"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

martes, 19 de abril de 2016

La Presencia de Dios en lo pequeño y cotidiano



Dios se comunica con nosotros de múltiples maneras, solo hay que saber oírlo y verlo en las pequeñas cosas cotidianas.

Tomás de Kempis nos aconseja en su inmortal obra "La imitación de Cristo" (escrita varios siglos atrás): "Atender  a qué es lo que se dice y no a quién lo dice".

Dios se comunica con nosotros de múltiples maneras, solo hay que saber oírlo y verlo en las pequeñas cosas cotidianas. Muchas veces esperamos grandes manifestaciones, cuando en realidad Dios es el Rey de lo pequeño, lo humilde, cuando actúa aquí en la tierra. Toda la Gloria y Omnipotencia de Dios, se transformó en humildad y pequeñez cuando EL se manifestó, hecho hombre, entre nosotros. Una cueva en Belén, el hogar mas humilde, una vida escondida, todo señala la pequeñez como puerta hacia la Santidad. Los hechos, las obras, las más simples expresiones de nuestra voluntad,  son el signo de nuestro estado espiritual. Ni grandes manifestaciones, ni una vida extremadamente visible u ostentosa, nada de eso fue enseñado a nosotros a través del ejemplo dado por Jesús, a lo largo de Su vida en la tierra, como Criatura/Dios. El nos enseñó con los hechos, con Su Palabra. Y quienes lo juzgaron y condenaron, simplemente miraron quien hablaba, olvidando o pasando por alto el mensaje.

¡Se mató al mensajero, en la Cruz!.

¿Cuantas veces en este mundo vemos que se hace lo mismo?. Se da valor a las ideas  o a las obras a partir del prestigio del autor, y se descartan enormes mensajes para la humanidad, simplemente por no aceptarse a los mensajeros más humildes, más pequeños,  más simples. Pero la trampa es más compleja aún, ya que para llegar a ser respetado se debe adherir a  las reglas del mundo: vanidad, egocentrismo, corrupción, envidia, poder, etc.
De este modo, se vuelve muy difícil llegar a difundir las buenas obras, desde mensajeros basados en la humildad, la pequeñez, la sinceridad, el amor, la unión verdadera y la entrega.

¿Cuantos casos como la Madre Teresa pueden pasar los filtros que el mundo pone?.

¿Cuantos quedan en el camino?.

Sepamos escuchar a Dios, El está dentro nuestro, en las cosas pequeñas, en los mensajes de humildad y sencillez. Y sepamos verlo en aquellos a los que el mundo condena por no cumplir con sus estándares, aquellos que solo quieren vivir en la simpleza del día a día. Los modelos a imitar muchas veces están mas cerca de nosotros de lo que pensamos, solo hace falta prestar atención, poner una mirada a nuestro alrededor, y descubrir la Presencia de Dios donde menos la esperamos.
Por: Oscar Schmidt | Fuente: www.reinadelcielo.org

lunes, 18 de abril de 2016

Una grieta en la muralla



El corazón ha levantado murallas y barreras. ¿Hay espacios para la esperanza? ¿Es posible una brecha para el cambio?



El corazón ha levantado murallas y barreras. No desea ayudas, ni consejos, ni consuelos. La pena dejó tapiadas puertas y ventanas. Un conocido, un familiar, un amigo, han cerrado su alma con candado.
¿Hay espacios para la esperanza? ¿Es posible una brecha para el cambio? Dios mismo se detiene ante las puertas del castillo. No puede forzar a quien no desea recibir caricias ni socorros.
Solo queda esperar. Quizá algún día descubramos una grieta en la muralla, un espacio que permita una pequeña transfusión de aire nuevo, una fisura que abra oportunidades para empezar un proceso de escucha.
Si el corazón rompe sus miedos, sus soberbias, sus rencores, sus amarguras, será posible empezar un camino de curación interior. Si, además, el alma inicia a escuchar a Dios que habla de mil modos, también desde familiares y amigos buenos, comenzará el milagro de una sanación profunda.
Vivimos en un mundo donde tantos hombres y mujeres necesitan ayuda y no la buscan, o no saben cómo acogerla. En este mundo las grietas sanas abren espacios a cambios buenos, porque Dios transforma a quienes dejan rendijas abiertas a sus gracias.

Seguramente hoy se ha abierto una grieta en la muralla de un alma. La ayuda llega. La mente respira aires nuevos. El corazón siente un bálsamo de ternura. La misericordia invita al arrepentimiento. Alguien llora sus pecados y reconoce que existe un Padre bueno que nos ama sin límites...
Por: P. Fernando Pascual LC

domingo, 17 de abril de 2016

Ni magia buena ni mala, ni negra ni blanca



El mundo actual promueve distintas formas de adivinaciones, horóscopos y tantas otras formas de jugar a ser Dios.

Vivimos en estos tiempos una sutil influencia de elementos mágicos, tanto en nuestros niños como en nosotros mismos. Libros y películas nos plantean una batalla entre el  bien y el mal, donde los buenos usan magias buenas y los malos usan magias malas. También vemos una invasión de métodos que buscan el fortalecimiento del yo, como el control mental, reiki, y tantas otras formas de poner al hombre en el centro de un poder que sube hasta niveles que permiten o la sanación, o la profecía, o la influencia sobre los demás. Y muchas veces esto es realizado por gente que manifiesta creer en Dios y profesar una fe cristiana activa. ¿Es esto correcto?. ¿Acaso no está clara la respuesta?.
No se puede servir a dos señores, o se está con Dios, o contra Dios.
Todo poder que trasciende del nivel estrictamente humano, de aquello que puede ser hecho o conocido por el hombre con los medios que Dios le da, ingresa en el terreno de lo sobrenatural. Y el mundo sobrenatural es una puerta abierta tanto a lo Celestial como a lo que pertenece al reino de la oscuridad. Dios manifiesta Su Presencia sobrenatural o en la vida de un santo, o a través de apariciones o manifestaciones místicas: estos casos son reconocidos por la iglesia, y son muy evidentes los buenos frutos que producen. Pero es Dios el que decide otorgar la gracia, no es el hombre el que con su habilidad, inteligencia o esfuerzo logra acceder al mundo sobrenatural. Cuando algo viene de Dios, nunca es la persona la que tiene el mérito, sólo es un instrumento del Señor.
De este modo, todo intento de acceder al mundo sobrenatural a través de los propios esfuerzos o progresos, no es más que un intento de acceder a la oscuridad. Es que para llegar a Dios debemos negarnos a nosotros mismos, vaciarnos, reconocer que somos nada. Si creemos que tenemos poderes, o que tenemos un don que nos permite profetizar o sanar, estamos simplemente atribuyéndonos a nosotros mismos poderes que solo Dios posee, o que sólo Dios da. Y ya sabemos que tratar de ser Dios, es imitar al maligno, también conocido como el mono de Dios, Su imitador.
El mundo actual promueve distintas formas de adivinaciones, horóscopos, péndulos, rabdomancia, elevaciones mediante disciplinas de meditación, y tantas otras formas de jugar a ser Dios. Y por supuesto, no existen magias buenas o magias malas, la magia es mala y punto. ¡No ofendamos a Dios!. El hombre debe humildemente confiar en el Padre que nos cuida y provee todo aquello que nos hace bien, o que necesitamos para purificar nuestra alma, para hacerla digna de llegar a El.

Cuidemos a nuestros niños y a nosotros mismos. Alejemos las malas enseñanzas de nuestro entorno, no permitamos que nos acostumbren a vivir con naturalidad en un medio que ofende a Dios.
¡Jesús está vivo!. Reconozcamos en El a la única fuente de poder y amor, y a Su amorosa Madre como Intercesora, con sus santos y sus ángeles formando el ejército Celestial.
Lo demás, simplemente no es de Dios, todo lo contrario: lo ofende gravemente.
Por: Oscar Schmidt | Fuente: www.reinadelcielo.org

sábado, 16 de abril de 2016

Amor de María, intuye y se adelanta



Reflexiones María
Sólo un corazón que ama sabe ser sencillo al pedir y todo lo consigue... como María.

LAS BODAS DE CANÁ
María recibió una invitación para acudir a unas bodas que se celebraban en Caná de Galilea. Unas bodas, en Palestina y entre los judíos, era un acontecimiento importante y revestía un carácter religioso, pues era el medio de perpetuar la raza hasta la plenitud de los tiempos, es decir, hasta los días del Mesías. Los contrayentes eran amigos, parientes quizá, y María aceptó la invitación y acudió a Caná. Fue también invitado Jesús con sus discípulos, y de nuevo se encontraron reunidos, siquiera fuese transitoriamente y por breve tiempo, Madre e Hijo. Y, ¿qué pasó? Vayamos también nosotros a Caná, pues hemos sido invitados con María y Jesús.

Petición: Señor, dame ojos y corazón para intuir las necesidades de mi prójimo y en la medida de mis posibilidades, ayúdame a solucionarlas, a ejemplo de María, que con su poderosa intercesión logró alegrar ese momento hermoso con el vino nuevo de su Hijo.

Fruto: Tener los ojos abiertos a las necesidades de mi prójimo. Tener el corazón listo para conmoverme y las manos listas para ayudar.

Veamos los detalles de caridad de María en Caná.

María estaba invitada: quien vive en la caridad y con caridad siempre es querido en todas partes y, por lo mismo, fácilmente es invitado a estos eventos alegres, humanos y sociales. Y allá fue, porque el amor trata de difundirse por todas partes. ¿Cómo no compartir la alegría de los demás y felicitarles por esta boda? Ella, la madre de Jesús, no podía despreciar estas alegrías humanas, como tampoco lo hará después Jesús, su Hijo. En muchos otros lugares de los Evangelios vemos a Jesús compartiendo banquetes, tanto que los fariseos se escandalizan de eso e incluso algunos le llaman “comilón y bebedor”. ¡Habráse visto! El corazón mezquino que no rebosa amor se escandaliza de que el otro ame y derrame su amor.

Sí, María fue invitada. Pero, ¿en verdad fue a comer y aprovecharse del banquete? El que fuera la primera que captara la insuficiente cantidad de vino sugiere que "estaba en todo", y esto supone atención, actitud observadora, pensar en lo que ocurre y no en sí misma. ¡Otra vez, la caridad, amor al prójimo! Sí, lo opuesto al egoísmo y a buscar la propia satisfacción. Quien se deja llevar por el impulso natural en sus relaciones sociales corre el peligro de ser imprudente y pecar por exceso o por defecto; está abocado a vivir para sí y no para los demás; a dejarse llevar por el egoísmo en lugar de ejercer la caridad y el amor al prójimo. No hubiera sido igual en esa boda sin la presencia de María. El amor todo lo transforma, incluso las situaciones adversas. La caridad no deja indiferente el ambiente en que está. Al contrario caldea el ambiente en que vive y alegra la vida de quienes están a su alrededor.

Quien tiene amor aumenta el grado de felicidad de los demás en la tierra. Basta una sonrisa, una palabra de aliento, un gesto de servicio. ¿Qué hizo María? ¿Qué hubiera hecho yo en su lugar: reclamar, protestar contra los novios y los servidores?

Se acabó el vino y María dijo a Jesús: “no tienen vino”. Aquí está el amor de María, amasado de sencillez y de fe. Sea por la afluencia de invitados, sea por error de cálculo, llegó un momento en que el vino comenzó a escasear de tal manera que era fácil prever su insuficiencia para el tiempo que todavía había de durar la fiesta. Esto era grave, porque el apuro iba a ser tal, cuando se descubriera, que bastaba para amargar a los novios el recuerdo de su boda, que se iba a convertir en regocijado comentario del pueblo durante mucho tiempo. Y aquí interviene María con su caridad intuitiva, ingeniosa y efectiva. Esto quiere decir que andaba discretamente pendiente del servicio, ayudando quizá, sin inmiscuirse en lo que era tarea propia de maestresala. En cuanto vio esto, pensó en el modo de remediarlo. Pensó en la violencia de la situación de los novios. Su bondad le llevó a compadecerse de ellos y a buscar un remedio. Ella sabía que no podía realizar un milagro, pero sabía que su Hijo sí podía. El amor intuye y se adelanta y se cree con confianza para pedir a Dios la solución. ¡Es la madre! Y comunica su preocupación a su Hijo.

María se dirige a Jesús como a su Hijo, pero Jesús le contesta como Mesías: no ha venido a remediar problemas materiales, pues es muy otra la misión que ha recibido del Padre. Aclarado esto, no tiene inconveniente en adelantar su hora: la de hacer un milagro que ponga de manifiesto su poder y dé testimonio de su divinidad. El amor todo lo puede. El amor abre el corazón de Dios. El amor humilde y confiado de María realizó lo que nadie podría hacer en ese momento: convertir el agua en vino. “No tienen vida”, ¡qué oración tan sencilla de María! Ella expone la necesidad con la simplicidad de un niño. Los niños más que pedir, exponen, y no es necesario más porque la compenetración es tan grande que los papás saben perfectamente todo lo que la frase del niño encierra, y es para ellos más clara que un largo discurso. María, siendo la más perfecta de las criaturas, o mejor todavía, la criatura perfecta, su oración, sin duda, es la más perfecta de las oraciones, la mejor hecha, la que reúne todas las cualidades en su máxima profundidad. Es el amor quien hace nuestra oración sencilla, sin rebuscamientos ni artificios. ¿Si nosotros no conseguimos de Dios lo que le pedimos no será porque nos falta sencillez en nuestra oración? Y si nos falta sencillez, ¿no será porque estamos faltos de amor en el corazón? Sólo un corazón que ama sabe ser sencillo al pedir y todo lo consigue. Como María. ¡Qué complicados somos los hombres a veces en nuestras relaciones con Dios y con los demás! Aprendamos de María.

"Haced lo que Él os diga". Es el amor de María lleno de confianza y humildad. La mirada suplicante, confiada, sonriente y amorosa de la Virgen no podía ser indiferente a Jesús en ningún caso. María obró con la seguridad de quien sabe lo que hace, pues el amor da seguridad y abre las puertas del corazón de Dios. Se acercó a los sirvientes y les dio unas instrucciones muy sencillas: "Haced lo que Él os diga". Tras esto, la Virgen vuelve a confundirse entre los convidados. Sólo el que ama a Dios, ama a los demás y se consume viendo cómo, por no poseerlo, no son felices. Esta vibración interior es lo que lleva a acercarles a Dios, pero sin artificios ni convencionalismo, sin acosos ni insistencias, con la tenacidad propia del amor, pero con su suavidad, haciendo que acaben queriendo, abriéndoles horizontes que tienen cerrados. "Haced lo que Él os diga": es el imperativo que lanza quien ama, porque conoce a quien es el Amor supremo. El amor aquí se hace humilde: Él es quien cuenta, no yo. Sólo Él es el Salvador y Mesías. Pero su humildad sabe dar el tono y matiz preciso a su imperativo. La oración que nace de la humildad siempre será escuchada y casi "obliga" a Dios a escuchar y hacer caso. Lo que da intensidad a una oración, lo que hace poner en ella toda el alma es la necesidad, y nadie como el humilde puede percibir hasta qué punto está necesitado de que Dios se compadezca de su impotencia, hasta qué punto depende de Él, hasta qué extremo límite es cierto que el hombre puede plantar y regar, pero que es Dios quien da el incremento (cf 1 Cor 3, 6-7), es Dios quien puede convertir esa agua en vino.

Quien no ama no es humilde. Quien no es humilde trata a Dios con prepotencia y egoísmo, y lo usa para que resuelva los problemas que nosotros mismos nos hemos planteado o sacarnos de los atolladeros en que tercamente nos hemos metido. Pero María es humilde. Expone el problema y la necesidad y deja todo en las manos de su Hijo.

Deja a Cristo el campo totalmente libre para que haga sin compromisos ni violencias su voluntad, pero es porque Ella estaba segura de que su voluntad era lo más perfecto que podía hacerse y de verdad resolvería el asunto. María confía en la sabiduría de su Hijo, en su superior conocimiento, en su visión más amplia y profunda de las cosas que abarca aspectos y circunstancias que Ella podía, quizá, desconocer. La fe y la humildad deja a Dios comprometido con más fuerza que los argumentos más sagaces y contundentes. "Haced lo que Él os diga": ¡Qué conciencia tiene María de que su Hijo es el Señor y es quien debe mandar y ordenar, y no ella! Nos pide que siempre escuchemos a su Hijo y después que hagamos lo que Él nos diga. El amor escucha y hace lo que dice y pide el Amor con mayúscula. Hacer lo que Cristo nos dice es obedecer. Por tanto el amor termina siempre en obediencia. Lo que María nos dice aquí es que obedezcamos, que pongamos toda nuestra personal iniciativa, no en hacer lo que se nos ocurra, sino al servicio de lo que Él nos indique. Como Ella, que fue siempre obediente.

Quien no ama, protesta y no obedece con alegría. Por tanto, este amor de María en Caná desemboca en obediencia a Cristo. No es un amor que se queda sólo a nivel de sentimientos y emociones, o de soluciones más o menos hermosas. El amor tiene que ser acrisolado por la obediencia. Con la obediencia hemos encontrado lo único necesario y todo lo demás viene resuelto como consecuencia. Y la obediencia consiste en cumplir la voluntad de Dios en nuestra vida. Y fue esta obediencia de María y de los servidores quien hizo que Cristo obrase el milagro. Y no fue fácil lo que Cristo les mandó: "Llenen de agua esas tinajas" ¿No será esto absurdo? Los servidores no protestan ni reclaman ni cuestionan. Obedecen, simplemente. Y obedecieron inmediatamente. Y obedecieron hasta el final, llenando las tinajas hasta arriba. No puede obedecerse a medias.

Preguntas para reflexionar:
1. ¿Qué me impide ver las necesidades de los demás: mi maldito egoísmo que me ciega, mi corazón duro y soberbio, mis manos cerradas y ociosas?
2. ¿Pido a Jesús por las necesidades del mundo, de la Iglesia y de las familias? ¿O sólo pido por mí y mis cosas? ¿Pido, como María, con fe, con humildad, con amor, con confianza, con obediencia?
3. ¿Tengo el vino de mi caridad dulce y oloroso para compartir con los demás, o está ya picado y avinagrado por mi egoísmo y orgullo?
Por: P Antonio Rivero LC