"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

jueves, 26 de mayo de 2016

¡Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre!



Señor... ¡haznos dóciles siempre a tu amor pero especialmente en este hermosísimo día de Corpus Christi!

Una vez más ante ti, Señor.

Hoy es un día grande para ti, para nosotros, para tu Iglesia. Es la solemnidad donde se exalta y glorifica la presencia de tu Cuerpo, tu Sangre y tu Divinidad en el Sacramento de la Eucaristía.

¡HOY ES CORPUS CHRISTI !

Tu Cuerpo, tu Sangre.... y tu Divinidad. ¿Qué te podemos decir, Señor? Tan solo caer de rodillas y decirte: - ¡Creo en ti, Señor, pero aumenta mi fe!

Tu lo sabes todo, mi Dios, mi Jesús, y sabías cuando te quedaste en el pan y vino, - aparentemente tan solo de pan y vino -, con el único deseo de ser nuestro alimento, que aunque no te corresponderíamos como tu Corazón desea, no te importó y ahí te quedaste para ser nuestro refugio, nuestra fuerza para nuestras penas y dolores, para ser consuelo, para ser el cirineo que nos ayuda a cargar con la cruz de nuestro diario vivir, a veces demasiado pesada y dolorosa, que nos puede hacer desfallecer sin tu no estás.... y también para bendecirte en los momentos de alegría, para buscar que participes en los momentos en que nuestro corazón está feliz.... ¡ahí estás Tu!...¡ Bendito y alabado seas!

Solo a un Dios locamente enamorado de sus criaturas se le podía ocurrir semejante ofrenda... por que no sabemos corresponder a ese amor, no, Jesús, no te acompañamos en la soledad de tus Sagrarios, no pensamos en tu gran amor .... somos indiferentes, egoístas, muchas veces solo nos acordamos de ti cuando te necesitamos porque las cosas no van, ni están, como nosotros queremos...

Señor... ¡haznos dóciles siempre a tu amor pero especialmente en este hermosísimo día de Corpus Christi!

¡Señor Jesucristo!

¡Gracias porque te nos diste de modo tan admirable, y porque te quedaste entre nosotros de manera tan amorosa!

Danos a todos una fe viva en el Sacramento del amor. Que la Misa dominical sea el centro de nuestra semana cristiana, la Comunión nos sacie el hambre que tenemos de ti, y el Sagrario se convierta en el remanso tranquilo donde nuestras almas encuentren la paz...
(P. García)
Por: Ma Esther De Ariño

miércoles, 25 de mayo de 2016

La empresa de la vida, salvar el alma



Sembrando Esperanza II. Tener esperanza, saber lo que se quiere, luchar por ello. ¿y tú, ya sabes lo que quieres?

La sociedad contemporánea nos ha intoxicado con la idea o la creencia de que las cosas se consiguen de forma rápida y cómoda. Todo está centrado alrededor del consumismo, de donde se desprende, que basta meter una moneda en la máquina, pulsar un botón y tener en mis manos una Coca Cola fresca...; quiere hacernos creer que la vida es tan fácil como el internet, aprieto un botón y ya me encuentro navegando por todos los museos o por las islas más exóticas del mundo... Todos sabemos que la vida es mucho más compleja que esto, aunque parece que nuestra sociedad nos facilita todo.

Se nos dan libros de instrucciones y manuales de procedimientos para casi todo, y así, antes de meter al microondas un paquete de palomitas, me leo las instrucciones y veo que tal parte de la bolsa tiene que ir hacia abajo, y por un tiempo de no más de 3 minutos..., todo son instrucciones; sin embargo, no existen instrucciones para salvar un alma, para llegar al cielo, para realizar la gran Misión que tienes la gran empresa que está en tus manos y que al final es la única que vale la pena, SALVAR TU ALMA.

Les comparto esta carta hermosísima de un joven de 21 años escrita a su novia un día antes de morir; esto es tener convicciones profundas y seguridades que dan valor de trascendencia a la vida.

Espero que la puedas compartir, especialmente con algún joven.

Nacido en Pozoblanco (Córdoba, España) en 1914, Bartolomé Banco fue arrestado como dirigente católico (era secretario de los Jóvenes de Acción Católica y delegado de los Sindicatos Católicos) el 18 de agosto de 1936. Fue fusilado el 2 de octubre de 1936 mientras gritaba «¡Viva Cristo Rey!».

Prisión Provincial. Jaén, 1 de octubre de 1936.

Maruja del alma:

Tu recuerdo me acompañará a la tumba,
y mientras haya un latido en mi corazón, éste palpitará en cariño hacia ti. Dios ha querido sublimar estos afectos terrenales, ennobleciéndolos cuando los amamos en Él.

Por eso, aunque en mis últimos días Dios es mi lumbrera y mi anhelo, no impide que el recuerdo de la persona más querida me acompañe hasta la hora de la muerte.

Estoy asistido por muchos sacerdotes que, cual bálsamo benéfico, van derramando los tesoros de la Gracia dentro de mi alma, fortificándola; miro la muerte de cara y en verdad te digo, que ni me asusta, ni la temo.

Mi sentencia en el tribunal de los hombres será mi mayor defensa ante el Tribunal de Dios; ellos, al querer denigrarme, me han ennoblecido; al querer sentenciarme, me han absuelto; y al intentar perderme, me han salvado. ¿Me entiendes? ¡Claro está! Puesto que al matarme, me dan la verdadera vida; y al condenarme por defender siempre los altos ideales de mi religión y mi familia, me abren de par en par las puertas de los cielos.

Mis restos serán inhumados en un nicho de este cementerio de Jaén; cuando me quedan pocas horas para el definitivo reposo, sólo quiero pedirte una cosa: que en recuerdo del amor que nos tuvimos, y que en este instante se acrecienta, atiendas como objetivo principal a la salvación de tu alma, porque de esa manera conseguiremos reunirnos en el cielo para toda la eternidad, donde nada nos separará.

¡Hasta entonces, pues, Maruja de mi alma!

No olvides que desde el cielo te miro, y procura ser modelo de mujer cristiana, pues al final de la partida, de nada sirven los bienes y goces terrenales, si no acertamos a salvar el alma.

Un pensamiento de reconocimiento para toda tu familia, y para ti, todo mi amor sublimado en las horas de la muerte. No me olvides, Maruja mía, y que mi recuerdo te sirva siempre para tener presente que existe otra vida mejor, y que el conseguirla debe ser la máxima aspiración.

Sé fuerte y rehace tu vida, eres joven y buena, y tendrás la ayuda de Dios que yo imploraré desde su Reino. Hasta la eternidad, pues, donde continuaremos amándonos por los siglos de los siglos.



El ejemplo de un joven que tenía clavada su mirada en lo más importante, llegar al cielo, salvar su alma y querer que el alma de su muy amada novia también se encontrase con Dios después de esta vida. Esto es tener esperanza, esto es saber lo que se quiere... ¿y tú, ya sabes lo que quieres?...
Por: P. Dennis Doren L.C

martes, 24 de mayo de 2016

Te perdono



Pedir perdón y confesarte es encontrarte con Cristo demostrando tu amor en Él.

Y cuando se pongan de pie para orar, si tienen algo contra alguien, perdónenlo, para que su Padre del Cielo les perdone también a ustedes sus faltas” (San Marcos 11, 25)
Una de las palabras más difíciles de pronunciar en español es “perdón”. Y no por una inexistente singularidad sintáctica, sino por lo que implica.
¿Cuál es el problema con esa palabra en particular? Muy sencillo: queremos estar por encima de los demás. Ser superiores. Somos egoístas, es un hecho. Y entendemos que pedir perdón a alguien es rebajarnos, humillarnos. Claro, viéndolo así, ¿quién querría pedir perdón?
Pero es que no es así. Pedir perdón no es rebajarnos. No socava nuestra dignidad en absoluto. Más bien al contrario. Es decirle al otro que te importa. Que, aunque puede que no entendamos bien el motivo (a veces ocurre), le hemos hecho daño y nos importa lo suficiente como para querer dar marcha atrás si pudiéramos. Y, ya que no podemos, le pedimos que nos perdone por ello. Eso no es rebajarse, pero sí que es romper, al menos por un momento, el egoísmo que nos sirve de coraza y salir al encuentro del otro, de corazón a corazón. Y eso duele. Te quitas la coraza y te ves desnudo, frágil, vulnerable. No nos gusta reconocerlo, pero es que somos así. Somos frágiles y por eso es importante tratar de arreglar el daño hecho. Es una muestra de amor, justo lo contrario del egoísmo en el que tan cómodos nos encontramos.
Pedir perdón abre el camino a la curación del alma tanto del que lo pide como del que lo da. La llave de la paz. Es el primer paso, un paso para personas capaces de reconocer sus errores, capaces de amar. No se trata de rebajarse, sino de ser humildes, es decir, de ser conscientes de las propias debilidades y fortalezas en su justa medida. Y, con eso, ir al encuentro de aquel a quien se ha provocado, queriéndolo o no, sufrimiento y buscar la reconciliación con él.

Y, si pedir perdón a otra persona es tan bueno, no podemos olvidar uno de los grandes regalos que nos ha dado el Señor: la Confesión. En ella, es al mismo Dios al que le pides perdón. Es al mismo Dios al que demuestras tu amor. Y es el mismo Dios el que acaricia tu corazón y sana tus heridas. Entrar en el confesionario es como entrar en el Corazón de Cristo para encontrarte con Él y despojarte de todas tus miserias. Quien no se confiesa no sabe lo que se pierde.
Por: Jorge Sáez Criado | Fuente: https://catolicosconaccion.com

lunes, 23 de mayo de 2016

La vida como una cadena de hechos



En esa cadena, ¿cuál es mi responsabilidad? ¿Cuál la de otros? ¿Ha sido una casualidad? ¿Puede evitarse un daño futuro?

Un pinchazo en la rueda del coche. Un volantazo. El golpe. Ida al hospital. Una semana en reposo. Tiempo para reflexionar.
Pensamos en lo ocurrido. ¿Por qué aquel pinchazo? Quizá se pudo haber evitado con una revisión a tiempo en el mecánico. O tal vez alguien dejó un objeto puntiagudo en la carretera.
Empezamos a buscar causas y consecuencias, responsabilidades y medios para prevenir algo parecido en el futuro.
Muchas veces vemos la vida como una cadena de hechos. Lo que pasa hoy se explica por lo que pasó ayer y prepara lo que ocurrirá mañana.
En esa cadena, ¿cuál es mi responsabilidad? ¿Cuál la de otros? ¿Ha sido una casualidad? ¿Puede evitarse un daño futuro?

Duele constatar cuando uno inició una cadena de eventos negativos. Al revés, sentimos alegría si dimos el primer empujón a una cadena de hechos positivos.
Entonces, ¿qué voy a decidir ahora? ¿Hacia dónde dirigiré mi mente y mi corazón? ¿Cómo dar inicio a algo bueno? ¿Cómo prevenir peligros para mí y para otros?
El mundo tiene muchos rincones de misterio que conviven con zonas de responsabilidad. Los primeros explican tanta incerteza. Las segundas nos abruman: mis decisiones a veces tienen consecuencias sumamente graves.
Por eso ahora, entre las muchas opciones que tengo ante mí, necesito luz para decidir prudentemente. Una luz que viene desde la Palabra de Dios y las luces del Espíritu Santo. Una luz que también me llega gracias a amigos sensatos y reflexivos.
En estos momentos, inicia una nueva cadena de eventos. Pido a Dios, humildemente, que esos eventos me hagan más bueno, promuevan la justicia, abran la historia humana a la belleza, y nos acerquen un poco al encuentro eterno con nuestro Padre de los cielos...
Por: P. Fernando Pascual LC

domingo, 22 de mayo de 2016

Padre, Hijo y Espíritu Santo


Vivir inmersos en ese Amor de Dios manifestado en su Hijo y en el Espíritu Santo

El espejo es implacable con nuestra belleza y nuestras imperfecciones. A todos podemos engañar, menos al espejo... y a Dios.

Podemos disimular, podemos recubrir las cicatrices, podemos usar los mejores ungüentos, las mejores pinturas, podemos poner aspecto juvenil con ropa nueva, con un nuevo peinado, con unos buenos lentes, podemos sonreír a diestra y siniestra, pero a la hora de la verdad, al enfrentarnos al espejo, todo eso pasa y nos encontramos la figura y la imagen de nosotros mismos ante quien no podemos definitivamente fingir ni disimular. Y el espejo es implacable con el paso del tiempo. Algún día llega en que nos volvemos irreconocibles a nosotros mismos, pues hicieron presencia las arrugas y las canas, y llegamos a preguntarnos: ¿Este soy yo? ¿Tanto tiempo ha pasado? ¿Verdaderamente éste soy yo?

Pero además de reflejarnos a nosotros mismos el espejo nos revela la semejanza y el parecido con nuestros progenitores. Somos figura de nuestros padres. De esa misma manera, el espejo nos tendría que decir que cada día nos parecemos más a Dios si en verdad somos imagen y semejanza suya. Cada día tendríamos que parecernos más a Dios si en verdad somos hijos suyos.

Tendremos que reflejar en nuestro rostro y en nuestra vida la creatividad, el ingenio, la alegría, el amor para mejorar este mundo maravilloso y encantador en el que nos ha tocado vivir, y emplear toda nuestra capacidad para mejorar este mundo que salió bello y armónico de las manos de Dios. Somos hechura del Padre que se complació en nosotros e hizo este mundo bello como el teatro en que tenemos que ir realizando nuestro papel cocreador con nuestro Dios, engendrando un mundo en que la armonía entre las cosas y los seres humanos sea la nota distintiva, empleando toda nuestra capacidad para desterrar la basura, el desorden, el destrozo de la naturaleza, y realzar la armonía entre los mismos seres humanos, que tenemos entre otras muchas cosas bellas que Dios nos ha dado, la capacidad de engendrar nuevos seres para este mundo. No le tengamos miedo a la vida. Es el distintivo de nuestro Creador y tiene que ser también el distintivo de los humanos. Cuando viene la primavera los tallos de las plantas que habían estado inactivos, como muertos, cobran nueva vida y aparecen los botones y enseguida las flores vario-pintas y fragantes. Así tiene que ser la primavera de nuestra vida que se prolonga de día en día.

Pero también tenemos que parecernos cada día un poquito más a Cristo el Señor, a Jesús, al Salvador, al Hijo de Dios, que tiene su delicia estar con los hombres, hermanarlos, hacerlos una sola familia, acercarlos los unos a los otros, de manera que las barreras que nos dividen, el color, la raza, el dinero, las comodidades, los bienes materiales nos lleguen a parecer ridículos y tendamos puentes para que la miseria, los vicios, los crímenes, las violaciones, la maldad, la división y la muerte se nos conviertan en cosa del pasado. Parece difícil, ¿pero no nos dijo Jesús: "Yo estaré todos los días con ustedes hasta el fin del mundo?" ¿A qué tenerle miedo? Aún un vaso de agua dado en el nombre de Jesús no quedará sin recompensa, ¿qué pasará si empeñamos toda nuestra vida en lograr la unidad y la paz entre todos los hombres?

Pero ya que hemos seguido esta línea, algo que siempre denotará nuestro espejo invisible, será el amor con que Dios nos ha adornado, y que tendrá que ser perfectamente reconocible cuando nos presentemos al tribunal de Dios. Y no tendrá que ser cualquier amor, hecho según las dimensiones del corazón humano, sino el Amor mismo de Dios manifestado en la persona de Cristo Hijo de Dios que se entregó por nosotros y también por el Espíritu Santo de Dios al que llamamos el Espíritu de Amor, y que se refleja en cada uno de los que nos rodean, sobre todo en los más pequeños: "Todo lo que hiciste con el más pequeño de mis hermanos a mí me lo hiciste", nos dice Jesús. Ver a Jesús en los pequeños, en los pobres, en los necesitados hasta verlos como mis propios hermanos, será fruto de la presencia del Espíritu Santo en nosotros, y así seremos más parecidos al Dios que nos ha dado la vida.

Por cierto, al llegar a este punto, debo decirles que estamos celebrando la Fiesta de la Santísima Trinidad, ante la que no caben sino dos actitudes: en primer lugar, la contemplación, la acción de gracias, la alabanza, la alegría por Dios que se nos ha manifestado en su intimidad porque nos quiere y nos ama, y segundo, una vida nueva, de entrega, de generosidad, de amor a todos los que nos rodean y a todo lo que nos rodea, pretendiendo vivir inmersos en ese Amor de Dios manifestado en su Hijo y en el Espíritu Santo, hasta ser como los pececillos en el agua.

Felicidades, Oh Trinidad Santa, Oh Trinidad inmaculada, Felicidades Oh Dios Creador, Felicidades Oh Espíritu de Amor, Felicidades Oh Jesús, Hijo de Dios que nos has metido a la inmensidad del Amor de nuestro Dios, hasta lanzarnos la invitación a vivir en ese seno de amor y de esperanza.

Felicidades a todos mis amigos, porque en cada uno de ustedes veo el rostro de mi Señor, de mi Creador, del Dios que nos ama a todos con locura.
Por: P. Alberto Ramírez Mozqueda