"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

lunes, 17 de noviembre de 2014

Tensiones

Reflexiones para el cristiano de hoy
En esos momentos, hace falta una mirada atenta y serena para ver qué se puede hacer para afrontar cada crisis.
¿Por qué surgen las tensiones? Porque dentro de uno hay tendencias que no pueden armonizarse entre sí. Porque fuera hay peticiones e intereses que nos dividen, nos inquietan, nos agobian.

Evitar las tensiones es un deseo difícil de alcanzar, pues la vida está llena de encrucijadas: no podemos ir la misma tarde y a la misma hora a una conferencia o a una fiesta de cumpleaños.
Pero eliminar algunas tensiones es posible si acallamos deseos equivocados, si centramos el corazón en lo esencial, y si ignoramos presiones que nos ahogan al pedirnos esfuerzos agotadores.
Eliminadas esas tensiones que podemos dejar a un lado, ¿qué hacer con otras que mantienen su aguijón en nuestras almas? Porque no se puede pedir a un padre o a una madre que olviden las tensiones que provocan los comportamientos de ese hijo que vive en plena adolescencia, o los problemas creados en la oficina por culpa de un compañero que critica continuamente a los demás...
En esos momentos, hace falta una mirada atenta y serena para ver qué se puede hacer, cómo afrontar el problema, cuáles serían aquellos medios concretos que uno puede escoger para afrontar cada situación de crisis.
A pesar de tantos esfuerzos, las tensiones pueden durar mucho tiempo. El hijo que una y otra vez llega borracho a casa genera una pena profunda en sus padres, como es dolorosa la tensión que surge en un matrimonio cuando uno de los dos sucumbe a las adicciones electrónicas.
Ante ese tipo tensiones, siempre podemos mirar al cielo y buscar la paz y la ayuda que vienen de Dios, y que permiten encarar la situación con una energía insospechada: la que nace de la esperanza y del amor sincero.
Entonces, ¿es posible vivir entre tensiones y con una dosis sanadora de energía? Sí, cuando aprendemos esa gran lección del Evangelio: no preocuparnos por el mañana, sino mirar a los lirios del campo y a las aves del cielo para dejar que cada día tenga su afán. A nosotros sólo se nos pide una cosa: a pesar de tantos problemas, dedicarnos a buscar con alegría el Reino de Dios y su justicia... (cf. Mt 6,25-34).

Por: P. Fernando Pascual LC


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domingo, 16 de noviembre de 2014

¡Vamos a arreglar el mundo!

¿Quieres cambiar el mundo? Disfruta cada día como si fuera el último, ya que uno nunca sabe cuando llegará el último día. 


Muchos conocen la historia del científico que vivía sumamente preocupado con los problemas del mundo, decidido a buscarles solución.

En algún momento, su hijito de siete años entra en el laboratorio deseoso de ayudar a su papá. El científico, por lo contrario, nervioso por la interrupción y viendo que era imposible sacarlo, cogió una revista que tenía en su portada un mapa del mundo, se la arrancó, la cortó en varios pedazos con una tijera, y se la dio al niño para que se entretuviera armando el rompecabezas, mientras él continuaba tranquilamente con sus experimentos.

Luego de unas pocas horas, el buen hombre oyó que el niño le decía: "Papá, ya arreglé el mundo."

El científico, asombrado, levantó la vista del microscopio pensando que lo que vería sería el resultado del torpe trabajo de un niño. Sin embargo, para su gran sorpresa, el mapa estaba completo. Todos los pedazos habían sido colocados perfectamente en sus respectivos lugares. ¿Cómo había sido esto posible? ¿Cómo era que el niño había logrado esto?

Intrigado, dijo a su hijito: "Hijo, tú no sabías cómo era el mundo. Entonces, ¿cómo lograste armarlo?"

"Papá" –le dijo el niño— "yo no sabía cómo era el mundo, pero cuando arrancaste el mapa de la revista para recortarlo, yo vi que del otro lado tenía la figura de un hombre. Así que le dí la vuelta a todos los pedazos y comencé a organizar al hombre. Cuando conseguí arreglar al hombre, volteé la hoja y vi que había arreglado al mundo."

Debemos estar conscientes, leí en algún momento, que el verdadero triunfo del hombre es lograr la familia que anhela, mostrar la bondad que recibe y tener verdaderos amigos.

Que la verdadera sabiduría es aprender a escuchar y saber cuándo opinar, es comprender los problemas y saberlos resolver, y poder brindar al mundo lo que realmente uno sabe.

Que la verdadera fe es pedir y saber que Dios nos escucha, saborear los momentos que compartimos con Él, poder cerrar los ojos y sentirlo junto a nosotros.

Que la verdadera amistad es sentir la hermandad que une a personas de sangres diversas, es saber que su mano siempre estará contigo, es saber brindarle tu ayuda en todo momento, es sentirte más valiente en los momentos que compartes con ellos, es saber compartir ideas y mejorar tu carácter, es tener ese apoyo en los momentos importantes.

El verdadero amor es poder oler el aire que respira tu pareja, es encontrar la otra mitad de tu alma, es sentir necesaria su presencia, y más que nada, saber esperar a su llegada.

¿Quieres cambiar el mundo? Disfruta cada día como si fuera el último, ya que uno nunca sabe cuando llegará el último día de nuestras vidas, y recuerda que la satisfacción de llegar a la meta no es llegar a la meta, sino todo lo que se vive en el camino para poder llegar a ésta.

Bendiciones y paz.

Por: Juan Rafael Pacheco


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sábado, 15 de noviembre de 2014

Veremos a Dios

Pero, al asegurar esto, ¿sabemos lo que decimos? ¿Sabemos lo que significa ver a Dios?... 
¿Qué es lo que esperamos en la otra vida? Nosotros no tenemos la menor duda: ¡Veremos a Dios! Pero, al asegurar esto, ¿sabemos lo que nos decimos? ¿sabemos lo que significa ver a Dios?...

Llama mucho la atención en la Biblia el miedo que los judíos tenían de ver a Dios. Al sentir su presencia, se cubrían el rostro, porque podían morir con la vista del Señor. Así lo hace Moisés ante la zarza ardiendo:

- Se cubrió el rostro, porque tenía miedo de mirar a Dios.

Y el mismo Dios le dijo:

- No podrás ver mi rostro, porque nadie puede verme y seguir viviendo...

Y recordemos a Jacob, a quien se aparece Dios, y exclama después:

- ¡He visto a Dios, y sin embargo no he muerto!...

Por eso venía a veces la nube, que manifestaba que Dios estaba allí, pero al mismo tiempo ocultaba su presencia, como ocurrió en la inauguración del Templo de Salomón.

Y este miedo lo tuvieron incluso los apóstoles, en el mismo Evangelio. En el Tabor, apenas oyen la voz de Dios, escondido en la nube que aparece sobre el monte, caen aterrados y apegan el rostro al suelo, hasta que se acerca Jesús y les anima:

- ¡No temáis!...

Así era la fe de Israel. Pero viene Jesús, y en su sermón programático de las bienaventuranzas proclama y promete:

- ¡Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios!

La gente que oía a Jesús decir esto por primera vez, debió quedarse loca de alegría. -¿Cómo es posible eso de que vamos a ver a Dios, si a Dios no lo ha visto ni lo puede ver nadie? ¿Cómo es que ahora Jesús, el Maestro de Nazaret, que hace estos prodigios y que enseña con esta autoridad, nos dice que vamos a ver al mismo Dios?...

Los humildes, los sencillos, los de conciencia recta, ven a Dios con una fe sin trabas ya en este mundo, y después contemplarán a Dios cara a cara, sin velos.

Como nos dice Pablo:
- Ahora vemos como en espejo, después cara a cara.

Y completa Juan:
- Aún no se ha manifestado lo que seremos, porque, cuando llegue, veremos a Dios tal como es él..

¿Medimos lo que esto significa?...

Sin darnos cuenta, estamos contando un imposible. ¿Cómo una criatura puede ver al Dios invisible, al que es santísimo, al que supera todas las fuerzas humanas y las de los mismos ángeles? Sin embargo, lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios. Y esto es lo que Dios nos promete: que lo veremos tal como es: lo contemplaremos sin velos, cara a cara, en una dicha y en un gozo inenarrables, metidos en Él de tal manera que miraremos a Dios con los ojos del mismo Dios...

Esta es la gracia de las gracias. Todas las gracias que Dios nos hace van dirigidas a esta final: a verle a Él en la Gloria. Y, cuando lo veamos y poseamos, ya no desearemos nada más, porque se habrán colmado para siempre todos los anhelos del corazón.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos resume todo con estas palabras famosas de San Agustín:

- Allí descansaremos y veremos; veremos y amaremos; amaremos y alabaremos. He aquí lo que acontecerá en el fin sin fin. ¿Y qué otro fin tenemos, sino llegar al Reino que no tendrá fin?...

Todo esto es un sueño, el feliz sueño de los creyentes. Un sueño bendito, no producido por una droga alucinante, sino por la Palabra de Dios, que nos lo promete con toda su seriedad divina:

- ¡Verán a Dios!... ¡Lo veremos cara a cara!... ¡Lo veremos tal como es Él!...

Esta llamada de Dios a su visión y a su gloria tiene su precio. No es una imposición, es una oferta. Es un regalo, pero condicionado. Dios nos crea y nos pone en este mundo con una dirección precisa. Nos coloca en el principio de la carretera, y nos dice:

- ¡Adelante, y hasta el fin! No te desvíes. No te salgas de la autopista. En un cruce que se atraviese, no te vayas ni a derecha ni a izquierda...

El gran Catecismo de la Iglesia Católica nos repite lo que aprendimos de niños en el pequeño catecismo de nuestra parroquia: Que Dios nos ha puesto en el mundo para conocerle, servirle y amarle, y así ir al cielo. Esta es la carretera, la autopista real que conduce a Dios.

Lo conocemos y lo aceptamos con la fe.
Le servimos con nuestra adoración, nuestro culto y nuestra entrega a los hermanos que nos necesitan. Así le amamos con todo el corazón.

El ver a Dios será regalo y será premio. Dios se nos ofrece, pero nos exige esfuerzo. Requiere perseverancia hasta el fin. Por eso nos repite la Carta a los Hebreos:

- La perseverancia os es necesaria para alcanzar la promesa, todo eso que Dios nos ha ofrecido por nuestra fidelidad a su Palabra.

- ¡Oh Dios, Tú eres mi Dios! ―repetimos con el salmo―, mi alma está sedienta de ti... ¡Y cuándo llegaré, para ver el rostro de mi Dios!... Lo veremos sin morir, sino viviendo siempre, siempre....


Por: Pedro García, Misionero Claretiano



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viernes, 14 de noviembre de 2014

Rezando el Padre Nuestro frente a la Eucaristía

Te pido mi Jesús, que cada vez que rece la oración que tú me enseñaste, lo haga despacio, con calma, con amor. 


Estoy frente a ti, Señor, en esta mañana de cielo azul y sol resplandeciente. Me dispongo a rezar, después de saludarte y empiezo:

"Padre Nuestro... me detengo y llega hasta mi como un relámpago la escena en que tú, Jesús, les decías a aquel grupo de hombres que habías escogido, que te seguían y que te veían orar.

Te preguntaron cómo debían orar y tú dijiste:

Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre, venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo, danos hoy nuestro pan de cada día y perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden y no nos dejes caer en tentación y líbranos del mal. (Mt 6, 9-13)

Y añadiste: Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes. (Mt 6, 9-15)

Me detengo unos momentos para pensar lo que estoy diciendo, ya que generalmente esa oración es una rutina en mi vida.

Su comienzo es toda una maravilla de grandeza, de fuerza, de ternura... y revelada por ti, Señor, porque sino ¿quién se atrevería a llamar PADRE, al Omnipotente, al Creador del cielo y de la tierra, a la Divinidad, al Todopoderoso, al que dijo: "Yo Soy El que Soy"? Pues bien, Jesús, tú que eres su Hijo, dijiste que es así como le podemos llamar, con plena confianza, con respeto pero con mucho amor: Padre

También nos dices que hay que santificar ese NOMBRE, que debemos darle todo el respeto y la gloria de que es merecedor y después añades una petición: Que venga tu Reino, ese Reino por el que Tú te hiciste hombre y es el que viniste a anunciar y que fue el causante de tu muerte y nos sigues pidiendo que recordemos que es también nuestra misión el anunciarlo.

Y lo que sigue, ¡qué bien lo sabes tú, Jesús! Cada día, en todos los rincones de la Tierra hay alguien que te dice, aún con lágrimas en los ojos y el corazón roto de dolor,¡hágase tu Voluntad! ¡Qué difícil, cómo cuesta dejar todo en tus manos y aceptar tu Voluntad!

Y sigue otra petición: Nuestro pan Señor que no nos falte. ¡Que todos tus hijos, sin distinción de razas y credos, tengan el alimento de cada día, ya que a ti te preocupaba y apenaban aquellos hombres que te seguían y no tenían que comer y que tenían hambre... y lleno de piedad hiciste uno de los milagros más hermosos. Ahora nos toca a nosotros luchar porque llegue el día en que no exista el hambre en esta Tierra.
Y lo más importante, que nunca nos falte TU Pan, la Eucaristía, que siempre podamos recibirla, que aumentes nuestra fe para amar cada día más Tu presencia en ese pequeño pedacito de Pan donde quieres quedarte con nosotros para siempre.

Y luego, la petición de la humildad pidiendo perdón de nuestras ofensas, pero ese perdón, lleva una condición. ¡Ay, Jesús, esa condición, tú lo sabes porque conoces nuestro corazón, cómo nos cuesta! Mira que le ponemos al Padre, el ejemplo de que nos perdone "cómo nosotros perdonamos" y nosotros somos los que siempre decimos: "¡yo eso no lo voy a perdonar, no puedo, me han hecho demasiado daño o es una persona que no la soporto, me cae muy mal y no la voy a perdonar!" o "yo perdono pero... no olvido". ¡Ay, Jesús!, tú que sabes y recuerdas que diste hasta la última gota de tu preciosa sangre para que fuésemos perdonados y sabes también que esa es la condición del amor por nuestros semejantes. Perdonar y olvidar, porque así es el perdón que Dios, nuestro Padre, nos da. Y nosotros sabemos muy bien cómo es nuestro perdón...

Ya voy a terminar la oración más hermosa que nos pudiste enseñar, pidiendo: Que no nos dejes caer en la tentación, qué seamos fuertes para no rendirnos a los mil sortilegios y engaños del enemigo de ese Dios que tanto nos ama y ¡líbranos del mal!Si, líbranos de ese mal y de tantos males para que no echen raíces en nuestro corazón, y nos puedan alejar de nuestro Padre Dios.

Bendita, como ninguna, la oración del Padre Nuestro, que siendo tan hermosa la decimos todos los días pero tan rutinariamente que no le podemos dar todo el maravilloso sentido y poder que ella encierra.

Te pido mi Jesús, que cada vez que rece la oración que tú me enseñaste, lo haga despacio, con calma, con amor, sabiendo que la dirijo a mi Padre Bueno que me escucha y me ama.


Por: Ma Esther De Ariño



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jueves, 13 de noviembre de 2014

Transitar la paciencia

Un continuo aprendizaje
Hay caminos que no tienen atajos y transitar la paciencia es dejar que el tiempo paute y amase nuestras vidas


En la personalidad del Papa Francisco encontramos aspectos muy interesantes. Uno de ello es la paciencia. Ya en sus años de obispo auxiliar primero y después de arzobispo de Buenos Aires encontramos un elogio de la paciencia muy sugestivo.
En sus años juveniles, el “padre Bergoglio” estaba muy volcado en la acción. “Jugaba a ser Tarzán”, explica a Sergio Rubin y a Francesca Ambrogetti, los dos periodistas que recogieron sus conversaciones con el jesuita Bergoglio en el libro aparecido recientemente con el título de El Papa Francisco. Conversaciones con Jorge Bergoglio (Ediciones B).Cuentan los periodistas que, en sus diálogos con el arzobispo bonaerense, éste pronunciaba repetidamente la expresión “transitar la paciencia”. Le preguntaron qué quería decir con ese concepto, y tanto por la rapidez con la que respondió, como por el énfasis que puso, pudieron advertir que habían abordado un punto muy significativo para el futuro Papa.
“Es un concepto en el que caí en la cuenta con los años leyendo el libro de un autor italiano con un título muy sugestivo: Teologia del fallimento, o sea, teología del fracaso, donde se expone cómo Jesús actuó con paciencia. En la experiencia del límite –añade-, en el diálogo con el límite, se fragua la paciencia. A veces la vida nos lleva a no hacer, sino a padecer, soportando, sobrellevando (del griego hipomoné) nuestras limitaciones y las de los demás. Transitar la paciencia –explica- es hacerse cargo de lo que madura es el tiempo. Transitar la paciencia es dejar que el tiempo paute y amase nuestras vidas”.
A los humanos nos encantan los atajos y nos infunden temor los caminos. Sobre todo si son largos caminos. Y hay caminos que no tienen atajos.
“-¿Cree que la paciencia exige un aprendizaje?” –le preguntan los periodistas.
“-Sí -les responde Bergoglio-. Transitar en paciencia supone aceptar que la vida es eso: un continuo aprendizaje. Cuando uno es joven cree que puede cambiar el mundo y eso está bien, tiene que ser así, pero luego, cuando busca, descubre la lógica de la paciencia en la propia vida y en la de los demás. Transitar en paciencia es asumir el tiempo y dejar que los otros vayan desplegando su vida. Un buen padre, al igual que una buena madre, es aquel que va interviniendo en la vida del hijo lo justo como para marcarle pautas de crecimiento, para ayudarlo, pero que después sabe ser espectador de los fracasos propios y ajenos”.
El cardenal Bergoglio proponía a sus interlocutores un modelo del padre que practica la paciencia en el padre de la parábola del hijo pródigo. Lo hacía con estas palabras: “Me impresiona mucho esta parábola. El hijo pide la herencia, el padre se la da, hace “lo que se le canta” y vuelve. Dice el Evangelio que el padre lo ve venir de lejos. De modo que debe de haber estado mirando, desde la ventana para ver si lo veía venir. O sea que lo esperó pacientemente.”

Por: Mons. Josep Àngel Saiz Meneses | Fuente: www.agenciasic.com


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miércoles, 12 de noviembre de 2014

Hoy di: ¡Gracias, Padre!


Reflexiones oración

Gracias por el don de la existencia.Gracias por haberme hecho a tu imagen y semejanza. Gracias por el don gratuito de tu amor. 


Hoy sé un hijo agradecido.

Levanta la mirada y dile gracias al Creador del universo:

Padre:

Gracias por el don de la existencia.
Gracias por haberme hecho a tu imagen y semejanza.
Gracias por el don gratuito de tu amor, gracias por amarme como soy.
Gracias porque me has dado ojos para ver,
oídos para escuchar, manos para acariciar,
inteligencia para conocer la verdad, voluntad para buscar el bien,
corazón para amar y para hacerlo tu morada.
¡Mi corazón: templo de la Trinidad! ¡Cosa maravillosa!

Gracias por la capacidad de asombro que me diste.
Gracias por mis padres, por mi familia, por tener un hogar que me cobija.
Gracias por los amigos fieles y también por los que me han hecho sufrir.
Gracias por los tiempos dolorosos de mi vida,
por dejarme sentir la soledad para venir luego a colmarla con tu misericordia.
Gracias por quienes rezan por mí.
Gracias por la vocación y misión que me confiaste.
Gracias por haber puesto tu mirada en mí, gracias por confiar en mí.
Gracias por tantas experiencias bellas de mi vida.
Gracias sobre todo por la experiencia del amor de Cristo.
Gracias por haberlo enviado a vivir con nosotros como uno de nosotros,
para revelarnos tu rostro, redimirnos y trazarnos el camino.
Nos amó hasta el extremo,
nos dio como Madre a María Santísima,
se quedó para siempre en la Eucaristía,
y al final nos entregó a su mismo Espíritu, fuente del mayor consuelo.
Gracias por mi bautismo, por mi Madre la Iglesia,
por mi ángel de la guarda y por esperarme con los brazos abiertos en el cielo.
Gracias por tu paciencia conmigo,
gracias por perdonarme siempre y por seguirme amando sin guardar resentimientos.
Gracias por la vida y por la eternidad que me espera.
Una y mil veces: ¡Gracias Padre!


Para escribir tus comentarios entra a Hoy di: ¡Gracias, Padre!
Esperamos tus comentarios, participa. Comparte tu sed y tu experiencia de Dios con apertura y humildad, para ayudarnos entre todos en un clima de amistad.


Este artículo se puede reproducir sin fines comerciales y citando siempre la fuente www.la-oracion


Por: P. Evaristo Sada LC





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martes, 11 de noviembre de 2014

¿Podemos sacar "copias" de Jesucristo?

Jesucristo
Cuando amamos a una persona queremos parecernos a ella en todo, en la manera de pensar, hablar, expresarse, de actuar. 


Uno de los fenómenos más comunes entre las personas que se aman es aquel que podríamos llamar mimetismo. O sea, el afán por asemejarse a la persona querida. Se le quiere imitar en todo: en la manera de pensar, de hablar, de expresarse, de actuar. Se tiende a hacer siempre lo mismo que ella.

Este hecho, comprobado tantas veces, tiene una aplicación muy grande en el orden espiritual de la fe.

Desde el momento que nuestra religión se centra en Jesucristo conocido, amado, vivido, todo el afán del cristiano es asemejarse lo más posible a Él. La ilusión más grande es salir una copia perfecta de Nuestro Señor Jesucristo.

De ahí ha nacido la expresión tan cristiana de la Imitación de Cristo, que ha dado incluso el título al libro mejor que ha nacido en el seno de la Iglesia.

Aquellos dos jóvenes artistas eran ciertamente muy ambiciosos, y se hicieron una apuesta: uno debía pintar la Mona Lisa de Vinci y el otro las Meninas de Velázquez, obras cumbres de la pintura universal. Las copias habrían de resultar tan fieles que fuera después imposible distinguirlas de los cuadros originales.

Otro estudiante ya había conseguido eso mismo en literatura: de tal manera imitó a Teresa de Ávila, que los miembros del jurado colegial hubieron de repasar las obras de la gran Doctora, para comprobar que el escrito del discípulo no había sido un plagio.

Esta nota curiosa de los tres muchachos atrevidos, los dos pintores y el literato, se convierte en un signo bello de la principal tarea cristiana.

¿Quién es un cristiano? La respuesta es clara si examinamos el plan de Dios, el cual nos eligió para ser en todo iguales a su Hijo, el Señor Jesucristo. San Pablo es en esto terminante:
- Pues, a los que había previsto, los eligió a ser copias exactas de la imagen que es el tipo, o modelo, su Hijo, Cristo Jesús.

Aquí observamos una diferencia esencial entre el concurso de Dios y los concursos artísticos en la sociedad.

En una exposición de pintura, de fotografía, de escultura..., en un certamen de literatura, de poesía..., en un desfile de modas..., no se admiten imitaciones. Quien es sorprendido en un plagio, no solamente es descalificado, sino acusado y multado por robo a la propiedad intelectual de otro. Las obras deben ser plenamente originales.

Esta es la razón de ser de esos avisos al pie de tantas publicaciones:
- Prohibida la reproducción total o parcial. Cualquier infracción será castigada según la ley.

En el concurso convocado por Dios ocurre todo lo contrario, porque en él no caben las originalidades.

El primer premio del certamen se lo llevará aquel que resulte la copia más fiel de Jesucristo, que es el tipo, la imagen, el modelo propuesto por Dios a toda la Humanidad redimida.

Tanto es así, que cuando Pablo les invita a los primeros cristianos a imitarle en todo lo bueno que hayan visto en su persona pues les dice: imitadme a mí, se encarga muy bien de añadir: como yo imito a Cristo. El prototipo no es Pablo, sino Jesucristo.

En los concursos de Dios, el aviso a los ladrones de copias sería muy diferente. Podría Dios formularlo de esta manera:
- Permiso, autorización, y hasta mandato, de sacar cuantas más y mejores copias se puedan. Grandes premios a las reproducciones más fieles...

Es el caso de los que llamamos Santos por antonomasia, los reconocidos y proclamados tales por la Iglesia, y venerados en los altares.

Son hombres y mujeres como nosotros, pero que fueron unos imitadores perfectos de Jesucristo.

Se puede recordar, por ejemplo, a un San Vicente de Paúl, el cual, ante cualquier cosa que había de hacer, se detenía unos instantes, y se preguntaba:
- ¿Qué haría Cristo aquí y ahora, en mi lugar?

Como es natural, Vicente resultó una copia perfecta del Señor.

Si somos buenos observadores cuando se nos dirige en la Iglesia la Palabra de Dios, habremos notado que la predicación de la Iglesia, notablemente mejorada en comparación de épocas pasadas, se dirige a esto: a presentarnos al Jesucristo del Evangelio como el único modelo a quien imitar.

¿La vida de familia? Como la de Jesús con su Madre y con José.
¿La oración? Como la de Jesús, constante, confiada, ininterrumpida.
¿El trabajo? Como el de Jesús por los campos y en el taller de Nazaret.
¿El trato con los demás, el amor, la comprensión? Como los de Jesús, de una exquisitez, delicadeza y elegancia como del Hombre más perfecto...

Esta tarea tan interesante y tan hermosa es de todos, y no de unos privilegiados.

El día en que nuestro trabajo, nuestra plegaria, nuestra relación con los demás y todo nuestro quehacer en la vida sean como los de Jesucristo y estén animados por sus mismos sentimientos, quedaríamos mejor clasificados como cristianos que los valientes alumnos de Teresa, de Vinci y de Velázquez como literatos o pintores....

Histórico. El estudiante, Daniel Ruiz Bueno, fue después traductor de clásicos en la BAC. - Rom. 8,29. 1Cor. 11,1. 


Por: Pedro García, Misionero Claretiano


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lunes, 10 de noviembre de 2014

¿Encontrará fe sobre la tierra?

Reflexiones sobre la fe

Tenemos la fuerza del Espíritu para conservar y vivir la fe, para transmitirla con audacia 
Es una de las preguntas más inquietantes del Evangelio: Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra? (Lc 18,8).

La fe, lo sabemos, es don de Dios. Pero también es respuesta del hombre. Cada uno es invitado a acoger y vivir la fe, al mismo tiempo que puede perderla por desidia, avaricia, tibieza, egoísmo, soberbia, y una larga lista de pecados.

San Pablo advertía del peligro de abandonar la verdad para seguir a los ídolos: Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por su propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas(2Tm 4,34).

La pregunta sobre la fe recorre la historia humana. Cada generación ofrece su respuesta. También la nuestra, en medio de cambios, de críticas, de dudas, de propaganda, de materialismo, de indiferencia, de pecados.

En una homilía pronunciada el 18 de octubre de 1998, al cumplir 20 años como Papa, san Juan Pablo II reflexionaba sobre la misma idea:

"«Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?». Es una pregunta que interpela a todos, pero especialmente a los sucesores de Pedro".

La fe no se conserva por inercia, ni por tradiciones humanas, ni por la existencia de miles de libros, ni por adaptaciones al mundo (cf. Rm 12,2). La fe se mantiene donde hay hombres y mujeres que miran a Cristo, Señor del mundo y de la historia, y hacen un acto humilde, sencillo, valiente y confiado, de adhesión al Maestro y a su Iglesia.

Después de 2000 años, ¿tenemos la fuerza del Espíritu para conservar y vivir la fe, para transmitirla con audacia a quienes viven cerca o lejos? "¡La fe se fortalece dándola!" (Juan Pablo II, Redemptoris missio n.2).

Cuando regrese el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra? La respuesta será un sí maravilloso si cada bautizado empuña las "armas de Dios" (cf. Ef 6,10-18) y afronta con decisión,
como buen soldado, una batalla en la que nos guía Jesucristo, Rey del mundo y Salvador del hombre.


Por: P. Fernando Pascual LC




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domingo, 9 de noviembre de 2014

LIBRO DEDICADO A MIS PADRES

LIBRO DEDICADO A MOSTRAR UNA PEQUEÑA SEMBLANZA SOBRE LA BIOGRAFÍA DE MIS PADRES.





Libro Elisenda y Gonzalo

Un momento de serenidad

Nuestra alma no necesita sólo agua, sino la serenidad y la paz que da el silencio. Nada florecerá en quien no vive en paz. 
Llegué al Collado del Acebal en tiempo de lluvias. Nunca había visto caer tanta agua en tan poco tiempo, así que enseguida comenté a todos mi asombro ante los torrentes que pasaban ante nosotros deslavando los campos y convirtiendo los caminos en auténticos ríos. 

Sin embargo las montañas y los valles estaban muertos y parecían amasados de fango y tristeza. No pude ocultar por más tiempo mi perplejidad:

- ¿Por qué no están verdes los valles y las montañas si cae tanta agua?

Y uno de los más ancianos me dio una palmada en la espalda y me dijo:

- El agua es muy buena, pero ahora es violenta. Espera y verás.

Esperar no fue fácil. Los truenos estallaban por las noches con tal ímpetu como si una manada de bisontes galopara por el tejado. Fuera sólo había agua y más agua. Pero, como dijo el anciano, era un agua voraz, más insoportable para los campos que el sol del desierto... pero era agua, sólo agua.

A los pocos días amainó el temporal y, al pasar la época de lluvias, una gran serenidad se adueñó del clima. El sol salía y se ocultaba trazando en el cielo un recorrido limpio de nubes. Así, en medio de la calma y de la paz, la región floreció y se convirtió en un vergel como nunca antes había visto.


Nuestra alma no necesita sólo agua, sino la serenidad y la paz que da el silencio. Nada florecerá en quien no vive en paz.

Autor: P. Miguel Segura

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