"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

sábado, 29 de julio de 2017

Los tres pilares para el adolescente



Un análisis sobre los buenos fundamentos que deben tener los alumnos.

En el informe de CaixaBank Research del mes de mayo Javier Garcia-Arenas, doctor en economía por el MIT (Massachusetts Institute of Technology), realiza un análisis sobre los buenos fundamentos que deben tener los alumnos. La importancia de cuidar los tres pilares educativos (familia, profesores y compañeros) condicionará mucho grado el futuro profesional del estudiante.
Garcia-Arenas cita a los economistas James Heckman y Flavio Cunha para decir que, como mínimo, el 50% de las retribuciones salariales que recibe una persona están totalmente relacionadas con la formación que recibió como persona antes de los 18 años.
Para poder entender mejor la transformación del niño para entrar preparado al mundo adulto Garcia-Arenas distingue tres ejes fundamentales: la familia, los profesores y los compañeros.
El entorno familiar del estudiante
En primer lugar el papel de la familia es uno de los más importantes. Los economistas Björklund y Salvanes aseguran que entre el 40% y el 60% de los resultados académicos de los chicos se explican con las características de la familia. Los informes PISA, grupo de exámenes a escala mundial para evaluar el nivel educativo primario y secundario de los países, revelan que los alumnos que viven con sus madres o las madres tienen estudios universitarios obtienen una nota mucho más alta que los que no tienen esta suerte.
Dentro de la aportación de los padres a la dimensión humana del adolescente hay que distinguir las habilidades cognitivas de las no cognitivas. El primer punto es todo lo que los padres les aportan a los hijos. Aquí dentro entran elementos como las matemáticas, historia o música. Pero el autor del artículo le da más importancia a las no cognitivas. Estas habilidades cuestan más de adquirir fuera del ambiente familiar y marcarán la personalidad del niño de por vida. Garcia-Arenas pone como ejemplo la perseverancia, la sociabilidad, la paciencia o la empatía. Heckman calcula que la incidencia del entorno familiar en los alumnos puede afectar como máximo el 17% de los ingresos futuros.


Respecto a las habilidades cognitivas se valora positivamente la potenciación de actividades de alto valor educativo como contar cuentos, conversar con frecuencia con ellos o compartir tareas domésticas.
Todo esto no es exclusivo para padres con una formación educativa alta, ya que el hecho de dedicar más tiempo a los hijos tiene un impacto positivo con unos efectos comparables a la posesión de una mejor formación.
Garcia-Arenas pone como capital importancia para el desarrollo de las habilidades cognitivas la forma de criar a los hijos. Dentro de estos campos en remarca la disciplina y el afecto materno.
Los docentes, uno de los tres pilares
La Asociación Americana de Economía, organización de los Estados Unidos, calcula que cada niño ganará 36.000 euros adicionales en el futuro si el profesorado es de calidad. Garcia-Arenas llega a decir que el papel del docente es tan importante que puede llegar a ser decisivo para los hijos de familias desestructuradas.
Un ejemplo es el programa educativo de los Estados Unidos llamado Perry Preschool. El proyecto estaba destinado a niños afroamericanos en riesgo de exclusión social. Los resultados de los chicos que habían participado en el proyecto eran increíblemente mejores que los que no formaban parte del Perry Preschool.

Por último, dentro de este pilar educativo, el economista del CaixaBank Research hace llamada de una mejor formación profesional de los profesores. Los países con mejores resultados académicos son los que tienen al docente como un trabajo con un alto valor social.
Una buena compañía para el adolescente
El último de los tres pilares es el grupo de amistades que mantiene cada persona hasta que llega a la mayoría de edad. Garcia-Arenas reconoce que hay pocos estudios que hablen de esta materia pero que por experiencia de los docentes y de las familias se puede llegar a la conclusión de que la compañía del chico puede afectar tanto positiva como negativamente.
Por: Francesc García Mestres | Fuente: Análisis y Actualidad



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viernes, 28 de julio de 2017

La tierra del amor



Los fuertes y los débiles, bien cultivados, pueden crecer y ayudarse mutuamente en el camino del existir humano.

Esta es la historia de dos garbanzos. Uno era genéticamente deforme, débil, enclenque, destinado a un futuro incierto, quizá a una muerte prematura. El otro era fuerte, lleno de vida, con un DNA lleno de perfecciones y conquistas evolutivas. Un supergarbanzo, en pocas palabras.

La cosa es que el primer garbanzo cayó en manos de un campesino atento, que reconoció en seguida los defectos de su semilla. No quiso lanzarlo sin más; decidió darle el cuidado conveniente. Lo sembró en un invernadero de calidad, le dio fosfatos y vitaminas, lo regó con más atención que a las demás plantas, y lo sacó al aire puro en el momento más propicio del año.

El “supergarbanzo”, sin embargo, con ser tan bueno, cayó en manos de un campesino despistado, que se confió en la potencialidad de aquella semilla extraordinaria. La sembró en el primer rincón de su campo, la regó poco, no la protegió de los caprichos del tiempo, ni le dedicó un dólar para abonos o sustancias estimulantes.

Los resultados, como era de esperar, “contradijeron” los datos de partida. El garbanzo deficiente se desarrolló en una planta no extraordinariamente bella, pero lo suficientemente fecunda como para premiar los esfuerzos del campesino previsor. El otro, debido a dos granizadas y a no pocos inconvenientes, quedó tan herido que daba más pena que descendencia fecunda...

Desde luego, la historia podría ser invertida totalmente. Lo que nos pueden enseñar estos garbanzos, sin embargo, transciende con mucho las leyes de la biología, desde luego sin contradecirla, cuando lo aplicamos al mundo de los hombres.

Platón, antes de que se descubriesen las leyes de la genética o se empezase a soñar en el control del genoma humano, ya había intuido que una naturaleza humana dotada de cualidades excepcionales en un ambiente de corrupción, podría dar lugar a personas pervertidas, dañinas, quizá incluso criminales o delincuentes.

Podemos añadir nosotros que también una naturaleza “mediocre”, puesta en condiciones educativas adecuadas (una buena familia, una escuela con maestros y compañeros honestos y solidarios) puede llegar a resultados no sólo “aceptables”, sino buenos en lo que se refiere a la educación de un ciudadano honesto, de un esposo o esposa fiel, de un padre o madre de familia entregado a sus hijos y de un profesionista cualificado.

Por desgracia, hoy se está difundiendo una mentalidad que busca la mejora “genética” de la especie humana, que llega incluso a proponer el aborto y el infanticidio de quienes tienen graves deformaciones cromosómicas o físicas, como si el ser hombre se redujese al tener una buena dotación de ADN (DNA en inglés).

El hombre, es verdad, depende de la estructura corporal, pero es mucho más que eso. Con amor y con un seguimiento educativo adecuado, es posible que personas que podrían vivir relegadas lleguen a integrarse en la sociedad como seres profundamente “útiles” y fecundos. No ofrecerán siempre prestaciones materiales: habrá discapacidades que impidan realizar cualquier trabajo productivo o cultural. Pero el testimonio de una vida de sufrimiento interpela, llama a todas las conciencias, y nos pone ante el misterio del vivir.

¿Es que no hay personas sanas que sufren psicológica o afectivamente mucho más que otros seres que viven buena parte de su existencia entre hospitales y sillas de ruedas? ¿Es que no hay artistas que viven, incluso en la cumbre del éxito y del clamor popular, una extraña soledad y vacío profundo, en esos momentos en los que consideran el valor de su existencia?

Una vida social no puede prescindir de la virtud de la solidaridad. Esta virtud tiene siempre una doble dirección, también ante el dolor y la discapacidad: del “fuerte” hacia el “débil”, y del “débil” hacia el “fuerte”.

Hace falta reconocer que los “fuertes” necesitan el apoyo de los “débiles”, pues no tiene precio el cariño que un ser humano puede otorgar a otros. También el enfermo puede y debe amar. Impedírselo “en nombre de la piedad” es señal de no haber entendido lo que significa ser hombre.

Por eso resulta urgente permitir que cualquier vida, sana o enferma, blanca o negra, rica o pobre, pueda crecer en buena tierra, pueda desarrollarse en la tierra del amor. Así será posible que tanto el garbanzo "perfecto" como el garbanzo "defectuoso" sean tratados de modo correcto, y cada uno contribuirá a la maravillosa armonía de un mundo abierto a todos.
Por: P. Fernando Pascual L.C




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jueves, 27 de julio de 2017

La Oración de la Semilla



Anoche me ocurrió algo curioso. En vez de soñar, recé.

Fue una oración diferente.

Soy una semilla Señor.
Siémbrame en tu Corazón,
para que pueda germinar
y dar frutos.

La repetí una y otra vez, hasta que desperté.

No comprendí bien su significado hasta que reflexioné en esta parábola:

“Un hombre tenía plantada una higuera en su viña, y fue a buscar fruto en ella y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: "Ya hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro; córtala; ¿para qué va a cansar la tierra?" Pero él le respondió: "Señor, déjala por este año todavía y mientras tanto cavaré a su alrededor y echaré abono, por si da fruto en adelante; y si no da, la cortas” (Lucas 13:6-9).

Entonces lo supe: "por sus frutos los conoceréis" (Mt 7,16).

Tomé papel, un bolígrafo y escribí.

“LA ORACIÓN DE LA SEMILLA”

He visto una semilla Señor,
que ha caído en la vereda del camino.
Tú la creaste.
¿Qué hace allí?

Espera la tierra fértil,
La lluvia del invierno
La brisa del verano.

Si no los encuentra,
¿dónde podrá germinar?

Un niño pasa cerca, pero no la ve.

El viento la mueve a su gusto,
de un lado a otro.

Debe germinar, y crecer
y dar frutos. Para eso la creaste.

Soy como esa semilla Señor.

El viento me lleva de un lado a otro
y aún no vivo, según tu voluntad.

Siémbrame en tu Corazón,
para que pueda germinar
y dar frutos para ti.

Señor yo también quiero germinar y crecer.
Quisiera hacer tantas cosas y no puedo.

Reconozco mi inutilidad.
Sin ti, ¿qué puedo hacer?

Tú lo has dicho: “Sin mí no pueden nada”.
Y yo, sin ti, nada puedo.

Soy una semilla Señor.
Siémbrame en tu Corazón,
para que pueda germinar
y dar frutos.
Por: Claudio de Castro




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miércoles, 26 de julio de 2017

¿Qué tipo de tierra eres tú?



Se nos reconocerá por las obras. No dejes de responder a esta pregunta que te dirige Cristo hoy.

Mateo 13, 1-23

"Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Acudió tanta gente, que tuvo que subirse a una barca; se sentó y la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló mucho rato en parábolas: Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra; como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero en cuanto salió el sol, se abrasó, y por falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento: otros, sesenta: otros, treinta. El que tenga oídos, que oiga. Se acercaron a Jesús los discípulos y le preguntaron: -¿Por qué les hablas en parábolas? Él les contestó: -A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del Reino de los Cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará de sobra, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías: "Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure”. Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron". Vosotros, pues, escuchad la parábola del sembrador. Sucede a todo el que oye la Palabra del Reino y no la comprende, que viene el Maligno y arrebata lo sembrado en su corazón: éste es el que fue sembrado a lo largo del camino. El que fue sembrado en pedregal, es el que oye la Palabra, y al punto la recibe con alegría; pero no tiene raíz en sí mismo, sino que es inconstante y, cuando se presenta una tribulación o persecución por causa de la Palabra, sucumba enseguida. El que fue sembrado entre los abrojos, es el que oye la Palabra, pero los preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas ahogan la Palabra, y queda sin fruto. Pero el que fue sembrado en tierra buena, es el que oye la Palabra y la comprende: éste sí que da fruto y produce, uno ciento, otro sesenta, otro treinta.

Reflexión

“Salió el sembrador a sembrar...”

Se cuenta que un cierto día un hombre recién convertido a la fe católica iba caminando a toda prisa, mirando por todas partes, como buscando algo. Se acercó a un anciano que estaba sentado al borde del camino y le preguntó: – “Por favor, señor, ¿ha visto pasar por aquí a algún cristiano?” El anciano, encogiéndose de hombros, le contestó: – “Depende del tipo de cristiano que ande buscando”. –“Perdone –dijo contrariado el hombre–, pero yo soy nuevo en esto y no conozco los tipos de cristianos que hay. Sólo conozco a Jesús”. Y el anciano añadió: –“Pues sí amigo; hay de muchos tipos y los hay para todos los gustos: hay cristianos por tradición, cristianos por cumplimiento y cristianos por costumbre; cristianos por superstición, por rutina, por obligación, por conveniencia; y también hay cristianos auténticos...”

–¡Los auténticos! ¡Esos son los que yo busco! ¡Los de verdad!”-exclamó el hombre emocionado.

– “¡Vaya! –dijo el anciano con voz grave–. Esos son los más difíciles de ver. Hace ya mucho tiempo que pasó uno de esos por aquí, y precisamente me preguntó lo mismo que usted”.

–“¿Cómo podré reconocerle?” –le preguntó.

Y el anciano contestó tranquilamente: –“No se preocupe amigo. No tendrá dificultad en reconocerle. Un cristiano de verdad no pasa desapercibido en este mundo de sabios y engreídos. Lo reconocerá por sus obras. Allí donde van, siempre dejan una huella”.

Tal vez esta sencilla historia nos puede ayudar a comprender lo que nos dice hoy nuestro Señor en el Evangelio del día de hoy. Jesús comienza el discurso de las parábolas con la del sembrador: “Salió el sembrador a sembrar...” –nos cuenta– y al sembrar parte de la semilla cayó junto al camino; otra parte cayó en terreno pedregoso; otra cayó entre espinas; y el resto cayó en tierra buena...”. Y nos narra qué sucedió con cada tipo de semilla: una no fructificó porque se la comieron los pájaros; otra se secó; a otra la ahogaron las espinas; y la sembrada en tierra buena dio una cosecha abundante.

Hasta aquí la parábola. La hemos escuchado tantas veces que tal vez ya no nos impresiona. Sabemos también cuál es su significado porque el mismo Cristo nos la explica enseguida, a petición de sus apóstoles: Cristo es el sembrador, la semilla es la Palabra de Dios, y el terreno somos cada uno de nosotros. Y aquí viene lo más importante de todo: Si el Sembrador sembró la semilla a voleo, con gran generosidad en todas direcciones, ¿por qué sólo una cuarta parte produjo buena cosecha y el resto se echó a perder? ¿por qué no frutificaron todas las semillas, si eran de óptima calidad?

Es en este momento cuando tenemos que aplicarnos el “cuentito”; aquí –como solemos decir– “tiene que caernos el veinte” a cada uno en particular. Cristo no nos está contando una historia simpática de la vida agrícola de Palestina por afán cultural o para divertirnos. Con esta imagen quiere interpelar a cada una de nuestras conciencias: La semilla da frutos sólo si cae en tierra buena. Y el fruto será tanto más abundante cuanto mejor sea el terreno en donde caiga. La semilla de la Palabra de Dios sólo es fecunda allí donde encuentra un alma bien dispuesta y unas condiciones espirituales adecuadas. Dios siembra todos los días a manos llenas en tu alma su gracia divina. ¿Cuántos frutos está dando esta semilla en tu vida?

Pero aún hay más. Esa semilla no sólo representa la Palabra de Dios, sino todos los dones que Dios nuestro Señor te regala a diario, con tanta abundancia y generosidad: el don de la vida, la familia –unos padres, unos hijos, unos hermanos y familiares tan extraordinarios–, el vestido, el alimento, la educación, las vacaciones que ahora estás disfrutando... Esa semilla son también todos los regalos espirituales que Él te concede gratuitamente: el don infinito de la fe, los sacramentos, la redención, la Eucaristía, la Iglesia. Y si Dios está sembrando tanto en ti, ¿cuánto le correspondes tú? ¿cuántos frutos estás produciendo: al ciento por ciento? Dicho de otra manera: ¿Qué tipo de tierra eres tú? ¿Qué clase de cristiano eres: cristiano por conveniencia, por tradición, superficial, de nombre nada más? ¿o cristiano de verdad, convencido, demostrado con tus obras y comportamientos? Si no te preocupas de ir a tu Misa dominical o casi nunca haces oración, o si no te interesa recibir los sacramentos y formarte en la fe católica, es que eres un cristiano rutinario, “del montón”, y eres de los que reciben la semilla junto al camino. No penetra en tu alma porque la tierra está endurecida por la indiferencia. Si eres una persona que sí se preocupa por formarse en su fe y se interesa por las cosas de Dios y de la religión; si quieres un colegio católico para tus hijos y de vez en cuando vas a reuniones de espiritualidad o a asistes a algunos retiros, pero eres inconstante; y si desistes de tus propósitos iniciales apenas te surge un plan más “divertido” o menos exigente, es que eres el terreno pedregoso. La Palabra de Dios brota en tu corazón, pero no echa raíces, y cuando sale el sol –una dificultad cualquiera–, tu semilla se seca.

O tal vez seas una persona de buena voluntad, –como solemos decir– un “buen cristiano” (y solemos llamar “buen” cristiano a aquel que “cumple” con los requisitos elementales de su fe, que no mata ni roba, que es “buena gente”, pero se abstiene de hacer el bien a los demás). Su fe es acomodaticia y poco exigente; y, además –nos dice Cristo– se deja arrastrar por los afanes de la vida y la seducción de las riquezas ahogan en él la Palabra de Dios. En el fondo, aunque es un “buenazo”, es todavía muy materialista y está demasiado absorbido por las vanidades, los lujos, las comodidades, las cosas superfluas, y así Dios no entra hasta el fondo del alma. Éste es el tercer tipo de tierra: el espinoso.

O, finalmente, podemos ser una tierra buena. O sea, cristianos convencidos, de los que tratan de vivir con coherencia su fe, que se esfuerzan de verdad por dar testimonio público de su ser cristiano –aunque también tienen debilidades y defectos, pues nadie es perfecto en esta tierra–; que buscan ayudar a los demás y ser apóstoles en su medio ambiente; que oran, que procuran vivir cada día más cerca a Dios a través de la gracia santificante y los sacramentos; que se esfuerzan por crecer en su fe y aman de veras a Jesucristo, a la Iglesia, al Papa, a la Santísima Virgen, y luchan para que otros también lo sean. Ése es un cristiano auténtico, que produce una buena cosecha: frutos al ciento por ciento, al sesenta o treinta por ciento. Si somos de éstos, no será difícil que nos reconozcan, porque un cristiano de verdad no pasa desapercibido en este mundo. Allí donde van, siempre dejan una huella. “Por sus frutos los conoceréis” – nos dijo Cristo–. Se nos reconocerá por las obras. No dejes de responder a esta pregunta que te dirige Cristo hoy: ¿Qué tipo de tierra eres tú?
¡Ojalá que de esta última!
Por: P. Sergio A. Cordova LC




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