"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

jueves, 6 de noviembre de 2014

Adictos a la tecnología

Uso excesivo de Internet y redes sociales


La persona humana es un ser para el encuentro y la comunicación personal


Por: Carlota Sedeño Martínez 




“Sufrir ansiedad por olvidar el móvil en casa y no estar conectado, pasar varias horas conectados a WhatsApp, evitar el contacto personal y referir siempre a WhatsApp sea cual sea el contenido de la conversación, y escuchar alertas de WhatsApp sin que se haya recibido ningún mensaje, son claros signos de lo que recientemente se acuña con el término WhatsAppitis”. Son palabras de la psicóloga Amaya Terrón.  Quizá ésta no sea una situación general entre adultos pero es bastante frecuente ver a personas que caminan por la calle mirando su móvil, olvidando lo que ocurre a su lado. Se trata de un uso excesivo de Internet y redes sociales.
Es verdaderamente llamativo que una tecnología que es tan útil pueda llegar a convertirse en algo nocivo y que produzca incomunicación en muchos casos. Pero, por otra parte, se comprende ya que, por su abuso, como en tantas otras cosas, puede apartar de la vida. En ocasiones, las horas en Internet se restan al contacto personal con familia y amigos.
Aldous Huxley, el autor de “Un mundo feliz”, ya habló en su época de “condicionamiento infantil” y de “narco-hipnosis”. La pequeña pantalla táctil puede llegar a producir la ilusión de estar eligiendo libremente cuando, en muchos casos, lo que produce es individuos pasivos que no saben realmente elegir sino que son conducidos a elecciones y situaciones borreguiles.  Las encuestas ya van haciendo ver que el uso de las aplicaciones de mensajería móvil y de las redes sociales son causa de peleas para un tanto por ciento alto de parejas que continúan usando sus correspondientes artilugios mientras cenan o toman algo en un bar. Seis de cada diez usuarios manifiestan estar enganchados a la red. Se produce un cierto desinterés por la vida real. En la vida diaria se da frecuentemente el corte de una conversación entre dos personas que es interesante para las dos o, al menos, para una de ellas, debido a que ha sonado una musiquilla o un Beep, y el diálogo se corta bruscamente. La usuaria del móvil inicia una nueva conversación al margen de la persona que tiene a su lado. El asunto no podía esperar. Y sí, podía esperar ya que ni era urgente ni importante. Al hilo de estas consideraciones, me viene a la cabeza algo que me llama mucho la atención: los cientos de fotos que cada poseedor de un móvil realiza durante un viaje, fotos que no serán vistas en su mayoría pero que están acumuladas en el móvil o en el ordenador personal.
La persona humana es un ser para el encuentro y la comunicación personal. Hoy, se da la paradoja de que muchas personas dicen encontrarse muy solas en medio de este mundo intercomunicado a través de móviles, redes sociales, correos electrónicos, etc. ¿Por qué se vive en una actitud individualista y egoísta? ¿Por qué es tan difícil prestar atención, hacer silencio y escuchar, saber escuchar de verdad? Creo que es algo absurdo mantener una tertulia continua “on line” que obliga a fingir, en algunos casos, que se está atento y a poner, de vez en cuando, un “jajajaja” para hacer notar que se está participando. Lo cierto es que el silencio es uno de los grandes “pecados” en este tipo de tertulias que no cesan. Con mucha razón oí, hace pocos días, a una profesional de la enseñanza una exclamación que manifestaba el hartazgo de estas tertulias continuas y su decisión de apagar el móvil una vez llegada a su casa para prestar atención a su familia. Había llegado a la saturación por atender a estos círculos de “amigos” que no cesan de hablar y enviar curiosidades, chistes y críticas malévolas sobre otras personas.
Las cifras de la amistad en las redes sociales chocan con el llamado “número Dunbar” establecido por el antropólogo inglés Robin Dunbar quien afirma la imposibilidad de mantener más de 150 relaciones sociales estables.  Y en Estados Unidos, donde nació el fenómeno Facebook, miles de usuarios están ya en la siguiente fase ya que se jactan de haber abandonado Facebook.  Surgen iniciativas para contactar con posibles amigos para luego tratarles personalmente, o sea, para tener unas relaciones verdaderamente personales. La creciente adicción tecnológica ha llevado a muchos norteamericanos a optar por la “desintoxicación” de pantallas, alarmas y vibraciones durante unos días. En Nueva York ha tenido lugar el llamado “Retiro de Desintoxicación Digital” para que los “desenchufados” exploren modos de vida más consciente, con más significado y más equilibrada.
Es interesante saber que algunos de los “padres” de las empresas que dominan nuestra vida digital alejan a sus hijos de las pantallas. Por ejemplo, Steve Jobs, fundador de Apple, no dejaba a sus hijos jugar con el iPad. Y muchos de ellos limitan su tiempo en Internet. El tema es grave con los adolescentes si sus padres no ponen límites desde que son niños. Como es bien sabido ya, se producen intercambios de archivos comprometidos, propagación de bulos y cotilleos dañinos, acosos, etc. El origen está en la gran inmadurez de chicos y chicas y en la ausencia de límites por parte de los padres. A veces, se contempla toda la problemática a distancia sin ser conscientes de la adicción de sus hijos que, a veces, copian la conducta de sus mayores, esa es la realidad.

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Eucaristía y soledad

¡No dejemos solo a Jesús en la Eucaristía! Que siempre tengamos la delicadeza con visitarlo.

Solemos pensar que la soledad es una situación humana dolorosa y triste de la que hay que huir a como dé lugar. Sin embargo, el hombre puede convertirla en una situación fecunda para el alma. Así la soledad no se convertirá en un oscuro túnel, sino en una oportunidad bella para el encuentro con Dios.

Hay varios tipos de soledad:

Soledad física, la ausencia total de compañía humana que puede sufrir una persona en determinadas circunstancias, o la ausencia momentánea o definitiva por haber muerto determinada persona que nos resultaba muy querida. ¡Cuántas veces Jesús aquí, en la eucaristía, sufre esta soledad física, cuando nadie lo visita! Pienso en aquellas iglesias cerradas, o en las abiertas, donde apenas entra un vivo.

Ya Jesús en su vida terrena sufrió esta soledad en Getsemaní y en el Calvario. María también experimentó esta soledad física al perder a su Hijo en el templo, y después en la Cruz.

¡No dejemos solo a Jesús en la eucaristía! Que siempre tengamos la delicadeza con Él de visitarlo durante el día. Él sufre y experimenta esta soledad y yo puedo hacerle más llevadero ese sentimiento humano. Podemos llenar esta soledad de Cristo con nuestra compañía íntima.
 

Existe también la soledad psicológica, que consiste en sentir o percibir que las personas que nos rodean no están de acuerdo con nosotros o no nos acompañan con su espíritu. ¡Cuántas veces Jesús aquí, en la eucaristía, sufre también esta soledad! Percibe que alguno de nosotros no está de acuerdo con su mensaje, hace lo contrario de lo que Él enseña, en su Evangelio. O están sí, pero fríos, inactivos, inconscientes, distraídos, dispersos. Por lo mismo están en otra cosa.

Ya en su vida terrena Jesús sufrió esta terrible soledad psicológica. ¡Cuántos de los que lo acompañaban no estaban de acuerdo con Él y discutían: fariseos, saduceos, jefes. O incluso sus mismos apóstoles no lo acompañaban en todo. Tenían otros anhelos y ambiciones muy distintas a los de Jesús.

María también experimentó esta soledad psicológica, sobre todo en la pasión y muerte de su Hijo. Se daba cuenta de que la mayoría no había captado como Ella la necesidad de la muerte de Jesús. ¿Dónde están los curados? ¿Dónde están los frutos de la predicación de mi Hijo? ¡Ni siquiera los Apóstoles captaron el sentido de la misión de su Hijo! Hagamos más suave esta soledad de Jesús teniendo en nuestro corazón esos mismos sentimientos.

Está también la soledad espiritual, que es la que experimenta el alma frente a las propias responsabilidades en las relaciones con Dios. Es la soledad que uno siente frente a Dios; es la soledad de quien sabe que sólo él y nadie más que él debe responder un “sí” o un “no” libres ante Dios.

Aquí en la eucaristía Jesús sufre también esta soledad. Solo Él sabe que debe quedarse aquí para siempre. Debe afrontar solo Él todos los agravios, sacrilegios, profanaciones. Él sabe y sólo Él, quien debe estar vigilante las veinticuatro horas del día, los treinta días del mes, los doce meses del año. ¡Él tiene que responder!, nadie puede sustituirlo. Independientemente que le hagamos caso o no. En su vida terrena Jesús experimentó esta soledad espiritual. Hasta parecía que su mismo Padre lo dejó solo. Y María misma sufrió esta soledad.

Aunque es verdad que a veces la situación de soledad puede dar la impresión de tristeza o sufrimiento, tengamos la seguridad de que dicha soledad está llena de Dios, si la unimos a la soledad de Cristo.

¿Cómo deberíamos vivir esta soledad?
 

Con amor y confianza. Dios es nuestra compañía segura; con serenidad. No tiene que ser soledad angustiosa, turbada, sino serena.
Debemos vivir la soledad también con reflexión. Es un momento para reflexionar más, rezar más. Nos capacitaría para después salir con más riqueza y repartirla a los demás.

Oración

Jesucristo Eucaristía, no queremos dejarte solo aquí en el Sagrario. Queremos hacer de tu Sagrario, nuestro lugar de recreación, de gozo profundo, de compañía íntima. Queremos llenar tu soledad con la música deliciosa y serena de nuestro corazón.

¡Qué pobres serían nuestras vidas sin tu compañía!


Por: P Antonio Rivero LC


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miércoles, 5 de noviembre de 2014

No le tengas miedo a Dios

Jesucristo, nos asegura que nuestra vida es preciosa y que ni un pelo de nuestra cabeza se nos caerá sin su permiso. ¿De qué tener miedo?

Cristo aparece en el Evangelio como el gran exorcista del miedo. Se hace hombre para librarnos de él. Nos enseña con el ejemplo de su vida, luminosa y sin angustias. Nos asegura que nuestra vida es preciosa a los ojos del Padre y que ni un pelo de nuestra cabeza se nos caerá sin su permiso. ¿De qué tener miedo, entonces? ¿Del mundo? El lo ha vencido (Jn 16, 23). ¿A quiénes temer? ¿A los que matan, hieren, injurian o roban? Tranquilos: no tienen poder para más; al alma ningún daño le hacen (Mt 10, 28). ¿Al demonio? Cristo nos ha hecho fuertes para resistirle (1 Pe 5, 8) ¿Quizás al lujurioso o al déspota latente en cada uno de nosotros? Contamos con la fuerza de la gracia de Cristo, directamente proporcional a nuestra miseria (2 Cor 12, 10).

En el pasaje en el que camina sobre agua, Cristo avanza un paso más: tampoco debemos tenerle miedo a Dios.

Jesús se acercó caminando sobre las aguas a la barca de los discípulos. ¿Para darles un susto o con la intención de asombrarles? No. Se proponía solamente manifestarles su poder, la fuerza sobrenatural del Maestro al que estaban siguiendo.

Pero su milagro, en vez de suscitar una confianza ciega en el poderoso amigo, provoca los gritos de los aterrados apóstoles. Es un fantasma -decían temblando y corriendo seguramente al extremo de la barca-.

San Pedro es el único que domina su papel. Escucha la voz de Cristo: Soy yo, no temáis, comprende y aprovecha para proponerle un reto inaudito: caminar él también sobre las aguas. Y de lejos, traída por el fuerte viento, le llega claramente la inesperada respuesta: Ven.

Muy similar a aquella que todos los cristianos escuchamos en algunos momentos de nuestra vida. Después de haber conocido un poco a Cristo -aun entre brumas-, comenzamos a seguirle y, de repente, recibimos boquiabiertos la invitación de Cristo: Ven.

Ven: sé consecuente, sé fiel a esa fe que profesas.
Ven: el mundo está esperando tu testimonio de profesional cristiano.
Ven: tu hermano necesita tu ayuda, tu tiempo... tu dinero.
Ven: tus conocidos desean, aunque no te lo pidan, que les des razón de tu fe, de tu alegría.

Y la petición de Cristo sobrepasa, como en el caso de Pedro, nuestra capacidad. No vemos claramente la figura de Cristo. O dirigimos la mirada hacia otro sitio. El viento sopla. Las dificultades se agigantan... y estamos a punto de hundirnos o de regresar a la barca. Sentimos miedo de Cristo.

¡Miedo de Cristo! Sin atrevernos a confesarlo abiertamente, ¿cuántas veces no lo hemos sentido?

¡Miedo de Cristo! Esa sensación de quererse entregar pero sin abandonarse por temor al futuro...
¡Miedo de Cristo! Ese temor a afrontar con generosidad mi pequeña cruz de cada día.
¡Miedo de Cristo! Esa fuente de desazón y de intranquilidad porque, claro, el tiempo pasa, y ni realizo los planes de Dios ni llevo a cabo los míos.

¿Cómo se explica ese miedo de Dios? ¿Dónde puede estar nuestra vida y nuestro futuro más seguros que en sus manos? ¿Es que la Bondad anda maquinándonos el mal cuando nos pide algo? ¿Es que Él no es un Padre? ¿Por qué, entonces, le tememos? ¿De dónde proviene ese miedo?

Sólo hay una respuesta: de nosotros mismos. El miedo no es a Dios. Es a perdernos, a morir en el surco. Amamos mucho la piel como para desgarrarla toda en el seguimiento completo de Cristo.

Y Cristo no es fácil. Duro para los amigos de la vida cómoda y para quienes no entienden las duras paradojas del Evangelio: morir para vivir, perder la vida para ganarla, salir de sí mismo para encontrarse.

No todos lo entienden. Se requiere sencillez, apertura de espíritu y, como Pedro, pedir ayuda a Cristo.

Quiero confiar en Ti, Señor, para estar seguro de que en Ti encontraré la plenitud y felicidad que tanto anhelo. Deseo esperar en Ti, estar cierto de que en Ti hallaré la fuerza para llegar hasta el final del camino, a pesar de todas las dificultades. Aumenta mi confianza para que esté convencido de que Tú nunca me dejarás si yo no me aparto de Ti.


Por: P. José Luis Richard


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martes, 4 de noviembre de 2014

Ante la ciencia: ¿existe Dios?

La ciencia es limitada, pero creer en Dios supera y resuelve muchas preguntas del hombre 
¿Es Dios un invento del hombre, producto de su ignorancia, su miedo a las fuerzas de la naturaleza y a lo desconocido? Esto y cosas semejantes dicen ateos, no creyentes (a algunos gusta esta diferenciación) y los enemigos de la religión.

Preguntemos de otra manera, ¿por qué la gente de las diversas culturas humanas cree en la existencia de una o más deidades todopoderosas? ¿Por qué no se conforma con ir descubriendo las leyes de la naturaleza? Si la gente "inventa" o realmente descubre sistemáticamente un Dios, un ser todopoderoso, omnipresente, no es por miedo, sino al revés. La gente deduce la existencia de un ser semejante porque su conocimiento heredado y adquirido, no le dan ninguna otra explicación del mundo y de su ser humano espiritual.

Reconocer la existencia de Dios es producto de la razón, resultado de un proceso deductivo, es de estricta lógica y no de la imaginación, o de la ignorancia científica o de debilidades y miedos humanos. Por muchas razones también, el hombre descubre la trascendencia anímica sobre su muerte.

El hombre encuentra la respuesta a sus preguntas sobre el universo y la mente humana en la religión, después de que su conocimiento general y del llamado científico, no le dan respuesta a la existencia de ambas cosas. No la dan porque no la tienen. Las ciencias llamadas exactas, naturales, nos dan conocimiento de la realidad física y de las leyes que gobiernan al universo, pero no explican su origen o su por qué; no pueden, en cambio creer en Dios sí da esa respuesta.

La ciencia, así en general, -como usan el término quienes oponen el conocimiento científico a creer en Dios-, no es solamente limitada, sino que a través de los tiempos va cambiando sus enseñanzas, según se descubren tanto nuevas cosas como los errores en que habían caído sus creadores.

Así, la ciencia griega enseñó que había cuatro elementos: agua, tierra, aire y fuego; pero los científicos llegaron a descubrir muchos elementos de la materia, que el científico ruso Mendelejeff encuadró en su "tabla periódica de los elementos". Pero la misma ha sido enriquecida al descubrirse nuevos elementos.

La ciencia enseñó que la tierra es plana, que el sol gira alrededor de ella; hasta que nuevos científicos dedujeron que era al revés, como ahora sabemos "a ciencia cierta". Los científicos del siglo XIX afirmaban que había generación espontánea, pero Louis Pasteur, un científico creyente, demostró lo contrario. La ciencia enseñó que el átomo es indivisible -significado exacto del término. Ahora conocemos más y más elementos subatómicos.

La ciencia dice que la velocidad "terminal" es la de la luz, que nada puede moverse más rápido, pero otros lo ponen en duda; quizá en algunos años sepamos una nueva "verdad" científica al respecto. La duda es lo que ha llevado al hombre a adquirir nuevos conocimientos, cuando los de su entorno no responden a su raciocinio, y así descubre verdades antes ignoradas y/o rechazadas.

También el conocimiento mágico es superado por la racionalidad. La magia intenta explicar lo que no se entiende, pero sus intentos no son racionales, sino emocionales, y son tentativas (muy fructíferas, por cierto) de controlar voluntades ajenas, de crearse el mago, hechicero o brujo un halo de superioridad que infunde temor, respeto, veneración y dominio.

Cuando la ciencia, la magia y otros intentos de conocer la verdad del universo y de su origen, no responden a la sed de saber del hombre, de entender su entorno y sobre todo su propia persona, su ser, entonces, por racionamiento, deduce que debe haber alguien, un ser que tenga el poder de crear esa naturaleza, esas leyes que la humanidad aprende. Es entonces cuando deduce que Dios existe. Sí, creer en un Dios todopoderoso, omnipresente y creador, es producto de la deducción, no del miedo o debilidad mental. La gente temerosa prefiere no creer en nada, o saberse comprometida en responsabilidades con un Dios juzgador y exigente.

El gran centro de la creencia en Dios está en dos cosas básicamente: el origen del universo y el del espíritu humano, con toda su superioridad inmensa sobre otros seres vivientes. La ciencia enseña la realidad, pero no su origen, no puede, está fuera de sus fronteras; la teología sí, porque es su campo de conocimiento: Dios.

La ciencia no explica el espíritu humano, su inteligencia, su conciencia que distingue el bien del mal. Con la tecnología actual las ciencias: la anatomía, la fisiología, y otras, nos informan qué sucede en el cerebro humano cuando piensa, o tiene emociones, pero no nos dicen nada sobre la actividad inmaterial de la mente, sólo la del cerebro, la del sistema nervioso, es decir de las manifestaciones físicas de los procesos del sentir afectivo o del pensar, pero no sobre éstos en sí.

El ingenio humano, su creatividad, hacer poesía o música, y el arte en general, están fuera del ámbito científico; no son actos materiales, aunque para llevarlos a cabo el hombre utilice su cuerpo, son mentales. La afectividad humana no se comparte con los animales, cuyos "afectos" son instintivos; pero el hombre sobrepasa con creces sus instintos, como los de protección a la descendencia.

Las ciencias de la conducta intentan conocer las funciones de la mente humana, pero no explican el por qué de su existencia, sólo investigan su realidad, es todo. La mente humana, el espíritu del hombre, que están por encima del resto de los seres vivos, solamente tienen explicación cuando se deduce que fueron creados por "alguien", con ese poder y esa voluntad.

La ciencia es limitada, pero creer en Dios supera y resuelve muchas preguntas del hombre. Así, creer en Él no es resultado ni del miedo, ni de debilidades, sino de la razón. Ciencia y religión no se oponen, se complementan en el ser humano, y por eso las gentes de diversos tiempos y culturas encuentran en la existencia de la deidad todopoderosa la respuesta a sus preguntas; la respuesta: Dios existe.


Por: Salvador I. Reding Vidaña

lunes, 3 de noviembre de 2014

LA NEBULOSA LÍNEA ROJA DE LA ÉTICA


 Autor: Pablo Cabellos Llorente

         La ética esta en boca de todos por su constante violación. Llevamos muchos años de corrupción. La verdad es que desde que el mundo es mundo. Pero ahora hay más medios y modos para ejercerla y puede extender sus redes de polo a polo con enorme facilidad. Y no me refiero solamente a la económica, que es la más llamativa para la mayoría. Pero lamentablemente está muchas veces en la cresta de la ola porque se anatematiza a determinados incumplidores de la legalidad (ahora a los poseedores de tarjetas negras y después la panda de cobradores de comisiones ilegales) mientras quedan impunes ante el juez, los jefes políticos, sindicales o empresariales de las diversas filas.

         Es obvio que no me dedicaré a defender a los autores de tales hazañas, pero me da pie para escribir que la ética no se hace a golpe de lo que en un momento determinado escandaliza a la opinión pública porque la ataca de modo más sensible. "La ética –escribía Leonardo Polo- no es una cataplasma, no es moralina... Establece las leyes del actuar humano, de tal manera que, si esas leyes se conculcan, el hombre deja de comportarse como tal". La ética es medular en la constitución de la persona. En sus aspectos más profundos y capitales, la conducta humana coopera muy intensamente en  nuestra realización personal y en la de los demás. De hecho, la gran mayoría de nosotros concuerda en muchos aspectos para dilucidar qué es bueno y qué es malo.

         Sin embargo, una serie de circunstancias han permitido que esa línea roja que separa el bien del mal se haya convertido en algo nebuloso, poco claro. Hay campos en los que admitimos variables según ideologías, de acuerdo con los propios aciertos o errores, con el uso de la libertad como una mera posibilidad de elegir sin ningún horizonte que la finalice. Escribe Alejandro Llano que la dignidad humana es inseparable de lo que Lewis llama el “Tao”, ese conjunto de convicciones morales que acompañan a las mujeres y hombres de todo tiempo y lugar. Pero hemos perdido el “Tao” en muchos aspectos de nuestras vidas, en muchas ocasiones también deslumbrados por una ciencia que ha producido mucho bueno, pero también bombas atómicas, guerra química, masacres, experimentos médicos terribles durante el Holocausto, manipulación genética…

          Polo tiene mucho cuidado de no presentar la ética de forma reductiva, bien sea como ética de bienes (hedonismo), ética de normas (racionalismo ético kantiano) o ética de virtudes (estoicismo). Por el contrario, subraya la importancia de una ética que abarque todas sus dimensiones propias, es decir, una ética completa. La superación de la dicotomía entre ética de normas y ética de la felicidad la realiza Polo acudiendo a las nociones escolásticas de “voluntas ut natura” y “voluntas ut ratio”. Gracias a la primera, hay en el hombre una inclinación insoslayable hacia la felicidad, pero la determinación de la acción concreta sólo es posible mediante la vinculación con la razón. Esto da pie a un desarrollo sobre la razón práctica, en la que hay que distinguir la captación de los primeros principios de la acción moral (la sindéresis), y los juicios sobre la moralidad de las acciones concretas, es decir, la conciencia moral.

         Ese planteamiento puede parecer un tanto teórico, filosofía. Y lo es, lo que no obsta para que esté requiriendo una versión práctica reflejada en nuestras conductas diarias: si no participamos la idea de que la ética implica a la persona entera y compromete su dignidad, vamos mal. Recientemente, un conocido político de izquierdas decía que si cientos de miles de españoles se conmocionan por la muerte de un perro, mientras que nadie abre la boca cuando miles de niños mueren diariamente de hambre, algo hemos de pensar. Efectivamente, algo nos pasa. Y lo peor que puede suceder es aquello de Ortega: “lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa”.

         Y lo malo es que no lo sabremos nunca mientras impere la ética de la encuesta, del oportunismo, de lo que suena bien o de lo políticamente correcto. Es muy urgente que vuelva el sentido común, la búsqueda de la felicidad y de la grandeza del hombre por la captación de los principios morales básicos y su aplicación en nuestras vidas. Los que rigen los destinos de un pueblo, una empresa o un sindicato no pueden seguir en su poltrona a costa de aguar las ideas claras de sus gobernados en cualquier orden. Hay que volver a la sensatez de llamar al pan, pan y al vino, vino, en lugar de hacer equilibrios para conservar la poltrona, aun a costa de tambalear y derribar una entera sociedad.


         Sí, la ética es una nebulosa  porque se pone la línea roja donde conviene al que la traza, seguramente sin pensar en sus graves consecuencias. Sirvan para terminar unas frases de El Quijote: "Buen natural tienes, sin el cual no hay ciencia que valga". "Letras sin virtud son perlas en el muladar", "¿Al dinero y al interés mira el autor? Maravilla ser que acierte", ya que "es mejor ser loado de unos pocos sabios, que burlado de muchos necios".

Detrás de cada santo

Al contemplar la vida de cada santo, necesitamos tiempo para dar gracias a Dios por haber venido al mundo.


Una canonización pone ante nuestros ojos la vida de un hombre o de una mujer que se que dejaron transformar por Dios. Porque detrás de cada santo hay, simplemente, radicalmente, un don y una respuesta.

El don es el de la gracia. Recibida en el bautismo, alimentada en la Eucaristía, rescatada en la Penitencia, la gracia transforma los corazones y permite el gran milagro de acoger a Dios en lo más íntimo de la propia existencia.

La respuesta es la que ofrece cada bautizado. Unos, por desgracia, lo hacemos con poco entusiasmo, con tibieza, con apatía. Otros, los santos, lo hacen intensamente, con alegría, con esperanza, con amor.

Detrás de cada santo brilla, por lo tanto, la acción salvadora de Cristo. El Hijo del Padre e Hijo del Hombre lava con su Sangre los pecados, invita a la conversión, propone un camino que pasa por la puerta estrecha que implica también la hora de la cruz.

Sólo quien acoge a Cristo puede salvarse, pues no hay otro nombre bajo el cielo que nos ofrezca el rescate verdadero (cf. Hch 4,12). Desde esa acogida empieza el proceso maravilloso que transforma los corazones, hasta el punto de que un santo ya no vive para sí mismo, sino que deja a Cristo vivir dentro de sí (cf. Gal 2,20).

Al contemplar la vida de cada santo, canonizado o sin canonizar, necesitamos tiempo para dar gracias a Dios por haber venido al mundo, por haber ofrecido su Amor, por habernos rescatado del pecado, por invitarnos a una vida nueva en el Espíritu.

Luego, llega el momento de poner la mano sobre el arado y empezar ese trabajo sencillo, humilde, confiado, de quien cree y espera, de quien opta por dedicar toda su vida a amar, sinceramente, a Dios y a los hermanos.


Por: P. Fernando Pascual LC


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domingo, 2 de noviembre de 2014

¿Cómo será mi muerte?

Si vives bien, morirás bien; si vives mediocremente, morirás como un mediocre; si vives santamente, no lo dudes, morirás como un santo. 


Comencemos por decir hoy que hay muertes preciosas. Es una muerte maravillosa la de quien puede decir en ese momento: “He cumplido mi misión”. Una muerte así es el comienzo de la vida verdadera. Es propiamente entonces cuando se nace. Por eso en el Martirologio, el libro donde se narra la vida de los santos y mártires, no se hace constar el día de su nacimiento, sino el de su muerte, como el verdadero día de su nacimiento, su “dies natalis”.

La muerte para los buenos brilla como una estrella de esperanza. Sus frutos son la paz, el descanso, la vida. Con esta paz y serenidad murió Juan XXIII: “¡Qué alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del Señor!.”, decía en su lecho de muerte. Un muchacho decía a la hora de su muerte: “¡Qué bueno ha sido Dios conmigo, por haberme concedido vivir 17 años!”; y moría ofreciendo su vida por sus padres y por los que lo habían formado.

Otro decía: “No sé por qué lloran”. Aquel joven moría pidiendo perdón a todos, incluso a su novia, pero la novia tuvo un gesto y unas palabras muy oportunas: “No tengo de qué perdonarte, y te lo digo delante del sacerdote, porque desde que te conocí soy más buena”. ¿Lo podrías decir tú de tu novio o de tu novia?

Preguntémonos ahora la cosa más importante: ¿Cómo será mi muerte? He aquí lo importante, no el cuándo sino el cómo voy a morir. Es decir, en qué disposiciones. Aunque no podemos fijar el día, el lugar, la forma externa de morir, sí podemos fijar el cómo. Podemos preverlo: se muere según se vive. Si se vive bien, lo normal es que se muera bien; si se vive mal, lo normal es que se muera mal, si Dios no pone remedio. Si vivo bien, con su ayuda moriré bien; si vivo mediocremente, moriré como un mediocre; si vives santamente, no lo dudes, morirás como un santo.

Si desde hoy te decides a ser un buen hombre, seguro que morirás como un buen hombre, y nunca te arrepentirás; pero, si dejas ese asunto para más adelante, lo dejas para nunca. No se puede improvisar la hora de la muerte. Los dos ladrones que iban a morir, estaban al lado del Redentor, pero sólo uno de los dos compañeros de suplicio de Jesús se convirtió.

Comenta San Agustín: “Hubo un buen ladrón, para que nadie desespere; pero sólo uno, para que nadie presuma y se confíe”. Hay que ser lógicos y aprovechar el tiempo. El que pasó, ya pasó, pero el que queda por delante hay que aprovecharlo con avaricia. Si muriera esta noche, ¿estaría preparado?; ¿tendría mis manos llenas, vacías o medio vacías? ¿Estaré preparado el día de mí muerte? Esta es la gran pregunta.

Podríamos terminar estas reflexiones con las palabras de un gran hombre, que todos los días medita sobre la muerte como maestra de vida: “Yo sé que toda la vida humana se gasta y se consume bien o mal, y no hay posible ahorro: los años son esos, y no más. Y la eternidad es lo que sigue a esta vida. Gastarnos por Dios y por amor a nuestros hermanos en Dios es lo razonable y seguro”

Según se vive, así se muere. Si esto es así: de los que viven santamente estamos seguros que morirán santamente. Pero de los que viven en pecado podemos estar seguros que morirán impenitentes


Por: P Mariano de Blas LC


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sábado, 1 de noviembre de 2014

¡Un día tendremos la dicha de morir!

Creo en la vida eterna
Es un error espantarse por las molestias inevitables de la vida y dejarse vencer por ellas

Un domingo cualquiera asistí a la Misa en una iglesia donde me tocó oír a un cura encantador, que nos decía entusiasmado en la homilía:

- ¡Sí, hermanos, un día moriremos! ¡Un día tendremos la dicha de morir!...
El Padre lo decía muy convencido, pero yo me dije para mis adentros:
- ¡Bueno! Allá él si quiere morirse. A mí que me deje disfrutar bien de la vida...
Aquel cura simpático, que chorreaba santidad por todos sus poros, ya murió y está disfrutando del logro de todas sus ilusiones. Yo sigo con mucho apego a la vida, lo reconozco. Pero, aquellas palabras de su homilía, ininteligibles —ininteligibles entonces para mí— me han hecho pensar muchas veces: ¿Y no tendría razón el buen cura?...
Es cierto que la vida es un don grande de Dios. Y nos la da para que la disfrutemos. A Dios no le gusta el lagrimeo de tantas personas amargadas y tristes. Si ha puesto en el mundo tanta hermosura y placer es para que lo disfrutemos todo y para ganarnos el corazón. ¡La vida es bella, y vale la pena vivirla!...
Pero es ciertamente un error el poner el corazón en lo que pasa y forzosamente se ha de dejar. Así como es otro error el espantarse por las molestias inevitables de la vida y dejarse vencer por ellas. La prudencia y el equilibrio son condición indispensable para valorar las cosas que son provisionales.
Si toda la felicidad en que ahora soñamos, y que tal vez disfrutamos, no la sabemos convertir en duradera para siempre, nos equivocamos de medio a medio. Porque es tener el juguete entre las manos, como el niño, y ver que se nos rompe o nos lo quitan. Se disfrutaba, para llorar después...
Cuando gozamos de las cosas —y las debemos gozar con gusto cuando Dios nos las da— nos va muy bien tener la frialdad de aquel contemplativo hindú, como nos cuenta una hermosa parábola. El monje solitario recibió una tarde a un joven, el cual llegaba rendido de tanto caminar.
- Dime, ¿qué quieres?
- Vengo porque Dios se me apareció el otro día y me dijo que viniera aquí. Me aseguró que tú me podías dar una piedra preciosa, la cual me haría rico para siempre.
- ¡Ah, sí! Debía referirse a ésta que encontré por casualidad en el bosque. Puedes quedarte con ella, si es que te gusta.
El joven se quedó loco de felicidad con aquel diamante, quizá el mayor del mundo. Se fue a dormir al caer el sol, pero pasó la noche entera dando vueltas y más vueltas en la cama.
- ¡Al fin soy rico para siempre!, se decía y se repetía de continuo, sin poder conciliar el sueño.
Al amanecer fue a despertar al hombre solitario, que seguía durmiendo tan tranquilo y feliz, y le suplica con insistencia:
- Hombre de Dios, toma tu diamante. Pero dame, dame esa riqueza que te permite desprenderte con tanta facilidad de esta piedra preciosa, la más grande de la India.
Aquí está el secreto de todo. La esperanza en una vida eterna es una riqueza muy superior a todos los valores de esta vida. Quien la posee, vive más feliz que nadie. El que espera, goza como nadie de la felicidad que Dios nos da ya aquí, la cual se cambiará en una felicidad mucho mayor y que no pasará jamás.
Pensamos muy rectamente que la fe cristiana nunca nos amargará la vida; al revés, hace de nosotros los seres más dichosos que existen. Quienes tenemos fe en una vida futura, damos envidia a los muchos que van a tientas entre las sombras...
Aquí es donde los que tenemos fe debemos jugar un gran papel en el mundo que nos rodea. Somos ricos, sin darnos cuenta de la pobreza que tenemos a nuestro alrededor. Y así como hay egoístas con el dinero, que abundan en él y no sueltan nada al pobre que a su lado se muere de hambre, así también hay muchos ricos en el espíritu, que no comunican a otros desesperados la esperanza en la que ellos abundan dichosamente. Nuestra esperanza la esparcimos a de mil maneras. Aunque nunca habrá modo alguno de comunicar optimismo y confianza como el que nos vea siempre con la sonrisa a flor de labios.
El que no piensa en un más allá, porque no cree ni espera, se pregunta forzosamente al vernos sonreír en medio de nuestras preocupaciones, igual que las suyas o mayores: ¿No estará escondido Dios debajo de esa sonrisa? ¿No será cierto que después de lo de aquí hay algo más?... Este aire de esperanza se manifiesta actualmente dentro de la Iglesia de un modo especial.
Por ejemplo, hemos cambiado nuestra manera de expresarnos cuando fallece alguno de nuestros seres queridos. Antes, el funeral era algo triste, y los recordatorios bastante som-bríos. Hoy les damos un aire pascual, y decimos y escribimos, con alegría en medio del dolor: ¡Ha pasado a la Casa del Padre!...
Un viejecito, al que visitábamos los del grupo y al que ayudábamos con nuestros pequeños ahorros, nos daba siempre la misma lección, y con una sonrisa que ni por casualidad se le caía de los labios, nos decía:
- Ustedes son jóvenes y tienen que disfrutar de la vida, como la disfruté antes yo. Para mí todo se acaba, pero yo sé que Dios me espera.
Viendo un caso así, pienso que el curita que sentía ganas de morir a lo mejor tenía mucha razón, aunque yo no lo quisiera entender; y así, le sigo diciendo a Dios, aún ahora: Señor, para mí, espera, espera un poquito más... Aunque he aprendido a decirle también: Señor y Padre mío, para ir a tu Casa, cuando Tú quieras..
Por: Evangelizando | Fuente: www.riial.org


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viernes, 31 de octubre de 2014

María... ahora y en la hora de nuestra muerte...

María, Madre de Misericordia está cerca de nosotros siempre. 


Madre... hoy necesito preguntarte acerca de las almas del purgatorio.

Bien hija. ¿Qué es lo que quieres saber, exactamente?-contestas a mi alma desde tu suave imagen de Luján.

En la parroquia de mi barrio sólo escucho un sereno silencio. Un momento más y comenzará la Santa Misa...
- Madre, es tan grande mi ignorancia que ni siquiera sé que preguntarte.

Mira, antes de responderte quiero que te respondas a ti misma una pregunta. ¿Mueve tu corazón la curiosidad o el amor?

- Quiero que sea el amor, Señora mía ¡Ayúdame a que sea el amor!...

Tus palabras alegran mi corazón. Me preguntas acerca de las almas del purgatorio. Te propongo que cierres los ojos y vengas conmigo.

- ¿Adónde Madre?

A un lugar donde es grande la pena y larga la espera.

Mi imaginación dibuja, entonces, un sitio triste, solitario... en semipenumbras. Como un grande y profundo valle al que no puedo bajar. María permanece a mi lado. Desde una especie de acantilado diviso, en el fondo del valle, tantísimas almas suplicantes.
La Misa comienza en la Parroquia. Quiero oírla a tu lado, Madre. Pero necesito preguntar:
- Señora, nada soy y nada valgo. Ningún mérito tengo para pedirte ¡Oh Madre de Misericordia! ¿Puede mi nada hacer algo para aliviar el gran sufrimiento de estas almas?

Me miras con infinita ternura. Te acercas a mi corazón y tomas de él algo que parece una cadena.

- Pero ¿De dónde sacas esos eslabones, María?

Esta cadena, hija mía, es la que has construido con tus oraciones de hoy.


Ella se acerca al borde del acantilado y arroja un extremo de la cadena pero... resulta demasiado corta para llegar, siquiera, al alma más cercana. Mis oraciones fueron tan apuradas, tan frías, tan débiles...
María camina ahora hacia una persona entre los bancos de la parroquia y toma la cadena que brota de su corazón.
¡Oh, sí! Ésta sí que alcanza. La pobre alma logra asirse de ella y María comienza a rescatarla. El alma a ascendido unos pasos cuando la cadena ¡Se rompe! ¡Ay, Madre, se ha cortado! ¿Qué se hace ahora María?
Mi amadísima Madre no se rinde. Se dirige ahora a una señora mayor que sigue la misa con devoción. Esta simple mujer diariamente reza el Santo Rosario en la Parroquia. También se preocupa de estar en estado de gracia, confesando asiduamente, ora por el Santo Padre y no tiene afecto alguno al pecado. A este último punto ella lo consigue a fuerza de gran lucha diaria con sus naturales inclinaciones, pidiendo continuamente la asistencia del Señor, quien la fortalece en la diaria Eucaristía.

María toma, delicadamente, el Rosario que pende de su cuello y con él, como irrompible y eterna cadena ¡Rescata un alma!. ¡Santo Dios! ¡Jamás vi algo semejante!¡Qué gratitud infinita la del alma liberada!¡Que exquisita es ahora su belleza!

- Explícame, Madre, por caridad.

Hija, lo que acabo de tomar del alma de esa buena mujer, sencilla, callada y muchas veces inadvertida es, sencillamente ¡Una indulgencia plenaria! ¡La indulgencia del Rosario!

- Entonces, ¡Oh Madre!¡Mira esa alma allí!¡Rescátala con ese Rosario!

Ya no puedo hija, pues sólo se puede ganar una indulgencia plenaria por día...

- Que pena, María, habrá que esperar, entonces, hasta mañana. Cuando ella vuelva a rezar el Rosario y recibir la Eucaristía ¿Verdad?

Si querida, pero no debería darte pena tener que esperar. Más bien debería darte pena que yo no tenga otro rosario, con las debidas condiciones, que me regalara una indulgencia plenaria.

Allí, con profundo dolor por mis olvidos, me doy cuenta de que no tiene, mi corazón, el Rosario que necesita María... ¿Cuánto tiempo me hubiese llevado el rezarlo con devoción?¿Media hora, tal vez? ¡Oh alma mía! Te vas tras tantas preocupaciones vanas y descuidas las cosas eternas.

Mi querida, tan grande es la misericordia de Dios que no sólo con el rezo del Rosario un alma puede ganar indulgencias. Puedes ganarlas plenarias o parciales, es decir, puedes alcanzar la remisión total o parcial de las penas debidas por los pecados de un alma, la tuya o la de un difunto, mas no la de otra persona que aún camina en la tierra.

- Dime, Madrecita dulce, de qué otras maneras puedo regalarte cadenas largas y fuertes para que tú, entre tus piadosas manos, las tornes santas y eternas.

Veamos ¿Recuerdas la enseñanza de Jesús? “El que busca encuentra”... Busca hija, tómate el trabajo de averiguar, habla con tu párroco. Hallarás lo que buscas si media de tu parte voluntad y esfuerzo.

Se acerca la hora de la consagración. El coro de la parroquia canta ¡Santo, Santo, Santo!. Miro a esas pobres almas angustiadas en el fondo del valle. Sus miradas me dicen ¡Canta, hermana, canta fuerte!¡Canta por nosotras!¡Canta por todas las veces que no supimos hacerlo!
Canto entre lágrimas... canto por ellas...
Voy a recibir la Eucaristía. Vuelvo mis ojos al fondo del valle. ¡Qué miradas! ¡Cómo quisieran ellas estar, por un segundo, en mi sitio... a escasos metros del Santísimo!

Pobres almas, tantas veces olvidadas por mi corazón.
Si tan sólo pudiera, ahora, hacer algo por aliviar sus penas...
- Puedes... puedes, hermana.. –Claman a mi corazón las benditas almas del Purgatorio- Al menos escribe de nuestra espera y nuestra angustia por no poder llegar aún a la presencia del Padre. Escribe acerca de cadenas que se cortan y de cadenas que liberan. Pide a María, Madre de Misericordia, que tus letras lleguen a las almas de los hermanos. Pide que ellos sientan compasión de nosotras y nos alivien con sus oraciones y limosnas en nuestro nombre. Quizás esas almas hagan por nosotras todo lo que querrían que hicieran por ellas cuando mueran.

Así lo hice. Ya está escrito. Entre tus manos queda, Madre. Ahora rezaré el Rosario. Pido a Dios que los eslabones que broten de mi alma no defrauden las esperanzas de mi Reina y Señora.


NOTA:

"Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna."


Por: María Susana Ratero


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jueves, 30 de octubre de 2014

¿Tiene usted conciencia?

Se dice que el concepto es poco moderno, que pertenece a una época ya superada... 

«La conciencia, nos dicen los queridos marxistas, es un invento de la burguesía para provocar en el proletariado sentimientos de culpabilidad y con ello mantenerle encadenado». Cinco minutos más tarde apelan a nuestra conciencia ante la miseria y los sufrimientos de la clase proletaria.

Pero también desde perspectivas no marxistas se niega con frecuencia la existencia de la conciencia. Se dice que el concepto es poco moderno, que pertenece a una época ya superada. Hoy sabemos que se trata tan sólo de convencionalismos y del llamado instinto gregario. Es necesario que existan algunas leyes según las cuales el individuo debe sacrificar algunas veces sus propios intereses en favor de la «grey». Teniendo en cuenta que la grey le proporciona muchas ventajas, este sacrificio queda más que compensado, y así el instinto gregario sirve en definitiva al más fuerte de los instintos, al instinto de conservación. Ayudamos a los demás porque entonces podemos esperar ayuda de ellos.

Reflexionemos sobre ello. Un hombre camina solitario por la calle de noche y oye un grito de auxilio.

C (el instinto de conservación) dice: «¡No vayas, te pondrás en peligro!»

G (el instinto gregario) dice: «¡Tienes que ir, un miembro del rebaño necesita tu ayuda!»

C advierte: «¡Para ti tú eres el primero!»

G advierte a su vez: «¡Es cierto, pero si no vas te desacreditarás ante la grey, te señalarán con el dedo, te rechazarán, quedarás marcado!»

C «¡Imbécil! Pero si está oscuro, nadie te ve y nadie sabe que pasas casualmente por aquí. Vete a casa y todo estará en orden!»

Y como el instinto de conservación es en definitiva el instinto más fuerte y en pura lógica tiene razón, nuestro hombre le sigue y se va a su casa. Ahora debería felicitarse a sí mismo por haberlo hecho tan bien y acertadamente. Su posición en el rebaño no se ha debilitado y a pesar de ello ha podido escapar del peligro. En cambio, lo que sucede es que no puede ni mirarse al espejo. Está furioso consigo mismo. Sufre. ¿Por qué? Porque sí hay alguien que sabe cómo ha actuado. El mismo lo sabe; y él no sólo tiene instinto de conservación e instinto gregario, si no además otra cosa, un juez incorruptible, la conciencia.

Y hay otro más que lo sabe. Conciencia no es lo mismo que ciencia. Conscientia se dice en latín: consabiduría, complicidad. Y el cómplice es Dios.

 Por: José Luis Martín Descalzo | Fuente: Conoze.com


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