos).
Desde siempre, las premiaciones y la competencia han sido parte importante en la labor educativa. Son de los instrumentos más efectivos para descubrir el potencial que se esconde bajo las apariencias, o para desarrollar los talentos que están en germen.
Pero no hay que premiar todo. Lo que es ordinario o fácil no merece un premio. Si eso se llegara a recompensar, realmente se está deseducando al muchacho; se debe premiar sólo aquello que exige un esfuerzo extra de su parte.
La competencia igualmente constituye un instrumento estimulador del talento, pero es un arma de doble filo que requiere destreza por parte del educador. Fácilmente puede provocar riñas, revanchas, etc.
Ante todo hay que dejar claro que la competencia es individual, es decir, el niño está compitiendo consigo mismo. La sana rivalidad nos ayuda a explotar nuestros talentos, pero también puede provocar incomprensiones.
5. Interiorización y reflexión (maduración-razonamiento).
El niño siempre necesita las razones que justifican el comportamiento que le es impuesto: "no toques porque lo vas a romper..."; "no robes porque es deshonesto".
Cuando el joven ha llegado a captar las razones de un cierto tipo de comportamiento y lo ha hecho suyo, podemos decir que ha llegado a su madurez. La disciplina ya no será exterior, sino interior. Actuará por convicción y no por influencia del ambiente o de los regaños de los papás. "Yo no quiero robar, yo no quiero emborracharme".
6. La constancia e integridad (hábitos).
La educación en valores requiere mucha, muchísima paciencia. Dicen que un comportamiento repetido 30 días seguidos, se convierte en hábito, es decir, llega a hacerse algo casi natural.
Cualquier jugador profesional, necesita repetir y ensayar hasta la saciedad los movimientos de un toque específico, hasta que le salga de modo natural.
Lo mismo ocurre con los hijos. Hay que ser constantes y no desmayar; no creer que con una o diez veces ya bastó.
Es necesario repetir los valores continuamente y de diversas formas, hasta la saciedad: que tienen que ser honestos, justos, trabajadores, respetuosos, responsables. Nunca es suficiente.
7. La inercia de la costumbre.
Finalmente, cuando ya se ha hecho el proceso con uno de los hijos, el bebé que le sigue aprenderá más fácilmente, casi por ósmosis, los comportamientos que ve en sus hermanos mayores.
Es así como se forma una cultura o ambiente familiar. Lo que los niños ven en sus papás, tíos, abuelos, primos, les será más fácil incorporarlo al propio comportamiento. De ahí la importancia de la convivencia familiar frecuente.
Autor: P. Juan
Antonio Torres, L.C.