"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

sábado, 30 de julio de 2016

Dios y los males de cada día



Sentimos en lo más íntimo del alma que un Dios bueno y omnipotente podría evitar crímenes, detener guerras, curar enfermedades...

Dios es bueno y es omnipotente. Así lo enseñaron algunos filósofos. Así lo creemos los católicos. A veces, sin embargo, surgen nubes en el horizonte. Incluso un pensador lanzó, hace ya muchos siglos, sus dudas: ¿cómo puede ser Dios bueno y omnipotente si en el mundo encontramos tantos males?

Si hubiera una respuesta fácil, las dudas desaparecerían. Pero el mal sigue allí, ante nosotros, y la pregunta siembra inquietudes e incluso protestas en no pocos corazones.

Sentimos en lo más íntimo del alma que un Dios bueno y omnipotente podría evitar crímenes, detener guerras, curar enfermedades, aliviar hambres endémicas, conducir los corazones hacia la paz, la concordia, el gozo, la justicia.

Luego, vemos, tocamos o recibimos noticias de cientos de males. Un nuevo conflicto armado. Unas inundaciones que provocan miles de víctimas. Un terremoto que destruye una ciudad. Un conflicto entre esposos que ha destrozado sus vidas y las de sus hijos.

Dios, ¿dónde está? Es la pregunta que lanza el afligido de todos los tiempos, que suplica y pide ayuda mientras espera una respuesta: “Yahveh, escucha mi oración, llegue hasta ti mi grito; no ocultes lejos de mí tu rostro el día de mi angustia; tiende hacia mí tu oído, ¡el día en que te invoco, presto, respóndeme!” (Sal 102,2-3).

La respuesta del Dios bueno, aunque no siempre llegamos a reconocerla, ya fue formulada y está presente en el mundo y la historia. La Encarnación del Hijo, su pasar haciendo el bien, sus milagros y sus enseñanzas, encendieron un fuego en la tierra. El Reino de Dios, desde entonces, ya está presente (cf. Mt 12,28).

Cuando las fuerzas del mal llevaron a Cristo a la muerte en el Calvario, la victoria del bien se hizo visible en el gran día de la Pascua: la tumba no pudo contener a Cristo, porque el Amor es omnipotente.

Esa es la gran respuesta de Dios ante los males de cada día. Desde la fe, que es luz para guiar nuestros pasos (cf. la encíclica “Lumen fidei”), el creyente sabe que Dios está vivo, que acompaña a quienes sufren, que perdona los pecados, y que abre horizontes de esperanza y paz para los corazones.
Por: P. Fernando Pascual LC

viernes, 29 de julio de 2016

El consejo de Cristo a Marta



Cristo le enseña a construir el presente mirando a la eternidad, pues así aprenderá el verdadero valor de las cosas.

¿Cuál es el sentido de la vida humana?

Es ésta una pregunta que todos nos hacemos cuando vemos que no podemos lograr todo lo que queremos, cuando vemos que muere una persona en el inicio mismo de su vida, cuando contemplamos el sufrimiento de tantos seres humanos por culpa del egoísmo de los hombres, cuando vemos la desesperación de tantas personas ante el sufrimiento propio o de un ser querido. Y la realidad es que no podemos aceptar que todo se reduzca a nacer, vivir si es que se puede llamar vivir a muchas vidas, para terminar en la nada. El ser humano debe tener un fin más allá de las cosas que hace o que ve.

Marta representa para nosotros una forma de vivir. Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. Impresiona el cariño de Jesús por aquella mujer que se desvivía por atenderle y procurarle bienestar. El hecho de repetir dos veces su nombre es señal de cariño, de ternura y de reconocimiento a su labor. Pero Jesús quiere prevenirla contra un gran escollo de la vida: el vivir sin más, el irse tragando los días sin ver en el horizonte, el hacer muchas cosas, pero no preocuparse de lo más importante.

Marta es el símbolo de una humanidad que ha dado prioridad al hacer o al tener sobre el ser, a la eficacia sobre lo importante, a la inmanencia sobre la trascendencia. Marta somos cada uno de nosotros cuando en el día al día decimos: "no tengo tiempo para rezar, no tengo tiempo para formarme, no tengo tiempo para pensar, no tengo tiempo para Dios". Basta asomarse a la calle y a las casas para ver cuánto se hace, cómo se corre, cómo se vive. Pareciera que estamos construyendo la ciudad terrena o que hubiera que terminar cada día algo que mañana hay que volver a empezar.

El consejo de Cristo a Marta, santa después al fin y al cabo, está lleno de afecto, de afecto del bueno. La invita a tomarse la vida de otra forma, a respirar, a vivir serenamente, a preocuparse más de las cosas del espíritu. Ahí va a encontrar la paz y la tranquilidad. Le enseña a construir el presente mirando a la eternidad, pues así aprenderá el verdadero valor de las cosas.

Sin duda, Marta aprendió aquella lección y, sin dejar de ser la mujer activa y dinámica que era, en adelante su corazón se aficionó más a lo verdaderamente importante. Marta, por medio de Cristo, había comprendido que la vida tiene un sentido, que el fin del hombre está por encima de las cosas cotidianas.
Por: P. Juan J. Ferrán, L.C.

jueves, 28 de julio de 2016

Hoy es jueves, Señor, y yo te doy mi dolor



No soy yo el que voy a Ti. Tú eres el que viene a mi. Te acercas a mí porque sabes de mi sufrimiento, de mi dolor.

Llegué ayer del Hospital a mi casa. Hoy es jueves Señor, y voy a estrenar mi silla de ruedas. Voy a ocupar un lugar del cual ya no me moveré.

Hoy es jueves y muchas personas al comenzar el día se habrán levantado de su cama, habrán puesto los pies en el suelo y comenzado a hacer una y mil actividades distintas...seguro que no se han detenido a gustar de ese milagro: ¡poder caminar!. A mí me han tenido que traer a esta Capilla para contarte mis "cosas".

Hoy es jueves Señor, y recuerdo que también era jueves el día en que por primera vez fui a tu encuentro en mi Primera Comunión, después.... ¡cuánto brinco, cuántos juegos, cuántas carreras, cuántos bailes...!. Y años después, la "palomilla" escogió un día jueves para ir por primera vez un rato a la "disco" de moda...

Hoy es jueves también pero estoy atado a mi silla de ruedas. Voy a estar en ella para siempre. Y hoy, mientras te miro me he puesto a pensar en Ti, Señor, y he sentido que como aquel día de mi Primera Comunión, no soy yo el que voy a Ti. Tú eres el que viene a mi. Te acercas a mí porque sabes de mi sufrimiento, de mi dolor. Y yo te voy a hacer una pregunta, no ¿por qué, por qué a mi?. Eso solo lo sabes Tu. Te voy a preguntar, ¿para qué, para qué me tienes prisionero sin que mis pies vuelvan a pisar el campo, las playas... a correr, a caminar?. Y al hacerte esa pregunta queda inherente a ella mi entrega, mi aceptación, porque en mi se está haciendo Tu voluntad. Y sigue la pregunta, ¿para qué este cambio radical en mi vida?.

Tu Jesús, me lo vas a decir. Soy todo oídos, mi alma está alerta, mi corazón preparado. Tu me vas a decir qué quieres de mí en esta nueva forma de vida.

Dicen que hay pocos misioneros, que allá en las tierras donde están hace mucho calor, que se enferman, que sufren... que hasta los matan. Yo puedo ser misionero como lo fue la Santa de Lisieux, la pequeña Teresita sin salir del Convento, porque puedo ofrecer mi inmovilidad por el sufrimiento de unos pies hinchados, cansados de caminar por brechas y caminos lodosos para llevar la Palabra del Señor al corazón de los hombres y mujeres que no lo conocen.

Señor, tu estás junto a mí y ya me estás hablando... porque antes nunca pensé en estas cosas. Mi vida era alocada, vacía estéril... Ahora soy tierra fértil para la semilla de Tu palabra. La llama del dolor quemó en mi corazón toda la mala hierba y ahora lo siento acrisolado y limpio. Soy hombre nuevo.

Hoy es jueves, Señor, y voy a tender las alas de mi espíritu para adorarte aquí, para acompañarte en todos los Sagrarios del mundo, para hacerte compañía en Tu soledad, en Tu eterna espera, en Tu absoluta entrega. También te veo en la Cruz, inmóvil, clavado, así... como estoy yo. Y sin embargo tus manos y tus pies clavados nos vinieron a dar la libertad sobre la esclavitud del pecado. Nos dieron el triunfo sobre la muerte y nos hicieron hombres y mujeres nuevos.

Háblame, Señor, dime que quieres de mi... Hoy es jueves, Señor, y yo te doy mi dolor y Tu a cambio dame conformidad para mi nueva vida y déjame Tu Paz como el mejor de los regalos.


Por: Ma Esther De Ariño

miércoles, 27 de julio de 2016

¿De qué agradezco a Dios?



Intentemos agradecer a Dios no sólo las cosas que nos suceden en la superficie de nuestra existencia.

El Santo Padre comenta en su catequesis el inicio de la carta a los Efesios (Ef 1,3-14). San Pablo inicia su escrito con una oración de bendición a Dios, para agradecerle sus beneficios.

¿Te has planteado los motivos que tú tienes para agradecer a Dios?

Seguramente sí y tienes muchos: tu familia, la salud, la realización exitosa de algún proyecto, el haber encontrado el amor de tu vida, algún golpe de suerte que hayas tenido últimamente, etc.

Esos son motivos, efectivamente, para dar gracias a Dios, pero el Santo Padre nos invita a no detenernos ahí, girar la tuerca un poco más e ir a un nivel más profundo, a agradecerle cosas que están a la base de nuestra existencia. ¿Qué le agradece San Pablo a Dios?
 
  • Por habernos amado incluso antes de que existiéramos
  • Por habernos participado su vida divina
  • Por habernos destinado a ser felices eternamente con él en el cielo
  • Por haber entregado su vida por nosotros en la cruz
  • Por habernos enviado el Espíritu Santo


    Ciertamente parecen cosas abstractas. Nos parece más concreto agradecerle a Dios el que nos haya ido bien en un examen o que nos hayan aumentado el sueldo, por ejemplo. Sí, eso también conviene hacerlo, pero intentemos agradecer a Dios no sólo las cosas que nos suceden en la superficie de nuestra existencia, sino también aquellos regalos que Él nos ha hecho y que los encontramos en el núcleo mismo de nuestro ser.


    Por: P. Armengol | Fuente: www.la-oracion.com



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