TODOS UNIDOS, AL DOLOR Y A LAS
ORACIONES DE LOS FAMILIARES Y AMIGOS DE LAS VICTIMAS DEL ATENTADO DE
BARCELONA-ESPAÑA
"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)
viernes, 18 de agosto de 2017
Hoy toda España es Barcelona y con Barcelona
jueves, 17 de agosto de 2017
¿Por qué es tan difícil perdonar?
Para perdonar tenemos que elevar nuestra memoria a un nivel superior,
reemplazando el recuerdo doloroso por las palabras de Jesús
Una de las pruebas más difíciles que se enfrentan en la vida es la
constatación de que se es incapaz de perdonar a alguien que nos lastimó. Jesús
nos dio un ejemplo de esa actitud cuando relató la parábola del hijo pródigo
que malgastó su herencia.
Cuando a este jóven se
le acabó todo el dinero y empezó a pasar necesidad en una tierra donde había
sobrevenido un hambre extrema, decidió volver a su padre, pedir perdón y
solicitar ser tratado como a uno de sus jornaleros. El padre misericordioso,
que nunca dejó de amar a su hijo, lo perdonó en el acto y le devolvió su
lugar en la casa, como su hijo.
Pero el hermano
mayor, que había permanecido fiel a su padre, se quejó. Estaba celoso de la
fiesta que se había organizado en honor de su hermano pródigo.
Al hermano mayor le
pareció completamente injusto que su padre honrara a ese hermano descarriado,
mientras que a él nunca lo había recompensado por su lealtad y su trabajo. En
lugar de alegrarse por la conversión y el regreso de su hermano, el mayor se
irritó y se entristeció, y se negó a entrar en el banquete.
El padre le explicó
por qué debía alegrarse: porque el hijo que estaba perdido había vuelto. En ese
momento, el hermano mayor tuvo que elegir. ¿Haría caso a la súplica de su padre
y se uniría a su alegría, o se encerraría en sí mismo y en su tristeza
autocompasiva? ¿Iba a aceptar reconciliarse con su hermano, aunque no fuera más
que por amor a su padre, o se retiraría amargado y con el corazón endurecido?
Jesús no nos contó
cuál fue la reacción del hermano mayor. Tal vez quería que reflexionáramos
sobre cuál sería nuestra reacción, ya que es una opción que todos, tarde o
temprano, vamos a tener que hacer.
Sea porque tenemos a
un alcohólico en la familia, o un ser querido se hace adicto a las drogas, o un
cónyuge nos es infiel o un amigo nos traiciona, todos, en algún momento, nos
enfrentaremos con la opción de perdonar a quien nos hirió, incluso si esa
persona no nos pide perdón.
El único remedio veraz
para curar ese tipo de sufrimiento es perdonar a quien nos hirió. Por eso es
que Jesús nos regaló el “Padrenuestro”.
Si nosotros no
perdonamos a los demás, cada vez que rezamos el Padrenuestro, ¡estamos pidiendo
a Dios que no nos perdone las ofensas que hacemos contra Él! Jesús también nos
dio Su propio ejemplo en la Cruz cuando dijo: “Padre, perdónales, porque no
saben lo que hacen”.
¿Por qué es
tan difícil perdonar y olvidar?
Yo lo llamo “vivir en
el recuerdo”. Cuando nuestra Fe y nuestra Esperanza son débiles, podemos vivir
inmersos en un recuerdo triste.
Durante años revivimos
y reavivamos ese momento de dolor y enojo, hasta que se nos deforma el alma y
se nos endurece el corazón.
En ese estado, empezamos
a justificar todas nuestras debilidades por esa experiencia dolorosa que
recordamos una y otra vez.
A esa altura, es
imposible ver las propias faltas con humildad y tratar de cambiar nuestra
conducta indeseable para bien. Al final, un día nos percatamos de que estamos
atrapados en un ciclo sin fin de frustración, enojo y tristeza.
Esa es una situación
peligrosa ya que, a menos que rompamos ese patrón, todo lo que nos suceda cada
día será un recuerdo de ese incidente que nos lastimó tanto.
La tensión va a ir en
aumento hasta que la vida entera se va a ver destruida por frustraciones que no
existen. Es fácil imaginarse al hermano mayor cargado de amargura contra su
hermano descarriado durante mucho tiempo.
Si eligiera rechazar
la alegría de la reconciliación y el sacrificio, cosecharía solamente tristeza
y tormentos. Se estaría cargando sobre las espaldas ese rencor cada vez que
viera a su hermano. Pero sería la opción que él mismo escogió la que le
causaría tristeza.
¿Cuál es la
solución? ¿Cómo logro perdonar?
Sin duda, perdonar no
es hacer de cuenta que no tenemos problemas ni sentimientos, ni que nunca hubo
ofensa. No se pueden enterrar los sentimientos ni los recuerdos a costa de una
gran fuerza de voluntad. Eso no sirve.
No, la respuesta
requiere de un enfoque completamente distinto. Debemos usar esos sentimientos
que nos provocan dolor como una oportunidad para imitar al Padre, nuestro Dios
Compasivo, Misericordioso y Amante, que hace salir el sol sobre justos e
injustos.
Tenemos que empezar a
ver lo sucedido como algo que Él permitió que pasara para nuestra santificación,
para hacernos santos según nuestra reacción ante ese acontecimiento doloroso.
En lugar de tratar de
hacer de cuenta que no nos sentimos heridos, tenemos que elevar nuestra
memoria a un nivel superior, reemplazando el recuerdo doloroso por las palabras
de Jesús o por algún incidente de Su vida.
La memoria, una de
nuestras facultades mentales, es un regalo precioso que nos dio Dios. Pero debe
ser usada correctamente. La memoria debe considerarse un depósito tremendo
donde podemos guardar todo lo que nos relatan los Evangelios acerca de Jesús y
Su vida, llenando el lugar con Oración, Escrituras y los Sacramentos.
Cada vez que
recordamos una ofensa pasada, debemos reemplazar el recuerdo con palabras de
Jesús, trayendo a la memoria los episodios en que Él perdonó, y cómo utilizó
cada oportunidad para dar Honor y Gloria a Su Padre.
Entonces, cuando
aparezca un recuerdo inquietante, podemos “cambiar de carril” hacia un
pensamiento diferente: uno centrado en Jesús. Esto va a lograr que nuestra
memoria se eleve por sobre las cosas de este mundo, y empiece a vivir en la
Palabra de Dios.
Sin embargo, este
proceso de sustituir un mal recuerdo por buenos pensamientos puede utilizarse
incorrectamente. Si se realiza en una esfera completamente natural, puede
ayudar a cambiar el pensamiento, pero nunca nos va a provocar un cambio de vida
que nos acerque a la unión con Dios.
Por ejemplo: un colega
nos ofende con un comentario antipático. Uno permanece callado, pero las
palabras que dijo nos queman por dentro como el fuego. Hay quienes nos
aconsejarán salvar esta situación a través del “pensamiento positivo”, o
mediante alguna técnica como la formación de una imagen mental de una flor que
flota en un lago espejado.
Esto puede cambiar el
patrón de pensamiento y calmar los ánimos, pero no nos va a hacer
semejantes a Jesús. No, no es esa la manera de proceder.
Jesús es el
centro del perdón
Es Jesús quien debe
ocupar el centro de nuestras facultades mentales. Jesús es el
Camino a seguir para controlar nuestra memoria y nuestra imaginación. Es
Jesús la Verdad que nos ayuda a elevar nuestro entendimiento por encima de
nuestra limitada capacidad para ver los Misterios de Dios. Y Jesús es la Vida a
través de la cual se fortalece nuestra voluntad para superar los más grandes
obstáculos.
Como cristianos,
debemos luchar por vivir una vida santa, la vida de un hijo de Dios –no
simplemente una “buena” vida como meras criaturas de Dios-.
Es solamente a través
de Jesús que podemos elevarnos de una vida de imperfección o tristeza o
amargura a una vida de santidad y esperanza y alegría.
Dios siempre saca
cosas buenas de toda situación para quienes lo aman,
si no en esta vida, en la otra.
Cuando ponemos nuestra
confianza en nuestro Dios Amor, todas nuestras penurias pueden convertirse en
escalones que nos lleven al Cielo.
Por: Madre Angélica | Fuente: EWTN.com
miércoles, 16 de agosto de 2017
Una historia que merece ser escuchada
Más que repartir bienes es poder compartir un poco de nuestro tiempo con
los más necesitados
Miles, millones de personas viven en nuestras ciudades sin un techo que les
proteja de la lluvia y las bajas temperaturas del invierno. Juventud
Misionera en España es consciente de ello y sus jóvenes han decidido no
quedarse con los brazos cruzados, “por eso queremos empezar este apostolado
llamado ‘Cristo de la Calle’ en el que recogemos ropa, mantas, almohadas y
comida para entregarlo a todo aquel que lo necesite”. Hace unos meses
comenzaron su andadura un grupo de chicos y chicas, acompañados por algunos
sacerdotes legionarios y se dedicaron a recorrer el centro de Madrid saliendo
al encuentro de los hombres y mujeres que viven en sus calles.
“Más que repartir bienes
es poder compartir un poco de nuestro tiempo con los más necesitados”, nos
explican. “Cada uno de ellos tiene un nombre y merece ser llamado por él.
Cada una de estas personas tiene una historia y merece ser escuchada”.
Ahora bien, para que la actividad tenga éxito es necesaria la ayuda de todos.
Paula Carrasco,
estudiante salvadoreña en la Universidad Francisco de Vitoria, en Madrid, es
una de las principales impulsoras de esta iniciativa, y ha explicado a SomosRC
en qué consiste.
Paula, ¿cuál es el origen
de esta iniciativa?
‘Cristo de la Calle’
nació en El Salvador donde hay mucha necesidad apostólica pues gran parte de su
población vive en pobreza extrema. Mis amigos del Regnum
Christi de El Salvador fueron los que iniciaron y pusieron nombre a este
apostolado que poco a poco ha ido creciendo. Tuve la experiencia de
participar en él un par de veces y me di cuenta de que es algo muy sencillo, no
toma mucho tiempo y, sin embargo, te llena y cambia algo dentro de ti o en las
personas con las que te encuentras. En el poco tiempo que llevo viviendo en
España me di cuenta de que aquí también hay gente que vive en las calles y que
el apostolado podía implantarse en el país.
Por: Fernando de Navascués | Fuente: www.somosrc.mx
martes, 15 de agosto de 2017
Con María, aprendiendo de su admirable Asunción
Desde el día de la Asunción pude ser más plenamente madre de todos, fuera
ya de los límites del tiempo.
Toda tu vida, María Santísima, es para tus hijos
enseñanza y camino. Al meditar sobre tus días, tus pasos, palabras, silencios y
gestos de amor, hallamos respuesta a nuestro dolor, nuestras dudas, tristeza o
soledad. Desde tu ejemplo y compañía aprendemos a caminar, en el alma, los
senderos de tu Hijo.
Y no sólo es tu vida la que nos enseña, Madre, sino también los hermosos regalos con que el Padre, enternecido de amor por tu gracia y fidelidad, te ha adornado.
Uno de esos regalos es tu Admirable Asunción.
¡Ay, Madre, cuánto me gustaría pedirte que me dejaras caminar cerca de ti en ese último día! Sí, ese último día tuyo entre nosotros en que el sol te habrá besado con más fuerza y las flores se deshicieron en perfumes para acompañarte… ¡Y los pájaros!!! Seguro se habrán alborotado en los árboles cercanos, acomodándose en los mejores sitios para deleitarte con sus gorjeos…
Madre, el más pequeño de los pajarillos es más digno que yo de hacerte compañía. Pero aún así, desde mi nada, mi alma se atreve a soñar que te despide en un mediodía pleno de perfumes y trinos.
- Hija, aunque me acompañases y despidieses, como tú dices, de poco te serviría si no intentas meditar el significado de este regalo de amor de Dios en tu propia vida.
-¿Cómo se hace eso Señora?
- Intentaré explicarte. Desde el día de la Asunción pude ser más plenamente madre de todos, fuera ya de los límites del tiempo. Y no solamente Madre para que me llames en los problemas temporales que te inquietan sino, por sobre todo, Madre para acompañarte en el camino hacia mi Hijo. Madre para que comprendas que, a cada instante, Dios te está dando oportunidades para que le descubras, para que te venzas en aquellos defectos que más opacan tu corazón. Quiero que un día todos estén aquí, en la gloria de Dios Padre. Poder abrazarlos y decirles cuanto les he amado, cuanto les amo.
- ¿Podré, entonces, abrazarte un día, María?
- Querida, eso no depende de mí, sino de ti. Yo puedo ayudarte y, de hecho, lo hago. Por ejemplo, te he dado a ti, a todos, el Santo Escapulario del Carmen. Pero por sí mismo no puede salvarte. Eres tú la que debe conservarse, el mayor tiempo posible, en estado de gracia. Mi Hijo les ha dejado el Sacramento de la Reconciliación y se ha quedado con ustedes en la Eucaristía. Los medios están, hija. Pero, si los aprovechas o no, si los valoras o no, ésa es ya tu propia decisión. El camino es tuyo ¿comprendes? Nadie puede recorrerlo por ti. Y el camino es interior. Es más difícil para ti llegar a descubrir las profundidades de tu corazón que trepar una montaña para llegar a un santuario. Y muchas veces eliges la montaña ¡Y no te bastaría toda la cordillera si no te decidieras a conocerte a ti misma y cambiar de ti lo que te aleja de mi Hijo! ¿Puedes comprender?
- Ay Madrecita… cuánto debo caminar, aún, hacia los desconocidos paisajes de mi corazón.
- Debes saber que allí encontrarás cosas hermosas, como por ejemplo los dones que el Espíritu Santo te ha dado en el Santo Bautismo y aún no has utilizado. ¡Úsalos antes de que te sean quitados! También hallarás vanidades, egoísmos y rencores ¡Arráncalos antes de que te ahoguen! Entonces hija, estarás caminando hacia el corazón de Jesús. Hacia mi corazón. Ambos te esperamos al final del camino. Sé que no será tarea fácil, que algunas veces tendrás pequeñas victorias y otras sentirás que no puedes avanzar ni un paso. No te angusties hija, tú sólo mantén el deseo de caminar hacia Jesús, que Él te irá proveyendo los medios. Eres libre, hija. Nadie puede impedirte recorrer este camino. Aunque estés lisiada y postrada en una cama puedes realizar, dentro de ti, excursiones que no lograría el mejor de los alpinistas.
Voy comprendiendo, Madre, voy comprendiendo… poco a poco. No me es fácil, pero sé que estás allí, detrás de cada alegría y de cada dolor.
Se que tu Asunción es “una anticipación de la resurrección de los demás cristianos”(*). Y, al imaginarte en ese día pleno de trinos, flores y sol sereno, hallo las fuerzas para caminar según tus consejos.
Madre, debo ahora comenzar a armar la mochila para la peregrinación a mi interior. Para ello, consultaré con los que puedan aconsejarme.
Hablare con mi sacerdote, le pediré su consejo y guía. Seguro me recomendará buenos libros que serán como carteles luminosos en medio de la noche señalando el camino. Además, no debo olvidar la mejor de las brújulas. El Santo Rosario.
- Ve, hija, ve. No tengas miedo. Alimenta tu alma con la Santa Eucaristía, y alivia tu carga con la Confesión. Sé que será éste el mejor de tus viajes.
Es hora de partir. Te abrazo con el alma y me sonríes.
- Feliz fiesta de la Asunción, Madre querida.
- Feliz viaje, hija mía.
(*)Catecismo de la Iglesia Católica
NOTA DE LA AUTORA "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna."
Y no sólo es tu vida la que nos enseña, Madre, sino también los hermosos regalos con que el Padre, enternecido de amor por tu gracia y fidelidad, te ha adornado.
Uno de esos regalos es tu Admirable Asunción.
¡Ay, Madre, cuánto me gustaría pedirte que me dejaras caminar cerca de ti en ese último día! Sí, ese último día tuyo entre nosotros en que el sol te habrá besado con más fuerza y las flores se deshicieron en perfumes para acompañarte… ¡Y los pájaros!!! Seguro se habrán alborotado en los árboles cercanos, acomodándose en los mejores sitios para deleitarte con sus gorjeos…
Madre, el más pequeño de los pajarillos es más digno que yo de hacerte compañía. Pero aún así, desde mi nada, mi alma se atreve a soñar que te despide en un mediodía pleno de perfumes y trinos.
- Hija, aunque me acompañases y despidieses, como tú dices, de poco te serviría si no intentas meditar el significado de este regalo de amor de Dios en tu propia vida.
-¿Cómo se hace eso Señora?
- Intentaré explicarte. Desde el día de la Asunción pude ser más plenamente madre de todos, fuera ya de los límites del tiempo. Y no solamente Madre para que me llames en los problemas temporales que te inquietan sino, por sobre todo, Madre para acompañarte en el camino hacia mi Hijo. Madre para que comprendas que, a cada instante, Dios te está dando oportunidades para que le descubras, para que te venzas en aquellos defectos que más opacan tu corazón. Quiero que un día todos estén aquí, en la gloria de Dios Padre. Poder abrazarlos y decirles cuanto les he amado, cuanto les amo.
- ¿Podré, entonces, abrazarte un día, María?
- Querida, eso no depende de mí, sino de ti. Yo puedo ayudarte y, de hecho, lo hago. Por ejemplo, te he dado a ti, a todos, el Santo Escapulario del Carmen. Pero por sí mismo no puede salvarte. Eres tú la que debe conservarse, el mayor tiempo posible, en estado de gracia. Mi Hijo les ha dejado el Sacramento de la Reconciliación y se ha quedado con ustedes en la Eucaristía. Los medios están, hija. Pero, si los aprovechas o no, si los valoras o no, ésa es ya tu propia decisión. El camino es tuyo ¿comprendes? Nadie puede recorrerlo por ti. Y el camino es interior. Es más difícil para ti llegar a descubrir las profundidades de tu corazón que trepar una montaña para llegar a un santuario. Y muchas veces eliges la montaña ¡Y no te bastaría toda la cordillera si no te decidieras a conocerte a ti misma y cambiar de ti lo que te aleja de mi Hijo! ¿Puedes comprender?
- Ay Madrecita… cuánto debo caminar, aún, hacia los desconocidos paisajes de mi corazón.
- Debes saber que allí encontrarás cosas hermosas, como por ejemplo los dones que el Espíritu Santo te ha dado en el Santo Bautismo y aún no has utilizado. ¡Úsalos antes de que te sean quitados! También hallarás vanidades, egoísmos y rencores ¡Arráncalos antes de que te ahoguen! Entonces hija, estarás caminando hacia el corazón de Jesús. Hacia mi corazón. Ambos te esperamos al final del camino. Sé que no será tarea fácil, que algunas veces tendrás pequeñas victorias y otras sentirás que no puedes avanzar ni un paso. No te angusties hija, tú sólo mantén el deseo de caminar hacia Jesús, que Él te irá proveyendo los medios. Eres libre, hija. Nadie puede impedirte recorrer este camino. Aunque estés lisiada y postrada en una cama puedes realizar, dentro de ti, excursiones que no lograría el mejor de los alpinistas.
Voy comprendiendo, Madre, voy comprendiendo… poco a poco. No me es fácil, pero sé que estás allí, detrás de cada alegría y de cada dolor.
Se que tu Asunción es “una anticipación de la resurrección de los demás cristianos”(*). Y, al imaginarte en ese día pleno de trinos, flores y sol sereno, hallo las fuerzas para caminar según tus consejos.
Madre, debo ahora comenzar a armar la mochila para la peregrinación a mi interior. Para ello, consultaré con los que puedan aconsejarme.
Hablare con mi sacerdote, le pediré su consejo y guía. Seguro me recomendará buenos libros que serán como carteles luminosos en medio de la noche señalando el camino. Además, no debo olvidar la mejor de las brújulas. El Santo Rosario.
- Ve, hija, ve. No tengas miedo. Alimenta tu alma con la Santa Eucaristía, y alivia tu carga con la Confesión. Sé que será éste el mejor de tus viajes.
Es hora de partir. Te abrazo con el alma y me sonríes.
- Feliz fiesta de la Asunción, Madre querida.
- Feliz viaje, hija mía.
(*)Catecismo de la Iglesia Católica
NOTA DE LA AUTORA "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna."
Por: María Susana Ratero
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