"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

lunes, 24 de octubre de 2016

Mirar hacia arriba.



Todo lo que tenemos es prestado, nada nos llevaremos, solo las obras buenas y la alegría de haber vivido llenos de Dios.

Levanta la vista y con la mirada puesta en Dios, haz el bien, que es camino de la felicidad eterna. Iba un pequeño barco pesquero saliendo de la orilla del mar y ¡vaya movimiento que se siente en la pequeña embarcación!, se necesita ser muy del mar para no sentir el mareo y las ganas de bajarse y echar a correr.

La barquilla se movía graciosamente al ritmo de las olas, pero los marineros sufrían las consecuencias de aquel vaivén... uno de ellos recibió órdenes de subir a un mástil, y a medida que subía se sentía peor ... el capitán de aquel barco le gritó: SI NO QUIERES SENTIRTE MAL, MIRA HACIA ARRIBA...
Que bien nos viene esta pequeña anécdota a todos los seres humanos: si no queremos marearnos con las cosas atractivas de éste mundo, debemos mirar hacia arriba, implorar al cielo que nos llene de deseos espirituales, que veamos claro que en la vida no sólo se vive para comprar cosas y satisfacernos en todo, para así estar contentos y felices; que muy por el contrario, las cosas que llenan plenamente la vida no se pueden comprar... porque no tienen precio.

Que bien nos haría en nuestra vida MIRAR HACIA ARRIBA y pedirle a Dios:

 
  • Humildad para aceptar nuestra vida como es y conformarnos con lo que tenemos y con lo que somos, sin desear tener mucho...
     
  • Que nos llene el alma de amor para poder vivir una vida digna, para poder darle momentos bellos a los demás...
     
  • Ayuda para ser mejores, sencillos de corazón y vivir con alegría
     
  • Aprender a dar amor y a darnos a los demás con verdadera entrega y desprendimiento, sin esperar recibir todo de ellos.
     
  • Generosidad para compartir todo lo que El nos ha dado, como nuestros talentos y virtudes.
     
  • Fortaleza para no apegarnos a las cosas materiales... a nada ni a nadie, porque:
Todo lo que tenemos en esta vida es prestado por Dios, porque al final nada nos llevaremos, solo las obras buenas y la alegría de haber vivido una vida llena de Dios. Eso es lo único que podemos llevarnos de este mundo.

Por: www.mensajespanyvida.org | Fuente: www.mensajespanyvida.org

domingo, 23 de octubre de 2016

Dejarme encontrar por Cristo



Necesito perimir que entre en mi vida, dejarle las puertas abiertas para que pueda decirme lo mucho que me ama.

Cristo recorre los caminos del mundo. Busca hoy, como lo hizo hace 2000 años, corazones heridos, corazones hambrientos, corazones necesitados, corazones vacíos.

Ofrece amor, regala paz, resucita entregas, provoca santidades. Limpia, sana, dignifica a hombres y mujeres zarandeados por la vida, hundidos en el pecado, abatidos por la tristeza, marginados o rechazados por sociedades llenas de egoísmo y vacías de esperanza.

También a mí me tiende una mano, me persigue con “lazos de amor” (Os 11,4), me libra del poder del maligno, me viste con una túnica blanca, me invita al banquete del Reino.

Necesito dejarme encontrar por Cristo, permitirle entrar en mi vida, dejarle las puertas abiertas para que pueda decirme lo mucho que me ama.

Lo necesito de veras, desde lo más profundo de mi alma. Porque “lo que el mundo necesita es el amor de Dios, encontrar a Cristo y creer en Él” (Benedicto XVI, “Sacramentum caritatis” n. 84). Porque Cristo “no sólo es un ser humano fascinante... es mucho más: Dios se hizo hombre en Él y, por tanto, es el único Salvador” (Benedicto XVI, discurso a los jóvenes en Asís, 17 de junio de 2007).

Cristo recorre los caminos del mundo. Hoy puedo abrir los ojos para descubrirle, para sentir su mirada de Amigo bueno. Hoy puedo escuchar su voz serena, profunda, divina, que me repite: “No te condeno... porque he venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido...” (cf. Jn 8,11; Lc 19,10).

Hoy me susurra con cariño eterno: “Sí, vengo pronto”. Desde lo más profundo de mi alma le respondo, con la fuerza de los santos de la Iglesia santa: “¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22,20).
Por: P. Fernando Pascual LC

sábado, 22 de octubre de 2016

Amen a sus enemigos... ¡Qué difícil Señor!



Hoy a tus pies traigo un corazón que se resiste a perdonar. El dolor que le causaron fue tan fuerte, que alcanzó gravedad de tragedia para mi corazón y para mi vida...

Hoy ante ti, Jesús Sacramentado, recordamos tus palabras: "Ama a tus enemigos.." Un mandamiento nuevo, era algo que rebasaba toda doctrina, toda ley. Era algo que estremecía las entrañas y el corazón, era algo que sobrepasaba todo sentimiento humano para llegar a tocar lo que naturalmente no correspondía a nuestro sentir, a nuestro apasionado corazón y razón cuando alguien o algo nos daña...

Jesús, nos pedías algo que tu sabías qué difícil y "cuesta arriba" es para nuestro corazón otorgar el perdón, pero...sabías que tus palabras iban a tener ejemplo y respuesta a esta petición cuando en la cruz dirías: - ¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!... y por eso tus palabras: - Han oído ustedes que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los persiguen y calumnian, para que sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol sobre los buenos y los malos, y manda su lluvia sobre los justos y los injustos. Porque si ustedes aman a los que los aman, ¿qué recompensa merecen ¿no hacen lo mismo que los publicanos?. Y si saludan tan solo a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario, ¿no hacen eso mismo los paganos?. Ustedes, pues, sean perfectos, como su Padre celestial, es perfecto. (Mateo 5,43-48)

Jesús, hoy a tus pies traigo un corazón que se resiste a perdonar. El dolor que le causaron fue tan fuerte, que alcanzó gravedad de tragedia para los sentimientos y para mi vida... ¡ten compasión de mí! ¡Ayúdame para que poco a poco la paz vaya entrando en mi corazón y pueda, con tu apoyo, otorgar ese perdón que tu pides.

Pero tal vez mi corazón no tenga heridas tan profundas sino que esté lleno de rencillas, de palabras mal interpretadas, de antipatías gratuitas, de que no se por qué.... "pero no me cae bien", no soporto a "esa" persona, guardo pequeños rencores sin una causa real...de una palabra, de una mirada, de algo que no me gustó y me cayó mal... de una rivalidad... de una envidia... ya no nos hablamos... que ella o él de "su brazo a torcer" ¡yo no!.

Jesús, manso y humilde de corazón, dime ¿qué dices de este corazón que aún no ha aprendido a perdonar y no solo eso sino que no sabe orar y rogar para que, olvidando tanta pequeñez y tontería, sea generoso y pida por ella o por él?

Quiero paz, Señor, esa paz tan hermosa que tu sabes dar al corazón, al alma que se libera de la esclavitud de todos esos mezquinos sentimientos, porque ya empezó a amar como tu nos amas olvidando y perdonando todas nuestras faltas.

Quiero ser grande, volar muy alto, que por amor a ti no me importen tanto las cosas pequeñas de este mundo... parecerme a ti que sabes amar dando todo por nada, ayúdame, Señor. Amén.
Por: Ma Esther De Ariño

viernes, 21 de octubre de 2016

¿Se puede "superar" el pasado?



Con pena veo en mi pasado una nube inmensa de pecados y de faltas, de egoísmos y de miserias, de cobardías y de perezas.

Cada decisión, cada acto, queda escrito de modo indeleble en el camino de la propia vida y de la vida de quienes están cerca o lejos, en la marcha imparable de la historia humana.

A veces quisiéramos cancelar hechos o palabras pronunciadas en el pasado. Pero lo hecho, hecho está. Queda fijo, inmutable. Pesa sobre el presente y sobre el futuro de modos más o menos intensos, incluso dramáticos.

Frente al pasado, frente a los errores cometidos, ¿existe alguna terapia? ¿Es posible superar esos hechos terribles, esos pecados, que hieren el Corazón de Dios, que dañan a los hermanos, que nos carcomen internamente?

En un escrito autógrafo, titulado “Meditación ante la muerte”, el Papa Pablo VI miraba hacia el pasado con pesar, al ver aquellas acciones “defectuosas, imperfectas, equivocadas, tontas, ridículas” que constituían parte de su existencia.

Si eso escribe un Papa, ¿qué podré decir yo? Con pena veo en mi pasado una nube inmensa de pecados y de faltas, de egoísmos y de miserias, de cobardías y de perezas.

Pero sabemos que el pasado, aunque insuprimible, puede ser “superado” desde la potente misericordia de un Dios que busca salvar a cada uno de sus hijos. Para ello, sólo necesito abrirme a la gracia, acudir al Médico para suplicar la salvación.

La experiencia del perdón, el don de la misericordia en el sacramento de la confesión, se convierte en motivo para renovar la esperanza, para levantarme del polvo, para ponerme bajo una mirada que no condena, sino que rescata.

“Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más” (Jn 8,11). Las palabras de Cristo a la mujer sorprendida en adultero también valen para mi vida.

Es entonces cuando puedo repetir aquellas otras palabras de Pablo VI en el texto antes citado: “Y luego, finalmente, un acto de buena voluntad: no mirar más hacia atrás, sino cumplir con gusto, sencillamente, humildemente, con fortaleza, como voluntad tuya, el deber que deriva de las circunstancias en que me encuentro. Hacer pronto. Hacer todo. Hacer bien. Hacer gozosamente: lo que ahora Tú quieres de mí, aun cuando supere inmensamente mis fuerzas y me exija la vida. Finalmente, en esta última hora.”
Por: P. Fernando Pascual LC

jueves, 20 de octubre de 2016

La Eucaristía, signo de unidad de la Iglesia



El pan que partimos, ¿no es acaso comunión con el Cuerpo de Cristo?

La Eucaristía es signo de la unidad de la Iglesia. Es signo por varias cosas:

* Participamos de una mesa. Si participamos, si comemos de una mesa se da por razón de la mesa, una unidad simbólica entre todos los comensales.

* Además, la comida es el pan formado por muchos granos y sin embargo es uno, simboliza la unidad de la Iglesia; muchos miembros, pero una sola Iglesia. El vino formado por muchos racimos, sin embargo, es un solo vino; simboliza la unidad de la Iglesia formada por muchos y sin embargo, es una sola.

* Y aún la misma asamblea -sobre todo cuando esa asamblea toma el signo en plenitud, que es cuando está presidida por el Obispo-, esa asamblea es signo de la unidad de la Iglesia porque está el Obispo, están los sacerdotes, están los diáconos, están los distintos ministros, cada uno desempeñando distintas funciones, con distintos poderes y sin embargo no son distintas cosas, sino son "una sola cosa" en el Señor. Entonces la Eucaristía es signo de la Unidad de la Iglesia.

A lo que quiero referirme brevemente ahora, es a la Eucaristía no solamente como signo, sino a la Eucaristía como "causa" de la unidad de la Iglesia, es decir, que es la Eucaristía la que crea la unidad, la produce, la realiza.

¿Por qué "causa"? Porque si el sacramento de la Eucaristía, como hemos visto, significa la unidad, siendo sacramento, que es signo eficaz, produce lo que significa.

No hay ninguna duda de que la Eucaristía significa la unidad. ¿Es sacramento? Entonces produce la unidad, porque el sacramento es signo sensible y eficaz de la gracia invisible. Significa unidad, causa unidad.

Por eso el texto de San Pablo en la Primera a los Corintios: "un cuerpo somos los que somos muchos, puesto que de un pan participamos".

¿En qué radica la eficacia unitiva del Pan Eucarístico? Lo expresa el Apóstol versículos antes: "el pan que partimos, ¿no es acaso comunión con el Cuerpo de Cristo?".

La Comunión con Cristo crea la comunión de todos entre sí. Pongamos como ejemplo alguna breve aplicación: en estos momentos Juan Esteban mientras realiza su tratamiento en Mendoza está más unido a nosotros y nosotros a Juan Esteban por unirnos más a Cristo, la Cabeza. Nosotros al recibir a Jesús, la Cabeza, al unirnos más con la cabeza, nos unimos más con los miembros del cuerpo. Y lo mismo podemos decir de los Padres que están en China, que están en Rusia, o que están en Egipto o en donde sea. No solamente los padres que nosotros conocemos, sino otros misioneros, otros sacerdotes, que están pasando por momentos de dificultad, algunos a lo mejor al punto de tener que sufrir el martirio
Por: P. Carlos M. Buela