"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

viernes, 15 de septiembre de 2017

¿Cómo llevarte bien con tu familia política?



Te damos algunos tips para mejorar la relación con la familia polítíca

Cuando una persona toma la decisión de compartir su vida en pareja, no sólo lo hace con el ser amado. Quiérase o no, también la relación incluirá a la familia política.
Convivir con estos familiares es inevitable y, en gran medida, la buena o mala relación con ellos, determinará el rumbo de la pareja. Esto incluye el trato con suegros, suegras, cuñados e incluso tíos y tías.
A veces estos familiares pueden contribuir a terminar una relación en su afán por consolidarla, pero con los métodos equivocados.
Establecer, por ejemplo, esas famosas tradicionales reuniones “en casa de mis papás”, como si fueran una obligación ineludible, es bastante serio y atenta contra la flexibilidad y la espontaneidad de la relación de pareja. Pero, sobre todo, atenta contra la posibilidad de construir un modo de comunicación único e intransferible que le sirve a una pareja y nada más. Empiezan las tensiones, porque la hija o hijo político se siente obligado, más que inclinado a ir y, por lo tanto, no va a gusto.
Otras prácticas que desembocan en conflictos seguros son:
- Pedir prestado dinero.
- Demostrar a los suegros falta de apoyo por parte de la pareja (“él o ella no me entiende ni me apoya”).
- Cuando los suegros tratan de resolver los conflictos de la pareja.
- En la pareja, comparar a la esposa con la madre.
- Delegar a los suegros el papel de educadores de los hijos (es algo que está sucediendo mucho en México).
Comparto contigo algunas reglas que pueden ayudarte:
- Quiere a tus suegros, pero recuerda que no son tus padres. No los uses como confidentes hablándoles mal de tu marido o esposa, ni les llames para quejarte, llorar o reclamar cuando él o ella se porta mal. No es un niño o niña chiquita.
- Ten atenciones para con ellos y procura siempre recordar los cumpleaños y fechas importantes para felicitarlos o tener algún buen detalle.
- Si tu pareja está alejada de ellos, incentiva su reconciliación o acercamiento.
- No andes con chismes; la discreción es una virtud que no debes olvidar.
- No acuses a tu suegra con tu marido o con tu esposa. Si tienes alguna diferencia con ella, es mejor aclararla de manera diplomática.
- Comídete cuando vayas a casa de ellos. No se trata de que seas servil o te humilles, sino que ayudes y te solidarices en tareas sencillas como recoger la vajilla, lavar algún traste o poner la mesa.
- Si tienes hijos, jamás les hables mal de sus abuelos paternos o maternos.
- Nunca te pelees ni faltes el respeto a tu suegra o suegro. Recuerda que es la mamá o el papá de tu cónyuge y que también los quiere. Si la relación es insoportable, antes de perder el estilo, mejor aléjate.
- Las diferencias entre tu cónyuge y tú sólo competen a ustedes, no hagan escenitas frente a los familiares.



El padre, la madre y los hermanos de la pareja nunca van a dejar de serlo, y como tal hay que asumirlo. La realidad en nuestro país demuestra que uno de los principales motivos de consulta psicológica es precisamente los conflictos de pareja, y un aspecto que lo provoca es una mala relación con los familiares políticos.

El “estudio sobre el origen de los conflictos en la familia política” realizado en el 2011 por el Instituto de Investigación en Psicología Clínica y Social arrojó que en el caso de las mujeres la relación más conflictiva no es, como pudiera pensarse, con la suegra, sino con los cuñados. En cambio, en los varones la interacción más problemática sí es con la suegra, seguida por su padre político.

Debemos aceptar esta realidad, tener una relación sana con ellos es sinónimo de salud emocional, que seguramente robustecerá la vida en pareja.

Los roles adecuados serían los siguientes:

- Que los suegros respeten el espacio de la pareja.
- Mostrar independencia económica y emocional.
- Tener una vida afectiva satisfactoria.
- Que los suegros respeten las decisiones de pareja y resuelvan solos sus conflictos.
- Que la pareja asuma su rol de padres cuidando a sus hijos.
Recuerda: Al casarte con alguien, también lo haces con la familia. Por el bien de tu matrimonio y de tus hijos, busca unir y no separar, y estoy segura vivirán más tranquilos y felices.
Por: Lucía Legorreta de Cervantes




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jueves, 14 de septiembre de 2017

Amar al enemigo



El amor al enemigo, es el signo del verdadero cristiano, es lo que debe distinguirlo de los demás.

1. En el Evangelio de hoy, Jesús sigue enseñándonos sobre la nueva justicia. En ella se contrapone la ley judía a las exigencias cristianas. Hoy nos habla sobre el amor a los enemigos.

La ley judía exigía amar sólo al prójimo: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Significa amar al que está cerca, al que vive conmigo, al hermano, pariente, amigo.

En cambio, el judío no está obligado a amar al que se encuentra lejos de él - lejos interior o exteriormente. Sobre todo, no ha de amar al enemigo personal, al enemigo de su pueblo (p.ej. pueblos vecinos hostiles), al enemigo de Dios. Ésta es la ley judía.

2. Porque al cristiano se le exige mucho más que al judío. Jesús habla muy claro sobre ello, en el Evangelio de hoy: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian”.

El amor al enemigo, es el signo del verdadero cristiano, es lo que debe distinguirlo de los demás. En eso tenemos que imitar a Dios-Padre: Él trata igual a buenos y malos, da sus dones a justos e injustos, no distingue entre santos y pecadores, porque todos son sus hijos queridos.

3. Parece que Jesús no conoce más que una ley, la ley del amor, y que saca de ella todas sus consecuencias, y hasta los últimos detalles. Este rigor del Señor, a algunos los entusiasma y a otros los llena de indignación.

Y a nosotros, ¿nos ha entusiasmado o nos ha indignado Jesús con sus exigencias? Esto sería, por lo menos, una señal de que las hemos entendido. Porque lo peor que podría sucedemos es escucharlas con unos oídos tan distraídos y tan habituados, que ni siquiera nos impresionaran.

Es grave escuchar la palabra de Dios y rechazarla. Pero, ¿qué decir de los que la aceptan, la aclaman litúrgicamente, y ni siquiera se dan cuenta de ella? Para los que no creen en Jesús, todavía queda una oportunidad: el futuro sigue abierto para ellos y pueden convertirse. Pero, ¿qué pasa con aquellos que se imaginan que creen y que, sin embargo, ni siquiera se les ocurre pensar que podrían y que deberían cambiar?

4. Las exigencias duras de Cristo son para nosotros palabras de salvación únicamente cuando empiezan por hacemos daño: ¡Amar a los enemigos, cuando resulta ya tan difícil amar realmente a los que nos aman! ¡Hacer el bien a los que nos odian, cuando nos cuesta ya tanto poner buena cara a los que nos hacen el bien!

¡Rezar por los que nos persiguen y calumnian, si apenas nos tomamos tiempo para rezar por los nuestros! En cuanto a presentar la otra mejilla y ofrecerle nuestra camisa al que ya nos ha quitado el saco, no será una exageración que ninguna persona con sentido común piensa practicar.

5. En una palabra: estos consejos del Señor atentan contra toda nuestra realidad humana. La ley de este mundo, después de más de 2000 años de cristianismo, sigue siendo el “ojo por ojo, diente por diente”. Parece que a la violencia sólo se puede responder con la violencia.

Pero la verdad es que así no se consigue nada. La espiral de la venganza, del odio y de la violencia se irá adelante indefinidamente. Hay que salir de este cerco. Hay que romper ese círculo vicioso de actos de violencia con un “hecho nuevo”. Hay que adoptar una actitud distinta de la del adversario.

6. Feliz el que sabe dar el primer paso para acercarse. Porque no hay nada mejor que, de repente, en un conflicto uno perdone al otro, abandone su posición, deje de devolver el golpe. No hay más que una salida: que uno de los dos tenga la idea prodigiosa de comenzar a amar al enemigo.

Cuando se recibe un bofetón en la mejilla y se devuelve otro, éste no es más que el eco del anterior. Pero si el que lo recibe no lo devuelve, sino que perdona, entonces hace aparecer sobre la tierra algo inesperado. Si tomamos a alguien su saco, podemos decir de antemano que nos negará la camisa. Pero si en lugar de negarla nos la da, entones quedaremos estupefactos, porque es una cosa totalmente nueva, imprevista.

Lo que se nos pide es hacer algo nuevo en nuestra vida, ser creadores en el amor, no dejarnos esclavizar por el pecado. Significa convertir el enemigo, el adversario en un hermano. Significa acercamos a él, hacerlo prójimo, amarlo como a sí mismo. Significa descubrir en el enemigo, como en cada hombre, a Jesucristo mismo.

7. Queridos hermanos, el cristianismo no es una religión fácil. Ser un cristiano auténtico exige sacrificio, heroísmo, renuncia al odio, al rencor y a la venganza...
Examinémonos, por eso:

• ¿Cuál es nuestra reacción a calumnias, ofensas e injusticias?
• ¿Reaccionamos con odio, rencor, venganza, resentimientos?
• ¿O logramos comprensión, aceptación, perdón y olvido? ¡Pensémoslo un momento!

¡Qué así sea!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén.
Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del Padre Nicolás Schwizer




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miércoles, 13 de septiembre de 2017

Las bienaventuranzas, un mundo al revés



La Palabra de Cristo en el Evangelio nos ofrece otra perspectiva de vida

Un viejo ermitaño fue invitado cierta vez a visitar la corte del rey más poderoso de aquella época. Era un rey poderoso, con un ejército incontable, con mansiones que dejaban admirado a todo mundo, y con mujeres que hacía presentir el placer que se viviría a todas horas en los palacios.

Ese soberano, quiso mostrar su bondad, invitando un día a un viejo ermitaño que vivía en la excavación de una roca y tenía como alimento lo único que puede proporcionar la vida silvestre y que bebía directamente de un riachuelo cercano.

“Envidio a un hombre santo como tú, que se contenta con tan poco” comentó el soberano.

”Yo envidio a Vuestra Majestad, que se contenta con menos que yo.” Respondió el ermitaño.

”¿Cómo puedes decirme esto, cuando soy el rey y todo lo que puedes contemplar me pertenece?”.

“Justamente por eso. Yo tengo la música de los astros y las estrellas, tengo los ríos y las montañas del mundo entero, tengo la luna y el sol, porque tengo a Dios en mi alma. Vuestra Majestad, sin embargo, sólo posee este reino”, concluyó el ermitaño.

Me he atrevido a citar este texto porque en la línea de sencillez puede ilustrar muy bien el mensaje que nos regala la liturgia de este domingo: el mensaje de las bienaventuranzas, el sermón de la montaña, el corazón del mensaje de Cristo, que invita sencillamente a poner nuestro corazón en el corazón de Dios, donde nada nos hará falta y donde todo lo tendremos.

A veces, cuando se piensa superficialmente, está uno tentado a pensar si Cristo no se estaría burlando de los hombres cuando llama dichosos, felices, bienaventurados a los pobres, a los que sufren, a los que lloran, a los que tienen hambre. Pero cuando se examina la vida de Cristo, nos damos cuenta que no había ser más feliz, más libre, más dichoso que él, que no poseía nada y que estaba dispuesto a dar todo lo que tenía de sí.

Ese es el mensaje más profundo de Cristo, que a los cristianos, a sus seguidores, nos hace falta dar el salto de los simples mandamientos, hasta darlo todo, hasta vivir desprendidos de todo, porque todo lo recibiremos a cambio.

Raniero Cantalamessa, el predicador del Papa, expresa esta magistralmente esto que intento decirles: “Cuánta gente carga la propia barca de una infinidad de baratijas, que creen necesarias para que el mismo viaje resulte agradable, en el dilatado viaje en el río de la vida hasta casi hacerlo sucumbir; pero, en realidad todas son inútiles y sin importancia. Más bien, ¿por qué no hacer que la barca de nuestra vida sea ligera, cargada sólo de las cosas que verdaderamente son necesarias? Un cassette agradable, placeres sencillos, uno o dos amigos dignos de este nombre, alguno al que amar y alguno que te ame; un gato, un perro y lo suficiente para comer y para cubrirse. Encontraremos de este modo que es mucho más fácil empujar la barca. Tendremos tiempo para pensar, para trabajar y también para beber algo estando relajados al sol”.

Y ya que he citado a dos autores, permítanme agregar a otro, con la sola idea de invitar a todos mis lectores, que de una vez por todas, se animen a tomar el Evangelio en sus manos, encontrar el capítulo quinto de San Mateo, y comenzar a ver la vida de una manera nueva, ver la vida al revés, ver la vida como estaríamos llamados a vivir en la verdadera vida.

Así se expresa Giovanni Papini en su célebre Historia de Cristo: “Quien ha leído el Sermón de la Montaña y no ha sentido, por lo menos en el corto momento de la lectura, un escalofrío de agradecida ternura, un impulso de llanto en lo más hondo de la garganta, un estrujamiento de amor y de remordimientos, una necesidad confusa, pero punzante, de hacer algo para que aquellas palabras no se queden tan sólo en palabras, para que aquél Sermón no sea únicamente sonido y señal, sino esperanza inminente, vida cálida en todos los vivos, verdad actual, verdad para siempre y para todos: quien lo ha leído una sola vez y no ha experimentado todo eso, es que necesita antes que nadie nuestro amor, porque todo el amor de los hombres no alcanzará jamás a compensarlo de lo que ha perdido”.

Finalmente me atrevo a citar lo que oí hace muchos años, de los años cuando en la Rusia del comunismo de Stalin, todo lo que oliera a Evangelio y a Iglesia y a espiritualidad estaba fulminantemente prohibido, un día se propusieron hacer una obra de teatro donde el actor principal tendría que tomar distraídamente la Biblia, comenzar a leer desparpajadamente el inicio del capítulo 5 de San Mateo, “Bienaventurados los pobres... bienaventurados los que sufren..." y arrojar el libro al suelo acompañando la acción con una sonora carcajada.

Comenzó la obra, y cuando el actor comenzó a leer, ya delante de todo el auditorio, fue tal el impacto que sintió al ir leyendo, que ya no pudo retirar su vista del texto que tenía en sus manos, y subyugado por la profundidad del texto, siguió leyendo y leyendo, al grado que tuvieron que bajar el telón, porque aquello se había salido totalmente de todo lo planeado, y aquel momento inesperado se había convertido en una inmejorable lección catequística.
Por: P. Alberto Ramírez Mozqueda 




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martes, 12 de septiembre de 2017

Jesús se dirige al Padre en la oración.



Catequesis de SS Juan Pablo II. Julio 22 de 1987.

1. Jesucristo es el Hijo íntimamente unido al Padre; el Hijo que “vive totalmente para el Padre” (cf. Jn 6, 57); el Hijo, cuya existencia terrena total se da al Padre sin reservas. A estos temas desarrollados en las últimas catequesis, se une estrechamente el de la oración de Jesús: tema de la catequesis de hoy. Es, pues, en la oración donde encuentra su particular expresión el hecho de que el Hijo esté íntimamente unido al Padre, esté dedicado a Él, se dirija a Él con toda su existencia humana. Esto significa que el tema de la oración de Jesús ya está contenido implícitamente en los temas precedentes, de modo que podemos decir perfectamente que Jesús de Nazaret “oraba en todo tiempo sin desfallecer” (cf. Lc 18, 1 ). La oración era la vida de su alma, y toda su vida era oración. La historia de la humanidad no conoce ningún otro personaje que con esa plenitud -de ese modo- se relacionara con Dios en la oración como Jesús de Nazaret, Hijo del hombre, y al mismo tiempo Hijo de Dios, “de la misma naturaleza que el Padre”.

2. Sin embargo, hay pasajes en los Evangelios que ponen de relieve la oración de Jesús, declarando explícitamente que “Jesús rezaba”. Esto sucede en diversos momentos del día y de la noche y en varias circunstancias. He aquí algunas: “A la mañana, mucho antes de amanecer, se levantó, salió y se fue aun lugar desierto, y allí oraba” (Mc 1, 35). No sólo lo hacía al comenzar el día (la “oración de la mañana”), sino también durante el día y por la tarde, y especialmente de noche. En efecto, leemos: “Concurrían numerosas muchedumbres para oírle y ser curados de sus enfermedades, pero Él se retiraba a lugares solitarios y se daba a la oración” (Lc 5, 15-16). Y en otra ocasión: “Una vez que despidió a la muchedumbre, subió a un monte apartado para orar, y llegada la noche, estaba allí solo” (Mt 14, 23).

3. Los evangelistas subrayan el hecho de que la oración acompañe los acontecimientos de particular importancia en la vida de Cristo: “Aconteció, pues, que, bautizado Jesús y orando, se abrió el cielo...” (Lc 3, 21), y continúa la descripción de la teofanía que tuvo lugar durante el bautismo de Jesús en el Jordán. De forma análoga, la oración hizo de introducción en la teofanía del monte de la transfiguración: “...tomando a Pedro, a Juan y a Santiago, subió a un monte para orar. Mientras oraba, el aspecto de su rostro se transformó...” (Lc 9, 28-29).

4. La oración también constituía la preparación para decisiones importantes y para momentos de gran relevancia de cara a la misión mesiánica de Cristo. Así, en el momento de comenzar su ministerio público, se retira al desierto a ayunar y rezar (cf. Mt 4, 1-11 y paral.); y también, antes de la elección de los Apóstoles, “Jesús salió hacia la montaña para orar, y pasó la noche orando a Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sí a los discípulos y escogió a doce de ellos, a quienes dio el nombre de apóstoles” (Lc 6, 12)13). Así también, antes de la confesión de Pedro, cerca de Cesarea de Filipo: “...aconteció que orando Jesús a solas, estaban con Él los discípulos, a los cuales preguntó: ¿Quién dicen las muchedumbres que soy yo? Respondiendo ellos, le dijeron: ´Juan Bautista; otros Elías; otros, que uno de los antiguos Profetas ha resucitado´. Díjoles Él: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Respondiendo Pedro, dijo: “El Ungido de Dios” (Lc 9, 18-20).

5. Profundamente conmovedora es la oración de antes de la resurrección de Lázaro: “Y Jesús, alzando los ojos al cielo, dijo: !Padre: te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que siempre me escuchas, pero por la muchedumbre que me rodea lo digo, para que crean que tú me has enviados!” (Jn 11, 41-42).

6. La oración en la última Cena (la llamada oración sacerdotal), habría que citarla toda entera. Intentaremos al menos tomar en consideración los pasajes que no hemos citado en las anteriores catequesis. Son éstos: “...Levantando sus ojos al cielo, añadió (Jesús): ´Padre, llegó la hora; glorifica a tu Hijo para que tu hijo te glorifique, según el poder que le diste sobre toda carne, para que a todos los que tú le diste les dé Él la vida eterna´" (Jn 17, 1-2). Jesús reza por la finalidad esencial de su misión: la gloria de Dios y la salvación de los hombres. Y añade: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios Verdadero, y a tu enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado sobre la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar. Ahora, tú, Padre glorifícame cerca de ti mismo con la gloria que tuve cerca de ti antes que el mundo existiese” (Jn 17, 3-5).

7. Continuando la oración, el Hijo casi rinde cuentas al Padre por su misión en la tierra: “He manifestado tu nombre a los hombres que de este mundo me has dado. Tuyos eran, y tú me los diste, y han guardado tu palabra. Ahora saben que todo cuanto me diste viene de ti” (Jn 17, 6-7) Después añade: “Yo ruego por ellos, no ruego por el mundo, sino por los que tú me diste, porque son tuyos...” (Jn 17, 9). Ellos son los que “acogieron” la palabra de Cristo, los que “creyeron” que el Padre lo envió. Jesús ruega sobre todo por ellos, porque “ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti” (Jn 17, 11). Ruega para que “sean uno”, para que “no perezca ninguno de ellos” (y aquí el Maestro recuerda “al hijo de la perdición”), para que “tengan mi gozo cumplido en sí mismos” (Jn 17, 13): En la perspectiva de su partida, mientras los discípulos han de permanecer en el mundo y estarán expuestos al odio porque “ellos no son del mundo”, igual que su Maestro, Jesús ruega: “No pido que los saques del mundo, sino que los libres del mal” (Jn 17, 15).

8. También en la oración del cenáculo. Jesús pide por sus discípulos: “Santifícalos en la verdad, pues tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los envié al mundo, y yo por ellos me santifico, para que ellos sean santificados en la verdad” (Jn 17, 17-19). A continuación Jesús abraza con la misma oración a las futuras generaciones de sus discípulos. Sobre todo ruega por la unidad, para que “conozca el mundo que tú me enviaste y amaste a éstos como tú me amaste a mí” (Jn 17, 25). Al final de su invocación, Jesús vuelve a los pensamientos principales dichos antes, poniendo todavía más de relieve su importancia. En ese contexto pide por todos los que el Padre le “ha dado” para que “estén ellos también conmigo, para que vean mi gloria, que tú me has dado; porque me amaste antes de la creación del mundo” (Jn 17, 24).

9. Verdaderamente la “oración sacerdotal” de Jesús es la síntesis de esa autorrevelación de Dios en el Hijo, que se encuentra en el centro de los Evangelios. El Hijo haba al Padre en el nombre de esa unidad que forma con Él (“Tú, Padre, estás en mí y yo en ti” Jn 17, 21). Y al mismo tiempo ruega para que se propaguen entre los hombres los frutos de la misión salvífica por la que vino al mundo. De este modo revela el mysterium Ecclesiae, que nace de su misión salvífica, y reza por su futuro desarrollo en medio del “mundo”. Abre la perspectiva de la gloria, a la que están llamados con Él todos los que “acogen” su palabra.

10. Si en la oración de la última Cena se oye a Jesús hablar al Padre como Hijo suyo “consubstancial”, en la oración del Huerto, que viene a continuación, resalta sobre todo su verdad de Hijo del Hombre. “Triste está mi alma hasta la muerte. Permaneced aquí y velad” (Mc 14, 34), dice a sus amigos al llegar al huerto de los olivos. Una vez solo, se postra en tierra y las palabras de su oración manifiestan la profundidad del sufrimiento. Pues dice: “Abbá, Padre, todo te es posible; aleja de mí este cáliz, mas no se haga lo que yo quiero sino lo que tú quieres” (Mt 14, 36).

11. Parece que se refieren a esta oración de Getsemaní las palabras de la Carta a los Hebreos. “Él ofreció en los días de su vida mortal oraciones y súplicas con poderosos clamores y lágrimas al que era poderoso para salvarle de la muerte”. Y aquí el Autor de la Carta añade que “fue escuchado por su reverencial temor” (Heb 5, 7). Sí. También la oración de Getsemaní fue escuchada, porque también en ella -con toda la verdad de su actitud humana de cara al sufrimiento- se hace sentir sobre todo la unión de Jesús con el Padre en la voluntad de redimir al mundo, que constituye el origen de su misión salvífica.

12. Ciertamente Jesús oraba en las distintas circunstancias que surgían de la tradición y de la ley religiosa y de Israel, como cuando, al tener doce años, subió con los padres al templo de Jerusalén (cf. Lc 2, 41 ss.), o cuando, como refieren los evangelistas, entraba “los sábados en la sinagoga, según la costumbre” (cf. Lc 4, 16). Sin embargo, merece una atención especial lo que dicen los Evangelios de la oración personal de Cristo. La Iglesia nunca lo ha olvidado y vuelve a encontrar en el diálogo personal de Cristo con Dios la fuente, la inspiración, la fuerza de su misma oración. En Jesús orante, pues, se expresa del modo más personal el misterio del Hijo, que “vive totalmente para el Padre”, en íntima unión con Él.

Por: San Juan Pablo II | Fuente: Catequesis de SS Juan Pablo II.




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