"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

martes, 22 de marzo de 2016

Hoy es un buen día para pedirle perdón por nuestras ofensas



Martes santo. Acompañar a Jesús con nuestra contrición y la búsqueda de la conversión.

Hoy es un día que podemos recordar cuando Jesús anuncia la traición de Judas. Acompañar a Jesús con nuestra contrición, con nuestra búsqueda de la conversión. Un buen día para pedirle perdón por nuestras ofensas, de hacer un buen examen de conciencia de nuestras traiciones grandes o pequeñas y de acudir al sacramento de la reconciliación.
A continuación presentamos una propuesta de examen de conciencia del Cardenal Stafford que puede servirte de apoyo en tu meditación de hoy.
Un examen de conciencia
“Al invitar a un examen de conciencia, la Iglesia sugiere ayudarse del Sermón de la montaña. Las palabras de Jesús son el texto representativo de la nueva Ley. La cruz es la imagen fundamental del discurso. El cuerpo desgarrado de Jesús es la luz que no fue derrotada por las tinieblas. La oscuridad del pecado nunca podrá suprimir la luz de la misericordia divina. Los penitentes disipan la oscuridad gracias a una confesión sincera de sus pecados.
Para que profundicéis vuestra compunción os propongo el siguiente examen:
¿Renuncio al orgullo, la envidia y la ambición, para seguir el camino de humildad de Jesús? ¿Soy dócil y abierto a la palabra de Dios? ¿Estoy dispuesto a dejarme juzgar por ella, en vez de juzgarla yo a ella? ¿Paso demasiado tiempo leyendo periódicos y revistas, viendo la televisión y navegando por internet? ¿Cuánto tiempo dedico a la meditación y a la lectura de la sagrada Escritura?
¿Soy pobre de espíritu? ¿He puesto mi felicidad en poseer bienes materiales? ¿He animado a los que dudaban o erraban a seguir lo verdadero y lo bueno?

¿He tenido la humildad de invocar la venida del reino de Dios y de no resistirme a ella?
¿He sentido hambre y sed de justicia?
¿He sido misericordioso, perdonando las ofensas de los demás?
¿He sido puro de corazón o he caído en la tentación dela doblez?
¿Me he esforzado por llevar la paz, actuando como auténtico hijo de Dios?
¿He recibido las cosas buenas como dones de Dios con profundo sentido de gratitud? ¿He aceptado con paciencia las cosas malas que me han pasado?
¿He practicado la justicia, que regula mis relaciones con los demás y tiene como finalidad la instauración de la paz?
En mi trabajo y en el desempeño de mis responsabilidades civiles y políticas, ¿he reconocido que la perfección de todas las bienaventuranzas reside en la aceptación de la persecución por el bien del reino de Dios?
¿He seguido los preceptos de la nueva justicia que Jesús menciona después de las bienaventuranzas, es decir, los preceptos del ayuno, la oración y el perdón?
Reunidos en torno a la tumba del apóstol san Pedro, recordemos que su amor a Jesús fue el motivo por el cual lloró, arrepentido, y decidió obedecer sus mandamientos. También los penitentes deberían esforzarse por cumplir los mandamientos sólo por amor. Basta para ello la revelación del corazón traspasado de Jesús. (...) Nada es necesario, excepto el amor de Jesús. Todo lo demás es consecuencia.”
CELEBRACIÓN PENITENCIAL: FRAGMENTO DE HOMILÍA DEL CARD. JAMES FRANCIS STAFFORD EN EL ALTAR DE LA CONFESIÓN DE LA BASÍLICA VATICANA, Martes Santo, 11 de abril de 2006. Texto completo
Por: Card. James Francis Stafford | Fuente: www.la-oracion.com

lunes, 21 de marzo de 2016

Id tras las huellas de Cristo



Lunes santo. La vida no es un camino incierto y sin destino fijo, sino que conduce a Cristo

En este día se conmemora el inicio de la Pasión de Cristo y recordamos hechos como la unción de Betania. Un día para buscar consolar el Corazón de Cristo con el perfume de nuestro amor, de nuestro ofrecimiento, de nuestra opción por él y seguimiento a ejemplo de María de Betania.
Este texto de Benedicto XVI es una invitación a hacer esta opción firme por Cristo y a contemplar su amor marcado por el signo de la cruz.
Id tras Cristo
"Id tras las huellas de Cristo. Él es vuestra meta, vuestro camino y también vuestro premio. En el lema que he escogido para la Jornada de Madrid, el apóstol Pablo invita a caminar, «arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe» (Col 2,7). La vida es un camino, ciertamente. Pero no es un camino incierto y sin destino fijo, sino que conduce a Cristo, meta de la vida humana y de la historia. Por este camino llegaréis a encontraros con Aquel que, entregando su vida por amor, os abre las puertas de la vida eterna. Os invito, pues, a formaros en la fe que da sentido a vuestra vida y a fortalecer vuestras convicciones, para poder así permanecer firmes en las dificultades de cada día.
Os exhorto, además, a que, en el camino hacia Cristo, sepáis atraer a vuestros jóvenes amigos, compañeros de estudio y de trabajo, para que también ellos lo conozcan y lo confiesen como Señor de sus vidas. Para ello, dejad que la fuerza de lo Alto que está dentro de vosotros, el Espíritu Santo, se manifieste con su inmenso atractivo. Los jóvenes de hoy necesitan descubrir la vida nueva que viene de Dios, saciarse de la verdad que tiene su fuente en Cristo muerto y resucitado y que la Iglesia ha recibido como un tesoro para todos los hombres.
(…)
En estos días tan hermosos de la Semana Santa, que ayer iniciamos, os aliento a contemplar a Cristo en los misterios de su pasión, muerte y resurrección. En ellos hallaréis lo que supera toda sabiduría y conocimiento, es decir, el amor de Dios manifestado en Cristo. Aprended de Él, que no vino «a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos» (Mc 10,45). Éste es el estilo del amor de Cristo, marcado con el signo de la cruz gloriosa, en la que Cristo es exaltado, a la vista de todos, con el corazón abierto, para que el mundo pueda mirar y ver, a través de su perfecta humanidad, el amor que nos salva.
La cruz se convierte así en el signo mismo de la vida, pues en ella Cristo vence el pecado y la muerte mediante la total entrega de sí mismo. Por eso, hemos de abrazar y adorar la cruz del Señor, hacerla nuestra, aceptar su peso como el Cireneo para participar en lo único que puede redimir a toda la humanidad (cf. Col 1,24). En el bautismo habéis sido marcados con la cruz de Cristo y le pertenecéis totalmente. Haceos cada vez más dignos ella y jamás os avergoncéis de este signo supremo del amor.
FRAGMENTO DEL DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI A LOS JÓVENES, Lunes Santo, 6 de abril de 2006. Texto completo 
Por: SS Benedicto XVI | Fuente: www.la-oracion.com

domingo, 20 de marzo de 2016

Una entrada triunfal



Acompañemos a Jesús y ...no lo abandonemos apenas se hagan sentir los vientos de la contrariedad que se avecina.

Todos hemos sido testigos (al menos por televisión) de alguna entrada triunfal. No sé. Por ejemplo, en el mundo del deporte, cuando cualquier selección nacional o competidor individual, del deporte que sea, vuelve a casa ostentando algún trofeo significativo.

En ocasiones como esas, los triunfadores se ven recibidos muchas veces por grandes masas que les envuelven en aplausos y ovaciones. Cosa laudable, ciertamente. Es un modo de reconocer y premiar su esfuerzo y el buen papel que han hecho en representación del propio país.

Esto ha ocurrido a lo largo de los siglos y sigue ocurriendo en nuestros días. Y no sólo en el deporte, sino también en el ámbito político y social, en el mundo del espectáculo, en el campo religioso. Grandes líderes, poderosos estadistas o militares y otros personajes famosos han ido prolongando hasta nuestros días la cadena de las entradas triunfales que adorna la historia de la humanidad.

Paradójicamente muchas de esas entradas triunfales esconden y conllevan contradicciones significativas. Cuántos individuos que se encontraban armando un barullo enorme con sus gritos eufóricos de bienvenida y felicitación, a los pocos días están poniendo pinto y mandando poco menos que a la tumba a uno o a varios de esos mismos jugadores, al constatar ahora sus errores en el terreno de juego.

Cuántos, contagiados de nuevo por la masa, se vuelven de repente contra sus líderes o ídolos blandiendo con furia actitudes y sentimientos radicalmente opuestos a aquellos con los que acogieron su entrada gloriosa poco antes.

Esto acaece hoy y acaeció hace 21 siglos. La historia se repite. Sí. Hace dos mil años alguien protagonizó una entrada triunfal imponente. A juzgar por las crónicas fidedignas que conservamos, debió ser algo apoteósico. Fue en Jerusalén. Allí por el año 33 de nuestra era. Jesús de Nazaret, gran profeta en palabras y en obras, montado sobre un pollino, entraba triunfalmente en la gran urbe, en la ciudad santa. Nada menos.

Por lo que cuentan los testigos oculares la algarabía fue mayúscula. Uno de ellos, Mateo, comenta que una gran muchedumbre empezó a rodearlo y a gritar profecías mesiánicas y a extender sus propios mantos y ramaje de los árboles, a modo de alfombra, por donde iba pasando. Y esto era sólo el inicio...

El tumulto engordaba visiblemente segundo tras segundo. Fue corriéndose la voz a un ritmo de vértigo. La gente empezó a enterarse de que llegaba aquel a quien se atribuían milagros y curaciones fuera de serie; aquel que había resucitado muertos, limpiado leprosos, devuelto la vista a ciegos y el habla a mudos; aquel que había dado de comer a miles con unos cuantos panes y dos peces.

Y el revuelo siguió avanzando incontenible como pólvora encendida. Hasta tal punto que, como asegura el mismo Mateo -que estuvo allí-, al entrar a Jerusalén, toda la ciudad se conmovió. Toda, hasta los muros de sus casas y las piedras de sus calles parecían inquietarse como queriendo también ponerse a pegar gritos.

Tal debió ser la conmoción general que algunos fariseos (enemigos del gran Profeta) le instaron a que reprendiese y silenciase a sus seguidores. A lo que el mismo Jesús respondió: os aseguro que si estos callan, gritarán las piedras. Total, que hasta sus mismos enemigos (los del equipo contrario), no pudieron menos que recriminarse unos a otros: ¿veis cómo no adelantáis nada?, todo el mundo se ha ido tras él. Esto último lo cuenta Juan que lo vivió y sin perderse detalle...

Vamos, que la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén parecería haber sido un éxito rotundo y aplastante a más no poder.

Pero la paradójica contradicción que ha acompañado a tantas entradas triunfales, marcó asimismo la Jesús de Nazaret. Sí, a Jesús, verdadero Mesías, le tocó a su vez comprobar que el fervor contagioso que se apoderó de la masa aquel día, no llegó al corazón de muchos; se quedó en la piel y se esfumó como neblina pasajera. Jesús, verdadero Rey, también constató cómo bastantes de los que extendieron sus mantos por aquel camino ante el paso de su cabalgadura, lo hicieron horas después, con igual reverencia, ante el paso de sus efectivos reyes: el dinero o el placer. El, verdadero Hijo de Dios, tuvo que encajar en su ánimo el despiadado golpe de aquellos gritos desaforados ¡crucificale!, ¡crucifícale!, escupidos por las mismas bocas que hace unos días le cubrían de vivas y Hosannas. Amarga paradoja. Sin duda.

Queridos cristianos, estamos por conmemorar, un año más, la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén con la celebración del Domingo de Ramos. Nosotros, los que nos decimos cristianos, ¿porqué no hacemos que esa historia no se repita en lo que tiene de contradicción, de incoherencia y de traición por parte de los seguidores de Cristo?

Sí, entremos con El en Jerusalén. Gritemos, con fe y amor sinceros, sonoros "vivas" y "Hosannas" a nuestro Rey y Señor. Renovemos la ilusión y entusiasmo en la vivencia valiente de nuestra pertenencia a su Reino, a su Iglesia.

No lo abandonemos apenas se hagan sentir los vientos de la contrariedad que se avecina. Resistamos fuertes en la confianza y el amor. No lo traicionemos ante la sombra de la condena y de la cruz. Acompañémosle como fieles e incondicionales también el Jueves y el Viernes Santo y lleguemos con Él hasta el Domingo de Resurrección.

En fin, permanezcamos a su lado toda la vida hasta el día glorioso de nuestra propia y definitiva entrada triunfal con Él en el cielo.
 Por: Marcelino de Andrés y Juan Pablo Ledesma

sábado, 19 de marzo de 2016

Un momento de silencio... como San José


Nada nos dijo pero con su ejemplo nos lo dijo todo. Más que el más brillante de los discursos fue su testimonio callado y lleno de amor.

Así como hay dolor y alegría, así como hay inquietud y paz; así el hombre tiene en su vida dos cauces por donde transcurre su existencia: La palabra y el silencio.

La palabra, del latín parábola, es la facultad natural de hablar. Solo el hombre disfruta de la palabra. La palabra expresa las ideas que llevamos en nuestra mente y es el mejor conducto para decir lo que sentimos. Hablar es expresar el pensamiento por medio de palabras. Es algo que hacemos momento tras momento y no nos damos cuenta de que es un constante milagro. Hablar, decir lo que sentimos, comunicar todos nuestros anhelos y esperanzas o poder descargar nuestro corazón atribulado, cuando las penas nos alcanzan, a los que nos escuchan.

Nuestra era es la era de la comunicación y de la información. Pero la palabra tiene también su parte contraria: El silencio.

Nuestro vivir transcurre entre estos cauces: la palabra y el silencio. O hablamos o estamos en silencio.

Cuando hablamos "a voces" la fuerza se nos va por la boca... hablamos y hablamos y muchas veces nos arrepentimos de haber hablado tanto... Sin embargo el hablar es algo muy hermoso que nos hace sentir vivos, animosos y nos gusta que nos escuchen.

El silencio es un tesoro de infinito valor. Cuando estamos en silencio somos más auténticos, somos lo que somos realmente.

El silencio es algo vital en nuestra existencia para encontrarnos con nosotros mismos. Es poder darle forma y respuesta a las preguntas que van amalgamando nuestro vivir. ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? Y va a ser en ese silencio donde vamos a encontrar las respuestas, no en el bullicio, en el ajetreo, en el nerviosismo, la música ruidosa, en el "acelere" de la vida inquieta y conflictiva porque es en el silencio y por el silencio donde se escucha la voz de Dios pues bien dicen que "Dios habla quedito"

Meditando en estas cosas pienso en José el carpintero de Nazaret. El hombre a quien se le encomendó la protección y el cuidado de los personajes más grandes de la Historia Sagrada y no nos dejó el recuerdo de una sola palabra suya. Nada nos dijo pero con su ejemplo nos lo dijo todo. Más que el más brillante de los discursos fue su testimonio callado y lleno de amor.

San José, el santo que le dicen: "Abogado de la buena muerte". Porque... ¿A quién no le gustaría morir entre los brazos de Jesús y de María como él murió?

José tuvo una entrega total. Una vida consagrada al trabajo, un desvelo, un cuidado amoroso para estos dos seres que estaban bajo su tutela y supo, como cualquier hombre bueno y padre de familia, del sudor en la frente y el cansancio en las largas jornadas en su taller de carpintería y supo del dolor en el exilio de una tierra extranjera y supo en sus noches calladas y de vigilia del orar a Dios mirando el suave dormir de Jesús y de María, pidiendo fuerzas para cuidar y proteger a aquellos amadísimos seres que tan confiadamente se le entregaban. No tuvo que hablar.

No hay palabras que superen ese silencio de amor y cumplimiento del deber. Ahí está todo. Ahí está Dios. En las pequeñas cosas de todos los días, en la humildad del trabajo cotidiano.

El no fue poderoso, él no tuvo un puesto importante en el Sanedrín, él... supo cumplir su misión y su silencio fue su mayor grandeza.

Las almas grandes no lo van gritando por las plazas y caminos, se quedan en silencio para poder hablar con Dios y Dios sonríe cuando las mira.

Que podamos tener cada día, aunque sean cinco minutos de silencio, para oír la voz de Dios.
Por: Ma Esther De Ariño