"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

martes, 16 de septiembre de 2014

Buscar a Jesús con confianza

 Desde la humildad podemos suplicar insistentemente a Jesús. ¿Qué necesidad tenemos y queremos pedir a Jesús?

La oración es mirar a Jesús con la confianza de un niño; caer a sus pies con la confianza de un enfermo y suplicarle con insistencia con la confianza de un pobre. Él está cerca de ti, viene como Padre, médico y rey de tu corazón, no temas, acércate y tu alma gozará de su presencia y de su amor. Es la fe la que te dará alas para llegar hasta Él.

Llega uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verle, cae a sus pies, y le suplica con insistencia diciendo: «Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella, para que se salve y viva». Y se fue con él. Le seguía un gran gentío que le oprimía. (...) Mientras estaba hablando llegan de la casa del jefe de la sinagoga unos diciendo: «Tu hija ha muerto; ¿a qué molestar ya al Maestro?» Jesús que oyó lo que habían dicho, dice al jefe de la sinagoga: «No temas; solamente ten fe». Y no permitió que nadie le acompañara, a no ser Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a la casa del jefe de la sinagoga y observa el alboroto, unos que lloraban y otros que daban grandes alaridos. Entra y les dice: «¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no ha muerto; está dormida». Y se burlaban de él. Pero él después de echar fuera a todos, toma consigo al padre de la niña, a la madre y a los suyos, y entra donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dice: «Talitá kum», que quiere decir: «Muchacha, a ti te digo, levántate». La muchacha se levantó al instante y se puso a andar, pues tenía doce años. Quedaron fuera de sí, llenos de estupor. Y les insistió mucho en que nadie lo supiera; y les dijo que le dieran a ella de comer. (Mc 5, 22-24; 35-43)

Buscar a Jesús

Mis ojos en tu mirada y tu mirada en mis ojos

Acudir a Jesús es ponerse en camino, estar atento a sus señales, sus huellas, sus palabras. Es oír de Él para buscarlo a Él. Buscar sus huellas es el primer paso. Abrir el corazón y la mente para que el mundo y los hombres nos hablen de Él. La oración es vivir sus huellas, tener hambre de Él para que poniéndonos en su presencia se nos revele, nos regale su mirada, su Palabra, su vida y su corazón. 

Jairo era un personaje importante, jefe de la sinagoga, donde los judíos daban culto. Había escuchado del Maestro Jesús. Un nuevo profeta con sabiduría y poder. En un principio vio en Él al médico que podría curar a su hija. Tenía una gran necesidad de encontrarlo, pues Él quizás podría darle el regalo de curar a su hija gravemente enferma. Busca, pregunta, sale de sus seguridades y con la mente y su corazón puestos en su hija, lo encuentra. 

Su búsqueda ha dado su fruto, está allí, en medio de la muchedumbre. Se acerca con cautela al inicio pero con decisión. No puede perder tiempo, tiene que reclamar su atención, su hija está grave. 

Así es también nuestra oración, está búsqueda del maestro nos tiene que llevar a salir de nosotros, de nuestras seguridades, del afán de controlar nuestra vida, de ser creadores de nuestra propia felicidad para salir a la búsqueda de quien no sólo da la felicidad, sino de quien es la Felicidad. Muchas veces Dios usa la cruz, la enfermedad, la soledad, la tristeza como medios para salir en búsqueda de su corazón. Así nuestros ojos tan centrados en nosotros mismos volarán hasta los de Cristo y entonces, podremos experimentar la alegría de ser penetrados por la mirada de Aquel que nos consuela porque nos conoce y nos ama.

Mis rodillas se doblan irresistiblemente ante ti

El cruzar la mirada con la de Jesús lleva a la acción. Más bien a la pasividad de la acción: Jairo se deja caer de rodillas en signo de adoración, admiración, pequeñez, súplica. El amor expresado en una mirada suaviza el corazón, debilita todo miedo y da paso a este signo de sumisión y de entrega total en las manos de Dios. 

Ponerse de rodillas ante Dios es señal de abandono, de seguridad puesta a los pies del Maestro. De rodillas no tenemos facilidad de movimientos, no podemos huir, no nos podemos defender. Sí, la oración verdadera es un acto de humildad, de presentarnos indefensos ante el amor de Dios. ¿Cuántas veces vivimos defendiéndonos del amor de Dios, del camino estrecho de su seguimiento, de la cruz? Cuanto más recemos y estemos en su presencia, más humildes seremos, más cerca de la tierra estaremos y así recordaremos nuestro origen y la necesidad de Dios.

Pero Cristo no quiere humillarnos. Nos deja así de rodillas para que levantemos la mirada, olvidándonos de nosotros mismos, para así contemplar su mano que se tiende para levantarnos, sostenernos y acariciar nuestras heridas. El ejercer su poder sobre nosotros a través del amor incondicional y constante. 

Por eso puedo decir que la oración debe ser para mí un doblar irresistiblemente las rodillas ante su amor, un sentirme seguro en mi inseguridad, un humillarme para ser exaltado por su mano que se tiende para sostenerme, acogerme, y abrazarme. 

Levantados por Cristo podemos pedir con confianza

De rodillas se ve el mundo desde una perspectiva distinta. No hay escapatoria, vemos todo más cerca del suelo y más lejos del cielo. Pero Cristo no nos quiere allí tendidos. Nos permite unos minutos, unas horas en esa postura espiritual porque sabe que nos hace bien. 

Al inicio de la oración hemos buscado salir de nosotros mismos, lo hemos buscado a Él, hemos llegado hasta su mirada y sus ojos nos han penetrado el corazón. Esta fuerza poderosa de Jesús nos ha "derribado" hasta el suelo y de rodillas nos hemos reconocido pecadores, enfermos, pobre, necesitados de su amor. 

Ahora, con nuestro corazón bien dispuesto podemos pedir lo que más necesitamos. Desde la perspectiva de la humildad podemos suplicar insistentemente como lo hizo Jairo. ¿Qué necesidad vital tenemos y queremos pedir a Jesús? Entremos en nuestro corazón desde la humildad y veamos qué queremos, necesitamos, amamos para presentarlo al divino Maestro. Tenemos la seguridad de que Él conoce nuestro corazón mejor que nosotros y desde antes de que se lo pidamos, ya se encuentra nuestra petición en su corazón. Por eso, cuando Él nos levanta, nos vuelve a mirar y nos escucha ya sabe lo que necesitamos. 

El final de esta historia de Jairo ya lo conocemos: Cristo le dice, "no temas, ten fe" y lo demás, sucede porque ya estaba escrito en el corazón de Jesús.

Autor: P. Guillermo Serra, LC

lunes, 15 de septiembre de 2014

Dios es infinitamente justo y todo lo sabe

Quien nada debe, nada teme. El juicio de Dios vendrá tarde o temprano y la verdad se hará relucir con su implacable justicia.


Todos hemos tenido experiencias de tratos injustos, cuántos juicios ajenos a la verdad han vivido tantas personas, cuántos intereses creados en la sociedad, en la que siempre buscamos un culpable aunque no lo sea, inventamos las pruebas necesarias para condenarlo. 

Dios es justo y eternamente misericordioso, si nosotros hemos sido leales, correctos y honestos, nada nos pasará, como bien dice el refrán, "Quien nada debe, nada teme", el juicio de Dios vendrá tarde o temprano y la verdad se hará relucir con su implacable justicia. No nos engañemos, no seamos cómplices de acciones objetivamente malas, no cambiemos lo códigos morales por conveniencias o políticas baratas que solo buscan intereses personales, al final la verdad saldrá a relucir, y todo quedará al descubierto, el que actuó correctamente, puede caminar en paz y con la mirada en alto, pero el que engañó, mintió, no se preocupe, que ya le llegará la hora de responder a cada una de sus acciones incorrectas. Tenga la certeza que tendrá que responder personalmente y no precisamente delante de un juez humano, sino Divino. Ahí te mando esta historia para que la analices, especialmente para que nunca dudes ni temas de ir por el camino de la verdad y del bien, Dios lo sabe, que nada te inquiete. 

Cuenta una antigua leyenda, que en la Edad Media un hombre muy virtuoso fue injustamente acusado de haber asesinado a una mujer. En realidad, el verdadero autor era una persona muy influyente del reino, y por eso, desde el primer momento se procuró un chivo expiatorio, para encubrir al culpable. 

El hombre fue llevado a juicio ya conociendo que tendría escasas o nulas esperanzas de escapar al terrible veredicto: !!la horca!! El Juez, también comprado, cuidó no obstante, de dar todo el aspecto de un juicio justo, por ello dijo al acusado: Conociendo tu fama de hombre justo y devoto del Señor, vamos a dejar en manos de Él tu destino: Vamos a escribir en dos papeles separados las palabras "culpable" e "inocente".Tu escogerás y será la mano del Dios la que decida tu destino. 

Por supuesto, el mal funcionario había preparado dos papeles con la misma leyenda: CULPABLE y la pobre víctima, aún sin conocer los detalles, se daba cuenta que el sistema propuesto era una trampa. No había escapatoria. El Juez ordenó al hombre a tomar uno de los papeles doblados. Este respiró profundamente, quedó en silencio unos cuantos segundos con los ojos cerrados, y cuando la sala comenzaba ya a impacientarse, abrió los ojos y con una extraña sonrisa, tomó uno de los papeles y llevándolo a su boca y lo engulló rápidamente.

Sorprendidos e indignados los presentes le reprocharon... 

"Pero, ¿qué hizo...? Y ¿ahora...? ¿Cómo vamos a saber el veredicto...?" "Es muy sencillo, respondió el hombre.... es cuestión de leer el papel que queda, y sabremos lo que decía el que me tragué".

Con un gran coraje disimulado, tuvieron que liberar al acusado, y jamás volvieron a molestarlo......

Por más difícil que se nos presente una situación, nunca dejemos de buscar la salida ni de luchar hasta el último momento. Muchas veces creemos que los problemas no tienen solución y nos resignamos a perder y no luchar, olvidando aquellas palabras de: "Lo que es imposible para el ser humano es posible para Dios". Solo basta tener buena fe, ser sincero y jamás buscar el mal de nadie. El bien siempre a la larga vencerá al mal, y los que vamos por el camino del bien, tenemos el triunfo asegurado

Autor: P. Dennis Doren LC

domingo, 14 de septiembre de 2014

Qué ocurre cuando te crees superior a los demás

Lejos de manifestar una valía superior, creerse más que otros denota baja autoestima, pues la inseguridad hace que esa persona actúe con prepotencia
El ser humano tiene mucho de qué sentirse orgulloso: simple y llanamente, está hecho a imagen y semejanza de Dios, Quien le ha dado virtudes y habilidades para ponerlos a su servicio y el de sus hermanos, así que bien puede presumir de su alta dignidad. Sin embargo, para fines prácticos, lo ideal es que se conduzca por la vida como un ser sencillo, amable y generoso con todos. 

Si bien es cierto que hay quienes han sido favorecidos con bienes materiales, una formación académica esmerada y lujos de todo tipo, en cuanto a educación moral y espiritual son sumamente pobres. Y es que ocurre que, algunas personas que tienen estas ventajas económicas, no saben tratar a sus semejantes. Piensan que valen más que los demás y lo demuestran de la peor manera, haciendo objeto de sus burlas y humillaciones a los que trabajan para ellos o les brindan algún tipo de servicio. No caen en cuenta de que la época del servilismo y la esclavitud ya ha sido superada. Bueno, al menos en teoría. 

Sin embargo, lejos de manifestar una valía superior, creerse más que otros denota baja autoestima, pues la inseguridad hace que esa persona actúe con prepotencia y de alguna, manera busca escudarse detrás de una máscara de superioridad y autosuficiencia. Son los clásicos sabelotodo que imaginan que sobajando a otras personas, se ganarán su respeto. Craso error, pues ocurre todo lo contrario. Y por si fuera poco, cuando se trata a los demás como subordinados, estamos faltando a la caridad. 

Alguna vez me ha tocado escuchar durante una conversación que hay quien aún se refiere a las personas que se dedican al trabajo doméstico como “servidumbre”, ese es un concepto obsoleto que ya deberíamos haber superado. Simplemente hay diversidad de oficios y profesiones y todos son honrosos, siempre y cuando sean para dignificar al que lo realiza, pues supone la producción de un bien o servicio que atraerá una ganancia monetaria y que se sumará al esfuerzo de millones de seres humanos que trabajan para su sustento y el bienestar de su país. Viene a mi mente una imagen contemporánea que retrata la igualdad de la humanidad. 

Desde su elección, el Papa Francisco ha sorprendido por su sencillez, y, fiel a su costumbre, recientemente lo hizo deteniéndose ante un hombre desfigurado por una enfermedad que deformaba su rostro y cabeza. Lo abrazó con ternura y el hombre lloró. 

¿Por qué pensar que las personas valen más por lo que tienen que por lo que son? Ni el título universitario, ni las posesiones, ni los bienes materiales determinan quienes somos, únicamente lo hace nuestro mismo origen: Dios. Por supuesto, cada uno tiene talentos y dones especiales, que debemos aprovechar, desarrollar y poner al servicio de los demás, pues afortunadamente, no somos buenos para todo, dentro de la riqueza de la variedad, hay gente para cada ramo del conocimiento humano: algunos son buenos para las matemáticas, otros para la lógica, otros más para las relaciones públicas, unos para las artes y las ciencias , otros más para los deportes, en fin, por eso hay miles de actividades en el mundo que no pueden ser desempeñadas por las mismas personas, cada quien es bueno para algo específico. 

Por ende, dentro de la infinita riqueza de la raza humana encontramos personas que son afines por sus caracteres, gustos y aficiones, entre otros elementos, y hay quienes hacen clic inmediatamente, por cuestiones químicas, otras, por el contrario, se detestan y no se gustan, ni siquiera por el aroma que despiden, lo único cierto es que cada uno es especial, único e irrepetible, y de la misma manera, cada quien tiene una misión en la vida, nadie puede sustituir a otro, el lugar que tenemos reservado en este espacio no puede ser llenado por ningún suplente, así que, veamos a los demás como lo que son, personas valiosas que merecen vivir, no importando la razón. 

Por eso, recordemos que la humildad es una virtud que se cultiva, nadie nace con ella, entre más nos hagamos conscientes de su belleza, desearemos hacerla nuestra para siempre. Seamos como Jesús, mansos y humildes de corazón. Si todos tratáramos con delicadeza a nuestros hermanos, el mundo cambiaría muy pronto, ¿no creen?

Autor: Mónica Muñoz | Fuente: El observador 

sábado, 13 de septiembre de 2014

Una palabra que hace maravillas

Cada día es una oportunidad para que nosotros también pronunciemos un "sí" lleno de amor a Dios, en las pequeñas y grandes cosas.
Fiat. Hágase. Con esta palabra Dios creó el mundo, con todas sus maravillas. La tierra y el cielo, los astros, las aguas, las plantas, los animales, el hombre. Y vio que era bueno (cf. Gn 1). El hombre canta con el salmista al contemplar la creación: ¡Grandes y admirables son tus obras Señor! Esta primera creación, Dios la realizó sin depender de nadie. Por amor lo quiso así y creó con su libre voluntad. 

Al hombre lo creó a su imagen y semejanza (Gn 1, 26), y le dio el don de la libertad. Lo hizo capaz de responder "sí" o "no" a su voz. Y el hombre pecó, se dejó engañar por la serpiente y le volvió la espalda a su Dios. Entonces, de nuevo movido por el amor, Dios emprendió la obra de una nueva creación, una segunda creación: decidió salvar al hombre del pecado. Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único (Jn 3, 16). 

El fiat de María fue la segunda la segunda creación, la obra redentora del hombre, provoca en nosotros un asombro aún mayor que la primera. Porque ahora Dios no quiso actuar por sí solo, aunque podía hacerlo así. Prefirió contar con la colaboración de sus creaturas. Y entre ellas, la primera de la que quiso necesitar fue María. ¡Atrevimiento sublime de Dios que quiso depender de la voluntad de una creatura! El Omnipotente pidió ayuda a su humilde sierva. Al "sí" de Dios, siguió el "sí" de María. Nuestra salvación dependió en este sentido de la respuesta de María. 

San Lucas, en el capítulo 1 de su Evangelio, traza algunas características del asentimiento de la Virgen. Un fiat progresivo, en el que el primer paso es la escucha de la palabra. El ángel encontró a María en la disposición necesaria para comunicar su mensaje. En la casa de Nazaret reinaban la paz, el silencio, el trabajo, el amor, en medio de las ocupaciones cotidianas. Después la palabra es acogida: María la interioriza, la hace suya, la guarda en su corazón. Esa palabra, aceptada en lo profundo, se hace vida. Es una donación constante, que no se limita al momento de la Anunciación. Todas las páginas de su vida, las claras y las oscuras, las conocidas y las ocultas, serán un homenaje de amor a Dios: un "sí" pronunciado en Nazaret y sostenido hasta el Calvario. El fiat de María es generoso. No sólo porque lo sostuvo durante toda su vida, sino también por la intensidad de cada momento, por la disponibilidad para hacer lo que Dios le pedía a cada instante.

Como Dios quiso necesitar de María, ha querido contar con la ayuda que nosotros podemos prestarle. Como Dios anhelaba escuchar de sus labios purísimos Hágase en mí según tu palabra (Lc 1, 38), Dios quiere que de nuestra boca y de nuestro corazón brote también un "sí" generoso. Del fiat de María dependía la salvación de todos los hombres. Del nuestro, ciertamente no. Pero es verdad que la salvación de muchas almas, la felicidad de muchos hombres está íntimamente ligada a nuestra generosidad.

Cada día es una oportunidad para que nosotros también pronunciemos un fiat lleno de amor a Dios, en las pequeñas y grandes cosas. Siempre decirle que sí, siempre agradarle. El ejemplo de María nos ilumina y nos guía. Nos da la certeza de que aunque a veces sea difícil aceptar la voluntad de Dios, nos llena de felicidad y de paz.

Cuando Dios nos pida algo, no pensemos si nos cuesta o no. Consideremos la dicha de que el Señor nos visita y nos habla. Recordemos que con esta sencilla palabra: fiat, sí, dicha con amor, Dios puede hacer maravillas a través de nosotros, como lo hizo en María.

Autor: Ignacio Sarre Guerreiro

viernes, 12 de septiembre de 2014

Consolar a quien me consuela

Jesús quiere ser consolado. Precisamente por aquellos que tantas veces hemos recibido su consuelo

Casi puedo acostumbrarme: tras el pecado, Dios se volcó nuevamente sobre mi alma. Me invitó a la confianza, me alentó al arrepentimiento, me acercó al sacramento de la confesión, me abrazó con su misericordia. ¡Es tanto lo que Dios ha hecho y hace tantas veces por mí!

Sí: puedo acostumbrarme, hasta el punto de ver casi como algo seguro el hecho de que mi Padre volverá mañana a buscarme para limpiar pecados, para encender la esperanza, para resucitar el amor que se apagaba. Pero si tan sólo recordase qué precio fue pagado por mi rescate, si tuviese ante mis ojos los esfuerzos tan grandes que pasó el Hijo para redimirme...

Necesito, por eso, tener un alma abierta, profunda, agradecida. El amor que recibo sólo puede pagarse con amor. Por eso, al que mucho se le perdona mucho ama (cf. Lc 7,47).

Pero no me basta simplemente con la gratitud. Hay momentos en los que siento que también Él necesita algún consuelo. Su grito en el Calvario, escuchado por la Madre Teresa de Calcuta y por miles y miles de católicos de todos los tiempos, llega a mi corazón: "Tengo sed" (cf. Jn 19,28).

Es cierto: mis heridas son mayores que las suyas, pues el pecado pone en peligro el sentido bueno de mi vida, mientras que los clavos del madero no enturbiaron el amor de Cristo hacia su Padre y hacia los hombres. Pero no por ello el Señor deja de anhelar consoladores para su sed de amor, para sus sueños de encender un fuego en el mundo, para que la oveja perdida vuelva pronto al hogar donde será amada.

Jesús quiere ser consolado. Precisamente por aquellos que tantas veces hemos recibido su consuelo. Esa será la mejor manera de decirle, desde lo más íntimo de mi alma, ¡gracias! por tantas ocasiones en las que me ha susurrado, con la voz humilde de un sacerdote, "yo te absuelvo de tus pecados...".

Autor: P. Fernando Pascual LC

jueves, 11 de septiembre de 2014

NO TE FÍES DE MÍ SI TE FALTA CORAZÓN


Autor: Pablo Cabellos Llorente

         ¿Quién no recuerda aquellos versos de Muñoz Seca en “La venganza de don Mendo”?:  ¡Puñal de puño de aluño!, ¡Puñal de bruñido acero, orgullo del puñalero, que te forjó y te dio bruño! Saliendo del tono jocoso de esa obra, me sirve sin embargo para traer a cuento el título de estas líneas.  Algunos de los magníficos puñales fabricados en Toledo con el mejor acero llevaban grabada esa leyenda: No te fíes de mí si te falta corazón. Era una especie de advertencia al dueño del arma: no te sirvo de nada si te escasean los arrestos.

         Es una llamada a ejercitar la virtud de la fortaleza que conlleva, para que de verdad lo sea, la grandeza de ánimo, un corazón generoso, es decir, ha de ser ejercitada por amor, magnánimamente. Y cuanto más grande sea ese amor, tanto más corazón requiere. Ha escrito Jesús Ballesteros que la magnanimidad implica ensanchar la atención a los demás hasta abarcar a todo el género humano. La sola lectura de esta idea del ilustre profesor de L’Universitat de Valencia nos invita a reflexionar acerca de nuestras actitudes con la sociedad, las personas, el mundo que nos rodea. Ese pensamiento está mucho más cerca de la salida a las periferias del Papa Francisco, que del chismorreo, la murmuración o el enredo del que tantas veces nos rodeamos.

         Esta sociedad nuestra, bajo capa de la libertad de pensamiento y expresión –sumamente loables-, es chismosa, empequeñecedora de la realidad, más fijona en lo negativo que en tantos escenarios positivos existentes. No se trata de edulcorar nada, pero seguramente podríamos poner más corazón, más grandeza de ánimo al hablar o escribir incluso de sucesos lamentables. Hemos de procurar no deprimir a los demás sin  ignorar lo que sucede. Se puede, y pienso que se debe, criticar sin herir, sin desanimar con algo más que se cae, con la corrupción de turno o la tristeza de la guerra. No es fácil la tarea de informar de sucesos acongojantes sin la congoja que conllevan. En ocasiones, el enojo puede incluso constituir un deber, pero sin acidez, para ayudar.

         San Josemaría, hombre de gran corazón, nos da una pauta: “Magnanimidad: ánimo grande, alma amplia en la que caben muchos. Es la fuerza que nos dispone a salir de nosotros mismos, para prepararnos a emprender obras valiosas, en beneficio de todos. No anida la estrechez en el magnánimo; no media la cicatería, ni el cálculo egoísta, ni la trapisonda interesada. El magnánimo dedica sin reservas sus fuerzas a lo que vale la pena; por eso es capaz de entregarse él mismo. No se conforma con dar: se da. Y logra entender entonces la mayor muestra de magnanimidad: darse a Dios”. El no creyente puede evitar la última frases y, muy probablemente, le servirá también.

         Ánimo grande, alma amplia en la que caben muchos. ¿Por qué voy a situar al otro lado de mi frontera al que piensa de modo diverso a mí?  Más aún: ¿por qué crear fronteras si lo propio de la persona es su apertura a los otros? ¿Por qué edificamos barricadas frente a los que opinan de modo distinto? Y todavía peor: ¿por qué hemos de pelear con ellos si todos y cada uno poseen la dignidad de persona por el sólo hecho de serlo? Vale la pena pensar y actuar en consecuencia. Además de tratar a todos conforme a su honor, obviaríamos situaciones como la de condenar antes que lo haga un juez, evitaríamos una sociedad triste y dedicada al lamento. El sólo lloriqueo de nada sirve si no es para mortificar. Y creamos un estilo de vida que no es el del amor, sino del resquemor, de la sospecha, tal vez del odio.

         No te fíes de mí si te falta corazón. Posiblemente, es el clamor de cuantos instrumentos–de todo tipo- poseemos que, quizá siendo poderosos, incluso óptimos, se vuelven contra los demás porque nos falta corazón, necesitamos más magnanimidad, en la que no anide la estrechez, la cicatería, ni la trapisonda interesada. Y hemos de estar atentos, porque este no es un problema exclusivo de comunicadores, empresarios y políticos. Es asunto de todos la dedicación sin reservas a lo que vale la pena, a entregarse a sí mismo, hasta abarcar a todo el género humano, como escribí con palabras del profesor Ballesteros.

         Nuestra sociedad, y cada uno de sus componentes, está necesitada de un examen serio sobre esta cuestión porque anda sobrada de maledicencia interesada, de movimientos en pos de la zancadilla, de afán de derribo del contrario sin prestar atención a los medios a usar. Y resulta penoso el derribo y los medios manejados: en ocasiones, de navajazo, como se suele decir; revestidos de afán de verdad, en otras; incluso dignos de un espectáculo circense a veces.  Leemos en  san Pablo: evitad las contestaciones y las discusiones inútiles, instruid, soportad, reprended con dulzura. O escuchamos al mismo Cristo: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os odian, haced bien al que os maldice”. La  actitud contraria daña a todos, en primer lugar a los que la practican.

¿NO PUEDE SER PÚBLICA LA FE?

 Autor: Pablo Cabellos Llorente

         Alguien nos ha marcado un golazo por la escuadra. Alguien nos ha convencido de que la fe puede vivirse  privadamente, siempre que no se manifieste en público. No piense el amable lector que me refiero a las procesiones –que también-, sino a escribirlo en un medio de comunicación –al menos en algunos-, a exponerla  en una red social o incluso en una reunión de amigos. Te aseguran que ese no es el lugar apropiado, aunque cada uno puede pensar como quiera, etc. Luego, en correo privado, aseguran que son católicos, pero que la religión queda para la propia intimidad. Hay lugares en los que decir adiós es incorrecto.

         Los que piensan así son los guardametas que han encajado el gol. Porque se puede opinar de política, de fútbol, de pintura, de todo, incluso exhibiendo posturas descabelladas, pintorescas y hasta lamentables. De eso, sí, pero de religión, no. El primer interrogante que surge es el que haría cualquier niño en esa etapa de su vida en que  pregunta los porqués de las cosas, aún no comprendiendo bien la respuesta que se le dé? ¿Por qué es incorrecto hablar de lo relativo a Dios? Hay quienes le otorgan hasta una aparente carga de respeto: es algo íntimo, y las intimidades no se exhiben. Ya. ¿Y por qué pueden exhibirse todo tipo de asuntos aparentemente recónditos de las vidas del llamado famoseo?

         De religión nada, pero estamos al día de los amoríos de todo el mundo, de la tercera boda del otro, de la foto del niño con padres notorios, de una sonada unión gay, de los supuestos cohechos filtrados por no se sabe nunca quién y sin que nadie haya sido imputado, de las peleas familiares, de los líos de herencias y de un sinfín de asuntos. Todo eso ha de ser transparente. Esa etiqueta siempre resulta válida. Pero Dios ha de mantenerse opaco, escondido en la intimidad de la propia conciencia. Es bien cierto que la propia conciencia es el sagrario íntimo e inviolable donde el hombre escucha la voz de Dios. Pero la escucha para vivirla. Y si la vive, se ve. Ni se puede ocultar, ni se debe alardear. Es un Bien para vivir con naturalidad y para ofertarlo del mismo modo.

         Paradójicamente, en muchos medios en los que se ha introducido ese insano laicismo –existe una sana laicidad-  tratan mucho del tema religioso, naturalmente para vituperarlo, aprovechar la mínima ocasión para tergiversar al Papa o a los obispos, en fin para dar cancha a la anti-religiosidad. O al menos, a la llamada disidencia con el catolicismo custodiado por la jerarquía de la Iglesia. Claro, eso no es intimidad, a menos que el sectarismo le pertenezca. He escrito que existe una sana laicidad, que tiene muchas consecuencias: evitar todo clericalismo, saber que los asuntos de orden temporal tienen sus propias reglas y su autonomía –que no significa independencia de Dios-, a que el cristiano sea responsable de sus actos sin representar para nada a la Iglesia, al respeto a la libertad religiosa y a la que gozan  los católicos en materias opinables. Si se oponen a la Ley de Dios, ya se lo dirán sus obispos, no el Congreso de los Diputados.

         Cuando menos, es curioso que en estos tiempos de libertad –cada vez menor-, puedan existir todo tipo de opciones, excepto la de mostrar la propia fe sin ambages. Pero nos han colado el gol. Y hay que sacar el balón de la propia meta y colocarlo en la otra. Puede no ser tarea fácil, también porque ciertos cristianos lo han enterrado en su portería por preferir alguna gabela de este mundo antes que a Dios, lo que también supone falta de amor a este mundo: Dios no quita nada, lo da todo, también sentido a todas las tareas humanas. Siempre que sean honestas. Tal vez quienes han optado por no sacar el balón de la propia meta no procuran faenas tan decentes.

         Mas hay que decir también algo a los que han marcado el penalti injusto: yo volvería a la pregunta infantil: ¿por qué? Si los cristianos hemos de dar razón de nuestra esperanza, el goleador tramposo debería dar explicación de la suya. Sí, ya sé que dirán que la democracia es imposible sin su elección de vida, pero estamos viendo a diario que no es así, que la libertad es cristiana,  un don profundamente cristiano. Quizá por eso emplean mucho las palabras democracia y ciudadano, y hablan poco de libertad y persona. La razón es bien sencilla: libertad y persona expresan algo aún más hondo y más exigente, tanto que, sin libertad y sin personas, no hay democracia ni ciudadanos, sino un conjunto de mansurrones bailando al son que tocan.

         El reconocimiento de Dios no se opone de ningún modo a la dignidad del hombre, ya que esta dignidad se funda y se perfecciona en el mismo Dios. La negación del Creador y de toda dependencia de Él va en detrimento de la criatura que somos cada uno. ¿En qué se basan los Derechos Humanos si no hay Dios?


A Tu imagen nos creaste, Señor

¿Qué tanto me parezco a Ti? Porque he sido creado a tu imagen. Pero para ser reflejo de Ti, tengo que dejar de ser yo mismo.

Hoy Señor, no estás oculto tras la puerta del Sagrario, no, estás expuesto en el Altar en una hermosa Custodia. Ahí te ha puesto el sacerdote para que nuestros ojos te vean y te adoremos. 

El alma se arrodilla ante ti, ¡Oh, Señor de la Historia, Rey de reyes, Dios de misericordia!

Y llega la pregunta: - "¿Qué tanto conozco yo a este Cristo, a este Jesús, que está oculto en esa Sagrada Hostia? ¿Eres para mí algo lejano, algo distante, eres alguien a quien tengo que tratar de usted? O, ¿eres mi amigo y tengo contigo una relación cordial y amorosa? ¿Eres algo así como mi padre, mi madre, mi hermano, mi mejor amigo? ¿Qué respuesta puedo darte, Señor?

Solo sé que te amo. Porque he sido creada a tu imagen. A imagen de Dios. Y siendo imagen tuya, sé que cuando llegue la hora de presentarme ante Ti, me abrazarás y me pondrás a tu lado. Pero para ser reflejo de Ti, tengo que dejar de ser yo misma y empezar a juzgar a los demás como juzgas tú, como amas tu a todo los seres, como haces tú con esta enfermedad, con esta soledad, con esta ancianidad, con esta juventud, con este matrimonio, con estos hijos, con estos nietos, con este trabajo duro y cansado, o con esta falta de él. Y como haces tú con mi miedo, con mi angustia. Y sentir como tú sientes, para perdonar o para pedir perdón. 

¿Qué tanto me parezco a ti, Señor? 

Tú lo hiciste todo por amor. Esa es tu gran enseñanza, esa es tu gran verdad. Pero los actos de amor no son siempre para ratos bonitos, a veces es algo que duele, que cuesta, porque no está en las palabras sino en los actos y a veces esos actos son de sacrificio, de renuncia, de aceptación, de tolerancia, de entrega: eso es amor. 

¿Y cómo lograremos todo esto? ORANDO. Orar es tener un trato personal con Dios. No solo rezar cuando hay dificultades. Y tampoco la oración se concreta, como ahora, que estoy en la Capilla y Tú estás expuesto para ser adorado y que brote ante Ti, una oración. No, todo nuestro día puede convertirse en oración, en rezo, si te involucro en todo mi diario vivir, los buenos ratos, los malos, los alegres, los tristes... el día completo, con sus horas y minutos, el descanso de la noche y el amanecer del nuevo día... todo eso es orar. 

Unido a esa forma de vivir puedo poco a poco irme pareciendo a Ti, Señor. Tu ayuda y apoyo será mi mayor fuerza para dar testimonio de QUE A TU IMAGEN NOS CREASTE, SEÑOR.

Autor: Ma Esther De Ariño

miércoles, 10 de septiembre de 2014

¿Para qué hacer la señal de la cruz? (II)


Cuando hacemos la señal de la cruz, estamos diciendo: que Dios Padre Creador esté conmigo.
La señal de la cruz sirve para:
·  Hacer un acto de oración, contemplando por unos segundos a Cristo Redentor y así avivar nuestra fe en Jesucristo, como quien alimenta la hoguera echando leña al fuego: "Mirarán al que traspasaron" (Jn 19,37) "Cuando haya sido levantado de la tierra, atraeré a todos a mí" (Jn 12,32)
·  Recordar que Cristo murió por nosotros, hacer memoria del gran amor que Dios nos ha tenido y que lo llevó al extremo con su muerte en la cruz (Jn 13,1) "Pues la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros". (Rom 5, 8) "Cristo nos amó y se entregó por nosotros" (Ef 5,2) "Se rebajó a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (Fil 2,8)
·  Hacer un acto de conversión interior y decirle a Jesús: soy tu discípulo, quiero vivir como a ti te agrada, quiero cargar con mi propia cruz: "Si alguno quiere venir en pos de mí. niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y sígame." (Mt 16,24)
·  Dar testimonio de nuestra fe, declarar que somos cristianos, miembros de su cuerpo místico, seguidores del que dio su vida por nosotros en una cruz y resucitó de entre los muertos. "En cuanto a mí, no quiero sentirme orgulloso más que de la cruz de Cristo Jesús, nuestro Señor. Por él el mundo ha sido crucificado para mí, y yo para el mundo." Gál 6,14.
·  Predicar que Cristo es Salvador y que hay que morir para tener vida.
·  Alabar al Hijo de Dios: "Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre" (Filipenses 2, 11)
·  Pedir la protección de Cristo en medio de las tentaciones, los retos, los peligros, las dificultades y las asechanzas del demonio. Jesucristo venció el pecado con su muerte en la cruz.
·  Tomar fuerza: "Fijaos en aquel que soportó tal contradicción de parte de los pecadores, para que no desfallezcáis faltos de ánimo." (Hebreos 12,2-3) "Poned los ojos en el Crucificado y se os hará todo poco" (Santa Teresa de Jesús).
·  Ofrecer a Dios nuestro ser, nuestras pertenencias y nuestras actividades, como Cristo ofreció su vida al Padre por nuestra salvación. Hacer la señal de la cruz es decirle: Jesús, quiero hacer esto contigo y por amor a ti.
·  Ofrecer nuestros sufrimientos y renuncias a Jesucristo, abrazar nuestra cruz con amor: "El que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí" (Mt 10,38) "La cruz abrazada es la menos pesada" (Santa Teresa)
·  Agradecer las bendiciones de Dios y las abundantes y continuas muestras de su amor.
·  Celebrar la victoria del perdón y la misericordia, como quien alza un estandarte como signo de victoria: "Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna" (Juan 3, 14-15)
·  Bendecir: cuando hacemos sobre otro la señal de la cruz le estamos diciendo: que Dios Padre Creador esté contigo, que Dios Hijo Redentor te salve, que Dios Espíritu Santo Consolador te santifique.


¿Cuándo hacer la señal de la cruz?

Tertuliano (160 a 220 d.C.) escribió: "En todos nuestros viajes y movimientos, en todas nuestras salidas y llegadas, al ponernos nuestros zapatos, al tomar un baño, en la mesa, al prender nuestras velas, al acostarnos, al sentarnos, en cualquiera de las tareas en que nos ocupemos, marcamos nuestras frentes con el signo de la cruz."

Cualquier momento es buen momento para hacer la señal de la cruz.
·  Los sacramentos y los actos de oración comienzan y terminan con la señal de la cruz. También es buena costumbre persignarse antes de escuchar la Sagrada Escritura. Esto es lo que hacemos durante la liturgia de la santa misa, antes de la proclamación del Evangelio, cuando mientras trazamos la señal de la cruz sobre nuestra frente, labios y pecho repetimos en silencio dentro de nuestro corazón: "Por la señal de la santa cruz, de nuestros enemigos, líbranos Señor, Dios nuestro".
·  Al ofrecer el día al levantarte o cualquier actividad: una reunión, un proyecto, un partido.
·  Al agradecer a Dios un beneficio, la jornada que comienza, los alimentos, la primera venta del día, el salario, la cosecha, la conquista de la cumbre, una entrevista exitosa, un examen con buenos resultados, un diagnóstico favorable.
·  Al encomendarse y ponerse en manos de Dios: cuando emprendes un viaje, cuando comienzas un partido de fútbol o un baño en el mar, cuando recibes una noticia difícil de digerir, antes de una empresa compleja, de una cita importante, de entrar a una cirugía o de pronunciar unas palabras en público.
·  Al bendecir a Dios y reconocer su presencia en un templo, en un acontecimiento, en una persona o un hermoso espectáculo de la naturaleza
·  Al pedir la protección de la Trinidad ante el peligro, las tentaciones y las dificultades.
Este artículo se puede reproducir sin fines comerciales y citando siempre el autor y la fuente www.la-oracion
Autor: P. Evaristo Sada LC 

martes, 9 de septiembre de 2014

Para hacer bien la Señal de la Cruz


Cuando nos marcamos con la señal de la cruz estamos diciendo: Yo soy seguidor de Jesucristo, creo en Él, le pertenezco.
La señal de la cruz es la oración básica del cristiano, lo primero que un niño o un converso aprende en la catequesis. En esta oración tan breve y tan simple se resume todo el credo y para muchos hombres y mujeres profundamente contemplativos ha sido su oración preferida.


¿Qué significa la señal de la cruz?

La cruz es la señal de los cristianos: significa el triunfo de Jesús sobre el pecado; es el símbolo de la redención que Jesucristo obtuvo para nosotros con su sangre. Su pasión de amor por el hombre le llevó a dar la vida para que tuviéramos vida en abundancia: "Nadie me la quita, soy yo quien la doy por mí mismo" (Jn 10,18) Como manso cordero llevado al matadero, Jesús soportó en la cruz el extremo del dolor físico y moral para abrirnos las puertas del cielo.

Cuando nos marcamos con la señal de la cruz estamos diciendo: Yo soy seguidor de Jesucristo, creo en Él, le pertenezco. Así como los seguidores del Anticristo tendrán su marca (cfr. Ap 14,9), así el bautizado lleva un sello indeleble en su alma y lo muestra exteriormente con la cruz.

Deja que la Virgen María tome tu mano y te guíe al santiguarte

Después de lo que vivió María en el Calvario, Ella será la mejor maestra para todo cristiano que quiera santiguarse con todos los cinco sentidos. A mí me ha ayudado contemplar la pasión de Cristo desde el corazón de la Virgen María, pidiéndole que al hacer la señal de la cruz tome Ella mi mano y me enseñe a revivir con ese gesto sencillo el momento supremo de nuestra redención.

Este texto de Santa Brígida puede servir de inspiración mientras contemplamos a Cristo Crucificado de la mano de la Virgen María:

"Déseos toda honra, Señora mía Virgen María, que con dolor visteis a vuestro Hijo hablaros desde la cruz, y con vuestros benditos oídos afligidamente lo oisteis clamar al Padre en la agonía de la muerte, y entregar en sus manos el alma. Alabada seáis, Señora mía Virgen María, que con amargo dolor visteis a vuestro Hijo pendiente en la cruz, lívido desde el extremo de la cabeza hasta la planta de los pies, rubricado con su propia sangre y tan cruelmente muerto; y con suma amargura mirasteis traspasados sus pies y manos, y su glorioso costado, y todo su cuerpo destrozado sin ninguna misericordia.

"Bendita seáis Vos, Señora mía Virgen María, que con vuestros ojos bañados en lágrimas visteis bajar de la cruz a vuestro Hijo, envolverlo en el sudario, ponerlo en el sepulcro y ser allí custodiado por los soldados. Bendita seáis Vos, Señora mía Virgen María, quetraspasado vuestro corazón con un profundo y amarguísimo dolor, fuisteis apartada del sepulcro de vuestro Hijo, y llena de pesar conducida por vuestros amigos a casa de Juan, donde al punto sentisteis alivio a vuestro gran dolor, porque sabiais positivamente que pronto había de resucitar vuestro Hijo."
 (Sta. Brígida de Suecia, "Revelaciones", Libro 12, Oración)

En el nombre...

Al hacer la señal de la cruz sobre nuestro cuerpo, diciendo: "En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, Amén" nos estamos comprometiendo a obrar en el nombre de Dios. Dios reveló su nombre a Moisés; el nombre de Dios es "Yo soy el que soy" (Éxodo 3,13). Y le dijo: "Yo soy el Dios de tus padres" (Éxodo 3,6) y "Yo estaré contigo" (Éxodo 3,12) De estas tres expresiones concluimos que Dios abarca nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro. Quien actúa en el nombre de Dios está afirmando que tiene la certeza de que Dios le conoce, le acompaña, le sostiene y permanecerá siempre a su lado.

Cuando en la oración pedimos algo en el nombre de Jesús, nos estamos uniendo a la oración de Cristo, con la seguridad de que el Padre escucha a su Hijo. "Todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré." (Juan 14, 13-14) Y si lo que pedimos es conforme a su voluntad, podemos confiar en que nuestra súplica será escuchada: "En esto está la confianza que tenemos en él: en que si le pedimos algo según su voluntad, nos escucha.Y si sabemos que nos escucha en lo que le pedimos, sabemos que tenemos conseguido lo que hayamos pedido.."(1 Juan 5,14-15) Y a veces nos concede no sólo lo que le pedimos sino incluso lo que deseamos, que Él conoce bien. Esta fue la experiencia de san Pedro aquella mañana en el lago tras una noche de pesca, cuando Jesús le mostró dónde encontrarlos. Pedro le dijo: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu Nombre, echaré las redes. Y, haciéndolo así, pescaron gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban romperse».

Mañana seguiré con este artículo, explicando para qué hacer la señal de la cruz y cuándo hacerla.

Autor: P. Evaristo Sada LC
Este artículo se puede reproducir sin fines comerciales y citando siempre el autor y la fuente www.la-oracion