"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

miércoles, 20 de mayo de 2015

Su nombre: María

¿Cómo responde María a nuestro saludo, cuando pronunciamos su Nombre? ¡Con qué ojos y con qué sonrisa que nos debe mirar! 

María, cuyo nombre cantan los cielos y la tierra, ¡bendita seas!...
¡Bendito sea el nombre de María, Virgen y Madre!...

¿Por qué tributamos alabanzas tan especiales al Nombre de María? ¿Por qué el nombre de María nos dice tanto? ¿Por qué repetimos sin más, sola ella, la palabra ¡MARIA!...
Hemos oído tantas veces el Evangelio de la Anunciación en las Misas de la Virgen, que nos sabemos más que de memoria estas palabras: Y la Virgen se llamaba María.

El nombre de MARIA, junto con el nombre adorable de Jesús, es lo más entrañable que tenemos metido en nuestras almas. ¿Será preciso desatarnos ahora en alabanzas al nombre de María?
Porque podríamos hacerlo con el romanticismo cariñoso de años atrás, cuando tenía éxito seguro el canto con una letra como ésta:
Es más dulce tu nombre, María, que el arrullo de tierna paloma, es más suave que el plácido aroma que en su cáliz encierra la flor...

Y muchos cantos por el estilo, hoy pasados totalmente de moda, y que casi nos excitan un poquito la hilaridad y nos arrancan una sonrisa compasiva con los soñadores de años atrás...

Nosotros, sin dejar los encantos de una piedad mariana así de soñadora y tierna, lo miramos desde otra perspectiva, y nos preguntamos: ¿Qué significa para María su nombre? ¿Qué significa, sobre todo, para nosotros?..

Dejemos a los estudiosos de la Biblia que se entretengan desentrañando las raíces de un nombre tan hermoso. María, como ya se llamó la hermana de Moisés, era un nombre muy común de mujer en Israel cuando los tiempos de Jesús. Y nos dicen los filólogos que puede significar hermosa, señora, princesa, excelsa, encumbrada, y no sé cuántas cosas más, a cada cual más bella y sugerente...

A poco que leamos la Biblia, sabemos que cuando Dios elegía a uno para una misión especial, Dios le escogía el nombre o le cambiaba el que ya tenía. Valga por todos los casos el de Simón. Jesús lo mira de hito en hito, y le dice:

Tú te llamas Simón. En adelante te llamarás Pedro, piedra, roca, porque sobre esta roca yo edificaré mi Iglesia.

María venía al mundo con la misión más alta, como era el ser La Madre de Dios, y, sin embargo, ni escoge ni le cambia el nombre. Se llamará, simplemente, MARIA, el nombre que le pusieron sus padres.

Ni tan siquiera ha triunfado el nombre aunque haya triunfado la realidad con que le llamó el Angel: La Agraciada, La Llena de Gracia, la colmada con todos los dones y gracias de Dios...

¿Pero, qué ha hecho la piedad cristiana? Le ha dado tantos nombres a la Virgen, que ya no sabemos ni con cuál llamarla.

Y la llamamos con el nombre de los misterios de su vida: Inmaculada, Concepción, Natividad, Purificación, Presentación, Anunciación, Encarnación, Soledad, Dolores, Asunción...

Y la llamamos con el nombe de sus advocaciones: Carmen, Mercedes, Rosario, Socorro, Patrocinio, Auxiliadora, Con-suelo...

Y la llamamos con el nombre de sus santuarios y apariciones: Loreto, Lourdes, Fátima, Pilar, Guadalupe, Montserrat, Luján, Aparecida, Begoña, Nuria...

Y sigamos y sigamos contando, porque la llamamos también con nombres locales nuestros, tan queridos: Marielos, Suyapa, María Paz...Y cada una de nuestras Repúblicas nos dictaría una lista bien interesante.

Todos ellos son el mismo Nombre de María, pero desdoblado, como la luz en el prisma, tal como lo siente y vive nuestra devoción a la Madre de Dios y Madre nuestra.

Más importante es, sin embargo, la invocación constante que hacemos del Nombre de María.

Las veces que la llamamos con gritos del corazón.
Las veces que nos dirigimos a Ella, diciéndole sólo ¡MARIA! Que unas veces es un grito de júbilo. O un grito de amor. O un grito de auxilio.

Porque ¡María! es un grito que se acomoda a todos los sentimientos de nuestro corazón y a todas las situaciones de nuestra vida.
¿Cómo responde María a nuestro saludo, cuando pronunciamos su Nombre? Nadie nos lo ha dicho, pero no necesitamos mucha imaginación para suponerlo... ¡Con qué ojos y con qué sonrisa que nos debe mirar! ¡Con qué cariño que se debe volcar sobre nosotros!...

Como lo hiciera un día con San Bernardo, el monje que pasa como el mayor devoto de María. Cuando caminaba por los claustros de su monasterio, al pasar delante de una imagen de la Virgen le inclinaba la cabeza y la saludaba: ¡Salve, María!. Y así siempre. Hasta que un día ve cómo la imagen se anima, y responde muy educada al saludo: ¡Salve, Bernardo!...

Valdría la pena seguir, ¿verdad?... Pues, aquí nos vamos a quedar hoy. Dándole a Ella el gusto de recordarle su Nombre: y el nombre de la Virgen era María.
Aquí nos quedamos, saboreando la miel que destila en nuestra boca el dulce Nombre de María. Y afinamos el oído, a ver si oímos su respuesta, y nos contesta también: ¡Salve, Chelita! ¡Salve, Javier! ¡Salve, Manolo! ¡Salve, Lineth!....


Por: Pedro García, Misionero Claretiano

martes, 19 de mayo de 2015

Ama a Dios y serás feliz

Cristo fue el hombre más feliz porque no le negó nada a Dios olvidándose de sí mismo preocupándose por los demás.

Quien no antepone nada al amor de Dios será la persona más dichosa, ya que en Dios está nuestra felicidad. La demostración de este principio está en que las cosas creadas no tienen la capacidad de colmar todas nuestras ansias y nuestras apetencias de infinito, que sólo Dios puede colmar, ya que solo Él es infinitamente perfecto, poderoso, bondadoso y lleno de atributos que serían innumerables y de nunca acabar.

Los santos fueron hombres alegres, y no se conocen santos que hayan sido frustrados, amargados o tristes, y el motivo es porque supieron no anteponer nada al amor de Dios.

Dice el salmista "¿Quién nos mostrará la felicidad, si la luz de tu rostro, Señor, se ha alejado de nosotros? tú has dado a mi corazón más alegría que cuando abundan ellos de trigo y vino nuevo".(Salmo 4,7-8) Por lo tanto, debemos afirmar que se aleja la felicidad del alma cuando se aleja el rostro de Dios de nosotros. Y ¿Cómo se aleja su rostro de nosotros? Cuando anteponemos otros amores al amor de Dios.

Por eso que la felicidad debe ser conquistada. La felicidad consiste en el Estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien. Como dice la carta a los Gálatas, la alegría, es decir la felicidad, es fruto del Espíritu (Gal. 5,22) , y como tal debe ser conquistado con el amor a Dios sobre toda las cosas. Si miramos siempre a Dios en todo y en Él ponemos nuestro corazón, la luz de su rostro no se apartará de nosotros y su felicidad invadirá todo nuestro corazón.

Un alma triste es un alma que algo le esta negando a Dios, como el joven rico del evangelio, que tras al haber sido invitado a seguir a Cristo dejándolo todo no quiso porque tenia muchas riquezas y dice el evangelio que al oír esto, "se puso muy triste, porque era muy rico". (Lc. 18,23)


Cristo el hombre más feliz

Siguiendo este principio, de que la felicidad depende de no negar nada a Dios, y no anteponer nada a su amor, debemos afirmar que Cristo fue el hombre más feliz de todos.

Cristo fue el hombre más feliz de todos porque su voluntad humana estaba en perfecta armonía con el plan divino. 

Nada interpuso al Plan de Dios, al Plan de “Su Padre Celestial” y por eso que no sólo en cuanto Dios, sino que también en cuanto hombre fue el más feliz de todos.

Él mismo enseñaba a rezar a que se haga la voluntad de Dios por encima de todo: "Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo" (Mt. 6,9-10). Enseñaba que lo primero era hacer la voluntad de Dios: "No todo el que me diga: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial" (Mt. 7,21). Y si enseñaba a cumplir la voluntad de Dios era porque él mismo la ponía por obra porque no enseñaba nada que antes no practicará él primero. De hecho se decía de Cristo que "les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como sus escribas" (Mt. 7,29).

Por eso que no sólo enseña a que se haga la voluntad de Dios sino que él mismo busca cumplir esa voluntad y ese plan con su misma vida. Abundan las citas Bíblicas en donde se ve el deseo de Cristo de Cumplir con la Voluntad del Padre celestial: Estando en el huerto de los olivos, momentos previos a su prendimiento rezaba de esta manera: "Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc 22,42). Se pueden ver también los paralelos a este evangelio. Cristo no antepone nada al plan de Dios, su voluntad humana está en perfecta armonía con el plan de salvación del Padre y por eso a pesar de sus sufrimientos, Cristo es el hombre más feliz. En el fondo de su corazón esconde su alegría.

Cristo vino para hacer la voluntad del Padre: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra."(Jn 4,34)) No vino para sí mismo sino para el Padre y por nosotros y toda su vida la gasta en esta misión sin mirarse a sí mismo. Y en otro pasaje dice "no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado" (Jn 5,30) . Siempre busca no anteponer nada al amor de Dios. También leemos en el mismo evangelio de Juan "porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y esta es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día" (Jn 6,38-40) . La Obra de Cristo está centrada en Dios y en el prójimo, y Cristo la cumplió a la perfección, por lo que no podemos dudar de que en él hubo una gran alegría a pesar de sus sufrimientos.

Cristo fue el hombre más feliz porque no le negó nada a Dios olvidándose de sí mismo preocupándose por los demás.

Cuando Cristo se retiró a un lugar solitario y lo siguieron dice la escritura que "Al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos y curó a sus enfermos. Al atardecer se le acercaron los discípulos diciendo: «El lugar está deshabitado, y la hora es ya pasada. Despide, pues, a la gente, para que vayan a los pueblos y se compren comida» Mas Jesús les dijo: «No tienen por qué marcharse; dadles vosotros de comer»"(Mt 14,14-16) . Cristo venía ya haciendo muchas curaciones, y siempre se preocupaba de los demás, ahora podía preocuparse de si mismo, pero como se ve en el evangelio citado, Cristo se preocupa de la muchedumbre. En el mismo evangelio, un poco mas adelante Jesús dice a sus discípulos "Siento compasión de la gente, porque hace ya tres días que permanecen conmigo y no tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el camino" (Mt 15,32). Hace tres días que están con Cristo. Él esta predicando, curando, haciendo el bien, y sigue preocupándose por los demás sin tenerse en cuenta a si mismo. Nada antepone al amor de Dios y al amor del prójimo.

Cristo es el hombre más feliz porque nada antepuso al amor de Dios haciéndose servidor de todos. 

Como él mismo lo dijo: "El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos".(Mt 20,28) Y en el evangelio de Lucas nos dice: "Los reyes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los que ejercen el poder sobre ellas se hacen llamar Bienhechores; pero no así vosotros, sino que el mayor entre vosotros sea como el más joven y el que gobierna como el que sirve. Porque, ¿quién es mayor, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve" (Lc 22,25-27).

Cristo es el hombre más feliz porque no le negó nada a su Padre dando su vida en rescate por el género humano cumpliendo con el plan de salvación. 

Así, él entrega su cuerpo y su sangre: "Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Este es mi cuerpo que es entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío. De igual modo, después de cenar, la copa, diciendo: « Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros". (Lc 22,19)

Él mismo entrega su vida: "Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre."(Jn 10,17-18) Y al final de su vida dice: "Padre, en tus manos pongo mi espíritu." (Lc 23,46)

Por estos motivos debemos decir, que aunque Cristo haya sufrido y Dios haya permitido que por momentos sintiese tristeza de muerte, debemos afirmar que Cristo fue el hombre más feliz de todos.


Por: Padre Sergio P. Larumbe, I.V.E.

lunes, 18 de mayo de 2015

¿Después de la Ascensión, qué?

¡No podemos quedarnos mirando al Cielo! Ahora nos toca a nosotros ser la voz de Jesús para alentar y consolar. 

Después de la Ascensión ya no va a ser Jesús el que anuncie la Buena Nueva. Ahora nos toca a nosotros, sus discípulos, hacerlo. Los Sacerdotes predicando (sobre todo) con la palabra, los laicos predicando (sobre todo) con el ejemplo, los padres de familia predicando con la palabra y el ejemplo.

Después de la Ascensión ya no va a ser Jesús el que compadezca a los pobres y lo enfermos. Ahora nos toca a nosotros.

Después de la Ascensión ya no va a ser Jesús el que multiplique los panes y los pescados para alimentar a las multitudes. Esa es ahora nuestra tarea, multiplicando nuestros esfuerzos para dar de comer sino a las multitudes, por lo menos a los pobres que podamos.

Después de la Ascensión ya no va a ser Jesús el que cuide a sus ovejas. Ahora nosotros tenemos que velar por ellas, especialmente por aquellas (el cónyuge, los hijos, los hermanos, los trabajadores) que Dios nos ha encomendado a cada uno.

Después de la Ascensión a nosotros nos toca ser la voz de Jesús para alentar y consolar. Sus manos para tenderlas a todo el que necesite ayuda. Sus pies para llevarlo a donde no lo conocen.

Después de la Ascensión:

¡No podemos quedarnos mirando al Cielo!
Por: Karime Alle 





domingo, 17 de mayo de 2015

UN ESPAÑOL UNIVERSAL EN LA HISTORIA DEL ÚLTIMO CONCILIO

Autor: Pablo Cabellos Llorente

         Escribió Unamuno que La envidia es mil veces más terrible que el hambre, porque es hambre espiritual. Recuerdo esta frase porque siempre se ha dicho  que nuestro pecado peculiar es este. Quizá por eso no se conocen tantas gestas y hechos de españoles a lo largo de la Historia. Tal vez por lo mismo, también escribió en Niebla: ¡Pues sí, soy español, español de nacimiento, de educación, de cuerpo, de espíritu, de lengua y hasta de profesión y oficio; español sobre todo y ante todo, y el españolismo es mi religión, y el cielo en que quiero creer es una España celestial y eterna, y mi Dios un Dios, el de Nuestro Señor Don Quijote, un dios que piensa en español y en español dijo: ¡sea la luz!, y su verbo fue verbo español…!  Tal vez exagerado, heterodoxo y, en de cualquier manera, opinable.

         Pienso que ese no es el caso de la persona  que me ocupa. El hecho de que Álvaro del Portillo  sea menos conocido –y lo es mucho-  puede deberse más bien a su modo de vida natural y sereno. Bastaría volver a ver las imágenes de su beatificación en Madrid para detectar un conocimiento mundial. En la estampa para su devoción, se lee algo clave para observar en qué vertió, con humildad y sencillez, toda su gran capacidad en muchos aspectos del saber: “Pastor ejemplar en el servicio a la Iglesia y fidelísimo hijo y sucesor de San Josemaría, Fundador del Opus Dei”. No son dos funciones diversas, sino que pone el acento en su directo servicio a tantas actividades de la Iglesia  no referidas directamente al Opus Dei, y también a las que desempeñó en la Prelatura, una “partecica” de la Iglesia, como   repetía  su fundador. El pasado viernes decía Mons. Echevarría en la catedral de Valencia: el beato Álvaro del Portillo “era muy conocido en España y en Italia, especialmente por su simpatía humana, su bondad, su saber unir, y saber servir a la Iglesia por encima de todo".

         Ahora me refiero al Concilio porque, invitado por el cardenal, ha visitado nuestra ciudad el obispo Javier Echevarría, Prelado de la Obra. Por cierto, es la tercera vez que lo hace convocado  por los tres últimos arzobispos, aparte de otras por distintos motivos. Don Agustín García-Gasco le invitó a la dedicación de la parroquia de san Josemaría, don Carlos Osoro a uno de los ciclos de conferencias que organiza la Biblioteca Sacerdotal Almudí en colaboración con la Facultad de Teología valenciana. Ahora, le ha requerido el cardenal Cañizares para el mismo ciclo, donde disertó sobre el beato Álvaro del Portillo y el Decreto conciliar que versa sobre el ministerio y vida de los presbíteros, en el que tuvo un papel bien destacado por ser el secretario de la comisión que elaboró ese Decreto. Su participación en el Concilio no se redujo a esta, puesto que formó parte de cuatro comisiones.  Antes, Juan XXIII le nombró consultor del Clero.

         Ahí, con una salud frágil,  desplegó su capacidad de trabajo y su prudencia de gobierno. Un Nuncio Apostólico en varios países afirmaría que “jamás se manifestó en aquel complejo contexto como hombre de parte –conservador ni progresista- sino como hombre de fe y de Iglesia, admirado por unos y por otros. Los proyectos iban y volvían del aula con sugerencias diversas que debían recogerse adecuadamente en un corto tiempo. En toda esta tarea, don Álvaro siempre supo crear un clima amable en el que imperaban la caridad y el espíritu de colaboración, a base de ganarse la simpatía, la estima y la amistad de quienes trataba”, lo mismo que sucedió después en la Comisión Pontificia para la revisión del Código de Derecho Canónico. Supo rodear a todos de un ambiente que, según dijeron algunos de ellos, facilitó que algunos padres conciliares se le acercasen pidiendo confesión. El Prelado añadía: la Iglesia “recurrió a su colaboración por su dedicación continua, con muchas energías y trabajo, a una tarea eclesial de tanta importancia como es la formación espiritual y humana del sacerdote".


         El Papa Bueno fallece el 3 de junio de 1963, siendo elegido enseguida Pablo VI, la primera mano amiga –así se expresaba san Josemaría- que se nos tendió en Roma.  El Concilio siguió.  Aquella comisión del clero que había trabajado mucho y bien, recibió el encargo de reducir el texto a diez concisas tesis, tarea a la que se dedicó don Álvaro con un trabajo ímprobo. Cuando se presentó  este escrito, les pareció que un asunto  tan importante para la Iglesia no podía despacharse así. Y rechazó esa idea. Don Álvaro, a pesar de haberlo trabajado él, coincidía con la opinión de los padres y sugirió a Mons. Marty, Arzobispo de Reims, que escribiera una carta a los moderadores  pidiendo árnica. Don Álvaro escribió el borrador que fue aceptado íntegramente. Hay que destacar que, en ausencia del enfermo cardenal Ciriaci, dirigía una comisión integrada por 2 cardenales, 15 arzobispos, 13 obispos y 40 peritos. La propuesta se aceptó y de ahí surgió ese Decreto vital para la Iglesia.

LA IGNORANCIA RELIGIOSA, CAMINO ABREVIADO A LA INCULTURA


Autor: Pablo Cabellos Lorente

         Hoy tengo una medio historia para comenzar. Después de pasar la Semana Santa, he regresado a nuestra ciudad y, antes de acercarme al televisor para recibir la bendición del Papa, he tomado Las Provincias. En la página segunda he encontrado destacada una frase perteneciente a una columna de Opinión. Decía así: un año, se reunirá a cenar toda la familia en Navidad y los niños preguntarán: ¿por qué en diciembre nos vemos más? Esas palabras pertenecen al Jefe de Opinión de la casa, pero a fe mía que no cito a Pablo Salazar para hacerle la pelota, sino porque realmente han atraído mi atención.

         Y la verdad es que venía preparado porque ahora me ha dado por releer libros ya leídos, pero me gustan y extraigo mejor su jugo. Hay otros, en cambio, que jamás volveré a tomar porque tienen menos caldo que un esparto. Bueno, esos, en realidad, no los acabo nunca. Uno de los que vuelvo a repasar es el libro entrevista de Peter Seewald –un alejado de la fe- al entonces cardenal Ratzinger. El cardenal dice en los primeros compases que la fe de los cristianos significa ver en Cristo vivo, hecho carne por nosotros, al Hijo de Dios hecho hombre, y creer en Dios, en la Trinidad de un solo Dios, Creador del cielo y de la tierra; y creer que este Dios que se humilló y –por así decir- se hizo pequeño, vela por nosotros los hombres y forma parte de nuestra historia; y creer también que el espacio donde todo esto se manifiesta es la Iglesia, lugar privilegiado de su expresión. Claro, sin ambages.

         ¿Qué tiene todo esto que ver con las frases de LP? Pienso que mucho. Existe ahora como el prurito de dárselas de ateo, agnóstico o juez de Dios. Quizás son personas de buena voluntad, pero no acaban de percatarse de algo de esto: de que si es parte de nuestra cultura, y lo ignoramos, las procesiones de Semana Santa las pensaremos como un  museo peripatético sin significado alguno; o intentaremos buscar un Dios al que yo pueda decir qué está bien y qué está mal de cuanto hace o permite. Tal vez sin darme cuenta,  me estoy erigiendo yo mismo en Dios. Cabe también una cierta mala intención procedente de no sé qué atavismos, que mezclando política con religión, acarrean ciertas ideologías hacia el lado ateo o anticristiano como algo inexorable.  Podríamos multiplicar las posibilidades. Todas ellas camino abreviado a la incultura.

         ¿Y por qué son ese camino? Todo el manantial de ideas que nutre al mundo occidental procede del judaísmo,  luego del cristianismo que haría suya buena parte de la filosofía griega –la buena filosofía de Platón y Aristóteles, por ejemplo- para anclarse después en el avanzado nivel cultural del pueblo romano, que tendrá su continuación posterior en todos los desarrollos formativos que construyeron Europa, toda América, buena parte de África, todo el mundo colonizado por el Viejo Continente, dando un estilo de vida que nos ha hecho lo que somos, y de lo que ahora se avergüenzan algunos hasta límites pertinazmente ridículos. En la obra citada, Ratzinger afirma que nuestro mundo ha ido fraguando poco a poco una suerte de histeria general sobre las grandes expectativas del futuro.

         Nunca ha habido tantos finales ni tantos comienzos como ahora pero, según hacia donde miremos, nos parecerá que evolucionamos positivamente, mientras que oteando hacia otra parte, se nos ofrece un mundo demencial. La sociedad del bienestar, ávida de consumo, de lujo y placer, convive con una gran carencia de alimentos para subsistir, para gozar de una cierta salud y de educación. Somos el mundo de la Declaración Universal de los Derechos del hombre y, a la vez, el mundo que mira hacia otro lado cuando se masacran miles de cristianos. Es un sarcasmo que fueran a París los mandatarios del Orbe para clamar por la libertad de expresión de una revista que no lo merece –como suena-, aunque el acto terrorista fuera injustificable, mientras que África, Próximo, Medio y Lejano Oriente se desangran en guerras fratricidas o son víctimas del terrorismo más brutal.

         A todo eso podríamos unir la drogadicción, el chabolismo, niños abandonados u obligados a trabajar con edades mínimas, tantas cosas que el Papa Francisco ha descrito como  globalización de la indiferencia. No piensen que me alejo del tema. Todo eso no sucede  precisamente por culpa de Dios, sino de la maldad humana, de utilizar depravadamente el gran don divino  del libre albedrío. ¿Por qué? Lo dice el salmo segundo: ¿por qué se confabulan las gentes y trazan las naciones planes vanos? Abunda el mismo salmista inspirado: todos los reyes convinieron contra Dios y contra su Ungido. Rompamos sus coyundas, tiremos lejos sus ataduras… Sí, cuando no se sabe por qué nos reunimos las familias en diciembre, o se desconoce qué sentido tiene un pintura religiosa de Rembrandt o Velázquez, si se ignora el trasfondo cristiano de la Declaración de los Derechos del Hombre, ya estamos en poder de la incultura por el camino más rápido: el del olvido de Dios.

viernes, 15 de mayo de 2015

Somos libres y Dios respeta esa libertad

Estamos en los últimos días de la Pascua, si los días santos se nos fueron sin haber renovado el espíritu, nunca es tarde. 

Estamos en los últimos días de la Pascua.
Ya los días de la Pasión y la Muerte de Cristo se fueron. Llegó el glorioso Domingo de Resurrección y también se fue.
¿Qué nos ha quedado de todas estas solemnidades? ¡Mucho nos tiene que quedar!. Aunque año tras año se repita el vivir estos días santos con sus acontecimientos históricos, no por eso los vamos a impregnar de rutina o indiferencia.
Si tenemos fe y creemos ¿cómo no amar a quién dio su vida  para darnos el regalo único e inalcanzable por nosotros mismos de una vida eterna y gloriosa?
El hombre tiene un DON, el don del libre albedrío.
Somos libres para seguir o darle la espalda a ese Cristo que nos vino a traer la enseñanza de un camino seguro de Verdad y de Amor. Pero aunque dio su vida por nosotros no nos vino a forzar y nos deja en plena libertad de escoger. A si nos dice Martín Descalzo, citando a Evely:  Jesús no se impone, aunque se proponga siempre a si mismo. El nos deja libres. ¡Nada resulta tan fácil como  obrar cual si no le hubiésemos encontrado, como si no le hubiésemos conocido!. Dios se humilla. Dios está en medio de nosotros como uno que sirve. Dios se propone... Dios es un compañero fiel y, en cierto aspecto, silencioso. Resulta fácil tapar su voz. Todos nosotros tenemos el terrible poder de obligar a Dios a callarse.
Lo podemos callar con muchas cosas. La música estridente del  mundo del consumismo, del tener, del poder, de la ambición, de los placeres, del vicio, de la corrupción.
Pero no solo con estas cosas que suenan tan fuertes, sino de otras más tenues, más sutiles que nos parecen que si nos van a dejar oír la voz de Dios, pero que la enmudecen totalmente:  la tibieza, la desidia, la flojera, la frialdad, los respetos humanos, el descuido para todas las cosas del espíritu, el no buscar con afán conocerlo más profundamente para saber amar a ese Dios del que provenimos y al que tarde o temprano veremos un día cara a cara.
Somos libres y Dios respeta esa libertad que maneja nuestra voluntad. Sabe cómo somos, nos conoce... También sabe que nos acechan enemigos poderosos en el paso por la vida: el Maligno no descansa. El lo sabe muy bien porque hasta a Él, para ser igual a nosotros, fue tentado y por eso precisamente no nos deja solos…
Nos dio al Espíritu Santo para ayudarnos, tenemos la oración, el Sacramento de la Reconciliación y la Eucaristía, ¿qué mayores fuerzas o apoyos queremos para vencer?
Si los días santos, con el bullicio de las vacaciones se nos fueron sin haber sentido la renovación del espíritu, nunca es tarde.
Atemos nuestra LIBERTAD  A UN DESEO.
Empecemos hoy.  Dios nos llama, Dios nos ama y nos espera siempre.

Por: Ma Esther de Ariño

jueves, 14 de mayo de 2015

Contra la tibieza, Eucaristía

Porque la tibieza lleva al alma a la rutina, a la indiferencia, a la frialdad, al apartamiento de las cosas de Dios. 

Nos asusta el avance del ateísmo y de la indiferencia religiosa en el mundo. Pero nos debería asustar igual o más ver cómo la tibieza anida en tantos corazones cristianos.

Porque la tibieza lleva al alma a la rutina, a la indiferencia, a la frialdad, al apartamiento de las cosas de Dios.

Porque la tibieza arruina a los jóvenes, los acerca al pecado, los aleja de los sacramentos, los empequeñece en su formación católica.

Porque la tibieza lleva a los esposos a descuidar los gestos de cariño, a no rezar en la mañana o en la noche, a no ir a misa los domingos, a no confesarse más que una vez al año (o incluso más tarde), a usar anticonceptivos con excusas vanas y contra lo que enseña la Iglesia, a no tener aquellos hijos que podrían recibir amorosamente como regalo de Dios.

Porque la tibieza lleva a los trabajadores al mínimo esfuerzo, a pequeñas trampas y robos “insignificantes”, a la mentira, a crearse certificados falsos para no ir a la oficina, a arrojar palabras de crítica para que otro “baje” y uno pueda ascender.

Porque la tibieza lleva a los mismos consagrados, a los religiosos, a los sacerdotes, a pensar más en sí mismos que en las almas que tienen encomendadas, a buscar el menor esfuerzo, a rehuir los trabajos difíciles, a evitarse problemas y “enemigos” al precio de no enseñar a los hombres la belleza y la exigencia del Evangelio.

Pero la tibieza se rompe si nos acercamos al fuego, si dejamos a Dios el primer lugar en la propia vida, si tomamos la Palabra divina y la aplicamos en serio, si estudiamos (para vivirlas) las enseñanzas de la Iglesia.

La tibieza queda herida de muerte, sobre todo, si nos acercamos a la Eucaristía. Si hacemos de la Misa dominical el centro de toda la semana. Si buscamos momentos para visitar, en una iglesia, a Jesucristo presente en el Tabernáculo.

La tibieza retrocede, incluso se apaga, ante la compañía del Cordero, que da su Cuerpo, que da su Sangre, que lava, que cura, que anima, que corrige, que enseña, que susurra al corazón palabras llenas de Amor pleno.

Valen, para romper el cerco de la tibieza, las palabras sinceras y exigentes que Dios dirigió a la Iglesia de Laodicea:

“Conozco tu conducta: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Ahora bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca.

Tú dices: «Soy rico; me he enriquecido; nada me falta». Y no te das cuenta de que eres un desgraciado, digno de compasión, pobre, ciego y desnudo.

Te aconsejo que me compres oro acrisolado al fuego para que te enriquezcas, vestidos blancos para que te cubras, y no quede al descubierto la vergüenza de tu desnudez, y un colirio para que te des en los ojos y recobres la vista.

Yo, a los que amo, los reprendo y corrijo. Sé, pues, ferviente y arrepiéntete. Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo.

Al vencedor le concederé sentarse conmigo en mi trono, como yo también vencí y me senté con mi Padre en su trono. El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias” (Ap 3,15-22).


Por: P. Fernando Pascual LC

miércoles, 13 de mayo de 2015

Como un niño, tuyo soy!

María, madre, hijo
Pequeña en su humildad como una simple y buena mamá, y gigante por el lugar en el que está. 


Seguimos en el mes de María y al ver a la Virgen pensé: ¡Qué hermosa es mi Madre!. Nunca podrá existir otra como Ella, tan hermosa y delicada, pero tan fuerte también. Ustedes saben, Ella no deja de pensar en mi, nunca se aleja de mi. Sus sonrisas y sus lágrimas son un reflejo de lo que me ocurre, porque Ella, Mi Madre, nunca deja de preocuparse por mi. Por eso digo, ¡que hermosa es mi Madre!.

Qué pequeña y qué gigante es, a la vez. Pequeña en su humildad como una simple y buena mamá, y gigante por el lugar en el que está, allá bien alto, en el Cielo. ¡Y es mi Madre!. Cuando necesito su cercanía, su abrazo, la busco pequeña, a mi Mamá amiga. Y cuando necesito su ayuda, su apoyo, la busco grande, protectora. Pero Ella siempre es la misma, mi Mamá.

Y nunca está sola, nunca lo está. Ella siempre tiene a sus ángeles cerca, también mi ángel gusta de estar con Ella. Ellos la llaman Reina, Reina de los ángeles. Es que mi Madre necesita ayuda, y los ángeles son felices al estar a su lado, socorriéndome cuando Ella quiere que su hijo esté a salvo. ¡Que felices somos todos cuando las cosas alegran a Mamá!.

Pero mi Madre llora, si que llora. Y lo hace cuando yo no hago lo que se supone que un hijo de semejante Madre debe hacer. ¡Y cómo me duele cuando me doy vuelta, y la veo llorar!. No hay dolor más grande que el de hacer llorar a mi Madre. Por eso trato, si trato, de no hacerla llorar. ¡Pero muchas veces no lo logro!. Ustedes quizás no puedan comprender lo que se siente, porque es algo que duele hondo, en el corazón.

¡Que Corazón, el de mi Madre!. No existe otro igual en ninguna otra mujer que haya existido o existirá jamás. Es que Ella fue hecha única, para una misión muy especial ¿saben?. Por eso mi Madre es incomparable, se los aseguro, absolutamente irrepetible. Su Corazón es inmenso, más grande que el mundo, tan grande que podríamos poner en él a toda la humanidad pasada, presente y futura. Claro, si los hombres y mujeres, todos nosotros, quisiéramos entrar allí.

¡Qué hermoso refugio es el Corazón de mi Madre!. Cuando me siento perdido, asustado ante lo difícil que es vivir aquí, me oculto como un niño pequeño en Su Corazón y le digo: Mamá, protégeme, ayúdame, guía mi vida. Y si quiero espiar lo que ocurre afuera, me oculto debajo de Su Manto, donde verdaderamente si que no me puede ocurrir nada malo, siempre que no salga de allí.

Como verán, mi Madre es lo más maravilloso que hay, se los aseguro. No crean que exagero, no hay modo de exagerar cuando se habla de las virtudes de Mi Madre. ¿Y saben por qué?. Porque me lo asegura mi Hermano Mayor, el Mayor de todos. El fue el primer Hijo de Mi Madre, y El si que sabe todo. El conoce el mundo como realmente es, y siempre me dice que como Mamá, no hay ninguna.

¡Mi Hermano!. Ahora que se los nombro, yo no lo conocía mucho, pero Mamá, además de todo lo demás que hizo por mi, me lo presentó, y me hizo también su amigo. Y la verdad es que ahora mi Hermano se ha transformado en el centro de mi vida. Dice mi Hermano que si no fuera por El, yo no tendría a mi Madre, y debe tener razón, porque mi Hermano nunca, pero nunca, se equivoca.

¡Ah!, no les dije como se llama. Se llama María, si, María. Suena como música, como campanadas, como agua que corre. María es el nombre de mi Madre. Ella me espera, dice que un día vamos a estar juntos para siempre, porque Ella me llevará a la casa de mi Hermano. ¿Saben algo?. Mi Madre dice que El es Rey, ¡el Rey!, y que en Su Casa estaremos todos juntos un día, junto a todos los demás hijos que Mamá tiene, que según me cuenta Ella, son muchísimos. Creo que desde el primer día, mi Madre sólo quiso llevarme a El, al Rey.

Una pregunta, ¿no serás tú también otro de mis hermanos?.


Por: Oscar Schmidt | Fuente: www.reinadelcielo.org

martes, 12 de mayo de 2015

Jesús y su Padre...¡nuestro Padre!

Dios es Padre y está siempre presente, camina con nosotros y está muy dentro de nosotros. Él da sentido a nuestra existencia. 

Se cuenta que el hijo de un rey de Francia, en edad joven, fue reprendido por su educador con palabras severas. El pequeño era consciente de su dignidad y protestó: “No te atreverías a hablarme así si te dieras cuenta que soy el hijo de tu rey”. Pero el educador no se inmutó: “Y tú no tendrías el valor de protestar si te dieras cuenta de que yo soy hijo de tu Dios y de que lo llamo cada día “Padre Nuestro”.

Jesús nos reveló cómo es el corazón de Dios, él es nuestro Padre. Jesús recorría toda Galilea, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Y lo siguió una gran muchedumbre de Galilea, Decápolis, Jerusalén y Judea, y del otro lado del Jordán (Mt 4,23-25).

Jesús es hijo de un tiempo y de un pueblo y así hereda toda la rica tradición de la fe de Israel quien considera a Dios, sobre todo, como el Señor, el Todopoderoso. Jesús nos presenta una imagen de Dios mucho más cercano, es, sobre todo, Padre y así lo invoca.

Dios es un padre bueno y amoroso para con todos los seres humanos, especialmente para con los ingratos y malos, los desorientados, los abatidos y deprimidos. Él hace salir el sol para todos, el que sabe amar y perdonar, el que corre detrás de la oveja descarriada, espera ansioso la vuelta del hijo que se fue de casa y encuentra gran alegría al encontrar lo que se había perdido. Dios se alegra más con la conversión de un pecador que con noventa y nueve justos que no tienen necesidad de convertirse.
El Dios de Jesús es el Dios que ama y perdona. Que es paciente y quiere la salvación de todos; es el que le interesa la vida de cada uno; el que no oprime, sino que libera; que no condena, sino que salva; que no castiga, sino que perdona; el que ama la vida. Es el Dios de vivos, de la esperanza y del futuro.

¿Cómo es el corazón de Dios? Jesús lo describe en la parábola del Hijo Pródigo. Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte que me toca de la fortuna… “porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado”. Y comenzaron la fiesta… (Lc 15,11-32).

El protagonista de esta parábola no es el hijo, es el corazón del Padre, con un amor incondicional, incluso, parece demasiado bueno, que respeta la decisión alocada del hijo, que huye en busca de placeres sin saber qué rumbo tomar. Calla y les deja hacer. “Y el Padre les repartió la hacienda” (Lc 15,12). Podemos olvidarnos de Dios, pero él jamás se olvida de nosotros. Dios nunca nos abandona, por mucho que corramos. Él va siguiendo nuestros pasos. Un hijo puede olvidarse de su madre, pero la madre no se olvidará nunca de su hijo; pues aunque ésta se olvidará, Dios no se olvidará (Is 49,15-16). El padre sufría y amaba en silencio.

El padre no abandonó a su hijo, aunque se quedó en casa, su corazón seguía palpitando con él, pues el amor no se puede encerrar en unas paredes y no sabe de distancias. El padre ve al hijo desde lejos y siempre está dispuesto al encuentro. El padre esperaba con amor la vuelta del hijo.

“Dios lo perdona todo, porque lo comprende todo”, dice un viejo adagio, por eso también lo olvida todo. Oseas y los profetas posteriores a él nos hablan de Dios como de un esposo lleno de paciencia y de ternura, siempre dispuesto a acoger y a perdonar la infidelidad y a amar gratuitamente (Os 14,5). En la historia de la salvación se nos ha manifestado el amor, la paciencia, la fidelidad de un Dios que nos ama sin medida. Dios es padre y madre y nos ama con ternura, es como un padre tierno para los fieles (Sal 103,13). Dios perdona y le gusta perdonar. “¿Qué Dios hay como tú, que perdone el pecado y absuelva el resto de tu heredad?” (Mi 7,18-20).

En el Antiguo Testamento aparece, algunas veces, la palabra "Padre" referida a Dios. Y cuando los judíos la usaron, fue siempre en un clima de sumo respeto y majestad, añadiéndole títulos divinos ostentosos. Abbá era la palabra familiar que los niños judíos empleaban para dirigirse a sus padres.

Jesús siente en su vida la presencia amorosa de Dios y su alimento es hacer su voluntad; a Dios le llama Padre, y, según parece, lo hacía usando la palabra aramea "abbá"; 170 veces ponen los evangelios esta expresión en labios de Jesús. A todos invita a creer en este Dios, para el que "todo es posible" (Mc 10,27). El Nuevo Testamento conserva la palabra aramea (abbá) para subrayar el hecho insólito del atrevimiento de Jesús (Rm 8,15; Ga 4,6-7). La invocación "Abbá" tiene, pues, un valor primordial, que ilumina toda la vida de Jesús. Todo en él es consecuencia de esta actitud de fe. Jesús deposita en su Padre toda la confianza posible. Digna es de destacar la escena en la que Jesús "con la alegría del Espíritu Santo", bendice al Padre porque se ha “revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, bendito seas, por haberte parecido eso bien” (Lc 10,21). Gracias da al Padre en la resurrección de Lázaro, por haberle escuchado (Jn 11,42). Llenos de confianza están los ruegos de la oración sacerdotal, la noche de su prisión. Pide al Padre protección para los que les ha confiado, para que sean todos uno y que el amor del Padre esté con ellos (Jn 17,1-5).

La oración del huerto es narrada por todos los evangelistas (Mt 26,39.42; Lc 22,42; Jn 12,27-29). Marcos se siente obligado a mantener en su escrito la misma palabra aramea usada por Jesús: "¡Abbá! ¡Padre!: todo es posible para ti, aparta de mí este trago, pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú" (14,36). Jesús se atreve a pedirle verse libre del trance de la pasión (Mt 16,21; Mc 8,31; Lc 9,22; 17,25). Afirma su sumisión a la voluntad del Padre, pero dando muestras de que él desearía verse libre del dolor. Momentos antes de su muerte también se dirige al Padre pidiendo el perdón de sus verdugos. Y encomienda su espíritu en manos de su Abbá (Lc 23,46), pero no deja deja de preguntarle las causas de su aparente abandono (Mc 15,34).

Jesús no sólo hablaba del Padre, sino que vivía enteramente como hijo: con confianza plena, obediencia total, agradecimiento y piedad. “Te doy gracias, Padre”, rezaba lleno de emoción y alegría. En la casa de mi Padre, Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Lo que Tú quieras. Si es posible, Padre… Jesús hablaba siempre con emoción del Padre (Jn 20,17):

• De las manos del Padre, fuertes y acogedoras, que crean y sacan del abismo ( Jn 10,29; Lc 23,46)
• De la mirada del Padre, que ve en lo secreto ( Mt 6,4.6)
• De Las palabras del Padre, que son explicaciones de la Palabra ( Jn 8,35; 12,49-50; 14,24…)
• Del trabajo y las obras del Padre, que siempre son de amor ( Jn 5,17. 19-20)
• De la voluntad del Padre, que es su alimento ( Jn 4,34; Mt 6,9; 26,42…)
• Del amor del Padre, que es inmenso y misericordioso (Lc 15,11-32)
• De la gloria del Padre, que es el Espíritu (Jn 17,5).

Dios es amor, Padre y está siempre presente, camina con nosotros y está muy dentro de nosotros. Él da sentido a nuestra existencia.

Esto lo explica muy bien la siguiente anécdota.
Preguntaba una profesora a sus alumnos que cómo sabían que Dios existe, si nunca lo habían visto.

Un niño muy tímido, levantó la mano y dijo:
- Mi madre me dijo que Dios es como el azúcar en mi leche que ella
prepara todas las mañanas. Yo no veo el azúcar que está dentro de la taza en medio de la leche, pero si ella me lo saca, queda sin sabor. Dios existe, y está siempre en el medio de nosotros, solo que no lo vemos. Pero si él no está, nuestra vida queda sin sabor.


Por: P. Eusebio Gómez Navarro

lunes, 11 de mayo de 2015

BUENO ES SABER QUIÉN ES QUIÉN A LA HORA DE VOTAR


Autor: Pablo Cabellos Llorente

         El título no es mío, sino de un amigo que me envió por WhasApp la fotografía de una pregunta y la respuesta de Albert Rivera en declaraciones a un periódico barcelonés. Ciudadanos estaba siendo un partido con un mensaje positivo, aunque fuera huyendo de los temas conflictivos relacionados con la familia, sexualidad, aborto, educación, etc. Ha hecho más hincapié en su programa económico, en  la corrupción, etc. Pero el pasado 22 de abril se  destapaba en uno de esos asuntos silenciados. Interrogación: ¿Deben seguir recibiendo subvenciones las escuelas que segregan a los alumnos por sexo? Ya la pregunta se hace de modo torticero a base de emplear la palabra segregan,  siempre teñida en negativo. La educación diferenciada es una opción más, cuya esencia es el respeto a la diferencia y no la segregación.

         La respuesta es clara en la primera palabra: “No. Respeto mucho quien confíe en otros medios para educar a sus hijos, pero que lo pague cada uno. La educación es un servicio público, la que pagamos todos, debe reflejar el modelo de sociedad, en la que todos vivimos conjuntamente”. Es decir, esa sociedad no puede ser plural, todos hemos de pagar el modelo que dicte el señor Rivera que, por otro lado, no se sabe si es el estatal, concertado o privado de otro tipo. No es baladí la cuestión porque acarrea asuntos de bastante calado. ¿Entiende Rivera la libertad seriamente? ¿la admite para todos en las mismas condiciones? Mire, donde no hay libertad escolar, sencillamente no hay libertad. ¿Se percata de que la familia que adopte la  educación diferenciada pagaría dos veces?: en los impuestos, como todos, y en el colegio que haya elegido y que usted no sufragaría. ¿Se dará cuenta el señor Rivera de que no argumenta nada?

         Habla de un modelo de sociedad en el que todos vivimos conjuntamente. No se sabe muy bien qué quiere decir, porque se puede vivir así por mera yuxtaposición, teniendo ideales similares, sabiendo convivir por encima de las diferencias o por imposición totalitaria. La libertad es hermosa y hay que cuidarla. Podríamos hablar de una ecología de la libertad,  muy necesaria en estos tiempos que cabalgan entre el pensamiento débil  que a nada conduce, salvo a frases biensonantes, o un larvado estatismo de sabor marxistoide que nunca sabrá amar la libertad, porque es una imposición dogmática en ámbitos propios del libre albedrío. En un tiempo en que se protege especialmente la naturaleza –lo que es  estupendo-, se descuida la esencia del hombre,  su libertad. Dan ganas de gritar con Segismundo en “La vida es sueño”: y teniendo yo más alma, ¿tengo menos libertad?

         Declaraciones de este tipo no son una novedad porque, de un modo u otro, esa idea y otras parecidas -que atentan a la libertad consagrada por la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y por la vigente Constitución Española- son rancias. Es más, recuerdan otros tiempos. Por ejemplo, en 1968 perdió el Gobierno de Franco por primera vez una votación en las Cortes desde 1943, cuando Fernando Suárez solicitó, y consiguió, la retirada de la subvención pública a la Universidad de Navarra, tras la sesión más larga de esta Asamblea. Luego sería ministro. Puede observarse que el mundo político no busca sólo la izquierda, sino también  la derecha en su versión más estricta. Quizás lo buscan para rascar votos de uno y otro lado, algo que, de un modo u otro,  lo intentan casi todos.

         En “La libertad posmoderna”, Alejandro Llano ha escrito: El logro de la libertad de sí mismo es una hazaña existencial de envergadura, imposible de alcanzar con las propias fuerzas. Se trata de lograr la propia libertad respecto a nosotros mismos que, en no pocas ocasiones, luchamos por alcanzar metas quizá opuestas a un sentido de la libertad que nos haga más humanos, más personas que no se engañan, que no mienten, que no buscan lo políticamente correcto, que emprenden cada día la apasionante aventura de vivir una libertad lograda. Pero es harto difícil encontrar muchos políticos que apuesten por la libertad, porque la mayoría intenta acomodarnos a la suya, tal vez la que supuestamente agrada a la mayoría de sus posibles votantes. Sea libre cada partido de proponer el programa que desee, pero tiene razón el amigo autor del título: es bueno saber quién es quién a la hora de votar.


         Y ya que estamos ante unas elecciones, puedo añadir elementos que valoro a la hora de emitir mi voto, aún sabiendo que ningún partido reúne todos. Esos valores son: el derecho a la vida del concebido y no nacido, el mismo derecho para los ancianos que han de acabar el curso de su existencia con el cuidado que merecen, la libertad de los padres para elegir –todos en igualdad de condiciones- la escuela que deseen para sus hijos, una sanidad para todos con libertad de gestión pública o privada, la paz, la libertad religiosa y de las conciencias, el cumplimiento de las promesas electorales. En  materias relativas a la vida, el Derecho ha quedado anticuado por los avances de la Biología.