Esta mañana, mientras leo la parábola de la oveja descarriada, me llego
hasta tu Corazón, Madre Santísima, para que me expliques.
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Hace tiempo vi un pequeño cuadro del Buen Pastor y algo en él me llamo la
atención. Junto al pastor había una oveja más grande que las demás.
Era parte del rebaño pero distinta. Podía leerse en sus mansos ojos una súplica
al Pastor, por una oveja que se había apartado del rebaño y se perdía en
caminos sinuosos.
Esta mañana, mientras leo la parábola de la oveja descarriada, me llego hasta
tu Corazón, Madre Santísima, para que me expliques esos detalles de amor que
esconde la Palabra...
Y te acercas a mi alma, en la fresca brisa de esta mañana, a la sombra de los
árboles de mi patio.
- Las ovejas, hija, las ovejas y el Pastor... Por cierto, no es un
Pastor común, es El Pastor por excelencia. Yo he sentido en mí los cuidados y
delicadezas de este Pastor. Desde Nazareth, donde mi alma queda extasiada de
gozo porque "en mí obró grandezas el Poderoso" (Lc 1,49)... Tú también
puedes disfrutar de los cuidados y atenciones de este Pastor, tal como te lo
asegura en la Parábola.
- ¡Oh Madre!, ¿Puedes guiarme para sacar de esta lectura el mayor fruto para mi
alma?
- Con gusto hija. Ven, vamos con el Pastor y su rebaño.
Y con mi corazón en el Tuyo nos vamos al desierto, por donde viene caminando el
Pastor con sus ovejas.
- Mira, hija, como las cuida. Las llama por su nombre y ellas reconocen
su voz; lo siguen, sabiendo que, aún en medio del desierto, con tal Pastor, no
pasaran hambre ni sed.
Cuando Pastor y rebaño están cerca nuestro, me aconsejas:
- Fíjate que una se ha descarriado, se ha alejado y hasta cree que ya
no puede regresar. Se siente perdida... Recuerda y gusta ahora las palabras de
la Escritura "...Que hombre entre vosotros, teniendo cien ovejas, si llega
a perder una de ellas, no deja las otras noventa y nueve en el desierto, para
ir tras la oveja perdida, hasta que la halle?"
Me tomas, Madre, de la mano y me conduces, delicada y pacientemente, hasta muy
cerca de la oveja perdida.
- Mírala con tu corazón, hija, creo que la conoces...
Al acercarme a aquel sitio escarpado y de difícil acceso, esperando ver un
pobre animal asustado, me encuentro... ¡Oh Dios! ¡Conmigo!. Me veo a mí misma,
perdida tantas veces en tantos caminos mal elegidos, en tantas opciones
equivocadas, en tanto olvido...
Entonces me abrazas, porque sabes que de mis labios no puede salir ni una
palabra, pues tengo un nudo en la garganta... Un llanto contenido que mezcla
antiguas penas y profundos agradecimientos...
¡Ay Madre! ¡Cuántas veces me perdí! ¡Cuántas veces me sentí sin caminos y hasta
sin fuerzas para volver al rebaño!
Entonces descubro, con inmensa alegría que, cada vez que me sentí perdida,
nunca se apartó de mis labios el Avemaría y hasta hubo una vez, en que la pena
era tan honda y no había camino posible, a los ojos humanos, que desde el fondo
de mi alma mi oración fue un profundo y silencioso grito: ¡Haz algo, por
piedad, haz algo!....¡Cuántos recuerdos! Cuánto camino recorrido, cuántas
esperas entre espinas...
Sin dejar de abrazarme, repites para mí las Palabras Santas: "Para ir tras
la oveja perdida, hasta que la encuentre"
- Escucha hija: "ir tras", o sea que el Pastor ya sabía dónde
ir a buscarla. Y sólo el Pastor puede "ir tras" la oveja, porque los
caminos son sinuosos, difíciles... ninguna otra oveja puede ir a rescatarla,
solo el Pastor.
- ¿Por qué sólo el Pastor, Madre? ¿Por qué solo Él puede recatarla y no otra de
las ovejas del rebaño?
- Porque el territorio donde está perdida, hija, es su corazón, solo
Jesús puede entrar en él, aliviar heridas, curar desilusiones, acortar
esperas...
En el silencio asombrado de mi alma me veo tantas veces socorrida, como si
nombrarte, Madrecita, haya sido el grito de auxilio que traspasó todas las
distancias, todos los abismos, todos los dolores...
Recuerdo el cuadro del Buen Pastor, esa oveja grande pintada junto a Él...
¡Eras tú Madrecita! ¡Tú que escuchabas mi voz, mi súplica, mi llanto! ¡Tú te
acercaste al Pastor y suplicaste por mí! ¡Gracias, Madre, gracias!
Arropada bajo tu manto, sigo escuchando tu sabia enseñanza...
- "Y cuando la hallare, la pone sobre sus hombros, muy gozoso, y
vuelto a casa convoca a amigos y vecinos y les dice "Alegraos conmigo,
porque halle mi oveja, la que andaba perdida"
Ya se escuchan los pasos del Maestro que me ha hallado y viene por mí, pobre
oveja enredada entre espinas y los pasos del Maestro son pasos conocidos...
tienen el sonido de tantas absoluciones recibidas en la Confesión, de tantos
"El Cuerpo de Cristo" escuchado al recibirle en la Eucaristía... el
eco de tantos buenos hermanos acercándome una palabra, un abrazo, un corazón
que me escuchó y me contuvo... ¡Cuantas veces el Maestro me puso sobre sus
hombros!¡Cuántas!
- Hija -continúas, para que no pierda ni una sola enseñanza- que
no te pasen desapercibidas las dos palabritas siguientes..."la pone sobre
sus hombros MUY GOZOSO." Este detalle de infinita misericordia es el que
has de recordar, confiada. Cuando Él te ha hallado, su Corazón ha sentido una
enorme alegría, alegría que se ha extendido por todo el Cielo. Algunas veces ha
esperado largo tiempo a tu lado, hasta que tú quisiste o pudiste estirar tus
brazos hacia Él. Jesús es paciente, hija y la inmensidad de su Paciencia es tan
insondable como su Misericordia.
Que enorme paz ha sentido mi alma cada vez que el Maestro me llevó en sus
hombros. Una paz profunda, gozosa, infinita, una paz que nada en este mundo
puede darme.
- Aún falta otro detalle. Si lo buscas, lo descubrirás
- Y repites para mí: "Alegraos conmigo, porque halle mi oveja, la
que estaba perdida"
- Mi oveja... mi oveja- repito mientras las palabras me van mostrando sus
profundos secretos de amor.
- Así es, querida mía, cuando el Maestro dice "mi oveja" no
dice "cualquier oveja", sino "mi oveja", porque le
perteneces. Por filiación divina eres hija de Dios, por el Bautismo. "Mi
oveja, la que andaba perdida". Su gran Misericordia no tiene en cuenta los
motivos por los que te habías perdido... no hay reproches, hay amor, un amor
tan grande que el encontrarte ha llenado de gozo Su Corazón.
Recuerda estas palabras, hija, cuando sientas que te alejas del Pastor...
recuerda también que por lejos que estés, escucharé tu oración de súplica y se
la acercaré a mi Hijo, para que vaya "tras de ti".
Recuérdala, no sólo cuando tú te hayas perdido, sino también cuando veas
alejarse del Pastor a aquellos que amas, a los que conoces y a los que no amas
también... Tú no puedes caminar tras ellos, porque a la profundidad de su alma
solo el Buen Pastor puede llegar, esperar con paciencia infinita y, en los
tiempos y modos de Él (no en los tuyos) abrazar y cargar a salvo en sus hombros
a esas ovejas por las que tú le has suplicado... Suplica para ellas la gracia
del perfecto arrepentimiento y deja en manos del Pastor los tiempos y las
circunstancias...
Me colocas amorosamente sobre los hombros del Buen Pastor y, como despedida,
lees para mí el final de la Parábola:"Así os digo habrá gozo en el
Cielo, más por un solo pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos
que no tienen necesidad de convertirse"...
Jesús me carga sobre sí y me devuelve al rebaño. Tú estás junto a Él y le
hablas de tantas otras ovejas que necesitan su abrazo, les presentas las
oraciones que, de ellas o por ellas, has recibido.
Madre, que jamás desoyes a tus hijos, te pido la gracia de que nunca falte en
mis labios un Avemaría por mí, por cada uno de mis hermanos, en la plena
confianza de que el Buen Pastor te ha de escuchar y llegará a cada corazón en
sus tiempos, en sus circunstancias, para Gozo perfecto de Su Corazón y de todo
el Cielo.
Amigo mío, amiga mía... que quizás sientas que andas por caminos sinuosos y con
espinas…o quizás veas por estos caminos a aquellos que amas…. No apartes jamás
de tu corazón el Avemaría, en la total confianza de que tu Madre hará llegar
tus súplicas al Pastor...
NOTA de la autora: Estos relatos sobre María Santísima han
nacido en mi corazón por el amor que siento por Ella.
Autor: María Susana Ratero