"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

martes, 12 de julio de 2016

Conectar con Dios



Don de Dios que sale a buscarnos y se desborda con aquellos que se detienen y se sientan a escucharle.

Fui a un mercado de frutas y verduras: gente por todas partes, como en los aeropuertos. Un buen anciano salió de su puesto y vino a saludarme. Me dio a probar una de sus mandarinas. Me senté a conversar con él, de su vida, su familia, su salud, sus creencias, sus temores e ilusiones. Se interesó por las mías. Eligió con cuidado y cariño una buena variedad de frutas, las puso en una bolsa y me las dio para el camino. Nos abrazamos y nos despedimos. El anciano y yo conectamos, nuestro encuentro fue encuentro humano que no tuve con los cientos de personas con quienes me crucé por los pasillos del mercado.

A Jesucristo le gusta salir al paso de las personas y detenerse con ellas. Se detiene con la mujer samaritana, con el joven rico, con Zaqueo, con Nicodemo, con el ciego de nacimiento, con la hemorroísa, con los dos de Emaús. No se hace de rogar, sino más bien mendiga nuestra atención: "Si alguno oye mi voz y me abre, cenaremos juntos." (Apoc 3,20) y si le damos tiempo, le damos acogida y le ofrecemos nuestro amor, nos conduce a la soledad y nos habla al corazón (cfr. Os 2,16) y se nos revela: "Si alguno me ama, yo le amaré, y me manifestaré a él." (Jn 14,21)

La experiencia de Dios en esos encuentros va más allá del conocimiento intelectual, es un conocimiento de primera mano de orden sobrenatural. Cuando Dios nos concede la gracia de hacer la experiencia de su amor, es su presencia personal la que nos interpela. En palabras del Card. Ratzinger: "somos alcanzados por el dardo de la Belleza". Esto nos permite alcanzar un conocimiento más real y profundo de Él. Experimentamos confianza, seguridad, plenitud, misericordia, que no son simples sentimientos, sino certezas profundas, certezas de fe, experiencia del amor de una Persona; don de Dios que sale a buscarnos y se desborda con aquellos que se detienen y se sientan a escucharle. Pero andamos siempre de prisa... Las prisas, de cuánto nos perdemos por las prisas, especialmente en la oración.

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Cuando oramos, de eso se trata: de conectar con Dios. Orar es tomar conciencia de la presencia de Dios, detenernos con él, someternos a su atracción, dejarnos iluminar por él. Cuando oramos percibimos con la fe algo invisible que nos mueve, una fuerza espiritual dentro de nosotros. Es el Espíritu Santo.

A la oración hay que ir abiertos, deseosos de encontrar a Dios, suplicándole con fuerza: "Entra a tu jardín" Señor (Cant 1,5), quiero estar contigo y escucharte: "Habla, Señor, que tu siervo escucha" (1 Sam 3,9), "Muéstrame tu rostro" (Cant 2,14).

Todos los días, de una u otra forma, Dios sale a nuestro encuentro, como el anciano de la frutería. Podemos detenernos con Él y vivir la experiencia de un encuentro de fe y amor. Siempre saldremos de allí reconfortados y con una bolsa llena de provisiones, como Elías a quien Dios le mandó su ángel y le dijo: "Levántate y come porque el camino es demasiado largo para ti" (1 Re, 19,7) y con la fuerza de la gracia de Dios podremos reemprender el camino con ganas de volver a encontrarlo.
Por: P. Evaristo Sada LC | Fuente: la-oracion.com

lunes, 11 de julio de 2016

10 sencillas maneras de acercar a tus hijos a Dios



Quiero compartir con ustedes 10 sencillas formas de acercar a nuestros hijos a Dios inclusive desde el momento en que nos enteramos de que vamos a ser padres.

Ser padres nos hace responsables no solo del cuidado de nuestros hijos sino también de la educación espiritual que les brindamos desde el momento en que los concebimos. Por eso quiero compartir con ustedes 10 sencillas formas de acercar a nuestros hijos a Dios inclusive desde el momento en que nos enteramos de que vamos a ser padres.
«¿Buscamos entender ‘dónde’ los hijos verdaderamente están en su camino? ¿Dónde está realmente su alma? ¿Lo sabemos? Y sobre  todo: ¿Lo queremos saber? ¿Estamos convencidos de eso, en realidad, no esperan algo más?» (Papa Francisco).

1. Ora en voz alta durante el embarazo
Nuestros pequeños escuchan nuestra voz todo el tiempo, es importante que el momento que le dediques a la oración esté lleno de tranquilidad. Elije un espacio cómodo en donde no te interrumpan o donde nada te distraiga. Puedes construir un pequeño altar o hacerlo mientras ves una estampita de la Virgen o de Jesús para que tus pensamientos no divaguen en otras cosas. Haz que tú bebe sienta que ese momento es único y especial para los dos, puedes elegir una hora del día para que se vuelva una rutina diaria. Mientras oras puedes sobar tu pancita para que tu bebe sienta que la oración va dedicada a él también


2. Llévalo a misa
Algunas personas piensan que es muy molesto llevar a los chiquitines a misa porque lloran muy fuerte, hacen ruido, incomodan a la gente o no se quedan quietos. Mi recomendación es que lo lleves a misa cada domingo, tal como tú y tu familia lo solían hacer antes de su nacimiento.  Si llora y es aún muy bebe lo podrás calmar con el pecho o el biberón; si es un poco más grande y ya gatea o camina suele hacer berrinches más a menudo, sal de la iglesia, dale un pequeño paseo hasta que se calme y vuelve a entrar. Si tu niño ya es 100% consciente de que va a misa los domingos y no se queda quieto, grita a todo pulmón o incluso se tira al piso, sal de nuevo, ponte a su altura y háblale de manera pausada y en tono suave, explícale porque están allí y porque es importante portarse bien durante la Eucaristía. Si pellizcas a tu hijo mientras hace el berrinche, lo halas bruscamente para sacarlo, lo matas con la mirada o le gritas afuera de la iglesia, detestara cada domingo. Son niños y hay que ponernos en sus zapatos, no están en edad de quedarse quietos y mucho menos de poner atención más de 20 minutos seguidos. Cada vez que yo voy a misa, salgo a calmar a mi hijo unas 10 veces pero lo vuelvo a entrar; no hay que darse por vencido pues aunque son pequeños saben muy bien como manipularnos, lo importante es que ellos se den cuenta que no importa cuántas veces salgamos de la iglesia siempre volveremos a entrar hasta que la celebración culmine.

3. Reza con ellos en las noches
Puede ser junto a su cama o cuna, ponte de rodillas y ora. Cuando los niños son pequeños todo les asombra y les causa curiosidad, tienen el don de imitar tanto lo bueno como lo malo, y muy probablemente mientras estés orando querrán llamar tu atención, empezaran a hablar como si les dieran cuerda, cantaran, sacaran sus juguetes o te halaran de la camisa. Aprovecha esta oportunidad para explicarle lo que estás haciendo e invítalo a unirse a tu oración. Dile que repita después de ti o pregúntale: ¿por qué le darías gracias a Dios hoy? ¿Quieres enviarle un mensaje a la Virgen conmigo? Notarás que este tipo de preguntas les causa sorpresa, enséñales cómo deben persignarse y procura que ese momento dedicado a la oración no sea tan largo, pues querrá empezar a hacer otra cosa. Si tu niño o niña es un bebe, persígnalo con su manita y ora en voz baja junto a él.

4. Familiarízalo con imágenes de Jesús y de María Santísima
Tener un altar en el hogar debe ser tarea de todo católico, no tiene que ocupar una habitación completa, pero si debes destinarle un lugar especial, de visibilidad y alcance para todos los miembros de la familia. Es importante que nuestros pequeños encuentren imágenes de Jesús, de María y de los Santos. Mi hijo tiene un año y cinco meses y le hemos enseñado a mandarle besitos a la Virgen. Cada vez que la ve, sin importar el lugar en el que estemos le manda un beso y yo me derrito de amor, los niños aprenden muy rápido las cosas, aprovechar la edad entre los 0 y 5 años es primordial para ensañerles lo que más podamos. Un día Juan José (mi hijo) encontró el llavero de mi mamá en un bolso, vio que de el estaba colgada la imagen de la Virgen de Guadalupe, y sin que nadie le dijera nada, hizo cara de sorpresa, nos miró a todos por unos segundos y la beso. Puedes poner un Cristo en su habitación, la imagen de María Santísima en su mesita de noche o un cuadro con el ángel de la guarda.

5. Déjalo elegir películas y libros que hablen de Dios
Aprovecha el gusto que tienen tus hijos por las películas o los cuentos. Compra películas como «El Arca de Noe», «David y Goliat», «El Buen Samaritano», «El Hijo Prodigo», «La Historia de José y sus hermanos», «Los Milagros de Jesús», «El Príncipe de Egipto», «Joseph: Rey de los Sueños», etc. Existen también muchos libros que le cuentan a los niños las historias de la biblia de manera divertida e ilustrada,  puedes comprar libros para colorear o la llamada «Biblia de los niños» que está en las principales librerías. De esta manera podrás darle varias opciones a tu hijo para que sea él quien escoja qué historia quiere conocer. Nunca los obligues o los amenaces con castigos si no quieren realizar esta actividad. Cada fin de semana le puedes dar una opción distinta o proponerle a él o ella que te acompañe a comprar el libro o la película que prefiera. Es una manera fácil y divertida para que nuestros hijos conozcan la vida de Jesús, de María Santísima o los santos desde que son chiquitines.

6. Déjalos participar en actividades relacionadas con la Iglesia
Si en el colegio de tu hijo hay infancia misionera, déjalo ser miembro del grupo. Si le gusta actuar o cantar, déjalo participar en las ceremonias religiosas en las que se hacen dramatizaciones o inscríbelo al coro de la Iglesia. Si el colegio realiza campañas en las que se recolecta ropa o víveres para los más necesitados, explícale porque debemos ayudarle a los demás. Nunca le prohíbas a tu hijo actividades como estas, si muestra algún interés, déjalo experimentar y mantén una actitud siempre positiva frente a sus logros y hazañas. Hazle saber cuánto le agrada a Dios su buen comportamiento y solidaridad, permitiéndole sentir que te sientes orgulloso de ser su madre o su padre.

7. Permítele ver que hay niños que no lo tienen todo
Llevar a nuestros hijos a fundaciones o instituciones que ayuden a los demás es una experiencia hermosa para todos los involucrados, tanto como para los niños a los que visitamos, como para nuestros hijos y para nosotros mismos. Hacerles ver que el mundo no es color de rosa y que no todos los niños gozan de un hogar con papá y mamá abrirá sus corazones. Puedes ir a una fundación que acoja a niños huérfanos, niños maltratados, con cáncer, o alguna enfermedad como síndrome de down. Todos los niños merecen ser amados y escuchados. Haz que tu hijo comparta al menos dos veces al año una experiencia como ésta. Organiza un partido de fútbol, una tarde de película o un compartir con la organización que escojas. De esta manera tu hijo comprenderá que no todos los niños gozan de los privilegios que él tiene; aprenderá a compartir y a ver a todos como iguales, no hará distinciones en la hora del juego y se convertirá en un niño consciente y dispuesto a ayudar a los demás en cualquier lugar.

8. Enséñale a apreciar la naturaleza
No es necesario que viajes a Irlanda para que tu hijo sea testigo de impresionantes paisajes: una flor basta para que le cuentes a tu pequeño que Dios está presente en cada una de sus creaciones, hasta en la más pequeña. El cielo, el mar, las estrellas, la luna, los árboles, las montañas. Puedes intentar preguntarle a tu hijo cuanto cree que le ama a Dios (tal vez alguna de sus ocurrencias te haga derretir de amor) pero es válido que tú le des una manita: puedes retarlo a contar las estrellas o a adivinar qué tan profundo es el mar y decirle que así es el amor de Dios: infinito como las estrellas que adornan el firmamento o los granos de arena en la playa. Es importante que nuestros hijos sean conscientes que todo cuanto nos rodea ha sido creado de la mano de Dios, los viajes a otras ciudades o países pueden ser la oportunidad perfecta para que le hables de Dios a tus hijos.

9. Hazle saber que hay más satisfacción en dar que en recibir
La época de Navidad es perfecta para realizar esta actividad. Hay dos formas de hacerlo: la primera es comprar juguetes o ropa para que niños de escasos recursos, huérfanos o desamparados reciban un detalle en esta fecha. La otra opción que tenemos es pedirles a nuestros pequeños que decidan qué juguetes ya no utilizan y están en buen estado para donarlos. En todo el proceso debemos incluir a nuestros pequeños, desde ir a comprar o escoger los juguetes, hasta empacarlos e ir a entregarlos personalmente. De esta manera ellos entenderán que las cosas no son tan fáciles de obtener y que no todos los niños tienen los privilegios que nosotros como padres les otorgamos. Este acto de generosidad y entrega puede practicarse en cualquier época del año, lo importante es transmitirles a nuestros hijos el amor por el que más lo necesita. Cuando hayan culminado la tarea puedes preguntarle cómo se sintió al entregarle a otro niño un regalo o  que fue lo que más le gustó de estar allí. Podemos encontrar a Dios de muchas maneras, hazle comprender cuanta felicidad hay en dar.

10. Enséñale a bendecir los alimentos
El desayuno, el almuerzo o la cena pueden ser escenarios perfectos en los que le enseñes a tus hijos que hay que dar gracias por todo lo que Dios nos permite tener, incluyendo la comida que llega a nuestra mesa. Yo acostumbro hacer la siguiente oración para bendecir los alimentos: «Bendice Señor estos alimentos que por tu infinita misericordia tenemos hoy en esta mesa, dale Señor pan a los que no tienen y danos hambre de ti a los que tenemos pan. Ámen». Recuerda que tu ejemplo es la mejor herramienta, conviértete en el modelo a seguir de tus hijos y bendice los alimentos sin importar el lugar en el que te encuentres, pídele a tus hijos que repitan después de ti y veras como con el tiempo ellos lo harán solitos.
Por: Nory Camargo

domingo, 10 de julio de 2016

Dios te ama a ti, te ha creado



Porque Dios quiere amar a otros, te ha creado a ti, tal como eres, para que tú les lleves su amor

Vino a Roma una amiga de la familia. Este beso es de parte de tus padres. Y me han dicho que si necesitas algo me lo digas para comprártelo. El amor no se detiene a causa de las distancias y cuando tiene una oportunidad trata de manifestarlo de algún modo, incluso con emisarios. Mientras contemplaba y escuchaba a mi paisana, entendí perfectamente que mis papás me decían: te queremos mucho y nos preocupamos de ti.

Algo parecido ocurre con Dios y el amor que Él tiene por los hombres. No sé si lo habías pensado alguna vez. Por eso te lo digo: tú y tu vida, es un esfuerzo de amor por parte de Dios. El Señor quiere amar y por eso te ha creado a ti. Pero, ¡atentos! En ti, el amor de Dios se expresa en un doble sentido. Porque Dios te ama a ti, te ha creado. Pero a la vez, porque Dios quiere amar a otros, te ha creado a ti, tal como eres, para que tú les lleves el amor que Él les tiene.

Esto es lo que San Juan Pablo II decía: "Movido por el principio de haber sido creado a imagen de Dios, hombre y mujer, el creyente puede reconocer el misterio del rostro trinitario de Dios, que lo crea poniendo en él el sello de su realidad de amor y comunión" (31 de mayo 2001). Vamos a explicar estas palabras del Papa.

¿Cómo es Dios? Dios es "amor y comunión". Para que se pueda amar es necesario que exista algo que sea amado, algo diverso del que ama.

¿Correcto? Pero, a la vez, el amor crea unión entre el amante y el amado. Es decir, para amar se requiere ser diverso de otro y, al mismo tiempo, el amor busca la unión. En realidad esto es lo que llamamos el misterio de la Santísima Trinidad: siendo tres personas son, por el amor, una sola realidad.

La siguiente pregunta que se debe responder es ¿cómo eres tú? Si tú has sido creado para expresar el amor de Dios, y para amar es necesario ser diverso de lo que se ama, resulta que tú has sido creado diverso, diverso de todos. Pero la principal diversidad es ser "hombre y mujer". Es cierto que tú, si eres varón, eres diverso también de cualquier otro hombre, pero sobre todo eres diferente de cualquier mujer. Lo mismo se aplica a la mujer: cada una de ellas, aunque diversas entre sí, son más diferentes respecto de cualquier hombre.

Todavía está en boga una cierta tendencia a la igualdad entre hombres y mujeres. Es cierto que la igualdad es un valor que se debe defender, pero la verdadera riqueza humana consiste en ser diversos.

Si todos fuéramos iguales, ¿qué podría yo dar al otro y que podría recibir de él? En cambio con la riqueza de las diferencias siempre tengo algo que dar y algo que recibir. Por lo mismo es la diversidad lo que ofrece una dignidad y un valor a cada persona: ¿de qué serviría yo si no tengo nada que dar al otro? y ¿qué valor tendrían los demás si no tienen nada que darme? Por ello, nos decía el Papa "cuando se pierde de vista el principio de la creación del hombre como varón y mujer, se ofusca la singular dignidad de la persona humana y se abre el camino a una amenazadora cultura de la muerte". Si el otro no tiene nada que ofrecerme ¿para qué le voy a mantener en vida?

Decíamos que tú eres un esfuerzo de amor por parte de Dios. Por ello te ha creado diverso de los demás, y es en "la experiencia del amor rectamente entendido (entre hombre y mujer) que cada ser humano está llamado a tomar conciencia de los factores constitutivos de la propia humanidad: razón, cariño, libertad". ¿Qué quiere decir el Papa con estas palabras?

Él vuelve a afirmar que sólo en el matrimonio entre un hombre y una mujer se puede realizar la dignidad plena del ser humano. En efecto, la unión matrimonial no es simplemente una unión pasional. Se contrae matrimonio después de una recto conocimiento de las diferencias del uno y del otro. No es la pasión sino la razón quien descubre lo que uno puede dar y puede recibir del otro. No es la pasión lo que mueve a hacer el amor, sino el amor lo que busca el cariño y el afecto tal como el otro lo necesita y a recibirlo tal como el otro sabe darlo. La duración del amor no depende de la pasión y del egoísmo, sino de la libertad que ha optado por la persona amada por encima de cualquier otra persona y circunstancia.

Recuérdalo muy bien: tú eres un esfuerzo de amor por parte de Dios. Y donde primero lo tienes que vivir es en tu vida personal, matrimonial, familiar. Ama a los demás como Dios los ama.
Por: P. Juan Carlos Ortega Rodriguez

sábado, 9 de julio de 2016

Un nuevo día que me regalas, Señor



Un día luminoso de gracia y de trabajo. Sé que podría ser mi último día.

Un día más, Señor.
Un día que me regalas para intentar ser mejor, para parecerme un poco más a Ti.
¡Pero cuesta tanto! No hace falta que Te lo diga, de sobras me conoces, pues soy hijo Tuyo.

Las dificultades son muchas, la cruz -por pequeña que sea- me pesa horrores. Sin Ti no puedo con ella, no hay manera. Me lastran los egoísmos, las mentiras, los desplantes. Y no paro de quejarme, o de intentar mirar hacia otra parte. Como si la cosa no fuera conmigo. Como si la cosa no fuera Contigo.

Pero las peores dificultades son las mías propias, las que nacen de mi corazón mezquino. Me hago el sordo a Tu voz, renuncio infinidad de veces a la felicidad de Tu presencia. Y me paso horas sin hablarte, incluso días, ensimismado en mis caprichos, en lo cómodo de una actitud mediocre.

Aunque sé que estás ahí, a mi lado, mientras trabajo, escribo o barro la cocina. Y ya ves, no tengo tiempo para Ti. No tengo tiempo para Ti, que eres el que me das el tiempo y me ofreces la eternidad.

Mira, he aquí un nuevo día. Un día luminoso de gracia, y de trabajo. Sé que podría ser mi último día. Enséñame a distinguir lo importante de lo superfluo, la verdadera alegría de la carcajada vacía. Te ofrezco hasta mi desdén, si lo hubiera, o mi torpe silencio. Para que Tú lo transformes en diálogo amoroso. Contigo y con los demás. Y así las horas de este día estén cuajadas de plusvalía divina.

Que Tu Corazón sea el mío. Alúmbrame con la claridad de Tu Amor. A pesar de las contrariedades y de la sequedad, de la enfermedad o de la incomprensión.

Úneme a Ti a lo largo de la jornada. Uno Contigo, con mi familia, con mis amigos. Unidad de ternura infinita. Porque esta luz de la mañana -estallido de Tu gloria- me indica que lo único sensato en esta vida es querer ser Tú, a pesar mío.

Señor, me siento urgido a mirarte más de cerca. Me siento urgido a derramar por las calles y las grandes avenidas Tu bendición y Tu sonrisa. Me siento urgido a convocar a todos los poetas del mundo para que canten Tu misterio. Me siento urgido, en definitiva, a ser mejor hijo, a entregarme del todo. Mudo de asombro. Con la constancia del amor.

¿Para qué quiero mi inteligencia si no es para conocerte? ¿Para qué quiero mi corazón si no es para amarte? Sé que Te sirves de mi propia debilidad para fortalecerme.

Ayúdame más, ayúdame a profundizar en el abismo de Tu misericordia mientras voy en el autobús o leo el periódico o juego con mis hijos. Ayúdame a mirarte en todas las cosas a lo largo del día.

Siempre de la mano de María, que es Madre Tuya y es Madre mía.
Por: Guillermo Urbizu