"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

sábado, 30 de junio de 2012

LA CARIDAD ANIMADORA DE MARÍA

María, ten caridad con nosotros y enséñanos a rezar, porque nos conformamos con nuestras devociones y creemos que con eso, basta.

María en PENTECOSTÉS

Hechos 1, 14)


Composición de Lugar: "Todos perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María la madre de Jesús y con los hermanos de éste" (Hechos 1, 14). Ahí estaba María con los apóstoles, en oración íntima, preparándoles para la venida del Espíritu Santo, animándoles, pues Jesús se acababa de ir al cielo, y ellos se sentían solos, desprotegidos y con mucha añoranza del Maestro. ¿Qué les diría María? ¿Cómo les animaría? Cuántos recuerdos se agolpaban en la mente y en el corazón de María y de los apóstoles. Metámonos también nosotros en ese Cenáculo para prepararnos, con María, para la venida del Espíritu Santo. María ya tenía una larga historia personal con el Espíritu, desde la Encarnación. ¿Quién mejor que Ella para enseñarnos cómo prepararnos para Pentecostés?

Petición: Señor, que sea un gran animador entre mis hermanos los hombres, con una caridad que transmita seguridad, consuelo y aliento, a ejemplo de María en el Cenáculo.

Fruto: Ser siempre a mi alrededor un auténtico paráclito (animador y consuelo) para mis hermanos, como lo fue María en Pentecostés con los apóstoles a quienes ayudó a prepararse para recibir al Espíritu Santo.


Puntos:

1. La caridad de María les enseñaba con paciencia de madre y maestra a rezar a los apóstoles durante la espera de Pentecostés: ¡Qué dichosos los apóstoles que pudieron orar junto con la Virgen! Ella dirigiría la oración. Ella daría ejemplo de fervor. Sólo con mirarla a Ella, se disiparía el cansancio, la tibieza, las distracciones de los apóstoles. Esta caridad de María comprendía el tedio de los apóstoles que estaban ya fatigados de tanto esperar. Esta caridad de María excusaba los defectos de estos hombres tan llenos de defectos todavía, pero cuyo amor a Cristo su Hijo era evidente. Esta caridad de María animaba a estos apóstoles que experimentaron la ausencia de Cristo, después de tres años de tanta intimidad con Él. Les enseñaba a rezar. Enseñar a quien no sabe es una obra de misericordia, es un acto de caridad sublime. Enseñar a rezar, porque María sabía que la oración es fuerza, es luz, es consuelo para el camino. Les enseñaba a rezar con humildad, con confianza, con perseverancia y con corazón limpio y desinteresado. Les enseñaba esa oración personal e íntima, amasada de fe y gratitud, de entrega y humildad. Y también les enseñaba la oración comunitaria, hecha como Iglesia, en nombre de la Iglesia.

Ah, María, ten caridad con nosotros y enséñanos también a nosotros a rezar, porque nos conformamos muchas veces con nuestras devociones y creemos que con eso, basta. La oración es mucho más que rezar nuestras devociones privadas. Es abrirme y escuchar a Dios como persona, con toda mi mente, corazón, afecto y voluntad, y donde Dios me transforma poco a poco, y así poder hacer en mi vida su santísima voluntad.


2. La caridad de María les ayudó a abrir la mente, el corazón y la voluntad de los apóstoles para recibir el don del Espíritu Santo el día de Pentecostés. El primer "Pentecostés" para María, por así decir, fue el día de la Anunciación, cuando el Espíritu Santo descendió sobre ella e hizo el milagro de la fecundación del Verbo en su seno. La caridad de María les enseñó cómo abrir la mente, el corazón y la voluntad para la venida del Espíritu Santo. Les decía que abrieran la mente, porque el Espíritu Santo es Luz que les iluminaría para que comprendiesen el mensaje de su Hijo Jesús antes de predicarlo. Les decía que abrieran el corazón, porque el Espíritu Santo es Amor que limpia toda impureza y deseos terrenos, y de esta manera harían de su corazón un auténtico oasis donde Cristo podría reponer sus fuerzas e intimar con ellos. Les decía que abrieran su voluntad, para que el Espíritu Santo les llenase de fuerzas para después ser valientes testimonios de Cristo, como realmente lo fueron. Oh, María, dime cómo tengo yo que abrirme a este Don Supremo del Espíritu.


3. La caridad de María fue aliento y estímulo para lanzar a estos apóstoles por el mundo entero predicando el evangelio de su Hijo. Les dijo que ya estaban capacitados para ir y predicar con valentía la buena nueva de su Hijo Jesús. Les dijo que no tenía que importarles lo que dijeran o dejaran de decir los otros, pues el Espíritu Santo pondría las palabras acertadas en su boca. Les alentó para que no se desanimasen ante las dificultades que encontrarían en muchas casas y ciudades. Les consoló el corazón, tan necesitado del cariño maternal. Les aseguró que el Espíritu es viento impetuoso que les llevaría con fuerza por todos los rincones del mundo. Les aseguró que el Espíritu es lengua de fuego que se les meterá en el corazón y les hará hablar sin miedo y sin cobardías, hasta convertirles en celosos apóstoles y mártires. Les aseguró que el Espíritu restaurará la unidad perdida en Babel, donde el orgullo humano fue castigado con la diversidad de lenguas.

El Espíritu es forjador de unidad y comunidad. Ahí está María en esta primera Iglesia, en esta Iglesia primitiva. Está en medio de la Iglesia naciente. Está como la madre de Jesús, amándolo en estos hombres concretos que Él había elegido.

Conoce las debilidades y los miedos de esta primera comunidad eclesial y la ama en su realidad concreta. Les dice que a ellos se les ha encomendado el Reino. La pequeñez de los instrumentos no asusta a María. La presencia de María en este Cenáculo es solidaridad activa y consoladora con la comunidad de su Hijo. Ella es la que con mayor anhelo y fuerza implora la venida del Espíritu. Ella es la Madre de la Iglesia. Todo su amor y todos sus desvelos son ahora para esa Iglesia naciente que es la continuación de la obra de Jesús. Ella acompaña la difusión de la Palabra, goza con los avances del Reino, sigue sufriendo con los dolores de la persecución y las dificultades apostólicas. Ignoramos cómo transcurrieron los últimos años de María y también cuándo y dónde aconteció el final de su vida terrena. Pero seguramente fueron años de íntima unión con Cristo y con su obra. Y ese final marcó el inicio de otra forma de existencia, junto al Señor glorificado y junto a nosotros. Ella desde el Cielo sigue derramando su caridad con su mediación e intercesión por nosotros, sus hijos.


Preguntas para reflexionar:
·  ¿Qué experiencia tengo del Espíritu Santo en mi vida? ¿Puedo decir que es para mí Luz para mi mente, consuelo para mi corazón y fuerza para mi voluntad?
·  ¿Suelo ser para mis hermanos "paráclito", es decir, consuelo y aliento, como lo fue María para los apóstoles? ¿O por el contrario los demás se apartan de mí porque soy portador de negativismo, disgustos y reclamos?
·  ¿El Espíritu Santo me lanza a llevar el mensaje de Cristo por todas partes: en mi casa, entre mis vecinos, en mi trabajo, con mi grupo de amigos? ¿O soy cobarde y tengo respeto humano para hablar y dar testimonio de Cristo?
·  ¿Cómo es mi relación con María Santísima, madre de Cristo, madre de la Iglesia y madre mía: filial e íntima, esporádica o constante?
Autor: P Antonio Rivero LC.

viernes, 29 de junio de 2012

ENTREVISTA A SAN PEDRO Y SAN PABLO

¿Qué nos platicarían estos grandes apostoles? ¡Cuántas cosas nos enseñarían!Sus palabras son actuales, solo tenemos que leerlas en las Sagradas Escrituras.
ENTREVISTA A SAN PEDRO EN EL CIELO

Vamos a hacer una entrevista a aquel pescador de Galilea llamado Simón Pedro:

Pregunta: ¿Qué sentiste al negar a Cristo?

Respuesta: Fue el día más triste de mi vida; no se lo deseo a nadie. Yo era muy duro para llorar, pero ese día lloré a mares; no lo suficiente, porque toda la vida lloré esa falta. Sin embargo, por haber negado al Señor un día, lo amé muchísimo más que si nunca lo hubiera hecho. Esas negaciones fueron un hierro candente que me traspasó el corazón.

Pregunta: ¿Prefieres el nombre de Pedro al de Simón?

Respuesta: Sí, porque el nombre de Simón me lo pusieron mis padres; el de Pedro, Cristo. Además, es un nombre que encierra un gran significado. Por un lado me hace feliz que Él me haya hecho piedra de su Iglesia; por otro lado, me produce gran confusión, porque yo no era roca, sino polvo vil. Cristo ya no me llama Simón, Él prefiere llamarme roca; y en el cielo todos me llaman Pedro.
Mi antiguo nombre ya se me olvidó. Cuando pienso en mi nuevo nombre, cuando me llaman Pedro, inmediatamente pienso en la Iglesia. Me llaman así con un sentido muy particular los demás vicarios de Cristo que me han seguido, y yo siento ganas de llamarles con el mismo nombre, porque todos somos piedra de la misma cantera, todos sostenemos a la Iglesia.

Pregunta: ¿Por qué dijiste al Señor aquellas palabras: «Señor, a quién iremos, si Tú tienes palabras de vida eterna»?

Respuesta: Me salieron del corazón. La situación era apurada, y había que hacer algo por el Maestro; veía a mis compañeros indecisos, y sentí la obligación de salvar la situación y confiar; por eso dije en plural: «¿A quien iremos Señor? Tú tienes palabras de vida eterna». Yo mismo no comprendía en ese tiempo muchas cosas del Maestro. Ni pienses que entendía la Eucaristía, pero dejé hablar al corazón, y el corazón me habló con la verdad.
Yo amaba apasionadamente al Maestro y aproveché aquel momento supremo para decir bien claro y bien fuerte: «Yo me quedo contigo». Y, de lo que entonces dije, nunca me arrepentí.

Pregunta: ¿Qué sentiste cuando Cristo Resucitado se te apareció?

Respuesta: Es difícil, muy difícil de expresar, pero lo intentaré. Por un segundo creí ver un fantasma, luego sentí tal alegría que quise abrazarlo con todas mis fuerzas. «¡Es Él!» pensé, pero luego sentí cómo se me helaba la sangre, y quedé petrificado sin atreverme a mover. Él fue quien me abrazó con tal ternura, con tal fuerza... Y oí muy claras sus palabras: «Para mí sigues siendo el mismo Pedro de siempre».

Pregunta: ¿Qué consejo nos das a los que seguimos en este mundo?

Respuesta: Puedo decirles que mi actual sucesor, Benedicto XVI, es de los mejores. Háganle caso y les irá mejor.

Pedro es el típico hombre, humilde de nacimiento, que se hizo grande al contacto con Cristo. El típico hombre, pecador como todos, pero que, arrepentido de su pecado, logró una santidad excelsa.


ENTREVISTA EN EL CIELO A SAN PABLO

Quisiéramos hoy hacerle algunas preguntas al fariseo Pablo de Tarso.

Pregunta: ¿Qué sentiste en el camino hacia Damasco, caído en el suelo, tirado en el polvo?

Respuesta: Yacía por tierra, convertido en polvo, todo mi pasado. Mis antiguas certezas, la intocable ley mosaica, mi alma de fariseo rabioso, toda mi vida anterior estaba enterrada en el polvo.

Fue cuestión de segundos. Del polvo emergía poco a poco un hombre nuevo. Los métodos fueron violentos, tajantes, «es duro dar coces contra el aguijón», pero sólo así podía aprender la dura lección.

En el camino hacia Damasco me encontré con el Maestro un día que nunca olvidaré.

Aquella voz y aquel Cristo de Damasco se me clavaron como espada en el corazón. Cristo entró a saco en mi castillo rompiendo puertas, ventanas; una experiencia terrible; pero considero aquel día como el más grande de mi vida.


Pregunta: ¿Sigues diciendo que todo lo que se sufre en este mundo es juego de niños, comparado con el cielo?

Respuesta: Lo dije y lo digo. Durante mi vida terrena contemplé el cielo por un rato; ahora estaré en él eternamente. El precio que pagué fue muy pequeño. El cielo no tiene precio. ¡Qué pena da ver a tantos hombres y mujeres aferrados a las cosas de la tierra, olvidándose de la eternidad!

Vale la pena sufrir sin fin y sin pausa para conquistar el cielo. El Cristo de Damasco será mío para siempre; llegando aquí lo primero que le he dicho al Señor ha sido: «Gracias Señor, por tirarme del caballo»; pues Él me pidió disculpas por la manera demasiado fuerte de hacerlo.

Pregunta: ¿Qué querías decir con aquellas palabras: “¿Quién me arrancará del amor a Cristo?”

Respuesta: Lo que las palabras significan: que estaba seguro de que nada ni nadie jamás me separaría de Él, y así fue. Y, si en la tierra pude decir con certeza estas palabras, en el cielo las puedo decir con mayor certeza todavía.
El cielo consiste en: “Cristo es mío, yo soy de Cristo por toda la eternidad” ¿Sabes lo que se siente, cuando Él me dice: «Pablo, amigo mío?».

Pregunta: Un día dijiste aquellas palabras: “Sé en quién he creído y estoy tranquilo”. Explícanos el sentido.

Respuesta: Cuando llegué a conocerlo, no pude menos de seguirlo, de quererlo, de pasarme a sus filas; porque nadie como Él de justo, de santo, de verdadero.
Supe desde el principio que no encontraría otro como Él, que nadie me amaría tanto como aquél que se entregó a la muerte y a la cruz por mí.

Pregunta: ¿Un consejo desde el cielo para los de la tierra?

Respuesta: Uno sólo, y se los doy con toda la fuerza: “Déjense atrapar por el mismo Señor que a mi me derribó en Damasco”.

Si todos los enemigos del cristianismo fueran sinceros como Pablo de Tarso, un día u otro, la caída de un caballo, una experiencia fuerte o una caricia de Dios les haría exclamar como él: «Señor, ¿qué quieres que haga?».
Autor: P Mariano de Blas LC.

jueves, 28 de junio de 2012

A TU IMAGEN NOS CREASTE, SEÑOR

¿Qué tanto me parezco a Ti? Porque he sido creado a tu imagen. Pero para ser reflejo de Ti, tengo que dejar de ser yo mismo.

Hoy Señor, no estás oculto tras la puerta del Sagrario, no, estás expuesto en el Altar en una hermosa Custodia. Ahí te ha puesto el sacerdote para que nuestros ojos te vean y te adoremos.

El alma se arrodilla ante ti, ¡Oh, Señor de la Historia, Rey de reyes, Dios de misericordia!

Y llega la pregunta: - “¿Qué tanto conozco yo a este Cristo, a este Jesús, que está oculto en esa Sagrada Hostia? ¿Eres para mí algo lejano, algo distante, eres alguien a quien tengo que tratar de usted? O, ¿eres mi amigo y tengo contigo una relación cordial y amorosa? ¿Eres algo así como mi padre, mi madre, mi hermano, mi mejor amigo? ¿Qué respuesta puedo darte, Señor?

Solo sé que te amo. Porque he sido creada a tu imagen. A imagen de Dios. Y siendo imagen tuya, sé que cuando llegue la hora de presentarme ante Ti, me abrazarás y me pondrás a tu lado. Pero para ser reflejo de Ti, tengo que dejar de ser yo misma y empezar a juzgar a los demás como juzgas tú, como amas tu a todo los seres, como haces tú con esta enfermedad, con esta soledad, con esta ancianidad, con esta juventud, con este matrimonio, con estos hijos, con estos nietos, con este trabajo duro y cansado, o con esta falta de él. Y como haces tú con mi miedo, con mi angustia. Y sentir como tú sientes, para perdonar o para pedir perdón.

¿Qué tanto me parezco a ti, Señor?

Tú lo hiciste todo por amor. Esa es tu gran enseñanza, esa es tu gran verdad. Pero los actos de amor no son siempre para ratos bonitos, a veces es algo que duele, que cuesta, porque no está en las palabras sino en los actos y a veces esos actos son de sacrificio, de renuncia, de aceptación, de tolerancia, de entrega: eso es amor.

¿Y cómo lograremos todo esto? ORANDO. Orar es tener un trato personal con Dios. No solo rezar cuando hay dificultades. Y tampoco la oración se concreta, como ahora, que estoy en la Capilla y Tú estás expuesto para ser adorado y que brote ante Ti, una oración. No, todo nuestro día puede convertirse en oración, en rezo, si te involucro en todo mi diario vivir, los buenos ratos, los malos, los alegres, los tristes... el día completo, con sus horas y minutos, el descanso de la noche y el amanecer del nuevo día... todo eso es orar.

Unido a esa forma de vivir puedo poco a poco irme pareciendo a Ti, Señor. Tu ayuda y apoyo será mi mayor fuerza para dar testimonio de QUE A TU IMAGEN NOS CREASTE, SEÑOR.
Autor: Ma Esther De Ariño.

miércoles, 27 de junio de 2012

HAY  QUE  SABERLO
            Con este título, tanto en texto como en PowerPoint, circula un notable documento con las cifras que la Iglesia Católica ahorra al Estado Español. Los números son elocuentes y van desde 5.141 centros de enseñanza que ahorrarían al Estado unos tres millones de euros por centro, pasando por 107 hospitales cuyo ahorro sería de ciento cincuenta millones por clínica, o 105 asilos, dispensarios, atención a minusválidos o terminales con un gasto evitado al erario público de cuatro millones de euros por entidad, y habría que continuar por Caritas, Manos Unidas, centros para marginados, etc. Por si sirve: Rouco cobra 1.150 euros al mes, y un sacerdote entre 800 y 900.
            La Iglesia no acostumbra a pasar factura de sus tareas altruistas, para creyentes o no. Tampoco de las realizadas por muchos católicos a título personal o asociados con otros, pero movidos indudablemente por su fe, por el mandamiento del amor. Seguramente porque, a pesar de las miserias humanas, se empeña en practicar aquello que expresa tan bellamente san  Jerónimo: quien es esclavo de las riquezas, las guarda como esclavo; pero el que sacude el yugo de la esclavitud las distribuye como señor. Ese señorío implica no hacer alarde del bien que se practica pero, en ocasiones, hay que decirlo, porque todavía hay quien cree que el Estado mantiene a la Iglesia, y que debe reclamarle impuestos cuya exención está prevista en los Acuerdos con la Santa Sede, exención que también afecta a otras muchas entidades.
            Precisamente, ha sido el jefe de un partido político o sindicato -me da igual- el que ha reconocido que, en su Autonomía, no paga IBI ninguna de sus sedes, pero lo encuentra razonable porque son de interés público. Y aquí también hay algo que saber y es muy sencillo: son muchos los ciudadanos cuyo interés por la religión es mayor que el suscitado por partidos o sindicatos del signo que sean. Basta pensar en los asistentes a la misa dominical, un número mucho mayor que el de afiliados a cualquiera de esas entidades. Dicho con toda paz y sin ánimo de agravio alguno, pero ¡ya está bien! de considerar la religión como algo privado. Cierto es que  nadie es obligado a ninguna práctica religiosa, como tampoco es forzoso pertenecer a una ONG, sindicato, partido, etc. Es más, son muchos los que consideran que si el Estado tiene como misión velar por el bien común, sin  la más mínima duda, parte importante del mismo es lo relacionado con la fe.
            La Iglesia ha ido escapando del confesionalismo que coarta la libertad y la ata al gobierno de turno. Quedan uno o dos estados confesionales. También por ese motivo -aunque el primero y principal sea el amor-, la Iglesia huye de pasar factura, no desea que la mano derecha sepa lo que hace la izquierda, por expresarlo con frase evangélica. No tiene 365 centros para atender a cincuenta y tres mil personas marginadas -que evitan al Estado un gasto de medio millón de euros por centro- para irlo contando por ahí; ni pasa cuenta del costoso mantenimiento de su patrimonio artístico que paga en un ochenta por ciento. Pero aún queda gente que ve ese patrimonio como "las riquezas de la Iglesia", cuando es bien sabido que son una fuente grande de atracción turística y un bien del que dispone todo el país. Sin embargo, no nos da ninguna vergüenza decir que también son para el culto de Dios, asunto de mucho interés general puesto que son millones de personas los que, con más o menos frecuencia, participan de él. En cualquier caso, esa "riqueza" cuesta entre treinta y dos y treinta y seis millones de euros por año.
   
 Siempre que sea necesario estamos dispuestos a "poner la otra mejilla", pero sin que tal actitud suponga una dejación de deberes o derechos que nos corresponden por estricta justicia. Con nuestros haberes, fruto de nuestro sudor y de nuestro trabajo -escribió Casiano- debemos ayudar a los necesitados, sin dudar ni escondernos para expresar que Dios es la primera necesidad del hombre y, cuando desaparece de nuestro horizonte, queda la vida con bien poco sentido.
            Nuestro Señor Jesucristo, que funda la Iglesia Santa, espera que los miembros de este pueblo se empeñen continuamente en buscar la santidad. No todos responden con lealtad a su llamada. Y en la Esposa de Cristo se perciben, al mismo tiempo, la maravilla del camino de salvación y las miserias de los que lo atraviesan. Estas palabras de san Josemaría Escrivá nos sitúan en el punto justo: porque la santidad exige amor a Dios y a los hombres, una dedicación que se traduce en conducta,  nunca puede ser algo meramente interior. Es más, no sería buen católico aquel que ocultase arteramente su condición en un ambiente no favorable, ni tampoco el que se aprovechase de un clima favorable, ni el que no traduce su fe en obras.
            Se ha repetido hasta la saciedad la frase evangélica: al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios. Pues eso.
Autor: Pablo Cabellos Llorente

El tesoro escondido de Benedicto XVI

Las homilías sobre el Bautismo. La última es de hace pocos días y es la decimoquinta de la serie. Con una pasaje fulgurante contra las "pompas del diablo" que triunfan en la mentalidad corriente
Ha pasado casi inadvertida al gran público, pero la "lectio divina" que Benedicto XVI ha pronunciado el lunes 11 de junio por la tarde en la basílica de San Juan de Letrán, la catedral de Roma, ha sido uno de los momentos más alto de esa obra maestra que son sus homilías sobre el Bautismo.

Que Benedicto XVI esté destinado a pasar a la historia por su predicación litúrgica, como antes que él el papa León Magno, es una hipótesis ya más que consolidada.

Pero en el gran "corpus" de sus homilías, las que están dedicadas al Bautismo tienen un lugar de relevancia única.

El mandato a bautizar "en el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo" está en las últimas palabras de Jesús en esta tierra. La Iglesia las tomó muy en serio, y es así como genera a sus hijos, desde siempre. En consecuencia, el Bautismo es el acto de nacimiento y el documento de identidad de todo cristiano.

Por este motivo es tan central en la predicación de Benedicto XVI. En una época de difuso analfabetismo religioso, de fe trémula y de disminución del bautismo en los países de antigua cristiandad, el papa Joseph Ratzinger quiere partir de nuevo desde los cimientos de la vida cristiana y devolverlos a la mirada de todos en su espléndida belleza.

Sus homilías sobre el bautismo son un ejemplo clarísimo, como lo es la "lectio divina" que, el pasado 11 de junio, pronunció ante los fieles de Roma que atestaban la catedral.

Benedicto XVI habló improvisando, como los antiguos Padres de la Iglesia. Por encima de él los oyentes podían admirar, en el centro del antiguo mosaico del ábside, una cruz con gemas de la cual brotan ríos de agua viva.

El nexo entre el Bautismo y la cruz ha sido justamente uno de los puntos relevantes de la "lectio divina" del Papa, que ha tomado como punto de partida el "mandato" dado por Jesús a los apóstoles antes de subir al cielo: " Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo".

Otro pasaje de la "lectio" que ha impactado mucho a los presentes ha sido el momento en el que el papa ha vuelto a dar significado y frescura actual a una antigua fórmula del rito: la renuncia de quien recibe el Bautismo "a Satanás y sus pompas", fórmula hoy en día sustituida por la endeble renuncia "a las seducciones del mal".

Desde que ha sido elegido papa, hace siete años, Benedicto XVI ha administrado el Bautismo catorce veces, dedicándole cada vez una homilía.

Siete veces el domingo que cada año sigue a la Epifanía, el domingo que celebra el Bautismo de Jesús en el Jordán.

Y otras siete veces en la vigilia pascual.

En el primer caso bautizando a niños, casi siempre de Roma, en la Capilla Sixtina; en el segundo, bautizando a adultos, procedentes de todas las partes del mundo, en la basílica de San Pedro.

"Lectio divina" pronunciada por el papa en la basílica de San Juan de Letrán el 11 de junio de 2012, en la apertura de la Asamblea eclesial de la diócesis de Roma, su diócesis, dedicado precisamente al Bautismo y a su pastoral.

Autor: Sandro Magister.

martes, 26 de junio de 2012

¿CÓMO ORAR CUANDO ESTÁS DECEPCIONADO?

¿Buscamos certezas? Aquí está la más sólida de todas. Del amor de Dios podemos estar siempre seguros, completamente seguros.

Seguramente has tenido la experiencia de una decepción, un fracaso, una traición, de cuando tal vez alguien que considerabas un buen amigo o un buen socio te da una puñalada por la espalda, un ser querido que desaparece cuando más lo necesitas y te deja en completa soledad, un tiempo prolongado de inestabilidad en tu casa, de un hermano, un hijo o un amigo que se va, de alguien que no cumplió su palabra y tú sufriste graves consecuencias, un sueño en el que has invertido mucho y se te derrumba... Me refiero a la experiencia de haber puesto tus esperanzas en alguien o en algo y que todo se te venga abajo.

Experimentas una gran decepción. Surgen en la mente todo tipo de preguntas. Te cuestionas si fuiste tú el culpable. Dudas de todo y de todos. Como Jeremías, tu también dices: Maldito el hombre que confía en el hombre (Jer 17, 5) y como el salmista: Mejor es confiar en Yahvé, que confiar en el hombre. (Salmo 118)

Hay personas que en éstas circunstancias se desmoronan, caen en profunda depresión, otros incluso se suicidan. Son situaciones difíciles, a veces muy difíciles, pero también pueden ser muy provechosas. Yo creo que, por más dolorosas que se presenten, son oportunidades de oro para afianzarse y crecer. Cuando se te desmorona un edificio, es una oportunidad privilegiada para construir, ahora sí, sobre roca firme. He tenido experiencias de éstas en mi vida y he podido acompañar a muchas personas en momentos similares y los he visto madurar y superarse como nunca.

Lo que se echa de menos en estas situaciones es la fidelidad. Viene una gran nostalgia de un amor que sea fiel, que no falle, que no pueda fallar. Algo o alguien que dé garantías de estabilidad. El amor no puede pisar sobre arenas movedizas, necesita tierra firme: FIDELIDAD. Y entonces nos acordamos de Dios. Ayer mismo, una universitaria que participa en el taller de oración que estoy impartiendo en Medellín, me decía: En estos momentos, sé y entiendo que si estoy con Dios, nadie puede afectar mi estabilidad.

En el contexto bíblico, la fidelidad es sobre todo un atributo divino: Dios se nos da a conocer como Aquél que es fiel para siempre a la alianza que ha establecido con su pueblo, no obstante la infidelidad de éste. En su fidelidad, Dios garantiza el cumplimiento de su plan de amor, y por esto es también digno de fe y veraz. (Benedicto XVI, 11 de junio de 2012)

No porque Dios sea fiel se acabaron los problemas. El es fiel, pero sus designios no dejan de ser misteriosos. Por nuestra parte, seguimos siendo libres: otro gran misterio. Nuestra relación con Dios, nuestro fiarnos de Dios, no está completamente resuelto en Él. Somos libres y por ello nuestra relación con Él mantiene un carácter fundamental de pregunta.

Si vivimos estos momentos como personas humildes, profundas y coherentes, en lugar de caer en un hoyo, son oportunidades excelentes para crecer en el conocimiento de Dios y en amistad con Él. En tiempos de "arenas movedizas" creo que hay que buscar espacios de silencio y soledad y hacer oración. Este es el consejo de Santiago: ¿Sufre alguno entre vosotros? Que ore. (Santiago 5, 13)

En la oración experimentamos a Alguien que sí es fiel, la Roca firme en la que podemos confiar. Y no es que haya que ir a la oración como un escape o en busca de un sedante, sino en busca de Alguien, del único que es eternamente fiel. A la oración vamos a pisar Roca firme, vamos a abrazarnos a un Amor seguro, a descansar en un Amigo eterno. Dios es y será fiel a su Alianza.

¿Buscamos certezas? Aquí está la más sólida de todas. Del amor de Dios podemos estar siempre seguros, completamente seguros. Lo sintamos o no lo sintamos. A veces dudamos del amor de Dios porque no nos concede lo que pedimos, pero no es que diga "no" sino "te tengo algo mejor"; otra cosa es que no lo entendamos. Creo que Cristo tampoco entendió que el Padre guardara silencio en su oración en Getsemaní. Pero más tarde resucitó.


Autor: P Evaristo Sada LC.
Este artículo se puede reproducir sin fines comerciales y citando siempre la fuente www.la-oracion

lunes, 25 de junio de 2012

ANTE DIOS, ¿EXCUSARSE O ACUSARSE?

Las excusas fluyen, con un deseo de ocultar el mal realizado, o simplemente para explicar que no fuimos tan malos.

Nos resulta fácil excusarnos. Casi parece un mecanismo de autodefensa que surge desde las primeras etapas de la infancia y que dura casi toda la vida.

"No me di cuenta de lo que hacía. Es que todos se comportan igual. Fue un momento de debilidad. En el fondo, no es tan malo. No hay que ser escrupulosos. Actué seguramente bajo el efecto de las estrellas..."

Las excusas fluyen, con un deseo de ocultar el mal realizado, o simplemente para explicar que no fuimos tan malos. Además, no hay que ver pecado detrás de cada esquina...

San Agustín tiene un sermón (el número 29) donde trata de este mismo tema. El santo notaba cómo algunos hombres, cuando eran acusados de sus faltas, empezaban a excusarse según las costumbres de aquel tiempo: "El diablo me obligó a hacerlo... El destino me arrastró..."

Según explicaba Agustín, este modo de comportarse implica una victoria del demonio. Porque, cuando uno se convierte en su propio abogado, entonces triunfa el acusador, es decir, el diablo.

En cambio, si uno se acusa a sí mismo, es derrotado el gran acusador: salimos de las tinieblas para entrar en la luz.

Por lo tanto, hay que superar la manía autoexculpatoria para llegar a ser honestos, para reconocer que no hicimos el mal movidos por el demonio, por el destino, por la suerte, sino por nuestra culpa.

Con palabras sencillas, como las que leemos en el salmo 51, podemos reconocer nuestro pecado: Pues mi delito yo lo reconozco, mi pecado sin cesar está ante mí; contra ti, contra ti solo he pecado, lo malo a tus ojos cometí (Sal 51,5-6). O, como decimos al inicio de la misa: Yo confieso... por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa....

Entonces, cuando dejamos de excusarnos, cuando reconocemos nuestra culpa, cuando nos acusamos, como enseñaba san Agustín, nos ponemos delante del Médico para pedir que nos cure, que nos levante, que nos salve.

Así resulta posible iniciar el camino de la salvación. Nos acercamos a Dios desde nuestra verdad, con lo que somos: debilidad y pecado. Entonces escuchamos que Jesús nos dice, lleno de Amor y misericordia, que no nos condena, sino que vino precisamente para salvarnos. (cf. Jn 3,17).
Autor: P. Fernando Pascual LC.

domingo, 24 de junio de 2012

¿CÓMO PUEDO ENCONTRAR A DIOS?

Nadie puede saber lo que habrá de suceder mañana. Qué triste sería si lo supiéramos. Toda la emoción de vivir se perdería, y nuestra vida sería como una película que ya vimos.

Cuenta la historia de un hombre muy rico y orgulloso que quería encontrar a Dios. Un día se acercó a un ermitaño que vivía en las afueras del pueblo, hombre sabio y prudente, quien lo llevó a lo alto de la montaña.

Allí lo dejó durante dos días, sin permitirle beber agua. Luego fueron donde nacía el río del pueblo, y le dijo:

En este momento, para sobrevivir necesitas agua. ¿Cómo lo harías?

El hombre se arrodilló, y bajando su cabeza bebió del cañito de agua que brotaba del suelo.

Díjole el sabio:

Eso es lo que harás para encontrar a Dios. Deja a un lado tu orgullo y reconoce tu necesidad de Dios, la fuente de agua viva, arrodillándote hasta tocar el suelo. Es la única forma de beber el agua que te salvaría de morir de sed. Asimismo, para salvar tu alma, debes reconocer que sin Dios no tienes salvación.

Dice el Señor que el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna. (Jn 4, 14). Y más adelante añade: Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí. (Jn 7, 37b). Y más aún: El que tenga sed, que se acerque, y el que quiera, reciba gratis agua de vida. (Ap 22, 17c).

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Y ahora otro cuentito, el del profesor que fue invitado a dar una conferencia en una base militar, y en el aeropuerto lo recibió un soldado llamado Ralph, quien encontró a Dios sirviendo a sus semejantes.

Recogiendo las maletas, Ralph ayudó a una anciana con su equipaje, cargó dos niños para que vieran a Santa Claus, y orientó a una persona, mientras sonreía alegremente.

¿Dónde aprendió a comportarse así? -preguntó el profesor.

En la guerra, contestó Ralph. En Vietnam su misión había sido limpiar campos minados, viendo como varios amigos encontraban una muerte prematura.

Me acostumbré a vivir paso a paso. Nunca sabía si el siguiente iba a ser el último, y por eso tenía que sacar el mayor provecho del momento que transcurría entre alzar un pie y volver a apoyarlo. Cada paso era toda una vida.

Nadie puede saber lo que habrá de suceder mañana. Qué triste sería el mundo si lo supiéramos. Toda la emoción de vivir se perdería, y nuestra vida sería como una película que ya vimos. Ninguna sorpresa, ninguna emoción. Pienso que lo que se requiere es ver la vida como lo que es, una gran y emocionante aventura.

Y en ese trajinar, Ralph observó que al final no importará quién haya acumulado más riquezas, ni quién haya llegado más lejos, sino que lo único que importará es quien haya amado más.
Ralph se dio cuenta que más ama quien más ha servido, porque aprecia su vida y la vida de los demás, y como dice el Señor, al referirse a los pobres, los ancianos, los niños, los necesitados y desvalidos: En verdad os digo, que cuanto hagan a uno de estos hermanos míos más pequeños a mí me lo hicieron. (Mt 25, 40).

El rico y orgulloso se arrodilló y encontró a Dios. Ralph lo encontró sirviendo al prójimo.

¿Y tú? ¿Cuál es tu historia?


Bendiciones y paz.
Autor: Juan Rafael Pacheco.

sábado, 23 de junio de 2012

LA CARIDAD INGENIOSA, ATREVIDA Y EFECTIVA DE MARÍA

El amor de María nuestra madre, intuye y se adelanta y se cree con confianza para pedir a Dios la solución.

LAS BODAS DE CANÁ


Composición de Lugar: María recibió una invitación para acudir a unas bodas que se celebraban en Caná de Galilea. Unas bodas, en Palestina y entre los judíos, era un acontecimiento importante y revestía un carácter religioso, pues era el medio de perpetuar la raza hasta la plenitud de los tiempos, es decir, hasta los días del Mesías. Los contrayentes eran amigos, parientes quizá, y María aceptó la invitación y acudió a Caná. Fue también invitado Jesús con sus discípulos, y de nuevo se encontraron reunidos, siquiera fuese transitoriamente y por breve tiempo, Madre e Hijo. Y, ¿qué pasó? Vayamos también nosotros a Caná, pues hemos sido invitados con María y Jesús.

Petición: Señor, dame ojos y corazón para intuir las necesidades de mi prójimo y en la medida de mis posibilidades, ayúdame a solucionarlas, a ejemplo de María, que con su poderosa intercesión logró alegrar ese momento hermoso con el vino nuevo de su Hijo.

Fruto: Tener los ojos abiertos a las necesidades de mi prójimo. Tener el corazón listo para conmoverme y las manos listas para ayudar.

Puntos: Veamos los detalles de caridad de María en Caná.


1. María estaba invitada: quien vive en la caridad y con caridad siempre es querido en todas partes y, por lo mismo, fácilmente es invitado a estos eventos alegres, humanos y sociales. Y allá fue, porque el amor trata de difundirse por todas partes. ¿Cómo no compartir la alegría de los demás y felicitarles por esta boda? Ella, la madre de Jesús, no podía despreciar estas alegrías humanas, como tampoco lo hará después Jesús, su Hijo. En muchos otros lugares de los Evangelios vemos a Jesús compartiendo banquetes, tanto que los fariseos se escandalizan de eso e incluso algunos le llaman “comilón y bebedor”. ¡Habráse visto! El corazón mezquino que no rebosa amor se escandaliza de que el otro ame y derrame su amor.

Sí, María fue invitada. Pero, ¿en verdad fue a comer y aprovecharse del banquete? El que fuera la primera que captara la insuficiente cantidad de vino sugiere que "estaba en todo", y esto supone atención, actitud observadora, pensar en lo que ocurre y no en sí misma. ¡Otra vez, la caridad, amor al prójimo! Sí, lo opuesto al egoísmo y a buscar la propia satisfacción. Quien se deja llevar por el impulso natural en sus relaciones sociales corre el peligro de ser imprudente y pecar por exceso o por defecto; está abocado a vivir para sí y no para los demás; a dejarse llevar por el egoísmo en lugar de ejercer la caridad y el amor al prójimo. No hubiera sido igual en esa boda sin la presencia de María. El amor todo lo transforma, incluso las situaciones adversas. La caridad no deja indiferente el ambiente en que está. Al contrario caldea el ambiente en que vive y alegra la vida de quienes están a su alrededor.

Quien tiene amor aumenta el grado de felicidad de los demás en la tierra. Basta una sonrisa, una palabra de aliento, un gesto de servicio. ¿Qué hizo María? ¿Qué hubiera hecho yo en su lugar: reclamar, protestar contra los novios y los servidores?


2. Se acabó el vino y María dijo a Jesús: “no tienen vino”. Aquí está el amor de María, amasado de sencillez y de fe. Sea por la afluencia de invitados, sea por error de cálculo, llegó un momento en que el vino comenzó a escasear de tal manera que era fácil prever su insuficiencia para el tiempo que todavía había de durar la fiesta. Esto era grave, porque el apuro iba a ser tal, cuando se descubriera, que bastaba para amargar a los novios el recuerdo de su boda, que se iba a convertir en regocijado comentario del pueblo durante mucho tiempo. Y aquí interviene María con su caridad intuitiva, ingeniosa y efectiva. Esto quiere decir que andaba discretamente pendiente del servicio, ayudando quizá, sin inmiscuirse en lo que era tarea propia de maestresala. En cuanto vio esto, pensó en el modo de remediarlo. Pensó en la violencia de la situación de los novios. Su bondad le llevó a compadecerse de ellos y a buscar un remedio. Ella sabía que no podía realizar un milagro, pero sabía que su Hijo sí podía. El amor intuye y se adelanta y se cree con confianza para pedir a Dios la solución. ¡Es la madre! Y comunica su preocupación a su Hijo.

María se dirige a Jesús como a su Hijo, pero Jesús le contesta como Mesías: no ha venido a remediar problemas materiales, pues es muy otra la misión que ha recibido del Padre. Aclarado esto, no tiene inconveniente en adelantar su hora: la de hacer un milagro que ponga de manifiesto su poder y dé testimonio de su divinidad. El amor todo lo puede. El amor abre el corazón de Dios. El amor humilde y confiado de María realizó lo que nadie podría hacer en ese momento: convertir el agua en vino. “No tienen vida”, ¡qué oración tan sencilla de María! Ella expone la necesidad con la simplicidad de un niño. Los niños más que pedir, exponen, y no es necesario más porque la compenetración es tan grande que los papás saben perfectamente todo lo que la frase del niño encierra, y es para ellos más clara que un largo discurso. María, siendo la más perfecta de las criaturas, o mejor todavía, la criatura perfecta, su oración, sin duda, es la más perfecta de las oraciones, la mejor hecha, la que reúne todas las cualidades en su máxima profundidad. Es el amor quien hace nuestra oración sencilla, sin rebuscamientos ni artificios. ¿Si nosotros no conseguimos de Dios lo que le pedimos no será porque nos falta sencillez en nuestra oración? Y si nos falta sencillez, ¿no será porque estamos faltos de amor en el corazón? Sólo un corazón que ama sabe ser sencillo al pedir y todo lo consigue. Como María. ¡Qué complicados somos los hombres a veces en nuestras relaciones con Dios y con los demás! Aprendamos de María.


3. "Haced lo que Él os diga". Es el amor de María lleno de confianza y humildad. La mirada suplicante, confiada, sonriente y amorosa de la Virgen no podía ser indiferente a Jesús en ningún caso. María obró con la seguridad de quien sabe lo que hace, pues el amor da seguridad y abre las puertas del corazón de Dios. Se acercó a los sirvientes y les dio unas instrucciones muy sencillas: "Haced lo que Él os diga". Tras esto, la Virgen vuelve a confundirse entre los convidados. Sólo el que ama a Dios, ama a los demás y se consume viendo cómo, por no poseerlo, no son felices. Esta vibración interior es lo que lleva a acercarles a Dios, pero sin artificios ni convencionalismo, sin acosos ni insistencias, con la tenacidad propia del amor, pero con su suavidad, haciendo que acaben queriendo, abriéndoles horizontes que tienen cerrados. "Haced lo que Él os diga": es el imperativo que lanza quien ama, porque conoce a quien es el Amor supremo. El amor aquí se hace humilde: Él es quien cuenta, no yo. Sólo Él es el Salvador y Mesías. Pero su humildad sabe dar el tono y matiz preciso a su imperativo. La oración que nace de la humildad siempre será escuchada y casi "obliga" a Dios a escuchar y hacer caso. Lo que da intensidad a una oración, lo que hace poner en ella toda el alma es la necesidad, y nadie como el humilde puede percibir hasta qué punto está necesitado de que Dios se compadezca de su impotencia, hasta qué punto depende de Él, hasta qué extremo límite es cierto que el hombre puede plantar y regar, pero que es Dios quien da el incremento (cf 1 Cor 3, 6-7), es Dios quien puede convertir esa agua en vino.

Quien no ama no es humilde. Quien no es humilde trata a Dios con prepotencia y egoísmo, y lo usa para que resuelva los problemas que nosotros mismos nos hemos planteado o sacarnos de los atolladeros en que tercamente nos hemos metido. Pero María es humilde. Expone el problema y la necesidad y deja todo en las manos de su Hijo.

Deja a Cristo el campo totalmente libre para que haga sin compromisos ni violencias su voluntad, pero es porque Ella estaba segura de que su voluntad era lo más perfecto que podía hacerse y de verdad resolvería el asunto. María confía en la sabiduría de su Hijo, en su superior conocimiento, en su visión más amplia y profunda de las cosas que abarca aspectos y circunstancias que Ella podía, quizá, desconocer. La fe y la humildad deja a Dios comprometido con más fuerza que los argumentos más sagaces y contundentes. "Haced lo que Él os diga": ¡Qué conciencia tiene María de que su Hijo es el Señor y es quien debe mandar y ordenar, y no ella! Nos pide que siempre escuchemos a su Hijo y después que hagamos lo que Él nos diga. El amor escucha y hace lo que dice y pide el Amor con mayúscula. Hacer lo que Cristo nos dice es obedecer. Por tanto el amor termina siempre en obediencia. Lo que María nos dice aquí es que obedezcamos, que pongamos toda nuestra personal iniciativa, no en hacer lo que se nos ocurra, sino al servicio de lo que Él nos indique. Como Ella, que fue siempre obediente.

Quien no ama, protesta y no obedece con alegría. Por tanto, este amor de María en Caná desemboca en obediencia a Cristo. No es un amor que se queda sólo a nivel de sentimientos y emociones, o de soluciones más o menos hermosas. El amor tiene que ser acrisolado por la obediencia. Con la obediencia hemos encontrado lo único necesario y todo lo demás viene resuelto como consecuencia. Y la obediencia consiste en cumplir la voluntad de Dios en nuestra vida. Y fue esta obediencia de María y de los servidores quien hizo que Cristo obrase el milagro. Y no fue fácil lo que Cristo les mandó: "Llenen de agua esas tinajas" ¿No será esto absurdo? Los servidores no protestan ni reclaman ni cuestionan. Obedecen, simplemente. Y obedecieron inmediatamente. Y obedecieron hasta el final, llenando las tinajas hasta arriba. No puede obedecerse a medias.


Preguntas para reflexionar:
·  ¿Qué me impide ver las necesidades de los demás: mi maldito egoísmo que me ciega, mi corazón duro y soberbio, mis manos cerradas y ociosas?
·  ¿Pido a Jesús por las necesidades del mundo, de la Iglesia y de las familias? ¿O sólo pido por mí y mis cosas? ¿Pido, como María, con fe, con humildad, con amor, con confianza, con obediencia?
·  ¿Tengo el vino de mi caridad dulce y oloroso para compartir con los demás, o está ya picado y avinagrado por mi egoísmo y orgullo?
Autor: P Antonio Rivero LC .

viernes, 22 de junio de 2012

ES GRATIS Y...¡NADIE LO PIDE!

El perdón es la medicina adecuada, la solución, el sentido de la vida, lo que andaba buscando, lo que más necesitaba.

Pues bien, hay por ahí arrumbado en las sacristías un Sacramento que se llama el "Sacramento del Perdón". Y se da gratis, no cuesta nada, pero la gente ya casi no lo pide.
Yo quisiera decir que la confesión es un encuentro con Dios. Un encuentro auténtico con Él, no deja igual, ¡transforma!.

Así como los encuentros de la Samaritana, de Zaqueo, de Pablo, etc., en esos encuentros hay un algo que hacer saltar la chispa de sentir a Dios como la medicina adecuada, la solución, el sentido de la vida, el que andaba buscando, lo que más necesitaba. La medicina toca en la llaga abierta, pero no para abrirla más, sino para curarla.

El pecador ante Dios no se siente descubierto, sino perdonado. Ante Cristo Crucificado el pecador no debe sentir vergüenza sino amor. La confesión es un encuentro peculiar: la miseria choca con la misericordia, el pecador y el redentor se abrazan, el hijo pródigo y el padre se vuelven a encontrar. Pero; ¡qué manía de confesarse con el hombre y no con Dios!

Porque las sogas que me atan son de esta estopa: ¿Qué va a pensar el Padre?, el hombre? El Padre no piensa nada, no debe de pensar nada. ¿Cómo le digo esto sin descomponerme? No me atrevo, mañana me confieso, para lo mismo responder mañana.

Y, ¡qué manía de confesarse consigo mismo!: "He fallado, he caído muy bajo, muy hondo, ¡qué vergüenza!", ¿Para qué me confieso otra vez si voy a volver a fallar?

Te confiesas tu mismo ante tu orgullo herido, que supura rabia, desesperanza, porque no acepta ser un pecador más, de los que tienen que llorar y arrepentirse como todos.

Confesarse con Dios es mejor que confesarse con el hombre o consigo mismo. Duele, ¡sí!, pero ese dolor es de otra clase, duele haber herido un amor, haber ofendido a un Padre, haber roto una amistad. Dolor redentor y humilde que cura, que trae la paz de Dios.

¡Confiésate con Él!, dile tus pecados. Llórale a Dios tu arrepentimiento. Prométele que vas a cambiar, que vas a levantarte de nuevo.

Cuando te confiesas sube la cuesta del Calvario y plántate delante de ese gran Cristo Crucificado, sangrante, que está muriendo por ti. Ahí, ante ese Cristo ¡confiésate!. Cuéntale, llórale tus pecados y a Él pídele perdón.

El encuentro con el hombre provoca vergüenza, el encuentro con uno mismo provoca orgullo herido y la desesperación, el encuentro con Cristo Crucificado produce la paz del perdón.

Hoy haz una cita con el Redentor. Soy el hijo pródigo, me siento pecador, no necesito inventar pecados, ahí están, son muchos, llevan mi nombre, pero el perdón de Dios es infinitamente mayor.

Cristo perdona siempre y con mucho gusto. Ahí encontrarás siempre al mismo Dios con el perdón en la mano y en el corazón, un perdón siempre del tamaño del pecado.

A Cristo le gusta, le fascina perdonar. Con terminología humana podríamos decir, que se siente realizado perdonando, perdonándote a ti y a mi. Se trata de un encuentro con Dios muy especial.

El médico que va con el enfermo sabe muy bien qué medicina recetarle, tiene medicina para todos los males; las hay dulces, las hay pequeñas, las hay grandes, hay medicinas para todos los males.
La verdad es que cuando uno se confiesa bien, se siente curado. Es el encuentro del hombre cansado y triste con Dios Omnipotente que restaura sus fuerzas. Hay en la penitencia vitaminas para la tristeza y el cansancio, males de quien diariamente debe recorrer un largo camino.

La verdad es que la confesión restaura esas fuerzas y nos brinda paz, es el encuentro del amigo que ha fallado a la amistad con el Amigo, con Cristo, con Dios, con ese Padre misericordioso que siempre trae en las manos algo para ti.

La confesión frecuente reafirma mi amistad con Dios, con el Cristo de mis días felices y mis grandes momentos. Por eso, si al confesarme me asiste un poco de fe como un grano de mostaza, debería ser un encuentro regocijante y un gran acontecimiento cada vez.

La forma mejor de confesarse es hacerlo a la puerta del infierno para llenarnos de susto o frente a un crucifijo para llenarnos de amor.
Autor: P Mariano de Blas LC.