"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

domingo, 12 de febrero de 2017

La Virgen y el sacramento de la Penitencia



La Virgen acompaña a cada sacerdote que confiesa y a cada penitente que pide humildemente perdón.

La Virgen María ocupa un lugar muy particular para los creyentes en Cristo. Ella fue concebida inmaculada. Ella aceptó plenamente la voluntad de Dios en su vida. Ella, como Puerta del cielo, dio permiso a Dios para entrar en la historia humana. Ella estuvo al pie de la Cruz de su Hijo. Ella oraba con la primera comunidad cristiana en la espera del Espíritu Santo.

Por eso María está presente, de un modo discreto pero no por ello menos importante, en el sacramento de la Eucaristía. Las distintas plegarias la mencionan, pues no podemos participar en el misterio pascual de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo sin recordar a la Madre del Redentor.

¿Está también presente la Virgen en el sacramento de la confesión? En el ritual de la Penitencia no hay menciones específicas de María. Ni en los saludos, ni en la fórmula de absolución, ni en la despedida.

En algunos lugares, es cierto, se conserva la devoción popular de iniciar la confesión con el saludo “Ave María purísima. Sin pecado concebida”. Pero se trata de un saludo no recogido por el ritual, y que muchos ya no utilizan.

Sin embargo, aunque el rito no haga mención explícita de la Virgen, Ella está muy presente en este sacramento.

En la tradición de la Iglesia María recibe títulos y advocaciones concretas que la relacionan con el perdón de los pecados. Así, la recordamos como Refugio de los pecadores, como Madre de la divina gracia, como Madre de la misericordia, como Madre del Redentor y del Salvador, como Virgen clemente, como Salud de los enfermos.

A lo largo del camino cristiano, Ella nos acompaña y nos conduce, poco a poco, hacia Cristo. La invitación en las bodas de Caná, “haced lo que Él os diga” (cf. Jn 2,5) se convierte en un estímulo para romper con el pecado, para acudir al Salvador, para abrirnos a la gracia, para iniciar una vida nueva en el Hijo.

Por eso, en cada confesión la Virgen está muy presente. Tal vez no mencionamos su nombre, ni tenemos ninguna imagen suya en el confesionario. Pero si resulta posible escuchar las palabras de perdón y de misericordia que pronuncia el sacerdote en nombre de Cristo es porque María abrió su corazón, desde la fe, a la acción del Espíritu Santo, para acoger el milagro magnífico de la Encarnación del Hijo.

La Virgen, de este modo, acompaña a cada sacerdote que confiesa y a cada penitente que pide humildemente perdón. Su presencia nos permite entrar en el mundo de Dios, que hizo cosas grandes en Ella, que derrama su misericordia de generación en generación (cf. Lc 1,48-50), hasta llegar a nosotros también en el sacramento de la Penitencia.
Por: P. Fernando Pascual LC

sábado, 11 de febrero de 2017

Multiplicación de los panes



¿Creemos que Cristo es capaz de saciar nuestra hambre? ¿Creemos que Él puede cambiar nuestra vida, llenarla, renovarla?

Como ya en el tiempo de Jesús, así también hoy el pan de cada día sigue siendo el problema principal para la mayor parte de la humanidad. Y los hombres de hoy no sufren sólo hambre del cuerpo, sino también hambre del espíritu, hambre del corazón, hambre de fraternidad y de amor.

Y nos damos cuenta que esto pasa porque los cristianos no hemos tomado muy en serio el mensaje del Evangelio, porque después de más de 2000 años de cristianismo no hemos logrado construir todavía un mundo de fraternidad.

Es Jesucristo quien alimenta a los hombres con su palabra de vida y, como en el Evangelio de hoy, les da de comer pan. Pero no sé si Uds. han notado la disposición que Jesús exige, antes de realizar este milagro, la orden que da, la condición que impone.

Un acto de confianza.
Ante todo, les pide un acto de confianza, un gesto de entrega en sus manos: les manda sentarse en el suelo. Mientras están de pie, no dependen más que de ellos mismos: conservan al menos la posibilidad de buscar comida ellos mismos. Pueden encontrarse con un amigo, con un vendedor ambulante, pueden ir a buscar algo a otro sitio, pueden marcharse.

Pero al tomar asiento están renunciando a toda posibilidad de bastarse a sí mismos. No tendrán más remedio que entregarse a Él, confiarse a Él.

Cuando oyen esta invitación a sentarse, yo creo que no pocos dudan. Su exigencia les muerde el corazón, luchan en su interior con la inquietud, con el miedo, con el orgullo. Les pide precisamente lo que menos ganas tienen de darle. Porque se sienten intranquilos, agitados por el hambre. Y Él les pide que se tranquilicen, que se entreguen a Él, que tengan confianza en Él. ¿Van a fiarse de Él? ¿Van a creer que es capaz de alimentarlos? ¿Van a darle, por lo menos, la oportunidad para mostrarlo?

¿Qué hubiéramos hecho nosotros en su lugar?
¿Qué sentiríamos nosotros el día en que por primera vez nos encontráramos en la necesidad de decirle sinceramente: danos hoy nuestro pan de cada día? ¿No nos veríamos tentados de intentar cualquier otra cosa, en vez de recurrir a Dios? ¿No sería terrible tener que admitir que no tenemos ningún otro recurso más que Él?

En fin, algunos, en un verdadero acto de fe, se sientan - quizá con los ojos cerrados. Luego, les van siguiendo los demás. Muchos vacilan todavía hasta decidirse, abandonarse. Y entonces hay un momento extraordinario, en el que los 5000 se sientan, en el que todos juntos hacen un acto de fe.

Y cuando el pan empieza a circular entre sus manos, cuando cada uno se queda con todo lo que quiere, y cuando ven que todavía sobra - pienso que entonces ya nadie se extraña demasiado. El verdadero milagro se ha realizado antes. El verdadero milagro lo ha hecho Jesús con ellos mismos: era el milagro de su fe y de su amor.

También a nosotros se nos pone la misma condición, la misma exigencia: ¿Creemos nosotros en Él? ¿Creemos que Cristo es capaz de saciar nuestra hambre? ¿Creemos que Él puede cambiar nuestra vida, llenarla, renovarla?

Tenemos fe en todo el mundo, excepto en Dios.
Y si somos sinceros, me parece que estas cuestiones nos dejarán muy inseguros e inquietos. Queremos creer, deseamos creer, pero nos cuesta vivir de la fe. Tenemos fe en todo el mundo, excepto en Dios.

Ponemos nuestra salud en manos de un médico, de un cirujano. Entregamos nuestro dinero a un banquero. Y nuestra vida la ponemos en manos de cualquier chofer, a pesar de todos los accidentes que ocurren. La vida no sería posible sin confiar en los demás.

Sólo en Dios no confiamos, o confiamos poco. Estamos convencidos de que sabemos conducir mucho mejor que Él. Apenas nuestra vida da un viraje un poco brusco, se detiene o acelera más de le normal - y ya nos ponemos a dar gritos de angustia.

Imaginémonos un viaje familiar en el que todos los hijos desconfían de su padre que está manejando el coche: le critican por todo el camino; le gritan ante cualquier obstáculo... sería un viaje horroroso.
Pero eso es lo que hacemos muchas veces con Dios.

Siempre encontramos motivos muy razonables para no creer.
La fe sigue siendo siempre un acto por encima de nuestras fuerzas naturales, una gracia a la que tenemos que abrirnos, una oscuridad que tenemos que soportar. La fe es tener la luz suficiente para poder movernos con confianza en un margen de oscuridad.

Queridos hermanos, que Cristo nos dé la gracia de una fe profunda, una entrega sin reservas, una confianza total en Él y en su amor.

¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del Padre Nicolás Schwizer

viernes, 10 de febrero de 2017

En el mundo.. el dolor del hombre



Reflexiones Eucaristía
Jesús, te quedaste en la Eucaristía, ahí precisamente porque sabías que en el mundo... hay dolor. ¡Vaya que si lo hay!

Hoy hay sombras en la Capilla...quizá sea porque está atardeciendo...

Tu, Jesús, estás como siempre, silencioso en tu eterna espera....pero tienes el oído atento para todo el que llega, para todo el que te quiere decir algo....penas, anhelos, sueños, alegrías y tristezas....Tu corazón abierto está para quién a ti llega....y yo se que te quedaste ahí precisamente porque sabías que en el mundo... hay dolor. ¡Vaya que si lo hay!

En muchas ocasiones este dolor es provocado por el hombre mismo: terrorismo, rencores, odios, venganzas, ambiciones, ansias de poder con el juego sucio y mal intencionado que no se detiene ante nada y llega hasta el crimen... niños que desean vivir y nunca lo harán. Siembra de dolores que parecería no tener límites...

Pero también el hombre sufre por enfermedades incurables y por cataclismos de la naturaleza: terremotos, tifones, lluvias torrenciales que desbordan ríos y rompen presas, fuegos que empiezan por una chispa y se incrementan destruyendo todo lo que alcanza y esto podría ser una lista interminable de dolor y de muerte que constantemente vemos que hay sobre la tierra.

Y el hombre, todos nosotros, Señor, nos preguntamos ¿por qué?

Y esta es una pregunta difícil de contestar...

En silencio te miro Jesús, cierro los ojos y espero...

Pienso en este Planeta donde vivimos... él es como es....tiene nieves que se desploman y forman aludes, tiene lluvias que desbordan ríos, tienen vientos que por circunstancias atmosféricas se convierten en ciclones, tiene movimientos telúricos de acomodación de su corteza terrestre que a veces son sismos catastróficos y mortales, tiene volcanes que están activos y de hecho han llegado a hacer erupción destruyendo a ciudades enteras.

En ese vaivén de acontecimientos vivimos desde que apareció el hombre sobre el planeta Tierra y sabemos que nuestra existencia está sobre la fragilidad de lo que es hoy y mañana no.

Pero para todos los sufrimientos hay una luz en el túnel negro y angustiante del dolor... y tu, mi Señor, me lo estás diciendo: Esa luz está en el misterio de tu Cruz. Tu Cruz permanecerá mientras el mundo gire.

¿Podrías tu Señor, digamos justificarte ante la Historia del hombre, tan llena de sufrimientos, de otro modo que no fuera poniendo en el centro de esa "historia" TU CRUZ?

Tu, además de ser Omnipotente, infinitamente Sabio, infinitamente Justo, no eres el Absoluto y Poderoso que está "fuera del mundo" y al que por lo tanto le es indiferente el sufrimiento humano porque eres... AMOR.

Y por "ese " AMOR, te pones, en libre elección, al servicio de las criaturas.

Si en la historia de la humanidad está presente el sufrimiento, entiendo entonces por qué tu omnipotencia se manifestó con la omnipotencia de la humillación mediante la Cruz.

Mi amado Jesús Sacramentado, El escándalo de tu Cruz - decía el Papa Juan Pablo II en su maravilloso libro "En el umbral de la esperanza"- sigue siendo la clave para la interpretación del GRAN MISTERIO DEL SUFRIMIENTO, que permanece de modo tan integral a la historia del hombre

Ya ha caído la noche. Yo te miro, Tu me miras.... siento la humedad de las lágrimas en los ojos cuando te digo:

Gracias, Señor, por esa Cruz... por tu cruz, que nos redime y que nos da la fuerza para seguir...

¡AUNQUE EL DOLOR NOS ALCANCE!
Por: Ma Esther De Ariño

jueves, 9 de febrero de 2017

¿Hay oraciones no escuchadas?



La oración
¿Es posible que Jesús nos haya enseñado que si pedimos, conseguiremos, pero luego vemos que las cosas suceden de una manera muy distinta?

Hemos rezado, hemos suplicado, hemos invocado la ayuda de Dios. Por un familiar, por un amigo, por la Iglesia, por el párroco, por los agonizantes, por la patria, por los enemigos, por los pobres, por el mundo entero.

También hemos pedido por las propias necesidades: para vencer un pecado que nos debilita, para limpiar el corazón de rencores profundos, para conseguir un empleo, para descubrir cuál sea la Voluntad de Dios en nuestra vida.

Escuchamos o leemos casos muy hermosos de oraciones acogidas por Dios. Un enfermo que se cura desde las súplicas de familiares y de amigos. Un pecador que se convierte antes de morir gracias a las oraciones de santa Teresa del Niño Jesús y de otras almas buenas. Una victoria "política" a favor de la vida después de superar dificultades que parecían graníticas.

Pero otras veces, miles, millones de personas, sienten que sus peticiones no fueron escuchadas. No consiguen que Dios detenga una ley inicua que permitirá el aborto de miles de hijos. No logran que se supere una fuerte crisis ni que encuentren trabajo tantas personas necesitadas. No llevan a un matrimonio en conflicto a superar sus continuos choques. No alcanzan la salud de un hijo muy querido que muere ante las lágrimas de sus padres, familiares y amigos.

En el Antiguo Testamento encontramos varios relatos de oraciones "no escuchadas". Uno nos presenta al pueblo de Israel antes de una batalla con los filisteos. Tras una primera derrota militar, Israel no sabía qué hacer. Decidieron traer al campamento el Arca de la Alianza. Los filisteos temieron, pero optaron por trabar batalla, y derrotaron a los judíos. Incluso el Arca fue capturada (cf. 1Sam 4,1-11).

Otro relato es el que nos presenta cómo el rey David suplica y ayuna por la vida del niño que ha tenido tras su adulterio con Betsabé. El hijo, tras varios días de enfermedad, muere, como si Dios no hubiera atendido las oraciones del famoso rey de Israel (cf. 2Sam 12,15-23).

El Nuevo Testamento ofrece numerosos relatos de oraciones escuchadas. Cristo actúa con el dedo de Dios, y con sus curaciones y milagros atestigua la llegada del Mesías. Por eso, ante la pregunta de los enviados de Juan el Bautista que desean saber si es o no es el que tenía que llegar, Jesús responde: "Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!" (Lc 7,22-23).

Pero también leemos cómo la oración en el Huerto de los Olivos, en la que el Hijo pide al Padre que le libre del cáliz, parecería no haber sido escuchada (cf. Lc 22,40-46). Jesús experimenta así, en su Humanidad santa, lo que significa desear y pedir algo y no "conseguirlo".

Entonces, ¿hay oraciones que no son escuchadas? ¿Es posible que Jesús nos haya enseñado que si pedimos, conseguiremos (cf. Lc 11,1-13), pero luego vemos que las cosas suceden de una manera muy distinta?

En la carta de Santiago encontramos una pista de respuesta: "Pedís y no recibís porque pedís mal, con la intención de malgastarlo en vuestras pasiones" (Sant 4,3). Esta respuesta, sin embargo, sirve para aquellas peticiones que nacen no de deseos buenos, sino de la avaricia, de la esclavitud de las pasiones. ¿Cómo puede escuchar Dios la oración de quien reza para ganar la lotería para vivir holgadamente y con todos sus caprichos satisfechos?

Pero hay muchos casos en los que pedimos cosas buenas. ¿Por qué una madre y un padre que rezan para que el hijo deje la droga no perciben ningún cambio aparente? ¿Por qué unos niños que rezan un día sí y otro también no logran que sus padres se reconcilien, y tienen que llorar amargamente porque un día se divorcian? ¿Por qué un político bueno y honesto reza por la paz para su patria y ve un día que la conquistan los ejércitos de un tirano opresor?

Las situaciones de “no escucha” ante peticiones buenas son muchísimas. El corazón puede sentir, entonces, una pena profunda, un desánimo intenso, ante el silencio aparente de un Dios que no defiende a los inocentes ni da el castigo adecuado a los culpables.

Hay momentos en los que preguntamos, como el salmista: "¿Se ha agotado para siempre su amor? / ¿Se acabó la Palabra para todas las edades? / ¿Se habrá olvidado Dios de ser clemente, / habrá cerrado de ira sus entrañas?" (Sal 77,9-11).

Sin embargo, el "silencio de Dios" que permite el avance aparente del mal en el mundo, ha sido ya superado por la gran respuesta de la Pascua. Si es verdad que Cristo pasó por la Cruz mientras su Padre guardaba silencio, también es verdad que por su obediencia Cristo fue escuchado y ha vencido a la muerte, al dolor, al mal, al pecado (cf. Heb 5,7-10).

Nos cuesta entrar en ese misterio de la oración "no escuchada". Se trata de confiar hasta el heroísmo, cuando el dolor penetra en lo más hondo del alma porque vemos cómo el sufrimiento hiere nuestra vida o la vida de aquellos seres que más amamos.

En esas ocasiones necesitamos recordar que no hay lágrimas perdidas para el corazón del Padre que sabe lo que es mejor para cada uno de sus hijos. El momento del "silencio de Dios" se convierte, desde la gracia de Cristo, en el momento del sí del creyente que confía más allá de la prueba.

Entonces se produce un milagro quizá mayor que el de una curación muy deseada: el del alma que acepta la Voluntad del Padre y que repite, como Jesús, las palabras que decidieron la salvación del mundo: "no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc 22,42).

 
Por: P. Fernando Pascual LC

miércoles, 8 de febrero de 2017

Corazón simple



Sólo aceptar, orar, adorar al Señor, y disfrutar de los pequeños detalles que El nos permite ver, de Su maravilloso Reino.

Siempre llamó mi atención aquella gente con un corazón sencillo, aquellos que hacen de lo complejo, de lo sofisticado, algo cotidiano, entendible por todos. Gente que quizás habla de cosas importantes, pero tiene en su forma de expresarse una capacidad de llegar al fondo de su mensaje de inmediato. Sea cual fuere el tema del que esas personas hablan, llegan al corazón, el alma se siente atraída. Gente muy sencilla, que quizás sólo nos sirve o ayuda en determinado punto de nuestras vidas. Rostros sonrientes, dispuestos a ayudarnos, adaptarse y comprender.

¡Dan ganas de sentarse a hablar con esa gente, a saber de su vida!. Ellos no buscan complejidades, no desconfían más de la cuenta, hablan de modo abierto y claro, tienden a creer y a confiar, ven en la gente lo bueno. La simpleza de corazón se opone a esa otra postura, la de buscar siempre los motivos para no creer, la de dudar de todo, la de complicar las cosas, la de plantear siempre obstáculos y objeciones, la de esperar que finalmente algo nos de la excusa para descalificar.

Esta actitud frente a la vida, la de hacer lo complejo algo sencillo, la de creer, confiar, de poner una sonrisa y un deseo de hacerse entender y querer por el prójimo, es una parte importante del amor. Porque el amor es simple y Dios es simple, El hace las cosas de Su Reino sencillas para nosotros. Pero también pone un velo entre Sus misterios y nuestro entendimiento. Es por este motivo que es tan importante no querer ver o saber más allá de lo que Dios quiera que veamos. ¡Sólo creer en El!.

Esta actitud, la de creer, proviene de un corazón sencillo. Creer, con un alma abierta a las cosas del Reino, más allá de que la mente, nuestro intelecto, no alcance a comprender lo que percibe. Es muy difícil tener fe en Dios si queremos procesar todo a través de nuestra razón. La soberbia, origen de todo pecado porque proviene de quien quiso ser como Dios en los inicios de los tiempos, nos arrastra a querer ver donde no debemos, a querer comprender donde no podemos, y finalmente a creer sólo si nuestra razón comprende. ¡Sólo Dios puede comprender Sus cosas!.

Cuando veo tanta gente sencilla en los lugares donde se expresa la fe en Jesús y en María, Santos y Angeles, en el Reino de la Santísima Trinidad en pleno, no puedo dejar de admirarme de la sencillez de esos corazones que creen, no preguntan, no se hacen planteos más allá de la fe o las enseñanzas que Jesús nos dejó a través de Su Palabra. ¡Benditos esos corazones plenos de sencillez y fe, bienaventurados los sencillos y humildes de Corazón!.

Y que difícil es la prueba cuando Dios da la gracia de tener una mente desarrollada, una educación elevada. El propio don que Dios da se puede transformar en el motor de nuestra soberbia: vaya, si somos gente inteligente, ¿como podemos creer en estos tiempos en estas cosas, inexplicables para la ciencia del hombre?. Cuanta soberbia se esconde en esta pregunta, pero cuan a menudo se la escucha, o se la piensa. El mundo moderno ha desarrollado tal soberbia, que ha dejado poco espacio para las cosas del Señor, que son por supuesto inexplicables, porque pertenecen a un nivel de pensamiento, el Pensamiento Divino, al que el hombre jamás podrá llegar.

Es por este motivo que da gran alegría ver gente con dones intelectuales y buena educación, que también tiene un corazón sencillo, y cree en las cosas de Dios sin preguntarse. Esos hermanos han pasado una prueba importante, han llegado a rozar la verdadera sabiduría, la de hacerse pequeños y aceptar la Omnipotencia Divina sin preguntar ni por qué, ni cómo, ni cuando, ni dónde. Sólo aceptar, orar, adorar al Señor, y disfrutar de los pequeños detalles que El nos permite ver, de Su maravilloso Reino.
 Por: www.reinadelcielo.org | Fuente: reina del cielo