"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

martes, 26 de septiembre de 2017

¿Por qué no obedecen los hijos? Pautas para lograrlo



 La obediencia es a los hijos, como la autoridad es a los padres. Son dos elementos que se fusionan y depende el uno del otro. En palabras más sencillas: sin la autoridad de los padres no puede haber obediencia de los hijos.
 “La ausencia de autoridad de los padres, es decir, la ausencia de normas, de límites, de acciones que deben ejecutar, desconcierta a los hijos. Les hace sufrir porque desconocen el camino a seguir. Cuando el niño sabe exactamente lo que se espera de él, conoce los límites y normas que debe cumplir, cuando se le exige acompañado de cariño, el niño se siente seguro, tiene referencias y nosotros por tanto estamos ejerciendo bien la autoridad”. Explica María Bilbao en su artículo de Sontushijos.org.
 Ejercer la autoridad es enseñar valores a nuestros hijos, es ayudarles a madurar, es darles los cimientos para toda una vida futura, es formarlos en base al respeto, el amor y cumplimiento de las normas. Muy diferente al autoritarismo, el cual busca imponer sin importar el beneficio de los demás, pues lo hace para demostrar su poder.
 Los padres que se dejan manipular por sus hijos
 Una de las consecuencias que acarrea la ausencia de autoridad paterna, es la manipulación de los hijos. Lo cual es lógico, cuando los padres no tienen una postura firme sino que son como veleros que se van para donde sople el viento, los hijos toman el mando de control y los padres quedan relegados.
 "Los hijos desde la cuna, inconscientemente, manipulan a los padres. Saben que si piden algo insistentemente, lo terminarán consiguiendo. Pero ahí no hay abuso ni mala fe, hay solamente la necesidad de cubrir una necesidad, que es la de la alimentación, la de la limpieza, la del dormir y la de que le alivien algún dolor que le aqueje. Los padres entienden perfectamente esta necesidad del hijo pequeño y con mucho gusto, se dejan manipular.
 Pero a medida que los hijos se van haciendo mayores y llegan a la preadolescencia y a la adolescencia, empiezan las verdaderas manipulaciones, que posteriormente se convierten en abusos y hasta en agresiones, dependiendo de la calidad y cantidad, de los conceptos que les hayan sido permitidos, consentidos y acostumbrado. Es la manipulación, en las distintas fases de la vida de los hijos." Señala el autor Francisco Gras en micumbre.com
Así pues, vemos el papel protagónico que cumple la autoridad en la educación de los hijos, la cual debe iniciarse en el mismo momento en que el ser humano sale del vientre de la madre y culmina una vez los hijos se han ido del hogar a conformar su propia historia familiar.


8 Consejos para ejercer una autoridad asertiva
 En la mayoría de los casos, cuando los hijos no obedecen, se debe a una autoridad mal ejercida o simplemente ausencia de autoridad. Las órdenes, normas y límites deben cumplir algunos requisitos básicos:
1. Normas claras, directas y puntuales: hay que manejar un lenguaje apto para la edad de cada hijo, de forma que ellos comprendan lo que deben hacer.
 2. Pocas normas al mismo tiempo: para los más pequeños, es necesario impartir una o máximo dos órdenes a la vez. Algunas veces las mamás parecen recitando un poema de tantas exigencias que hacen en una sola frase. La capacidad de los niños, aún no permite digerir todas ellas juntas, por eso se debe enfocar las más importantes.
 3. Establecer límites: horarios de estudio, de descanso y de entretenimiento. Por ejemplo: el tiempo para los videojuegos será de una hora después de hacer los deberes. Terminado ese periodo de tiempo, el juego debe terminar. En el caso de los adolescentes, los padres deben establecer una hora de llegada a casa y exigir su cumplimiento.
 4. Tono de vos: no debe parecer rogando o pidiendo un favor, pero tampoco gritos o exclamaciones violentas. La clave es un tono que denote seguridad y firmeza por parte de los padres.
 5. Contacto visual: siempre que quieras establecer una comunicación directa con tus hijos, míralos a los ojos fijamente y acomódate a su estatura. De esta forma hay mayor incidencia y se establecen códigos directos que permiten una mejor conexión.
 6. Coherencia de los padres: entre lo que se dice y lo que se hace. Los hijos están en permanente observación de sus padres y captan de inmediato cuando algo falla en ellos.
 7. Cumplir lo que se dice: siempre que digas que aplicarás una consecuencia, debes cumplirla; por ejemplo, si a causa de un mal comportamiento le prohíbes a tu hijo ver televisión, debes mantenerte en tu posición así él llore y patalee. Si cometes el error de levantar el castigo, el hijo sabrá que con esa actitud logrará desequilibrar al padre y quebrantar la promesa.
 8. Un punto intermedio: ambos extremos, autoritarismo y permisividad, no son para nada recomendables. En el primero, se presentarán fatales consecuencias como anular la personalidad del hijo, se le dificultará tomar decisiones propias, se volverá una persona sumisa, sin autodominio ni determinación y peor todavía, sentirá temor de sus padres. Y la permisividad, no se queda atrás. Por eso hay que buscar siempre un equilibrio, autoridad y cariño es un fórmula que nunca falla. 
 ¿Hijos desobedientes? Revisa tu autoridad
 Como hemos mencionado, cuando los hijos no obedecen es porque algo está fallando en la autoridad de los padres, veamos por qué:
 - Las órdenes son confusas.
 - El no cumplimiento de las normas del hogar no llevan a ninguna consecuencia, entonces no tienen sentido su cumplimiento.
 - Es fácil quebrantar la norma, pues los padres son laxos y terminan cediendo.
 - Los padres han perdido toda su autoridad frente a los hijos, pues son estos últimos quienes disponen y deciden qué hacer.
 - Se han presentado situaciones difíciles en la familia (separación de los esposos, muerte cercana, enfermedades, etc.) que hacen bajar la guardia a la autoridad.
Por LaFamilia.info





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lunes, 25 de septiembre de 2017

El valor del ser humano



Le preguntaron al gran matemático árabe Al –Khawarizmi sobre el valor del ser humano, y éste respondió así de sencillo: Sin valores éticos y principios sólidos, no queda nada. Solamente delincuentes, corruptos y malas personas.
Tenemos una sociedad de competitividad, no de ayuda y colaboración. Debemos meternos todos en la cabeza que somos distintos, no solo que somos los mejores, sino que somos distintos y que cada uno de nosotros aportamos todo lo bueno que poseemos, para los demás. Si nos comparamos siempre perderemos, sufriremos y no servirá para nada. Las emociones son fundamentales, el tratar, valorar y reconocer a los demás es fundamental en esta sociedad de desapego y egoísmo.
Cada ciudadano, cada joven, es una persona y como tal debe educarse en su intimidad, en sus manifestaciones, en su libertad, en su capacidad para dialogar y, sobre todo, en su aptitud para darse a los demás. ¿Cómo se hace esto?
Para desarrollar la intimidad, se les habla de metas, removiéndoles para que piensen, educándoles en los sentimientos, proponiéndoles sus peculiaridades. Disciplinar sus manifestaciones conlleva a que aprecien lo que hacen, valorando sus pensamientos, proyectos, etc. Hay que instruirles para descubrir y observar patrones que ensalcen la cultura y el tono humano.
Para formar su libertad, hay que mostrarles sus capacidades para que señalen sus objetivos. Hay que proporcionarles normas hacia la auto-obediencia. Deben aprender a dominar sus impulsos.
Para educar su capacidad de diálogo, tenemos que ayudarles a explicarse, debemos escucharles e invitarles a expresarse, a hablar bien y a hacerse entender. Animarles a leer, a escribir y a preguntar siempre que les surjan dudas.
Por último, ¿cómo enseñar la capacidad para dar? Reforzando su voluntad, exhibiéndole la cultura, la belleza del mundo que les rodea. Haciéndoles comprender que se estudia para saber y servir a los demás. Las personas generosas son felices, mientras que las que buscan el poder son infelices.
Con estas pautas, mejoraremos en la reconstrucción de una sociedad más libre, más justa y más respetuosa en las ideas y en las creencias de sus ciudadanos.
Sufrimos la esclavitud moderna en su complicada e ignorancia voluntaria, pero seguimos sin cambiar absolutamente nada. ¿Qué podemos hacer? intentemos ayudar a los que quieren escuchar, leer, reflexionar, pensar, investigar, aprender y regenerarse.
Acabo con unas palabras de una gran pedagoga, educadora y científica, María Montessori (1870-1952): Todo el mundo habla de paz, pero nadie educa para la paz, la gente educa para la competencia y este es el principio de cualquier guerra. Cuando eduquemos para cooperar y ser solidarios unos con otros, ese día estaremos educando para la paz.
Autor: D. José Ramón Talero Islán, profesor de Educación Primaria.




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domingo, 24 de septiembre de 2017

El trabajo y el dinero



El valor del trabajo y cómo hacer del esfuerzo una virtud.

22. En algunos sitios el trabajo está cronometrado, y, a veces, ciertamente mal tasado, de modo que se le puede ganar muy poco dinero, o para sacar algo se requieren esfuerzos inhumanos.

Los responsables de esta injusticia darán también cuenta a Dios. Pero otras veces hay obreros que alargan los trabajos sin necesidad y los hacen más caros deliberadamente.

Cada uno dará cuenta a Dios de la injusticia de la que es responsable.

23. Todo esto en cuanto a la obligación de trabajar con diligencia.
Pero, además, es necesario emplear bien el dinero que se gana. No hay derecho a que un hombre no gane lo suficiente para vivir. Pero tampoco hay derecho a que un hombre gaste en vicios, diversiones, caprichos y superfluidades lo que necesita para dar de comer a sus hijos. No hay que crearse necesidades superfluas.

Lo primero es lo primero; y antes es comer que pasarlo bien. No es que sea reprensible una diversión discreta, cuando se ha atendido a lo sustancial. Pero gastar en diversiones lo que se necesita para comer, es absurdo y criminal.

Además, para diversiones todo parece poco. El dinero se va solo. Nunca hay bastante. Y así nunca se gana lo suficiente. Por eso, ese ansia de ganar más y más. Esforzarse por ganar lo necesario para una vida digna y una diversión decorosa, es justo; pero querer ganar para poder derrochar, es cosa distinta.

«Es legítimo el deseo de lo necesario; y el trabajar para conseguirlo es un deber. Dice San Pablo: el que no quiere trabajar que no coma104 . Pero la adquisición de los bienes temporales puede conducir a la codicia, al deseo de tener cada vez más y a la tentación de acrecentar el propio poder.

La avaricia de las personas, de las familias y de las naciones puede apoderarse lo mismo de los más desprovistos que de los más ricos, y suscitar en los unos y en los otros un materialismo sofocante... Para las naciones, como para las personas, la avaricia es la forma más evidente de un subdesarrollo moral»105 .

La avaricia es un gusano que roe, tanto el corazón del rico como el del pobre; y mientras los hombres sólo piensen en enriquecerse más y más, por encima de todo, como si esta vida fuera la definitiva, es imposible que haya paz en el mundo.

Dios quiere que el hombre tenga lo necesario para vivir, pero no quiere que se apegue demasiado a los bienes de este mundo, que le estorbarán su salvación eterna. Por eso nos dice Jesucristo: «No queráis amontonar tesoros para vosotros aquí en la tierra»106 , sino «buscad primero el reino de Dios y su justicia...»107

No te olvides nunca que lo principal, lo primero, es salvarte; aunque, como es natural, también debes preocuparte de solucionar tu vida en este mundo. Pero sin olvidarte de que la vida eterna es lo primero.

24. Ocupan lugar importante para todo hombre en general, y para el cristiano en particular, entre las exigencias de la justicia social, las obligaciones tributarias. Los impuestos justos hay que pagarlos108
.

El Concilio Vaticano II, en la Constitución Pastoral Gaudium et Spes, enuncia así la doctrina: «Entre los deberes cívicos de cada uno está el de aportar a la vida pública el concurso material y personal requerido por el bien común»109 .

«La naturaleza y fundamento moral del deber tributario se desprende de la sociabilidad del hombre. Para vivir con dignidad, progresar y satisfacer las necesidades propias, cada vez más numerosas con el avance de la civilización, el hombre aislado no se basta.

Toma proporcionada relevancia el papel de la sociedad. Pero a la obligación social de suplir las impotencias singulares de los hombres o de los grupos humanos menores, se corresponde el derecho de exigir los medios necesarios para cumplirla.

Por otra parte, si en el hombre surge el espontáneo y natural derecho de ser ayudado por la sociedad, la correspondiente y necesaria contrapartida, también natural, será la de contribuir en la medida de su capacidad de recursos a los gastos y necesidades sociales.

Quedan pues, naturalmente, enraizadas las obligaciones y derechos fiscales, y por tanto vinculando las conciencias, tanto desde la vertiente de la sociedad como desde la del propio hombre individual. El texto evangélico de Mateo110 y sobre todo el paulino de Romanos111 lo confirma.

Por supuesto que la obligación y el derecho tributarios, vinculando internamente las conciencias de los hombres, sólo proviene de los impuestos justos. De cuatro fuentes mana la justicia o injusticia de un impuesto en particular o la de un concreto sistema tributario en su conjunto: debe establecerse por ley debidamente aprobada, encaminarse a cubrir las finalidades exigidas por el bien común, no gravar riquezas ni ingresos por debajo del mínimo vital, y regularse en escala progresiva.

Respetados estos condicionamientos, el impuesto o sistema fiscal es justo en sí mismo u "objetivamente". Pero puede suceder que un impuesto justo, al recaer en determinada persona concreta, resulte demasiado gravoso, atendidas las circunstancias individuales, convirtiéndose "subjetivamente" en injusto. El análisis detallado de los condicionamientos que determinan la justicia tributaria exceden, por su extensión, este lugar»112 .

El nuevo «Ritual de la Penitencia» en la segunda de las tres fórmulas que aporta para ayudar al examen de conciencia, bajo el número 5, se pregunta:

«¿He cumplido mis deberes cívicos? ¿He pagado mis tributos?»

Reconociendo así implícitamente que se trata de una obligación en conciencia. Se sobreentiende, conforme a lo indicado: «¿He pagado mis tributos justos?».

El engaño en el pago de los impuestos puede hacer a la nación impotente para atender las necesidades generales, y resolver los problemas urgentes de los más deprimidos socialmente.

Dos palabras sobre el mal llamado «impuesto religioso». Digo mal llamado porque no es un impuesto adicional, sino que de lo que necesariamente hay que pagar a Hacienda, dedicar ocho pesetas de cada mil para las obras de beneficencia de la Iglesia. Conviene poner la cruz en el lugar correspondiente, pues si no se pone la cruz, ese 0´5% no va a parar a la Iglesia113 .

25. Pecan gravemente contra este mandamiento los hijos que desobedecen a sus padres en cosa grave, y que ellos pueden mandarles; los que les dan disgustos graves; los que les tratan con aspereza, les injurian o desprecian gravemente; los que les insultan, golpean o les levantan la mano con deliberación y amenaza; los que les desean en serio un mal grave; los que no les socorren en sus necesidades graves, tanto corporales como espirituales: por ejemplo, si no les procuran a tiempo los sacramentos a la hora de la muerte.

Pecan también gravemente los padres que dan mal ejemplo a sus hijos (blasfemias, etc.), los maldicen, les desean en serio algún mal, o abandonan su instrucción humana y religiosa.

Los patronos pecan gravemente si, pudiendo, no dan a sus obreros el salario justo. Pero además tienen obligación de no imponer a sus obreros trabajos superiores a sus fuerzas; protegerles, en cuanto sea posible, de los peligros del trabajo, y de respetar en ellos la dignidad de hombre y de cristiano, tratándoles con amabilidad y evitándoles los peligros de pecar.

Los obreros pecan gravemente si hacen daño grave a su patrono, ya sea malgastando materiales o energía, ya sea estropeando a propósito instrumentos de trabajo. Si voluntariamente rinden menos de lo debido pueden también llegar a pecado grave. Las obligaciones de los patronos y de los obreros están más especificadas en el examen de conciencia que te pongo en el Apéndice.
Por: P. Jorge Loring | Fuente: Para Salvarte




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sábado, 23 de septiembre de 2017

Dios reparte buenas semillas a manos llenas



Frecuentemente nos preguntamos: ¿Será que si siembro buenos sentimientos, buenas palabras y buenas acciones, el fruto corresponderá a la semilla sembrada? Tenemos que tener confianza en Dios; Él quiere sembrar en el corazón de los hombres muchas y buenas semillas, las necesarias para darnos la seguridad en el caminar y la satisfacción al final de la vida de ver una vida llena de buenos frutos. No nos desanimemos y sigamos sembrando, aún cuando al inicio no veamos de forma inmediata los frutos, tú recibe la semilla y cultívala, lo demás déjaselo a Dios. No dejes de trabajar la tierra y de poner la parte que te corresponde.

Una mujer soñó que estaba en una tienda recién inaugurada y, para su sorpresa, descubrió que Dios se encontraba tras el mostrador.


¿Qué vendes aquí?, -le preguntó.

Todo lo que tu corazón desee, -respondió Dios.

Sin atreverse a creer lo que estaba oyendo, se decidió a pedir lo mejor que un ser humano podría desear:

Deseo paz, amor, felicidad, sabiduría...

Tras un instante de vacilación, añadió:

No sólo para mí, sino para todo el mundo...

Dios se sonrió y le dijo:

Creo que no has comprendido la filosofía de la tienda. Aquí no vendemos frutos, únicamente vendemos semillas; para sembrar una planta es necesario romper primero la capa endurecida de tierra y abrir los surcos; luego, desmenuzar y aflojar los trozos que aún permanecen apelmazados, para que la semilla pueda penetrar, regando abundantemente para conservar el suelo húmedo, y entonces... esperar con paciencia hasta que germinen y crezcan.

En la misma forma en que procedemos con la naturaleza hay que trabajar con el corazón humano, "roturando" la costra de la indiferencia que la rutina ha formado, removiendo los trozos de un egoísmo mal entendido, desmenuzándolos en pequeños trozos de gestos amables, palabras cálidas y generosas, hasta que con soltura permitan acoger las semillas que diariamente podemos solicitar "gratis" en el almacén de Dios, porque Él mantiene su supermercado en promoción.

Son semillas que hay que cuidar con dedicación y esmero y regarlas con sudor, lágrimas y a veces hasta con sangre, como regó Dios nuestra redención y como tantos han dado su vida y su sangre por otros, en un trabajo de fe y esperanza, de perseverante esfuerzo, mientras los frágiles retoños se van transformando en plantas firmes capaces de dar los frutos anhelados...

Siembra amor, y recogerás unión; siembra unión, y recogerás paz; siembra paz, y recogerás armonía; siembra armonía, y recogerás ilusiones.

Siembra ilusiones, y recogerás vida; siembra vida, y recogerás regalos; siembra regalos, y recogerás alegría; siembra alegría y recogerás fe.

Siembra fe , y recogerás esperanza; siembra esperanza, y recogerás confianza; siembra confianza, y recogerás unidad; siembra unidad, y recogerás carácter.

Siembra carácter, y recogerás hábitos; siembra hábitos, y recogerás destinos; siembra destinos, y recogerás felicidad; siembra felicidad, y recogerás éxito.

Y con ese éxito, crecerá tu sueño; con ese sueño, crecerá tu realidad; con esa realidad, crecerá tu verdad; y esa verdad, te llevará a Dios.

En pocas palabras, deja entrar a Dios en tu corazón y verás como tu vida se llenará de buenas semillas y de profundas realizaciones.
Por: P. Dennis Doren LC




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