"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

miércoles, 4 de julio de 2012

QUIERO VOLVER A CONFIAR

Adoro mi mundo simple y común. Tener el amor, la caridad, la solidaridad como base. La indignación delante de la falta de ética, moral, respeto, prepotencia e injusticia.

Se quiere construir una sociedad sin Dios, y sin Dios, el hombre no tiene futuro, y las consecuencias ya las estamos sufriendo y experimentando. Dios es el futuro de nuestra vida, a nivel personal y a nivel social. Si quitamos a Dios de la existencia humana, el hombre se queda sin horizonte, efectivamente, pierde el piso. El hombre sin Dios queda amputado en una de sus principales dimensiones, la dimensión religiosa. Esta dimensión religiosa del hombre no se reduce a la esfera privada de la conciencia, sino que por la propia naturaleza humana, tiende a expresarse y a vivirse en sociedad.

Dios no es enemigo del hombre. Dios no estorba para el progreso y para la felicidad del hombre. Dios ha sido y seguirá siendo el principal factor de transformación de la sociedad, de respeto al ser humano, de promoción de sus derechos, de fomento de la convivencia. Fui criado con principios morales comunes cuando era niño: madres, padres, profesores, abuelos, tíos, vecinos eran autoridades dignas de respeto y consideración. Cuanto más próximos o más viejos, más afecto. Inimaginable responder maleducadamente a los más ancianos, ni a maestros o autoridades. Confiábamos en los adultos porque todos eran padres, madres o familiares de todos los chicos de la cuadra, del barrio, de la ciudad. Teníamos miedo apenas de lo oscuro, de los ratones, de películas de terror.

Hoy tengo una tristeza infinita por todo lo que hemos perdido, por todo lo que los niños un día temerán, por el miedo en la mirada de los niños, jóvenes, viejos y adultos. Derechos humanos para criminales, deberes ilimitados para ciudadanos honestos. Pagar las deudas es ser tonto... amnistía para los estafadores; no tomar ventaja es ser necio. ¿Qué pasó con nosotros? Profesores maltratados en las aulas, comerciantes amenazados, e incluso, asesinados por traficantes, rejas en nuestras ventanas y puertas, miedo por no saber cuándo va a llegar una balacera o un secuestro. ¿Qué valores son éstos? Autos que valen más que abrazos, hijos queriendo regalos por pasar de curso, celulares en las mochilas de los recién salidos de los pañales, ¿qué vas a querer a cambio de un abrazo?, más vale una pantalla gigante que una conversación; más vale un caro maquillaje que un helado; más vale parecer que ser. ¿Cuándo fue que todo desapareció o se hizo ridículo?

Quiero sacar las rejas de mi ventana para tocar las flores.

Quiero sentarme en la vereda y tener la puerta abierta en las noches de verano.

Quiero la honestidad como motivo de orgullo.

Quiero la rectitud de carácter, la cara limpia y la mirada a los ojos.

Quiero la vergüenza y la solidaridad.

Quiero la esperanza, la alegría, la confianza, la fe.

Quiero callarle la boca a quien dice "a nivel de", al hablar de una persona. ¿Qué bien trae el "tener", si se pierde el ser"? ¡Y viva, sí, viva el retorno de la verdadera vida, simple como la lluvia, limpia como un cielo de abril, leve como la brisa de la mañana! Y definitivamente, común, como yo.

Adoro mi mundo simple y común. Tener el amor, la caridad, la solidaridad como base. La indignación delante de la falta de ética, de moral, de respeto, de prepotencia e injusticia.

¿Vamos a volver a ser "gente"? Tenemos una misión, única en nuestra sociedad actual: construir un mundo mejor, más justo, donde las personas respeten a las personas. ¿Utopía? No..., ¿sí?, ¿quién sabe?... Hoy es día para hacer el intento, es el día para marcar la diferencia
Autor: P. Dennis Doren L.C.

martes, 3 de julio de 2012

TOMÁS, PERSEGUIDO POR CRISTO

Vamos a contemplar la figura de Santo Tomás a la luz de ese amor de Dios, hoy que celebramos su fiesta.

El Apóstol llamado Tomás en los Evangelios (Mt 10, 3; Mc 3,18, Lc 6,15) es apodado "Dídimo" que significa "gemelo" (Jn 11,16). Entra casi en el Evangelio de una forma silenciosa. Sus primeras palabras afirman en una ocasión su deseo de morir con Jesús (Jn 11, 16).

Posteriormente se manifiesta con un estilo racionalista ante las palabras de Jesús, asombrándose de cómo se puede conocer un camino, no sabiendo a dónde se va (Jn 14,4). Finalmente conocemos su incredulidad ante el hecho de la Resurrección ( Jn 20, 24-29) y su presencia en la aparición de Jesús en el lago de Tiberíades (Jn 2, 1-14).

Tras la Ascensión lo contemplamos en Jerusalén con los demás apóstoles. La tradición le asigna como actividad misionera Persia y la India. La ciudad hindú de Calamina, donde se supone que murió, no ha sido identificada. Santo Tomás murió mártir Sus restos fueron traslados a Edesa.

Vamos a contemplar la figura de Sto. Tomás a la luz de ese amor de Dios que siempre persigue al hombre para que se salve y llegue al conocimiento de la verdad. Es una de las formas más bellas de ver la misericordia divina.

Dios siempre persigue al hombre cuando éste se sale del camino del amor y de la verdad que él le ofrece. La misericordia no es tanto una actitud pasiva de Dios, siempre dispuesto a perdonar, cuanto una acción de Dios positiva consistente en buscar la oveja perdida una y otra vez. El Evangelio está lleno de imágenes bellísimas de este estilo de Dios. Desde el buen Pastor que abandona el rebaño a buen recaudo para ir a buscar a la oveja perdida, hasta ese Cristo que providencialmente se hace presente siempre allí donde alguien le necesita, la realidad es que Dios persigue al hombre una y otra vez ofreciéndole su Corazón abierto para que vuelva.

La misericordia divina, -un atributo precioso de Dios-, se convierte así en esa larga persecución de Dios al hombre a lo largo de toda la vida por medio de innumerables gracias que respetan indudablemente la libertad del hombre. No se resigna a perder a nadie. Dios no abandona a nadie, a no ser que alguien le abandone a él.

Desde el momento en que Dios crea a cualquier ser humano, esa persona se convierte en objeto inmediato del amor de Dios. A partir de ahí Dios se hace garante de un compromiso destinado a lograr, respetando la libertad humana, la salvación del hombre. Jamás desiste Dios de este compromiso, suceda lo que suceda y pase lo que pase. Es tal el amor de Dios hacia el hombre que, aun rechazado, olvidado, abandonado, blasfemado, Dios sigue llamando a las puertas del corazón una y otra vez, hasta el último momento de la vida. Este comportamiento divino se encierra en una palabra: "alianza". Dios ha hecho una alianza de amor con el hombre que él siempre respetará.

Desgraciadamente el hombre con frecuencia toma a broma este amor de Dios. Cree que la misericordia divina consiste en burlarse del amor de Dios que siempre terminará perdonando, incluso sin que medie la petición de perdón. Así muchos seres humanos juegan inconscientemente a lo largo de la vida con la misericordia divina, olvidándose de aquellas palabras de S. Pablo: "Trabajad con temor y temblor por vuestra salvación". En esta actitud se da un equívoco de fondo. Nada tiene que ver la Misericordia infinita de Dios con la certeza de que el hombre va a estar dispuesto a pedir perdón un día. La Misericordia divina siempre estará asegurada; no así la petición de perdón del hombre. La Misericordia divina necesita la actitud humilde del hombre que reconoce su mentira, su equivocación, su deslealtad al amor de Dios.

A pesar de los pecados cometidos, una y otra vez, nunca hay motivo o razón para dudar de la Misericordia divina. El amor de Dios es más grande que nuestros pecados, por terribles que fueran. Ahí tenemos a Pedro, a Zaqueo, a la mujer adúltera, a tantas personas pecadoras con quienes Cristo se encontró. Nunca encontraron en él el reproche amargo, el rechazo cruel, la crítica amarga. Al revés, todos los pecadores, que reconocieron su pecado, encontraron en Cristo el perdón, el aliento, el ánimo, la esperanza que tanto les ayudó a encontrar el camino de la paz y del bien. No deja de tener un significado muy consolador esa imagen del Crucificado, en la que Cristo, clavado en la Cruz, tiene los brazos abiertos para siempre, convirtiéndose así en la imagen de ese Dios que siempre espera, que siempre acoge, que siempre abraza.
Autor: P. Juan J. Ferrán.

lunes, 2 de julio de 2012

CAMBIAR DE AIRES

¿Por qué me dejé atrapar por un túnel de negatividad y olvidé que para el cristiano existe un horizonte de esperanza?
El aire está cargado. Roces en casa o en el trabajo, problemas con un amigo, noticias desconcertantes, han llenado mi corazón de miedos, de angustia, de rabia, de desesperación.

Noto que me asfixio. El horizonte parece gris, confuso, incierto. La vida parece sin sentido, absurda, casi trágica.

De repente, un movimiento interior del alma me lleva a levantar los ojos y el corazón a un horizonte distinto, maravilloso, bueno: Dios es Padre, Cristo es Salvador, el Espíritu Santo consuela a los creyentes.

¿Tan fácil es cambiar de aires? ¿Cómo, entonces, pasé días, semanas, quizá meses, asfixiándome? ¿Por qué me dejé atrapar por un túnel de negatividad y olvidé que para el cristiano existe un horizonte de esperanza, de Pascua, de misericordia?

Es misteriosa la existencia humana. Somos capaces de morir de sed a unos pasos de la fuente. Incluso a veces llegamos a la desidia más completa cuando tenemos fuerzas en los brazos y energías escondidas con las que podríamos sembrar de bondad un rinconcito del planeta.

Dios, mientras, espera. No puede obligarnos a tener vivas en los corazones las verdades propias de la fe católica. No puede arrancar la mala hierba que dejamos crecer en nuestras almas. No nos ata a un poste de luz para que no podamos llegar a ese gesto absurdo que se llama pecado.

Dios espera, y llama. Porque somos hijos, porque somos débiles, porque somos frágiles, porque hemos pecado tantas veces. Vino, precisamente, a buscar la oveja perdida, a encontrar la moneda caprichosa, a abrazar al hijo que huele a porqueriza (cf. Lc 15).

Vino porque no puede olvidar que somos obra de sus manos, porque me amó al crear a Adán y Eva, y porque volvió a amarme en la Encarnación del Hijo. Vino, simplemente, para invitarme a un aire nuevo, a un mundo hermoso, a una Jerusalén celeste, a las fiestas, eternas, del Cordero.
Autor: P. Fernando Pascual LC.

domingo, 1 de julio de 2012

FELICÍTEME, ME SAQUÉ UN SIETE

Si no eres feliz es porque te has resignado. Si no te sientes realizado es porque te has resignado.

Pasando un día por el patio de juego de un colegio de niñas, vi que una alumna estaba gritando de contenta y diciendo a sus compañeras: ¡Felicítenme, me he sacado un siete!. Pero, yo le dije: "Te doy mi pésame". Sumamente extrañada se volvió para preguntarme: ¿Por qué, si he pasado? "Sí, has pasado, pero si pudiste obtener mejor calificación, y tú te conformas con ese siete, yo prefiero darte el pésame".

En otra ocasión encontré a una niña de segundo de secundaria llorando desconsoladamente y le pregunté la causa: "Es que la maestra me ha puesto nueve y yo me merecía un diez". Aquellas lágrimas me gustaron más que la alegría exagerada de la otra alumna; le sugerí que fuera con la maestra para que revisará el examen y efectivamente le dieron el diez. ¡Me gusta la gente que le tira al diez!

En la asignatura de la vida, no sólo en los estudios, cada una va sacando su propia calificación; hay personas que se conforman con un siete, es decir, con la mediocridad, con lo mínimo en su carrera, en su trabajo, en su profesión, en su familia, en su religión, en todo. No sé si exagero pensando que de 100 personas, el 95 por ciento acaban asentándose en la mediocridad, son los que se lamentan de su mala suerte en su vida, mientras que le 5 por ciento restante despierta por las mañanas pensando en la forma de hacer las cosas, en vez de razonar las causas por las que no pueden ser hechas.
De ese escaso 5 por ciento salen los mejores hombres y mujeres de nuestro mundo, aquellos cuyos nombres están escritos en el libro de la vida de la grandeza, son aquellos que no se resignan a morir en la mediocridad, siguen siempre adelante a pesar de los fracasos, caídas, problemas; son lo que no se dan por vencidos, los que siempre intentan una y otra vez más las cosas. Son los que no dicen: "esto es imposible", sino que lo hacen posible, aquellos que dan un paso más, y si no es suficiente otro y otro. Son quienes no piensan: "Aquí no hay nada que hacer", sino: "Aquí está todo por hacerse." A ellos también les cuesta subir la montaña, se arañan las manos y los pies sangran, pero ellos piensan en la cima, sueñan con llegar a la meta prefijada.

Estos son nuestros modelos de grandeza, los hay para todos los gustos, para todos los tiempos, en cualquier edad. Los vemos muy subidos en su pedestal como al alpinista en la cumbre, pero empezaron su escalada en el valle donde todos vivimos.

Todos empezamos en el mismo lugar la subida; pero a medida que crece la altura empiezan a destacarse. Los otros empiezan a toser, se paran a contemplar el paisaje, les entra el mal de montaña, sienten nostalgia del valle y dan media vuelta a casita. Unos siguen subiendo, son ellos los que son como todos, pero quieren ser diferentes, los que eran igual a nosotros, igual de malos, de tontos, de mediocres; quizá hasta peor que nosotros, pero un día dieron el primer paso que les llevaría hasta las cumbres. Ellos y ellas también supieron de fracasos, de amarguras, de miserias terribles, tuvieron épocas fatales como las nuestras o peores que las nuestras.

De ahí que no importa de dónde se sale, dónde se comienza, sino dónde se termina, a dónde se quiere llegar. No importa lo que hayas hecho o hayas dejado de hacer antes de hoy, lo que importa es lo que estás decidido a hacer de hoy en adelante.

La diferencia entre los grandes hombres y nosotros está en solo eso, ellos quisieron, nosotros no. En la vida de estos hombres y mujeres grandes hubo un día grande en que tomaron su decisión, que era de por vida, y esa entrega rompió de una vez por todas, con las medias tintas, las flojeras, los temores; ellos se plantearon su meta crudamente, valientemente: o todo o todo, o sí o sí. Un amor apasionado les llevó a la aventura, una voluntad de acero les ayudó a la realización de la tarea, y ahí los tenemos en la cumbre: los grandes de todos los tiempos, los grandes de nuestro tiempo.

¿Y tú y yo qué necesitamos para realizar esta aventura? ¿Medios? Hay medios de sobra ¿Tiempo? Tienes todo el necesario; pero hace falta algo, ¡querer!; el día que tú quieras..., pero, ¿querrás algún día?



SI NO ERES FELIZ ES PORQUE TE HAS RESIGNADO. SI NO TE SIENTES REALIZADO ES PORQUE TE HAS RESIGNADO. SI TE SIENTES FRACASADO ES PORQUE TE HAS RESIGNADO A LA MEDIOCRIDAD.
Autor: P Mariano de Blas.

sábado, 30 de junio de 2012

LA CARIDAD ANIMADORA DE MARÍA

María, ten caridad con nosotros y enséñanos a rezar, porque nos conformamos con nuestras devociones y creemos que con eso, basta.

María en PENTECOSTÉS

Hechos 1, 14)


Composición de Lugar: "Todos perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María la madre de Jesús y con los hermanos de éste" (Hechos 1, 14). Ahí estaba María con los apóstoles, en oración íntima, preparándoles para la venida del Espíritu Santo, animándoles, pues Jesús se acababa de ir al cielo, y ellos se sentían solos, desprotegidos y con mucha añoranza del Maestro. ¿Qué les diría María? ¿Cómo les animaría? Cuántos recuerdos se agolpaban en la mente y en el corazón de María y de los apóstoles. Metámonos también nosotros en ese Cenáculo para prepararnos, con María, para la venida del Espíritu Santo. María ya tenía una larga historia personal con el Espíritu, desde la Encarnación. ¿Quién mejor que Ella para enseñarnos cómo prepararnos para Pentecostés?

Petición: Señor, que sea un gran animador entre mis hermanos los hombres, con una caridad que transmita seguridad, consuelo y aliento, a ejemplo de María en el Cenáculo.

Fruto: Ser siempre a mi alrededor un auténtico paráclito (animador y consuelo) para mis hermanos, como lo fue María en Pentecostés con los apóstoles a quienes ayudó a prepararse para recibir al Espíritu Santo.


Puntos:

1. La caridad de María les enseñaba con paciencia de madre y maestra a rezar a los apóstoles durante la espera de Pentecostés: ¡Qué dichosos los apóstoles que pudieron orar junto con la Virgen! Ella dirigiría la oración. Ella daría ejemplo de fervor. Sólo con mirarla a Ella, se disiparía el cansancio, la tibieza, las distracciones de los apóstoles. Esta caridad de María comprendía el tedio de los apóstoles que estaban ya fatigados de tanto esperar. Esta caridad de María excusaba los defectos de estos hombres tan llenos de defectos todavía, pero cuyo amor a Cristo su Hijo era evidente. Esta caridad de María animaba a estos apóstoles que experimentaron la ausencia de Cristo, después de tres años de tanta intimidad con Él. Les enseñaba a rezar. Enseñar a quien no sabe es una obra de misericordia, es un acto de caridad sublime. Enseñar a rezar, porque María sabía que la oración es fuerza, es luz, es consuelo para el camino. Les enseñaba a rezar con humildad, con confianza, con perseverancia y con corazón limpio y desinteresado. Les enseñaba esa oración personal e íntima, amasada de fe y gratitud, de entrega y humildad. Y también les enseñaba la oración comunitaria, hecha como Iglesia, en nombre de la Iglesia.

Ah, María, ten caridad con nosotros y enséñanos también a nosotros a rezar, porque nos conformamos muchas veces con nuestras devociones y creemos que con eso, basta. La oración es mucho más que rezar nuestras devociones privadas. Es abrirme y escuchar a Dios como persona, con toda mi mente, corazón, afecto y voluntad, y donde Dios me transforma poco a poco, y así poder hacer en mi vida su santísima voluntad.


2. La caridad de María les ayudó a abrir la mente, el corazón y la voluntad de los apóstoles para recibir el don del Espíritu Santo el día de Pentecostés. El primer "Pentecostés" para María, por así decir, fue el día de la Anunciación, cuando el Espíritu Santo descendió sobre ella e hizo el milagro de la fecundación del Verbo en su seno. La caridad de María les enseñó cómo abrir la mente, el corazón y la voluntad para la venida del Espíritu Santo. Les decía que abrieran la mente, porque el Espíritu Santo es Luz que les iluminaría para que comprendiesen el mensaje de su Hijo Jesús antes de predicarlo. Les decía que abrieran el corazón, porque el Espíritu Santo es Amor que limpia toda impureza y deseos terrenos, y de esta manera harían de su corazón un auténtico oasis donde Cristo podría reponer sus fuerzas e intimar con ellos. Les decía que abrieran su voluntad, para que el Espíritu Santo les llenase de fuerzas para después ser valientes testimonios de Cristo, como realmente lo fueron. Oh, María, dime cómo tengo yo que abrirme a este Don Supremo del Espíritu.


3. La caridad de María fue aliento y estímulo para lanzar a estos apóstoles por el mundo entero predicando el evangelio de su Hijo. Les dijo que ya estaban capacitados para ir y predicar con valentía la buena nueva de su Hijo Jesús. Les dijo que no tenía que importarles lo que dijeran o dejaran de decir los otros, pues el Espíritu Santo pondría las palabras acertadas en su boca. Les alentó para que no se desanimasen ante las dificultades que encontrarían en muchas casas y ciudades. Les consoló el corazón, tan necesitado del cariño maternal. Les aseguró que el Espíritu es viento impetuoso que les llevaría con fuerza por todos los rincones del mundo. Les aseguró que el Espíritu es lengua de fuego que se les meterá en el corazón y les hará hablar sin miedo y sin cobardías, hasta convertirles en celosos apóstoles y mártires. Les aseguró que el Espíritu restaurará la unidad perdida en Babel, donde el orgullo humano fue castigado con la diversidad de lenguas.

El Espíritu es forjador de unidad y comunidad. Ahí está María en esta primera Iglesia, en esta Iglesia primitiva. Está en medio de la Iglesia naciente. Está como la madre de Jesús, amándolo en estos hombres concretos que Él había elegido.

Conoce las debilidades y los miedos de esta primera comunidad eclesial y la ama en su realidad concreta. Les dice que a ellos se les ha encomendado el Reino. La pequeñez de los instrumentos no asusta a María. La presencia de María en este Cenáculo es solidaridad activa y consoladora con la comunidad de su Hijo. Ella es la que con mayor anhelo y fuerza implora la venida del Espíritu. Ella es la Madre de la Iglesia. Todo su amor y todos sus desvelos son ahora para esa Iglesia naciente que es la continuación de la obra de Jesús. Ella acompaña la difusión de la Palabra, goza con los avances del Reino, sigue sufriendo con los dolores de la persecución y las dificultades apostólicas. Ignoramos cómo transcurrieron los últimos años de María y también cuándo y dónde aconteció el final de su vida terrena. Pero seguramente fueron años de íntima unión con Cristo y con su obra. Y ese final marcó el inicio de otra forma de existencia, junto al Señor glorificado y junto a nosotros. Ella desde el Cielo sigue derramando su caridad con su mediación e intercesión por nosotros, sus hijos.


Preguntas para reflexionar:
·  ¿Qué experiencia tengo del Espíritu Santo en mi vida? ¿Puedo decir que es para mí Luz para mi mente, consuelo para mi corazón y fuerza para mi voluntad?
·  ¿Suelo ser para mis hermanos "paráclito", es decir, consuelo y aliento, como lo fue María para los apóstoles? ¿O por el contrario los demás se apartan de mí porque soy portador de negativismo, disgustos y reclamos?
·  ¿El Espíritu Santo me lanza a llevar el mensaje de Cristo por todas partes: en mi casa, entre mis vecinos, en mi trabajo, con mi grupo de amigos? ¿O soy cobarde y tengo respeto humano para hablar y dar testimonio de Cristo?
·  ¿Cómo es mi relación con María Santísima, madre de Cristo, madre de la Iglesia y madre mía: filial e íntima, esporádica o constante?
Autor: P Antonio Rivero LC.

viernes, 29 de junio de 2012

ENTREVISTA A SAN PEDRO Y SAN PABLO

¿Qué nos platicarían estos grandes apostoles? ¡Cuántas cosas nos enseñarían!Sus palabras son actuales, solo tenemos que leerlas en las Sagradas Escrituras.
ENTREVISTA A SAN PEDRO EN EL CIELO

Vamos a hacer una entrevista a aquel pescador de Galilea llamado Simón Pedro:

Pregunta: ¿Qué sentiste al negar a Cristo?

Respuesta: Fue el día más triste de mi vida; no se lo deseo a nadie. Yo era muy duro para llorar, pero ese día lloré a mares; no lo suficiente, porque toda la vida lloré esa falta. Sin embargo, por haber negado al Señor un día, lo amé muchísimo más que si nunca lo hubiera hecho. Esas negaciones fueron un hierro candente que me traspasó el corazón.

Pregunta: ¿Prefieres el nombre de Pedro al de Simón?

Respuesta: Sí, porque el nombre de Simón me lo pusieron mis padres; el de Pedro, Cristo. Además, es un nombre que encierra un gran significado. Por un lado me hace feliz que Él me haya hecho piedra de su Iglesia; por otro lado, me produce gran confusión, porque yo no era roca, sino polvo vil. Cristo ya no me llama Simón, Él prefiere llamarme roca; y en el cielo todos me llaman Pedro.
Mi antiguo nombre ya se me olvidó. Cuando pienso en mi nuevo nombre, cuando me llaman Pedro, inmediatamente pienso en la Iglesia. Me llaman así con un sentido muy particular los demás vicarios de Cristo que me han seguido, y yo siento ganas de llamarles con el mismo nombre, porque todos somos piedra de la misma cantera, todos sostenemos a la Iglesia.

Pregunta: ¿Por qué dijiste al Señor aquellas palabras: «Señor, a quién iremos, si Tú tienes palabras de vida eterna»?

Respuesta: Me salieron del corazón. La situación era apurada, y había que hacer algo por el Maestro; veía a mis compañeros indecisos, y sentí la obligación de salvar la situación y confiar; por eso dije en plural: «¿A quien iremos Señor? Tú tienes palabras de vida eterna». Yo mismo no comprendía en ese tiempo muchas cosas del Maestro. Ni pienses que entendía la Eucaristía, pero dejé hablar al corazón, y el corazón me habló con la verdad.
Yo amaba apasionadamente al Maestro y aproveché aquel momento supremo para decir bien claro y bien fuerte: «Yo me quedo contigo». Y, de lo que entonces dije, nunca me arrepentí.

Pregunta: ¿Qué sentiste cuando Cristo Resucitado se te apareció?

Respuesta: Es difícil, muy difícil de expresar, pero lo intentaré. Por un segundo creí ver un fantasma, luego sentí tal alegría que quise abrazarlo con todas mis fuerzas. «¡Es Él!» pensé, pero luego sentí cómo se me helaba la sangre, y quedé petrificado sin atreverme a mover. Él fue quien me abrazó con tal ternura, con tal fuerza... Y oí muy claras sus palabras: «Para mí sigues siendo el mismo Pedro de siempre».

Pregunta: ¿Qué consejo nos das a los que seguimos en este mundo?

Respuesta: Puedo decirles que mi actual sucesor, Benedicto XVI, es de los mejores. Háganle caso y les irá mejor.

Pedro es el típico hombre, humilde de nacimiento, que se hizo grande al contacto con Cristo. El típico hombre, pecador como todos, pero que, arrepentido de su pecado, logró una santidad excelsa.


ENTREVISTA EN EL CIELO A SAN PABLO

Quisiéramos hoy hacerle algunas preguntas al fariseo Pablo de Tarso.

Pregunta: ¿Qué sentiste en el camino hacia Damasco, caído en el suelo, tirado en el polvo?

Respuesta: Yacía por tierra, convertido en polvo, todo mi pasado. Mis antiguas certezas, la intocable ley mosaica, mi alma de fariseo rabioso, toda mi vida anterior estaba enterrada en el polvo.

Fue cuestión de segundos. Del polvo emergía poco a poco un hombre nuevo. Los métodos fueron violentos, tajantes, «es duro dar coces contra el aguijón», pero sólo así podía aprender la dura lección.

En el camino hacia Damasco me encontré con el Maestro un día que nunca olvidaré.

Aquella voz y aquel Cristo de Damasco se me clavaron como espada en el corazón. Cristo entró a saco en mi castillo rompiendo puertas, ventanas; una experiencia terrible; pero considero aquel día como el más grande de mi vida.


Pregunta: ¿Sigues diciendo que todo lo que se sufre en este mundo es juego de niños, comparado con el cielo?

Respuesta: Lo dije y lo digo. Durante mi vida terrena contemplé el cielo por un rato; ahora estaré en él eternamente. El precio que pagué fue muy pequeño. El cielo no tiene precio. ¡Qué pena da ver a tantos hombres y mujeres aferrados a las cosas de la tierra, olvidándose de la eternidad!

Vale la pena sufrir sin fin y sin pausa para conquistar el cielo. El Cristo de Damasco será mío para siempre; llegando aquí lo primero que le he dicho al Señor ha sido: «Gracias Señor, por tirarme del caballo»; pues Él me pidió disculpas por la manera demasiado fuerte de hacerlo.

Pregunta: ¿Qué querías decir con aquellas palabras: “¿Quién me arrancará del amor a Cristo?”

Respuesta: Lo que las palabras significan: que estaba seguro de que nada ni nadie jamás me separaría de Él, y así fue. Y, si en la tierra pude decir con certeza estas palabras, en el cielo las puedo decir con mayor certeza todavía.
El cielo consiste en: “Cristo es mío, yo soy de Cristo por toda la eternidad” ¿Sabes lo que se siente, cuando Él me dice: «Pablo, amigo mío?».

Pregunta: Un día dijiste aquellas palabras: “Sé en quién he creído y estoy tranquilo”. Explícanos el sentido.

Respuesta: Cuando llegué a conocerlo, no pude menos de seguirlo, de quererlo, de pasarme a sus filas; porque nadie como Él de justo, de santo, de verdadero.
Supe desde el principio que no encontraría otro como Él, que nadie me amaría tanto como aquél que se entregó a la muerte y a la cruz por mí.

Pregunta: ¿Un consejo desde el cielo para los de la tierra?

Respuesta: Uno sólo, y se los doy con toda la fuerza: “Déjense atrapar por el mismo Señor que a mi me derribó en Damasco”.

Si todos los enemigos del cristianismo fueran sinceros como Pablo de Tarso, un día u otro, la caída de un caballo, una experiencia fuerte o una caricia de Dios les haría exclamar como él: «Señor, ¿qué quieres que haga?».
Autor: P Mariano de Blas LC.

jueves, 28 de junio de 2012

A TU IMAGEN NOS CREASTE, SEÑOR

¿Qué tanto me parezco a Ti? Porque he sido creado a tu imagen. Pero para ser reflejo de Ti, tengo que dejar de ser yo mismo.

Hoy Señor, no estás oculto tras la puerta del Sagrario, no, estás expuesto en el Altar en una hermosa Custodia. Ahí te ha puesto el sacerdote para que nuestros ojos te vean y te adoremos.

El alma se arrodilla ante ti, ¡Oh, Señor de la Historia, Rey de reyes, Dios de misericordia!

Y llega la pregunta: - “¿Qué tanto conozco yo a este Cristo, a este Jesús, que está oculto en esa Sagrada Hostia? ¿Eres para mí algo lejano, algo distante, eres alguien a quien tengo que tratar de usted? O, ¿eres mi amigo y tengo contigo una relación cordial y amorosa? ¿Eres algo así como mi padre, mi madre, mi hermano, mi mejor amigo? ¿Qué respuesta puedo darte, Señor?

Solo sé que te amo. Porque he sido creada a tu imagen. A imagen de Dios. Y siendo imagen tuya, sé que cuando llegue la hora de presentarme ante Ti, me abrazarás y me pondrás a tu lado. Pero para ser reflejo de Ti, tengo que dejar de ser yo misma y empezar a juzgar a los demás como juzgas tú, como amas tu a todo los seres, como haces tú con esta enfermedad, con esta soledad, con esta ancianidad, con esta juventud, con este matrimonio, con estos hijos, con estos nietos, con este trabajo duro y cansado, o con esta falta de él. Y como haces tú con mi miedo, con mi angustia. Y sentir como tú sientes, para perdonar o para pedir perdón.

¿Qué tanto me parezco a ti, Señor?

Tú lo hiciste todo por amor. Esa es tu gran enseñanza, esa es tu gran verdad. Pero los actos de amor no son siempre para ratos bonitos, a veces es algo que duele, que cuesta, porque no está en las palabras sino en los actos y a veces esos actos son de sacrificio, de renuncia, de aceptación, de tolerancia, de entrega: eso es amor.

¿Y cómo lograremos todo esto? ORANDO. Orar es tener un trato personal con Dios. No solo rezar cuando hay dificultades. Y tampoco la oración se concreta, como ahora, que estoy en la Capilla y Tú estás expuesto para ser adorado y que brote ante Ti, una oración. No, todo nuestro día puede convertirse en oración, en rezo, si te involucro en todo mi diario vivir, los buenos ratos, los malos, los alegres, los tristes... el día completo, con sus horas y minutos, el descanso de la noche y el amanecer del nuevo día... todo eso es orar.

Unido a esa forma de vivir puedo poco a poco irme pareciendo a Ti, Señor. Tu ayuda y apoyo será mi mayor fuerza para dar testimonio de QUE A TU IMAGEN NOS CREASTE, SEÑOR.
Autor: Ma Esther De Ariño.

miércoles, 27 de junio de 2012

HAY  QUE  SABERLO
            Con este título, tanto en texto como en PowerPoint, circula un notable documento con las cifras que la Iglesia Católica ahorra al Estado Español. Los números son elocuentes y van desde 5.141 centros de enseñanza que ahorrarían al Estado unos tres millones de euros por centro, pasando por 107 hospitales cuyo ahorro sería de ciento cincuenta millones por clínica, o 105 asilos, dispensarios, atención a minusválidos o terminales con un gasto evitado al erario público de cuatro millones de euros por entidad, y habría que continuar por Caritas, Manos Unidas, centros para marginados, etc. Por si sirve: Rouco cobra 1.150 euros al mes, y un sacerdote entre 800 y 900.
            La Iglesia no acostumbra a pasar factura de sus tareas altruistas, para creyentes o no. Tampoco de las realizadas por muchos católicos a título personal o asociados con otros, pero movidos indudablemente por su fe, por el mandamiento del amor. Seguramente porque, a pesar de las miserias humanas, se empeña en practicar aquello que expresa tan bellamente san  Jerónimo: quien es esclavo de las riquezas, las guarda como esclavo; pero el que sacude el yugo de la esclavitud las distribuye como señor. Ese señorío implica no hacer alarde del bien que se practica pero, en ocasiones, hay que decirlo, porque todavía hay quien cree que el Estado mantiene a la Iglesia, y que debe reclamarle impuestos cuya exención está prevista en los Acuerdos con la Santa Sede, exención que también afecta a otras muchas entidades.
            Precisamente, ha sido el jefe de un partido político o sindicato -me da igual- el que ha reconocido que, en su Autonomía, no paga IBI ninguna de sus sedes, pero lo encuentra razonable porque son de interés público. Y aquí también hay algo que saber y es muy sencillo: son muchos los ciudadanos cuyo interés por la religión es mayor que el suscitado por partidos o sindicatos del signo que sean. Basta pensar en los asistentes a la misa dominical, un número mucho mayor que el de afiliados a cualquiera de esas entidades. Dicho con toda paz y sin ánimo de agravio alguno, pero ¡ya está bien! de considerar la religión como algo privado. Cierto es que  nadie es obligado a ninguna práctica religiosa, como tampoco es forzoso pertenecer a una ONG, sindicato, partido, etc. Es más, son muchos los que consideran que si el Estado tiene como misión velar por el bien común, sin  la más mínima duda, parte importante del mismo es lo relacionado con la fe.
            La Iglesia ha ido escapando del confesionalismo que coarta la libertad y la ata al gobierno de turno. Quedan uno o dos estados confesionales. También por ese motivo -aunque el primero y principal sea el amor-, la Iglesia huye de pasar factura, no desea que la mano derecha sepa lo que hace la izquierda, por expresarlo con frase evangélica. No tiene 365 centros para atender a cincuenta y tres mil personas marginadas -que evitan al Estado un gasto de medio millón de euros por centro- para irlo contando por ahí; ni pasa cuenta del costoso mantenimiento de su patrimonio artístico que paga en un ochenta por ciento. Pero aún queda gente que ve ese patrimonio como "las riquezas de la Iglesia", cuando es bien sabido que son una fuente grande de atracción turística y un bien del que dispone todo el país. Sin embargo, no nos da ninguna vergüenza decir que también son para el culto de Dios, asunto de mucho interés general puesto que son millones de personas los que, con más o menos frecuencia, participan de él. En cualquier caso, esa "riqueza" cuesta entre treinta y dos y treinta y seis millones de euros por año.
   
 Siempre que sea necesario estamos dispuestos a "poner la otra mejilla", pero sin que tal actitud suponga una dejación de deberes o derechos que nos corresponden por estricta justicia. Con nuestros haberes, fruto de nuestro sudor y de nuestro trabajo -escribió Casiano- debemos ayudar a los necesitados, sin dudar ni escondernos para expresar que Dios es la primera necesidad del hombre y, cuando desaparece de nuestro horizonte, queda la vida con bien poco sentido.
            Nuestro Señor Jesucristo, que funda la Iglesia Santa, espera que los miembros de este pueblo se empeñen continuamente en buscar la santidad. No todos responden con lealtad a su llamada. Y en la Esposa de Cristo se perciben, al mismo tiempo, la maravilla del camino de salvación y las miserias de los que lo atraviesan. Estas palabras de san Josemaría Escrivá nos sitúan en el punto justo: porque la santidad exige amor a Dios y a los hombres, una dedicación que se traduce en conducta,  nunca puede ser algo meramente interior. Es más, no sería buen católico aquel que ocultase arteramente su condición en un ambiente no favorable, ni tampoco el que se aprovechase de un clima favorable, ni el que no traduce su fe en obras.
            Se ha repetido hasta la saciedad la frase evangélica: al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Pues eso.
Autor: Pablo Cabellos Llorente

El tesoro escondido de Benedicto XVI

Las homilías sobre el Bautismo. La última es de hace pocos días y es la decimoquinta de la serie. Con una pasaje fulgurante contra las "pompas del diablo" que triunfan en la mentalidad corriente
Ha pasado casi inadvertida al gran público, pero la "lectio divina" que Benedicto XVI ha pronunciado el lunes 11 de junio por la tarde en la basílica de San Juan de Letrán, la catedral de Roma, ha sido uno de los momentos más alto de esa obra maestra que son sus homilías sobre el Bautismo.

Que Benedicto XVI esté destinado a pasar a la historia por su predicación litúrgica, como antes que él el papa León Magno, es una hipótesis ya más que consolidada.

Pero en el gran "corpus" de sus homilías, las que están dedicadas al Bautismo tienen un lugar de relevancia única.

El mandato a bautizar "en el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo" está en las últimas palabras de Jesús en esta tierra. La Iglesia las tomó muy en serio, y es así como genera a sus hijos, desde siempre. En consecuencia, el Bautismo es el acto de nacimiento y el documento de identidad de todo cristiano.

Por este motivo es tan central en la predicación de Benedicto XVI. En una época de difuso analfabetismo religioso, de fe trémula y de disminución del bautismo en los países de antigua cristiandad, el papa Joseph Ratzinger quiere partir de nuevo desde los cimientos de la vida cristiana y devolverlos a la mirada de todos en su espléndida belleza.

Sus homilías sobre el bautismo son un ejemplo clarísimo, como lo es la "lectio divina" que, el pasado 11 de junio, pronunció ante los fieles de Roma que atestaban la catedral.

Benedicto XVI habló improvisando, como los antiguos Padres de la Iglesia. Por encima de él los oyentes podían admirar, en el centro del antiguo mosaico del ábside, una cruz con gemas de la cual brotan ríos de agua viva.

El nexo entre el Bautismo y la cruz ha sido justamente uno de los puntos relevantes de la "lectio divina" del Papa, que ha tomado como punto de partida el "mandato" dado por Jesús a los apóstoles antes de subir al cielo: " Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo".

Otro pasaje de la "lectio" que ha impactado mucho a los presentes ha sido el momento en el que el papa ha vuelto a dar significado y frescura actual a una antigua fórmula del rito: la renuncia de quien recibe el Bautismo "a Satanás y sus pompas", fórmula hoy en día sustituida por la endeble renuncia "a las seducciones del mal".

Desde que ha sido elegido papa, hace siete años, Benedicto XVI ha administrado el Bautismo catorce veces, dedicándole cada vez una homilía.

Siete veces el domingo que cada año sigue a la Epifanía, el domingo que celebra el Bautismo de Jesús en el Jordán.

Y otras siete veces en la vigilia pascual.

En el primer caso bautizando a niños, casi siempre de Roma, en la Capilla Sixtina; en el segundo, bautizando a adultos, procedentes de todas las partes del mundo, en la basílica de San Pedro.

"Lectio divina" pronunciada por el papa en la basílica de San Juan de Letrán el 11 de junio de 2012, en la apertura de la Asamblea eclesial de la diócesis de Roma, su diócesis, dedicado precisamente al Bautismo y a su pastoral.

Autor: Sandro Magister.

martes, 26 de junio de 2012

¿CÓMO ORAR CUANDO ESTÁS DECEPCIONADO?

¿Buscamos certezas? Aquí está la más sólida de todas. Del amor de Dios podemos estar siempre seguros, completamente seguros.

Seguramente has tenido la experiencia de una decepción, un fracaso, una traición, de cuando tal vez alguien que considerabas un buen amigo o un buen socio te da una puñalada por la espalda, un ser querido que desaparece cuando más lo necesitas y te deja en completa soledad, un tiempo prolongado de inestabilidad en tu casa, de un hermano, un hijo o un amigo que se va, de alguien que no cumplió su palabra y tú sufriste graves consecuencias, un sueño en el que has invertido mucho y se te derrumba... Me refiero a la experiencia de haber puesto tus esperanzas en alguien o en algo y que todo se te venga abajo.

Experimentas una gran decepción. Surgen en la mente todo tipo de preguntas. Te cuestionas si fuiste tú el culpable. Dudas de todo y de todos. Como Jeremías, tu también dices: Maldito el hombre que confía en el hombre (Jer 17, 5) y como el salmista: Mejor es confiar en Yahvé, que confiar en el hombre. (Salmo 118)

Hay personas que en éstas circunstancias se desmoronan, caen en profunda depresión, otros incluso se suicidan. Son situaciones difíciles, a veces muy difíciles, pero también pueden ser muy provechosas. Yo creo que, por más dolorosas que se presenten, son oportunidades de oro para afianzarse y crecer. Cuando se te desmorona un edificio, es una oportunidad privilegiada para construir, ahora sí, sobre roca firme. He tenido experiencias de éstas en mi vida y he podido acompañar a muchas personas en momentos similares y los he visto madurar y superarse como nunca.

Lo que se echa de menos en estas situaciones es la fidelidad. Viene una gran nostalgia de un amor que sea fiel, que no falle, que no pueda fallar. Algo o alguien que dé garantías de estabilidad. El amor no puede pisar sobre arenas movedizas, necesita tierra firme: FIDELIDAD. Y entonces nos acordamos de Dios. Ayer mismo, una universitaria que participa en el taller de oración que estoy impartiendo en Medellín, me decía: En estos momentos, sé y entiendo que si estoy con Dios, nadie puede afectar mi estabilidad.

En el contexto bíblico, la fidelidad es sobre todo un atributo divino: Dios se nos da a conocer como Aquél que es fiel para siempre a la alianza que ha establecido con su pueblo, no obstante la infidelidad de éste. En su fidelidad, Dios garantiza el cumplimiento de su plan de amor, y por esto es también digno de fe y veraz. (Benedicto XVI, 11 de junio de 2012)

No porque Dios sea fiel se acabaron los problemas. El es fiel, pero sus designios no dejan de ser misteriosos. Por nuestra parte, seguimos siendo libres: otro gran misterio. Nuestra relación con Dios, nuestro fiarnos de Dios, no está completamente resuelto en Él. Somos libres y por ello nuestra relación con Él mantiene un carácter fundamental de pregunta.

Si vivimos estos momentos como personas humildes, profundas y coherentes, en lugar de caer en un hoyo, son oportunidades excelentes para crecer en el conocimiento de Dios y en amistad con Él. En tiempos de "arenas movedizas" creo que hay que buscar espacios de silencio y soledad y hacer oración. Este es el consejo de Santiago: ¿Sufre alguno entre vosotros? Que ore. (Santiago 5, 13)

En la oración experimentamos a Alguien que sí es fiel, la Roca firme en la que podemos confiar. Y no es que haya que ir a la oración como un escape o en busca de un sedante, sino en busca de Alguien, del único que es eternamente fiel. A la oración vamos a pisar Roca firme, vamos a abrazarnos a un Amor seguro, a descansar en un Amigo eterno. Dios es y será fiel a su Alianza.

¿Buscamos certezas? Aquí está la más sólida de todas. Del amor de Dios podemos estar siempre seguros, completamente seguros. Lo sintamos o no lo sintamos. A veces dudamos del amor de Dios porque no nos concede lo que pedimos, pero no es que diga "no" sino "te tengo algo mejor"; otra cosa es que no lo entendamos. Creo que Cristo tampoco entendió que el Padre guardara silencio en su oración en Getsemaní. Pero más tarde resucitó.


Autor: P Evaristo Sada LC.
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