"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Dinos San Juan Bautista ¿Qué tenemos que hacer?...



El gran Bautista, el que nos anuncia la llegada del Hijo de Dios entre los hombres, nos ayudará a preparar el camino del Adviento.

Tercer domingo de Adviento

Walter cursó brillantemente sus estudios de Administración de empresas, y para su tesis, se le ocurrió pensar en la funcionalidad de esa transnacional que comienza aquí en la tierra y termina en el otro lado.

Hizo la solicitud correspondiente, y cosa increíble, le fue concedida, así que se aprestó a marcharse, computadora en mano, y recién llegado al cielo se encontró con San Pedro que fue el encargado de mostrarle cómo funciona la vida en aquella próspera empresa. El santo llevó a Walter a un recorrido por el cielo. Ambos caminaron paso a paso por unos grandes pabellones llenos de ángeles.

San Pedro se detuvo frente a la primera sección y dijo: "Esta es la sección de recibo. Aquí, todas las peticiones hechas a Dios mediante la oración son recibidas". Walter miró a la sección y estaba terriblemente ocupada con
muchos ángeles clasificando peticiones escritas en voluminosas hojas de papel, de personas de todo el mundo.

Ellos siguieron caminando hasta que llegaron a la siguiente sección, y San Pedro le dijo: "Esta es la sección de empaque y entrega. Aquí, las gracias y bendiciones que la gente pide, son empacadas y enviadas a las personas que las solicitaron". Walter vio cuán ocupada estaba. Había tantos ángeles trabajando en ella como tantas bendiciones estaban siendo empacadas y enviadas a la tierra.

Finalmente, en la esquina más lejana del último pabellón, Walter se detuvo en una diminuta sección. Para su sorpresa, sólo un ángel permanecía en ella ocioso, haciendo muy poca cosa. "Esta es la sección del agradecimiento" dijo San Pedro a Walter. "¿Cómo es que hay tan poco trabajo aquí?" Preguntó Walter. "Esto es lo peor"- contestó San Pedro. Después que las personas reciben las bendiciones que pidieron, muy pocas envían su agradecimiento.

"¿Y cómo pueden las gentes agradecer las bendiciones de Dios?
"Simple," contestó San Pedro, "sólo tendrías que decir o escribir o poner un E-mail: “Gracias Señor".

Esta anécdota, que nos han enviado gentilmente, viene bien a cuento, porque se nos llega ya el día de Navidad, y entre regalos y cenas y fiestas de fin de año, se nos olvida lo más importante, que es agradecer cumplidamente a nuestro Buen Padre Dios el tremendo regalazo que nos hizo al enviarnos a su Hijo Jesucristo al mundo, en carne mortal, y sujeto a todas las limitaciones humanas, menos el pecado.

Tendríamos que imitar a esos grandes santos, que cuando las condiciones eran otras, y sólo se permitía comulgar en algunas ocasiones, digamos cada semana, se pasaban tres días preparando la Sagrada comunión, que era recibida entre grandes muestras de júbilo, y alegría, y los tres días restantes eran empleados en bendecir y alabar a Dios por el gran don de la Eucaristía.

Precisamente esto es lo que nos propone San Pablo, al considerar que el Señor está cerca: “No se inquieten por nada; más bien presente en toda ocasión sus peticiones a Dios en la oración y la súplica, llenos de gratitud”.

Quisiera que todos los cristianos, viéramos esta Navidad como un don del cielo, como el mejor obsequio que el Señor podría haber hecho a nuestra humanidad, y como el mejor antídoto para esa enfermedad que se anuncia ya como la nueva enfermedad del siglo, la famosa "depre", que en serio afecta a mucha gente sobre la tierra, y que surge en la conciencia del hombre cuando éste se cierra a la gracia, a la amistad, a la cercanía del Dios que nos salva en su Hijo Jesucristo.

Entonces se produce un vacío muy difícil de llenar, porque el corazón del hombre, hecho con las dimensiones del corazón de nuestro Salvador no puede ser llenado con cosas y cosas y cosas, como hacemos normalmente en ocasión de Navidad, para disimular nuestro vacio interior y muchas veces nuestro egoísmo.

San Juan Pablo II reconoció la dificultad que está creando esta enfermedad en el mundo, causada también por la influencia de los medios de comunicación social: que exaltan el consumismo, la satisfacción inmediata de los deseos y la carrera hacia un bienestar material cada vez mayor...

Esa enfermedad es siempre una prueba espiritual, y por eso es importante tender la mano a los enfermos, ayudarles a percibir la ternura de Dios, a integrarlos en una comunidad de fe y de vida donde puedan sentirse acogidos, comprendido, sostenidos, en una palabra, dignos de amar y de ser amados.

Para ellos, como para cualquier otro, contemplar a Cristo y dejarse “mirar” por él es una experiencia que los abre a la esperanza y los impulsa a elegir la vida”. Esto es muy de considerar, por eso continuamos escuchando al Papa Juan Pablo II:

“En su amor infinito, Dios está siempre cerca de los que sufren. La enfermedad depresiva puede ser un camino para descubrir otros aspectos de sí mismos y nuevas formas de encuentro con Dios. Cristo escucha el grito de aquellos cuya barca está a merced de la tormenta (Cf. Mt 4, 35-41). Está presente a su lado para ayudarles en la travesía y guiarlos al puerto de la serenidad recobrada”.

Esta misma alegría y este compromiso de solidaridad con los que no pueden comprar y comprar como aconsejan los medios de comunicación, son los que nos anuncia el profeta Sofonías:

“Canta, da gritos de júbilo, gózate y regocíjate de todo corazón... el Señor será el Rey en medio de tu pueblo y no temerán ningún mal... que no desfallezcan tus manos. El Señor, tu Dios, tu poderoso salvador, está en medio de ti; El se goza y se complace en ti: él te ama y se llenará de júbilo por tu causa, como en los días de fiesta”.

Estos días, pues no serán de muchas consideraciones, sino ir saboreando, ayudados por las palabras del Profeta Sofonías, con esa presencia del Señor entre nosotros, y con la tremenda seguridad de que él nos ama, se complace en nosotros, y nos hará vivir en una fiesta, en una eterna Navidad, celebrando al Hijo de Dios que comparte nuestras miserias y nuestros dolores, pero que marca caminos de vida nueva, de salvación y de perdón.

Como conclusión, tendríamos que sentarnos frente a San Juan el Bautista, el gran Bautista, el que nos anuncia la llegada del Hijo de Dios entre los hombres, para preguntarle a boca de jarro: “¿Qué debemos hacer?”.

Su respuesta será clarísima: la solidaridad y el saber compartir lo nuestro, sin olvidarnos de la justicia y el fiel y exacto cumplimiento de nuestros deberes.

“Quien tenga dos túnicas o dos vestidos, dé uno al que no tiene ninguno y quien tenga comida, que haga lo mismo... no cobren más de lo establecido... no extorsionen a nadie ni denuncien falsamente, sino conténtense con su salario...”.
Por: P. Alberto Ramírez Mozqueda

martes, 13 de diciembre de 2016

El momento presente



Descubrir en lo cotidiano la grandeza del Amor divino. Abrir bien el alma para dejarse guiar a través de las mil peripecias, sencillas y normales, de cada día.

El P. Jean Pierre de Caussade (1675-1751) explicó con profundidad y sencillez cómo Dios nos habla a través de dos caminos. El primero es la Sagrada Escritura. El segundo es el momento presente.

Los dos caminos nos llevan a Dios si usamos la “llave maestra” para leerlos de modo correcto: la fe, la esperanza, el amor.

Sin fe, la letra mata y el momento presente queda envuelto en una nube impenetrable. La Sagrada Escritura no desvela sus secretos al erudito más competente o al pensador más profundo cuando es leída sin fe. La vida ordinaria, los hechos de cada día, no permiten descubrir el Amor de Dios si nos falta esa fe con la que todo se abre a dimensiones insospechadamente bellas.

Por eso el P. de Caussade enseñaba a confiar plenamente en la Providencia, a vivir el momento presente de modo profundo, a descubrir en lo cotidiano la grandeza del Amor divino.

“El momento presente es, pues, como un desierto, donde el alma sencilla sólo ve a Dios, y de Él goza, sin ocuparse de nada más que de lo que Él quiera de ella: todo lo demás queda a un lado, olvidado, abandonado a la Providencia” (P. de Caussade, “El Abandono en la Divina Providencia”, cap. II).

El mundo de Dios queda así a disposición de todos, porque el lenguaje divino es sumamente cercano, cotidiano. No hace falta recurrir a métodos especiales, ni a charlas de grandes profesores, ni a días de retiro en un monasterio. Basta con vivir bien lo ordinario para incrementar el amor a Dios y las virtudes cristianas.

Lo “extraordinario” puede ayudar, es algo muy bueno. Nadie lo duda. Pero se logra mucho más a través de la escucha continua de Dios en el presente más humilde, más sencillo, más repetitivo.

En esta clave, es posible descubrir la voluntad de Dios en cada momento presente: en el teléfono que suena, en la puerta que chirría, en la tos que nos empieza a inquietar, en la gotera del piso de arriba, en las palabras amables de un amigo, en la mirada inquisitorial del jefe de trabajo. Como también en el presente que gime en el viento, que hace acrobacias en la golondrina, que llora en el familiar enfermo, que me abraza cuando llego a casa, que me despierta desde la visita de un mosquito.

La santidad, entonces, está al alcance de todos: no es una conquista de pocos “iniciados”, no es un sueño remoto alcanzable sólo por algunos “seres superiores”. Para el P. de Caussade, la acción divina llega a todos. Lo que hace falta es abrir bien el alma para dejarse guiar por el Maestro interior a través de las mil peripecias, sencillas y normales, de cada día.

“La acción divina es más extensa y presente que los diversos elementos. Entra en vosotros por todos vuestros sentidos, siempre que usáis de ellos según la voluntad de Dios, pues hay que cerrarlos y resistir a todo lo que le sea contrario. No hay átomo que, al penetraros, no haga penetrar con Él esta acción divina hasta la médula de vuestros huesos. Los humores vitales que llenan vuestras venas corren por el movimiento que Él les imprime. Todas las diferencias de fuerza o debilidad, de euforia vital o de desfallecimiento, la vida y la muerte, no son sino instrumentos divinos que están obrando. Y así, hasta los mismos estados corporales son todos obras de gracia. Todos vuestros sentimientos y pensamientos, vengan de aquí o allá, todo procede de esta mano invisible” (“El Abandono en la Divina Providencia”, cap. IX).

¿Tan sencillo, tan fácil? Parece que preferimos seguir caminos más tortuosos, hacer sacrificios especiales, buscar métodos y lecturas refinadas. Mientras, dejamos de lado un camino ofrecido a todos, porque a todos ama Dios, y a todos invita a escuchar y aceptar Su Voluntad a través del momento presente. Lo “único” que hay que hacer es decirle a Dios, con mucha confianza, “fiat, hágase”.

Sigue el P. de Caussade:

“El momento presente es siempre como un embajador que manifiesta la voluntad de Dios, y el corazón fiel le responde siempre: fiat. Así el alma en todas las alternativas se encuentra en su centro y lugar. Sin detenerse jamás, va viento en popa, y todos los caminos y maneras la impulsan igualmente hacia adelante, hacia lo ancho e infinito: todo es para ella, sin diferencia alguna, medio e instrumento de santidad, en tanto considere siempre que eso que se presenta es lo único necesario [Lc 10,42]” (“El Abandono en la Divina Providencia”, cap. IX).

Por eso el alma deja de lado cualquier preferencia para acoger, simplemente, las indicaciones con las que cada día le habla el Señor.

“No busca ya el alma con preferencia la oración o el silencio, el retiro o la conversación, la lectura o la escritura, ni la reflexión o el cesar de discurrir; no le preocupa el alejamiento o la búsqueda de libros espirituales, o elegir entre abundancia o escasez, enfermedad o salud, vida o muerte. Simplemente, lo que ella busca en todo momento es la voluntad de Dios; lo único que pretende es el despojamiento, el desasimiento, la renuncia a todo lo creado, sea real o solamente afectiva, no ser nunca nada por sí y para sí, ser siempre en la voluntad de Dios, para agradarle en todo, haciendo de la fidelidad al momento presente su única alegría, como si no hubiera otra cosa en el mundo digna de su atención” (“El Abandono en la Divina Providencia”, cap. IX).

Existe, según la atrevida fórmula usada por el P. de Caussade, un “sacramento del momento presente”. Como todo sacramento, su eficacia en cada uno de nosotros depende de la fe con la que lo acojamos, del amor con el que lo vivamos.

Desde ese “sacramento” seguimos en camino, como tantos santos sencillos y grandiosos, que vivieron lo ordinario de modo extraordinario, que supieron descubrir cómo Dios viste a los lirios del campo, da de comer a los pajarillos, y ama intensamente a cada uno de sus hijos..
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Por: P. Fernando Pascual LC

lunes, 12 de diciembre de 2016

La fe es garantía de lo que se espera



Sin la fe no podríamos subsistir, somos lo que creemos, el poder sin límites está en nuestra fe, cuando hay confianza mostramos lo que verdaderamente somos.

Un hombre estaba sentado en el comedor de su casa; a su izquierda había un vaso de agua y a su derecha un plato de comida. Inseguro de si era hambre o sed lo que padecía, dudaba entre tomar la comida o beber el agua. Y al persistir la incertidumbre, murió sin probar alimento ni saciar su sed.

Para la Biblia, la fe es la fuente de toda la vida religiosa. A Dios debe responderle el ser humano con la fe. Siguiendo las huellas de Abrahán, padre de todos los creyentes (Rm 4, 11), personajes ejemplares del Antiguo Testamento vivieron y murieron en la fe (Hb 11), que Jesús lleva a su perfección (Hb 12, 2). Los discípulos de Cristo son los que han creído (Hch 2, 44) en Él.

El que ha creído en la Palabra, introducido en la Iglesia por el bautismo, participa en la enseñanza, en el espíritu, en la liturgia de la Iglesia (Hch 7, 55-60), en una confianza absoluta en Aquel en quien ha creído (2 Tm 1, 12; 4, 17s.) Se llega a la fe por la entrega, por la confianza en Dios, por la aceptación de su Palabra. El corazón tiene razones que la razón no comprende… Es el corazón el que siente a Dios, no la razón. Y eso es precisamente la fe: Dios sensible al corazón, no a la razón (Pascal).

La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven (Hb 11, 1). La fe mueve montañas. Sólo las personas de fe pueden realizar grandes empresas y sacar fuerzas de todas las contrariedades que salen al paso. La fe ayuda, la fe es tabla de salvación. La fe te ayuda mucho. Cuando no hay fe, falta la vida.

Sin la fe no podríamos subsistir. El hombre es lo que cree. Somos lo que creemos que somos. A. Chejov y J. Suart Mill afirman que la persona que tiene fe posee más fuerza que otras noventa y nueve que sólo tengan intereses. Cuando uno cree que algo es verdadero, se pone en un estado como si lo fuese. Fe es cualquier principio, guía, aforismo, convicción o pasión que pueda suministrar sentido y orientación a la vida (A. Robbins).

El poder sin límites está en nuestra fe, pues ya lo expresaba muy bien Virgilio: Pueden porque creen que pueden. Hay que aprovechar cualquier cosa que ofrezca a un ser humano un rayo de fe y de esperanza y lo pueda cambiar. Somos lo que creemos. Nuestro sistema de creencias se basa en nuestras experiencias pasadas, las cuales revivimos constantemente en el presente, temiendo que el futuro vaya a ser igual que el pasado.

Sólo en el ahora podemos rectificar nuestras percepciones erróneas, y eso sólo se puede lograr eliminando de nuestra mente todo lo que creemos que otros nos han hecho y lo que nosotros creemos haberles hecho a otros.

La duda y la indecisión nos llevan a la muerte. No podemos vivir sin fe, sin confianza. Las dudas son nuestros traidores, decía Shakespeare. Y es cierto, porque basta con que penetre una duda en nuestra mente para acabar con toda la confianza y seguridad del mundo. La duda forma parte del sistema de nuestras creencias.
Al dudar de nuestros logros potenciales, proclamamos con certeza lo que es y lo que no es posible. Nadie se puede permitir el lujo de albergar dudas y admitir en su mente frases como: No tengo el talento suficiente, Eso no se puede hacer, sé realista.

Si hay confianza al pedir, también la hay al expresarse en cualquier tipo de conversación. Cuando hay confianza nos movemos a gusto, nos mostramos como somos, abrimos la mente, el corazón y todo el ser.

En 1982, la Corporación Forum, de Boston Massachussets, estudió a 341 vendedores de distintas compañías, en cinco industrias, para determinar a qué se debía la diferencia entre los más altos productores y los productores término medio. De éstos, 173 eran vendedores del más alto nivel, y 168 eran vendedores término medio.

Cuando se terminó el estudio, era claro que la diferencia entre los dos grupos no podía atribuirse a destrezas, conocimientos o habilidad. La Corporación Forum encontró que la diferencia ¡se debía a la honradez! Las personas que alcanzaban el más alto nivel en ventas eran más productivas porque los clientes tenían confianza en ellas. Y como les creían, les compraban a ellas.

En Jeremías (17,5-8) se ponen en claro dos actitudes, la del que confía en el ser humano y la del que pone toda su confianza en el Señor. Por eso dice maldito, es decir, infeliz, a quien pone su propia estabilidad, el fundamento de todo el edificio de su existencia, en sí mismo y en la caducidad humana: maldito el hombre que confía en otra persona (Jr 17,5); y declara bendito, es decir, lleno de vida, al que pone toda su existencia en la fidelidad de la palabra de Dios: bendito el hombre que confía en el Señor (Jr 17,7). Al ser humano se le presentan dos opciones fundamentales en su vida, o poner su confianza en Dios, en la vida, adherirse a él, o vivir alejado de Dios y poner su confianza en los ídolos que llevan a la muerte.

En Lc 6,20-26 se nos ofrece la proclamación fundamental de Jesús condensada en las bienaventuranzas, dirigida a los pobres e infelices, y en los ayes, que tienen como destinatarios a los ricos de este mundo. En los salmos se declara a una persona bienaventurada o feliz porque cumple con la ley del Señor: ¡Dichoso el que teme al Señor y sigue su camino! (Sal 128,1).

Las maldiciones, o ayes, son dirigidos a aquellos que se han apartado de Dios y viven en la muerte. ¡Ay de los que disimulan sus planes para ocultarlos al Señor! (Is 29,15).

Jesús dirige las bienaventuranzas simplemente a los pobres, a los hambrientos, a los que lloran, a los perseguidos, como declaración de felicidad. Los pobres, los perseguidos, los mansos, son felices porque, son ya desde ahora los seguros y privilegiados destinatarios de la misericordia de Dios.
Por: P. Eusebio Gómez Navarro 

domingo, 11 de diciembre de 2016

Dios Padre escogió la obediencia para su Hijo



Jesucristo
Qué misterio y qué lección para este mundo que ha confundido libertad con el libertinaje.

El hombre de hoy está orgulloso de su autonomía. Se siente libre, pero habría que poner en tela de juicio este concepto de libertad. La mayor parte de las veces la libertad humana es tragada por el libertinaje. El hombre moderno dice: “Soy libre para hacer lo que quiero”.

Pero el libertinaje lleva a remolque la verdadera libertad y el hombre termina en la peor esclavitud, la de ser prisionero de si mismo.

También aquí hay que contemplar quién es el que obedece: es el Hijo Amado del Padre, es el Verbo Eterno por quien todo se hizo, es aquel cuyo hablar nos supera, es, como el Padre, el Omnipotente, el Omnisciente, el Eterno, el Santo. Verdaderamente, ¡qué misterio y qué lección para este mundo que ha confundido libertad con el libertinaje, que se agarra a su soberbia como a su principio creador, que ha convertido el egoísmo en inspiración de sus actos, que ha canonizado el orgullo y la autosuficiencia, que sigue apegado al pecado con tal de no someterse a la providencia de Dios!

El hombre debe someterse a la autoridad, no como un esclavo que obedece a su señor porque no hay más remedio, sino como un hijo de Dios que obedece a su Padre. El Catecismo nos recuerda este origen divino de la autoridad en el n.2238:

Los que están sometidos a la autoridad deben mirar a sus superiores como representantes de Dios que los ha instituido ministros de sus dones.

El Catecismo a continuación cita a San Pablo:

Sed sumisos, a causa del Señor, a toda institución humana... Obrad como hombres libres, y no como quienes hacen de la libertad un pretexto de maldad, sino como siervos de Dios. (Rom 13, 1-2)

En la encarnación, Dios Padre escogió los tres “consejos evangélicos”, pobreza, castidad y obediencia, para su Hijo como la mejor manera de redimir a la humanidad. Tal vez corramos el peligro de aplicar estos consejos únicamente a los religiosos, dado que son ellos quienes los profesan oficialmente. Sin embargo, estos consejos evangélicos son para todos los cristianos. Ciertamente cada uno tiene que practicarlos según su estado y condición de vida.
Por: P. Fernando Pascual

sábado, 10 de diciembre de 2016

Jesucristo se formó en María



Nosotros debemos formarnos a semejanza de Jesucristo en María.

Una persona realmente cristiana no puede ni debe vivir más que de la vida de Nuestro Señor Jesucristo.

Esta vida divina debe ser el principio de todos sus pensamientos, de todas sus palabras y de todas sus acciones.

Jesucristo fue concebido en el seno de la augusta María por obra del Espíritu Santo. Jesucristo nació del seno virginal de María. Concebido por obra del Espíritu Santo, nacido de María Virgen.

El bautismo y la fe hacen que empiece en nosotros la vida de Jesucristo. Por eso, somos como concebidos por obra del Espíritu Santo. Pero debemos, como el Salvador, nacer de la Virgen María.

Jesucristo quiso formarse a nuestra semejanza en el seno virginal de María. También nosotros debemos formarnos a semejanza de Jesucristo en el seno de María, conformar nuestra conducta con su conducta, nuestras inclinaciones con sus inclinaciones, nuestra vida con su vida.

Todo lo que María lleva en su seno, o no puede ser más que Jesucristo mismo, o no puede vivir más que de la vida de Jesucristo. María, con un amor inimaginable, nos lleva siempre en sus castas entrañas como hijos pequeños, hasta tanto que, habiendo formado en nosotros los primeros rasgos de su hijo, nos dé a luz como a él.

María nos repite incesantemente estas hermosas palabras de san Pablo: Hijitos míos, por quienes de nuevo sufro dolores de parto hasta que Cristo se forme en vosotros (Gál 4,19). Hijitos míos, que yo quisiera dar a luz cuando Jesucristo se haya formado perfectamente en vosotros.
Por: marianistas.org | Fuente: marianistas.org