"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

martes, 2 de diciembre de 2014

Los males de la Iglesia son los males de cada uno


Oración de Mons. Javier Martínez, Arzobispo de Granada (España).

Postrados ante el altar, la diócesis de Granada pide perdón por todos los pecados de la Iglesia 
Perdón por nuestros pecados, por nuestras faltas. Y suplicamos también unos de otros la intercesión común para que ese perdón nos sea concedido. La iglesia, por lo tanto, sabe que, desde su origen, desde el origen del mundo y desde el origen de cada uno de nosotros, el pecado nos acompaña, con lo que tiene de herida, con lo que tiene de mal para el hombre. Pero también sabemos que hay un perdón, que hay una misericordia infinita, que hay alguien a quien podemos dirigirnos siempre a quien pedir ese perdón.

A diferencia de una de las protagonistas de la película “Las horas” que decía ‘de qué sirve pedir perdón si no hay a quien pedírselo’, nosotros sabemos que hay una misericordia infinita que perdona. A esa misericordia infinita nos encomendamos cada vez que empezamos la Eucaristía. Pero hoy lo vamos a hacer de una manera especial. Dada la herida que hemos vivido en esta semana, yo voy a hacer como se hace al comienzo de la liturgia del Viernes Santo: postrarme ante el Señor antes de rezar el “Yo confieso”. Invito a los sacerdotes que están aquí si quieren acompañarme, y por edad pueden también hacerlo, a postrarnos ante el Altar. Y juntos, con todo el pueblo cristiano que habéis querido uniros a esta celebración, vosotros os ponéis de rodillas, y oramos en silencio unos minutos al Señor, pidiéndole perdón por todos los pecados de la Iglesia, por todos los escándalos que puedan o hayan podido producirse entre nosotros y en cualquier lugar del mundo. Por nuestros propios pecados.
Otro rasgo de la percepción cristiana del pecado es que no hay ningún mal, en ningún lugar, no se hace daño a nadie en ningún lugar sin que este daño sea nuestro, porque somos un único cuerpo: los males de la Iglesia son los males de cada uno. San Pablo decía: quién sufre que yo no sufra con él, quién tiene fiebre que yo no arda. Todos somos miembros los unos de los otros; no hay ningún mal del que nosotros podamos decir ‘no tiene que ver conmigo’. No: todos tienen que ver.
Por tanto, todos vamos a orar juntos. Por las veces que todos nosotros no hemos transparentado suficientemente el Rostro de Cristo, el amor de Cristo por cada hombre, por todas las veces que cualquiera de nosotros o cualquiera del cuerpo de Cristo, y especialmente entre los pastores, podamos haber hecho daño a alguien, de cualquier forma, de cualquier modo que sea.
Vamos a orar juntos en silencio pidiéndole al Señor perdón por todas esas faltas. Yo lo pido de una manera especial, como pastor, se lo pido en nombre de la Iglesia. Le pido al Señor que perdone, que ayude, que sostenga a todos aquellos que han sido escandalizados en cualquier momento por la conducta de la Iglesia, y especialmente por la conducta de los pastores. Yo voy a bajar, vosotros os ponéis de rodillas, los que queráis y los que podáis, y vamos a orar en silencio, unos minutos, para arrancarle al Señor la gracia, y también la conversión. También de forma que nosotros podamos mostrar al mundo la belleza del amor infinito de Cristo por cada persona humana, y especialmente por los más frágiles, por los más débiles, por los más necesitados.

Por: Mons. Javier Martínez, Arzobispo de Granada | Fuente: www.agenciasic.com

lunes, 1 de diciembre de 2014

Ideas para vivir el Adviento

Esta es una época del año en la que estamos “bombardeados” por la publicidad, todo esto puede llegar a hacer que nos olvidemos del verdadero sentido del Adviento.

La palabra latina "adventus" significa “venida”. En el lenguaje cristiano se refiere a la venida de Jesucristo. La liturgia de la Iglesia da el nombre de Adviento a las cuatro semanas que preceden a la Navidad, como una oportunidad para prepararnos en la esperanza y en el arrepentimiento para la llegada del Señor.

Durante el tiempo de Adviento se puede escoger alguna de las opciones que presentamos a continuación para vivir cada día del Adviento y llegar a la Navidad con un corazón lleno de amor al niño Dios.

1.Pesebre y pajas:

En esta actividad se va a preparar un pesebre para el Niño Dios el día de su nacimiento. El pesebre se elaborará de paja para que al nacer el niño Dios no tenga frío y la paja le dé el calor que necesita. Con las obras buenas de cada uno de los niños, se va a ir preparando el pesebre. Por cada buena obra que hagan los niños, se pone una pajita en el pesebre hasta el día de la celebración del nacimiento de Cristo.

2.Vitral del Nacimiento:

En algún dibujo en el que se represente el Nacimiento se puede ir coloreando alguna parte de éste, cada vez que lleven a cabo una obra buena, para irlo completando para la Navidad.

3.Calendario Tradicional de Adviento:

En esta actividad se trata de hacer un calendario de Adviento en donde marquen los días del Adviento y escribir sus propósitos a cumplir. Pueden dibujar en la cartulina el día de Navidad con la escena del nacimiento de Jesús. Diario revisarán los propósitos para ir preparando su corazón a la Navidad. Este calendario lo podrán llevar a la Iglesia el día de Navidad si así lo desean.

Se sugieren los siguientes propósitos:

1. Ayudaré en casa en aquello que más me cueste trabajo.
2. Rezaré en familia por la paz del mundo.
3. Ofreceré mi día por los niños que no tienen papás ni una casa donde vivir.
4. Obedeceré a mis papás y maestros con alegría.
5. Compartiré mi almuerzo con una sonrisa a quien le haga falta.
6. Hoy cumpliré con toda mi tarea sin quejarme.
7. Ayudaré a mis hermanos en algo que necesiten.
8. Ofreceré un sacrificio por los sacerdotes.
9. Rezaré por el Papa.
10. Daré gracias a Dios por todo lo que me ha dado.
11. Llevaré a cabo un sacrificio.
12. Leeré algún pasaje del Evangelio.
13. Ofreceré una comunión espiritual a Jesús por los que no lo aman.
14. Daré un juguete o una ropa a un niño que no lo tenga.
15. No comeré entre comidas.
16. En lugar de ver la televisión ayudaré a mi mamá en lo que necesite.
17. Imitaré a Jesús en su perdón cuando alguien me moleste.
18. Pediré por los que tienen hambre y no comeré dulces.
19. Rezaré un Ave María para demostrarle a la Virgen cuanto la amo.
20. Hoy no pelearé con mis hermanos.
21. Saludaré con cariño a toda persona que me encuentre.
22. Hoy pediré a la Santísima virgen por mi país.
23. Leeré el nacimiento de Jesús en el Evangelio de S. Lucas 2, 1-20.
24. Abriré mi corazón a Jesús para que nazca en él.

4.- Novena de Navidad 

Esta es una época del año en la que vamos a estar “bombardeados” por la publicidad para comprar todo tipo de cosas, vamos a estar invitados a muchas fiestas. Todo esto puede llegar a hacer que nos olvidemos del verdadero sentido del Adviento. Esforcémonos por vivir este tiempo litúrgico con profundidad, con el sentido cristiano.
De esta forma viviremos la Navidad del Señor ocupados del Señor de la Navidad.

Por: Tere Vallés

domingo, 30 de noviembre de 2014

Andrés, el que acercaba a otros a Cristo

Es el instrumento de encuentro de los hombres con Cristo y que llena de gozo el Corazón del mismo Jesús. 


Celebramos el día del apóstol San Andrés, meditaremos hoy acerca de este gran apóstol.

El Apóstol Andrés es un hombre sencillo, tal vez también pescador como su hermano Simón, buscador de la verdad y por ello lo encontramos junto a Juan el Bautista. No importa de dónde viene ni qué preparación tiene. Parece, por lo que conocemos de él en el Evangelio, que entre otras muchas cosas algo que va a hacer es convertirse en un anunciador de Cristo a otros.

He ahí el Cordero de Dios (Jn 1,36). Estando Andrés junto a Juan el Bautista escucha de él estas palabras. De repente se siente inquieto por ellas y se va con Juan tras Jesús. Él les pregunta: ¿Qué buscáis?, a lo que ellos le dicen: ¿Dónde vives?. Jesús entonces les dice: "Venid y lo veréis". Ellos fueron con Jesús y se quedaron con Él aquel día. Ha sido Juan el Bautista quien les ha enseñado a Cristo, y antes que nada Andrés ha querido hacer personalmente la experiencia de Cristo. Estando junto a él ha descubierto dos cosas: que Cristo es el Mesías, la esperanza del mundo, el tesoro que Dios ha regalado a la humanidad, y también que Cristo no puede ser un bien personal, pues no puede caber en el corazón de una persona. A partir de ahí, la vida de Andrés se va a convertir en anunciadora de Dios para los demás hasta morir mártir de su fe en Cristo.

Hemos encontrado al Mesías (Jn 1,41). La primera acción de Andrés, tras haber experimentado a Cristo, es la de ir a anunciar a su hermano Simón Pedro tan fausta noticia. Simón Pedro le cree y Andrés le lleva con el Maestro. Hermosa acción la de compartir el bien encontrado. Andrés no se queda con la satisfacción de haber experimentado a Cristo. Bien sabe que aquel don de Dios, a través de Juan el Bautista que le señaló al Cordero de Dios, hay que regalarlo a otros, como su Maestro Juan el Bautista hizo con él. Queda claro así que en los planes de Dios son unos (tal vez llamados en primer lugar) quienes están puestos para acercar a otros a la luz de la fe y de la verdad. ¡Gran generosidad la de Andrés que le convierte en el primer apóstol, es decir, mensajero, de Cristo, y además para un hermano suyo!

Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús (Jn 12,20). Se refieren estas palabras a una escena en la que unos griegos, venidos a la fiesta, se acercaron a los Apóstoles con la petición de ver a Jesús. Andrés es uno de los dos Apóstoles que se convierte en instrumento del encuentro de aquellos hombres con Cristo, encuentro que llena de gozo el Corazón del mismo Jesús. ¿Puede haber labor más bella en esta vida que acercar a los demás a Dios, se trate de personas cercanas, de seres desconocidos, de amigos de trabajo o compañeros de juego? Sin duda en la eternidad se nos reconocerá mucho mejor que en esta vida todo lo que en este sentido hayamos hecho por los otros. Toda otra labor en esta vida es buena cuando se está colaborando a desarrollar el plan de Dios, pero ninguna alcanza la nobleza, la dignidad y la grandeza de ésta.

El Apóstol Andrés se erige así, desde su humildad y sencillez, en una lección de vida para nosotros, hombres de este siglo, padres de familia preocupados por el futuro de nuestros hijos, profesionales inquietos por el devenir del mundo y de la sociedad, miembros de tantas organizaciones que buscan la mejoría de tantas cosas que no funcionan. A nosotros, hombres cristianos y creyentes, se nos anuncia que debemos ser evangelizadores, portadores de la Buena Nueva del Evangelio, testigos de Cristo entre nuestros semejantes. Vamos a repasar algunos aspectos de lo que significa para nosotros ser testigos del Evangelio y de Cristo.

En primer lugar, tenemos que forjar la conciencia de que, entre nuestras muchas responsabilidades, como padres, hombres de empresa, obreros, miembros de una sociedad que nos necesita, lo más importante y sano es la preocupación que nos debe acompañar en todo momento por el bien espiritual de las personas que nos rodean, especialmente cuando se trata además de personas que dependen de nosotros. Constituye un espectáculo triste el ver a tantos padres de familia preocupados únicamente del bien material de sus hijos, el ver a tantos empresarios que se olvidan del bienestar espiritual de sus equipos de trabajo, el ver a tantos seres humanos ocupados y preocupados solo del futuro material del planeta, el ver a tantos hombres vivir de espaldas a la realidad más trascendente: la salvación de los demás.

El hombre cristiano y creyente debe además vivir este objetivo con inteligencia y decisión, comprometiéndose en el apostolado cristiano, cuyo objetivo es no solamente proporcionar bienes a los hombres, sino sobre todo, acercarlos a Dios. Es necesario para ello convencerse de que hay hambres más terribles y crueles que la física o material, y es la ausencia de Dios en la vida. El verdadero apostolado cristiano no reside en levantar escuelas, en llevar alimentos a los pobres, en organizar colectas de solidaridad para las desgracias del Tercer Mundo, en sentir compasión por los afligidos por las catástrofes, solamente. El verdadero apostolado se realiza en la medida en que toda acción, cualquiera que sea su naturaleza, se transforma en camino para enseñar incluso a quienes están podridos de bienes materiales que Dios es lo único que puede colmar el corazón humano. ¿De qué le vale a un padre de familia asegurar el bien material de sus hijos si no se preocupa del bien espiritual, que es el verdadero?

Hay un tema en la formación espiritual del hombre a tener en cuenta en relación con este objetivo. Hay que saber vencer el respeto humano, una forma de orgullo o de inseguridad como se quiera llamarle, y que muchas veces atenaza al espíritu impidiéndole compartir los bienes espirituales que se poseen. El respeto humano puede conducirnos a fingir la fe o al menos a no dar testimonio de ella, a inhibirnos ante ciertos grupos humanos de los que pensamos que no tienen interés por nuestros valores, a nunca hablar de Cristo con naturalidad y sencillez ante los demás, incluso quienes conviven con nosotros, a evitar dar explicaciones de las cosas que hacemos, cuando estas cosas se refieren a Dios. En fin, el respeto humano nunca es bueno y echa sobre nosotros una grave responsabilidad: la de vivir una fe sin entusiasmo, sin convencimiento, sin ilusión, porque a lo mejor pensamos eso de que Dios, Cristo, la fe, la Iglesia no son para tanto.


Autor: P. Juan J. Ferrán

sábado, 29 de noviembre de 2014

De máquinas, de personas y de sueños

Estamos en busca del Dios cercano. Buscamos una fraternidad que, en medio de los sufrimientos, sostiene al otro y así ayuda a seguir adelante

Hace pocos días me he encontrado con una de esas películas no tan recientes, que muchos no conocen. Como escribió el crítico de cine Rogert Ebert sobre “La invención de Hugo” (Hugo, M. Scorsese, 2011), es un film en 3D, fruto de que un gran artista –su director– haya podido disponer de todos los instrumentos y recursos necesarios para hacer una película acerca de las películas. Y a la vez, una fábula fascinante para (algunos, no todos) niños, como prueba del corazón que el artista ha puesto en su obra.
(Ver tráiler).

    En efecto, se trata de un relato amable y sugerente, en parte histórico y en parte autobiográfico, casi como un cuento que puede hacer las delicias de muchos niños y de muchos otros que sean capaces de mirar como ellos; especialmente si son amantes del arte y del cine, de la música y de la fotografía, de los libros y de las historias.


Un niño relojero... y muchas preguntas

    El protagonista es un niño de 12 años, que vive dentro de los engranajes del reloj de la estación ferroviaria de Montmartre, en el Paris de los años treinta. Su padre era un relojero aficionado a los misterios. Murió en un incendio y parece haber dejado a su hijo el encargo de arreglar cosas, y también personas. 

    El espectador se ve cuestionado en muchas direcciones. ¿Es el hombre un autómata que funciona con una llave en forma de corazón, y entonces es capaz de dibujar sueños? ¿Pueden quedar las personas rotas por falta de piezas? ¿Podrán superar la soledad y la tristeza? ¿Qué necesitan para resolver las preguntas más importantes? ¿Es el mundo una máquina en la que todo encaja? ¿A veces te despiertas al borde de una cornisa o colgando de las manillas de un reloj?

    La silla se rompe y echa por el aire sueños que parece que no pueden volver. El café tiene su tiempo, como lo tiene el encuentro con el amor. Y toda buena historia pide ser contada, hoy con imágenes y en movimiento. ¿O acaso no es verdad que “el cine tiene el poder de capturar los sueños”


El lugar de donde proceden los sueños

      Hay que estar atentos cuando por medio de alguien importante se nos dice: “Si alguna vez te has preguntado de donde proceden tus sueños…, mira a tu alrededor. Aquí es donde se fabrican”. No le falta cierta razón, sobre todo si se entiende ese “mirar a tu alrededor” como penetrar en la realidad que nos rodea, el gran teatro y el gran cine que es el mundo mismo.

    “En las máquinas –observa Hugo– nunca sobran piezas, ¿sabes? Tienen el número exacto que necesitan. Por eso pensé que si el mundo entero era una gran máquina, yo no podía sobrar, tenía que estar aquí por alguna razón. Y eso significa que tú estás también por alguna razón”[1].

 
* * *

El mundo como máquina, ¿el hombre máquina?

    El mundo moderno nos ha traído la ciencia y con ella el progreso tecnológico, que tanto nos ayuda. Pero a la vez, la modernidad, a partir de los siglos XVI y XVII desarrolló la idea de que el mundo era lo más parecido a una máquina, sobre todo por obra de pensadores como Leibnitz y Newton. El mundo podía ser dominado por medio de la técnica, ya que podía ser interpretado completamente como un sistema mecánico. En la religión esto originó el Deísmo, es decir, la idea de Dios simplemente como autor de ese sistema mecánico. Algo así como un relojero que lo había construido y luego se había desentendido de él.

     Se pensaba que el análisis matemático podía explicar, y, por tanto, cambiar el mundo. Influido por estas ideas, Leibnitz pretendía aplicar las proposiciones lógicas y matemáticas al terreno metafísico y teológico. Esto lo asumió La Mettrie para defender que el hombre no era más que una complicada máquina material (“El hombre máquina”, 1748), proponiendo una ética de tipo hedonista. Spinoza había intentado una “Ética demostrada de modo geométrico” (1677).


El hombre como "sistema libre"

     En cambio, según Leonardo Polo el hombre es un sistema libre, es decir, un sistema independiente del medio, que incluso puede incidir en ese medio con rasgos únicos, por lo que es susceptible de experiencia, es decir de formas de comportarse acumulables e innovadoras. Además, esto no se realiza solamente en un individuo, sino también en una comunidad de sistemas libres, que puede ser a su vez un sistema libre y un sujeto de experiencia. Resulta ser así,personalmente, capaz de virtudes o de vicios, como también las sociedades son capaces de mejorar o empeorar.

    Por todo ello ninguna teoría de los sistemas es incapaz de dar cuenta cabalmente de cómo es el hombre. Sólo la ética –con sus tres dimensiones: bienes, virtudes y normas– es capaz de observar al hombre como sistema abierto con alternativas de libertad, o sea, como sistema libre [2]. Por eso el hombre siempre está embarcado en el proyecto de sí mismo, pues siempre puede perfeccionarse[3]. 


El marco trascendental del hombre

    Algo así podemos intuir en el planteamiento de nuestro Hugo. Situado inicialmente en el marco cerrado de la modernidad, consigue salirse de él hacia un horizonte más amplio y pleno, por medio del amor, fortalecido con el recuerdo de la familia y apoyado por la amistad, con la contemplación de la belleza del mundo, y con su trabajo. Y en todo ello interviene, para él y para nosotros, el cine. (Ver una entrevista sobre la película con su director )

    En uno de los momentos más dramáticos de la película, alguien que había sido un gran artista, exclama desconcertado: “¿Qué soy yo? ¡Nada más que (…) un juguete mecánico, roto!”. Tras de él, un crucifijo cuelga discretamente de la pared del dormitorio. 


Un Dios cercano y una fraternidad que nos sostenga

    El 1 de junio de 2012 Benedicto XVI asistió a un breve concierto en el teatro de la Scala de Milán, centro de referencia cultural y musical, con motivo de un encuentro mundial de las familias. Evocó cómo la Scala fue reconstruida y vuelta a abrir en 1946, como signo de esperanza para la recuperación de la vida en la ciudad, tras las destrucciones de la guerra. Aquí estaba ahora el papa Ratzinger , y acababa de escuchar la novena sinfonía de Beethoven, que termina con el célebre“Himno de la alegría”. La letra, compuesta por el poeta romántico Schiller, dice: “Hermanos, más allá de las estrellas, debe habitar un padre amoroso…”

     Pues bien, ante los sufrimientos del mundo, las guerras, los terremotos –hacía un mes se había producido el último, en Sicilia– ese día, después de ponderar la espléndida obra musical y su interpretación, dijo Joseph Ratzinger que podía parecernos fría y discutible la hipótesis de que sobre el cielo estrellado debe habitar un buen padre:

    “No necesitamos un discurso irreal de un Dios lejano y de una fraternidad que no compromete. Estamos en busca del Dios cercano. Buscamos una fraternidad que, en medio de los sufrimientos, sostiene al otro y así ayuda a seguir adelante”.

     Y añadió que los cristianos adoramos “al Dios que sufre con nosotros y por nosotros, y así ha capacitado a los hombres y las mujeres para compartir el sufrimiento de los demás y para transformarlo en amor”.

Por: Ramiro Pellitero | Fuente: http://iglesiaynuevaevangelizacion.blogspot.it

viernes, 28 de noviembre de 2014

¡El domingo ya empieza el Adviento!

Cuatro domingos de Adviento tendrán que pasar para que ya, una vez más, estemos en Navidad... 


Cuatro domingos de Adviento tendrán que pasar para que ya, una vez más, estemos en Navidad...

El próximo domingo será el primero y el advenimiento que vamos a celebrar es la conmemoración de la llegada del Hijo de Dios a la Tierra.

Es tiempo de preparación puesto que siempre que esperamos recibir a una persona importante, nos preparamos.

La Iglesia nos invita a que introduzcamos en nuestro espíritu y en nuestro cotidiano vivir un nuevo aspecto disciplinario para aumentar el deseo ferviente de la venida del Mesías y que su llegada purifique e ilumine este mundo, caótico y deshumanizado, procurando el recogimiento y que sean más abundantes y profundos los tiempos de oración y el ofrecimiento de sacrificios, aunque sean cosas pequeñas y simples, preparando así los Caminos del Señor.

Caminos que llevamos en nuestro interior y que tenemos que luchar para que no se llenen de tinieblas, de ambición, de lujuria, de envidia, de soberbia y de tantas otras debilidades propias de nuestro corazón humano, sino que sean caminos de luz, senderos que nos conduzcan a la cima de la montaña, a la conquista de nuestro propio yo.

Hace unos días celebrábamos el día de Cristo Rey. Cristo es un Rey que no es de este mundo. El reino que El nos vino a enseñar pertenece a los pobres, a los pequeños y también a los pecadores arrepentidos, es decir, a los que lo acogen con corazón humilde y los declara bienaventurados porque de "ellos es el Reino de los Cielos".... y a lo "pequeños" es a quienes el Padre se ha dignado revelar las cosas ocultas a los sabios y a los ricos.

Es preciso entrar en ese Reino y para eso hay que hacerse discípulo de Cristo.

A nosotros no toca ser portadores del mensaje que Jesús vino a traer a la Tierra.

Cristo no vivió su vida para sí mismo, sino para nosotros desde su Encarnación. por "nosotros los hombres y por nuestra salvación hasta su muerte, por nuestros pecados" (1Co 15,3) y en su Resurrección "para nuestra justificación (Rm4,1) "estando siempre vivo para interceder en nuestro favor" (Hb 7,25). Con todo lo que vivió y sufrió por nosotros, de una vez por todas, permanece presente para siempre "ante el acatamiento de Dios en favor nuestro" (Hb 9,24).

Cuatro domingos faltan para que celebremos su llegada. Días y semanas para meditar, menos carreras, menos cansancio del bullicio y ajetreo de compras y compromisos, de banalidades y gastos superfluos... mejor preparar nuestro corazón y tratar de que los demás lo hagan también para el Gran Día del Nacimiento en la Tierra de Dios que se hace hombre.

PREPARÉMOSNOS CON ILUSIÓN Y CON FE.

Autor: Ma Esther De Ariño


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jueves, 27 de noviembre de 2014

AGRADECIMIENTO

Con gran sorpresa, e infinita alegría, llega a mis manos un ejemplar de la revista que publica,  la ASOCIACION DE JUBILADOS, PREJUBILADOS Y PENSIONISTAS DEL BBVA,  y de su delegación de Extremadura.

Me refiero al número 12 de la citada revista publicada como podrán ver en la fotografía que les muestro, en Junio de 2014, es decir después de cuarenta y dos años de la muerte de mi Padre.

Pues como les digo, tras cuarenta y dos años de su muerte, aún hay ALUMNOS, si con mayúsculas, no merecen otra cosa, en los que aún perdura su recuerdo y de una forma tan bonita, tan sentida y yo digo tan verdaderamente cierta, como lo expresa en un artículo, dedicado al Monasterio de Tentudia, que inserta en portada la mencionada revista y que Firma D. Juan Rodríguez Bariego.



Yo quisiera desde estas líneas y como hijo de ese gran Maestro, como el califica a mi Padre, dar mi más sinceras gracias y expresarle mi mayor agradecimiento. Efectivamente mi Padre, fue un gran Esposo, un gran Padre y como él dice un gran Maestro, como tal maestro derramo y sembró sus semillas entre sus alumnos y tuvo la gran suerte, de sembrar en buena tierra y que esa semilla ha dado en este caso, tan maravilloso fruto, como es la persona de D. Juan Rodríguez Bariego, lógicamente no cabe olvidar, que si la semilla fructifico  fue también en gran parte debido al abono que sus padres, dos ejemplares personas pusieron sobre esa semilla.

Me consta que tras ese gran Alumno, hay también un gran amigo, al que reiterándole mi mayor agradecimiento, solo me resta decir, gracias Juan, por ser como eres.
Recibe un gran abrazo.
Manuel Murillo Garcia.

HOY, PARA MUCHOS, YO INCLUIDO, UN GRAN DIA

Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa
Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa
Advocación Mariana, 27 de noviembre

Fuente: Archidiócesis de Madrid




La primera aparición de la Medalla Milagrosa tuvo lugar el domingo 18 de Julio 1830, en París, justo en la capilla de la casa central de las Hijas de la Caridad, a una religiosa llamada Catalina Laboure. El padre Aladel, confesor de la vidente, fue quien insertó el relato en el proceso canónico siete años más tarde.

"A las cinco de la tarde, estando las Hijas de la Caridad haciendo oraciones, la Virgen Santísima se mostró a una hermana en un retablo de forma oval. La Reina de los cielos estaba de pie sobre el globo terráqueo, con vestido blanco y manto azul. Tenía en sus benditas manos unos como diamantes, de los cuales salían, en forma de hacecillos, rayos muy resplandecientes, que caían sobre la tierra... También vio en la parte superior del retablo escritas en caracteres de oro estas palabras: ¡Oh María sin pecado concebida!, rogad por nosotros que recurrimos a Vos. Las cuales palabras formaban un semicírculo que, pasando sobre la cabeza de la Virgen, terminaba a la altura de sus manos virginales. En esto volvióse el retablo, y en su reverso viose la letra M, sobre la cual había una cruz descansando sobre una barra, y debajo los corazones de Jesús y de María... Luego oyó estas palabras: Es preciso acuñar una medalla según este modelo; cuantos la llevaren puesta, teniendo aplicadas indulgencias, y devotamente rezaren esta súplica, alcanzarán especial protección de la madre de Dios. E inmediatamente desapareció la visión".

Esta visión se repitió algunas veces, durante la Misa y durante la oración, siempre en la rue du Bac, de París, cerca de la parada de "Metro" Sèvre-Babylone, detrás de los grandes almacenes "Au Bon Marché" donde está el edificio de las Hijas de la Caridad, en la capilla rectangular y sin estilo definido similar a las miles que existen en las casas religiosas.

¡Oh María sin pecado concebida!, rogad por nosotros que recurrimos a Vos.


miércoles, 26 de noviembre de 2014

Escuchaba con los ojos

Dios se revela en la Palabra que necesita ser escuchada, para que nazca la fe y se dé el cambio en la persona. 


Había oído la expresión hablar con los ojos, pero nunca había visto escuchar con los ojos, si se puede decir así. Y es cierto; lo vi en una misa, en directo, en la catedral de san Agustín.

El P. Rene Robert hablaba a los sordomudos en su lenguaje. Cuando él callaba, Maureen Ann Longo traducía a los presentes. Johnny Mayoral, que hacía de monaguillo, tenía una traductora para él sólo. Al presenciar esta maravilla de comunicación pensé que Dios habla a cada uno acomodándose a nuestro lenguaje.

El Señor se complace en aquellos que escuchan su palabra y los colma de bendiciones (Gn 22,17), da vida al alma (Is 55,1-3) y establece su morada en medio de su pueblo (Lv 26,12). Escuchar a Dios es la fuente de la felicidad y de la vida. Hemos de escuchar a Dios en el momento presente y llevar lo que se escucha a la vida.

Dios nos escucha en silencio y propone el mismo método para escucharle. "Dios es la Palabra y, al mismo tiempo, el gran Oyente, que acoge nuestras palabras dispersas, despeinadas, inquietas, y les va restituyendo su profundidad. Quien se ha ejercitado en oír y escuchar el Silencio es capaz de entender lo que no es dicho", dice Melloni.

Dios habla, se revela, pero hace falta que alguien recoja su palabra lanzada. Dios se revela en la Palabra que necesita ser escuchada, para que nazca la fe y se dé el cambio en la persona. La fe nace de la escucha.

El Señor constantemente suplica a su pueblo que le escuche: "Escucha, Israel" (Dt 6,4). "Escuchad mi voz y yo seré vuestro Dios" (Jr 7,23). "Éste es mi hijo muy amado... Escuchadlo" (Mc 9,7). La escucha es la condición primera y fundamental para el amor de Dios, y es este amor a Dios el mejor fruto que se puede conseguir. Todo el afán de la Sabiduría será llevar al creyente a la escucha.

Escuchar supone abandonarse en fe, esperanza y amor, tener la misma actitud de Abraham, Samuel y María. La escucha requiere confianza en los interlocutores.

Quien es de Dios escucha a Dios (Jn 8,47) y ha de escuchar al pobre, al huérfano y al necesitado (St 5,4). Escuchar la voz del Señor es no endurecer el corazón (Hb 3,7). Quien escucha al Señor encontrará vida en su alma (Is 55,2-3). Todo el que es de Dios escucha sus palabras (Jn 8,47) y las pone en práctica (Mt 7,26). Todo el que pertenece a la verdad escucha su voz (Jn 18,37).

Dios me habla hoy, a mí, en este mismo momento. Él quiere dialogar conmigo. Me ofrece su vida y su amistad.

Quien quiera tener vida deberá alimentarse de todo lo que sale de la boca de Dios, tendrá que escucharlo "hoy" y grabarlo en el corazón.
Autor: P. Eusebio Gómez Navarro



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martes, 25 de noviembre de 2014

El arte de dar lo que no se tiene

Salir de uno mismo
Descubrir que los que nos rodean tienen derecho a vernos sonrientes cuando se acercan a nosotros.
A Gerard Bessiere (Autor de "Jesús, el Dios inesperado") le ha preguntado alguien cómo se las arregla para estar siempre contento. Y Gerard ha confesado cándidamente que eso no es cierto, que también él tiene sus horas de tristeza, de cansancio, de inquietud, de malestar. Y entonces, insisten sus amigos, ¿cómo es que sonríe siempre, que sube y baja las escaleras silbando infallablemente, que su cara y su vida parecen estar siempre iluminadas?. Y Gerard ha confesado humildemente que es que, frente a los problemas que a veces tiene dentro, él "conoce el remedio, aunque no siempre sepa utilizarlo: salir de uno mismo", buscar la alegría donde está (en la mirada de un niño, en un pájaro, en una flor) y, sobre todo, interesarse por los demás, comprender que ellos tienen derecho a verle alegre y entonces entregarles ese fondo sereno que hay en su alma, por debajo de las propias amarguras y dolores. Para descubrir, al hacerlo, que cuando uno quiere dar felicidad a los demás la da, aunque él no la tenga, y que, al darla, también a él le crece, de rebote, en su interior.

Me gustaría que el lector sacara de este párrafo todo el sabroso jugo que tiene. Y que empezara por descubrir algo que muchos olvidan: que ser feliz no es carecer de problemas, sino conseguir que estos problemas, fracasos y dolores no anulen la alegría y serenidad de base del alma. Es decir: la felicidad está en la "base del alma", en esa piedra sólida en la que uno está reconciliado consigo mismo, pleno de la seguridad de que su vida sabe adónde va y para qué sirve, sabiéndose y sintiéndose nacido del amor. Cuando alguien tiene bien construida esa base del alma, todos los dolores y amarguras quedan en la superficie, sin conseguir minar ni resquebrajar la alegría primordial e interior.

Luego está también la alegría exterior y esa depende, sobre todo, del "salir de uno mismo". No puede estar alegre quien se pasa la vida enroscado en sí mismo, dando vueltas y vueltas a las propias heridas y miserias, auto complaciéndose. Lo está, en cambio, quien vive con los ojos bien abiertos a las maravillas del mundo que le rodea: la Naturaleza, los rostros de sus vecinos, el gozo de trabajar.

Y, sobre todo, interesarse sinceramente por los demás. Descubrir que los que nos rodean "tienen derecho" a vernos sonrientes cuando se acercan a nosotros mendigando comprensión y amor.

¿Y cuando no se tiene la menor gana de sonreír? Entonces hay que hacerlo doblemente: porque lo necesitan los demás y lo necesita la pobre criatura que nosotros somos. Porque no hay nada más autocurativo que la sonrisa. "La felicidad -ha escrito alguien- es lo único que se puede dar sin tenerlo". La frase parece disparatada, pero es cierta: cuando uno lucha por dar a los demás la felicidad, ésta empieza a crecernos dentro, vuelve a nosotros de rebote, es una de esas extrañas realidades a las que sólo podemos acercarnos cuando las damos. Y éste puede ser uno de los significados de la frase de Jesús: "Quien pierde su vida, la gana", que traducido a nuestro tema podría expresarse así: "Quien renuncia a chupetear su propia felicidad y se dedica a fabricar la de los demás, terminará encontrando la propia". Por eso sonriendo cuando no se tienen ganas, termina uno siempre con muchísimas ganas de sonreír.


Por: José Luis Martín Descalzo | Fuente: Razones desde la otra orilla

lunes, 24 de noviembre de 2014

El comportamiento en Misa

Respeto, solemnidad y gozo
Así como decimos que el rostro es el espejo del alma, podemos decir también que la actitud corporal manifiesta lo que hay en nuestro corazón 
El ser humano es una unidad de cuerpo y alma. Con la totalidad de lo que somos, hemos de tributar a Dios el “culto razonable”: la alabanza al Padre, por la mediación de Jesucristo, en la unidad del Espíritu Santo. La celebración de la Santa Misa constituye el “sacrificio de alabanza” por excelencia. Por ello, no podemos participar de cualquier modo en la celebración eucarística, sino que nuestra actitud, interna y externa, ha de ser la propia de quienes reconocen la grandeza de Dios, la majestad de su Gloria.

La pureza interior, la humildad y la devoción, la fe conmovida ante el misterio de Dios son disposiciones del corazón; pero estas disposiciones se transparentan exteriormente. Así como decimos que el rostro es el espejo del alma, podemos decir también que la actitud corporal manifiesta lo que hay en nuestro corazón.

Si una persona que no compartiese nuestra fe asistiese ocasionalmente a una celebración de la Santa Misa, ¿cuál sería su impresión? ¿Podría sospechar, por la piedad del sacerdote, que realmente aquel hombre está prestando a Jesucristo su voz, sus manos, sus gestos, para que se actualice sobre el altar el Sacrificio del Calvario? ¿Podría intuir, contemplando a los fieles, que verdaderamente creen en lo que dicen creer?

No estaría mal que nos preguntásemos estas cosas de vez en cuando. Por aquí y por allá se oye decir que lo importante es el interior, que lo que Dios ve es el corazón, y que lo externo carece de relieve. No comparto esta reducción “espiritualista” del hombre, ni tampoco la correlativa reducción del culto a una cuestión de mera interioridad. Dios nos creó “corpore et anima unus”, y en su pedagogía quiere salvarnos mediante signos sacramentales; es decir, realidades visibles que remiten a realidades invisibles. Por medio de esos signos sensibles el Señor nos da su gracia.

Ante la grandeza admirable de la Eucaristía, el corazón del creyente se estremece y no puede más que hacer suyas las palabras del Centurión: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”. Pero esa humildad y fe ardientes se expresan también en la actitud corporal.

Particularmente cuando nos acercamos a la Comunión, debemos prepararnos para un momento tan grande y santo. Ante todo, examinando nuestra conciencia, para no recibir indignamente el Cuerpo del Señor (cf 1 Corintios 11, 27-29). Sabemos que, si estamos en pecado grave, debemos acudir al sacramento de la Penitencia antes de acercarnos a comulgar. La fe nos dice que no comemos un pan cualquiera, sino que comulgamos con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, verdaderamente presente en la Eucaristía bajo las especies del pan y del vino.

Hasta el cuerpo se prepara para este encuentro con nuestro Dios y Señor guardando el ayuno prescrito por la Iglesia. Y nuestros gestos y nuestro modo de vestir deben manifestar, como nos recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica, el respeto, la solemnidad y el gozo de ese momento en el que Cristo se hace nuestro huésped.



Por: P. Guillermo Juan Morado



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