"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

martes, 22 de noviembre de 2011

Cristo es la respuesta verdadera

Si Cristo, don de Dios al mundo, es lo mejor para el hombre, entonces es imposible no vivir con gozo y alegría mi fe. 
En los hombres de hoy, es posible que la vida espiritual y religiosa esté impregnada de modos fríos, racionalistas, calculadores, lejanos todos ellos de ese talante alegre, cordial y humano que debe caracterizarnos como hijos de Dios. 


·  Si Cristo, don de Dios al mundo, es lo mejor para el hombre, entonces es imposible no vivir con gozo y alegría profunda la fe, es decir, la relación personal del hombre con Dios. Muchas veces los cristianos con nuestro estilo de vivir la fe, marcado por la tristeza, la indiferencia, el cansancio, estamos demostrando a quienes buscan en nosotros un signo de vida una profunda contradicción. 

El cristianismo es la religión de la alegría y no puede producir hombres insatisfechos. Al revés, la religión vivida de veras, como fe en Jesucristo, confiere al hombre plenitud, gozo, ilusión. Frente a todas las propuestas de felicidad, que terminan con el hombre en la desesperación, Cristo es la respuesta verdadera que no sólo no engaña sino que colma mucho más de lo esperado. Esta certeza debe reflejarse en nuestro rostro, rostro de resucitados, rostro de hombres salvados.

·  Si Cristo está vivo y es Hijo de Dios, mi relación con él tiene que ser mucho más personal, cercana e íntima. Tal vez ha faltado en muchas educaciones religiosas ese acercamiento humano a la figura de Cristo, un acercamiento que nos permite establecer con él una relación más cordial y sincera, como la que se tiene con un amigo. Es fácil comprender por qué con frecuencia la vida de oración de muchos creyentes es árida, seca, distraída. No se entra en contacto con la Persona, sino sólo tal vez con una idea de Dios, aun dentro del respeto y de la veneración. 

De ahí el peligro para muchos hombres de racionalizar la misma oración, convirtiéndola en reflexión religiosa, pero no en experiencia de Dios. Lógicamente la fe se empobrece mucho así. Y no debe ser así. La fe ha de ser vivida como experiencia personal de Cristo, y por tanto en un clima de cordialidad y de cercanía.

·  Si Cristo es, en fin, la esperanza del mundo, de la que hablaron Moisés y los profetas, entonces hay que vivir en la práctica la fe con seguridad y convencimiento. Podemos dar la impresión los cristianos de que creemos en Cristo, pero no lo suficiente como para abandonar otros caminos de felicidad al margen de él, de su Evangelio, de su Persona. Y esto en la vida se convierte en una contradicción práctica. 

Aparentamos tener lo mejor, pero nos cuidamos las espaldas teniendo reemplazos. Es como si afirmáramos que tal vez la fe en Cristo no es del todo segura y cierta, que tal vez él nos puede fallar. El mundo necesita de nosotros hoy la certeza de nuestra fe, una certeza que nos lleve a quemar los barcos, porque ya no los necesitamos, seguros como estamos de que hemos elegido la mejor parte.

¡Cómo se necesita en estos momentos en nuestra vida de cristianos y creyentes estas características en nuestra relación con Dios¡

1) Un estilo de fe lleno de gozo y de entusiasmo. 
2) Una relación con Dios cercana y cordial. 
3) Una certeza absoluta de Dios como lo mejor para el hombre de hoy. 

En esta sociedad en que por desgracia la fe se ha convertido en una carga, hacen falta testigos vivos de un Evangelio moderno y verdadero. En este mundo en que falta alegría en muchos cristianos que viven un poco a la fuerza su fe, hacen falta rostros alegres porque saben vivir su religión en la libertad. Y en este peregrinar hacia la eternidad en el que muchos creyentes miran hacia atrás acordándose de lo que dejan, hacen falta hombres que caminen con seguridad y certeza, sin volver los ojos atrás, hacia el futuro que Dios nos promete.

Autor: P. Juan P. Ferrer.

Hay que decir que a veces el debilitamiento en la fe de muchos hermanos nuestros ha sido culpa de no ver en la religión a una persona, sino sólo un conjunto de principios y normas. Si nuestra religión no es Cristo, si el porqué de nuestra fidelidad no es su Persona, si en cada mandamiento no vemos el rostro de Jesús, la religión terminará agobiándonos, porque se convertirá en un montón de deberes, sin relación a Aquél a quien nosotros queremos servir. Vamos, pues, a exponer algunas de las características que deben brillar en la vivencia de nuestra fe y de nuestros deberes religiosos:

lunes, 21 de noviembre de 2011

Salir de las trincheras

Hay que dar a conocer a los hombres que el Amor es hermoso, que la Bondad existe, que las lágrimas pueden ser consoladas.

Existe el peligro, en muchos católicos, de vivir a la defensiva, de esconderse en las trincheras para resistir cientos de ataques que llegan por todos lados.

¿Atacan al Papa? Hay que buscar argumentos para defenderlo. ¿Critican las “riquezas” del Vaticano? Hay que explicar que tales “presuntas riquezas” son patrimonio de la Iglesia y, en cierto modo, de la humanidad. ¿Se ríen de la moral sexual católica? Hay que estudiarla y refutar críticas a veces ridículas. ¿Nos acusan de fundamentalistas e intolerantes? Respondemos con ejemplos del pasado y del presente que muestran la profunda actitud de respeto hacia todos los hombres que nace de nuestra fe católica.

El cristianismo surgió en un ambiente hostil. Cristo mismo nos dijo que muchos nos odiarían, nos excluirían, nos atacarían. No es de extrañar, por tanto, que hoy, como en tantos momentos del pasado, haya numerosas personas e instituciones dedicadas, a veces con energías y medios desproporcionados, a atacar, marginar, incluso destruir la fe de los corazones, el respeto hacia la Iglesia, la pujanza de sus instituciones y obras de caridad.

Pero ese cristianismo, perseguido, arrinconado, despreciado, tomó, desde sus orígenes, una actitud claramente conquistadora. Se convirtió en un movimiento espiritual que no se limitó a unas fronteras estrechas, que no cerró las puertas a cal y canto para evitar las heridas de los posibles agresores, de los enemigos de la luz.

Al contrario, los primeros cristianos buscaron mil caminos para irradiar, entre quienes vivían a su lado, una experiencia, una fe, un amor, que da sentido a la existencia humana, que ilumina de esperanza la mirada de los corazones, que alivia las penas profundas y las heridas que la vida deja inexorablemente en nuestras vidas.

El cristiano no vive, por lo tanto, para defenderse. Estudiará, desde luego, su fe, su historia, su riqueza doctrinal. Sabrá reconocer también que ha habido errores y fallos en no pocos católicos durante los 2000 años de nuestra historia. Respetará la dignidad de los “adversarios”, a los que ofrecerá una respuesta justa y, más profundamente, una mano respetuosa y llena de afecto sincero.

Pero, de modo especial, tendrá la alegría y el arrojo de comunicar algo que ni el dinero, ni el poder, ni la belleza, ni la medicina, ni la ciencia, es capaz de dar: la verdad del Evangelio, la certeza de que Dios nos ama en Jesucristo.

El mundo necesita y pide, quizá sin saberlo, testigos de la bondad de Dios, mensajeros de una Buena noticia, heraldos de un Amor que arranca del Padre de los cielos y pone su tienda entre los hombres con la llegada del Hijo.

Hay que salir de las trincheras. No podemos guardar un tesoro que es para todo el mundo. Hay que poner la lámpara sobre el celemín, hay que dar a conocer a los hombres que el Amor es hermoso, que la Bondad existe, que las lágrimas pueden ser consoladas, que la muerte no es la última palabra de la historia humana.

Sabemos que el Sepulcro de Cristo está vacío. Percibimos su presencia continua, como Señor Resucitado, entre nosotros. Dar testimonio de su Cruz salvífica y victoriosa es una urgencia que todos debemos sentir en lo más profundo de nuestra identidad cristiana. Porque muchos hombres viven en tinieblas y sombras de muerte (cf. Lc 1,79). Porque muchos desean, profundamente, descubrir que son amados, reconocer que la salvación de Cristo también es para ellos.
Autor: P. Fernando Pascual.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Celebrar a Cristo Rey

¡Lo proclamamos nosotros a los cuatro vientos con humildad gozosa! Sobre todo, con la fidelidad diaria a nuestros deberes cristianos.

Último Domingo de Calendario Litúrgico, dedicado a celebrar la festividad de Jesucristo Rey.

Una solemnidad moderna que nos gusta mucho a los creyentes.

Instituida por la Iglesia precisamente en los tiempos de la democracia, para demostrar que la soberanía de Jesucristo no tiene condicionamientos humanos, ni es Jesucristo un Jefe elegido por votación popular, ni va a ser un día echado de su trono o suplantado por otro rival que le venga a privar de sus derechos.

Empezamos por escuchar al mismo Jesús, que reivindica su condición real ante una autoridad civil, la cual le puede hacer pagar caro su atrevimiento de proclamarse Rey.

Condenado ya como blasfemo por la Asamblea del pueblo judío, Jesús es llevado al tribunal de Roma, que no se va a meter en cuestiones religiosas sino en asuntos civiles.

Y empieza Pilato por la pregunta clave:
- ¿Tú eres el rey de los judíos?
Jesús sabe muy bien que esto no lo puede decir Pilato por cuenta suya, sino por otros que se los han ido a contar para prevenirlo en contra del acusado. Así que Jesús le pregunta a su vez:
- ¿Lo dices esto por ti mismo, o porque otros te lo han dicho de mí?
Pilato se molesta un poco, aunque le muestra a Jesús respeto y temor:
- ¿Acaso yo soy judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?
Jesús le contesta, porque la pregunta es sincera, y, además, se la hace la autoridad:
- Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuese de este mundo, mis vasallos hubiesen luchado por mí, para no ser entregado a los judíos. Pero mi reino no es de aquí abajo.
Hay mucha dignidad en estas palabras de Jesús, de modo que Pilato, pagano y que nada sabe de la religión judía, sospecha algo misterioso. Por eso vuelve a la primera pregunta, haciéndosela más concreta:
- Entonces, ¿tú eres rey?
Jesús sigue el diálogo con Pilato en un plano de mucha seriedad y sinceridad:
- Sí; yo soy rey. Para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Quien es de la verdad, escucha mi palabra.
Pilato no entiende. Pero se da cuenta de que tiene delante de sí a una persona muy especial. De ahí sus esfuerzos por salvarlo de las iras y del griterío que le viene de la calle, azuzada como está la gente por los jefes del pueblo. Su pecado, como le insinuará después el mismo Jesús, es estar haciendo caso a los enemigos personales de este reo en vez de atender los gritos de su conciencia. Jesús le deja como palabra última a Pilato esta confesión:
- Yo soy rey. Aunque mi reino no es de este mundo.
Y Pilato, que quede tranquilo... Jesús no causará ningún problema a los romanos, desde el momento que le asegura que su reino no es político sino espiritual, no de este mundo sino del otro...

Juan escribe su Evangelio para los cristianos, y más que narrar con taquigrafía el dialogo de Jesús con Pilato, quiere hacer ver que aquella calumnia lanzada contra Jesús --de que había sido condenado por revoltoso contra Roma--, carecía de todo fundamento.

La Iglesia de nuestros días ha reflexionado mucho sobre este hecho de la realeza de Jesucristo. Y ha mantenido y mantiene una fiesta que para muchos es inoportuna.

El mundo -que se aleja de Dios con un laicismo y una secularización tan peligrosos, ha de saber que por encima de los acontecimientos humanos y sobre los gustos de la sociedad hay un Rey que reivindica los derechos de Dios.

Ese mundo debe rendirse a Dios, y Jesucristo se proclama Rey para ser el primer testigo de la verdad.

A su Iglesia la constituye signo visible de esta autoridad que Él mantiene sobre el Reino de Dios en el mundo, y le encarga transformar las estructuras sociales de un modo conforme con el querer de Dios.
Jesucristo es Rey, y por eso hace de nosotros los cristianos un pueblo real, libre de toda esclavitud.

En particular nosotros los seglares --instruidos por el Concilio--, sabemos que participamos de la realeza de Jesucristo; somos reconocidos como encargados de promocionar a la persona humana; y se nos encarga meter el Evangelio en la sociedad como el fermento en la masa, llenando del espíritu de Jesucristo todas las realidades sociales, ya que estamos metidos dentro de todas las vicisitudes del pueblo.

Esta nuestra vocación dentro del Pueblo de Dios es un testimonio de la realeza de Cristo.

Porque, si Jesucristo no fuera Rey y no tuviera el dominio y la soberanía sobre todos los hombres y sobre todas las cosas, ¿con qué derecho y autoridad, o con qué título legítimo, nos presentaríamos nosotros ante los demás para hacerles cambiar de opinión, para mudar sus estructuras y modos de ser, para transformar el mundo conforme a nuestro parecer y nuestros gustos?... Aunque este parecer y estos gustos no son nuestros --afortunadamente--, sino del mismo Jesucristo y de su Iglesia.
¡Jesucristo es Rey!

Lo proclamamos nosotros a los cuatro vientos con humildad gozosa.
Lo proclamaron con valentía ante las balas muchos mártires modernos.

Y esta fe que profesan nuestros labios, la queremos proclamar, sobre todo, con la fidelidad diaria a nuestros deberes cristianos..

Autor: Pedro García, Misionero Claretiano.

Algunas esperanzas electorales

Autor: Pablo Cabellos

No ha tenido excesivo eco la nota publicada por la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española para estas elecciones generales. Con oportunidad, evocaba unas palabras recientes del papa dirigidas al Bundestag alemán: «El cristianismo nunca ha impuesto al Estado y a la sociedad un derecho revelado, un ordenamiento jurídico derivado de una revelación. Se ha referido, en cambio, a la naturaleza y a la razón como verdaderas fuentes del derecho (...), la razón abierta al leguaje del ser». El apunte nos sirve a todos: a los que pasan por todo —olvidando su fe o la recta razón— y a los que confesionalizarían todo —sin comprender la libertad cristiana. A través de Facebook, me preguntaron cómo era posible que hubiese algunos fieles del Opus Dei militando en un partido político unido a Bildu. La respuesta es bien sencilla: nadie de la jerarquía católica ha dicho nunca que Eusko Alkartasuna sea rechazable desde la fe. Es más, la jerarquía de nuestro país nunca ha reprobado ni confesionalizado a partido político alguno. Da pautas en busca «del mayor bien posible en este momento». Recordaré algunas de ellas, porque las disposiciones legales no siempre son morales, como cuando el derecho se subordina al poder.
Esa realidad lleva a nuestros obispos a rememorar ideas claras expresadas por Benedicto XVI en Madrid, refiriéndose a quienes «creyéndose dioses, piensan no tener necesidad de más raíces y cimientos que ellos mismos; desearían decidir por sí solos lo que es verdad o no, lo que es bueno o malo, lo justo o lo injusto; decidir quién es digno de vivir o puede ser sacrificado en aras de otras preferencias». Partiendo de la viveza de esas premisas, la nota habla de opciones legislativas que no tutelan adecuadamente el derecho fundamental a la vida de cada ser humano, o de promover leyes que desvirtúan el sentido originario del matrimonio y la familia. No se es más moderno acogiendo estas opciones, porque la verdadera modernidad está en dar alcance al progreso sin hacer descarrilar lo natural, la ecología del hombre.
Es razonable escribir sobre la crisis económica, que reclama soluciones diversas en orden a la promoción de la dignidad de las personas, particularmente de las más desasistidas; y a la vez, favorecer la libre iniciativa social en todos los terrenos con una particular referencia a la educación, de modo que no se lesione el principio de subsidiaridad del Estado ni el derecho que tienen los padres a elegir la educación que deseen para sus hijos. No es de recibo aceptar la libertad de educación pero, según qué modelo, «no con mi dinero». Sería gravemente discriminatorio y desfasado. Además, la enseñanza pública es más gravosa para el Estado acaparador. Busquemos el bienestar, pero es deseable una sociedad del bienestar y no un Estado del bienestar que, bajo capa de protección, aprisiona la libertad, asfixia la creatividad, mata la iniciativa.
Señala la legitimidad moral de los nacionalismos que utilicen medios pacíficos para otra configuración social, así como la necesidad de tutelar el bien común de la nación española, evitando manipulaciones. Es diáfana la indicación de que, una sociedad que desee ser libre y justa, no reconozca, ni siquiera implícitamente, a ninguna organización terrorista, algo intrínsecamente perverso e incompatible con una visión recta y razonable de la vida.

Fuente: http://www.levante-emv.com/opinion/2011/11/19/esperanzas-electorales/857818.html

sábado, 19 de noviembre de 2011

María y la fe de una mamá

Cuando hagas oración por alguien, no esperes que esa persona ponga de sí "algo" para alcanzar el milagro.

Hoy te encuentro, mujer cananea, en un pasaje del Evangelio... (San Marcos 7, 24-30) Y me quedo pensando en ti... en tu dolor de madre, en tu búsqueda de caminos para tu hija...

Pasan las horas y siento que sigues estando allí, en mi corazón, tratando de hacerme entender, tratando de explicarme algo.... Pero no te entiendo...

Y como mi corazón sabe que cuando no entiende debe buscar a su Maestra del alma, entonces te busco, Madre querida... te busco entre las letras de ese pasaje bíblico que leo y releo una y otra vez...

De pronto mi alma comienza a sentir tu perfume y me voy acercando al lugar de los hechos...

Allí te encuentro, Madrecita, mezclada entre la gente que hablaba de Jesús... me haces señas de que tome tu mano. ¡Qué alivio para el alma tomar tu Mano, Señora Mía!!! ¡¡¡Como se abren caminos santos cuando nos dejamos llevar por ti!!!

Así, aferrada a ti, te sigo hasta muy cerquita de una mujer de triste mirada... Esa mirada que tiene una mama cuando un hijo no esta bien, sea cual sea el problema. Es la cananea. Pasa por aquí, quizás va a buscar agua o comida... Ve la gente que habla y se acerca. Su dolor le pesa en el alma.

- Presta atención, hija, - me susurras dulcemente, Madrecita...

Alguien habla de Jesús, de sus palabras, de sus enseñanzas, de sus milagros... Los ojos de la cananea parecen llenarse de luz...

No alcanzo a divisar a quien habla, ni a escuchar lo que dice, pero, en cambio, puedo ver el rostro de la cananea...

- Mira cómo cambia la mirada de ella, Madre- te digo como buscando tu respuesta

- ¿Sabes que es ese brillo que va creciendo en sus ojos? Es la luz de la esperanza. Una esperanza profunda y una fe incipiente que, como lluvia serena en tierra árida, va haciendo florecer su alma. Dime, qué piensas de esto.

- Pues... que me alegro por ella...

- Esta bien hija, que te alegres por ella, pero si te explico esto, es también para que comprendas algo. Te alegras por esa mama, pero nada me has dicho de quien estaba hablando de Jesús...

- No te entiendo, Madre

- Hija ¿Cómo iba a conocer a mi Hijo esa sencilla mujer si esa persona no hubiese hablado de Él? Lee con atención nuevamente el pasaje del Evangelio. , “habiendo oído hablar de Él, vino a postrarse a sus pies...” habiendo oído, hija mía, habiendo oído...

Te quedas en silencio, Madre, y abres un espacio para que pueda volver, con mi corazón, a muchos momentos en los que mi hermano tenía necesidad de escuchar acerca de tu Hijo, acerca de ti... y yo les devolví silencio... porque estaba apurada, porque tenía cosas que hacer...

Trato de imaginar, por un momento, como fue aquel “habiendo oído”... Cuáles fueron los gestos y el tono de voz de quien habló, cuáles fueron sus palabras y la fuerza profunda de su propia convicción... Cómo la fe que inundaba su corazón se desbordó hacia otros corazones, llegando hasta uno tan sediento como el de la cananea... ¡Bendito sea quien haya estado hablando de tal manera! los Evangelios no recogen su nombre pero sí recogen su fruto, el fruto de una siembra que alcanzó el milagro... ¡Dame, Madre, una fe que desborde mi alma y así, llegue al corazón de mi hermano!

De pronto, veo que la cananea va corriendo a la casa donde Jesús quería permanecer oculto... Tu mirada, Madre, y la de ella se encuentran. Es un dialogo profundo, de Mamá a mamá...

Entonces, con esa fuerza y ese amor que siente el corazón de una madre, la mujer cananea suplica por su hija. Jesús le pone un obstáculo, pero este no es suficiente para derribar su fe....

Ella implora desde y hasta el fondo de su alma... Todo su ser es una súplica, pero una súplica llena de confianza...

Entonces, María, entonces mi corazón ve el milagro, un milagro que antes no había notado... un milagro que sucede un instante antes de que Jesús pronuncie las esperadas palabras...

El milagro de la fe de una mamá....

Aprieto tu mano, María Santísima y te digo vacilante:

- Madre... estoy viendo algo que antes no había visto...

- ¿Qué ves ahora, hija?

- Pues... que Jesús no le dice a esa mujer que cura a su hija por lo que su hija es, por lo que ha hecho, por los méritos que ha alcanzado, ni nada de eso.... Jesús hace el milagro por la fe de la madre...

- Así es, hija, es la fe de la madre la que ha llegado al Corazón de Jesús y ha alcanzado el milagro... la fe de la madre... Debes aprender a orar como ella...

- Enséñame, Madre, enséñame

- La oración de la cananea tiene dos partes. La súplica inicial, la súplica que nace por el dolor de su hija, ese pedido de auxilio que nace en su corazón doliente. Pero su oración no termina allí. Jesús le pone una especie de pared delante....

- Así es Madre, si yo hubiese estado en su lugar quizás esa pared hubiera detenido el camino de mi oración...

- No si hubieses venido caminando conmigo. Pero sigamos. Jesús le pone una pared que ella ve y acepta... y así, postrada a los pies del Maestro su fe da un salto tal que le hace decir a Jesús "¡Anda! Por lo que has dicho, el demonio ha salido de tu hija". Ese salto de su fe es esa oración que persevera confiada a pesar de que las apariencias exteriores la muestren como “inútil” “para qué insistir”... por tanto, hija, te digo que no condiciones tu oración a actitudes de otras personas...

-¿Cómo es esto Madre?

- Cuando hagas oración por alguien, no esperes que esa persona ponga de sí “algo” para alcanzar el milagro. Tú continúa con tu oración, que los milagros se alcanzan por la fe de quien los pide más que por los méritos del destinatario. Suplica para ti esa fe, una fe que salta paredes, una fe que no se deja vencer por las dificultades, una fe como la de la cananea...

Y vienen a mis recuerdos otras personas que han vivido lo mismo... desde Jairo (Mt 9,18; Mc 5,36; Lc 8,50) o ese pobre hombre que pedía por su hijo (Mt 17,15 Mc 9,24) hasta Santa Mónica, suplicando tanto por su Agustín... y alcanzando milagros insospechados, pues ella solo pedía su conversión y terminó su hijo siendo no solo santo sino Doctor de la Iglesia...

Las oraciones de una mamá...

La fe de una mamá...

Te abrazo en silencio, Madre... y te suplico abraces a todas las mamás del mundo y les alcances la gracia de una fe como la de la cananea, esa fe que salta paredes y se torna en milagro...


NOTA de la autora: "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón por el amor que siento por Ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna.

Autor: Susana Ratero.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Un día nublado

Nunca estamos solos, especialmente en aquellos momentos de oscuridad y tormenta, la luz de la Iglesia nos alumbra el camino.
 
Era un día nublado, con frío y unas cuantas gotas de lluvia. La neblina no me dejaba ver, en estas condiciones la subida parecía no tener sentido. Sin embargo, estaba siguiendo el camino correcto y a pesar de los momentos difíciles, la esperanza de llegar seguía viva.

Cada uno de nosotros sube la montaña de la fe, es un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo y termina con el paso de la muerte a la vida eterna.

Pero muchas veces este camino puede oscurecerse, puede nublarse, y poco a poco vamos perdiendo el plano sobrenatural de la vida, sin darnos cuenta hacemos las cosas más a lo humano que con espíritu de fe. El grave error es vivir solamente con un criterio humano, y dejar la fe sólo para cuando convenga. Esto es separar la fe de nuestra vida, vivir una doble vida, falsa e incoherente.

Cuántos vamos a Misa, comulgamos, nos confesamos... pero vivimos la fe con pura exterioridad. Nuestras decisiones se vuelven conveniencias humanas y no cristianas. En lugar de subir la montaña, quizá con lentitud, pero con constancia, vamos descendiendo, olvidándonos del destino. San Gregorio Magno lo decía muy bien: "seria insensato el que, contemplando lo ameno del paisaje, se olvidara del término de su camino".

Debemos estar conscientes de que nunca estamos solos, especialmente en aquellos momentos de oscuridad y tormenta, la luz de la Iglesia nos alumbra el camino. Desde el inicio de su pontificado el Papa ha recordado la exigencia de redescubrir el camino de la fe. Esto es algo urgente; en la carta apostólica "Porta Fidei", el Papa convoca al "Año de la Fe" para que brillemos también nosotros y ayudemos a otros en el camino hacia la cumbre de la santidad.

El católico tiene que vivir siempre como católico, no puede olvidar su destino: llegar al encuentro con Dios. Y en esta subida, hemos de recordar que Él nos ha mandado ser luz del mundo, la fe sí se se puede vivir, no te canses de demostrar la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo.
Autor: Mariano Hernández

jueves, 17 de noviembre de 2011

Venga tu Reino Señor ¡Viva Cristo Rey!



Un Reino que los hombres no entendemos porque lo que tú viniste a enseñar no está en el exterior sino en lo más profundo de nuestro corazón.

Ante ti, Señor una vez más.
Ante ti, que siempre estás en el Sagrario para escucharme, para infundir calor a mi corazón muchas veces indiferente y frío. Más frío que estas tardes del ya cercano invierno. Pero hoy quiero que hablemos, no del cercano invierno, sino del cercano día en que vamos a festejar Tu día, Señor, el DÍA DE CRISTO REY.

El Padre Eterno, como tú nos enseñaste a llamarle a Dios, es el Rey del Universo porque todo lo hizo de la nada. Es el Creador de todo lo visible y de lo invisible, pero... ¿cómo podía este Dios decírselo a sus criaturas? ¿cómo podría hacer que esto fuese entendido?... pues simplemente mandando un emisario.

No fue un ángel, no fue un profeta, fuiste tú, su propio Hijo, tu, Jesús.

Como nos dice San Pablo: - "Fue la propia imagen de Dios, mediador entre Este y los hombres y la razón y meta de toda la Creación. Él existe antes que todas las cosas y todas tienen su consistencia en Él. Es también la cabeza del cuerpo, que es la Iglesia Católica. Es el principio, el primogénito, para que sea el primero en todo". Así se expresa San Pablo de ti, Jesús mío y en esa creencia maravillosa vivimos.

Cuando fuiste interpelado por Pilato diste tu respuesta clara y vertical: "Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos... PERO MI REINO NO ES DE AQUÍ". Entonces Pilato te dijo: "Luego... ¿tú eres rey?. Y respondiste: - "Tú lo dices que soy rey. Para esto he nacido yo y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la Verdad, escucha mi voz. (Juan 18,36-37).

Jesús... tú hablabas de un Reino donde no hay oro ni espadas, donde no hay ambiciones de riquezas y poder. Tu Reino es un reino de amor y de paz.

Un Reino que los hombres no entendieron y seguimos sin entender porque lo que tú viniste a enseñar no está en el exterior sino en lo más profundo de nuestro corazón.

Pertenecer a este Reino nos hace libres de la esclavitud del pecado y de las pasiones.

Pertenecer a este Reino nos hace súbditos de un Rey que no usa la ley del poder y del mando sino del amor y la misericordia.

Diariamente pedimos "venga a nosotros tu Reino".... y sabemos que en los hombres y mujeres de bien, ya está este Reino, pues el "Reino de Dios ya está con nosotros" (Lc.17, 20-21.

El domingo, la Iglesia celebra a "CRISTO REY". A ti, Jesús, que pasaste por la Tierra para decirnos que "REINAR ES PODER SERVIR Y NO SERVIRSE DEL PODER".

Que viniste para ayudar al hombre y bajar hasta él, morir con él y por él, mostrándonos el camino hacia Dios.

¡VENGA TU REINO, SEÑOR!

¡Viva Cristo Rey !


Autor: Ma Esther De Ariño.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Dios, siempre actual

¿Por qué no nos empeñamos en descubrir a Dios en todo, si en todo lo vamos a encontrar?

Una de las cosas que más nos deben importar en nuestra vida es que Dios sea siempre en nosotros Alguien y actual, vamos a hablar así. Que siempre sea de interés. Que nos preocupe siempre. Que nunca lo releguemos al olvido. Que Dios lo llene todo: nuestra oración, nuestro trabajo, nuestro amor, nuestro gozar, nuestras penas y nuestras preocupaciones. Que en todo, absolutamente en todo, esté presente Dios, porque Dios es para nosotros es interés sumo.

Se cuenta de un gran escritor católico que presentó un artículo sobre Dios a una revista francesa para su publicación. Lo lee el director, y dice visiblemente contrariado:

Hubiéramos preferido un artículo de actualidad.

O sea, que Dios era un ser algo pasado de moda, algo que había que arrinconar, algo que ya no interesaba. Afortunadamente, nosotros somos unas personas que decimos todo lo contrario:

¿Dios?... ¡Bienvenido sea su recuerdo! Que no se oscurezca nunca de la mente, ni se escape del corazón...

Esos que así se desinteresan de Dios no reflexionan sobre el mal que se echan encima. Nada más abrir la magna carta de San Pablo a los fieles de Roma, se encuentran con unas palabras que podrían hacerles temblar, y que podemos expresar de este modo:
¿No se dan cuenta de que ni los mismos paganos van a tener excusa en el tribunal de Dios? ¿Es que no ven a Dios en todas sus obras? ¿Tan ciegos están? ¿No saben leer el nombre de Dios en las estrellas, ni adivinarlo en una flor, ni encontrarlo en la sonrisa de una madre feliz, ni descubrirlo en el propio corazón, ni percibirlo en el grito de la conciencia?...

Al revés de esos que se cierran para no descubrir a Dios, vemos cómo los pensadores más grandes han sido creyentes. Los sabios, ordinariamente, son los primeros convencidos de que hay un Dios, y lo respetan, lo veneran, y esperan en Él.

Y nosotros, con muchas o pocas luces en nuestra inteligencia, pero con una fe inmensa recibida de Dios, cultivada por nosotros con esmero, gozamos cuando oímos y leemos algo de Dios, porque así avanzamos en el conocimiento de un Dios inmenso, incomprensible, pero que se esconde entero en nuestro corazón.

A los niños de la catequesis les enseñábamos un canto muy de niños: No hay reloj sin relojero, ni mundo sin Creador. Era un canto para niños, pero lo interesante es que un gran filósofo tenía bastante con este pensar de los niños, y se extasiaba ante un reloj precisamente, mientras se iba diciendo durante mucho rato:
El relojero es anterior al reloj, esto es evidente. Sin un relojero, no existiría el reloj. Y se decía a sí mismo entonces: Por lo mismo, el que ha hecho el mundo es anterior al mundo. Entonces, Dios es eterno.

Este sabio, de la obra del hombre, como es un reloj, ascendía con gran naturalidad a la obra de Dios y a Dios mismo.

Otro de los sabios más grandes, observador del firmamento, y el que determinó la ley de la gravitación universal, se descubría reverente la cabeza cuando oía el nombre de Dios.

La obra de Dios le hacía llegar al mismo Autor del Universo.

Un investigador moderno de la vida de los animales, y cuyos libros son una delicia, decía después de tanto estudio:

Yo no puedo decir que creo en Dios. Yo no puedo creer, porque yo veo a Dios.


Este observador de la Naturaleza, en los animalitos más pequeños encontraba la existencia de Dios de tal modo que casi se le hacía evidente.

Y es que toda la creación no es más que una moneda de oro en la que Dios el Creador acuñó su imagen, para que lo reconozca cualquiera que sepa leer y tenga ganas de interpretarla.

¿Ha pasado de moda esta manera de presentar la prueba de la fe? No; ni mucho menos. Por desgracia, hay todavía ateos en el mundo, y conviene ayudarles a abrir los ojos.

Pero no es esto precisamente lo que ahora nos interesa a nosotros. Nosotros, creyentes, lamentamos otra cosa, como es el disfrutar de la creación y no ayudarnos a tener a Dios mucho más presente en nuestra vida.

Hoy no vivimos estables en un rincón de nuestra tierra, sin más horizonte que unos kilómetros a nuestro alrededor. Hoy nos movemos mucho. Cada día descubrimos nuevos rincones cargados de belleza. La televisión nos ofrece programas estupendos sobre las maravillas del mundo. ¿Somos capaces de elevarnos a Dios aprovechando todos esos medios?

San Ignacio de Loyola acaba sus Ejercicios Espirituales con una magnífica meditación, llamada Contemplación para alcanzar amor.

Cuando se mira una planta, un gusanillo, el cielo tachonado de estrellas, todas las criaturas y todos los acontecimientos, se debe descubrir a Dios, para subir más hacia Él y crecer intensamente en su amor.

Así lo entendió un gran discípulo de San Ignacio, astrónomo de fama mundial, que escribió para su lápida sepulcral:

De la visión del cielo es corto el camino para llegar a Dios.

Volvemos a lo del principio: ¿Queremos que Dios nos interese a lo largo de todo el día? ¿Queremos que su luz se acreciente más en nuestra mente y que su amor encienda cada vez más nuestro corazón?... ¿Por qué no nos empeñamos en descubrirlo en todo, si en todo lo vamos a encontrar?....
Autor: Pedro García, Misionero Claretiano.

martes, 15 de noviembre de 2011

El Jesús de Madre Teresa de Calcuta

El Jesús de Madre Teresa de Calcuta
Conoce cómo describía a Jesús, quién era para ella....para que sea lo mismo para ti.
Autor: Teresa de Calcuta
Para mí, Jesús es
El Verbo hecho carne.
El Pan de la vida.
La víctima sacrificada en la cruz por nuestros pecados.
El Sacrificio ofrecido en la Santa Misa por los pecados del mundo y por los míos propios.
La Palabra, para ser dicha.
La Verdad, para ser proclamada.
El Camino, para ser recorrido.
La luz, para ser encendida.
La Vida, para ser vivida.
El Amor, para ser amado.
La Alegría, para ser compartida.
El sacrificio, para ser dados a otros.
El Pan de Vida, para que sea mi sustento.
El Hambriento, para ser alimentado.
El Sediento, para ser saciado.
El Desnudo, para ser vestido.
El Desamparado, para ser recogido.
El Enfermo, para ser curado.
El Solitario, para ser amado.
El Indeseado, para ser querido.
El Leproso, para lavar sus heridas.
El Mendigo, para darle una sonrisa.
El Alcoholizado, para escucharlo.
El Deficiente Mental, para protegerlo.
El Pequeñín, para abrazarlo.
El Ciego, para guiarlo.
El Mudo, para hablar por él.
El Tullido, para caminar con él.
El Drogadicto, para ser comprendido en amistad.
La Prostituta, para alejarla del peligro y ser su amiga.
El Preso, para ser visitado.
El Anciano, para ser atendido.
Para mí, Jesús es mi Dios.
Jesús es mi Esposo.
Jesús es mi Vida.
Jesús es mi único amor.
Jesús es mi Todo.

lunes, 14 de noviembre de 2011

La segunda tentación

Esa que nos hace pensar que no ha pasado nada. O esa que nos dice que es imposible volver a empezar.

Llega una tentación. De avaricia o de lujuria, de envidia o de soberbia, de pereza o de egoísmo, de vanidad o de ira.

Si no estuvimos atentos, si no recurrimos a la ayuda divina, la tentación penetra, poco a poco, en el alma. Luego crece desde las pasiones, entre dudas y ansiedades. Al final, sucumbimos. Hemos pecado.
Entonces puede insinuarse la segunda tentación. Esa que nos hace pensar que no ha pasado nada. O esa que nos dice que es imposible volver a empezar. O esa que nos aparta de Dios: si hemos sido tan malos, ¿con qué cara podemos pedir misericordia?

La segunda tentación es terrible: paraliza el corazón, encadena la voluntad, hiere mortalmente la esperanza, prepara el terreno a nuevos pecados, nos aparta de Dios.

Si el pecado ha vencido en nuestras vidas, si nos ha robado la amistad con Dios y la unión con los hermanos, necesitamos más que nunca pedir la gracia del perdón. No podemos permitir que la segunda tentación nos hunda más y más en el mal cometido. No podemos dejar crecer el monstruo de la desconfianza que destruye tantas vidas. No podemos abrir las puertas al pecado diabólico por excelencia: pensar que ni siquiera Dios es capaz de perdonarnos.

Resistir la primera tentación es posible sólo con Dios. Si el pecado se hizo presente por nuestra culpa, necesitamos más que nunca volver a Dios para resistir al más terrible de los males: la segunda tentación.

Para ello, hemos de aprender a ver nuestro pecado como Dios lo ve: como la herida en un hijo. Porque para Dios el hijo no deja de serlo si está enfermo. Somos también suyos en medio del lodo del pecado.

La mirada paterna del Dios de misericordia nos da fuerzas para reemprender la lucha, para acudir al sacramento de la confesión, para amar más porque hemos sido muy amados, para perdonar a mis hermanos porque también yo, mil y mil veces, he sido perdonado...
Autor: P. Fernando Pascual LC.