"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

martes, 14 de febrero de 2012

Balneario de Alange

ZAFRA (Badajoz)

Cómo mejorar tu oración con un cambio de vocabulario

Revisa tu vocabulario y está atento para usar el "quiero" en vez del "tengo que" en tu vida de oración y en todo; verás la diferencia. 
Te habrá sucedido que asumes un compromiso y luego no tienes ganas de hacerlo. Tu actitud: "tengo que hacerlo porque no me queda más remedio", pero vas de mala gana.

A mí se me acaban las fuerzas por la noche. Hacia las 9.30 de la noche tengo mucho sueño y no puedo más. Desde que entré a la vida religiosa asumí el compromiso de hacer una hora de adoración a Cristo Eucaristía los jueves por la noche, además de la media hora de adoración eucarística que tenemos todas las noches en mi comunidad. Debo confesar que siempre me ha resultado un compromiso pesado. Me entra mucho sueño y a veces siento que la hora se vuelve eterna.

Tal vez algún día hayas sentido lo mismo con la misa dominical, o con tu meditación diaria, o con el rezo del rosario. Llega el domingo y: "¡Qué flojera ir a misa! Preferiría quedarme en la casa viendo un partido o una película y luego hacer un poco de deporte" Y vas a misa, porque todo cabe si te organizas, pero tu actitud no fue la mejor. Y seguramente tampoco la aprovechaste ni la disfrutaste igual de bien.

Cuando Jesucristo convocó a sus apóstoles en la última cena les dijo: "Cuánto he deseado celebrar esta pascua con vosotros" (Lc 22, 15) Su pascua era el sacrificio de su propia vida, la hora de su muerte. Y dijo: ¡cuánto he deseado este momento! Y sabemos que la oración en Getsemaní, en que pasó miedo y angustia y sudó gotas de sangre por el sufrimiento moral que llevaba dentro, fue algo terriblemente doloroso para Jesús. Lo que él deseaba era dar amor, salvarnos, hacer la Voluntad de su Padre, y eso lo quería con toda determinación.

Una cosa es no tener ganas o no tener fuerza, otra cosa es no quererlo. En el fondo te gusta porque lo quieres. Entonces interviene el cambio de actitud y la fuerza de voluntad: poner amor, como lo hizo Jesucristo en la cruz.

"La oración no se reduce al brote espontáneo de un impulso interior: para orar es necesario querer orar." (Catecismo de la Iglesia Católica n. 2650)

No se trata de un lavado de cerebro personal, sino de poner delante de sí mismo las motivaciones por las cuales se hacen las cosas y adoptar una actitud positiva ante las responsabilidades.

Un cambio de vocabulario puede mejorar notablemente tu actitud. Lo he experimentado en carne propia a partir del momento en que los jueves por la tarde, al recordar que era jueves y tenía hora eucarística, comencé a decirme a mí mismo: "Qué bueno, hoy es jueves, esta noche quiero estar una hora adorando a Cristo Eucaristía". Ya no "tengo que" sino "quiero". Mi actitud fue muy diferente y comencé a disfrutarla y aprovecharla mucho más. Ahora se me hace corta y realmente espero que lleguen los jueves.

Esto vale para la oración como vale para las clases en la universidad, ir a recoger a los niños a la escuela, el trabajo, visitar a los abuelos... todo.

La actitud positiva es como la base del iceberg. Si haces las cosas de buenas las harás mejor.

Revisa tu vocabulario y está atento para usar el "quiero" en vez del "tengo que" en tu vida de oración y en todo; verás la diferencia
Autor: P Evaristo Sada LC: fuente www.la-oracion

lunes, 13 de febrero de 2012

ALANGE--NATURALEZA E HISTORIA.

La confesión y la fe

La confesión, es un auténtico milagro de fe. Dios nos ilumina, nos acompaña, nos da fuerzas, nos permite reconocer lo que está mal, nos abre a la esperanza.

¿Existen relaciones entre el sacramento de la penitencia y la fe? Podemos encontrar ayuda para la respuesta si vemos un momento qué pasa cuando alguien se confiesa.

Lo primero que ocurre en cada confesión es que una persona reconoce que ha pecado. La idea de pecado sólo se entiende, en su sentido auténtico, si descubrimos que tenemos una relación profunda con Dios. Nuestra vida y nuestros actos le interesan, también cuando se trata de algo tan sencillo e íntimo como el pensar o el desear algo.

Sólo en relación con Dios existe la noción de pecado, que podemos definir como un acto que ofende a nuestro Creador, que hiere el corazón del Padre de los cielos, y que también, de modos no siempre visibles, daña las relaciones con nuestros hermanos y con la Iglesia.

Una segunda dimensión que se da en las confesiones consiste en recordar que Dios tiene un deseo muy grande de perdonarnos, de limpiar todo pecado. La fe nos enseña que Dios no desea la muerte del pecador, sino que se convierta y que viva (cf. Ez 18,23; 33,11). Busca a la oveja perdida, hace todo lo posible por rescatar al hijo descarriado, tiende la mano a quien está caído, como leemos en el Evangelio.

Luego, llega el momento del siguiente paso en la fe: no me limito a pensar que Dios puede y quiere perdonar mis pecados, sino que descubro cómo ilumina mi conciencia para denunciarlos, mueve mi corazón para rechazarlos, y refuerza mi voluntad para acudir al sacramento del perdón.

La fe nos lleva, además, a buscar el perdón en la Iglesia, que ha recibido del Señor el poder de atar y de desatar (cf. Mt 16,19; Jn 20,23). Cada vez que acudimos a un sacerdote, a un elegido y consagrado para servir el altar y para hacer presente la misericordia en nuestro tiempo, reconocemos y confesamos nuestra fe en la acción salvadora de Cristo, vivo y cercano en quienes han sido elegidos como ministros del perdón.

La confesión, por lo mismo, es un auténtico milagro de fe. Dios nos ilumina, nos acompaña, nos da fuerzas, nos permite reconocer lo que está mal, nos abre a la esperanza. Luego, desde la fe recibida, acudimos a acoger, celebrar y vivir profundamente el milagro de la misericordia. Desde ella cualquier pecador, tocado por la gracia, puede empezar el camino maravilloso de la conversión, puede incluso llegar a ser santo.

Entonces, en los cielos, inicia una fiesta inmensa. Un hijo ha regresado a casa. El Padre lo acoge y lo abraza gracias a la obediencia llena de Amor de su Hijo muy amado.
Autor: P. Fernando Pascual LC.

domingo, 12 de febrero de 2012

Señor, hoy he buscado Tu Rostro

Señor, ¿dónde estás? ¡Quiero verte! Una y mil veces repito lo mismo pero... ¿por qué no encuentro respuesta?
En una ocasión un joven tuvo el deseo de subir a la cumbre de una montaña pues pensaba que ahí podría ver el rostro del Señor.

Preparó todo lo necesario, y un día al amanecer empezó su gran aventura; al llegar a las faldas de la inmensa montaña se topó con un anciano que vivía en una pequeña y vieja cabaña; éste al verlo le preguntó: “¿dónde te diriges con tanta prisa y entusiasmo?”.

El joven contestó: “A la cumbre de ésta montaña, pues en ella espero ver el rostro del Señor”.

El anciano le dijo: “Porque no te quedas un momento conmigo y me ayudas a reparar mi cabaña pues se está cayendo y como ves yo ya soy muy viejo y no puedo solo, y al terminar reanudas tu aventura”.

El joven contestó: “Disculpe, anciano, pero no puedo, se me hace tarde, pero al bajar con gusto le ayudaré”.

Después de un par de horas el joven llegó a la cumbre de la montaña, y con gran ánimo gritó: “Señor, ¿dónde estás? ¿quiero verte? ¿dónde estás?”, una y mil veces repitió las mismas preguntas pero no hubo respuesta alguna. El joven al ver su fracaso se retiró del lugar tristemente.

En su camino de regreso pasó de nuevo junto a la cabaña, que estaba completamente deshecha y el anciano ya no se encontraba en ella. Él sin darle mucha importancia, continuó su camino.

Al poco rato, encontró una iglesia y decidió entrar en ella y dialogar lo sucedido con el Señor. Ya frente al Sagrario exclamó: “Señor, esta mañana he buscado tu rostro y no lo encontré”. Y el Señor contestó: “Hoy, yo también te pedí ayuda...y no la encontré”
Autor: Cortesía Marcelo Bravo

sábado, 11 de febrero de 2012

Monasterio de San Lorenzo de El Escorial

María provoca la primera "señal"

Además de la gran confianza que María mostró en su Hijo, ella fue el medio que Dios usó para dar comienzo a la manifestación de Jesús.
Ojalá puedas leer en el Evangelio Jn 2, 1-12, cuando María le pide a su Hijo que les falta el vino en una boda donde fueron invitado en Caná.

A mí me llama poderosamente la atención ese detalle de María de acercarse a visitar a su prima santa Isabel tras tener conocimiento de su estado de gestación, también su fina observación en las bodas de Caná, en una situación de tanto embarazo para aquellos jóvenes esposos. Todo ello habla de un corazón amable, sencillo, bondadoso, atento, comprensivo, servicial en nuestra madre del cielo".

Una contemplación superficial del episodio de la boda de Caná nos dice que lo más milagroso fue el hecho de que Jesús mostró su dominio absoluto sobre la materia, convirtiendo agua en vino. Sin embargo, el Evangelista nos da a entender que no fue así al decir "Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzó a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos" (Jn 2, 11).

Según el Evangelista la finalidad intrínseca de este milagro fue el convencer a sus discípulos que Él era lo que decía que era: el Hijo de Dios. Así manifestó su "gloria" que era su divinidad, pues María le obligó a "hacer llegar su hora" de mostrar su gloria o divinidad.

Independientemente de la gran confianza que María mostró en su Hijo, como hemos comentado antes, está el hecho de que ella fue el medio que Dios usó para dar comienzo a la manifestación de Jesús de Nazaret como su Hijo. Aquí María aparece como aquella que hace conocer a Cristo. Uno podría pensar que tal vez su misión fuese solamente traer al Hijo al mundo y después dejarlo manifestarse como le pareciera mejor. Dios en su providencia quería hacer las cosas de otra manera: quería dar a conocer a su Hijo al mundo por medio de su Madre. Nosotros podemos no estar de acuerdo con esta metodología, pero no se puede negar que Él quiso adoptarla para manifestar a su Hijo.

Parece ser que el Padre sigue usando esta metodología para dar a conocer a su Hijo. Son elocuentes las múltiples apariciones de la Virgen en estos dos últimos siglos. Pensemos en Lourdes, Fátima...
Autor: P. Fintan Kelly.