Desde la humildad podemos suplicar insistentemente a Jesús. ¿Qué
necesidad tenemos y queremos pedir a Jesús?
La oración es mirar a Jesús con la confianza de un niño; caer a sus pies con
la confianza de un enfermo y suplicarle con insistencia con la confianza de
un pobre. Él está cerca de ti, viene como Padre, médico y rey de tu corazón,
no temas, acércate y tu alma gozará de su presencia y de su amor. Es la fe la
que te dará alas para llegar hasta Él.
Llega uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verle, cae a sus
pies, y le suplica con insistencia diciendo: «Mi hija está a punto de morir;
ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva». Y se fue con él.
Le seguía un gran gentío que le oprimía. (...) Mientras estaba hablando
llegan de la casa del jefe de la sinagoga unos diciendo: «Tu hija ha muerto;
¿a qué molestar ya al Maestro?» Jesús que oyó lo que habían dicho, dice al
jefe de la sinagoga: «No temas; solamente ten fe». Y no permitió que nadie le
acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a
la casa del jefe de la sinagoga y observa el alboroto, unos que lloraban y
otros que daban grandes alaridos. Entra y les dice: «¿Por qué alborotáis y
lloráis? La niña no ha muerto; está dormida». Y se burlaban de él. Pero él
después de echar fuera a todos, toma consigo al padre de la niña, a la madre
y a los suyos, y entra donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le
dice: «Talitá kum», que quiere decir: «Muchacha, a ti te digo, levántate». La
muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues tenía doce años.
Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. Y les insistió mucho en que nadie lo
supiera; y les dijo que le dieran a ella de comer. (Mc 5, 22-24; 35-43)
Buscar a Jesús
Mis ojos en tu mirada y tu mirada en mis ojos
Acudir a Jesús es ponerse en camino, estar atento a sus señales, sus huellas,
sus palabras. Es oír de Él para buscarlo a Él. Buscar sus huellas es el
primer paso. Abrir el corazón y la mente para que el mundo y los hombres nos
hablen de Él. La oración es vivir sus huellas, tener hambre de Él para que
poniéndonos en su presencia se nos revele, nos regale su mirada, su Palabra,
su vida y su corazón.
Jairo era un personaje importante, jefe de la sinagoga, donde los judíos
daban culto. Había escuchado del Maestro Jesús. Un nuevo profeta con
sabiduría y poder. En un principio vio en Él al médico que podría curar a su
hija. Tenía una gran necesidad de encontrarlo, pues Él quizás podría darle el
regalo de curar a su hija gravemente enferma. Busca, pregunta, sale de sus
seguridades y con la mente y su corazón puestos en su hija, lo encuentra.
Su búsqueda ha dado su fruto, está allí, en medio de la muchedumbre. Se
acerca con cautela al inicio pero con decisión. No puede perder tiempo, tiene
que reclamar su atención, su hija está grave.
Así es también nuestra oración, está búsqueda del maestro nos tiene que
llevar a salir de nosotros, de nuestras seguridades, del afán de controlar
nuestra vida, de ser creadores de nuestra propia felicidad para salir a la
búsqueda de quien no sólo da la felicidad, sino de quien es la Felicidad.
Muchas veces Dios usa la cruz, la enfermedad, la soledad, la tristeza como
medios para salir en búsqueda de su corazón. Así nuestros ojos tan centrados
en nosotros mismos volarán hasta los de Cristo y entonces, podremos
experimentar la alegría de ser penetrados por la mirada de Aquel que nos
consuela porque nos conoce y nos ama.
Mis rodillas se doblan irresistiblemente ante ti
El cruzar la mirada con la de Jesús lleva a la acción. Más bien a la
pasividad de la acción: Jairo se deja caer de rodillas en signo de adoración,
admiración, pequeñez, súplica. El amor expresado en una mirada suaviza el
corazón, debilita todo miedo y da paso a este signo de sumisión y de entrega
total en las manos de Dios.
Ponerse de rodillas ante Dios es señal de abandono, de seguridad puesta a los
pies del Maestro. De rodillas no tenemos facilidad de movimientos, no podemos
huir, no nos podemos defender. Sí, la oración verdadera es un acto de
humildad, de presentarnos indefensos ante el amor de Dios. ¿Cuántas veces
vivimos defendiéndonos del amor de Dios, del camino estrecho de su
seguimiento, de la cruz? Cuanto más recemos y estemos en su presencia, más
humildes seremos, más cerca de la tierra estaremos y así recordaremos nuestro
origen y la necesidad de Dios.
Pero Cristo no quiere humillarnos. Nos deja así de rodillas para que
levantemos la mirada, olvidándonos de nosotros mismos, para así contemplar su
mano que se tiende para levantarnos, sostenernos y acariciar nuestras
heridas. El ejercer su poder sobre nosotros a través del amor incondicional y
constante.
Por eso puedo decir que la oración debe ser para mí un doblar
irresistiblemente las rodillas ante su amor, un sentirme seguro en mi
inseguridad, un humillarme para ser exaltado por su mano que se tiende para
sostenerme, acogerme, y abrazarme.
Levantados por Cristo podemos pedir con confianza
De rodillas se ve el mundo desde una perspectiva distinta. No hay
escapatoria, vemos todo más cerca del suelo y más lejos del cielo. Pero
Cristo no nos quiere allí tendidos. Nos permite unos minutos, unas horas en
esa postura espiritual porque sabe que nos hace bien.
Al inicio de la oración hemos buscado salir de nosotros mismos, lo hemos
buscado a Él, hemos llegado hasta su mirada y sus ojos nos han penetrado el
corazón. Esta fuerza poderosa de Jesús nos ha "derribado" hasta el
suelo y de rodillas nos hemos reconocido pecadores, enfermos, pobre,
necesitados de su amor.
Ahora, con nuestro corazón bien dispuesto podemos pedir lo que más
necesitamos. Desde la perspectiva de la humildad podemos suplicar insistentemente
como lo hizo Jairo. ¿Qué necesidad vital tenemos y queremos pedir a Jesús?
Entremos en nuestro corazón desde la humildad y veamos qué queremos,
necesitamos, amamos para presentarlo al divino Maestro. Tenemos la seguridad
de que Él conoce nuestro corazón mejor que nosotros y desde antes de que se
lo pidamos, ya se encuentra nuestra petición en su corazón. Por eso, cuando
Él nos levanta, nos vuelve a mirar y nos escucha ya sabe lo que necesitamos.
El final de esta historia de Jairo ya lo conocemos: Cristo le dice, "no
temas, ten fe" y lo demás, sucede porque ya estaba escrito en el corazón
de Jesús.
Autor: P. Guillermo
Serra, LC
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"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)
martes, 16 de septiembre de 2014
Buscar a Jesús con confianza
lunes, 15 de septiembre de 2014
Dios es infinitamente justo y todo lo sabe
Quien nada debe, nada teme. El juicio de Dios vendrá tarde o temprano y la
verdad se hará relucir con su implacable justicia.
Todos hemos tenido experiencias de tratos injustos, cuántos juicios ajenos a la
verdad han vivido tantas personas, cuántos intereses creados en la sociedad, en
la que siempre buscamos un culpable aunque no lo sea, inventamos las pruebas
necesarias para condenarlo.
Dios es justo y eternamente misericordioso, si nosotros hemos sido leales,
correctos y honestos, nada nos pasará, como bien dice el refrán, "Quien
nada debe, nada teme", el juicio de Dios vendrá tarde o temprano y la
verdad se hará relucir con su implacable justicia. No nos engañemos, no seamos
cómplices de acciones objetivamente malas, no cambiemos lo códigos morales por
conveniencias o políticas baratas que solo buscan intereses personales, al
final la verdad saldrá a relucir, y todo quedará al descubierto, el que actuó
correctamente, puede caminar en paz y con la mirada en alto, pero el que
engañó, mintió, no se preocupe, que ya le llegará la hora de responder a cada
una de sus acciones incorrectas. Tenga la certeza que tendrá que responder personalmente
y no precisamente delante de un juez humano, sino Divino. Ahí te mando esta
historia para que la analices, especialmente para que nunca dudes ni temas de
ir por el camino de la verdad y del bien, Dios lo sabe, que nada te inquiete.
Cuenta una antigua leyenda, que en la Edad Media un hombre muy virtuoso fue
injustamente acusado de haber asesinado a una mujer. En realidad, el verdadero
autor era una persona muy influyente del reino, y por eso, desde el primer
momento se procuró un chivo expiatorio, para encubrir al culpable.
El hombre fue llevado a juicio ya conociendo que tendría escasas o nulas
esperanzas de escapar al terrible veredicto: !!la horca!! El Juez, también
comprado, cuidó no obstante, de dar todo el aspecto de un juicio justo, por ello
dijo al acusado: Conociendo tu fama de hombre justo y devoto del Señor,
vamos a dejar en manos de Él tu destino: Vamos a escribir en dos papeles
separados las palabras "culpable" e "inocente".Tu escogerás
y será la mano del Dios la que decida tu destino.
Por supuesto, el mal funcionario había preparado dos papeles con la misma
leyenda: CULPABLE y la pobre víctima, aún sin conocer los detalles, se
daba cuenta que el sistema propuesto era una trampa. No había escapatoria. El
Juez ordenó al hombre a tomar uno de los papeles doblados. Este respiró
profundamente, quedó en silencio unos cuantos segundos con los ojos cerrados, y
cuando la sala comenzaba ya a impacientarse, abrió los ojos y con una extraña
sonrisa, tomó uno de los papeles y llevándolo a su boca y lo engulló
rápidamente.
Sorprendidos e indignados los presentes le reprocharon...
"Pero, ¿qué hizo...? Y ¿ahora...? ¿Cómo vamos a saber el
veredicto...?" "Es muy sencillo, respondió el hombre.... es cuestión
de leer el papel que queda, y sabremos lo que decía el que me tragué".
Con un gran coraje disimulado, tuvieron que liberar al acusado, y jamás
volvieron a molestarlo......
Por más difícil que se nos presente una situación, nunca dejemos de buscar
la salida ni de luchar hasta el último momento. Muchas veces creemos que los
problemas no tienen solución y nos resignamos a perder y no luchar, olvidando
aquellas palabras de: "Lo que es imposible para el ser humano es
posible para Dios". Solo basta tener buena fe, ser sincero y jamás
buscar el mal de nadie. El bien siempre a la larga vencerá al mal, y los que
vamos por el camino del bien, tenemos el triunfo asegurado
Autor: P. Dennis Doren LC
domingo, 14 de septiembre de 2014
Qué ocurre cuando te crees superior a los demás
Lejos de manifestar una valía superior, creerse más que otros denota baja
autoestima, pues la inseguridad hace que esa persona actúe con prepotencia
El ser humano tiene mucho de qué sentirse orgulloso:
simple y llanamente, está hecho a imagen y semejanza de Dios, Quien le ha dado
virtudes y habilidades para ponerlos a su servicio y el de sus hermanos, así
que bien puede presumir de su alta dignidad. Sin embargo, para fines prácticos,
lo ideal es que se conduzca por la vida como un ser sencillo, amable y generoso
con todos.
Si bien es cierto que hay quienes han sido favorecidos con bienes materiales,
una formación académica esmerada y lujos de todo tipo, en cuanto a educación
moral y espiritual son sumamente pobres. Y es que ocurre que, algunas personas
que tienen estas ventajas económicas, no saben tratar a sus semejantes. Piensan
que valen más que los demás y lo demuestran de la peor manera, haciendo objeto
de sus burlas y humillaciones a los que trabajan para ellos o les brindan algún
tipo de servicio. No caen en cuenta de que la época del servilismo y la
esclavitud ya ha sido superada. Bueno, al menos en teoría.
Sin embargo, lejos de manifestar una valía superior, creerse más que otros denota
baja autoestima, pues la inseguridad hace que esa persona actúe con prepotencia
y de alguna, manera busca escudarse detrás de una máscara de superioridad y
autosuficiencia. Son los clásicos sabelotodo que imaginan que sobajando a otras
personas, se ganarán su respeto. Craso error, pues ocurre todo lo contrario. Y
por si fuera poco, cuando se trata a los demás como subordinados, estamos
faltando a la caridad.
Alguna vez me ha tocado escuchar durante una conversación que hay quien aún se
refiere a las personas que se dedican al trabajo doméstico como “servidumbre”,
ese es un concepto obsoleto que ya deberíamos haber superado. Simplemente hay
diversidad de oficios y profesiones y todos son honrosos, siempre y cuando sean
para dignificar al que lo realiza, pues supone la producción de un bien o
servicio que atraerá una ganancia monetaria y que se sumará al esfuerzo de
millones de seres humanos que trabajan para su sustento y el bienestar de su
país. Viene a mi mente una imagen contemporánea que retrata la igualdad de la
humanidad.
Desde su elección, el Papa Francisco ha sorprendido por su sencillez, y, fiel a
su costumbre, recientemente lo hizo deteniéndose ante un hombre desfigurado por
una enfermedad que deformaba su rostro y cabeza. Lo abrazó con ternura y el
hombre lloró.
¿Por qué pensar que las personas valen más por lo que tienen que por lo que
son? Ni el título universitario, ni las posesiones, ni los bienes materiales
determinan quienes somos, únicamente lo hace nuestro mismo origen: Dios. Por
supuesto, cada uno tiene talentos y dones especiales, que debemos aprovechar,
desarrollar y poner al servicio de los demás, pues afortunadamente, no somos
buenos para todo, dentro de la riqueza de la variedad, hay gente para cada ramo
del conocimiento humano: algunos son buenos para las matemáticas, otros para la
lógica, otros más para las relaciones públicas, unos para las artes y las
ciencias , otros más para los deportes, en fin, por eso hay miles de
actividades en el mundo que no pueden ser desempeñadas por las mismas personas,
cada quien es bueno para algo específico.
Por ende, dentro de la infinita riqueza de la raza humana encontramos personas
que son afines por sus caracteres, gustos y aficiones, entre otros elementos, y
hay quienes hacen clic inmediatamente, por cuestiones químicas, otras, por el
contrario, se detestan y no se gustan, ni siquiera por el aroma que despiden,
lo único cierto es que cada uno es especial, único e irrepetible, y de la misma
manera, cada quien tiene una misión en la vida, nadie puede sustituir a otro,
el lugar que tenemos reservado en este espacio no puede ser llenado por ningún
suplente, así que, veamos a los demás como lo que son, personas valiosas que
merecen vivir, no importando la razón.
Por eso, recordemos que la humildad es una virtud que se cultiva, nadie nace
con ella, entre más nos hagamos conscientes de su belleza, desearemos hacerla
nuestra para siempre. Seamos como Jesús, mansos y humildes de corazón. Si todos
tratáramos con delicadeza a nuestros hermanos, el mundo cambiaría muy pronto,
¿no creen?
Autor: Mónica Muñoz | Fuente: El observador
sábado, 13 de septiembre de 2014
Una palabra que hace maravillas
Cada día es una oportunidad para que nosotros también pronunciemos un
"sí" lleno de amor a Dios, en las pequeñas y grandes cosas.
Fiat. Hágase. Con esta palabra Dios creó el mundo, con todas sus maravillas. La
tierra y el cielo, los astros, las aguas, las plantas, los animales, el hombre.
Y vio que era bueno (cf. Gn 1). El hombre canta con el salmista al
contemplar la creación: ¡Grandes y admirables son tus obras Señor! Esta primera
creación, Dios la realizó sin depender de nadie. Por amor lo quiso así y creó
con su libre voluntad.
Al hombre lo creó a su imagen y semejanza (Gn 1, 26), y le dio el don de
la libertad. Lo hizo capaz de responder "sí" o "no" a su
voz. Y el hombre pecó, se dejó engañar por la serpiente y le volvió la espalda
a su Dios. Entonces, de nuevo movido por el amor, Dios emprendió la obra de una
nueva creación, una segunda creación: decidió salvar al hombre del pecado. Tanto
amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único (Jn 3, 16).
El fiat de María fue la segunda la segunda creación, la obra redentora del
hombre, provoca en nosotros un asombro aún mayor que la primera. Porque ahora
Dios no quiso actuar por sí solo, aunque podía hacerlo así. Prefirió contar con
la colaboración de sus creaturas. Y entre ellas, la primera de la que quiso
necesitar fue María. ¡Atrevimiento sublime de Dios que quiso depender de la
voluntad de una creatura! El Omnipotente pidió ayuda a su humilde sierva. Al
"sí" de Dios, siguió el "sí" de María. Nuestra salvación
dependió en este sentido de la respuesta de María.
San Lucas, en el capítulo 1 de su Evangelio, traza algunas características del
asentimiento de la Virgen. Un fiat progresivo, en el que el primer paso es la
escucha de la palabra. El ángel encontró a María en la disposición necesaria
para comunicar su mensaje. En la casa de Nazaret reinaban la paz, el silencio,
el trabajo, el amor, en medio de las ocupaciones cotidianas. Después la palabra
es acogida: María la interioriza, la hace suya, la guarda en su corazón. Esa
palabra, aceptada en lo profundo, se hace vida. Es una donación constante, que
no se limita al momento de la Anunciación. Todas las páginas de su vida, las
claras y las oscuras, las conocidas y las ocultas, serán un homenaje de amor a
Dios: un "sí" pronunciado en Nazaret y sostenido hasta el Calvario.
El fiat de María es generoso. No sólo porque lo sostuvo durante toda su vida,
sino también por la intensidad de cada momento, por la disponibilidad para
hacer lo que Dios le pedía a cada instante.
Como Dios quiso necesitar de María, ha querido contar con la ayuda que nosotros
podemos prestarle. Como Dios anhelaba escuchar de sus labios purísimos Hágase
en mí según tu palabra (Lc 1, 38), Dios quiere que de nuestra boca y de
nuestro corazón brote también un "sí" generoso. Del fiat de María
dependía la salvación de todos los hombres. Del nuestro, ciertamente no. Pero
es verdad que la salvación de muchas almas, la felicidad de muchos hombres está
íntimamente ligada a nuestra generosidad.
Cada día es una oportunidad para que nosotros también pronunciemos un fiat
lleno de amor a Dios, en las pequeñas y grandes cosas. Siempre decirle que sí,
siempre agradarle. El ejemplo de María nos ilumina y nos guía. Nos da la
certeza de que aunque a veces sea difícil aceptar la voluntad de Dios, nos
llena de felicidad y de paz.
Cuando Dios nos pida algo, no pensemos si nos cuesta o no. Consideremos la
dicha de que el Señor nos visita y nos habla. Recordemos que con esta sencilla
palabra: fiat, sí, dicha con amor, Dios puede hacer maravillas a través de
nosotros, como lo hizo en María.
Autor: Ignacio Sarre Guerreiro
viernes, 12 de septiembre de 2014
Consolar a quien me consuela
Jesús quiere ser consolado. Precisamente por aquellos que tantas veces
hemos recibido su consuelo
Casi puedo acostumbrarme: tras el pecado, Dios se volcó nuevamente sobre mi
alma. Me invitó a la confianza, me alentó al arrepentimiento, me acercó al
sacramento de la confesión, me abrazó con su misericordia. ¡Es tanto lo que
Dios ha hecho y hace tantas veces por mí!
Sí: puedo acostumbrarme, hasta el punto de ver casi como algo seguro el hecho
de que mi Padre volverá mañana a buscarme para limpiar pecados, para encender
la esperanza, para resucitar el amor que se apagaba. Pero si tan sólo recordase
qué precio fue pagado por mi rescate, si tuviese ante mis ojos los esfuerzos
tan grandes que pasó el Hijo para redimirme...
Necesito, por eso, tener un alma abierta, profunda, agradecida. El amor que
recibo sólo puede pagarse con amor. Por eso, al que mucho se le perdona mucho
ama (cf. Lc 7,47).
Pero no me basta simplemente con la gratitud. Hay momentos en los que siento
que también Él necesita algún consuelo. Su grito en el Calvario, escuchado por
la Madre Teresa de Calcuta y por miles y miles de católicos de todos los
tiempos, llega a mi corazón: "Tengo sed" (cf. Jn 19,28).
Es cierto: mis heridas son mayores que las suyas, pues el pecado pone en
peligro el sentido bueno de mi vida, mientras que los clavos del madero no
enturbiaron el amor de Cristo hacia su Padre y hacia los hombres. Pero no por
ello el Señor deja de anhelar consoladores para su sed de amor, para sus sueños
de encender un fuego en el mundo, para que la oveja perdida vuelva pronto al
hogar donde será amada.
Jesús quiere ser consolado. Precisamente por aquellos que tantas veces hemos
recibido su consuelo. Esa será la mejor manera de decirle, desde lo más íntimo
de mi alma, ¡gracias! por tantas ocasiones en las que me ha susurrado, con la
voz humilde de un sacerdote, "yo te absuelvo de tus pecados...".
Autor: P. Fernando Pascual LC
jueves, 11 de septiembre de 2014
NO TE FÍES DE MÍ SI TE FALTA CORAZÓN
Autor: Pablo
Cabellos Llorente
¿Quién
no recuerda aquellos versos de Muñoz Seca en “La venganza de don Mendo”?: ¡Puñal de puño de aluño!,
¡Puñal de bruñido acero, orgullo del puñalero, que te forjó y te dio bruño! Saliendo del tono jocoso de esa obra, me
sirve sin embargo para traer a cuento el título de estas líneas. Algunos de los magníficos puñales fabricados
en Toledo con el mejor acero llevaban grabada esa leyenda: No te fíes de mí si
te falta corazón. Era una especie de advertencia al dueño del arma: no te sirvo
de nada si te escasean los arrestos.
Es
una llamada a ejercitar la virtud de la fortaleza que conlleva, para que de
verdad lo sea, la grandeza de ánimo, un corazón generoso, es decir, ha de ser
ejercitada por amor, magnánimamente. Y cuanto más grande sea ese amor, tanto
más corazón requiere. Ha escrito Jesús Ballesteros que la magnanimidad implica
ensanchar la atención a los demás hasta abarcar a todo el género humano. La
sola lectura de esta idea del ilustre profesor de L’Universitat de Valencia nos
invita a reflexionar acerca de nuestras actitudes con la sociedad, las
personas, el mundo que nos rodea. Ese pensamiento está mucho más cerca de la
salida a las periferias del Papa Francisco, que del chismorreo, la murmuración
o el enredo del que tantas veces nos rodeamos.
Esta
sociedad nuestra, bajo capa de la libertad de pensamiento y expresión
–sumamente loables-, es chismosa, empequeñecedora de la realidad, más fijona en
lo negativo que en tantos escenarios positivos existentes. No se trata de
edulcorar nada, pero seguramente podríamos poner más corazón, más grandeza de
ánimo al hablar o escribir incluso de sucesos lamentables. Hemos de procurar no
deprimir a los demás sin ignorar lo que
sucede. Se puede, y pienso que se debe, criticar sin herir, sin desanimar con
algo más que se cae, con la corrupción de turno o la tristeza de la guerra. No
es fácil la tarea de informar de sucesos acongojantes sin la congoja que
conllevan. En ocasiones, el enojo puede incluso constituir un deber, pero sin
acidez, para ayudar.
San
Josemaría, hombre de gran corazón, nos da una pauta: “Magnanimidad: ánimo
grande, alma amplia en la que caben muchos. Es la fuerza que nos dispone a
salir de nosotros mismos, para prepararnos a emprender obras valiosas, en
beneficio de todos. No anida la estrechez en el magnánimo; no media la
cicatería, ni el cálculo egoísta, ni la trapisonda interesada. El magnánimo
dedica sin reservas sus fuerzas a lo que vale la pena; por eso es capaz de
entregarse él mismo. No se conforma con dar: se da. Y logra
entender entonces la mayor muestra de magnanimidad: darse a Dios”. El no
creyente puede evitar la última frases y, muy probablemente, le servirá
también.
Ánimo grande, alma amplia en la que
caben muchos. ¿Por qué voy a situar al otro lado de mi frontera al que piensa
de modo diverso a mí? Más aún: ¿por qué
crear fronteras si lo propio de la persona es su apertura a los otros? ¿Por qué
edificamos barricadas frente a los que opinan de modo distinto? Y todavía peor:
¿por qué hemos de pelear con ellos si todos y cada uno poseen la dignidad de
persona por el sólo hecho de serlo? Vale la pena pensar y actuar en
consecuencia. Además de tratar a todos conforme a su honor, obviaríamos
situaciones como la de condenar antes que lo haga un juez, evitaríamos una
sociedad triste y dedicada al lamento. El sólo lloriqueo de nada sirve si no es
para mortificar. Y creamos un estilo de vida que no es el del amor, sino del
resquemor, de la sospecha, tal vez del odio.
No te fíes de mí si te falta corazón.
Posiblemente, es el clamor de cuantos instrumentos–de todo tipo- poseemos que,
quizá siendo poderosos, incluso óptimos, se vuelven contra los demás porque nos
falta corazón, necesitamos más magnanimidad, en la que no anide la estrechez,
la cicatería, ni la trapisonda interesada. Y hemos de estar atentos, porque
este no es un problema exclusivo de comunicadores, empresarios y políticos. Es
asunto de todos la dedicación sin reservas a lo que vale la pena, a entregarse
a sí mismo, hasta abarcar a todo el género humano, como escribí con palabras
del profesor Ballesteros.
¿NO PUEDE SER PÚBLICA LA FE?
Autor: Pablo Cabellos Llorente
Alguien
nos ha marcado un golazo por la escuadra. Alguien nos ha convencido de que la
fe puede vivirse privadamente, siempre
que no se manifieste en público. No piense el amable lector que me refiero a
las procesiones –que también-, sino a escribirlo en un medio de comunicación
–al menos en algunos-, a exponerla en
una red social o incluso en una reunión de amigos. Te aseguran que ese no es el
lugar apropiado, aunque cada uno puede pensar como quiera, etc. Luego, en
correo privado, aseguran que son católicos, pero que la religión queda para la
propia intimidad. Hay lugares en los que decir adiós es incorrecto.
Los
que piensan así son los guardametas que han encajado el gol. Porque se puede opinar
de política, de fútbol, de pintura, de todo, incluso exhibiendo posturas
descabelladas, pintorescas y hasta lamentables. De eso, sí, pero de religión,
no. El primer interrogante que surge es el que haría cualquier niño en esa
etapa de su vida en que pregunta los
porqués de las cosas, aún no comprendiendo bien la respuesta que se le dé? ¿Por
qué es incorrecto hablar de lo relativo a Dios? Hay quienes le otorgan hasta
una aparente carga de respeto: es algo íntimo, y las intimidades no se exhiben.
Ya. ¿Y por qué pueden exhibirse todo tipo de asuntos aparentemente recónditos
de las vidas del llamado famoseo?
De
religión nada, pero estamos al día de los amoríos de todo el mundo, de la
tercera boda del otro, de la foto del niño con padres notorios, de una sonada
unión gay, de los supuestos cohechos filtrados por no se sabe nunca quién y sin
que nadie haya sido imputado, de las peleas familiares, de los líos de
herencias y de un sinfín de asuntos. Todo eso ha de ser transparente. Esa
etiqueta siempre resulta válida. Pero Dios ha de mantenerse opaco, escondido en
la intimidad de la propia conciencia. Es bien cierto que la propia conciencia
es el sagrario íntimo e inviolable donde el hombre escucha la voz de Dios. Pero
la escucha para vivirla. Y si la vive, se ve. Ni se puede ocultar, ni se debe
alardear. Es un Bien para vivir con naturalidad y para ofertarlo del mismo
modo.
Paradójicamente,
en muchos medios en los que se ha introducido ese insano laicismo –existe una
sana laicidad- tratan mucho del tema religioso,
naturalmente para vituperarlo, aprovechar la mínima ocasión para tergiversar al
Papa o a los obispos, en fin para dar cancha a la anti-religiosidad. O al menos,
a la llamada disidencia con el catolicismo custodiado por la jerarquía de la
Iglesia. Claro, eso no es intimidad, a menos que el sectarismo le pertenezca.
He escrito que existe una sana laicidad, que tiene muchas consecuencias: evitar
todo clericalismo, saber que los asuntos de orden temporal tienen sus propias
reglas y su autonomía –que no significa independencia de Dios-, a que el
cristiano sea responsable de sus actos sin representar para nada a la Iglesia,
al respeto a la libertad religiosa y a la que gozan los católicos en materias opinables. Si se
oponen a la Ley de Dios, ya se lo dirán sus obispos, no el Congreso de los
Diputados.
Cuando
menos, es curioso que en estos tiempos de libertad –cada vez menor-, puedan
existir todo tipo de opciones, excepto la de mostrar la propia fe sin ambages.
Pero nos han colado el gol. Y hay que sacar el balón de la propia meta y
colocarlo en la otra. Puede no ser tarea fácil, también porque ciertos
cristianos lo han enterrado en su portería por preferir alguna gabela de este
mundo antes que a Dios, lo que también supone falta de amor a este mundo: Dios
no quita nada, lo da todo, también sentido a todas las tareas humanas. Siempre
que sean honestas. Tal vez quienes han optado por no sacar el balón de la
propia meta no procuran faenas tan decentes.
Mas
hay que decir también algo a los que han marcado el penalti injusto: yo
volvería a la pregunta infantil: ¿por qué? Si los cristianos hemos de dar razón
de nuestra esperanza, el goleador tramposo debería dar explicación de la suya.
Sí, ya sé que dirán que la democracia es imposible sin su elección de vida, pero
estamos viendo a diario que no es así, que la libertad es cristiana, un don profundamente cristiano. Quizá por eso
emplean mucho las palabras democracia y ciudadano, y hablan poco de libertad y
persona. La razón es bien sencilla: libertad y persona expresan algo aún más
hondo y más exigente, tanto que, sin libertad y sin personas, no hay democracia
ni ciudadanos, sino un conjunto de mansurrones bailando al son que tocan.
El
reconocimiento de Dios no se opone de ningún modo a la dignidad del hombre, ya
que esta dignidad se funda y se perfecciona en el mismo Dios. La negación del
Creador y de toda dependencia de Él va en detrimento de la criatura que somos
cada uno. ¿En qué se basan los Derechos Humanos si no hay Dios?
A Tu imagen nos creaste, Señor
¿Qué tanto me parezco a Ti? Porque he sido creado a tu imagen. Pero para
ser reflejo de Ti, tengo que dejar de ser yo mismo.
Hoy Señor, no estás
oculto tras la puerta del Sagrario, no, estás expuesto en el Altar en una
hermosa Custodia. Ahí te ha puesto el sacerdote para que nuestros ojos te vean
y te adoremos.
El alma se arrodilla ante ti, ¡Oh, Señor de la Historia, Rey de reyes, Dios de
misericordia!
Y llega la pregunta: - "¿Qué tanto conozco yo a este Cristo, a este Jesús,
que está oculto en esa Sagrada Hostia? ¿Eres para mí algo lejano, algo
distante, eres alguien a quien tengo que tratar de usted? O, ¿eres mi amigo y
tengo contigo una relación cordial y amorosa? ¿Eres algo así como mi padre, mi
madre, mi hermano, mi mejor amigo? ¿Qué respuesta puedo darte, Señor?
Solo sé que te amo. Porque he sido creada a tu imagen. A imagen de Dios. Y
siendo imagen tuya, sé que cuando llegue la hora de presentarme ante Ti, me
abrazarás y me pondrás a tu lado. Pero para ser reflejo de Ti, tengo que dejar
de ser yo misma y empezar a juzgar a los demás como juzgas tú, como amas tu a
todo los seres, como haces tú con esta enfermedad, con esta soledad, con esta
ancianidad, con esta juventud, con este matrimonio, con estos hijos, con estos
nietos, con este trabajo duro y cansado, o con esta falta de él. Y como haces
tú con mi miedo, con mi angustia. Y sentir como tú sientes, para perdonar o para
pedir perdón.
¿Qué tanto me parezco a ti, Señor?
Tú lo hiciste todo por amor. Esa es tu gran enseñanza, esa es tu gran verdad.
Pero los actos de amor no son siempre para ratos bonitos, a veces es algo que
duele, que cuesta, porque no está en las palabras sino en los actos y a veces
esos actos son de sacrificio, de renuncia, de aceptación, de tolerancia, de
entrega: eso es amor.
¿Y cómo lograremos todo esto? ORANDO. Orar es tener un trato personal con Dios.
No solo rezar cuando hay dificultades. Y tampoco la oración se concreta, como
ahora, que estoy en la Capilla y Tú estás expuesto para ser adorado y que brote
ante Ti, una oración. No, todo nuestro día puede convertirse en oración, en
rezo, si te involucro en todo mi diario vivir, los buenos ratos, los malos, los
alegres, los tristes... el día completo, con sus horas y minutos, el descanso
de la noche y el amanecer del nuevo día... todo eso es orar.
Unido a esa forma de vivir puedo poco a poco irme pareciendo a Ti, Señor. Tu
ayuda y apoyo será mi mayor fuerza para dar testimonio de QUE A TU IMAGEN NOS
CREASTE, SEÑOR.
Autor: Ma Esther De Ariño
miércoles, 10 de septiembre de 2014
¿Para qué hacer la señal de la cruz? (II)
Cuando hacemos la señal de la cruz, estamos diciendo: que Dios Padre
Creador esté conmigo.
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martes, 9 de septiembre de 2014
Para hacer bien la Señal de la Cruz
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Cuando nos marcamos con la señal de la cruz estamos diciendo: Yo soy
seguidor de Jesucristo, creo en Él, le pertenezco.
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