"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

martes, 21 de junio de 2016

Buscar a Jesús con confianza


Desde la humildad podemos suplicar insistentemente a Jesús. ¿Qué necesidad tenemos y queremos pedir a Jesús?

La oración es mirar a Jesús con la confianza de un niño; caer a sus pies con la confianza de un enfermo y suplicarle con insistencia con la confianza de un pobre. Él está cerca de ti, viene como Padre, médico y rey de tu corazón, no temas, acércate y tu alma gozará de su presencia y de su amor. Es la fe la que te dará alas para llegar hasta Él.

Llega uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verle, cae a sus pies, y le suplica con insistencia diciendo: «Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva». Y se fue con él. Le seguía un gran gentío que le oprimía. (...) Mientras estaba hablando llegan de la casa del jefe de la sinagoga unos diciendo: «Tu hija ha muerto; ¿a qué molestar ya al Maestro?» Jesús que oyó lo que habían dicho, dice al jefe de la sinagoga: «No temas; solamente ten fe». Y no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a la casa del jefe de la sinagoga y observa el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos. Entra y les dice: «¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida». Y se burlaban de él. Pero él después de echar fuera a todos, toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dice: «Talitá kum», que quiere decir: «Muchacha, a ti te digo, levántate». La muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues tenía doce años. Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. Y les insistió mucho en que nadie lo supiera; y les dijo que le dieran a ella de comer. (Mc 5, 22-24; 35-43)

Buscar a Jesús

Mis ojos en tu mirada y tu mirada en mis ojos

Acudir a Jesús es ponerse en camino, estar atento a sus señales, sus huellas, sus palabras. Es oír de Él para buscarlo a Él. Buscar sus huellas es el primer paso. Abrir el corazón y la mente para que el mundo y los hombres nos hablen de Él. La oración es vivir sus huellas, tener hambre de Él para que poniéndonos en su presencia se nos revele, nos regale su mirada, su Palabra, su vida y su corazón.

Jairo era un personaje importante, jefe de la sinagoga, donde los judíos daban culto. Había escuchado del Maestro Jesús. Un nuevo profeta con sabiduría y poder. En un principio vio en Él al médico que podría curar a su hija. Tenía una gran necesidad de encontrarlo, pues Él quizás podría darle el regalo de curar a su hija gravemente enferma. Busca, pregunta, sale de sus seguridades y con la mente y su corazón puestos en su hija, lo encuentra.

Su búsqueda ha dado su fruto, está allí, en medio de la muchedumbre. Se acerca con cautela al inicio pero con decisión. No puede perder tiempo, tiene que reclamar su atención, su hija está grave.

Así es también nuestra oración, está búsqueda del maestro nos tiene que llevar a salir de nosotros, de nuestras seguridades, del afán de controlar nuestra vida, de ser creadores de nuestra propia felicidad para salir a la búsqueda de quien no sólo da la felicidad, sino de quien es la Felicidad. Muchas veces Dios usa la cruz, la enfermedad, la soledad, la tristeza como medios para salir en búsqueda de su corazón. Así nuestros ojos tan centrados en nosotros mismos volarán hasta los de Cristo y entonces, podremos experimentar la alegría de ser penetrados por la mirada de Aquel que nos consuela porque nos conoce y nos ama.

Mis rodillas se doblan irresistiblemente ante ti
El cruzar la mirada con la de Jesús lleva a la acción. Más bien a la pasividad de la acción: Jairo se deja caer de rodillas en signo de adoración, admiración, pequeñez, súplica. El amor expresado en una mirada suaviza el corazón, debilita todo miedo y da paso a este signo de sumisión y de entrega total en las manos de Dios.

Ponerse de rodillas ante Dios es señal de abandono, de seguridad puesta a los pies del Maestro. De rodillas no tenemos facilidad de movimientos, no podemos huir, no nos podemos defender. Sí, la oración verdadera es un acto de humildad, de presentarnos indefensos ante el amor de Dios. ¿Cuántas veces vivimos defendiéndonos del amor de Dios, del camino estrecho de su seguimiento, de la cruz? Cuanto más recemos y estemos en su presencia, más humildes seremos, más cerca de la tierra estaremos y así recordaremos nuestro origen y la necesidad de Dios.

Pero Cristo no quiere humillarnos. Nos deja así de rodillas para que levantemos la mirada, olvidándonos de nosotros mismos, para así contemplar su mano que se tiende para levantarnos, sostenernos y acariciar nuestras heridas. El ejercer su poder sobre nosotros a través del amor incondicional y constante.

Por eso puedo decir que la oración debe ser para mí un doblar irresistiblemente las rodillas ante su amor, un sentirme seguro en mi inseguridad, un humillarme para ser exaltado por su mano que se tiende para sostenerme, acogerme, y abrazarme.

Levantados por Cristo podemos pedir con confianza
De rodillas se ve el mundo desde una perspectiva distinta. No hay escapatoria, vemos todo más cerca del suelo y más lejos del cielo. Pero Cristo no nos quiere allí tendidos. Nos permite unos minutos, unas horas en esa postura espiritual porque sabe que nos hace bien.

Al inicio de la oración hemos buscado salir de nosotros mismos, lo hemos buscado a Él, hemos llegado hasta su mirada y sus ojos nos han penetrado el corazón. Esta fuerza poderosa de Jesús nos ha "derribado" hasta el suelo y de rodillas nos hemos reconocido pecadores, enfermos, pobre, necesitados de su amor.

Ahora, con nuestro corazón bien dispuesto podemos pedir lo que más necesitamos. Desde la perspectiva de la humildad podemos suplicar insistentemente como lo hizo Jairo. ¿Qué necesidad vital tenemos y queremos pedir a Jesús? Entremos en nuestro corazón desde la humildad y veamos qué queremos, necesitamos, amamos para presentarlo al divino Maestro. Tenemos la seguridad de que Él conoce nuestro corazón mejor que nosotros y desde antes de que se lo pidamos, ya se encuentra nuestra petición en su corazón. Por eso, cuando Él nos levanta, nos vuelve a mirar y nos escucha ya sabe lo que necesitamos.

El final de esta historia de Jairo ya lo conocemos: Cristo le dice, "no temas, ten fe" y lo demás, sucede porque ya estaba escrito en el corazón de Jesús.

Por: P. Guillermo Serra, LC | Fuente: la-oracion.com

lunes, 20 de junio de 2016

Cada día es un regalo de Dios



La vida es una sorpresa, Dios nos sale al encuentro en cada recodo del camino.

Cada día es una maravillosa oportunidad de dar gracias a Dios por todo lo que se nos da tan gratuita, tan regalado, tan como Don.

Muchas ocasiones vemos la vida como una cadena de sufrimiento, y por momentos se nos hace que vivimos encadenados al desorden, al pecado, al sufrimiento, sin embargo, deteniendo un poco la existencia, en la contemplación del amor de Dios, nos damos cuenta que cada situación vivida es una oportunidad o una prueba que nos prepara para dar respuesta a la siguiente oportunidad, por eso me parece importante ver la vida como un continuo nacer para recuperar el sentido de sorpresa, es decir: ¡Que maravilloso es vivir la luz del sol!

Que milagro respirar en este instante. La vida es una permanente sorpresa, Dios nos sale al encuentro en cada recodo del camino, con dones espirituales y materiales.

Este sentido de nacer cada día para agradecer a Dios, en ningún momento significa olvidar la experiencia, es decir esa historia vivida, experimentada y disfrutada. Para poder dar una respuesta a Dios en el día de hoy, Dios en su infinita bondad me preparó el día de ayer, por eso he de nacer cada día sin olvidar.

Nacer para descubrir el encanto del presente providente de Dios, sin olvidar la misericordia de nuestro padre Dios que nos ha llamado desde toda la eternidad a vivir con Él.

Nacer cada día a la Providencia de Dios, sin olvidar su eterna Misericordia.
Por: P Idar Hidalgo

domingo, 19 de junio de 2016

"Abrirnos a la misericordia de Dios nos dará la verdadera alegría del corazón"



El Papa en la audiencia jubilar de este sábado recuerda que un signo de la conversión es cuando vemos las necesidades del prójimo y salimos a ayudarle

(ZENIT – Ciudad del Vaticano – 18 de junio de 2016).- En típico día de la primavera italiana, papa Francisco realizó en la Plaza de San Pedro, la audiencia del Jubileo de la Misericordia del sábado. El Santo Padre al ingresar realizó un largo recorrido en por los corredores de la plaza, acompañado por algunos niños que subieron al jeep descubierto, y como es su costumbre además de saludar a presentes que aplaudían y agitaban pañuelos y banderas, lo hizo de modo particular con algunos enfermos.
Al dirigirse a los peregrinos de idioma español, el Papa hizo un resumen de la catequesis y recordó que “Jesús se manifestó después de su resurrección varias veces a sus discípulos y les indicó que la predicación se debía centrar en el ‘perdón de los pecados’ y en la ‘conversión’”.
Tema el de la conversión que “está presente en toda la Sagrada Escritura” y que “para los profetas, convertirse significa cambiar de rumbo para volver de nuevo a Dios”.
Por ello, dijo el Santo Padre, “también Jesús predicó la conversión y lo hacía desde la cercanía con los pecadores y necesitados; de este modo les manifestaba el amor de Dios. Todos se sentían amados por el Padre a través de Él y llamados a cambiar vida”.
Así “la auténtica conversión se produce cuando experimentamos en nosotros el amor de Dios y acogemos el don de su misericordia” y un signo claro de que “la conversión es auténtica es cuando caemos en la cuenta de las necesidades del prójimo y salimos a su encuentro para ayudarle”.

El Pontífice concluyó sus saludos dirigiéndose en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica, a quienes deseó: “Que el Señor Jesús nos conceda la gracia de la auténtica conversión de nuestra vida. Si nos abrimos a la misericordia de Dios, encontraremos la verdadera alegría del corazón”.

A continuación presentamos el texto completo de la audiencia
«Queridos hermanos y hermanas.
Jesús después de la Resurrección se apareció diversas veces a los discípulos antes de subir a la gloria del Padre.
El párrafo del Evangelio que hemos recién escuchado (Lc 24,45-48) narra una de estas apariciones en las cuales el Señor indica el contenido fundamental de la predicación que los apóstoles deberán ofrecer al mundo. Podemos sintetizarla en dos palabras: ‘conversión’ y ‘perdón de los pecados’. Son dos aspectos que califican la misericordia de Dios que, con amor nos cuida. Hoy tomamos en consideración la conversión.
¿Qué es la conversión? Ella está presente en toda la Biblia, y de manera particular en la predicación de los profetas, que invitan continuamente al pueblo al ‘regresar al Señor’, pidiéndole perdón y cambiando estilo de vida. Convertirse para los profetas significa cambiar de dirección de marcha y dirigirse de nuevo al Señor, teniendo la seguridad que Él nos ama y su amor es siempre fiel. ¡Volver al Señor!
Jesús hizo de la conversión la primera palabra de su predicación: ‘Conviértanse y crean en el Evangelio’. (Mc 1,15). O sea, miren hacia y vuelvan atrás, esto es convertirse. Es con este anuncio que Él se presenta al pueblo, pidiéndole que reciba su palabra como la última y definitiva que el Padre dirige a la humanidad. (cfr Mc 12,1-11).
Sobre la predicación de los profetas, Jesús insiste aún más en la dimensión interior de la conversión. En ella de hecho toda la persona está involucrada, corazón y mente, para volverse una criatura nueva, una persona nueva. Cambiar el corazón y que uno se renueve.
Cuando Jesús llama a la conversión no se erige juez de las personas, sino lo parte estando cercano, del hecho de compartir la condición humana, y por lo tanto la calle, la casa, el comedor… La misericordia hacia quienes tenían necesidad de cambiar de vida se realiza con su presencia amable, para involucrar a cada uno en su historia de salvación. Y Jesús persuadía a la gente con amabilidad, con amor.
Y con este comportamiento Jesús tocaba la profundidad de los corazones de las personas y estos se sentían atraídos por el amor de Dios y empujados a cambiar vida. Por ejemplo, las conversiones de Mateo (cfr Mt 9,9-13) y de Zaqueo (cfr Lc 19,1-10) se realizaron justamente de esta manera, porque se habían sentidos amados por Jesús, y a través de Él, por el Padre.
La verdadera conversión se realiza cuando recibimos el don de la gracia y un claro señal de su autenticidad es que nos damos cuenta de las necesidades de los hermanos y estamos listos a ir a su encuentro.
Queridos hermanos y hermanas, cuántas veces también nosotros sentimos la exigencia de un cambio que tome a nuestra persona por entero. Pero cuántas veces nos decimos a nosotros mismos: ‘tengo que cambiar y no puedo seguir así. Mi vida en este camino no dará frutos, será una vida inútil y no seré feliz’. Cuántas veces nos vienen estos pensamientos, cuántas veces…
Jesús con la mano extendida nos dice ven, ven a mi, que el trabajo lo hago yo. Yo te cambiaré el corazón, te cambiaré la vida, te haré feliz.
¿Pero creemos esto o no?, ¿qué piensan, creen en esto o no? (aplausos…) Menos aplausos y más voz, ¿creen o no creen? (respuesta coral, Sí…). Es así, es Jesús que está con nosotros y nos invita a cambiar de vida. Y es él con el Espíritu Santo que siembra esta inquietud que nos invita a cambiar vida y ser un poco mejor.
Sigamos por lo tanto esta invitación del Señor y no opongamos resistencias, porque solamente si nos abrimos a su misericordia, encontraremos la verdadera vida y la verdadera alegría. Solamente hay que abrir bien la puerta y él hace el resto, él hace todo. Pero hay que abrir el corazón para que nos pueda curar y llevarnos hacia adelante. Y les aseguro que seremos más felices. Gracias».
Por: Sergio Mora / Papa Francisco | Fuente: ZENIT (https://es.zenit.org)

(Texto traducido por ZENIT desde el audio)