"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

lunes, 27 de febrero de 2017

Dejar mi vida entre tus manos



Reflexiones dolor y la muerte
Todavía me cuesta, Señor, poner las redes de mi vida entre tus manos. Sé que Tú tienes un camino distinto para mi vida.

Todavía me cuesta, Señor, poner las redes de mi vida entre tus manos.

Parece que temo tus proyectos, tus planes. Parece que todavía prefiero seguir mis gustos, gozar de salud, decidir mis pasos, tenerlo todo bajo el control de mis deseos.

Sé que Tú tienes un camino distinto para mi vida. Quizá difícil, quizá incomprensible, quizá lleno de espinas. Pero viene de Ti, y eres Tú quien sabes lo que es mejor, lo que me permite avanzar hacia el amor y la esperanza.

Ayúdame a descubrir ese proyecto. Dame fuerzas para confiar, para no olvidar que eres un Padre bueno. Permíteme reconocer que la Cruz es parte del camino del que ama, es una astilla que nos permite contagiarnos del fuego de amor que trajiste al mundo.

Dame también fuerzas para acompañar a quienes sufren a mi lado. Porque no encuentran sentido a sus fracasos. Porque no entienden que también el dolor encierra un tesoro inmenso. Porque olvidan que existe el cielo, donde el Perdón vence el pecado, donde el egoísmo queda lejos, donde el Amor lo es todo para todos.

Quisiera hoy, en estas horas de mi caminar frágil, dejar mi vida entre tus manos, como jarrón dócil, como vasija humilde, como barro confiado. Dejar que modeles en mi alma y en mi cuerpo tu proyecto; permitirte conquistar mis ideas y mis actos; prestarme para que también otros, desde mi vida transformada, puedan avanzar hacia la esperanza y descubrir Tu Amor eterno.
Por: P. Fernando Pascual LC

domingo, 26 de febrero de 2017

Uso de los bienes



Ciclo C - Domingo 25 del tiempo ordinario Lucas 16, 1-13

Decía también a sus discípulos: Era un hombre rico que tenía un administrador a quien acusaron ante él de malbaratar su hacienda; le llamó y le dijo: ¿Qué oigo decir de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no podrás seguir administrando." Se dijo a sí mismo el administrador: ¿Qué haré, pues mi señor me quita la administración? Cavar, no puedo; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer, para que cuando sea removido de la administración me reciban en sus casas. Y convocando uno por uno a los deudores de su señor, dijo al primero: ¿Cuánto debes a mi señor? Respondió: Cien medidas de aceite." El le dijo: Toma tu recibo, siéntate en seguida y escribe cincuenta. Después dijo a otro: Tú, ¿cuánto debes?" Contestó: "Cien cargas de trigo. Dícele: Toma tu recibo y escribe ochenta. El señor alabó al administrador injusto porque había obrado astutamente, pues los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz. Yo os digo: Haceos amigos con el Dinero injusto, para que, cuando llegue a faltar, os reciban en las eternas moradas. El que es fiel en lo mínimo, lo es también en lo mucho; y el que es injusto en lo mínimo, también lo es en lo mucho. Si, pues, no fuisteis fieles en el Dinero injusto, ¿quién os confiará lo verdadero? Y si no fuisteis fieles con lo ajeno, ¿quién os dará lo vuestro? Ningún criado puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero.

Reflexión
Jesús nos cuenta en el Evangelio de hoy una parábola, cuyo sentido no se entiende tan fácilmente.

El personaje central es el administrador infiel, al cual acusan de malversar los bienes de su amo. En esta situación difícil, él usa sin escrúpulos su poder como administrador para asegurar su futuro. Sagazmente favorece a los deudores de su amo, disminuyendo así ampliamente sus deudas.
Mediante esta hábil operación, el administrador se asegura el agradecimiento permanente de los deudores, de modo que no deberá inquietarse más por su futuro.

Y por eso se dice en el Evangelio: “El amo felicitó al administrador deshonesto, por haber obrado tan hábilmente”.

Pero, ¿por qué felicita a este hombre infiel e injusto? No aprueba el fraude como tal, sino el hecho de que el administrador ha aprovechado el tiempo para asegurar su futuro y superar la crisis. Para Jesús, su actuar decisivo y hábil es modelo para los “hijos de la luz”.

Entonces, el mensaje de la parábola es este: los hijos de la luz, en la búsqueda de la salvación, tenemos que imitar la conducta de los hijos de este mundo. Tenemos que aprovechar el tiempo presente, para asegurar el futuro. Tenemos que usar hábilmente de nuestra vida transitoria en este mundo, para ganar la vida eterna en el otro mundo.

El tiempo que nos queda acá en la tierra, es breve y exige una decisión inmediata y absoluta por Dios, en la imitación de Jesucristo. Sólo así nuestro futuro estará asegurado, asegurado en Dios y en la vida eterna junto a Él.

Los versículos siguientes son como un apéndice de la parábola. En ellos Jesús nos habla del uso conveniente de los bienes, sobre todo del dinero.

El Señor exige de nosotros ser buenos y fieles administradores de las riquezas de este mundo. Por eso dice el Evangelio de hoy: “Si no fuisteis de fiar en el injusto dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras?” Cuando no somos fieles y exactos con los bienes transitorios, cuanto menos seremos buenos administradores de los bienes sobrenaturales, de la gracia de Dios.

Jesús nos indica también, en el mismo Evangelio de hoy, cómo se puede usar bien el dinero: “Ganaos amigos con el dinero injusto, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas”.

Los bienes materiales son beneficios de Dios: El rico no es dueño absoluto, sino simple administrador de sus riquezas. Y sólo administrará fielmente los bienes, cuando los ponga al servicio de sus hermanos necesitados. Acumular injustamente riquezas y no ocuparse de los demás es ser un mal administrador de Dios.

Y porque es bien difícil, administrar fielmente los bienes, Jesús; habla duramente sobre la riqueza: “Es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el Reino de Dios (Lc 18,25).

La riqueza, frecuentemente, no acerca el hombre a Dios, sino que lo aparta de Él: lo hace orgulloso, duro, autosuficiente. Por eso termina el Evangelio de hoy: “Ningún siervo puede servir a dos amos... No podéis servir a Dios y al dinero”.

Apegarse al dinero resulta incompatible con el servicio auténtico de Dios. Porque las supremas riquezas no son las cosas de este mundo sino los dones del Reino de Dios. Por eso también el Señor se hizo pobre, para dar testimonio de pobreza y enriquecer con sus bienes: espirituales a los pobres de este mundo.

Queridos hermanos, en esta Eucaristía, Jesucristo quiere darnos su riqueza divina entregándonos su Cuerpo y su Sangre como alimento y bebida. Pero esta comunión con Cristo nos compromete seriamente. Nos compromete a servir a Dios, a ayudar a nuestros hermanos necesitados, a administrar fielmente los bienes de este mundo.


Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del Padre Nicolás Schwizer



sábado, 25 de febrero de 2017

El Evangelio del niño



Seremos felices si aprendemos a confiar y a ser puros y generosos, como los niños.

Hay dos modos muy distintos de ver la niñez. Según algunos, el niño está en una etapa “de paso”. Su meta consiste en llegar a ser grande. Todo debe quedar orientado a conseguir este objetivo, mediante una buena educación. Así prepararemos al que mañana será ciudadano, trabajador, padre o madre de familia.

Para otros, la niñez es una etapa muy particular y hermosa, en la que la vida adquiere un matiz mágico y alegre, lúdico y misterioso. Una etapa tan bella que todos, en el fondo, desearíamos vivir, nuevamente, como cuando éramos niños.

Entre estas dos visiones extremas, desde luego, existen muchas otras posibles interpretaciones. Queremos ahora, simplemente, mirar hacia Jesucristo, hacia el fundador de la Iglesia, y preguntarle: Tú, ¿qué piensas de los niños?

En el Evangelio descubrimos tres pistas para la respuesta. La primera: Jesús fue niño. Vivió con sus padres, supo obedecerles, aprendió con ellos a rezar, a trabajar, a interpretar las nubes del cielo y a tener cuidado al encontrar una víbora o un escorpión. Jugó sobre las piernas de María, corrió por los caminos de Nazaret, y se cansó cuando, cada año, subía a pie, con sus padres, las pendientes de Jerusalén.

La segunda pista: Jesús, cuando fue grande, resultó muy simpático a los niños. Los pequeños tienen un “olfato” especial para ver quién los quiere de verdad y quién los ve como un estorbo o una molestia. Y los niños iban con mucha confianza y con mucha alegría para estar un rato con Jesús. A veces no se daban cuenta del tiempo que pasaba, y por eso en una ocasión los discípulos, quizá cansados, quisieron apartarlos del maestro. Jesús no dudó en defender a sus amigos “de pantalón cortito”: “Dejad que los niños vengan a mí...”

La tercera pista es, quizá, la más difícil de comprender. En una ocasión en la que los discípulos habían discutido sobre quién era el más importante, Jesús tuvo que acercar a un niño, ponerlo en medio, y presentarlo como modelo: “Si no os hacéis como niños no entraréis en el Reino de los cielos”. Así de claro: el niño no es sólo un “hombre en pequeño”. Más bien cada adulto debería ser un “niño en grande”. Ser como niños es la condición indispensable para el triunfo, es el camino recto y seguro para llegar al cielo, para ser felices de verdad.

Nuestro queridísimo Papa Juan Pablo II, en 1994, escribió una “Carta a los niños”. En ella se atrevió a llamar al mensaje de Jesús con la fórmula “el Evangelio del niño”. Juan Pablo II tuvo que explicar esta fórmula audaz y misteriosa: “En efecto, ¿qué quiere decir: «Si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los cielos»? ¿Acaso no pone Jesús al niño como modelo incluso para los adultos? En el niño hay algo que nunca puede faltar a quien quiere entrar en el Reino de los cielos. Al cielo van los que son sencillos como los niños, los que como ellos están llenos de entrega confiada y son ricos de bondad y puros. Sólo éstos pueden encontrar en Dios un Padre y llegar a ser, a su vez, gracias a Jesús, hijos de Dios”.

El Evangelio del niño vale de modo especial para un mundo que busca continuamente nuevas fórmulas para la felicidad y el progreso. No seremos felices si tenemos más dinero, si llenamos los graneros con cereales, si vemos más televisión o si viajamos por todos los océanos y países de la tierra.

En cambio, podemos ser felices si, con los ojos limpios y frescos de un niño, damos un beso de cariño a nuestros padres antes de dormir; si recordamos, de vez en cuando, a nuestro ángel de la guardia; y si buscamos, entre las estrellas, si alguna tiene escrito nuestro nombre o el de nuestros amigos y conocidos. Seremos felices si aprendemos a confiar y a ser puros y generosos, como los niños. Seremos felices, finalmente, si nos comprometemos a defender, cuidar y escuchar, con el mismo amor de Jesucristo, a esos niños cuyos ángeles contemplan, en el silencio bullicioso de lo invisible, el rostro de un Dios que nos quiere demasiado, y que un día fue, como nosotros, simplemente eso: un Niño...
Por: P. Fernando Pascual L.C.

viernes, 24 de febrero de 2017

Matrimonio y divorcio



El cambio de cónyuge da la ilusión de una renovación, pero no es más que un nuevo comienzo destinado a fracasar con el mismo obstáculo de siempre el egoísmo, la pereza, la esterilidad de los que son infieles.

…por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y los dos se harán una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre…

En el tiempo de Jesús, ningún judío cuestionaba el derecho de divorciarse, ya que Moisés lo había permitido. Lo que los rabinos de aquel entonces discutían eran los motivos del divorcio: si bastaba con que la mujer dejara quemar la comida o que el marido encontrara a otra más bella.

En todo caso, el divorcio era concedido con mucha facilidad. La moral farisea estaba montada sobre la no confesada inferioridad de la mujer, que era considerada una propiedad del varón. Frente a este legalismo farisaico el Señor plantea el proyecto original de Dios, tal como está descrito en el Génesis. La unión de varón y mujer expresa la plenitud y felicidad humana.

Creo que nuestra época tiene más necesidad de meditar este Evangelio que las anteriores. Porque en él, Jesús afirma solemnemente el carácter del matrimonio y la unidad indisoluble de los esposos. Y no se trata de una ley impuesta a los esposos. Más bien traza el camino de la felicidad humana: revela que la relación conyugal y familiar es una fuente inagotable de creación y de gozo.

El cambio de cónyuge da la ilusión de una renovación, pero no es más que un nuevo comienzo destinado a fracasar con el mismo obstáculo de siempre el egoísmo, la pereza, la esterilidad de los que son infieles.

Muchas veces la indisolubilidad del matrimonio se entiende y se vive como una obligación, la que limita la libertad de los esposos. Pero Cristo ha abolido la “ley” y ha dado la vida, al oponerse al libertinaje “legal” de los judíos. No inventó ninguna obligación nueva. Lo único que hizo fue expresar el anhelo profundo del amor.

Porque todo amor auténtico quiere ser eterno, crea una fidelidad, exige un compromiso, aspira a un descubrimiento, pretende no terminar nunca, quiere crecer y desarrollarse sin fin.
Nadie que ame verdaderamente pone plazo. No existe un amor por cuotas o por tiempos. Y, por eso, tenemos que cultivar diariamente el amor, tenemos que renovarlo permanentemente.

El verdadero sentido de la indisolubilidad no es por eso, prohibir una separación. Su valor es plenamente positivo: nunca jamás se acabarán da conocer y de amar. La naturaleza del amor y del matrimonio consiste en desarrollarse indefinidamente y en renovarse sin cesar. Cuando un ser humano empieza a ser amado a empieza a cambiar, a florecer, a descubrirse y a desplegarse sin agotar sus recursos.

Ya el Padre José Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt lo decía cuando definió la fidelidad como: “conservación lozana y creadora del primer amor”. Y se refirió no sólo al amor conyugal, sino a toda forma de amor: amor paternal, maternal, filial, fraternal…

Todos los días hay que trabajar para crear el matrimonio. La indisolubilidad no es una almohada sobre la que puedan dormirse los esposos, sino una llamada a renovar y vivificar cada día su amor.

Queridos hermanos, les invito a renovar los grandes amores de su vida: amor a la familia, al cónyuge, a los hijos, a los hermanos naturales y hermanos de comunidad.
Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Retiros y homilías del Padre Nicolás Schwizer


jueves, 23 de febrero de 2017

Decisiones: algo nuevo en el mundo



Hay que pensar en serio si quiero ser un pequeño artífice de bien o un simple estorbo

Cada una de nuestras decisiones introduce algo nuevo en el mundo.

A veces pensamos que ciertas elecciones son insignificantes, sin valor, sin transcendencia. En realidad, quedarme a estudiar o ir de excursión, ver este o aquel programa televisivo, leer un libro de aventuras o uno de filosofía, tomar más o menos copas de cerveza... son decisiones que “entran” en mi vida, que llegan a ser parte de mí mismo, que me modifican.

No sólo yo quedo “tocado” en cada decisión. También los demás, los más íntimos, los más cercanos, sienten los efectos de mis decisiones. Si obedezco con alegría a mis padres, si doy largas a las peticiones de un amigo, si olvido a aquella persona a la que prometí una llamada por teléfono, si descuido mi atención a la hora de apretar bien un tornillo... otros serán afectados, para bien o para mal, de lo que inicia en el mundo a partir de lo que yo hago o de lo que yo deje de hacer.

Los cercanos... y los lejanos, el mundo entero, quedan afectado por mis actos. No es indiferente si me comprometo en serio por guardar con atención la basura o si arrojo materiales peligrosos en el primer lugar que se me ocurre. Mi barrio, mi ciudad, el planeta tierra, van mejor o peor según mis costumbres, según mi preocupación por el ambiente, según mi deseo de evitar gastos inútiles o comportamientos que aumentan la contaminación en un mundo sumamente frágil.

Mis decisiones afectan, por lo tanto, a millones y millones de personas que necesitan una mano amiga. Personas que sufren por el hambre o la injusticia, por la enfermedad o el desprecio, por la soledad o por abusos en contratos de trabajo inhumanos.

Cada una de mis decisiones introduce algo distinto, nuevo, bueno o malo, justo o injusto, en este mundo de contradicciones y de esperanzas.

Hay que reflexionar profundamente antes de tomar una decisión, de empezar un nuevo acto. Hay que pensar en serio si quiero ser un pequeño artífice de bien o un simple estorbo. Hay que escuchar la voz humilde y sencilla de Dios que me repite, con un tono suave e íntimo, que hasta un vaso de agua dado a un pequeñuelo no quedará sin recompensa. Porque ese gesto de cariño habrá introducido algo bueno, algo bello, en el mundo de los corazones sedientos de amor sincero.
Por: P. Fernando Pascual