Estamos en los últimos días de la
Pascua, si los días santos se nos fueron sin haber renovado el espíritu, nunca
es tarde.
Estamos en los últimos días de la
Pascua.
Ya los días de la Pasión y la Muerte de
Cristo se fueron. Llegó el glorioso Domingo de Resurrección y también se fue.
¿Qué nos ha quedado de todas estas
solemnidades? ¡Mucho nos tiene que quedar!. Aunque año tras año se repita el
vivir estos días santos con sus acontecimientos históricos, no por eso los
vamos a impregnar de rutina o indiferencia.
Si tenemos fe y creemos ¿cómo no amar a
quién dio su vida para darnos el regalo único e inalcanzable por nosotros
mismos de una vida eterna y gloriosa?
El hombre tiene un DON, el
don del libre albedrío.
Somos libres para seguir o darle la
espalda a ese Cristo que nos vino a traer la enseñanza de un camino seguro de
Verdad y de Amor. Pero aunque dio su vida por nosotros no nos vino a forzar y
nos deja en plena libertad de escoger. A si nos dice Martín Descalzo, citando a
Evely: Jesús no se impone, aunque se proponga siempre a si mismo.
El nos deja libres. ¡Nada resulta tan fácil como obrar cual si no le
hubiésemos encontrado, como si no le hubiésemos conocido!. Dios se humilla.
Dios está en medio de nosotros como uno que sirve. Dios se propone... Dios es
un compañero fiel y, en cierto aspecto, silencioso. Resulta fácil tapar su voz.
Todos nosotros tenemos el terrible poder de obligar a Dios a callarse.
Lo podemos callar con muchas cosas. La
música estridente del mundo del consumismo, del tener, del poder, de la
ambición, de los placeres, del vicio, de la corrupción.
Pero no solo con estas cosas que suenan
tan fuertes, sino de otras más tenues, más sutiles que nos parecen que si nos
van a dejar oír la voz de Dios, pero que la enmudecen totalmente: la
tibieza, la desidia, la flojera, la frialdad, los respetos humanos, el descuido
para todas las cosas del espíritu, el no buscar con afán conocerlo más
profundamente para saber amar a ese Dios del que provenimos y al que tarde o
temprano veremos un día cara a cara.
Somos libres y Dios respeta esa libertad
que maneja nuestra voluntad. Sabe cómo somos, nos conoce... También sabe que
nos acechan enemigos poderosos en el paso por la vida: el Maligno no descansa.
El lo sabe muy bien porque hasta a Él, para ser igual a nosotros, fue tentado y
por eso precisamente no nos deja solos…
Nos dio al Espíritu Santo para
ayudarnos, tenemos la oración, el Sacramento de la Reconciliación y la
Eucaristía, ¿qué mayores fuerzas o apoyos queremos para vencer?
Si los días santos, con el bullicio de
las vacaciones se nos fueron sin haber sentido la renovación del espíritu,
nunca es tarde.
Atemos nuestra LIBERTAD A UN
DESEO.
Empecemos hoy. Dios nos llama,
Dios nos ama y nos espera siempre.
Por: Ma Esther de Ariño