"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

domingo, 24 de septiembre de 2017

El trabajo y el dinero



El valor del trabajo y cómo hacer del esfuerzo una virtud.

22. En algunos sitios el trabajo está cronometrado, y, a veces, ciertamente mal tasado, de modo que se le puede ganar muy poco dinero, o para sacar algo se requieren esfuerzos inhumanos.

Los responsables de esta injusticia darán también cuenta a Dios. Pero otras veces hay obreros que alargan los trabajos sin necesidad y los hacen más caros deliberadamente.

Cada uno dará cuenta a Dios de la injusticia de la que es responsable.

23. Todo esto en cuanto a la obligación de trabajar con diligencia.
Pero, además, es necesario emplear bien el dinero que se gana. No hay derecho a que un hombre no gane lo suficiente para vivir. Pero tampoco hay derecho a que un hombre gaste en vicios, diversiones, caprichos y superfluidades lo que necesita para dar de comer a sus hijos. No hay que crearse necesidades superfluas.

Lo primero es lo primero; y antes es comer que pasarlo bien. No es que sea reprensible una diversión discreta, cuando se ha atendido a lo sustancial. Pero gastar en diversiones lo que se necesita para comer, es absurdo y criminal.

Además, para diversiones todo parece poco. El dinero se va solo. Nunca hay bastante. Y así nunca se gana lo suficiente. Por eso, ese ansia de ganar más y más. Esforzarse por ganar lo necesario para una vida digna y una diversión decorosa, es justo; pero querer ganar para poder derrochar, es cosa distinta.

«Es legítimo el deseo de lo necesario; y el trabajar para conseguirlo es un deber. Dice San Pablo: el que no quiere trabajar que no coma104 . Pero la adquisición de los bienes temporales puede conducir a la codicia, al deseo de tener cada vez más y a la tentación de acrecentar el propio poder.

La avaricia de las personas, de las familias y de las naciones puede apoderarse lo mismo de los más desprovistos que de los más ricos, y suscitar en los unos y en los otros un materialismo sofocante... Para las naciones, como para las personas, la avaricia es la forma más evidente de un subdesarrollo moral»105 .

La avaricia es un gusano que roe, tanto el corazón del rico como el del pobre; y mientras los hombres sólo piensen en enriquecerse más y más, por encima de todo, como si esta vida fuera la definitiva, es imposible que haya paz en el mundo.

Dios quiere que el hombre tenga lo necesario para vivir, pero no quiere que se apegue demasiado a los bienes de este mundo, que le estorbarán su salvación eterna. Por eso nos dice Jesucristo: «No queráis amontonar tesoros para vosotros aquí en la tierra»106 , sino «buscad primero el reino de Dios y su justicia...»107

No te olvides nunca que lo principal, lo primero, es salvarte; aunque, como es natural, también debes preocuparte de solucionar tu vida en este mundo. Pero sin olvidarte de que la vida eterna es lo primero.

24. Ocupan lugar importante para todo hombre en general, y para el cristiano en particular, entre las exigencias de la justicia social, las obligaciones tributarias. Los impuestos justos hay que pagarlos108
.

El Concilio Vaticano II, en la Constitución Pastoral Gaudium et Spes, enuncia así la doctrina: «Entre los deberes cívicos de cada uno está el de aportar a la vida pública el concurso material y personal requerido por el bien común»109 .

«La naturaleza y fundamento moral del deber tributario se desprende de la sociabilidad del hombre. Para vivir con dignidad, progresar y satisfacer las necesidades propias, cada vez más numerosas con el avance de la civilización, el hombre aislado no se basta.

Toma proporcionada relevancia el papel de la sociedad. Pero a la obligación social de suplir las impotencias singulares de los hombres o de los grupos humanos menores, se corresponde el derecho de exigir los medios necesarios para cumplirla.

Por otra parte, si en el hombre surge el espontáneo y natural derecho de ser ayudado por la sociedad, la correspondiente y necesaria contrapartida, también natural, será la de contribuir en la medida de su capacidad de recursos a los gastos y necesidades sociales.

Quedan pues, naturalmente, enraizadas las obligaciones y derechos fiscales, y por tanto vinculando las conciencias, tanto desde la vertiente de la sociedad como desde la del propio hombre individual. El texto evangélico de Mateo110 y sobre todo el paulino de Romanos111 lo confirma.

Por supuesto que la obligación y el derecho tributarios, vinculando internamente las conciencias de los hombres, sólo proviene de los impuestos justos. De cuatro fuentes mana la justicia o injusticia de un impuesto en particular o la de un concreto sistema tributario en su conjunto: debe establecerse por ley debidamente aprobada, encaminarse a cubrir las finalidades exigidas por el bien común, no gravar riquezas ni ingresos por debajo del mínimo vital, y regularse en escala progresiva.

Respetados estos condicionamientos, el impuesto o sistema fiscal es justo en sí mismo u "objetivamente". Pero puede suceder que un impuesto justo, al recaer en determinada persona concreta, resulte demasiado gravoso, atendidas las circunstancias individuales, convirtiéndose "subjetivamente" en injusto. El análisis detallado de los condicionamientos que determinan la justicia tributaria exceden, por su extensión, este lugar»112 .

El nuevo «Ritual de la Penitencia» en la segunda de las tres fórmulas que aporta para ayudar al examen de conciencia, bajo el número 5, se pregunta:

«¿He cumplido mis deberes cívicos? ¿He pagado mis tributos?»

Reconociendo así implícitamente que se trata de una obligación en conciencia. Se sobreentiende, conforme a lo indicado: «¿He pagado mis tributos justos?».

El engaño en el pago de los impuestos puede hacer a la nación impotente para atender las necesidades generales, y resolver los problemas urgentes de los más deprimidos socialmente.

Dos palabras sobre el mal llamado «impuesto religioso». Digo mal llamado porque no es un impuesto adicional, sino que de lo que necesariamente hay que pagar a Hacienda, dedicar ocho pesetas de cada mil para las obras de beneficencia de la Iglesia. Conviene poner la cruz en el lugar correspondiente, pues si no se pone la cruz, ese 0´5% no va a parar a la Iglesia113 .

25. Pecan gravemente contra este mandamiento los hijos que desobedecen a sus padres en cosa grave, y que ellos pueden mandarles; los que les dan disgustos graves; los que les tratan con aspereza, les injurian o desprecian gravemente; los que les insultan, golpean o les levantan la mano con deliberación y amenaza; los que les desean en serio un mal grave; los que no les socorren en sus necesidades graves, tanto corporales como espirituales: por ejemplo, si no les procuran a tiempo los sacramentos a la hora de la muerte.

Pecan también gravemente los padres que dan mal ejemplo a sus hijos (blasfemias, etc.), los maldicen, les desean en serio algún mal, o abandonan su instrucción humana y religiosa.

Los patronos pecan gravemente si, pudiendo, no dan a sus obreros el salario justo. Pero además tienen obligación de no imponer a sus obreros trabajos superiores a sus fuerzas; protegerles, en cuanto sea posible, de los peligros del trabajo, y de respetar en ellos la dignidad de hombre y de cristiano, tratándoles con amabilidad y evitándoles los peligros de pecar.

Los obreros pecan gravemente si hacen daño grave a su patrono, ya sea malgastando materiales o energía, ya sea estropeando a propósito instrumentos de trabajo. Si voluntariamente rinden menos de lo debido pueden también llegar a pecado grave. Las obligaciones de los patronos y de los obreros están más especificadas en el examen de conciencia que te pongo en el Apéndice.
Por: P. Jorge Loring | Fuente: Para Salvarte




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sábado, 23 de septiembre de 2017

Dios reparte buenas semillas a manos llenas



Frecuentemente nos preguntamos: ¿Será que si siembro buenos sentimientos, buenas palabras y buenas acciones, el fruto corresponderá a la semilla sembrada? Tenemos que tener confianza en Dios; Él quiere sembrar en el corazón de los hombres muchas y buenas semillas, las necesarias para darnos la seguridad en el caminar y la satisfacción al final de la vida de ver una vida llena de buenos frutos. No nos desanimemos y sigamos sembrando, aún cuando al inicio no veamos de forma inmediata los frutos, tú recibe la semilla y cultívala, lo demás déjaselo a Dios. No dejes de trabajar la tierra y de poner la parte que te corresponde.

Una mujer soñó que estaba en una tienda recién inaugurada y, para su sorpresa, descubrió que Dios se encontraba tras el mostrador.


¿Qué vendes aquí?, -le preguntó.

Todo lo que tu corazón desee, -respondió Dios.

Sin atreverse a creer lo que estaba oyendo, se decidió a pedir lo mejor que un ser humano podría desear:

Deseo paz, amor, felicidad, sabiduría...

Tras un instante de vacilación, añadió:

No sólo para mí, sino para todo el mundo...

Dios se sonrió y le dijo:

Creo que no has comprendido la filosofía de la tienda. Aquí no vendemos frutos, únicamente vendemos semillas; para sembrar una planta es necesario romper primero la capa endurecida de tierra y abrir los surcos; luego, desmenuzar y aflojar los trozos que aún permanecen apelmazados, para que la semilla pueda penetrar, regando abundantemente para conservar el suelo húmedo, y entonces... esperar con paciencia hasta que germinen y crezcan.

En la misma forma en que procedemos con la naturaleza hay que trabajar con el corazón humano, "roturando" la costra de la indiferencia que la rutina ha formado, removiendo los trozos de un egoísmo mal entendido, desmenuzándolos en pequeños trozos de gestos amables, palabras cálidas y generosas, hasta que con soltura permitan acoger las semillas que diariamente podemos solicitar "gratis" en el almacén de Dios, porque Él mantiene su supermercado en promoción.

Son semillas que hay que cuidar con dedicación y esmero y regarlas con sudor, lágrimas y a veces hasta con sangre, como regó Dios nuestra redención y como tantos han dado su vida y su sangre por otros, en un trabajo de fe y esperanza, de perseverante esfuerzo, mientras los frágiles retoños se van transformando en plantas firmes capaces de dar los frutos anhelados...

Siembra amor, y recogerás unión; siembra unión, y recogerás paz; siembra paz, y recogerás armonía; siembra armonía, y recogerás ilusiones.

Siembra ilusiones, y recogerás vida; siembra vida, y recogerás regalos; siembra regalos, y recogerás alegría; siembra alegría y recogerás fe.

Siembra fe , y recogerás esperanza; siembra esperanza, y recogerás confianza; siembra confianza, y recogerás unidad; siembra unidad, y recogerás carácter.

Siembra carácter, y recogerás hábitos; siembra hábitos, y recogerás destinos; siembra destinos, y recogerás felicidad; siembra felicidad, y recogerás éxito.

Y con ese éxito, crecerá tu sueño; con ese sueño, crecerá tu realidad; con esa realidad, crecerá tu verdad; y esa verdad, te llevará a Dios.

En pocas palabras, deja entrar a Dios en tu corazón y verás como tu vida se llenará de buenas semillas y de profundas realizaciones.
Por: P. Dennis Doren LC




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viernes, 22 de septiembre de 2017

Jesucristo es el camino



En el camino hacia Dios abundan las pruebas y caídas, pero en esta carrera el hombre no camina solo, Dios es su acompañante.
Un joven acudió una vez a un anciano y le pidió que orara por él:

– “Me doy cuenta que estoy cayendo continuamente en la impaciencia, ¿podría orar por mí para que pueda ser más paciente?”.

El anciano accedió. Se arrodillaron, y el hombre de Dios comenzó a orar:
– “Señor, mándale tribulaciones a este joven esta mañana, envíale tribulaciones en la tarde…”

El joven le interrumpió y le dijo:
- “¡No, no! ¡Tribulaciones no! ¡Paciencia!”.
-“Pero la tribulación produce paciencia –contestó el anciano–. Si quieres
tener paciencia, tienes que tener tribulación”.


Cualquier caminante necesita echar mano de la paciencia, pues el camino es largo, arduo y costoso, expresaba san Juan de la cruz y en todo camino se presentan dificultades y tribulaciones de todo tipo.

“Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6). Jesús aparece el nuevo mediador de Dios (Mc 3,14) y la definitiva revelación de Dios (Jn 17, 22). Jesús señala las condiciones de este camino para entrar en el Reino (Mt 5,20). El caminar cristiano es una carrera (1Co 9,24-27). Para caminar hay que poner lo ojos en Jesús (Hb 12,1-2) y peregrinar (Hb 11,13-16), sin poseer una ciudad permanente (Hb 13, 14) siendo huéspedes de este mundo (1P 1,1). Él es camino de vida, de bendición. Juan lo mostró al mundo como el camino por donde tendría que ir la humanidad, camino recto; quien quiera transitar por caminos de vida, tendrá que caminar con él y por él.

El símbolo del “camino” nos evoca el seguimiento, el proceso espiritual, nos habla de nuestra condición de peregrinos. Somos extranjeros y peregrinos (1P 2,11), somos ciudadanos del cielo, buscamos otra ciudad (Hb 11,9-10). Aquí estamos de paso, esta tierra no es nuestra morada permanente.

El Señor resucitado nos invita a abandonar Jerusalén y a volver a Galilea -donde todo comenzó-, pues allí le veremos (Mc 16,7), nos invita a salir y ponernos en camino. No es fácil responder a esta llamada, ya que amamos la seguridad y estabilidad que nos ofrecen las instituciones y todo tipo de seguridades que nos hemos ganado. Tendemos a instalarnos en nuestras ideas, en nuestros sentimientos, en nuestros trabajos, en nuestras seguridades. Jesús también estuvo sometido a constantes tentaciones, que le invitaban a escoger otro camino más fácil, pero las venció todas y perseveró hasta el final. Nosotros también sufrimos el acoso de las tentaciones para dejar el camino.

Jesús acompañó en todo momento a sus discípulos. “No os dejo huérfanos, volveré a visitaros” (Jn 14,18). Y acompañó a los enfermos y a muchos sanó por su fe. "Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y sigue sana de tu dolencia" (Mc 5, 33-34) Jesús acompañó a todos aquellos que se encontraron con él. En este acompañamiento de la persona Jesús va al fondo, lleva a la persona a nacer de nuevo. “Te aseguro que, si uno no nace de nuevo, no puede ver el reinado de Dios...Te aseguro que, si uno no nace de agua y de Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn 3, 3-5). Y nacieron de nuevo María Magdalena, Zaqueo, Pedro Ignacio de Loyola, Agustín, Carlos de Foucauld....

La vida cristiana se llama en los Hechos de los Apóstoles “el camino” (9,2; 18,25,24,22). En este camino hacia Dios abundan las pruebas y caídas (1P 1, 7) las grandes privaciones (1Co 9, 24-26) y el hacerse violencia (Mt 11, 12). Pero en esta carrera el ser humano no camina solo, Dios es su acompañante. El ser humano es un ser en camino, eterno peregrino a la casa del Padre. En esta marcha se encuentra con encrucijadas: caminos que conducen a la vida y caminos que conducen a la muerte. Y se presentan peligros, riesgos, dificultades de todo tipo. Para superarlos y no ceder al cansancio ni al desaliento, es necesario tener los ojos bien fijos en la meta y estar bien motivados. El ser humano está en continua elección: escoger la vida y seguir por el camino recto, estrecho y empinado, o escoger lo fácil, el camino de muerte.

El seguir a Jesús requiere el poner los ojos en él, en tener sus mismos sentimientos y actitudes, en dar la vida. Y en este camino se sube bajando, se entra saliendo, se es espiritual, encarnándose y se gana la vida perdiéndola. Es un camino totalmente imprevisible, en él abundan las pruebas y caídas (1P 1,7) grandes privaciones (1Co 9, 24-26) y hay que hacerse violencia (Mt 11,12). Pero en esta carrera el ser humano no camina solo, Dios es su compañero; por eso tenemos que tener confianza y saber que él nos acompaña y que aunque caminemos por cañadas oscuras nada debemos temer, porque él va con nosotros y su vara y su cayado nos sosiegan (Sal 22).

Jesús nos invita a seguirle, a caminar con él. La Biblia habla de camino, sendero, vía (Dt 30,15-16) y de la necesidad de escoger un camino u otro, el de salvación o el de perdición para la persona, de vida o de muerte (Dt 30,1-5). “Hay un camino que uno cree recto y que va a parar a la muerte” (Pr 14,12). Jesús nos ha dado a conocer al Padre. A Dios nadie lo ha visto nunca. El Hijo Único de Dios, que es Dios y está en el seno del Padre, nos lo ha dado a conocer (Jn 1, 18). Quien lo ve a él, ve al Padre (Jn 14, 9). Él es el camino que nos lleva al Padre, la única posibilidad que tiene el hombre de encontrar la plenitud de la vida: “Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie puede llegar hasta el Padre, sino por mí” (Jn 14, 6).
Para que Jesús pueda acompañarnos necesitamos desearlo y permitirle que camine con nosotros. Y en este caminar con él necesitamos confiar en él, perseverar y tener paciencia; pues además de una confianza y fidelidad a toda prueba se necesita perseverancia, pues en cualquier campo de la vida no se adelanta nada sin constancia ya que cualquier proyecto necesita tiempo y esfuerzo para echarlo adelante.

Hay personas que parecen mariposas, saltando de médico en médico o de compromiso en compromiso; así en la vida espiritual comienzan un proyecto, con mucho calor, y a los pocos días se enfrían y se desinflan, son amigas de actos heroicos, pero a corto plazo, la vida diaria, el martirio de cada día no tiene atractivo, no aguantan ese ritmo.

Paciencia necesitamos cuando deseamos caminar; paciencia para entender y escuchar a Dios, al otro y a uno mismo; paciencia porque el camino es largo, complicado y lleva mucho tiempo. Sin embargo la marcha lenta obtiene grandes resultados, “poco a poco se va lejos”. La paciencia, como la paz y la felicidad, brotan de uno mismo; por mucho que intenten los otros de que perdamos los estribos, nadie nos arrebatará nuestra paz si nuestra paciencia está bien arraigada. Los obstáculos, las dificultades, los contratiempos desesperan a muchos; sin embargo, Dios nos ha dado los medios con que soportar las cosas que nos sobreviene sin dejarnos deprimir ni aplastar.
Por: P. Eusebio Gómez Navarro




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jueves, 21 de septiembre de 2017

La Iglesia ayuda



Cardenal Rivera a parroquias en Ciudad de México: Ayuden a damnificados de terremoto

 El Arzobispo Primado de México, Cardenal Norberto Rivera Carrera, pidió a todas las parroquias de su jurisdicción que ayuden a los damnificados por el terremoto que golpeó al país el 19 de septiembre y que ha dejado al menos 200 fallecidos.
En un comunicado dado a conocer por SIAME, el Cardenal manifestó su “profundo dolor y consternación por la pérdidas de vidas humanas a causa del terrible terremoto que azoto en este día a la Ciudad de México, el estado de Puebla y de Morelos”.
“Sus palabras de consuelo van a los familiares de quienes han perdido a sus seres queridos y anima a la solidaridad de todas las personas de buena voluntad a fin de socorrer las necesidades de las personas afectadas”.
El Arzobispo instruyó en el comunicado a “las parroquias de las zonas afectadas, a los religiosos, religiosas y fieles laicos a colaborar con las autoridades civiles a fin de socorrer a las personas que han sido afectadas y den muestras de solidaridad cristiana”.
El Purpurado hace este pedido cuando las labores de rescate en Ciudad de México se han realizado durante toda la noche para lograr sacar a la mayor cantidad de personas que están atrapadas entre los escombros.
El Presidente de México, Enrique Peña Nieto, ha decretado tres días de luto nacional a causa del grave sismo ocurrido exactamente 32 años después del terremoto que en 1985 dejó miles de muertos en el país.
Solo en Ciudad de México se calcula que son unas 45 edificaciones las que colapsaron y en donde se trabaja incansablemente para ayudar a más sobrevivientes.
Uno de los casos más dramáticos es el de la escuela Enrique Rebsamen, en la zona sur de la ciudad, en donde fallecieron al menos 32 niños y 5 adultos. Allí se ha logrado rescatar 14 personas y las labores aún prosiguen.
El Cardenal Rivera pidió también a los fieles “que sigan las medidas de seguridad que determinen las autorices civiles y acudan a los llamados de urgencia de quienes más lo necesitan, y anima a no perder la esperanza si no a consolidar la mediante la ayuda fraterna y solidaria con los damnificados”.
Finalmente el Purpurado mexicano “encomienda esta Arquidiócesis al amparo de Santa María de Guadalupe Reina de nuestra patria y patrona de nuestra ciudad”.
Por: Redacción | Fuente: ACI Prensa




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