Nadie puede saber lo que habrá de suceder
mañana. Qué triste sería si lo supiéramos. Toda la emoción de vivir se
perdería, y nuestra vida sería como una película que ya vimos.
Cuenta la historia de un hombre muy rico y
orgulloso que quería encontrar a Dios. Un día se acercó a un ermitaño que vivía
en las afueras del pueblo, hombre sabio y prudente, quien lo llevó a lo alto de
la montaña.
Allí lo dejó durante dos días, sin permitirle
beber agua. Luego fueron donde nacía el río del pueblo, y le dijo:
En este momento, para sobrevivir necesitas
agua. ¿Cómo lo harías?
El hombre se arrodilló, y bajando su
cabeza bebió del cañito de agua que brotaba del suelo.
Díjole el sabio:
Eso es lo que harás para encontrar a Dios.
Deja a un lado tu orgullo y reconoce tu necesidad de Dios, la fuente de agua
viva, arrodillándote hasta tocar el suelo. Es la única forma de beber el agua
que te salvaría de morir de sed. Asimismo, para salvar tu alma, debes reconocer
que sin Dios no tienes salvación.
Dice el Señor que el que beba del agua que yo le dé,
no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en
fuente de agua que brota para vida eterna. (Jn 4, 14). Y más adelante añade: Si alguno tiene sed, venga a mí, y
beba el que crea en mí. (Jn
7, 37b). Y más aún: El que
tenga sed, que se acerque, y el que quiera, reciba gratis agua de vida. (Ap 22, 17c).
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Y ahora otro cuentito, el del profesor que
fue invitado a dar una conferencia en una base militar, y en el aeropuerto lo
recibió un soldado llamado Ralph, quien encontró a Dios sirviendo a sus
semejantes.
Recogiendo las maletas, Ralph ayudó a una
anciana con su equipaje, cargó dos niños para que vieran a Santa Claus, y
orientó a una persona, mientras sonreía alegremente.
¿Dónde aprendió a comportarse así? -preguntó el profesor.
En la guerra, contestó Ralph. En Vietnam su misión
había sido limpiar campos minados, viendo como varios amigos encontraban una
muerte prematura.
Me acostumbré a vivir paso a paso. Nunca
sabía si el siguiente iba a ser el último, y por eso tenía que sacar el mayor
provecho del momento que transcurría entre alzar un pie y volver a apoyarlo.
Cada paso era toda una vida.
Nadie puede saber lo que habrá de suceder
mañana. Qué triste sería el mundo si lo supiéramos. Toda la emoción de vivir se
perdería, y nuestra vida sería como una película que ya vimos. Ninguna
sorpresa, ninguna emoción. Pienso que lo que se requiere es ver la vida como lo
que es, una gran y emocionante aventura.
Y en ese trajinar, Ralph observó que al
final no importará quién haya acumulado más riquezas, ni quién haya llegado más
lejos, sino que lo único que importará es quien haya amado más.
Ralph se dio cuenta que más ama quien más
ha servido, porque aprecia su vida y la vida de los demás, y como dice el
Señor, al referirse a los pobres, los ancianos, los niños, los necesitados y
desvalidos: En verdad os
digo, que cuanto hagan a uno de estos hermanos míos más pequeños a mí me lo
hicieron. (Mt 25, 40).
El rico y orgulloso se arrodilló y
encontró a Dios. Ralph lo encontró sirviendo al prójimo.
¿Y tú? ¿Cuál es tu historia?
Bendiciones y paz.
Autor: Juan Rafael Pacheco.
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