Porque no le negó nada a Dios olvidándose de sí mismo preocupándose por
los demás
Quien no antepone nada al amor de Dios será la persona más dichosa, ya que en
Dios está nuestra felicidad. La demostración de este principio está en que
las cosas creadas no tienen la capacidad de colmar todas nuestras ansias y
nuestras apetencias de infinito, que sólo Dios puede colmar, ya que solo Él
es infinitamente perfecto, poderoso, bondadoso y lleno de atributos que
serían innumerables y de nunca acabar.
Los santos fueron hombres alegres, y no se conocen santos que hayan sido
frustrados, amargados o tristes, y el motivo es porque supieron no anteponer
nada al amor de Dios.
Dice el salmista "¿Quién nos mostrará la felicidad, si la luz de tu
rostro, Señor, se ha alejado de nosotros? tú has dado a mi corazón más
alegría que cuando abundan ellos de trigo y vino nuevo".(Salmo 4,7-8)
Por lo tanto, debemos afirmar que se aleja la felicidad del alma cuando se
aleja el rostro de Dios de nosotros. Y ¿Cómo se aleja su rostro de nosotros?
Cuando anteponemos otros amores al amor de Dios.
Por eso que la felicidad debe ser conquistada. La felicidad consiste en el
Estado del ánimo que se complace en la posesión de un bien. Como dice la
carta a los Gálatas, la alegría, es decir la felicidad, es fruto del Espíritu
(Gal. 5,22) , y como tal debe ser conquistado con el amor a Dios sobre toda
las cosas. Si miramos siempre a Dios en todo y en Él ponemos nuestro corazón,
la luz de su rostro no se apartará de nosotros y su felicidad invadirá todo
nuestro corazón.
Un alma triste es un alma que algo le esta negando a Dios, como el joven rico
del evangelio, que tras al haber sido invitado a seguir a Cristo dejándolo
todo no quiso porque tenia muchas riquezas y dice el evangelio que al oír
esto, "se puso muy triste, porque era muy rico". (Lc. 18,23)
Cristo el hombre más feliz
Siguiendo este principio, de que la felicidad depende de no negar nada a
Dios, y no anteponer nada a su amor, debemos afirmar que Cristo fue el hombre
más feliz de todos.
Cristo fue el hombre más feliz de todos porque su voluntad humana estaba
en perfecta armonía con el plan divino.
Nada interpuso al Plan de Dios, al Plan de "Su Padre Celestial" y
por eso que no sólo en cuanto Dios, sino que también en cuanto hombre fue el
más feliz de todos.
Él mismo enseñaba a rezar a que se haga la voluntad de Dios por encima de
todo: "Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro que estás en los cielos,
santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la
tierra como en el cielo" (Mt. 6,9-10). Enseñaba que lo primero era hacer
la voluntad de Dios: "No todo el que me diga: Señor, Señor, entrará en
el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre
celestial" (Mt. 7,21). Y si enseñaba a cumplir la voluntad de Dios era
porque él mismo la ponía por obra porque no enseñaba nada que antes no
practicará él primero. De hecho se decía de Cristo que "les enseñaba
como quien tiene autoridad, y no como sus escribas" (Mt. 7,29).
Por eso que no sólo enseña a que se haga la voluntad de Dios sino que él
mismo busca cumplir esa voluntad y ese plan con su misma vida. Abundan las
citas Bíblicas en donde se ve el deseo de Cristo de Cumplir con la Voluntad
del Padre celestial: Estando en el huerto de los olivos, momentos previos a
su prendimiento rezaba de esta manera: "Padre, si quieres, aparta de mí
esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc 22,42). Se
pueden ver también los paralelos a este evangelio. Cristo no antepone nada al
plan de Dios, su voluntad humana está en perfecta armonía con el plan de
salvación del Padre y por eso a pesar de sus sufrimientos, Cristo es el
hombre más feliz. En el fondo de su corazón esconde su alegría.
Cristo vino para hacer la voluntad del Padre: "Mi alimento es hacer la
voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra."(Jn 4,34)) No
vino para sí mismo sino para el Padre y por nosotros y toda su vida la gasta
en esta misión sin mirarse a sí mismo. Y en otro pasaje dice "no busco
mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado" (Jn 5,30) . Siempre
busca no anteponer nada al amor de Dios. También leemos en el mismo evangelio
de Juan "porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la
voluntad del que me ha enviado. Y esta es la voluntad del que me ha enviado;
que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último
día. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y
crea en él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día" (Jn
6,38-40) . La Obra de Cristo está centrada en Dios y en el prójimo, y Cristo
la cumplió a la perfección, por lo que no podemos dudar de que en él hubo una
gran alegría a pesar de sus sufrimientos.
Cristo fue el hombre más feliz porque no le negó nada a Dios olvidándose
de sí mismo preocupándose por los demás.
Cuando Cristo se retiró a un lugar solitario y lo siguieron dice la escritura
que "Al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos y curó a
sus enfermos. Al atardecer se le acercaron los discípulos diciendo: «El lugar
está deshabitado, y la hora es ya pasada. Despide, pues, a la gente, para que
vayan a los pueblos y se compren comida» Mas Jesús les dijo: «No tienen por
qué marcharse; dadles vosotros de comer»"(Mt 14,14-16) . Cristo venía ya
haciendo muchas curaciones, y siempre se preocupaba de los demás, ahora podía
preocuparse de si mismo, pero como se ve en el evangelio citado, Cristo se
preocupa de la muchedumbre. En el mismo evangelio, un poco mas adelante Jesús
dice a sus discípulos "Siento compasión de la gente, porque hace ya tres
días que permanecen conmigo y no tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en
ayunas, no sea que desfallezcan en el camino" (Mt 15,32). Hace tres días
que están con Cristo. Él esta predicando, curando, haciendo el bien, y sigue
preocupándose por los demás sin tenerse en cuenta a si mismo. Nada antepone
al amor de Dios y al amor del prójimo.
Cristo es el hombre más feliz porque nada antepuso al amor de Dios
haciéndose servidor de todos.
Como él mismo lo dijo: "El Hijo del hombre no ha venido a ser servido,
sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos".(Mt 20,28) Y en
el evangelio de Lucas nos dice: "Los reyes de las naciones las dominan
como señores absolutos, y los que ejercen el poder sobre ellas se hacen
llamar Bienhechores; pero no así vosotros, sino que el mayor entre vosotros
sea como el más joven y el que gobierna como el que sirve. Porque, ¿quién es
mayor, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es el que está a la mesa?
Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve" (Lc 22,25-27).
Cristo es el hombre más feliz porque no le negó nada a su Padre dando su
vida en rescate por el género humano cumpliendo con el plan de salvación.
Así, él entrega su cuerpo y su sangre: "Tomó luego pan, y, dadas las
gracias, lo partió y se lo dio diciendo: Este es mi cuerpo que es entregado
por vosotros; haced esto en recuerdo mío. De igual modo, después de cenar, la
copa, diciendo: « Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre, que es
derramada por vosotros". (Lc 22,19)
Él mismo entrega su vida: "Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida,
para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo
poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he
recibido de mi Padre."(Jn 10,17-18) Y al final de su vida dice:
"Padre, en tus manos pongo mi espíritu." (Lc 23,46)
Por estos motivos debemos decir, que aunque Cristo haya sufrido y Dios haya
permitido que por momentos sintiese tristeza de muerte, debemos afirmar que
Cristo fue el hombre más feliz de todos.
Autor: Padre Sergio P. Larumbe, I.V.E.
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"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)
miércoles, 24 de septiembre de 2014
Cristo fue el hombre más feliz
martes, 23 de septiembre de 2014
Esperar da fuerzas para el camino
El mundo de hoy busca seguridades "tangibles", como si sólo
pudiésemos esperar la ayuda de este mundo.
Esperar da fuerzas para el camino. Mantiene la mirada fija en el bien y la
verdad. Estimula al amor. Ayuda a superar las mil dificultades de la vida.
¿De dónde surge la esperanza? A nivel humano, de constatar cómo en uno mismo y
en tantas personas cercanas hay fuerzas, hay medios, hay voluntades dispuestas
al trabajo y a la lucha.
A nivel cristiano, la esperanza se construye directamente sobre una certeza:
Dios actúa a favor de los hombres, Dios ofrece su salvación en Cristo.
Desde la esperanza, el bautizado confía en las promesas de Cristo y se apoya en
la gracia que tenemos por la acción del Espíritu Santo en nuestros corazones
(cf. "Catecismo de la Iglesia Católica" n. 1817).
Esa esperanza nos lanza a luchar contra el pecado, a resistir ante las tentaciones,
a soportar las injurias, incluso a sobrellevar en paz la muerte de un ser
querido, la pérdida del puesto de trabajo o una fuerte tensión en familia.
El mundo de hoy busca seguridades "tangibles", como si sólo
pudiésemos esperar la ayuda de aquí abajo. Sin renunciar a esas seguridades
bien usadas, el creyente sabe que existe una ayuda y una fuerza mucho más
grande y más hermosa: la que viene de Dios.
Si miramos a la Cruz y si creemos en la Resurrección, la esperanza surge
irresistible. Nos apoyamos en quien dio su Sangre para perdonarnos, en quien
venció a la muerte y ahora vive para siempre.
Entonces trabajamos llenos de alegría. Apoyados en Cristo, todo lo podemos (cf.
Flp 4,13). Incluso tenemos fuerzas para superar el pecado, pues acudimos al trono
de la misericordia, a un Dios que, para rescatar al esclavo quiso entregar a su
propio Hijo (cf. Pregón Pascual).
Autor: P. Fernando Pascual LC
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lunes, 22 de septiembre de 2014
JOSE MARIA PAGADOR, 45 AÑOS DE PERIODISTA
Jose Maria Pagador (18/09/2014)
Periodista,
Escritor, Pintor, Conferenciante, Fotógrafo, Músico y por encima de todo, una gran persona y un
gran amigo, este es José María Pagador.
Es una pena,
esos homenajes póstumos, que a personas de valía se le hacen, pero que
desgraciadamente la persona que lo mereció, nunca pudieron disfrutarlo.
Gracias a
Dios en el caso de mi amigo, el sí pudo disfrutar del cariñoso y caluroso homenaje que se le dio el día dieciocho del presente
mes, inaugurando ese día su buenísima exposición de fotografías, en la sala de
Exposiciones de la Excelentísima Diputación de Badajoz a cuyo acto asistieron
autoridades del mundo de la Cultura, del Periodismo, de la Fotografía, de la política y un muy nutrido grupo de
pacenses y de otros lugares, amigos y seguidores de José Pagador que quedaron
pequeña la citada sala de exposiciones, llegando a llenar el pasillo hasta la puerta de entrada
por la calle del Obispo.
Fue una gran
satisfacción, ver como los extremeños han sabido reconocer la talla profesional
y humana de esta gran persona.
Hoy quiero
yo sumarme y hacerle mi modesto homenaje con esta publicación, sintiendo con
gran orgullo ser un buen amigo de José María Pagador desde nuestra juventud.
José maría
Pagador, persona honesta, sencilla, con un exquisito don de gente, lo que te
hace sentirte muy cómodo, leyéndolo,
escuchándolo o admirando sus obras.
Hombre que
ha bebido de distintas culturas y costumbres, dado a que ha recorrido medio
mundo y tratando siempre de enriquecer su
cultura y por ende su persona.
José María Pagador Periodista.
· Se licencio en Periodismo, en la
Escuela oficial de Periodismo de Madrid.
· Redactor del diario Hoy de
Extremadura (Grupo Vocento)
· Redactor Jefe, subdirector y gerente
de la mítica Hoja del Lunes de (Badajoz)
· Corresponsal del Grupo 16, El País y
Agencia EFE.
· Ha colaborado y colabora en la cadena
SER desde 1970 en distintos programas.
· Fundador y coordinador de la revista
Alminar
· Director de la Revista Economía Extremeña.
· Fundador y Director de la revista
Extremur.
· Director y Presentador del programa
“Más que Dos” (Canal Extremadura
Televisión).
· Fundador y Director de la revista
Frontera.
· Columnista de los periódicos del
grupo Zeta en Extremadura.
· Presidente de la Asociación de la Prensa de Badajoz.
· Presidente de la Asociación de la
Prensa de Extremadura.
· Consejero de la Institución n Pedro
de Valencia.
José María Pagador ha sido galardonado con:
· Premio Internacional de Poesía Antonio
González de Lama, Excelentísimo Ayuntamiento de León.
· Premio Nacional Banco de Bilbao de Artículos.
· Premio nacional Ejercito del Aire de
prensa escrita. (Otorgado dos veces).
· Premio Importante de Extremadura,
concedido por la asociación de la Prensa de Extremadura.
· Premio Extremeño del año, concedido
por la Cadena SER.
· Premio Nacional de Comunicación
Corporativa por la revista Frontera.
· Medalla de APROSUBA, por su labor en
pro de los deficientes psíquicos.
José María Pagador Escritor.
· Autor de una nutrida colección de
libros tanto de Poesías como de Historia, cito solo algunos:
· El instante habitado (poesía, colección Álamo,
(Salamanca).
· La guerra civil en Extremadura
(Historia con otros autores, Diario Hoy.
· Extremadura una mundo (Junta de
Extremadura, Libro oficial de Extremadura en la Expo 92 de Sevilla.
· Entre otros.
José María Pagador Pintor.
Desde 1970
hasta hoy ha realizado quince exposiciones en distintas ciudades de España y Portugal. Cabe destacar entre ellas una
gran Exposición de acuarelas celebrada en la Cordoaria Nacional de Lisboa en
1998 Patrocinada por La Cámara Municipal de Lisboa y el BBVA-Portugal.
Ha logrado
colocar obras suyas en distintas colecciones tanto públicas como privadas en
España, Portugal, Francia, Italia, Suiza, Australia entre otras naciones.
José María Pagador Conferenciante.
Ha impartido
múltiples conferencias dentro y fuera de España, en Universidades, Ateneos,
Institutos Cervantes en el extranjero, asociaciones culturales, colegios
mayores, colegios, Etc.
Lógicamente
de temas relacionados con el periodismo, su obra literaria y el Quijote del que
es un especialista reconocido.
José María Pagador Fotógrafo.
Por los años
sesenta siendo estudiante de periodismo comienza a practicar la fotografía, aun
cuando desde bien niño, que tuvo su primera máquina de fotografías, fue algo que siempre le llamo la atención.
Aun cuanto
esta exposición, que se inauguró el día dieciocho del presente mes, con motivo
de sus cuarenta y cinco años de periodista, ha sido la primera que ha realizado
con fotografía, pero se estima que su archivo contempla más de las quinientas
mil tomas, que ha realizado por todo el mundo.
José María Pagador Músico.
Tal vez es
la faceta de José María Pagador, que muchos no conocen y tal vez sea yo quien
se la dé a conocer o se la recuerde.
Desde muy
joven, sintió afición por la música y halla por los años sesenta, tuvimos la
feliz idea de reunirnos varios amigos y crear un Grupo musical, era la moda de
esa época, bueno pues José María
Pagador, rápidamente se inclina por la batería, no lo hacía mal no, pues nos
animamos y creamos el grupo LOS WALKERS:
· José María Pagador, Batería
· José Ramón Mejías, Bajo y Voz
· Gonzalo Fernández Callejo, Guitarra
Rítmica 1
· José Arturo Díaz, Guitarra Rítmica 2
· Yo, Manuel Murillo, Guitarra Solista.
La verdad
que no nos lo pasábamos mal, actuamos en los mejores sitios de Badajoz, y en
festivales, pero la vida del grupo fue corta ya que al estar todos estudiando,
y en esa época salvo para hacer Magisterio, para el resto había que salir de
Badajoz, lo que hizo que el citado grupo se deshiciera.
No obstante
él no ha perdido esta afición y es posible incluso, el que volvamos a reunirnos
de nuevo.
Pues solo me
resta decirles que felicito a mi gran amigo por esos cuarenta y cinco años de
Periodismo y me consta que al menos periodista seguirá siendo hasta su muerte,
en su caso es imposible dejar de serlo.
Seguiremos
leyéndote, escuchándote y aprendiendo siempre de ti.
Hasta
Siempre mi gran y querido amigo.
Un gran
abrazo.
Manuel
Murillo Garcia.
Algunas fotografías de su Exposicion
Esperar da fuerzas para el camino
El mundo de hoy busca seguridades "tangibles", como si sólo
pudiésemos esperar la ayuda de este mundo.
Esperar da fuerzas para el camino. Mantiene la mirada fija en el bien y la
verdad. Estimula al amor. Ayuda a superar las mil dificultades de la vida.
¿De dónde surge la esperanza? A nivel humano, de constatar cómo en uno mismo y
en tantas personas cercanas hay fuerzas, hay medios, hay voluntades dispuestas
al trabajo y a la lucha.
A nivel cristiano, la esperanza se construye directamente sobre una certeza:
Dios actúa a favor de los hombres, Dios ofrece su salvación en Cristo.
Desde la esperanza, el bautizado confía en las promesas de Cristo y se apoya en
la gracia que tenemos por la acción del Espíritu Santo en nuestros corazones
(cf. "Catecismo de la Iglesia Católica" n. 1817).
Esa esperanza nos lanza a luchar contra el pecado, a resistir ante las tentaciones,
a soportar las injurias, incluso a sobrellevar en paz la muerte de un ser
querido, la pérdida del puesto de trabajo o una fuerte tensión en familia.
El mundo de hoy busca seguridades "tangibles", como si sólo
pudiésemos esperar la ayuda de aquí abajo. Sin renunciar a esas seguridades
bien usadas, el creyente sabe que existe una ayuda y una fuerza mucho más
grande y más hermosa: la que viene de Dios.
Si miramos a la Cruz y si creemos en la Resurrección, la esperanza surge
irresistible. Nos apoyamos en quien dio su Sangre para perdonarnos, en quien
venció a la muerte y ahora vive para siempre.
Entonces trabajamos llenos de alegría. Apoyados en Cristo, todo lo podemos (cf.
Flp 4,13). Incluso tenemos fuerzas para superar el pecado, pues acudimos al trono
de la misericordia, a un Dios que, para rescatar al esclavo quiso entregar a su
propio Hijo (cf. Pregón Pascual).
domingo, 21 de septiembre de 2014
Mateo, de publicano a santo
El cobrador de impuestos, no calcula las consecuencias, no regatea. Deja
absolutamente todo y comienza una nueva vida al lado de Cristo.
Mateo, el publicano,
tuvo la gran suerte de encontrarse con Cristo y así su vida experimentó un gran
cambio hasta convertirse en el gran apóstol y evangelista que conocemos.
Experimentó sin duda la angustia y la tristeza del pecado desde su condición de
publicano, pero después fue valiente y decidido a la hora de abandonar aquella
vida para ponerse de rodillas ante la verdad de Dios que quería su corazón
plenamente. Así se operó la conversión: de publicano a santo.
Al pasar vio a un hombre llamado Mateo, sentado en el despacho de impuestos, y
le dice: "Sígueme" (Mt 9, 9). La misión de Cristo fue siempre la de
salvar al hombre de la esclavitud del mal. Parece que siempre está comprometido
en esta lucha.
Cristo siempre pasa, y siempre se encuentra con alguien: con Zaqueo, con la
Samaritana, con la pecadora pública. Al pasar se encuentra con Mateo, un
publicano, un ser señalado por los judíos que se creían buenos, un hombre de
mala reputación, un pecador. Cristo se dirige a él y le ofrece otro camino:
cambiar la mesa de los impuestos por una vida de entrega generosa y
desinteresada a los demás, cambiar la vida de pecado por una vida de amistad
con Dios, cambiar en definitiva el corazón. Una auténtica conversión. Él acepta
esta invitación, porque la mirada de aquel hombre le había hecho comprender su
pobreza interior, la pobreza que siempre conlleva el pecado.
"Él se levantó y le siguió" (Mt 9,9). Admira la prontitud con que
Mateo abandona su vida de pecado para abrazar el amor de Dios. No hace
consideraciones, no calcula las consecuencias, no regatea a Cristo. Deja
absolutamente todo y comienza una nueva vida al lado de Cristo. Realiza dos
gestos, sintetizados en dos palabras: "Se levantó", como si se dijera
que abandona aquella mesa, símbolo de su vida pasada y de su pecado; y es que
para salir del pecado siempre hay que abandonar algo propio, personal. Y
"le siguió", es decir, abrazó una nueva vida, una vida junto a Dios,
una vida centrada en otros valores, una vida nueva en Cristo. No fue sin duda
fácil para Mateo esta decisión, pero bien valía la pena probar otro camino
distinto de aquel que se había convertido para él en tantos momentos de dolor,
de angustia y de remordimiento.
"No he venido a llamar a justos sino a pecadores" (Mt 9,13). Jesús
aceptó la invitación de Mateo a comer en su casa, casa que se llenó enseguida
de publicanos y pecadores. Los fariseos preguntaron a los discípulos por qué
comía su Maestro con publicanos y pecadores. Pero fue Jesús el que les
respondió: "No necesitan médico los que están fuertes sino los que están
mal. Id, pues, a aprender lo que significa aquello de: Misericordia quiero, que
no sacrificio" (Mt 9, 10-13).
Es maravilloso el comprender cómo el Corazón de Dios busca la oveja perdida y
cómo se llena de alegría verdadera y profunda cuando la encuentra. Por eso se
enfrenta con estas palabras tan consoladoras a aquellos fariseos que se
extrañaban de que el Maestro se sentara a la mesa con los pecadores. No sabían
aquellos hombres que Cristo había venido a salvar precisamente a aquellos que
ellos despreciaban y, más aún, ignoraban los fariseos que tal vez era más fácil
sacar del abismo del mal a personas que se aceptaban pecadoras que a ellos
mismos que se consideraban justos.
Autor: P. Juan J. Ferrán
sábado, 20 de septiembre de 2014
¿Hace cuánto que no le cantas a María?
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Porque necesitamos la paz de su mirada, el calor de
su compañía, la ternura de su afecto, la alegría de su sí al Padre.
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viernes, 19 de septiembre de 2014
Cuando sufres y no entiendes nada
Es simplemente incomprensible, pero Él te ayudará a recuperar la paz y a
experimentar con más fuerza aún su paternidad.
¿Por qué me sucede esto a mí? ¿Cómo lo permite Dios? ¿Qué hice para merecer
este castigo? ¿Qué será de mi futuro?
Son preguntas hirientes que brotan con frecuencia en medio del sufrimiento.
Con el salmista (Sal 30) gritamos:
Piedad, Señor, que estoy en peligro:
se consumen de dolor mis ojos,
mi garganta y mis entrañas.
Le damos vueltas con la cabeza y no entendemos nada. Es simplemente
incomprensible. Toda la sensibilidad se retuerce y a veces se rebela. No es
para menos. "No lo entiendo, Señor, no tiene ningún sentido, no me entra
en la cabeza."
A ti, Señor, me acojo:
no quede yo nunca defraudado;
Tú, que eres justo, ponme a salvo,
inclina tu oído hacia mí;
ven aprisa a librarme,
sé la roca de mi refugio,
un baluarte donde me salve.
Las cosas no me cuadran
Lo que estás viviendo te parece que no encaja con el concepto del Dios bueno y
justo del que has oído hablar tantas veces. Viene la tentación de la
desesperanza y hasta la fe se ve amenazada.
Pero apenas puedes levantar la mirada, ves el universo: su belleza, el orden,
la perfección, el detalle, la grandeza, la abundancia... y no es difícil
concluir que lo hizo y lo conserva un Padre bueno que vela por sus hijos.
Ves tu vida: el mero hecho de existir cuando podrías no haber sido, tu
capacidad de amar, tu familia, tu bautismo, tu educación, tus amigos... y
tantas cosas buenas y bellas de tu persona y de tu historia. Aunque no es que
todo sea perfecto, su belleza y gratuidad desvelan el rostro amable de un Dios
que cobija a sus criaturas.
La Providencia Divina
Esa es la Providencia. No se puede probar con argumentos, hay que
experimentarla. A veces se nubla u oscurece, más cuando se está en medio de la
batalla; son momentos, sucesos o circunstancias particulares, pero cuando se ve
en perspectiva todo adquiere sentido. Y a veces se requieren décadas para tener
suficiente perspectiva. Es como estar perdido en medio de un laberinto y luego
ser capaz de verlo desde lo alto y encontrarle sentido.
La historia de José, hijo de Jacob, es elocuente: pasó una historia de odio,
envidia, mentira, ingratitud, sensualidad... para que llegara a cumplirse el
designio de Dios sobre su pueblo. Vale la pena recordarlo. Sus hermanos primero
se burlaron de él, después le odiaron y le rechazaron, planearon su muerte, por
fin lo arrojaron a un pozo, lo vendieron como esclavo a los primeros
extranjeros, unos egipcios, que pasaron por ahí e informaron a su padre que
había muerto. La esposa del faraón lo tentó, luego mintió y lo acusó
injustamente. José acabó en la cárcel del faraón. ¿Podría haber imaginado lo
que iba a suceder después? El caso es que Dios le concedió el cargo
administrativo más alto en el reino; tuvo la oportunidad de perdonar a sus
hermanos, de volver a abrazar a su padre, de ofrecer a su familia y a las familias
de todos sus hermanos una nueva tierra, un nuevo pueblo, una nación donde
salvar sus vidas en un momento de tremenda hambre y carestía. El pueblo de
Israel creció y se consolidó en Egipto.
Incendios que dan vida
Hace unos meses me invitaron a dar un taller de oración en Calgary. Tuvimos el
curso en un lugar montañoso con zonas inmensas de bosque. Mientras iba por
carretera pasamos por un bosque amplísimo que se había incendiado, sólo se
veían troncos caídos y cenizas. Mi reacción natural fue decir: "¡Qué
desastre!" Poco después apareció un gran cartel que decía: "Incendios
que dan vida". El fuego forma parte del sistema de regeneración de un
bosque. Cantidad de semillas permanecen encerradas en las piñas hasta que el
calor de un incendio las libera. Las cenizas fertilizan el campo. Gracias a
incendios de hace 30 años tenemos ahora bosques espléndidos.
Es necesario ver el conjunto en perspectiva. La oración es el mirador
Cuando el sufrimiento y el misterio se hacen presentes en la propia vida,
tenemos en las manos un momento privilegiado para hacer oración. No
necesariamente se encuentran respuestas; más aún, rara vez se encuentran
explicaciones lógicas a lo que sucede, pero es tiempo fecundo para crecer en el
conocimiento personal, para reconocer los propios límites, dejarse interpelar
por Dios que nos llama a la conversión y anclar la vida en una confianza
inquebrantable en la providencia de Dios.
La historia es como un río que lleva su curso; en el camino encuentra tropiezos
y remolinos, pero sigue su curso. Y el Plan de Dios se cumplirá. "En el
mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo." (Jn
16,33)
"Yo confío en ti, Señor,
te digo: -tú eres mi Dios-.
En tus manos están mis azares (...);
qué bondad tan grande, Señor,
reservas para tus fieles,
y concedes a los que a ti se acogen".
Cuando Dios permite que suframos sus hijos, nos ofrece una oportunidad de
purificación y, sobre todo, de alguna manera nos dice: "No busques más
razones, me tienes a mí como respuesta".
"Yo decía en mi ansiedad:
"me has arrojado de tu vista";
pero tú escuchaste mi voz suplicante
cuando yo te gritaba".
Tu oración la escucha el mismo Dios que vio en la cruz a su único Hijo,
Jesucristo: el crucificado que redimió a la humanidad.
La presencia infalible de Dios Padre y el ejemplo silencioso de Cristo
crucificado se manifiestan a la hora de la prueba como una nueva epifanía del
amor personal de Dios en tu vida. No hay manera de demostrarlo, pero quizá es
una experiencia que habrás vivido más de alguna vez. Cuando abres la puerta de
la fe, Él te ayuda a encajar el golpe, a recuperar la paz y a experimentar con
más fuerza aún su paternidad.
Piénsalo un poco. En tu propio sufrimiento, al cabo de los años, ¿has
experimentado de alguna manera la mano Providente de Dios? Si no es así,
convérsalo con Él.
Autor: P. Evaristo Sada LC
jueves, 18 de septiembre de 2014
Nos hace falta la virtud de la esperanza, Señor
La esperanza es la luz que puede romper las negras sombras cuando parece
que todo está perdido.
Hoy es jueves, Señor, y vengo con el alma en sombras, sombras que se llegan a
convertir en oscuridad si nos falta la virtud de la Esperanza....
Cuando eso sucede hay noches en las que parece que el tiempo se ha detenido y
jamás veremos el amanecer... en ellas oímos el palpitar de nuestro corazón y
cada latido nos duele.
Noches de negrura espiritual en las que todo parece agrandarse, nuestra pena,
nuestra angustia y nuestro malestar.
Nos pesa la vida y en el silencio de esa noches nos parece que no hay pena como
nuestra pena.
Pero...si hay un poco de esperanza en nuestro corazón, estamos salvados.
Sabemos de casos que esa gran "desesperanza" ha llegado a tal límite,
a tal profundidad que no se ha encontrado otra solución que el buscar la
"puerta falsa". Es el escape, el terminar con algo que pesa demasiado
y el sentirse sumergido en las tinieblas de una noche "sin mañana"...
sin esperanza. ¡Eso fue lo que les faltó a esas vidas, LA ESPERANZA.
La esperanza es un mañana mejor, la esperanza es la luz que puede romper las
negras sombras cuando parece que todo está perdido.
Sin esperanza no se puede vivir.
Cuando hay Esperanza a pesar de la desilusión y del dolor, siempre habrá otro
camino que no sea el de la desesperación y el total aniquilamiento del verdadero
yo.
Es cierto que hay situaciones en la vida que son como la más oscura de las
noches, noches en que las horas parecen no pasar...pero cuando hay fe, cuando
sabemos que tenemos un Dios Padre que sabe de nuestro sufrimiento, cuando nos
sabemos amados por El, a pesar de que nuestro sentimiento de soledad sea
inmenso, si nos dejamos arropar y abandonar en sus brazos y en los de nuestra
Madre María Santísima, la Esperanza, de saber que Dios nos ama, llegará con su
luz que sabe consolar.
Quien se siente amado no puede caer en la desesperación y Dios nos ama.
La ESPERANZA, es una virtud que tenemos que cultivar como la flor más delicada
y valiosa. Tres son las virtudes teologales : Fe, Esperanza y Caridad, cuyo
objeto directo es Dios Sin ellas es muy difícil caminar por la vida y no
podemos olvidar que la Esperanza siempre será la luz en nuestras noches cuando
las penas y las dificultades las hagan muy oscuras.
Estos momentos ante Ti, Jesús, te pedimos que nos llenes de esperanza y que
recordemos que el Papa Benedicto XVI ha dedicado una Carta encíclica «Spe
salvi», para hablarnos de la esperanza: " (...) se nos ha dado la
esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro
presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y
aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan
grande que justifique el esfuerzo del camino.
Autor: Ma Esther De
Ariño
miércoles, 17 de septiembre de 2014
María, la Virgen dolorosa
Cuánto admiramos a la Virgen dolorosa por haber sufrido como sufrió, por
haber amado como amó. ¡Cómo quisiéramos ser como Ella!
El dolor, desde que entró el pecado en el mundo, se ha aficionado a nosotros.
Es compañero inseparable de nuestro peregrinar por esta vida terrena. Antes o
después aparece por el camino de nuestra existencia y se pone a nuestro lado.
Tarde o temprano toca a nuestras puertas. Y no nos pide permiso para pasar.
Entra y sale como si fuese uno más de casa.
El sufrimiento parece que se aficiona a algunas personas de un modo especial.
La vida de la Santísima Virgen estuvo profundamente marcada por el dolor. Dios quiso
probar a su Madre, nuestra Madre, en el crisol del sacrificio. Y la probó como
a pocos. María padeció mucho. Pero fue capaz de hacerlo con entereza y con
amor. Ella es para nosotros un precioso ejemplo también ante el dolor. Sí, Ella
es la Virgen dolorosa.
Asomémonos de nuevo a la vida de María. Descubramos y repasemos algunos de sus
padecimientos. Y sobre todo, apreciemos detrás de cada sufrimiento el amor que
le permitió vivirlos como lo hizo.
El dolor ante las palabras de Simeón.
El anciano profeta no le predijo grandes alegrías y consuelos a nivel humano.
Al contrario: "este niño será puesto como signo de contradicción, -le
aseguró-. Y a ti una espada de dolor te atravesará el alma".
María, a esas alturas, sabía de sobra que todo lo que se le dijese con relación
a su Hijo iba muy en serio. Ya bastantes signos había tenido que admirar y no
pocos acontecimientos asombrosos se habían verificado, como para tomarse a la
ligera las palabras inspiradas del sabio Simeón.
Seguramente María tuvo esa sensación que nos asalta cuando se nos pronostica
algo que nos va a costar horrores. Como cuando nos anuncian un sufrimiento, un
dolor, una enfermedad terrible, o la muerte cercana... Algo similar debió
sentir María ante semejantes presagios.
Pero en su corazón no acampó la desconfianza, el desasosiego, la desesperación.
En lo profundo de su alma seguía reinando la paz y la confianza en Dios. Y en
su interior volvería a resonar con fuerza y seguridad el fiat aquel lleno de
amor de la anunciación.
Para nosotros Cristo mismo predijo no pocos males, dolores y sufrimientos.
Cristo nos pidió como condición de su seguimiento el negarse a uno mismo y el
tomar la propia cruz cada día. Nos prometió persecuciones por causa suya. Nos
aseguró que seríamos objeto de todo género de mal por ser sus discípulos; que
nos llevarían ante los tribunales; que nos insultarían y despreciarían; que nos
darían muerte. ¡Qué importante es, ante estas exigencias, recordar el ejemplo
de nuestra Madre! El verdadero cristiano, el buen hijo de María, no se
amedrenta ni se echa atrás ante la cruz. Demuestra su amor acogiendo la
voluntad de Dios con decisión y entereza, con amor.
El dolor ante la matanza de los inocentes por Herodes.
María debió sufrir mucho al enterarse de la barbarie perpetrada por el rey
Herodes. La matanza de los inocentes. ¿Qué corazón con un mínimo de
sensibilidad no sufriría ante esa monstruosidad? Ella también era madre. Y ¡qué
Madre! ¡con qué corazón! ¡con qué sensibilidad! ¿Cómo no le iba a doler a María
el asesinato de esos niños indefensos? Además, seguramente, María conocía a
muchos de esos pequeñines. Conocía a sus madres... Sí, es muy diverso cuando te
dicen que murieron X personas en un atentado en Medio Oriente, a cuando te
comunican que han matado a uno o varios amigos y conocidos tuyos... Entonces la
cosa cambia.
A lo mejor hasta María se sintió un poco culpable por lo ocurrido. Y eso
agudizaría su dolor. Quizá comprendió que aún no había llegado el momento de
ofrecer a su Jesús en rescate por aquellos pequeñines (Dios no lo dispuso así).
Quizá también en la mente de María surgió la eterna pregunta: ¿por qué el mal,
el sufrimiento, la muerte de los inocentes? Sabemos que en este caso la
respuesta podría ser otra pregunta: ¿porqué la prepotencia, maldad y crueldad
demoniaca de Herodes...?
Ciertamente rezaría por ellos y, sobre todo por sus inconsolables madres. Se
unió a su sufrimiento, que no le era ajeno (eran quizá los primeros mártires de
Cristo), e hizo así fecundo su propio padecer.
También nuestro corazón cristiano ha de mostrarse sensible al sufrimiento
ajeno. Compadecerse. Socorrer. O al menos, consolar. Como alguien dijo -y con
razón- "si podéis curar, curad; si no podéis curar, calmad; si no podéis
calmar, consolad". Siempre estaremos en grado de ofrecer un poco de
consuelo y también de rezar por los que sufren.
El dolor de haber perdido al Niño.
¡Cómo sufre una madre cuando se le ha perdido su niño! Sufre angustiada por la
incertidumbre. ¿Dónde estará? ¿cómo estará? ¿le habrá pasado algo? ¿estará en peligro?
¿le habrá atropellado un coche? ¿lo habrán raptado? ¿estará llorado
desconsolado porque no nos encuentra? Todo eso pasaría por la mente de María. Y
más cosas aún: ¿y si lo ha atrapado algún pariente de Herodes que lo buscaba
para matarlo? Así son las madres y su amor por sus hijos...
Pues imaginemos a María. La más sensible de la madres, la más responsable, la
más cuidadosa... Y resulta que no encuentra a su Hijo. Es motivo más que
suficiente para angustiarla terriblemente. Aparte de que no era un hijo
cualquiera. A María se le ha extraviado el Mesías. Se le ha perdido Dios...
¡Qué apuro el de María!
¡Qué tres días de angustiosa incertidumbre, de verdadera congoja! ¿Habrá
dormido María esos días? Seguro que no. Desde luego que no durmió. ¿Cómo va a
dormir una madre que tiene perdido a su hijo? Pero sí rezó y mucho. Sí confió
en Dios. Sí ofreció su sufrimiento con amor porque era Dios el que permitía esa
situación.
No termina todo aquí. A todo esto siguió otro dolor, y quizá aún mayor que el
anterior. La incompresible e inesperada respuesta de Jesús: "¿porqué me
buscabais...?" ¡Qué efecto habrán causado esas palabras en el corazón de
su Madre, María...!
Tratemos de meternos en el corazón de una madre o de un padre en esas
circunstancias. Llevan tres días y tres noches buscando angustiados a su Hijo.
Temiéndose lo peor. Y de repente, lo encuentran tan contento, sentadito en
medio de la flor y nata intelectual de Jerusalén, dándoles unas lecciones de
catecismo y de Sagrada Escritura... Y además, les responde de esa manera...
Es verdad, por una parte, sentirían un gran alivio: "¡ahí está! ¡está
bien! ¡por fin lo hemos encontrado!" Pero, acto seguido, cuenta el
evangelio, María tuvo la reacción normal de una madre: "Hijo, mío. ¿Por
qué nos has hecho esto?" (se merecía una regañina, aunque fuera leve).Y
por otra parte, asegura el evangelista que "ellos no comprendieron la
respuesta que les dio". El dolor de esa incomprensión calaría hondo en el
alma de sus padres.
Y María, en vez de enfadarse con el crío (con perdón y todo respeto), no dijo
nada. Lo sufrió todo en su corazón y lo llevó todo a la oración. Quién sabe si
en la intimidad de su alma ya comenzaría a comprender que Cristo no iba a poder
estar siempre con Ella. Que su misión requeriría un día la inevitable
separación...
A veces en nuestra vida puede sucedernos algo parecido. De repente Cristo se
nos esconde. "Desaparece". Y entonces puede invadirnos la angustia y
el desasosiego. Sí, a veces Dios nos prueba. Se nos pierde de vista. ¿Qué hacer
entonces? Lo mismo que María. Buscarlo sin descanso. Sufrir con paciencia y
confianza. Orar. Actuar nuestra fe y amor. Esperar la hora de Dios. Él no
falla, volverá a aparecer.
Otras veces el problema es que nosotros olvidamos con quién deberíamos ir.
Dejamos de lado a Cristo. Nos escondemos de El. Nos sorprendemos buscándonos
sólo a nosotros mismos y nuestras cosillas. Y, claro, nos perdemos. Incluso nos
atrevemos a echárselo en cara a Cristo, teniendo nosotros la culpa. Aquí la
solución es otra. Hay que salir de sí mismo. Volver a buscar a Cristo. Volver a
mirarlo y ponerse a amarlo de nuevo.
El dolor de la separación y la primera soledad.
Llegó el día. Después de pasar treinta años juntos. Treinta años de
experiencias inolvidables, vividos en ese ambiente tan increíblemente divino y
a la vez tan increíblemente humano de Nazaret. Treinta años de silencio,
trabajo, oración, alegría, entrega mutua, amor. Treinta años de familia unida y
maravillosa.
¡Qué momento aquel! ¡Lástima de video para volver a verlo enterito ahora...!
Fue temprano. Muy de mañana. En el pueblo, dormido aún, nadie se enteró de lo
que estaba ocurriendo. Pocas palabras. Abundantes e intensos sentimientos.
"Adiós, Hijo. Adiós, madre..."
Todos hemos intuido lo que pasa por el corazón de una madre en una despedida
así. Lo hemos visto quizá en los ojos de nuestra madre en alguna ocasión...
María volvió a casa con el corazón oprimiéndosele un poco a cada paso. Y al
entrar, fue la primera vez que sintió que la casa estaba sola. Experimentó esa
terrible sensación de saber que ya no se oirían en la casa otros pasos que
suyos; que ningún objeto cambiaría de sitio, a menos que Ella misma lo moviese.
La soledad es una de las penas más profundas de los seres humanos, pues hemos
nacido para vivir en compañía de los demás. ¡Qué dura fue la soledad de María,
después de estar con quien estuvo y por tanto tiempo! Sí, la soledad de la
Virgen comenzó mucho antes del Viernes Santo y duró mucho más...
María también supo vivir ese sufrimiento de la separación y de la soledad con
amor, con fe, con serenidad interior. Adhiriéndose obediente a la voluntad de
Dios. Ofreciéndolo por ese Hijo suyo que comenzaba su vida pública y que tanto
iba a necesitar del sostén de sus oraciones y sacrificios.
Necesitamos, como María, ser fuertes en la soledad y en las despedidas. Fuertes
por el amor que hace llevadero todo sacrificio y renuncia. Fuertes por la fe y
la confianza en Dios. Fuertes por la oración y el ofrecimiento.
El dolor del vía crucis y la pasión junto a su Hijo.
La tradición del viacrucis recoge una escena sobrecogedora: Jesús camino del
calvario, con la cruz a cuestas, se encuentra con su Madre. ¡Qué momento tan
extraordinariamente duro para una madre! ¿Lo habremos meditado y contemplado lo
suficiente?
¡Que fortaleza interior la de María! ¡Qué temple el de su delicada alma de
mujer fuerte! ¡Qué locura de amor la suya! Sabía de lo duro que sería seguir de
cerca a su Jesús camino del calvario (eso hubiera quebrado el ánimo a muchas
madres). Pero decide hacerlo. Y lo hace. Su amor era más fuerte que el miedo al
dolor atroz que le producía presenciar la suerte ignominiosa de Jesús. Ella
tenía conciencia de que había llegado el momento en el que la espada de dolor
se hendiría despiadada en su corazón. Era contemplar la pasión y muerte de su
propio Hijo. No se esconde para no verlo. Ahí estaba. Muy cerca y en pie.
Contemplemos por un instante ese encuentro entre Hijo y Madre. Ese cruzarse
silencioso de miradas. Ese vaivén intensísimo de dolor y amor mutuo. Qué insondables
sentimientos inundarían esos dos corazones igualmente insondables. Ambos
salieron confirmados en el querer de Dios con una confianza en Él tan infinita
y profunda como su mismo dolor.
Nuestra vida a veces también es un duro viacrucis. No suframos sin sentido, con
mera resignación. Busquemos, por la cuesta de nuestro calvario, esa mirada
amorosa y confortante de María, nuestra Madre. Ahí estará Ella siempre que
queramos encontrarla. Ahí estará acompañándonos y dispuesta a consolarnos y a
compartir nuestros padecimientos. Mirémosla. "La suave Madre -afirma Luis
M. Grignion de Montfort- nos consuela, transforma nuestra tristeza en alegría y
nos fortalece para llevar cruces aún más pesadas y amargas".
María en la pasión y junto a la cruz de su Hijo se sintió crucificar con Él.
Así describe Atilano Alaiz los sentimientos de la Madre ante el Hijo: "Los
latigazos que se abatían chasqueando sobre el cuerpo del Hijo flagelado,
flagelaban en el mismo instante el alma de la Madre; los clavos que penetraban
cruelmente en los pies y en las manos del Hijo, atravesaban al mismo tiempo el
corazón de la Madre; las espinas de la corona que se enterraban en las sienes
del Hijo, se clavaban también agudamente en las entrañas de la Madre. Los
salivazos, los sarcasmos, el vinagre y la hiel atormentaban simultáneamente al
Hijo y a la Madre".
El dolor de la muerte de su Hijo.
Terrible episodio. Una madre que ve morir a su Hijo. Que lo ve morir de esa
manera. Que lo ve morir en esas circunstancias...
Nunca podremos ni remotamente sospechar lo que significó de dolor para su
corazón de Madre el contemplar, en silencio, la pasión y muerte de su Hijo.
Ella, su Madre. Ella, que sabía perfectamente quién era Él. Ella que
humanamente habría querido anunciar a voz en grito la nefanda tragedia de aquel
gesto deicida, en un intento de arrancar a su Hijo de la manos de sus verdugos.
Ella, que en último término habría preferido suplantar a su Jesús... Ella tuvo
que callar, y sufrir, y obedecer. Esa era la voluntad de Dios. Y con el corazón
sangrante y desgarrado, de pie ante la cruz, María repitió una vez más, sin
palabras, en la más pura de las obediencias, "hágase tu voluntad".
¡Hasta dónde tuvo que llegar María en su amor de Madre! ¿De verdad no habrá
amor más grande que el de dar la propia vida? Alguien se ha atrevido a decir
que sí; que sí hay un amor más grande. Casi como corrigiendo al mismo Cristo,
alguien ha osado afirmar que sí lo hay y ha escrito esto:
"... porque el padecer, el morir, no son la cumbre del amor, porque no son
el colmo del sacrificio. El colmo del sacrificio está en ver morir a los seres
amados. La más alta cumbre del amor, cuando, por ejemplo, se trata de una
madre, no está en dar la propia vida a Jesucristo, sino en darle la vida del
hijo. Lo que una mujer, una madre debe padecer en un caso semejante, jamás
lengua humana podrá decirlo; compréndese únicamente que, para recompensar
sacrificios tales, no será demasiado darles una dicha eterna, con sus hijos en
sus brazos" (Mons. Bougaud).
Son una y la misma la cumbre del amor y la cumbre del dolor. Y en lo alto de
esa cumbre, el ejemplo de nuestra Madre brilla ahora más luminoso aún. ¡Qué
pequeños somos a su lado! ¿Qué son nuestras ridículas cruces frente a ese colmo
de su sacrificio? ¡Qué raquítico es tantas veces nuestro amor ante esa cima de
su amor! ¡Quién supiera amar así!
Dolor ante el descendimiento de la cruz y la sepultura de Jesús.
Otra escena conmovedora. Jesús muerto en los brazos de su Madre que lloraba su
muerte. No cabe duda, aunque cueste creerlo. Está muerto. Él, que era el Hijo
del Altísimo. Él, que era el Salvador de Israel. Él, cuyo reino no tendría fin.
Él, que era la Vida. Él está muerto.
Dura prueba para la fe de María. Su Hijo, el destinatario de todas esas
promesas, yace ahora cadáver en su regazo. En el alma de María se irguió una
oscura borrasca que amenazaba apagar la llama de su fe aún palpitante. Pero su
fe no se extinguió. Siguió encendida y luminosa.
¡Qué fuerte es María! Es la única que ha sostenido en sus brazos todo el peso
de un Dios vivo y todo el peso de un Dios muerto (que era su Hijo). Hemos de
pedirle a Ella que aumenta nuestra fe. Que la proteja para que no sucumba ante
las tempestades que nos asaltan en la vida amenazando aniquilarla.
El dolor de una nueva soledad.
¡Qué días también aquellos antes de la resurrección! Su Hijo entonces no estaba
perdido. Estaba muerto ¡Qué soledad tan diversa de aquella, tras la despedida
de Nazaret, hacía tres años! Es la soledad tremenda que deja la muerte del
último ser querido que quedada a nuestro lado.
Así la describía Lope de Vega con gran realismo: "Sin esposo, porque
estaba José / de la muerte preso; / sin Padre, porque se esconde; / sin Hijo,
porque está muerto; / sin luz, porque llora el sol; / sin voz, porque muere el
Verbo; / sin alma, ausente la suya; / sin cuerpo, enterrado el cuerpo; / sin
tierra, que todo es sangre; / sin aire, que todo es fuego; / sin fuego, que
todo es agua; / sin agua, que todo es hielo..."
Pero ni la fe, ni la confianza, ni el amor de María se vinieron abajo ante esa
nueva manifestación incomprensible de la voluntad de Dios. Creyendo, confiando
y amando Ella supo esperar la mayor alegría de su vida: recuperar a su Jesús
para siempre tras la resurrección.
Aprendamos de María a llenar el vacío de la soledad que nos invade tras la
muerte de nuestros seres queridos. Llenarlo con lo único que puede llenarlo: el
amor, la fe y la esperanza de la vida futura.
Autor: P. Marcelino de Andrés
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