"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

miércoles, 25 de octubre de 2017

La vacuna para la ruptura



Una apuesta sincera y total por el amor

Pareciera que en la actualidad por la cantidad de rupturas y separaciones de pareja que se están percibiendo podríamos hablar de una epidemia. “Hay una cierta falta de creencia en el amor, existe hoy una epidemia de rupturas conyugales que vuelve a la gente incrédula en relación con este tema.” Es lo que dice Enrique Rojas, especialista en Psiquiatría y Psicología médica, director del Instituto Español de investigaciones psiquiátricas.

Sobre esto, encontramos que el número de divorcios en México se cuadruplicó en tres décadas, al pasar de 4 por cada 100 matrimonios en 1980, a 17 en el año 2012, según cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). Cifra que año con año va en aumento. Otro dato a tomar en consideración es que las rupturas se van presentando cada vez a menores tiempos de la relación.

Este contexto es en el que vivimos y para el que debemos estar preparados, no es suficiente un “a mí no me va a pasar”, el vivir bajo la fantasía de esta premisa sería simplemente descuidarnos y bajar la guardia ingenuamente. ¿Qué hacer ante este panorama? La respuesta es clara: hacer una apuesta sincera y total por el amor.

Enrique Rojas aclara que “en la sociedad actual no existe una crisis del amor, sino de la persona, se han ido produciendo hombres cada vez más endebles, más frágiles” y al mismo tiempo, estamos inmersos en una cierta “ignorancia del amor”, “la gente desconoce que el amor es un trabajo, es una labor artesanal”.

¿Cómo pretendemos hacer funcionar algo de lo que no tenemos la menor idea de cómo funciona y no leemos el instructivo? O ¿Cómo queremos participar y salir victoriosos si desconocemos las reglas que rigen el “juego”?. La forma de irnos “vacunando” de una ruptura será, entonces, ir conociendo cada vez más lo que es el amor y sus implicaciones; darnos a la tarea de conocer cada vez más a nuestra pareja, pero no solo eso, sino ir conociendo y aprendiendo del amor humano, para que así podamos valorarlo y apreciarlo, amar el amor humano.  Mientras que al mismo tiempo es necesario ir desarrollando y formando nuestro carácter para tener el coraje y la valentía de asumir la tarea y el trabajo que requiere la relación de pareja.



Hay tres cosas muy concretas que podemos hacer y poner en práctica en nuestra relación para que ésta perdure y prospere:

1.    Dar y recibir: que exista reciprocidad y recordar que la relación es un trabajo que requiere de ambas partes.
2.    No reclamar cosas del pasado: evitar cobrar “facturas” que ya han sido cobradas o que forman parte del pasado.
3.    Volver a empezar: darse la oportunidad de renovarse e iniciar de nuevo las veces que sea necesario.

El amor verdadero impulsa a sacar y dar lo mejor de uno mismo. El hacer perdurar el amor es la mejor garantía para que nuestro matrimonio funcione, pareciera redundante, pero así es: el amor que mantendrá unida nuestra relación se mantiene vivo en la medida en que amamos a nuestra pareja.
Por: Francisco Peralta Dávalos




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martes, 24 de octubre de 2017

El Buen Pastor



El pastor es una imagen de Dios muy conocida y viva desde el cristianismo primitivo.

El fundamento de toda religión constituye la imagen, la idea que forma de su propio Dios. Cada hombre tiene en su corazón una idea personal de Dios sobre todo nosotros, que somos cristianos. Y nuestra vida cristiana, nuestra fe vital y profunda dependen decisivamente de la imagen de Dios que tengamos.

Anhelamos un pastor. Es una imagen de Dios muy conocida y viva desde el cristianismo primitivo. Ya la encontramos frecuentemente en las catacumbas. Pero también hoy en día todos conocemos estas imágenes del Buen Pastor en medio de su rebaño, o con la oveja sobre sus hombros. Parece que a todos los cristianos de todos los tiempos esta persona del Buen Pastor los impresionó hondamente.

¿De dónde viene este anhelo escondido, esta simpatía entre el Buen Pastor y nosotros?
Creo que es porque su rostro nos promete cariño y entrega, protección y seguridad. Porque muchas veces nos sentimos solos, desamparados, solitarios. Porque frecuentemente nos sentimos como ovejas perdidas. El peso de nuestras debilidades, de nuestros sufrimientos, de nuestras limitaciones nos dan pena y nos mortifican.

Queremos estar con Jesús, nuestro Pastor, que nos vigila, dirige y nos busca, que conoce a cada uno de nosotros por su nombre, nos llama y, si llega el caso, arriesga su vida por defendernos del enemigo.

Pastor: soledad e incomprensión.
La vida de Jesús fue un gran sacrificio por su misión: un sacrificio de soledad y de incomprensión por los demás. Ni siquiera su Madre lo comprende siempre, si pensamos en el episodio cuando tenía doce años: “¿No sabíais que yo debo ocuparme en los asuntos de mi Padre?” (Lc 2,49).

También la conducta de los apóstoles frente a Él, muestra que no tienen comprensión para con su persona ni para con su misión. Así, un día, Jesús les dice a ellos: “Llevo tanto tiempo con vosotros, y no me habéis conocido”. Y mucho menos que sus discípulos, lo entiende el pueblo.

De modo que Jesús queda, en el fondo, solo con su misión. Y el colmo de su soledad se realiza en su sacrificio en la cruz. Él es realmente el Buen Pastor “que arriesga su vida por sus ovejas”; que la entrega por amor a los suyos. Sólo el mayor sacrificio le basta para manifestar su amor infinito.

Esta es una de las leyes del Reino de Dios: ¡Si quieres ser amado, ama! Si quieres ser amado por los demás, entonces tienes que mostrarles tu propio amor, sacrificándote por ellos. Y Dios emplea esta ley de un modo singularmente hermoso y profundamente eficaz. Él quiere nuestro amor, y por eso nos ama con un amor palpable, desbordante.

Sentirnos amados… el inicio de la santidad. Todos los santos comenzaron a escalar las cumbres de la santidad, cuando se sintieron objeto del amor eterno e infinito de Dios. Cuando me creo y siento amado per Dios, entonces se despierta en mí la respuesta del amor. Mientras estamos convencidos de que hay alguien que nos ama, nuestro amor está asegurado.
Pase lo que pase, jamás debe abandonarnos la profunda convicción: Él me ama.

Y si nos preguntamos, por qué somos tan poco inflamados para Dios y para lo divino, pues ya sabemos la respuesta: no sentimos ni comprendemos ese amor abundante de Dios. Vivimos como si Jesús no hubiera muerto en la cruz por nosotros.

Hemos de acompañar en la oración a nuestros sacerdotes, religiosos y religiosas, para que sean verdaderos pastores de las almas, llenos de amor desinteresado, reflejos auténticos de Jesucristo, nuestro Buen y Eterno Pastor.

Preguntas para la reflexión

1. ¿Me siento amado/a por Dios?
2. ¿Rezo por los sacerdotes?
Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Retiros y homilías del Padre Nicolás Schwizer




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lunes, 23 de octubre de 2017

Octubre mes de las Misiones



La Iglesia Católica vive el mes de octubre dedicado a despertar el Espíritu Misionero en los fieles

La Iglesia Católica vive el mes de octubre dedicado mundialmente a despertar el Espíritu Misionero en los fieles, con gestos de solidaridad hacia los 200,000 misioneros que entregan sus vidas por el anuncio del Evangelio en el mundo.

Durante este mes, llamado "Mes de las Misiones" se intensifica la animación misionera, uniéndonos todos en oración, el sacrificio y el aporte económico a favor de las misiones, a fin de que el evangelio se proclame a todos los hombres.


Juan Pablo II en el Nº 72 de la Redemptoris Missio, mencioó a los "movimientos eclesiales dotados de dinamismo misionero" que, "cuando se integran con humildad en la vida de las iglesias locales y son acogidos cordialmente por los Obispos y sacerdotes en las estructuras diocesanas y parroquiales, representan un verdadero don de Dios para la nueva evangelización y para la actividad misionera propiamente dicha".

Queridísimos hermanos y hermanas:

El compromiso misionero de la Iglesia constituye, también en este comienzo del tercer milenio, una urgencia que en varias ocasiones he querido recordar. La misión, como he recordado en la Encíclica Redemptoris Missio, está aún lejos de cumplirse y por eso debemos comprometernos con todas nuestras energías en su servicio (cfr. n.1). Todo el Pueblo de Dios, en cada momento de su peregrinar en la historia, está llamado a compartir la "sed" del Redentor (cfr Jn 19, 28). Los santos han advertido siempre con mucha fuerza esta sed de almas que hay que salvar: baste pensar, por ejemplo, a santa Teresa de Lisieux, patrona de las misiones, y a monseñor Comboni, gran apóstol de África, que he tenido la alegría de elevar recientemente al honor de los altares.

Consagrados y enviados para la misión

Todos nosotros, miembros de la Iglesia e impulsados por el mismo Espíritu, somos consagrados, aunque de diverso modo, para ser enviados: por el bautismo se nos confía la misma misión de la Iglesia. A todos se nos llama y todos estamos obligados a evangelizar, y esta misión fontal, común a todos los cristianos, ha de constituir un verdadero "acicate" cotidiano y una solicitud constante de nuestra vida.

Es muy bello y estimulante recordar la vida de las comunidades de los primeros cristianos, cuando éstos se abrían al mundo, al que por vez primera miraban con ojos nuevos: era la mirada de quien ha comprendido que el amor de Dios se debe traducir en servicio por el bien de los hermanos. El recuerdo de su experiencia de vida me induce a reafirmar la idea central de la reciente encíclica: "La misión renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana, da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se fortalece dándola!"(n. 2). Sí, la misión nos ofrece la extraordinaria oportunidad de rejuvenecer y embellecer a la Esposa de Cristo y, al mismo tiempo, nos hace experimentar una fe que renueva y fortalece la vida cristiana, precisamente porque se dona.

Pero la fe que renueva la vida y la misión que fortalece la fe no pueden ser tesoros escondidos o experiencias exclusivas de cristianos aislados. Nada está tan lejos de la misión como un cristiano encerrado en sí mismo: si su fe es sólida, está destinada a crecer y debe abrirse a la misión.

El primer ámbito de desarrollo del binomio fe-misión es la comunidad familiar. En una época en la que parece que todo concurre a disgregar esta célula primaria de la sociedad, es necesario esforzarse para que sea, o vuelva a ser, la primera comunidad de fe, no sólo en el sentido de la adquisición, sino también del crecimiento, de la donación y, por tanto, de la misión. Es hora de que los padres de familia y los cónyuges asuman como deber esencial de su estado y vocación evangelizar a sus hijos y evangelizarse recíprocamente, de modo que todos los miembros de la familia y en toda circunstancia -especialmente en las pruebas del sufrimiento, la enfermedad y la vejez- puedan realmente recibir la Buena Nueva. Se trata de una forma insustituible de educación a la misión y de preparación natural de las posibles vocaciones misioneras, que casi siempre encuentran su cuna en la familia.

Otro ámbito, asimismo importante, es la comunidad parroquial, o la comunidad eclesial de base, la cual, mediante el servicio de sus pastores y animadores, debe ofrecer a los fieles el alimento de la fe e ir en busca de los alejados y extraños, realizando así la misión. Ninguna comunidad cristiana es fiel a su cometido si no es misiones: o es comunidad misionera o no es ni siquiera comunidad cristiana, pues se trata de dos dimensiones de la misma realidad, tal como es definida por el bautismo y los otros sacramentos. Además, este empeño misionero de cada comunidad reviste la máxima urgencia hoy que la misión, entendida incluso en el sentido específico de primer anuncio del Evangelio a los no-cristianos, está llamando a las puertas de las comunidades cristianas de antigua evangelización y se presenta cada vez más como "misión entre nosotros".

Motivo de esperanza, para responder a las nuevas exigencias de la misión actual, son asimismo los Movimientos y grupos eclesiales, que el Señor suscita en la Iglesia para que su servicio misionero sea más generoso, oportuno y eficaz.

Cómo cooperar en la actividad misionera de la Iglesia.

Si todos los miembros de la Iglesia son consagrados para la misión, todos son corresponsables de llevar a Cristo al mundo con la propia aportación personal. La participación en este derecho-deber se llama "cooperación misionera" y se enraiza necesariamente en la santidad de vida: sólo injertados en Cristo, como los sarmientos en la vid (cf. Jn 15, 5), daremos mucho fruto. El cristiano que vive su fe y observa el mandamiento del amor dilata los horizontes de su actuación hasta abarcar a todos los hombres mediante la cooperación espiritual, hecha oración, sacrificio y testimonio, que permitió proclamar co-patrona de las misiones a santa Teresa del Niño Jesús, aunque nunca fue enviada a la misión.

La oración debe acompañar el camino y la obra de los misioneros para que la gracia divina haga fecundo el anuncio de la Palabra. El sacrificio, aceptado con fe y sufrido con Cristo, tiene valor salvífico. Si el sacrificio de los misioneros debe ser compartido y sostenido por el de los fieles, entonces todo el que sufre en el espíritu y en el cuerpo puede llegar a ser misionero, si ofrece con Jesús al Padre los propios sufrimientos. El testimonio de vida cristiana es una predicación silenciosa, pero eficaz, de la palabra de Dios. Los hombres de hoy, aparentemente indiferentes a la búsqueda del Absoluto, experimentan en realidad su necesidad y se sienten atraídos e impresionados por los santos que lo revelan con su vida.

La cooperación espiritual en la obra misionera debe tender sobre todo a promover las vocaciones misioneras. Por eso, invito una vez más a los jóvenes y a las jóvenes de nuestro tiempo a decir "sí", si el Señor les llama a seguirlo con la vocación misionera. No hay opción más radical y valiente que ésta: dejan todo para dedicarse a la salvación de los hermanos que no han recibido el don inestimable de la fe en Cristo.

La Jornada mundial de las misiones une a todos los hijos de la Iglesia, no sólo en la oración, sino también en el esfuerzo de solidaridad, compartiendo la ayuda y bienes materiales para la misión ad gentes. Tal esfuerzo responde al estado de necesidad que sufren tantas personas y poblaciones de la tierra. Se trata de hermanos y hermanas que, necesitados de todo, viven principalmente en los países identificados con el Sur del mundo y que coinciden con los territorios de misión. Los pastores y los misioneros necesitan, pues, medios ingentes, no sólo para la obra de la evangelización -que es, ciertamente, primaria y onerosa-, sino también para salir al paso de las múltiples necesidades materiales y morales mediante las obras de promoción humana que acompañan siempre a toda misión.

Ojalá que la celebración de la Jornada mundial de las misiones sea un estímulo providencial para poner en marcha las estructuras de caridad y para que cada uno de los cristianos y sus comunidades den testimonio efectivo de la caridad. Se trata de "una cita importante en la vida de la Iglesia, porque enseña cómo se ha de dar: en la celebración eucarística, esto es, como ofrenda a Dios, y para todas las misiones del mundo" (Redemptoris missio, 81).

La animación de las Obras Misionales Pontificias.

En la obra de animación y cooperación misionera, que atañe a todos los hijos de la Iglesia, deseo reafirmar el cometido peculiar y la responsabilidad específica que incumben a las Obras Misionales Pontificias, como lo hice destacar ya en la citada encíclica (cf. n. 84).

Las cuatro Obras -Propagación de la fe, San Pedro Apóstol, Infancia Misionera y Unión Misional- tienen como objetivo común promover el espíritu misionero en el pueblo de Dios. Son la expresión de la universalidad en las Iglesias locales.

Deseo recordar especialmente la Unión Misional, que celebra su 75º aniversario de fundación. Tiene el mérito de realizar un esfuerzo continuo de sensibilización entre los sacerdotes, religiosos, religiosas y animadores de las comunidades cristianas, para que el ideal misionero se traduzca en formas adecuadas de pastoral y de catequesis misionera.

Las Obras Misionales deben ser las primeras en llevar a la práctica cuanto afirmé en la encíclica: "Las Iglesias locales, por consiguiente, han de incluir la animación misionera como elemento primordial de su pastoral ordinaria en las parroquias, asociaciones y grupos, especialmente los juveniles" (n. 83). Las Obras Misionales han de ser protagonistas de este importante mandato en la animación, formación misionera y organización de la caridad para la ayuda a las misiones.

Pero, una vez recordada la función de estas Obras y el empeño permanente en favor de la misión, no puedo terminar esta exhortación sin hacer llegar expresamente a los misioneros y misioneras -sacerdotes, religiosos y laicos esparcidos por el mundo- una expresión de afectuoso agradecimiento y estímulo, para que perseveren con confianza en su actividad evangelizadora, aun cuando llevarla a cabo pueda costar y cueste los mayores sacrificios, incluso el de la vida.

Queridísimos misioneros y misioneras: mi pensamiento y afecto os acompañan siempre, junto con la gratitud de toda la Iglesia. Sois la esperanza viva de la Iglesia, como testigos y artífices de su misión universal en el acto mismo que se realiza, y también el signo creíble y visible del amor de Dios, que a todos nos ha llamado, consagrado y enviado, pero que a vosotros os ha dado un mandato especial: el don singular de la vocación ad gentes. Vosotros lleváis a Cristo al mundo; y, en su nombre, como Vicario suyo, os bendigo y os llevo en el corazón. Con vosotros, bendigo a todos aquellos que con amor y generosidad participan en vuestro apostolado de evangelización y de promoción integral del hombre.

Misioneros, que María, Reina de los Apóstoles, guíe y acompañe vuestros pasos y los de todos aquellos que, de cualquier forma, cooperan en la misión universal de la Iglesia.
Fuente: Misioneros de habla hispana




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domingo, 22 de octubre de 2017

El Camino Compartido



Un proyecto de vida matrimonial

El viaje es donde se encuentra la felicidad, no en el destino. Ésta es una de las principales reflexiones que nos presenta la película “El camino del guerrero” (Peaceful Warrior). El camino es donde podemos encontrar el mayor de los deleites y es precisamente ahí mismo donde llegamos a la plenitud; caminando, andando, y más aún cuando tenemos la dicha de contar con un compañero de viaje.

Al establecer una relación tenemos el deseo de hacer partícipe de nuestra vida al otro, y cuando tomamos la decisión de formalizar la relación con el compromiso del matrimonio, con el “sí, acepto”, no solo hacemos partícipe al otro de nuestra historia sino que escribimos una nueva entre los dos, donde el “tú” y el “yo” quedan superados por un “nosotros”. Ese “nosotros” es el que deberá ir orientando y gobernando las decisiones que vayamos tomando de ahora en adelante.

Mucho se suele hablar del proyecto de vida, de que tenemos que decidir los estudios que deseamos realizar, a qué nos queremos dedicar, qué es lo que queremos hacer de nuestra vida: qué camino es el que queremos recorrer. De lo que casi no se habla es del proyecto de vida matrimonial, de ese en el que los proyectos de vida individuales se  reajustan y reconfiguran para ser un solo proyecto en el que ya no son “mis metas” o “tus metas”, sino “nuestras metas” y ya no son dos vías o caminos distintos, sino uno mismo transitado por los dos.

Suele tenerse la tentación de pensar que en el momento en el que los novios contraen matrimonio, por default y de manera automática, ya es un solo camino el que se recorre y los dos se dirigen hacia el mismo destino, pero lamentablemente no es así. Paradójicamente, suele suceder continuamente que los novios se casan teniendo en su mente caminos diferentes, metas distintas e ideas que no coinciden con las del otro, precisamente por dar por hecho o suponer que el matrimonio en sí mismo los hará caminar hacia la misma dirección. Es esta una de las fuentes principales de problemas matrimoniales.

El proyecto de vida matrimonial es una herramienta fundamental, que al realizarlo nos permitirá disfrutar y vivir de manera más plena el viaje del matrimonio con esa persona que hemos elegido como compañera. El proyecto de vida matrimonial nos previene de ir viviendo de acuerdo a las circunstancias, de manera improvisada y nos permite tomar el timón de nuestro matrimonio para irlo guiando al puerto que hemos elegido.

Sustituyamos el mal de la improvisación por el bien del conocimiento, realicemos y revisemos nuestro proyecto de vida matrimonial tratando de visualizar diversas circunstancias y perspectivas, este ejercicio también nos ayudará a mejorar el conocimiento mutuo, el dialogo y la negociación en la pareja. A final de cuentas el matrimonio es algo que se tiene que disfrutar, no padecer. El matrimonio es ese viaje que nos da la felicidad cuando lo recorremos aprovechando los momentos adecuados, como lo dice Arthur Schnitzler, “estar preparado es importante, saber esperar lo es aún más, pero aprovechar el momento adecuado es la clave de la vida”
Por: Francisco Peralta Dávalos




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