"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

domingo, 28 de febrero de 2016

¿Estás triste? ¿Quizás preocupado?



¿Qué sucedería si por un solo día aceptáramos que Dios maneje nuestros problemas, y Dios se hace cargo de ellos?

Las preocupaciones son el pan nuestro de cada día. Muchas vienen de situaciones muy reales que enfrentamos en el diario vivir. Otras, sin embargo, surgen de la nada, por así decirlo.

¿Qué sucedería si por un solo día aceptáramos que Dios maneje nuestros problemas, y Dios se hace cargo de esa gerencia?

Llevemos este experimento a la práctica. Supongamos que recibimos el siguiente correo de parte de Dios:

“Hoy, yo, Dios, estaré manejando todos tus problemas. Si enfrentas una situación que no puedes manejar, no intentes resolverla. Colócala en la bandeja “Algo que sólo Dios puede hacer.” Me encargaré del asunto en mi tiempo, no en el tuyo. Una vez lo hagas, no te aferres más al problema, o pretendas retirarlo, pues tan sólo retrasarás la solución. Si crees que puedes solucionarlo, consúltalo conmigo. Asegúrate que tomarás la decisión adecuada.

Yo no duermo nunca. No hay razón que pierdas tu sueño a causa de las preocupaciones. Descansa en mí. Para contactarme, estoy a la distancia de una oración, de un diálogo, que eso es la oración. ¡Basta con que lo conversemos!

Piensa bien lo siguiente: sé feliz con lo que tienes.

Si te desesperas y peleas cuando estás metido en un gran tapón, recuerda que hay gente para quien tan sólo manejar es un privilegio.

¿Tuviste un mal día en el trabajo? Piensa en todos esos que están años sin poder conseguir uno.

¿Tienes el corazón roto por una relación sentimental deteriorada? Son muchos los que no saben qué es amar y que jamás han sido amados.

¿Luchas la que parece ser una batalla perdida con el hijo que te causa problemas? ¡Cuánto desearían tener ese reto los padres y madres que no han logrado tener un hijo!

¿A tu edad te faltan fuerzas para enfrentar una terrible pérdida, y te preguntas cuál es el propósito de esta prueba? Se agradecido. Existieron muchos que no vivieron hasta tu edad para averiguarlo.

¿Te encuentras en un momento en que eres objeto de la amargura, ignorancia, pequeñez o envidia de la gente? Las cosas podrían ser peores. ¡Tú podrías ser uno de ellos!

¿El amigo ese te ha dado la espalda cuando más lo necesitas? ¡Cristo, el amigo que nunca falla, está a tu lado, ahí mismito, pidiendo tan sólo que le abras tu corazón!

¿Por qué te confundes y te agitas y te deprimes ante los problemas? Déjame al cuidado de todas tus cosas. Todo te irá mejor. Lo que más daño te hace es tu propio razonar y tus propias ideas y el querer resolver tus cosas a tu manera.

Confía en mí. Ahora bien, no seas como el paciente que pide al médico que lo cure y luego le indica el modo de hacerlo. Déjate llevar en mis brazos, no tengas miedo. Yo te amo.

Si crees que las cosas empeoran o se complican a pesar de tu oración, sigue confiando. Cierra los ojos del alma y confía. Continúa diciéndome a toda hora: yo confío en ti.”

Hasta ahí el correo de Dios. Prepara tu respuesta y envíasela lo más pronto posible. Si ya sabes lo que tienes que hacer y no lo haces, entonces estás peor que antes. Espero ese no sea tu caso.

Bendiciones y paz.
Por: Juan Rafael Pacheco

sábado, 27 de febrero de 2016

LA CARIDAD FRATERNA EN SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS,



De mi querida amiga María Laura Pino  (Facebook)

¿AMOR DE AMISTAD?
TERESITA EN EL CARMELO
La "gracia" que Teresita ha recibido la noche de Navidad, será puesta a dura prueba cuando ella ingresa al Carmelo y comienza su vida EN COMUNIDAD. Esta "gracia" debía echar raíces más hondamente aún en su alma. Solo el sufrimiento será capaz de realizar tal obra. Un sufrimiento -que vivido en amor- irá ensanchando progresivamente su corazón...
Durante el retiro de su Toma de Hábito (nueve meses han pasado ya desde su entrada), Teresita escribe a su hermana Inés de Jesús, desahogándose del sufrimiento interior que padece a causa de la convivencia con algunas de las hermanas que hieren su sensibilidad:
"Corderito querido de Jesús... pedid a Jesús que sea muy generosa durante mi retiro. El me acribilla a alfilerazos, la pobre pelotita no puede más, está llena por todas las partes de pequeños agujeritos que la hacen sufrir más que si tuviera solo uno grande... Cuando es el dulce Amigo quien punza, El mismo, a su pelota, el sufrimiento no es sino dulzura, ¡es tan dulce su mano!... Pero las criaturas... Las que me rodean son muy buenas, pero hay en ellas un no sé qué que me repele..." (Carta 51. Enero de 1889).
Pero enseguida, en ésta misma carta, Teresita se repone y procura elevar todo su dolor abriéndose al amor mediante la fe:
"Me siento, sin embargo, muy dichosa, dichosa de sufrir lo que Jesús quiere que sufra."
Con todo, este sufrimiento volverá a producir en ella su antiguo mecanismo de defensa: el AISLAMIENTO de las criaturas: "Puesto que no puedo hallar ninguna criatura que me contente, quiero dárselo todo a Jesús, no quiero dar a las criaturas ni siquiera un átomo de mi amor". Estas palabras reflejan, sí, un deseo verdadero de unirse a Jesús pero también una decepción en el amor hacia sus hermanas de comunidad. Todo lo cual la llevará a centrar su vida espiritual casi exclusivamente en su santificación PERSONAL. Sus cartas de este primer tiempo de vida religiosa lo atestiguan.
De esta tensión sin tregua por alcanzar la perfección brota un esfuerzo continuo por PRACTICAR la caridad: "Me dije a mí misma que la caridad no debía consistir en los sentimientos, sino en las obras" Teresita, ante la lucha que le ocasiona el tratar con algunas hermanas ‘difíciles’, sólo encuentra un apoyo firme y seguro: JESÚS presente en las almas: "En los comienzos de mi vida religiosa, Jesús quiso darme a entender cuán dulce es verle a El en el alma de sus esposas"
Aún así, el ejercicio de la caridad -en este tiempo- se le vuelve difícil y costoso . Ya conocemos los actos interiores de paciencia que tenía que hacer en la oración cuando aquella hermana con su ‘ruidito’ la exasperaba o en el lavadero ante el descuido de quien lavaba a su lado. ¡
Durante esta etapa de su vida, la caridad en Teresita es principalmente en el orden negativo: No impacientarse, No juzgar... en una palabra, NO faltar a la caridad. Con el paso de los años esta visión de la caridad se irá transformando, adoptando una orientación mucho más positiva y por lo tanto mucho más profunda. De hecho, cuatro años más tarde, "hacia el 8 de diciembre de 1892", Jesús, el dulce Pedagogo de las almas, comienza a sacar a Teresita de su ‘aislamiento’ concediéndole la posibilidad de HACER EL BIEN por "primera vez" a una hermana con quien "se entendía a las mil maravillas" y que "le encantaba por su inocencia, por su carácter expansivo"
Ciertamente todos estos años de vida religiosa, habían anclado y fortalecido a Teresita en el amor a Jesús. El vacío en sus relaciones con los demás fue el medio del que Dios se sirvió para purificar su alma y dirigirla únicamente a Él. Sin embargo era hora de que el amor en ella se volviese fecundo, preservándola así de caer en un intimismo alejado de la verdadera contemplación. Esta, cuando mas fijamente tiene su mirada en Dios, tanto más se vuelve a los hombres, como nos lo enseñó Cristo en su vida.
LA CARIDAD EN TERESITA ANTE LAS SIMPATÍAS EN LA VIDA RELIGIOSA
Es el Señor quien comienza esta labor en Teresita, abriéndole los caminos y obrando con GRAN suavidad, respetando al máximo su naturaleza conforme a las leyes de la sana y humana pedagogía. En efecto, el verdadero amor fraterno consiste en tratar a quienes tenemos a nuestro lado como PRÓJIMOS, y para ello no hay mejor pedagogía que comenzar con aquellos que más nos gustan -para encendernos en el verdadero amor- y luego seguir con los que menos nos gustan.
En nuestras relaciones humanas siempre existen personas hacia las que sentimos una mayor inclinación o simpatía. Más aún: la simpatía constituye la misma naturaleza del amor que universalmente siempre se ha definido como ‘INCLINACIÓN DE NUESTRO AFECTO’ hacia alguien. Sería un error por tanto, querer anular la simpatía cuando se trata de vivir la caridad sobrenatural, pues aquella pertenece a nuestra misma naturaleza, lo cual significa que ES BUENA ya que nos fue concedida por creación. En todo caso, habría que insistir en que todo el arte de una verdadera formación en el amor al prójimo, consiste en COMPLETAR esa simpatía con un amor más intenso y profundo que ya no sólo pone en juego nuestro afecto y sentimiento sino también nuestra voluntad.
Muchas veces, en nuestro amor al prójimo, confundimos lo que es PURA simpatía con el VERDADERO AMOR. Este último tiene un elemento que la mera simpatía no posee: se fundamenta en la VERDAD. El amor auténtico descubre al prójimo tal cual es y sabe amarlo en ‘su verdad’ con todo el corazón y con toda el alma. Con un amor así ama Teresita cuando cae en la cuenta que esta hermana con quien simpatiza tiene "muchas cosas que hubiera deseado ver corregidas..."
Sabe unir admirablemente una visión enteramente realista de su hermana con un amor delicado y tierno hacia ella que "no se cansa de esperar..." . Ante la miseria ajena obra con una delicadeza extrema, fruto de una CONFIANZA ILIMITADA en el poder de Dios capaz de transformar enteramente a las almas de buena voluntad:
"me guardaba muy bien de adelantar la hora de Dios, y esperaba pacientemente a que Jesús tuviese a bien hacerla llegar... a mi compañera, que, verdaderamente, tenía el corazón recto"
Mientras tanto Teresita ora, da ejemplo, ama... hasta que llega la ocasión oportuna -una licencia con esta hermana- de manifestarle de corazón toda la verdad. Hacía tiempo ya que Teresita había tenido la oportunidad de comunicarse varias veces con ella, aunque de golpe comprende que es hora de decir la verdad, pues... ¿qué sentido podían tener sus licencias con esta hermana, si la comunicación mutua no se realizaba DESDE LA VERDAD Y PARA LA VERDAD, cuando el camino para ayudarse mutuamente a crecer en el amor no es otro que la verdad?
"Reflexionando un día sobre el permiso que nos habíais dado para conversar juntas y así ‘inflamarnos más en el amor de nuestro Esposo’ advertí con tristeza que nuestras conversaciones no alcanzaban el fin deseado. Entonces Dios me dió a entender que era llegado el momento, y que, o había de hablar claramente y ya sin temor alguno, o había de poner fin a unas conversaciones que tanto se parecían a las amigas del mundo" .
Es entonces cuando Teresita le confía entrañablemente "todo lo que pensaba de ella", fiel al consejo de N.Sta. Madre cuando en una carta le escribe a la M. María de S. José: "la verdadera amistad no se ha de ver en encubrir lo que pudiera haber tenido remedio sin tanto daño" .
Pero lo grandioso -y vale la pena insistir- en la pedagogía de Teresita es el MODO con que le dice la verdad:
"Yo yo, apoyando su cabeza en mi corazón, con lágrimas en la voz, le dije todo lo que pensaba de ella, pero con tan tiernas frases y manifestándole al mismo tiempo un cariño tan grande, que pronto sus lágrimas se mezclaron con las mías".
Amor y verdad... Estos son los dos ejes centrales sobre los que se funda la caridad. Esta relación de simpatía entre Teresita y su compañera de Noviciado se había ya transformado en un amor mucho más profundo: un amor de amistad. Teresita se pone enteramente a la altura de su hermana y viendo en ella a alguien capaz de SER mucho más, vuelca todas sus energías hacia su bien eterno. Ella sabe mejor que nadie -pues lo ha experimentado con el Amor que ha recibido de Dios- que nada ayuda tanto a los hombres a realizar su SER como cuando se sienten profundamente amados.
En su deseo de amar
EN LA VERDAD Y PARA LA VERDAD, pone en tensión toda su capacidad afectiva traduciéndola en un amor tierno, dulce y compasivo. Es que el amor, si ha de ser profundo y verdadero, reclama la TOTALIDAD de nuestro ser: por un lado, nuestras facultades superiores (inteligencia y voluntad) que ordenan nuestro amor en Dios y para Dios; por otro, nuestras pasiones, afectos y sentimientos que le confieren una fuerza extraordinaria para salir de nosotros mismos y entregarnos al otro. He aquí el equilibrio sensible-espiritual al que es indispensable tender en el amor. El hombre, en el principio de la Creación, gozaba de una profunda armonía y unidad interior que fue luego rasgada por el pecado original. Sin embargo, Cristo con su Redención nos ha re-creado, concediéndonos la posibilidad de recuperar nuevamente esa UNIDAD que habíamos perdido.
A ella debemos aspirar con todo nuestro ser si deseamos que esa Redención se realice plenamente en nosotros. Por ello hay que insistir en que una verdadera formación para el amor debe partir del hombre como ‘unidad sustancial de cuerpo y alma’, y hacia esa misma unidad -restaurada por Cristo- debe tender.
Teresita refleja de una manera visible su empeño continuo por amar con TODO su ser, en su modo de proceder para con esta hermana. Su ternura y cariño no tienen nada de superficial o vulgar, antes al contrario, son la expresión de una realidad mucho más honda: un amor puro, desinteresado y apasionado a la vez. Este mismo amor es el que le lleva a hablar EN VERDAD con su hermana, cuyos defectos y miserias se reducían a uno solo: su incapacidad general para amar en profundidad, y en particular a su Madre Priora: "Le demostré que se amaba a sí misma y no a vos" .
Seguidamente, consigue "explicarle en qué consiste el verdadero amor" para no aficionarse "de una manera enteramente material, como el perro se aficiona a su amo". Con ello nos deja un legado precioso sobre el amor verdadero al prójimo que lo resume con las siguientes palabras:
"El amor se alimenta de sacrificios. Cuantas más satisfacciones naturales se niega a sí misma el alma, tanto más fuerte y desinteresada se hace su ternura".
Cualquiera que haya leído de pasada estas palabras podría rápidamente tacharlas de un espíritu un tanto puritano. Sin embargo el modo de proceder de Teresita para con su hermana no refleja nada de estoicismo o puritanismo, lo acabamos de ver. Veamos en profundidad cuál es el contenido hondísimo que esconde ésta, su enseñanza.
En primer lugar, Teresita es la primera en admitir que en el amor se da una ley con-natural en la que cuando amamos lo hacemos de una manera gozosa y espontánea. En efecto, el amor no es algo que se ‘fabrica’ ni que se ‘hace’. El amor tiene ese elemento pasivo del que nadie puede sustraerse, es algo que nos sobreviene y aquí la voluntad no tiene nada que hacer pues esta primera inclinación no es sujeto de nuestra elección: "Ciertamente, en el Carmelo no hay enemigos, pero al fin, hay simpatías. Una hermana os atrae, mientras que otra os hace dar un largo rodeo..."
Ahora bien, esta inclinación o simpatía que se da en los principios de todo amor, no sólo es buena, sino que ha de perdurar en nuestro amor hasta el fin, infundiéndole calidez y vigor siempre nuevos.
Entonces, ¿cuál es el secreto para conservar este primer impulso en toda su fuerza y pureza, sin que se corrompa? O dicho de otro modo ¿cómo desarrollar y llevar a plenitud nuestra afectividad -fecunda en sentimientos y emociones- que ordenada al Bien, constituye la riqueza vital de nuestra existencia de donde nos vienen los más grandes bienes? Y aquí viene el contenido doctrinal de las palabras anteriormente citadas de S. Teresita: para conservar este primer impulso, hay que ‘PERDERLO’, igual que lo que nos enseña el Evangelio. Para que nuestro amor conserve la frescura e intensidad primera, hay que salir de sí buscando siempre y en todo el ENTREGARNOS, lo cual implica una continua renuncia de sí mismo. Quien se quiera DETENER en este primer impulso egoístamente, acabará por perderlo. Este es precisamente el gran pecado de nuestro tiempo: en el amor lo único que se busca es la autocomplacencia y todo se ordena a ello. Un amor así, lleva lentamente a que el hombre se encierre dentro de sí en un egocentrismo feroz, incapaz de entregarse al otro, acabando por destruir sus más nobles sentimientos que una vez despertaron su amor. Y cuando el amor no es entrega, ya no merece este nombre. Lo que el hombre de hoy ha olvidado es que toda la grandeza de este primer impulso reside, ‘precisamente, en que no constituye un fin en sí mismo, sino en un MEDIO cuya fuerza es capaz -como ninguna otra- de hacernos SALIR de nosotros mismos para entregarnos cada día con mayor intensidad, con mayor brío al otro, realizando así en nosotros esa capacidad innata de amar que todo hombre posee. Y este secreto para conservar, y más aún, para intensificar nuestro amor es válido en todos los órdenes: en el amor a Dios, en el amor esponsal, en el amor de amistad.
En suma, lo importante del primer impulso que se da en todo amor NO es la conmoción, sino lo que sigue a ella: el ‘salir de sí mismo’. De ahí que, en nuestra relación con Dios es importantísimo no DETENERNOS en los consuelos que podamos recibir o incluso en las gracias místicas, sino servirnos de ellas sólo como un MEDIO para intensificar nuestra entrega a Dios en todo momento. Desde esta perspectiva hay que leer todas las negaciones de N. P. S. Juan de la Cruz, cuando -por ejemplo en la Subida - hablando sobre la purificación de la memoria, nos insta a que ‘olvidemos’ toda gracia espiritual que hayamos recibido, es decir, que la recibamos con desprendimiento teniendo el alma dirigida a Dios, es que sólo de este modo, tal gracia podrá echar hondas raíces en nuestro interior y dar mucho fruto. De otro modo, acabará por ‘perderse’, por muy real que haya sido en su momento.
Lo mismo sucede en nuestras relaciones con aquellos que amamos. Alguien, que fue un verdadero discípulo de N. P. S. Juan de la Cruz en toda su espiritualidad, nos ha dejado una hermosa carta que refleja la profundidad de un amor puro, sacrificado y ardiente a la vez. Se trata de la carta que escribe el B. Rafael Arnaiz-Barón a su tía María -la duquesa de Maqueda- después de despedirse de ella con todo el amor del alma, antes de entrar por segunda vez a la Trapa. Había llegado a entablar una relación muy íntima con ella, hasta considerarla su misma "hermana":
"Qué pena me dio el verte llorar en Ávila cuando nos fuimos...! Y que yo sea la causa! Todo sea por El.[...] ‘Ni cogeré las flores, ni temeré las fieras...’ Pues bien, con ese pensamiento y con la ayuda de María, hice todo el camino... Veía pasar pueblos, personas y paisajes, y con el volante muy apretado en las manos y ¿por qué no?, con muchas ganas de llorar, seguía, seguía la carretera sin detenerme [...] Acababa de dejar en Ávila muchas flores de las de S. Juan de la Cruz...El Señor me pide seguir y NO DETENERME ¿qué hacer?, pues lo de siempre: MIRAR ARRIBA, mirar muy alto... y seguir sin detenerme... Haz tú lo mismo. La Virgen te mira y Dios te ayuda; no te importe ni el llorar ni el reír, ¿qué más da? El barro es siempre barro y no nos podemos mudar. LO IMPORTANTE es que ese barro sea de Dios, que El haga lo que quiera, y que todo nos lleve a El..."
Considerando pues, la importancia vital del ‘olvido de sí’ en todo amor, no es raro percibir en nuestro tiempo la incapacidad total del hombre para mantener una relación PROFUNDA y ESTABLE. Visto así, en S. Teresita no hay nada de puritanismo cuando recalca la importancia de aprender a negarse y renunciarse en el amor, pues en ningún momento pretende con ello anular la fuerza interior de los sentimientos y afectos, sino todo lo contrario, lo que busca es POTENCIARLOS Y ACRECENTARLOS: "Compruebo con gozo que, amándole a él, se ha agrandado mi corazón, y se ha hecho capaz de dar a los que ama una ternura incomparablemente mayor que si se hubiese concentrado en un amor egoísta e infructuoso" .
Con todo esto, Teresita nos regala una magnánima doble lección sobre el amor: hay que aprender a amar APASIONADAMENTE y hay que aprender a amar DESPRENDIDAMENTE. Y lo que hace posible un amor así, es que tal desprendimiento no procede de un desinterés frío por la criatura sino de un amor profundo hacia ella, fruto de una exquisita sensibilidad correctamente encauzada. En toda esta formación para el amor, Teresita procura llevar el corazón SUAVEMENTE, evitando las brusquedades y estrecheces de miras, respetando la naturaleza del hombre que fue creado para amar sin límites, con TODO sus ser, incluida su capacidad afectiva. Aquí Teresita se muestra verdadera hija de quien exclamó en el Camino de Perfección: "No dé el Señor a probar a nadie este trabajo en esta casa -por quien El es- de verse ánima y cuerpo apretadas"
Quizá no hayamos reparado suficientemente en la confesión que Teresita nos hace de que su crecimiento espiritual se lo debe en gran parte al amor acogedor que recibió de su amada Madre Inés: "¡Oh, Madre mía! Volé por los caminos del amor, sobre todo desde el día bendito de vuestra elección" . El amor que recibe a raudales de su hermana Priora, le concede una fuerza extraordinaria para no sólo "correr" en su vida espiritual, sino "volar" desarrollando todas sus potencialidades como nunca antes lo había hecho: como escritora (escribe la historia de su alma y compone sus poesías), como artista (pinta los ángeles del oratorio), como ayudante en la tarea de formación de las novicias... Y finalmente hay que notar, que no es casual, que durante este trienio Teresita experimente a fondo el Amor Misericordioso de Dios.
En la vida de Teresita, la experiencia del amor humano la llevará siempre a crecer en el amor Divino. Aún antes de la elección de su hermana como Priora, cuenta ella que cuando se sintió "comprendida de un modo maravilloso, y hasta adivinada" por el Padre Alejo, se atrevió a navegar "a velas desplegadas por los mares de la confianza y del amor".
Una vez más, se confirma en esta Santita -como en la vida de todos nuestros Santos Carmelitas- la verdad que brota de toda vida espiritual auténtica: LA AMISTAD LLEVA A LA CONTEMPLACIÓN Y LA CONTEMPLACIÓN DESBORDA EN LA AMISTAD. Amistad y contemplación... dos realidades inseparables, la una causa de la otra. Sólo han podido amar al prójimo profundamente y de corazón, aquellos que han experimentado de una manera realísima el Amor que Dios les tiene. Sin esta experiencia que nace de la contemplación, ello no es posible. Pero al mismo tiempo, Dios se sirve de los hombres para manifestarnos Su Amor, dulce y acogedor. Por ello todo hombre está llamado a ser portador del Amor de Dios. De ahí que una entrega de todo nuestro ser a Dios recibe el sello de la autenticidad sólo cuando refleja una donación de amor a los hombres o al menos el sincero empeño por ello.
Esta donación o entrega hacia los demás supone una actitud mucho más CONTEMPLATIVA de lo que habitualmente se cree. Es una apertura y confianza hacia el otro no sólo dando sino y sobre todo aprendiendo, escuchando, recibiendo y dejándose ayudar. Si el alma contemplativa es aquella capaz de permanecer a los pies del Divino Maestro escuchándolo, lo será REALMENTE, cuando esta actitud interior de escucha y docilidad se irradie ante cada uno de quienes la rodean. Todo ello supone nada menos que aquel GRAN desprendimiento del cual nos habla N. P. S. Juan de la Cruz, el más difícil de alcanzar: el de uno mismo. Aquí reside el contenido esencial de aquellas palabras que escribe: "Déjate enseñar, déjate mandar, déjate sujetar y despreciar, y serás perfecta" (Dichos de luz y amor). Se trata de una donación a las criaturas POR AMOR... el camino que nos conduce a la cumbre de la perfección... De ahí que el termómetro infalible para conocer el grado de intimidad que tenemos con Dios está dado por el grado de entrega y apertura de corazón a nuestro prójimo: el que no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve .
Habría que recalcar pues, la importancia de una verdadera y completa formación en este sentido DESDE LOS COMIENZOS de toda vida espiritual, en la que esta apertura de corazón ha de ser trabajada y potenciada más allá de las modalidades externas conforme lo pide cada etapa espiritual.
Carmelo de San José y Santa Teresa
Santa Fe de la Vera Cruz
Febrero, 1997
Centenario de la muerte de S. Teresita del Niño Jesús
DIOS SEA BENDITO


María es una mujer con el corazón en el cielo



La alegría no puede abandonar nunca a quien cree en Dios. Y éste debería ser el rostro de nosotros los cristianos.

María es una mujer alegre. La alegría es la virtud de los resucitados, de los que tienen a Dios, de los que han puesto su corazón en el cielo. Vemos esta alegría en María Magdalena cuando descubre al Resucitado, en los discípulos de Emaús cuando reconocen a Cristo en la fracción del pan, en los apóstoles cuando Cristo resucitado se les presenta en el Cenáculo.

La alegría no puede abandonar nunca a quien cree en Dios. Y éste debería ser el rostro de nosotros los cristianos que ya vivimos de alguna forma nuestra fe en la resurrección. Por el contrario, la tristeza, como vivencia habitual y permanente, no entra nunca, pase lo que pase, en la vida de quien cree en Cristo.

María es una mujer con el corazón en el cielo. María veía todo a través del cielo. ¿Qué importancia tenían el sufrimiento, las carencias, las luchas, los sacrificios, los esfuerzos, las renuncias, los momentos difíciles, cuando todo eso se ve desde el cielo? Ninguna. Todo es parte de ese camino hacia el cielo, ese camino estrecho que tanto asusta al ser humano, que conduce a Dios. Ella ha sido nuestra precursora en este camino, dándonos ejemplo. Sigamos a María en esta vida que sin duda es para todos "un valle de lágrimas", pero tengamos siempre el corazón arriba, junto a Dios, con espíritu de resucitados.

Dios nos ha dado a María como Madre, Abogada, Intercesora, Mediadora, Amiga y Compañera. En la espiritualidad cristiana debe haber un gran sitio para María en el corazón de cada cristiano. De lo contrario nuestra espiritualidad estaría incompleta, sería muy pobre. Podríamos proponer algunos caminos o medios de espiritualidad mariana para nuestro corazón de cristianos.

El amor tierno y filial a María. María debe convertirse en la vida de un cristiano en objeto de ternura, de cariño, de afecto. A María hay que quererla como se quiere a una madre. Lejos de nuestra espiritualidad una actitud seca, austera, distante, fría hacia quien nos ama tanto, hacia quien aboga tanto por nosotros ante Dios, ante quien tanto nos cuida, ante quien vigila nuestros pasos para que no caigamos en el mal. De ahí la necesidad de tener con María momentos de encuentro, diálogos cordiales, intimidad y confianza. No puede pasar un día en nuestra vida que no nos dirijamos a Ella con la sencillez de un niño a contarle a nuestra Madre del Cielo nuestros problemas, nuestras alegrías, nuestras luchas, nuestros planes.


Pero la devoción a María no debe quedarse sólo en un afecto y amor, porque entonces se empobrecería. Debe convertirse en imitación de sus virtudes. Para nosotros María es la obra perfecta de Dios y en Ella resaltan con luz muy especial todos aquellos aspectos de una vida que agradan a Dios. Aunque nunca seremos tan perfectos como Ella, sin embargo podemos seguir sus pasos para llegar a Cristo a través de María. Su mayor deseo es que amemos a su Hijo, que seamos como Él, que vivamos su Evangelio. ¡Qué María sea nuestra guía en este camino!

Y no olvidemos esas formas de oración particular centradas en María como pueden ser el Santo Rosario. Una devoción que hay que llegar a gustar y gozar, metiendo el corazón en cada Avemaría, en cada invocación, en cada recuerdo de María. En casa en familia, ante el Santísimo, en los viajes, el rosario debe ser nuestro acompañante.
Por: Juan J. Ferrán, L.C.

viernes, 26 de febrero de 2016

Voluntad y libertad orientadas a Dios



Viernes segunda semana Cuaresma. Que la Cuaresma sea un camino de conversión y orientación de nuestra voluntad hacia Dios.

"Vamos a matarlo y nos quedaremos con su herencia. Le echaron mano, lo sacaron del viñedo y lo mataron"
. En estas palabras con las cuales Jesucristo cierra la acción de los viñadores sobre el hijo y, sobre todo, lo que el dueño de la viña había proyectado respecto a este terreno, también está encerrando qué es lo que sucede en los corazones de los viñadores.

Los viñadores homicidas no solamente es una parábola de la crueldad de los hombres para con Dios y para lo que el Señor nos va pidiendo a todos nosotros, sino que también es un reclamo al corazón del hombre, a nuestra libertad y a nuestra voluntad para que también nos preguntemos si en nosotros puede haber esta misma intención de homicidio.

Nos podría sonar como algo extraño, algo lejano, algo apartado de nosotros, pero tenemos que cuestionarnos con mucha claridad para ver si efectivamente esta voluntad de no darle a Dios lo que de Dios es, es algo alejado de nosotros, o si por el contrario, es voluntad nuestra el dar siempre a Dios lo que de Dios es.

Todo el problema de estos viñadores homicidas no nace de una crueldad con respecto a los enviados; porque los viñadores homicidas son conscientes de que los enviados no son sino una parte del contrato que se había hecho con el dueño de la viña. El problema de los viñadores homicidas es que quieren quedarse con la herencia. Una voluntad torcida, una voluntad totalmente pervertida es la que va a hacer que los viñadores se conviertan de arrendatarios en homicidas.

Que no nos suene muy lejano esto, que no nos suene muy apartado de nosotros, que por el contrario, sea para nosotros una pregunta: ¿En qué nos va convirtiendo nuestra voluntad?, ¿qué es lo que va haciendo de nosotros?, ¿qué es lo que va realizando en nuestra vida? Ése es el punto más importante, el punto más serio en el cual nuestra existencia puede torcerse o encaminarse hacia Dios nuestro Señor.
¿Nuestra voluntad y nuestra libertad hacia dónde y hacia qué están orientadas? ¿Hacia dónde estamos orientando nuestra voluntad? ¿Hacia lo que Dios quiere, hacia el ser capaces de dar los frutos que Dios nos está pidiendo? ¿O estamos orientando nuestra voluntad hacia el quedarnos injustamente con la herencia? Es una disyuntiva que se nos presenta todos los días y que va forjando nuestra personalidad, porque de esa disyuntiva va a acabar dependiendo el que nosotros vivamos de una forma coherente o incoherente con lo que Dios nuestro Señor nos va pidiendo.

Cuántas veces —y de esto somos generalmente muy conscientes—, Dios nuestro Señor pide ciertos cambios de comportamiento en nuestra alma, que son los frutos. Cuántas veces, Dios nuestro Señor pide que le devolvamos en la medida en la que Él nos ha dado.

Y si Dios fue el que hizo todo: Él es el que cavó, rodeó la cerca, construyó la torre y plantó la viña, a nosotros nos toca simplemente trabajar la viña del Señor. Si a Dios no le regresamos lo que nos dio, estamos como esos viñadores: quedándonos o queriéndonos quedar con la herencia. Lo cual, a la hora de la hora, no es sino un deseo en sí mismo frustrado, vano e inútil.

Está en nuestra voluntad el decidirnos por dar a Dios lo que es de Dios o quedarnos nosotros con lo que es de Dios. Para eso tenemos que estar revisando constantemente nuestra voluntad; revisando si nuestras obras, nuestras reacciones, nuestros deseos, son auténticamente cristianos, o si por el contrario, son simplemente manifestaciones de un deseo que quizá no está todavía orientado a Dios nuestro Señor.

Los viñadores habían trabajado no para el dueño de la viña, sino para ellos mismos. A los viñadores no les importaba el fruto del dueño de la viña, les importaba el fruto para ellos. Nuestra vida, ¿para qué trabaja?

Cuando se nos presentan cuestionamientos, preguntas, inquietudes, ¿a quién le damos los frutos? ¿A Dios? ¿O se los damos a nuestro egoísmo, a nuestro afán de autonomía o a nuestro afán de manejar las cosas como a nosotros nos gusta manejarlas?

Ciertamente que nos damos cuenta de que no está bien. No es que nuestra inteligencia se ciegue, pero nuestra voluntad pasa por alto todo esto. Como la voluntad de los viñadores pasó por alto el hecho de que el hijo era el dueño de la herencia. Esa frase tan llena de cinismo: “Venid, éste es el heredero. Vamos a matarlo y nos quedaremos con su herencia”, encierra muchas veces el mecanismo de nuestra voluntad que, iluminada por la inteligencia, descubre perfectamente a quién le pertenecen las cosas, de quién es la vida, de quién es el tiempo, de quién son nuestras cualidades. Descubre perfectamente que determinada reacción no es todo lo cristiana que debría ser; descubre perfectamente que determinado comportamiento no está respondiendo adecuadamente a lo que Dios le pide, pero usa este mismo mecanismo: “Éste es el heredero. Vamos a matarlo y a quedarnos con la herencia”.

Esto es pavoroso cuando aparece en el alma, porque indica la absoluta perversión de la voluntad. Cómo nos puede extrañar después, que en nuestra vida haya comportamientos negativos, comportamientos que difieren de la voluntad de Dios, cuando ese mecanismo está funcionando con una relativa frecuencia en nosotros; cuando nuestra voluntad no ha sido capaz de purificarse para ser capaz de romper, de quebrar ese mecanismo en nuestra alma; cuando cada vez que vemos al heredero lo queremos matar para quedarnos con la herencia.

Tenemos que ser muy inteligentes para descubrir en nuestra voluntad que ese mecanismo está funcionando. Pero tenemos que ser también muy firmes y constantes en nuestra purificación personal para ir eliminando, una y otra vez, ese mecanismo de nuestra voluntad. Mecanismo que nos lleva siempre, y de una manera ineludible, a la más tremenda de las desgracias, que es perdernos a nosotros mismos.

“Dará muerte terrible a esos desalmados y arrendará el viñedo a otros viñadores”. Para lo que tú existes como viñador es para trabajar el viñedo. Y Dios quitará el viñedo a esos viñadores. ¡Qué tremendo es correr en vano! ¡Qué tremendo es vivir en vano! ¡Qué tremendo es ver pasar los días, pasar los años, ver cómo el calendario va corriendo por nuestra vida y no haber todavía dejado de correr en vano!

Ojalá que esta Cuaresma sea para nosotros un momento de particular iluminación por parte del Espíritu Santo para que, efectivamente, descubramos dónde y en qué estamos corriendo en vano, dónde y en qué nuestra voluntad todavía no es capaz de superar el mecanismo de viñador homicida. ¿Por qué, cuando vemos perfectamente quién es el heredero, en nuestro interior todavía aparece el interés por arrebatarle la herencia y quedarnos nosotros con ella? Como cristianos, como miembros de la Iglesia no podemos seguir jugando con el Dueño de la viña.

¡Qué importante es que nos iluminemos para poder iluminar; que nos aclaremos para poder aclarar; que nos purifiquemos para poder purificar! Hagamos de esta Cuaresma un camino de conversión y de orientación de nuestra voluntad hacia Dios nuestro Señor para que Él y solamente Él, sea el que se lleve los frutos de nuestra viña.
Por: P. Cipriano Sánchez LC