"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

viernes, 9 de septiembre de 2016

En medio de la enfermedad



He pasado una semana enfermo, débil, sin ánimo para hacer cosas. Curiosamente, no he dejado de sentir la presencia amorosa de Dios.

He pasado una semana enfermo, débil, sin ánimo para hacer cosas. Curiosamente, no he dejado de sentir la presencia amorosa de Dios.

Tus fuerzas te abandonan y tú te abandonas ante su presencia soberana. Entonces surge Dios y dice: “No temas, Yo estoy contigo”. Y todo cambia. Comprendes que hay un sentido para todo, incluso tu enfermedad.

Por momentos, acostado, me trasladaba con mi mente a una capilla donde esta expuesto Jesús Sacramentado. Me detengo frente a Jesús y lo miro. Y le digo que lo quiero. “Eres mi mejor amigo, Señor”. No hacemos más que eso. Pero me siento tan feliz de poder entregarle estos pequeños gestos de amor.

Comprendo lo frágiles que somos los humanos y la grandeza de nuestro espíritu.

Anoche, ocurrió algo significativo. Me dormí profundamente y dormido, en sueños, me puse a rezar. Entonces escuché la voz paternal de Dios que se preguntaba:
“¿Qué haré contigo?”
Yo, intuitivamente respondí:
“Devolverme la salud”.
De pronto surgió una pregunta que me estremeció:
“¿Y qué hiciste con la salud que te di?”

Me vi entonces en un tranque vehicular gritándole al conductor de al lado… luego, molesto con una cajera que no me atendió a tiempo. Surgieron así, en cuestión de segundos, cientos de situaciones similares de las que me avergoncé.

Sin dejar de amarme, Dios preguntó:
“¿Amaste?”
“Muy poco Señor”, reconocí, “creo que fui egoísta con el tiempo que me diste”.
“Está bien reconocerlo”, dijo con ternura… “Tendrás otra oportunidad. Ama y haz todo el bien que puedas”.

Entonces desperté.

Algo pasó en ese sueño, que me llenó de esperanza.

La gripe está cediendo y pronto volveré a salir. Pero esta vez seré diferente. Trataré de ver al prójimo como a mi hermano, y estaré más cerca de Dios: amando, ayudando al que pueda.
Por: Caludio de Castro

jueves, 8 de septiembre de 2016

Abrazando la cruz...para ti mujer



En cualquier parte del mundo existe el dolor... y a ti, te ha alcanzado su dardo.

Me han dicho que sufres, y que sufres mucho. Que sabías que había dolor en el mundo pero nunca pensaste en que a ti te alcanzaría... ¡Y en qué forma!

Quisiera llegar a tu corazón, mujer que sufres.

En cualquier parte del mundo existe el dolor, y a ti, seas del lugar que seas, te ha alcanzado su dardo. No se quién eres...tal vez la luna ha besado ya tus cabellos dejando en ellos sus rayos de plata y tus ojos tienen la profundidad de la experiencia de una larga vida compuesta de muchas realidades y ya muy pocos sueños...
Tu corazón sufre lo que jamás imaginaste, la amargura sin igual que te ha proporcionado ese hijo o hija en el que pusiste todas tu esperanzas, al que meciste en tus brazos, el que apretaste contra tu corazón para que nadie lo hiriese ¡por el que tanto te sacrificaste! y ahora... tu sola mujer, puedes conocer toda la magnitud de tu dolor.

También puede ser que seas joven, muy joven. Aún esperas, mejor dicho, esperabas mucho de la vida... aún resuenan en tus oídos las notas de aquella marcha nupcial en la mañana radiante en que unías tu vida a la de aquel hombre, que ahora ya, ¡no tienes a tu lado!... o tal vez, y permíteme que te diga que así es más profunda tu tragedia, lo tengas junto a ti y sin embargo la inmensidad de un abismo os separa... tal vez teniéndolo a tu lado te sientes infinitamente sola.

No lo se, quizá tengas el gran dolor de una madre que ve la cuna vacía... Oh, mujer, yo no lo se pero tu si sabes cual es tu historia y por qué te duele tanto el corazón, por qué hay veces que te pesa tanto la vida...

Yo no me atrevo a entrar en tu alma pero me acerco a ti con respeto y cariño. Quisiera llevar hasta ti, no el remedio a tus penas, pero si un poco de serenidad y paz, aún a pesar de tu dolor. Quiero pedirte que seas valiente y que no pierdas tu fe. Si te acercas a un Cristo clavado en una Cruz se abrirán tus ojos, pues no hay dolor como su dolor y que como bien dicen los teólogos de la Verdad: era suficiente solo una gota de sangre, la más ligera humillación, un solo deseo que hubiera brotado de su corazón, para la redención completa de la Humanidad y sin embargo...¡contémplalo! está en la Cruz para que sepas que su corazón te comprende, que pasó por todos tus dolores y más y ese Cristo es tu Dios que muere en un Cruz para que cuando sufras lo tengas muy presente.

Míralo bien. Dile que le das tu corazón herido para que de tus espinas florezcan rosas fragantes que deseas poner en sus llagados pies ¡clavados en la Cruz para esperarte! Se valiente.

Quisiera que grabaras en tu memoria pero sobre todo en tu corazón estas palabras hermosas y llenas de gran sabiduría: "No es el sufrir sino la manera de sufrir, lo que dignifica". Es preciso tratar bien a las espinas ¡más sufre el que las pisa que el que las besa!. Pasa por la vida heroicamente y poniendo tu alma adolorida en el Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, hallarás el consuelo que jamás imaginaste.

Quiero que seas valiente y que sonrías...Se que eso cuesta mucho pero aún voy a atreverme a pedirte más: que si hay alguien o algo que tienes que perdonar, que perdones. Perdona a quién robó tu calma, tu felicidad, a quién no tuvo reparo en destrozar tu vida, tus sueños, a quién te hundió en la soledad y el abandono. A quién te hizo mucho daño...¡perdónalo!.

Arranca de tu corazón hasta la más leve sombra de rencor y verás cuánta más luz hay en tu vida. Verás que así te sientes más buena y mucho más valiente para caminar con tu cruz. No lleves tu pesada cruz arrastras, abrázala contra tu corazón, esa cruz pesa mucho ya lo se, pero abrazada a ella ya es diferente y serás la mujer fuerte de la que nos habla el Evangelio, una mujer nueva y total.

¡Que el Señor nos de fuerza a todos, cuando el dolor nos alcanza, para abrazar nuestra cruz!
Por: Ma Esther De Ariño


miércoles, 7 de septiembre de 2016

Una oración por mis hermanos



Hoy no rezo por mí, sino por quienes Te piden ayuda, y también por quienes han olvidado o nunca han sabido descubrirte.

Una esposa y madre reza por el regreso de su marido. A su lado, dos niños pequeños juntan las manos y musitan una plegaria. Esperan el milagro, el cambio de un corazón que un día dejó a los suyos. Déjame unirme a ellos, compartir sus penas y pedirte lo que Te suplican con su amor sincero.

Unos padres rezan por el hijo que vive esclavizado por la droga. Lo educaron en tu ley, le enseñaron la importancia de la vida de gracia. Le llevaron a la iglesia, a la catequesis. Pero un día el hijo, libre y engañado, emprendió el mal camino. Permite que mi oración esté junto a la suya, que llore y suplique por la conversión de una vida joven y necesitada de mil perdones.

Unos hijos piden, en la misa, para que sus padres dejen de pelear en casa, para que vivan unidos en un amor sincero, para que sean de verdad fieles a cuanto prometieron en el día de su boda. Déjame, Señor, compartir esa oración, hacerla mía, para ayudar a muchos esposos a vivir en Tu Amor eterno.

Pero también hay tantos corazones que no rezan, que no esperan, que viven sin mirar al cielo, sin suplicar una ayuda divina. Unos, porque ya no tienen esperanza. Otros, porque hace tiempo que Te dejaron lejos. Otros, porque piensan que todo se alcanza con dinero, con técnica, con medicinas, con libros, con amigos, con medios humanos, a veces eficaces, pero casi siempre provisionales y frágiles.

Son corazones que necesitan, más que nadie, una oración. Permíteme, Señor, pedirte por lo que no piden, sentir que Tú anhelas que Te amen, que Te invoquen, que confíen, que se abran al amor infinito que encontramos en Cristo, tu Hijo.

En este día, en estos momentos, toma esta sencilla oración que te ofrezco por mis hermanos. Sé que yo también necesito ayuda, paciencia, fuerza, esperanza. Sé también que me la estás dando, porque eres bueno, porque eres Padre, porque no puedes dejar abandonados a tus hijos más enfermos. Pero hoy no rezo por mí, sino por quienes Te piden ayuda, y también por quienes han olvidado o nunca han sabido descubrirte como Omnipotente, como Misericordia, como Amor, como Infinito; por quienes no saben que Tú eres el único, el definitivo, el verdadero Salvador.

Esta es mi oración sencilla, desde lo más profundo de mi alma. Acógela, Señor, junto a los ruegos de María, Madre tuya y Madre mía. Y concédeme que eso que Te pido se realice, según Tu Voluntad, y para el bien de todos mis hermanos sufrientes, abatidos, cansados en los mil caminos de nuestro peregrinar terreno.
Por: P. Fernando Pascual LC

martes, 6 de septiembre de 2016

La vida de fe, una gran aventura



La vida cristiana es una vida apasionante, de retos imposibles que sólo son posibles de lograr con la ayuda de un Dios todopoderoso

Llámame y te responderé; te mostraré cosas grandes y secretas que tú no conoces.
Jeremías 33:3
Es del dominio público que hay que tener un propósito en la vida, una causa, un proyecto, una pasión, un rumbo específico, a fin de vivir una vida plena, no inútil y sin sentido. De modo que algunos se dedican al arte, otros a la política, otros a deportes extremos, otros a la acción social, otros a la ecología, otros a escribir libros, otros a la familia, etcétera.
Pero hay una clase de personas que han decidido encontrar el propósito divino para su vida, más allá del propósito humano, terrenal. La Biblia, desde su primer libro (el Génesis) está lleno de historias y ejemplos de gente que estuvo en contacto con Dios, bajo diferentes empresas o circunstancias, quienes tuvieron vidas apasionantes, con un propósito eterno cuyo legado persiste hasta nuestros días. El cristianismo es la continuación y culminación de todo ello.
Si bien, en el Antiguo Testamento, todavía Cristo no estaba presente, el plan de Dios ya estaba trazado desde el principio, y fue anunciado a la humanidad a través de los profetas (mayores y menores) de las Escrituras. El Espíritu Santo ya coexistía con el Padre y con el Hijo en las regiones celestes, como una Trinidad.

Adán, Noé, Moisés, Abraham, Josué, David, Salomón, Daniel, Ruth, Isaías, Jeremías, Ezequiel, Juan el Bautista, Pedro, Pablo, Juan, María y José, María Magdalena, etcétera, son personajes cuyas historias nos impactan cuando leemos la Biblia. En general, la gente que no conoce las Escrituras ni la vida cristiana, piensa que es un libro simplemente histórico, referencial, genealógico y doctrinal. La Biblia es todo eso y más, pero mucho más allá de todo eso la Biblia es la fuente principal de revelación de Dios al hombre, junto con el Espíritu Santo que nos enseña todas las cosas.
La vida cristiana es una vida apasionante, de retos imposibles que sólo son posibles de lograr con la ayuda de un Dios todopoderoso, cuyo amor es inconmensurable, quien entregó lo que más amaba: a su Hijo unigénito, para darnos redención. La vida cristiana para muchos puede parecer absurda, o pueden tener una idea de que la santidad es algo aburrido, una pérdida de tiempo o algo fanático, irracional y fantasioso.
Pero la vida de santidad es una vida llena de exigencias y retos cada día, en donde negarnos a nosotros mismos, a los deseos de la carne y la renuncia al pecado son la meta y la prioridad, a fin de poder permanecer en comunión con el Creador, y con Jesús, nuestro Maestro y Salvador, quien nos dijo que permaneciéramos junto a Él pues lejos de Él nada podemos hacer. La vida cristiana tiene como propósito el amor, la expansión del evangelio, el establecimiento de la paz, la restauración de vidas perdidas, la sanidad de los enfermos, la reconstrucción de familias, la salvación de las almas, la justicia divina en la tierra, la vida de plenitud. No sé si pueda existir algo más importante que eso.
Puede parecer una utopía bajo la opinión y la visión social. Pero es una realidad tan clara para quienes la vivimos, que sólo puede explicarse como una vida sobrenatural, de total dependencia en Dios. La humildad, la renuncia a los placeres del mundo, el sacrificio y el servicio a los demás son el propósito medular de los creyentes verdaderos, aquellos que lo han dejado todo para tomar la cruz y seguir a Cristo.
Hay gozo, pasión, plenitud, milagros, pero también hay dolor, sacrificio, persecución en la vida cristiana. Sin embargo, ésta es una vida llena de sentido porque nos transforma de manera individual, primeramente. Y luego nos lleva al servicio a los demás, a dar nuestra vida no sólo por una meta personal y egoísta, sino por una causa comunitaria, compasiva, constructiva, donde el amor es el motor y el amor es algo que provoca milagros inimaginables.
Una vez escuché a alguien decir que aún en el supuesto de que el cristianismo fuera un “cuento”, como muchos creen, no se imaginaba poder tener una vida mejor o más plena que seguir a Jesucristo. Yo apenas comenzaba a andar en este camino. Treinta y tres años después puedo decir que tenía toda la razón: la vida cristiana es una vida que vale la pena vivir, y no puede haber otra más intensa, llena de sentido y fruto que ésta.
Por: Maleni Grider | Fuente: ACC – Agencia de Contenido Católico

lunes, 5 de septiembre de 2016

¿Sin alternativas? No, con fe La Fe



Desde la fe, es posible seguir en camino, porque sabemos que más allá de los problemas existe un Dios providente y bueno.

Hay momentos en que no sabemos por dónde ir. Los problemas avanzan y crecen con el pasar del tiempo. La mente analiza posibles soluciones y en cada una de ella encuentra dificultades más o menos serias.

Surge entonces en el alma un extraño deseo de rendirse. Sin alternativas viables, la parálisis está a la vuelta de la esquina.

Desde la fe, sin embargo, es posible seguir en camino. Porque sabemos que más allá de los problemas existe un Dios providente y bueno. Porque la gracia puede iluminar hasta los corazones más oscurecidos. Porque el amor rompe las barreras levantadas por el odio.

La fe verdadera lleva a mirar más arriba y más lejos. Con Dios siempre hay alternativas. Basta con descubrirlas desde la oración, con la fuerza que ofrece el saber que Dios camina con su Pueblo, que ama a cada uno de sus hijos, que está vivo y ha vencido al mundo, que lo tocamos y lo vemos en el misterio de la Eucaristía.

El mundo adquiere un tono distinto cuando lo miramos todo desde la fe. No hay problemas sin solución, no hay caídas sin medicina, no hay pecados a los que no pueda llegar la misericordia.

Cada existencia humana, vivida con la fe de la Iglesia, que es la fe que nos llega del mismo Jesucristo, adquiere una luminosidad y unas energías insospechadas.

Hoy es un día lleno de esperanza. Los miedos quedan vencidos. Brilla, en lo más íntimo del alma, la certeza que nace de la fe. Llega el momento de poner manos a la obra. El "resto" (es decir, todo) queda puesto en las manos de un Dios que nos ama personalmente y al que llamamos, simplemente, Padre nuestro
.

Por: P. Fernando Pascual LC