"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Cristo fue el hombre más feliz

 Porque no le negó nada a Dios olvidándose de sí mismo preocupándose por los demás
Quien no antepone nada al amor de Dios será la persona más dichosa, ya que en Dios está nuestra felicidad. La demostración de este principio está en que las cosas creadas no tienen la capacidad de colmar todas nuestras ansias y nuestras apetencias de infinito, que sólo Dios puede colmar, ya que solo Él es infinitamente perfecto, poderoso, bondadoso y lleno de atributos que serían innumerables y de nunca acabar.

Los santos fueron hombres alegres, y no se conocen santos que hayan sido frustrados, amargados o tristes, y el motivo es porque supieron no anteponer nada al amor de Dios.

Dice el salmista "¿Quién nos mostrará la felicidad, si la luz de tu rostro, Señor, se ha alejado de nosotros? tú has dado a mi corazón más alegría que cuando abundan ellos de trigo y vino nuevo".(Salmo 4,7-8) Por lo tanto, debemos afirmar que se aleja la felicidad del alma cuando se aleja el rostro de Dios de nosotros. Y ¿Cómo se aleja su rostro de nosotros? Cuando anteponemos otros amores al amor de Dios.

Por eso que la felicidad debe ser conquistada. La felicidad consiste en el Estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien. Como dice la carta a los Gálatas, la alegría, es decir la felicidad, es fruto del Espíritu (Gal. 5,22) , y como tal debe ser conquistado con el amor a Dios sobre toda las cosas. Si miramos siempre a Dios en todo y en Él ponemos nuestro corazón, la luz de su rostro no se apartará de nosotros y su felicidad invadirá todo nuestro corazón.

Un alma triste es un alma que algo le esta negando a Dios, como el joven rico del evangelio, que tras al haber sido invitado a seguir a Cristo dejándolo todo no quiso porque tenia muchas riquezas y dice el evangelio que al oír esto, "se puso muy triste, porque era muy rico". (Lc. 18,23) 


Cristo el hombre más feliz

Siguiendo este principio, de que la felicidad depende de no negar nada a Dios, y no anteponer nada a su amor, debemos afirmar que Cristo fue el hombre más feliz de todos.

Cristo fue el hombre más feliz de todos porque su voluntad humana estaba en perfecta armonía con el plan divino. 

Nada interpuso al Plan de Dios, al Plan de "Su Padre Celestial" y por eso que no sólo en cuanto Dios, sino que también en cuanto hombre fue el más feliz de todos. 

Él mismo enseñaba a rezar a que se haga la voluntad de Dios por encima de todo: "Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo" (Mt. 6,9-10). Enseñaba que lo primero era hacer la voluntad de Dios: "No todo el que me diga: Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial" (Mt. 7,21). Y si enseñaba a cumplir la voluntad de Dios era porque él mismo la ponía por obra porque no enseñaba nada que antes no practicará él primero. De hecho se decía de Cristo que "les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como sus escribas" (Mt. 7,29).

Por eso que no sólo enseña a que se haga la voluntad de Dios sino que él mismo busca cumplir esa voluntad y ese plan con su misma vida. Abundan las citas Bíblicas en donde se ve el deseo de Cristo de Cumplir con la Voluntad del Padre celestial: Estando en el huerto de los olivos, momentos previos a su prendimiento rezaba de esta manera: "Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc 22,42). Se pueden ver también los paralelos a este evangelio. Cristo no antepone nada al plan de Dios, su voluntad humana está en perfecta armonía con el plan de salvación del Padre y por eso a pesar de sus sufrimientos, Cristo es el hombre más feliz. En el fondo de su corazón esconde su alegría.

Cristo vino para hacer la voluntad del Padre: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra."(Jn 4,34)) No vino para sí mismo sino para el Padre y por nosotros y toda su vida la gasta en esta misión sin mirarse a sí mismo. Y en otro pasaje dice "no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado" (Jn 5,30) . Siempre busca no anteponer nada al amor de Dios. También leemos en el mismo evangelio de Juan "porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y esta es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día" (Jn 6,38-40) . La Obra de Cristo está centrada en Dios y en el prójimo, y Cristo la cumplió a la perfección, por lo que no podemos dudar de que en él hubo una gran alegría a pesar de sus sufrimientos. 

Cristo fue el hombre más feliz porque no le negó nada a Dios olvidándose de sí mismo preocupándose por los demás.

Cuando Cristo se retiró a un lugar solitario y lo siguieron dice la escritura que "Al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos y curó a sus enfermos. Al atardecer se le acercaron los discípulos diciendo: «El lugar está deshabitado, y la hora es ya pasada. Despide, pues, a la gente, para que vayan a los pueblos y se compren comida» Mas Jesús les dijo: «No tienen por qué marcharse; dadles vosotros de comer»"(Mt 14,14-16) . Cristo venía ya haciendo muchas curaciones, y siempre se preocupaba de los demás, ahora podía preocuparse de si mismo, pero como se ve en el evangelio citado, Cristo se preocupa de la muchedumbre. En el mismo evangelio, un poco mas adelante Jesús dice a sus discípulos "Siento compasión de la gente, porque hace ya tres días que permanecen conmigo y no tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el camino" (Mt 15,32). Hace tres días que están con Cristo. Él esta predicando, curando, haciendo el bien, y sigue preocupándose por los demás sin tenerse en cuenta a si mismo. Nada antepone al amor de Dios y al amor del prójimo.

Cristo es el hombre más feliz porque nada antepuso al amor de Dios haciéndose servidor de todos. 

Como él mismo lo dijo: "El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos".(Mt 20,28) Y en el evangelio de Lucas nos dice: "Los reyes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los que ejercen el poder sobre ellas se hacen llamar Bienhechores; pero no así vosotros, sino que el mayor entre vosotros sea como el más joven y el que gobierna como el que sirve. Porque, ¿quién es mayor, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve" (Lc 22,25-27).

Cristo es el hombre más feliz porque no le negó nada a su Padre dando su vida en rescate por el género humano cumpliendo con el plan de salvación. 

Así, él entrega su cuerpo y su sangre: "Tomó luego pan, y, dadas las gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Este es mi cuerpo que es entregado por vosotros; haced esto en recuerdo mío. De igual modo, después de cenar, la copa, diciendo: « Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros". (Lc 22,19)

Él mismo entrega su vida: "Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre."(Jn 10,17-18) Y al final de su vida dice: "Padre, en tus manos pongo mi espíritu." (Lc 23,46)

Por estos motivos debemos decir, que aunque Cristo haya sufrido y Dios haya permitido que por momentos sintiese tristeza de muerte, debemos afirmar que Cristo fue el hombre más feliz de todos.
Autor: Padre Sergio P. Larumbe, I.V.E.


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martes, 23 de septiembre de 2014

Esperar da fuerzas para el camino



El mundo de hoy busca seguridades "tangibles", como si sólo pudiésemos esperar la ayuda de este mundo.



Esperar da fuerzas para el camino. Mantiene la mirada fija en el bien y la verdad. Estimula al amor. Ayuda a superar las mil dificultades de la vida.



¿De dónde surge la esperanza? A nivel humano, de constatar cómo en uno mismo y en tantas personas cercanas hay fuerzas, hay medios, hay voluntades dispuestas al trabajo y a la lucha.



A nivel cristiano, la esperanza se construye directamente sobre una certeza: Dios actúa a favor de los hombres, Dios ofrece su salvación en Cristo.



Desde la esperanza, el bautizado confía en las promesas de Cristo y se apoya en la gracia que tenemos por la acción del Espíritu Santo en nuestros corazones (cf. "Catecismo de la Iglesia Católica" n. 1817).



Esa esperanza nos lanza a luchar contra el pecado, a resistir ante las tentaciones, a soportar las injurias, incluso a sobrellevar en paz la muerte de un ser querido, la pérdida del puesto de trabajo o una fuerte tensión en familia.



El mundo de hoy busca seguridades "tangibles", como si sólo pudiésemos esperar la ayuda de aquí abajo. Sin renunciar a esas seguridades bien usadas, el creyente sabe que existe una ayuda y una fuerza mucho más grande y más hermosa: la que viene de Dios.



Si miramos a la Cruz y si creemos en la Resurrección, la esperanza surge irresistible. Nos apoyamos en quien dio su Sangre para perdonarnos, en quien venció a la muerte y ahora vive para siempre.



Entonces trabajamos llenos de alegría. Apoyados en Cristo, todo lo podemos (cf. Flp 4,13). Incluso tenemos fuerzas para superar el pecado, pues acudimos al trono de la misericordia, a un Dios que, para rescatar al esclavo quiso entregar a su propio Hijo (cf. Pregón Pascual).

Autor: P. Fernando Pascual LC

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lunes, 22 de septiembre de 2014

JOSE MARIA PAGADOR, 45 AÑOS DE PERIODISTA

Jose Maria Pagador (18/09/2014)


Periodista, Escritor, Pintor, Conferenciante, Fotógrafo, Músico  y por encima de todo, una gran persona y un gran amigo, este es José María Pagador.

Es una pena, esos homenajes póstumos, que a personas de valía se le hacen, pero que desgraciadamente la persona que lo mereció, nunca pudieron disfrutarlo.

Gracias a Dios en el caso de mi amigo, el sí pudo disfrutar del  cariñoso y caluroso homenaje  que se le dio el día dieciocho del presente mes, inaugurando ese día su buenísima exposición de fotografías, en la sala de Exposiciones de la Excelentísima Diputación de Badajoz a cuyo acto asistieron autoridades del mundo de la Cultura, del Periodismo, de la Fotografía,  de la política y un muy nutrido grupo de pacenses y de otros lugares, amigos y seguidores de José Pagador que quedaron pequeña la citada sala de exposiciones, llegando a  llenar el pasillo hasta la puerta de entrada por la calle del Obispo.

Fue una gran satisfacción, ver como los extremeños han sabido reconocer la talla profesional y humana de esta gran persona.
Hoy quiero yo sumarme y hacerle mi modesto homenaje con esta publicación, sintiendo con gran orgullo ser un buen amigo de José María Pagador desde nuestra juventud.

José maría Pagador, persona honesta, sencilla, con un exquisito don de gente, lo que te hace sentirte  muy cómodo, leyéndolo, escuchándolo  o admirando sus obras.

Hombre que ha bebido de distintas culturas y costumbres, dado a que ha recorrido medio mundo y tratando siempre de enriquecer su  cultura y por ende su persona.

José María Pagador Periodista.

·       Se licencio en Periodismo, en la Escuela oficial de Periodismo de Madrid.
·       Redactor del diario Hoy de Extremadura (Grupo Vocento)
·       Redactor Jefe, subdirector y gerente de la mítica Hoja del Lunes de (Badajoz)
·       Corresponsal del Grupo 16, El País y Agencia EFE.
·     Ha colaborado y colabora en la cadena SER desde 1970 en distintos programas.
·       Fundador y coordinador de la revista Alminar
·       Director de la Revista  Economía Extremeña.
·       Fundador y Director de la revista Extremur.
·  Director y Presentador del programa “Más que Dos”  (Canal Extremadura Televisión).
·       Fundador y Director de la revista Frontera.
·       Columnista de los periódicos del grupo Zeta en Extremadura.
·       Presidente de la  Asociación de la Prensa de Badajoz.
·       Presidente de la Asociación de la Prensa de Extremadura.
·       Consejero de la Institución n Pedro de Valencia.

José María Pagador  ha sido galardonado con:
· Premio Internacional de Poesía Antonio González de Lama, Excelentísimo Ayuntamiento de León.
·       Premio Nacional Banco de Bilbao de Artículos.
·       Premio nacional Ejercito del Aire de prensa escrita.  (Otorgado dos veces).
·       Premio Importante de Extremadura, concedido por la asociación de la Prensa de Extremadura.
·       Premio Extremeño del año, concedido por la Cadena SER.
·  Premio Nacional de Comunicación Corporativa  por la revista Frontera.
·   Medalla de APROSUBA, por su labor en pro de los deficientes psíquicos.

José María Pagador Escritor.

·       Autor de una nutrida colección de libros tanto de Poesías como de Historia, cito solo algunos:
·       El instante  habitado (poesía, colección Álamo, (Salamanca).
·     La guerra civil en Extremadura (Historia con otros autores, Diario Hoy.
·  Extremadura una mundo (Junta de Extremadura, Libro oficial de Extremadura en la Expo 92 de Sevilla.
·       Entre otros.

José María Pagador Pintor.

Desde 1970 hasta hoy ha realizado quince exposiciones en distintas ciudades de España  y Portugal. Cabe destacar entre ellas una gran Exposición de acuarelas celebrada en la Cordoaria Nacional de Lisboa en 1998 Patrocinada por La Cámara Municipal de Lisboa y el BBVA-Portugal.
Ha logrado colocar obras suyas en distintas colecciones tanto públicas como privadas en España, Portugal, Francia, Italia, Suiza, Australia entre otras naciones.

José María Pagador Conferenciante.

Ha impartido múltiples conferencias dentro y fuera de España, en Universidades, Ateneos, Institutos Cervantes en el extranjero, asociaciones culturales, colegios mayores, colegios, Etc.
Lógicamente de temas relacionados con el periodismo, su obra literaria y el Quijote del que es un especialista reconocido.

José María Pagador Fotógrafo.

Por los años sesenta siendo estudiante de periodismo comienza a practicar la fotografía, aun cuando desde bien niño, que tuvo su primera máquina de fotografías,  fue algo que siempre le llamo la atención.
Aun cuanto esta exposición, que se inauguró el día dieciocho del presente mes, con motivo de sus cuarenta y cinco años de periodista, ha sido la primera que ha realizado con fotografía, pero se estima que su archivo contempla más de las quinientas mil tomas, que ha realizado por todo el mundo.


José María Pagador Músico.

Tal vez es la faceta de José María Pagador, que muchos no conocen y tal vez sea yo quien se la dé a conocer o se la recuerde.
Desde muy joven, sintió afición por la música y halla por los años sesenta, tuvimos la feliz idea de reunirnos varios amigos y crear un Grupo musical, era la moda de esa época, bueno pues  José María Pagador, rápidamente se inclina por la batería, no lo hacía mal no, pues nos animamos y creamos el grupo LOS WALKERS:

·       José María Pagador, Batería
·       José Ramón Mejías, Bajo y Voz
·       Gonzalo Fernández Callejo, Guitarra Rítmica 1
·       José Arturo Díaz, Guitarra Rítmica 2
·       Yo, Manuel Murillo, Guitarra Solista.

La verdad que no nos lo pasábamos mal, actuamos en los mejores sitios de Badajoz, y en festivales, pero la vida del grupo fue corta ya que al estar todos estudiando, y en esa época salvo para hacer Magisterio, para el resto había que salir de Badajoz, lo que hizo que el citado grupo se deshiciera.

No obstante él no ha perdido esta afición y es posible incluso, el que volvamos a reunirnos de nuevo.

Pues solo me resta decirles que felicito a mi gran amigo por esos cuarenta y cinco años de Periodismo y me consta que al menos periodista seguirá siendo hasta su muerte, en su caso es imposible dejar de serlo.

Seguiremos leyéndote, escuchándote y aprendiendo siempre de ti.
Hasta Siempre mi gran y querido amigo.

Un gran abrazo.

Manuel Murillo Garcia.

Algunas fotografías de su Exposicion









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Esperar da fuerzas para el camino

El mundo de hoy busca seguridades "tangibles", como si sólo pudiésemos esperar la ayuda de este mundo.


Esperar da fuerzas para el camino. Mantiene la mirada fija en el bien y la verdad. Estimula al amor. Ayuda a superar las mil dificultades de la vida.



¿De dónde surge la esperanza? A nivel humano, de constatar cómo en uno mismo y en tantas personas cercanas hay fuerzas, hay medios, hay voluntades dispuestas al trabajo y a la lucha.



A nivel cristiano, la esperanza se construye directamente sobre una certeza: Dios actúa a favor de los hombres, Dios ofrece su salvación en Cristo.



Desde la esperanza, el bautizado confía en las promesas de Cristo y se apoya en la gracia que tenemos por la acción del Espíritu Santo en nuestros corazones (cf. "Catecismo de la Iglesia Católica" n. 1817).



Esa esperanza nos lanza a luchar contra el pecado, a resistir ante las tentaciones, a soportar las injurias, incluso a sobrellevar en paz la muerte de un ser querido, la pérdida del puesto de trabajo o una fuerte tensión en familia.



El mundo de hoy busca seguridades "tangibles", como si sólo pudiésemos esperar la ayuda de aquí abajo. Sin renunciar a esas seguridades bien usadas, el creyente sabe que existe una ayuda y una fuerza mucho más grande y más hermosa: la que viene de Dios.



Si miramos a la Cruz y si creemos en la Resurrección, la esperanza surge irresistible. Nos apoyamos en quien dio su Sangre para perdonarnos, en quien venció a la muerte y ahora vive para siempre.



Entonces trabajamos llenos de alegría. Apoyados en Cristo, todo lo podemos (cf. Flp 4,13). Incluso tenemos fuerzas para superar el pecado, pues acudimos al trono de la misericordia, a un Dios que, para rescatar al esclavo quiso entregar a su propio Hijo (cf. Pregón Pascual).

Autor: P. Fernando Pascual LC

domingo, 21 de septiembre de 2014

Mateo, de publicano a santo

El cobrador de impuestos, no calcula las consecuencias, no regatea. Deja absolutamente todo y comienza una nueva vida al lado de Cristo.


Mateo, el publicano, tuvo la gran suerte de encontrarse con Cristo y así su vida experimentó un gran cambio hasta convertirse en el gran apóstol y evangelista que conocemos. Experimentó sin duda la angustia y la tristeza del pecado desde su condición de publicano, pero después fue valiente y decidido a la hora de abandonar aquella vida para ponerse de rodillas ante la verdad de Dios que quería su corazón plenamente. Así se operó la conversión: de publicano a santo.

Al pasar vio a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: "Sígueme" (Mt 9, 9). La misión de Cristo fue siempre la de salvar al hombre de la esclavitud del mal. Parece que siempre está comprometido en esta lucha. 

Cristo siempre pasa, y siempre se encuentra con alguien: con Zaqueo, con la Samaritana, con la pecadora pública. Al pasar se encuentra con Mateo, un publicano, un ser señalado por los judíos que se creían buenos, un hombre de mala reputación, un pecador. Cristo se dirige a él y le ofrece otro camino: cambiar la mesa de los impuestos por una vida de entrega generosa y desinteresada a los demás, cambiar la vida de pecado por una vida de amistad con Dios, cambiar en definitiva el corazón. Una auténtica conversión. Él acepta esta invitación, porque la mirada de aquel hombre le había hecho comprender su pobreza interior, la pobreza que siempre conlleva el pecado.

"Él se levantó y le siguió" (Mt 9,9). Admira la prontitud con que Mateo abandona su vida de pecado para abrazar el amor de Dios. No hace consideraciones, no calcula las consecuencias, no regatea a Cristo. Deja absolutamente todo y comienza una nueva vida al lado de Cristo. Realiza dos gestos, sintetizados en dos palabras: "Se levantó", como si se dijera que abandona aquella mesa, símbolo de su vida pasada y de su pecado; y es que para salir del pecado siempre hay que abandonar algo propio, personal. Y "le siguió", es decir, abrazó una nueva vida, una vida junto a Dios, una vida centrada en otros valores, una vida nueva en Cristo. No fue sin duda fácil para Mateo esta decisión, pero bien valía la pena probar otro camino distinto de aquel que se había convertido para él en tantos momentos de dolor, de angustia y de remordimiento.

"No he venido a llamar a justos sino a pecadores" (Mt 9,13). Jesús aceptó la invitación de Mateo a comer en su casa, casa que se llenó enseguida de publicanos y pecadores. Los fariseos preguntaron a los discípulos por qué comía su Maestro con publicanos y pecadores. Pero fue Jesús el que les respondió: "No necesitan médico los que están fuertes sino los que están mal. Id, pues, a aprender lo que significa aquello de: Misericordia quiero, que no sacrificio" (Mt 9, 10-13). 

Es maravilloso el comprender cómo el Corazón de Dios busca la oveja perdida y cómo se llena de alegría verdadera y profunda cuando la encuentra. Por eso se enfrenta con estas palabras tan consoladoras a aquellos fariseos que se extrañaban de que el Maestro se sentara a la mesa con los pecadores. No sabían aquellos hombres que Cristo había venido a salvar precisamente a aquellos que ellos despreciaban y, más aún, ignoraban los fariseos que tal vez era más fácil sacar del abismo del mal a personas que se aceptaban pecadoras que a ellos mismos que se consideraban justos.

Autor: P. Juan J. Ferrán

sábado, 20 de septiembre de 2014

¿Hace cuánto que no le cantas a María?


Porque necesitamos la paz de su mirada, el calor de su compañía, la ternura de su afecto, la alegría de su sí al Padre.
Cantar a María es una manera íntima, humana, muy nuestra, de cantar a Dios. Es reconocer que la Redención ha sido completa en nuestra Madre. Es celebrar que Ella, en cierto modo, nos representa ante el Dios amante de la vida, redentor del hombre y de la historia.

Cantar a María es mirar al mundo con ojos distintos. Porque la santidad divina purificó completamente una existencia humana. Porque el sí de la creatura fue genuino y alegre. Porque el Amor encontró en una joven de Nazaret su morada. Porque no faltó el vino en Caná y empezaron, para todo el mundo, las bodas del Cordero.

Cantar a María es reconocer la grandeza de Dios. Porque mira al humilde, porque acoge al débil, porque rechaza al soberbio, porque salva al pecador arrepentido. Porque quiso ser Niño, porque quiso tener Madre humana, porque empezó a ser Hermano nuestro. Porque tuvo necesidad de alguien que sufriese, como Mujer, como Mediadora, al lado de la cruz.

Cantar a María es aprender a ser como niños. Porque necesitamos la paz de su mirada, el calor de su compañía, la ternura de su afecto, la alegría de su sí al Padre. Porque queremos ser creyentes como Ella, porque necesitamos fiarnos de Dios, porque no nos resulta fácil caminar en las tinieblas, porque necesitamos ayuda para escuchar la voz del Espíritu.

Cantar a María es parte de nuestro caminar cristiano. No hay Hijo del Hombre sin la Madre. Jesús la quiso, y, en Ella, nos quiso a todos. También a quien lucha contra el egoísmo, a quien siente difícil la pureza, a quien piensa que es imposible el amor al enemigo. También a quien se levanta, una y mil veces, tras la caída, para pedir perdón a Dios (un Dios presente a través del sacerdote que repite lo que diría el Hijo: te perdono).

Cantar a María es decir, simplemente, desde el corazón, un gracias a Dios. Porque en su Madre nos ha amado con locura. Porque venció así nuestro pecado. Porque nos abrió el cielo, donde está Ella esperándonos. Porque nos quiere pequeños, débiles, pero seguros: no hay miedo junto a la Madre. Sólo hay esperanza, alegría y amor sincero.
Autor: P. Fernando Pascual 

viernes, 19 de septiembre de 2014

Cuando sufres y no entiendes nada

Es simplemente incomprensible, pero Él te ayudará a recuperar la paz y a experimentar con más fuerza aún su paternidad.

¿Por qué me sucede esto a mí? ¿Cómo lo permite Dios? ¿Qué hice para merecer este castigo? ¿Qué será de mi futuro? 

Son preguntas hirientes que brotan con frecuencia en medio del sufrimiento.

Con el salmista (Sal 30) gritamos: 

Piedad, Señor, que estoy en peligro:
se consumen de dolor mis ojos,
mi garganta y mis entrañas.

Le damos vueltas con la cabeza y no entendemos nada. Es simplemente incomprensible. Toda la sensibilidad se retuerce y a veces se rebela. No es para menos. "No lo entiendo, Señor, no tiene ningún sentido, no me entra en la cabeza."

A ti, Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
Tú, que eres justo, ponme a salvo,
inclina tu oído hacia mí;
ven aprisa a librarme,
sé la roca de mi refugio,
un baluarte donde me salve.

Las cosas no me cuadran

Lo que estás viviendo te parece que no encaja con el concepto del Dios bueno y justo del que has oído hablar tantas veces. Viene la tentación de la desesperanza y hasta la fe se ve amenazada.

Pero apenas puedes levantar la mirada, ves el universo: su belleza, el orden, la perfección, el detalle, la grandeza, la abundancia... y no es difícil concluir que lo hizo y lo conserva un Padre bueno que vela por sus hijos.

Ves tu vida: el mero hecho de existir cuando podrías no haber sido, tu capacidad de amar, tu familia, tu bautismo, tu educación, tus amigos... y tantas cosas buenas y bellas de tu persona y de tu historia. Aunque no es que todo sea perfecto, su belleza y gratuidad desvelan el rostro amable de un Dios que cobija a sus criaturas.

La Providencia Divina

Esa es la Providencia. No se puede probar con argumentos, hay que experimentarla. A veces se nubla u oscurece, más cuando se está en medio de la batalla; son momentos, sucesos o circunstancias particulares, pero cuando se ve en perspectiva todo adquiere sentido. Y a veces se requieren décadas para tener suficiente perspectiva. Es como estar perdido en medio de un laberinto y luego ser capaz de verlo desde lo alto y encontrarle sentido.

La historia de José, hijo de Jacob, es elocuente: pasó una historia de odio, envidia, mentira, ingratitud, sensualidad... para que llegara a cumplirse el designio de Dios sobre su pueblo. Vale la pena recordarlo. Sus hermanos primero se burlaron de él, después le odiaron y le rechazaron, planearon su muerte, por fin lo arrojaron a un pozo, lo vendieron como esclavo a los primeros extranjeros, unos egipcios, que pasaron por ahí e informaron a su padre que había muerto. La esposa del faraón lo tentó, luego mintió y lo acusó injustamente. José acabó en la cárcel del faraón. ¿Podría haber imaginado lo que iba a suceder después? El caso es que Dios le concedió el cargo administrativo más alto en el reino; tuvo la oportunidad de perdonar a sus hermanos, de volver a abrazar a su padre, de ofrecer a su familia y a las familias de todos sus hermanos una nueva tierra, un nuevo pueblo, una nación donde salvar sus vidas en un momento de tremenda hambre y carestía. El pueblo de Israel creció y se consolidó en Egipto.

Incendios que dan vida

Hace unos meses me invitaron a dar un taller de oración en Calgary. Tuvimos el curso en un lugar montañoso con zonas inmensas de bosque. Mientras iba por carretera pasamos por un bosque amplísimo que se había incendiado, sólo se veían troncos caídos y cenizas. Mi reacción natural fue decir: "¡Qué desastre!" Poco después apareció un gran cartel que decía: "Incendios que dan vida". El fuego forma parte del sistema de regeneración de un bosque. Cantidad de semillas permanecen encerradas en las piñas hasta que el calor de un incendio las libera. Las cenizas fertilizan el campo. Gracias a incendios de hace 30 años tenemos ahora bosques espléndidos.

Es necesario ver el conjunto en perspectiva. La oración es el mirador

Cuando el sufrimiento y el misterio se hacen presentes en la propia vida, tenemos en las manos un momento privilegiado para hacer oración. No necesariamente se encuentran respuestas; más aún, rara vez se encuentran explicaciones lógicas a lo que sucede, pero es tiempo fecundo para crecer en el conocimiento personal, para reconocer los propios límites, dejarse interpelar por Dios que nos llama a la conversión y anclar la vida en una confianza inquebrantable en la providencia de Dios.

La historia es como un río que lleva su curso; en el camino encuentra tropiezos y remolinos, pero sigue su curso. Y el Plan de Dios se cumplirá. "En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo." (Jn 16,33)

"Yo confío en ti, Señor,
te digo: -tú eres mi Dios-.
En tus manos están mis azares (...);
qué bondad tan grande, Señor,
reservas para tus fieles,
y concedes a los que a ti se acogen".

Cuando Dios permite que suframos sus hijos, nos ofrece una oportunidad de purificación y, sobre todo, de alguna manera nos dice: "No busques más razones, me tienes a mí como respuesta".

"Yo decía en mi ansiedad:
"me has arrojado de tu vista";
pero tú escuchaste mi voz suplicante
cuando yo te gritaba".

Tu oración la escucha el mismo Dios que vio en la cruz a su único Hijo, Jesucristo: el crucificado que redimió a la humanidad.

La presencia infalible de Dios Padre y el ejemplo silencioso de Cristo crucificado se manifiestan a la hora de la prueba como una nueva epifanía del amor personal de Dios en tu vida. No hay manera de demostrarlo, pero quizá es una experiencia que habrás vivido más de alguna vez. Cuando abres la puerta de la fe, Él te ayuda a encajar el golpe, a recuperar la paz y a experimentar con más fuerza aún su paternidad.

Piénsalo un poco. En tu propio sufrimiento, al cabo de los años, ¿has experimentado de alguna manera la mano Providente de Dios? Si no es así, convérsalo con Él.

Autor: P. Evaristo Sada LC

jueves, 18 de septiembre de 2014

Nos hace falta la virtud de la esperanza, Señor

La esperanza es la luz que puede romper las negras sombras cuando parece que todo está perdido.
Hoy es jueves, Señor, y vengo con el alma en sombras, sombras que se llegan a convertir en oscuridad si nos falta la virtud de la Esperanza.... 

Cuando eso sucede hay noches en las que parece que el tiempo se ha detenido y jamás veremos el amanecer... en ellas oímos el palpitar de nuestro corazón y cada latido nos duele. 

Noches de negrura espiritual en las que todo parece agrandarse, nuestra pena, nuestra angustia y nuestro malestar. 

Nos pesa la vida y en el silencio de esa noches nos parece que no hay pena como nuestra pena.

Pero...si hay un poco de esperanza en nuestro corazón, estamos salvados. 

Sabemos de casos que esa gran "desesperanza" ha llegado a tal límite, a tal profundidad que no se ha encontrado otra solución que el buscar la "puerta falsa". Es el escape, el terminar con algo que pesa demasiado y el sentirse sumergido en las tinieblas de una noche "sin mañana"... sin esperanza. ¡Eso fue lo que les faltó a esas vidas, LA ESPERANZA. 

La esperanza es un mañana mejor, la esperanza es la luz que puede romper las negras sombras cuando parece que todo está perdido.

Sin esperanza no se puede vivir.

Cuando hay Esperanza a pesar de la desilusión y del dolor, siempre habrá otro camino que no sea el de la desesperación y el total aniquilamiento del verdadero yo. 

Es cierto que hay situaciones en la vida que son como la más oscura de las noches, noches en que las horas parecen no pasar...pero cuando hay fe, cuando sabemos que tenemos un Dios Padre que sabe de nuestro sufrimiento, cuando nos sabemos amados por El, a pesar de que nuestro sentimiento de soledad sea inmenso, si nos dejamos arropar y abandonar en sus brazos y en los de nuestra Madre María Santísima, la Esperanza, de saber que Dios nos ama, llegará con su luz que sabe consolar. 

Quien se siente amado no puede caer en la desesperación y Dios nos ama.

La ESPERANZA, es una virtud que tenemos que cultivar como la flor más delicada y valiosa. Tres son las virtudes teologales : Fe, Esperanza y Caridad, cuyo objeto directo es Dios Sin ellas es muy difícil caminar por la vida y no podemos olvidar que la Esperanza siempre será la luz en nuestras noches cuando las penas y las dificultades las hagan muy oscuras. 

Estos momentos ante Ti, Jesús, te pedimos que nos llenes de esperanza y que recordemos que el Papa Benedicto XVI ha dedicado una Carta encíclica «Spe salvi», para hablarnos de la esperanza: " (...) se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino.

Autor: Ma Esther De Ariño

miércoles, 17 de septiembre de 2014

María, la Virgen dolorosa

Cuánto admiramos a la Virgen dolorosa por haber sufrido como sufrió, por haber amado como amó. ¡Cómo quisiéramos ser como Ella! 
El dolor, desde que entró el pecado en el mundo, se ha aficionado a nosotros. Es compañero inseparable de nuestro peregrinar por esta vida terrena. Antes o después aparece por el camino de nuestra existencia y se pone a nuestro lado. Tarde o temprano toca a nuestras puertas. Y no nos pide permiso para pasar. Entra y sale como si fuese uno más de casa.

El sufrimiento parece que se aficiona a algunas personas de un modo especial. La vida de la Santísima Virgen estuvo profundamente marcada por el dolor. Dios quiso probar a su Madre, nuestra Madre, en el crisol del sacrificio. Y la probó como a pocos. María padeció mucho. Pero fue capaz de hacerlo con entereza y con amor. Ella es para nosotros un precioso ejemplo también ante el dolor. Sí, Ella es la Virgen dolorosa.

Asomémonos de nuevo a la vida de María. Descubramos y repasemos algunos de sus padecimientos. Y sobre todo, apreciemos detrás de cada sufrimiento el amor que le permitió vivirlos como lo hizo.

El dolor ante las palabras de Simeón.

El anciano profeta no le predijo grandes alegrías y consuelos a nivel humano. Al contrario: "este niño será puesto como signo de contradicción, -le aseguró-. Y a ti una espada de dolor te atravesará el alma". 
María, a esas alturas, sabía de sobra que todo lo que se le dijese con relación a su Hijo iba muy en serio. Ya bastantes signos había tenido que admirar y no pocos acontecimientos asombrosos se habían verificado, como para tomarse a la ligera las palabras inspiradas del sabio Simeón.

Seguramente María tuvo esa sensación que nos asalta cuando se nos pronostica algo que nos va a costar horrores. Como cuando nos anuncian un sufrimiento, un dolor, una enfermedad terrible, o la muerte cercana... Algo similar debió sentir María ante semejantes presagios.

Pero en su corazón no acampó la desconfianza, el desasosiego, la desesperación. En lo profundo de su alma seguía reinando la paz y la confianza en Dios. Y en su interior volvería a resonar con fuerza y seguridad el fiat aquel lleno de amor de la anunciación.

Para nosotros Cristo mismo predijo no pocos males, dolores y sufrimientos. Cristo nos pidió como condición de su seguimiento el negarse a uno mismo y el tomar la propia cruz cada día. Nos prometió persecuciones por causa suya. Nos aseguró que seríamos objeto de todo género de mal por ser sus discípulos; que nos llevarían ante los tribunales; que nos insultarían y despreciarían; que nos darían muerte. ¡Qué importante es, ante estas exigencias, recordar el ejemplo de nuestra Madre! El verdadero cristiano, el buen hijo de María, no se amedrenta ni se echa atrás ante la cruz. Demuestra su amor acogiendo la voluntad de Dios con decisión y entereza, con amor.

El dolor ante la matanza de los inocentes por Herodes.

María debió sufrir mucho al enterarse de la barbarie perpetrada por el rey Herodes. La matanza de los inocentes. ¿Qué corazón con un mínimo de sensibilidad no sufriría ante esa monstruosidad? Ella también era madre. Y ¡qué Madre! ¡con qué corazón! ¡con qué sensibilidad! ¿Cómo no le iba a doler a María el asesinato de esos niños indefensos? Además, seguramente, María conocía a muchos de esos pequeñines. Conocía a sus madres... Sí, es muy diverso cuando te dicen que murieron X personas en un atentado en Medio Oriente, a cuando te comunican que han matado a uno o varios amigos y conocidos tuyos... Entonces la cosa cambia.

A lo mejor hasta María se sintió un poco culpable por lo ocurrido. Y eso agudizaría su dolor. Quizá comprendió que aún no había llegado el momento de ofrecer a su Jesús en rescate por aquellos pequeñines (Dios no lo dispuso así). Quizá también en la mente de María surgió la eterna pregunta: ¿por qué el mal, el sufrimiento, la muerte de los inocentes? Sabemos que en este caso la respuesta podría ser otra pregunta: ¿porqué la prepotencia, maldad y crueldad demoniaca de Herodes...?

Ciertamente rezaría por ellos y, sobre todo por sus inconsolables madres. Se unió a su sufrimiento, que no le era ajeno (eran quizá los primeros mártires de Cristo), e hizo así fecundo su propio padecer.

También nuestro corazón cristiano ha de mostrarse sensible al sufrimiento ajeno. Compadecerse. Socorrer. O al menos, consolar. Como alguien dijo -y con razón- "si podéis curar, curad; si no podéis curar, calmad; si no podéis calmar, consolad". Siempre estaremos en grado de ofrecer un poco de consuelo y también de rezar por los que sufren.

El dolor de haber perdido al Niño.

¡Cómo sufre una madre cuando se le ha perdido su niño! Sufre angustiada por la incertidumbre. ¿Dónde estará? ¿cómo estará? ¿le habrá pasado algo? ¿estará en peligro? ¿le habrá atropellado un coche? ¿lo habrán raptado? ¿estará llorado desconsolado porque no nos encuentra? Todo eso pasaría por la mente de María. Y más cosas aún: ¿y si lo ha atrapado algún pariente de Herodes que lo buscaba para matarlo? Así son las madres y su amor por sus hijos...

Pues imaginemos a María. La más sensible de la madres, la más responsable, la más cuidadosa... Y resulta que no encuentra a su Hijo. Es motivo más que suficiente para angustiarla terriblemente. Aparte de que no era un hijo cualquiera. A María se le ha extraviado el Mesías. Se le ha perdido Dios... ¡Qué apuro el de María!

¡Qué tres días de angustiosa incertidumbre, de verdadera congoja! ¿Habrá dormido María esos días? Seguro que no. Desde luego que no durmió. ¿Cómo va a dormir una madre que tiene perdido a su hijo? Pero sí rezó y mucho. Sí confió en Dios. Sí ofreció su sufrimiento con amor porque era Dios el que permitía esa situación.

No termina todo aquí. A todo esto siguió otro dolor, y quizá aún mayor que el anterior. La incompresible e inesperada respuesta de Jesús: "¿porqué me buscabais...?" ¡Qué efecto habrán causado esas palabras en el corazón de su Madre, María...!

Tratemos de meternos en el corazón de una madre o de un padre en esas circunstancias. Llevan tres días y tres noches buscando angustiados a su Hijo. Temiéndose lo peor. Y de repente, lo encuentran tan contento, sentadito en medio de la flor y nata intelectual de Jerusalén, dándoles unas lecciones de catecismo y de Sagrada Escritura... Y además, les responde de esa manera...

Es verdad, por una parte, sentirían un gran alivio: "¡ahí está! ¡está bien! ¡por fin lo hemos encontrado!" Pero, acto seguido, cuenta el evangelio, María tuvo la reacción normal de una madre: "Hijo, mío. ¿Por qué nos has hecho esto?" (se merecía una regañina, aunque fuera leve).Y por otra parte, asegura el evangelista que "ellos no comprendieron la respuesta que les dio". El dolor de esa incomprensión calaría hondo en el alma de sus padres.

Y María, en vez de enfadarse con el crío (con perdón y todo respeto), no dijo nada. Lo sufrió todo en su corazón y lo llevó todo a la oración. Quién sabe si en la intimidad de su alma ya comenzaría a comprender que Cristo no iba a poder estar siempre con Ella. Que su misión requeriría un día la inevitable separación...

A veces en nuestra vida puede sucedernos algo parecido. De repente Cristo se nos esconde. "Desaparece". Y entonces puede invadirnos la angustia y el desasosiego. Sí, a veces Dios nos prueba. Se nos pierde de vista. ¿Qué hacer entonces? Lo mismo que María. Buscarlo sin descanso. Sufrir con paciencia y confianza. Orar. Actuar nuestra fe y amor. Esperar la hora de Dios. Él no falla, volverá a aparecer.

Otras veces el problema es que nosotros olvidamos con quién deberíamos ir. Dejamos de lado a Cristo. Nos escondemos de El. Nos sorprendemos buscándonos sólo a nosotros mismos y nuestras cosillas. Y, claro, nos perdemos. Incluso nos atrevemos a echárselo en cara a Cristo, teniendo nosotros la culpa. Aquí la solución es otra. Hay que salir de sí mismo. Volver a buscar a Cristo. Volver a mirarlo y ponerse a amarlo de nuevo.

El dolor de la separación y la primera soledad.

Llegó el día. Después de pasar treinta años juntos. Treinta años de experiencias inolvidables, vividos en ese ambiente tan increíblemente divino y a la vez tan increíblemente humano de Nazaret. Treinta años de silencio, trabajo, oración, alegría, entrega mutua, amor. Treinta años de familia unida y maravillosa.

¡Qué momento aquel! ¡Lástima de video para volver a verlo enterito ahora...! Fue temprano. Muy de mañana. En el pueblo, dormido aún, nadie se enteró de lo que estaba ocurriendo. Pocas palabras. Abundantes e intensos sentimientos. "Adiós, Hijo. Adiós, madre..." 

Todos hemos intuido lo que pasa por el corazón de una madre en una despedida así. Lo hemos visto quizá en los ojos de nuestra madre en alguna ocasión...

María volvió a casa con el corazón oprimiéndosele un poco a cada paso. Y al entrar, fue la primera vez que sintió que la casa estaba sola. Experimentó esa terrible sensación de saber que ya no se oirían en la casa otros pasos que suyos; que ningún objeto cambiaría de sitio, a menos que Ella misma lo moviese.

La soledad es una de las penas más profundas de los seres humanos, pues hemos nacido para vivir en compañía de los demás. ¡Qué dura fue la soledad de María, después de estar con quien estuvo y por tanto tiempo! Sí, la soledad de la Virgen comenzó mucho antes del Viernes Santo y duró mucho más...

María también supo vivir ese sufrimiento de la separación y de la soledad con amor, con fe, con serenidad interior. Adhiriéndose obediente a la voluntad de Dios. Ofreciéndolo por ese Hijo suyo que comenzaba su vida pública y que tanto iba a necesitar del sostén de sus oraciones y sacrificios.

Necesitamos, como María, ser fuertes en la soledad y en las despedidas. Fuertes por el amor que hace llevadero todo sacrificio y renuncia. Fuertes por la fe y la confianza en Dios. Fuertes por la oración y el ofrecimiento.


El dolor del vía crucis y la pasión junto a su Hijo.

La tradición del viacrucis recoge una escena sobrecogedora: Jesús camino del calvario, con la cruz a cuestas, se encuentra con su Madre. ¡Qué momento tan extraordinariamente duro para una madre! ¿Lo habremos meditado y contemplado lo suficiente?

¡Que fortaleza interior la de María! ¡Qué temple el de su delicada alma de mujer fuerte! ¡Qué locura de amor la suya! Sabía de lo duro que sería seguir de cerca a su Jesús camino del calvario (eso hubiera quebrado el ánimo a muchas madres). Pero decide hacerlo. Y lo hace. Su amor era más fuerte que el miedo al dolor atroz que le producía presenciar la suerte ignominiosa de Jesús. Ella tenía conciencia de que había llegado el momento en el que la espada de dolor se hendiría despiadada en su corazón. Era contemplar la pasión y muerte de su propio Hijo. No se esconde para no verlo. Ahí estaba. Muy cerca y en pie.

Contemplemos por un instante ese encuentro entre Hijo y Madre. Ese cruzarse silencioso de miradas. Ese vaivén intensísimo de dolor y amor mutuo. Qué insondables sentimientos inundarían esos dos corazones igualmente insondables. Ambos salieron confirmados en el querer de Dios con una confianza en Él tan infinita y profunda como su mismo dolor.

Nuestra vida a veces también es un duro viacrucis. No suframos sin sentido, con mera resignación. Busquemos, por la cuesta de nuestro calvario, esa mirada amorosa y confortante de María, nuestra Madre. Ahí estará Ella siempre que queramos encontrarla. Ahí estará acompañándonos y dispuesta a consolarnos y a compartir nuestros padecimientos. Mirémosla. "La suave Madre -afirma Luis M. Grignion de Montfort- nos consuela, transforma nuestra tristeza en alegría y nos fortalece para llevar cruces aún más pesadas y amargas".

María en la pasión y junto a la cruz de su Hijo se sintió crucificar con Él. Así describe Atilano Alaiz los sentimientos de la Madre ante el Hijo: "Los latigazos que se abatían chasqueando sobre el cuerpo del Hijo flagelado, flagelaban en el mismo instante el alma de la Madre; los clavos que penetraban cruelmente en los pies y en las manos del Hijo, atravesaban al mismo tiempo el corazón de la Madre; las espinas de la corona que se enterraban en las sienes del Hijo, se clavaban también agudamente en las entrañas de la Madre. Los salivazos, los sarcasmos, el vinagre y la hiel atormentaban simultáneamente al Hijo y a la Madre".

El dolor de la muerte de su Hijo.

Terrible episodio. Una madre que ve morir a su Hijo. Que lo ve morir de esa manera. Que lo ve morir en esas circunstancias...

Nunca podremos ni remotamente sospechar lo que significó de dolor para su corazón de Madre el contemplar, en silencio, la pasión y muerte de su Hijo. Ella, su Madre. Ella, que sabía perfectamente quién era Él. Ella que humanamente habría querido anunciar a voz en grito la nefanda tragedia de aquel gesto deicida, en un intento de arrancar a su Hijo de la manos de sus verdugos. Ella, que en último término habría preferido suplantar a su Jesús... Ella tuvo que callar, y sufrir, y obedecer. Esa era la voluntad de Dios. Y con el corazón sangrante y desgarrado, de pie ante la cruz, María repitió una vez más, sin palabras, en la más pura de las obediencias, "hágase tu voluntad".

¡Hasta dónde tuvo que llegar María en su amor de Madre! ¿De verdad no habrá amor más grande que el de dar la propia vida? Alguien se ha atrevido a decir que sí; que sí hay un amor más grande. Casi como corrigiendo al mismo Cristo, alguien ha osado afirmar que sí lo hay y ha escrito esto:

"... porque el padecer, el morir, no son la cumbre del amor, porque no son el colmo del sacrificio. El colmo del sacrificio está en ver morir a los seres amados. La más alta cumbre del amor, cuando, por ejemplo, se trata de una madre, no está en dar la propia vida a Jesucristo, sino en darle la vida del hijo. Lo que una mujer, una madre debe padecer en un caso semejante, jamás lengua humana podrá decirlo; compréndese únicamente que, para recompensar sacrificios tales, no será demasiado darles una dicha eterna, con sus hijos en sus brazos" (Mons. Bougaud).

Son una y la misma la cumbre del amor y la cumbre del dolor. Y en lo alto de esa cumbre, el ejemplo de nuestra Madre brilla ahora más luminoso aún. ¡Qué pequeños somos a su lado! ¿Qué son nuestras ridículas cruces frente a ese colmo de su sacrificio? ¡Qué raquítico es tantas veces nuestro amor ante esa cima de su amor! ¡Quién supiera amar así!


Dolor ante el descendimiento de la cruz y la sepultura de Jesús.

Otra escena conmovedora. Jesús muerto en los brazos de su Madre que lloraba su muerte. No cabe duda, aunque cueste creerlo. Está muerto. Él, que era el Hijo del Altísimo. Él, que era el Salvador de Israel. Él, cuyo reino no tendría fin. Él, que era la Vida. Él está muerto.

Dura prueba para la fe de María. Su Hijo, el destinatario de todas esas promesas, yace ahora cadáver en su regazo. En el alma de María se irguió una oscura borrasca que amenazaba apagar la llama de su fe aún palpitante. Pero su fe no se extinguió. Siguió encendida y luminosa.

¡Qué fuerte es María! Es la única que ha sostenido en sus brazos todo el peso de un Dios vivo y todo el peso de un Dios muerto (que era su Hijo). Hemos de pedirle a Ella que aumenta nuestra fe. Que la proteja para que no sucumba ante las tempestades que nos asaltan en la vida amenazando aniquilarla.

El dolor de una nueva soledad.

¡Qué días también aquellos antes de la resurrección! Su Hijo entonces no estaba perdido. Estaba muerto ¡Qué soledad tan diversa de aquella, tras la despedida de Nazaret, hacía tres años! Es la soledad tremenda que deja la muerte del último ser querido que quedada a nuestro lado.

Así la describía Lope de Vega con gran realismo: "Sin esposo, porque estaba José / de la muerte preso; / sin Padre, porque se esconde; / sin Hijo, porque está muerto; / sin luz, porque llora el sol; / sin voz, porque muere el Verbo; / sin alma, ausente la suya; / sin cuerpo, enterrado el cuerpo; / sin tierra, que todo es sangre; / sin aire, que todo es fuego; / sin fuego, que todo es agua; / sin agua, que todo es hielo..."

Pero ni la fe, ni la confianza, ni el amor de María se vinieron abajo ante esa nueva manifestación incomprensible de la voluntad de Dios. Creyendo, confiando y amando Ella supo esperar la mayor alegría de su vida: recuperar a su Jesús para siempre tras la resurrección.

Aprendamos de María a llenar el vacío de la soledad que nos invade tras la muerte de nuestros seres queridos. Llenarlo con lo único que puede llenarlo: el amor, la fe y la esperanza de la vida futura.


Autor: P. Marcelino de Andrés