Nosotros podemos ser sus vasijas, sus enviados, sus
siervos, sus escogidos, si prestamos atención a su voz
Muchos hombres y mujeres en la Biblia escucharon la
voz de Dios y atendieron su llamado, entre ellos: Noé, Samuel, Jeremías, Amos,
María, María Magdalena y Moisés. Este último es un ejemplo claro de obediencia
y heroísmo, pero también de lo que muchos hacemos cuando escuchamos el llamado
del Señor.
Ya sea para
empresas sencillas como ayudar a nuestros padres en el hogar, o para obras más
grandes como visitar a un enfermo, o ayudar a alguien en necesidad económica, o
bien para comisiones mayores como un ministerio en la iglesia o una misión
evangélica en otro continente, para oír el llamado de Dios es necesario no
resistirnos, y sobre todo ser humildes, a fin de poder comprender aquello que
se nos ha encomendado.
Tener fe, es
decir, confiar en Dios, y obedecer, son los elementos finales que nos
conducirán al éxito de la empresa encomendada, luego de que el Señor nos haya
dotado de su gracia y de todo lo necesario para llevarla a cabo y concluirla
cabalmente, de acuerdo a su voluntad y propósito.
En el capítulo
3 del libro de Éxodo se narra cómo Moisés, un pastor de ovejas, vio un día una
zarza ardiendo, se acercó y Dios le habló, lo llamó por su nombre. Moisés
respondió: “Heme aquí”. Sin embargo, él tuvo miedo y se cubrió el rostro. Dios
le pidió que se quitara los zapatos porque estaba pisando tierra santa. Dios le
mandó ir ante el Faraón de Egipto, quien tenía en cautividad al pueblo de
Israel, y pedirle que los dejara ir.
Moisés presentó
diversas objeciones ante Dios: le dijo que el pueblo no le creería, que le
preguntarían el nombre de quien lo había enviado, que él no estaba facultado
para hablar ante Faraón porque sufría de una especie de tartamudeo, y
básicamente declaró su inseguridad ante el llamado del Señor. Sin embargo, Dios
tuvo paciencia con él, porque ya había resuelto convertirlo en un líder
espiritual.
Dios le mostró
el poder que podía darle cuando convirtió su vara en serpiente, y luego en vara
nuevamente; también puso lepra en una de sus manos y luego quitó la lepra en un
instante. Asimismo, puso junto a él a su hermano Aarón para que hablara por él.
Ambos se presentaron ante Faraón en repetidas ocasiones, de quien recibieron
múltiples rechazos y negativas, por lo cual Dios envió diez plagas sobre
Egipto. Finalmente, Faraón dejó ir al pueblo, que se dirigió a la tierra de
Canaán, la tierra prometida donde fluiría leche y miel.
El pueblo de
Israel siguió a Moisés, aunque no fue del todo obediente ni fiel a Dios. Pero
Moisés sí lo fue. Dios partió las aguas del mar en dos para dejar pasar al
pueblo y salvarlo de la persecución final de Faraón. Con mucho esfuerzo, dolor
y sacrificio cumplió el mandato de Dios hasta el día de su muerte.
Así que, cuando
Dios te mande a hacer algo, cuando escuches su voz en tu corazón o mientras
ores, cuando escuches su llamado, no opongas resistencia, piensa en las grandes
hazañas que Dios quiere hacer a través de ti. Cuántas personas pueden ser
aliviadas, consoladas, liberadas, salvadas o redimidas si tan sólo obedeces a
la voz de Dios y dejas que Él te use con poder, tal como usó a tantos profetas,
discípulos y apóstoles.
¿Quieres
responder: “Pero, Señor, yo no…”? ¿O quieres decirle: “Heme aquí, Señor,
envíame a mí”?, tal como lo hizo el profeta Isaías (Isaías 6:8). No es
necesario que seas perfecto, sino sólo que estés dispuesto. No importa cuánto
tome de ti, Dios te dará la fuerza, los recursos y la habilidad para cumplir
aquello que te ha mandado a hacer. Moisés se despojó de su calzado; nosotros
deberemos despojarnos de todo aquello que estorbe al llamado de Dios, así como
presentarnos ante Él desnudos y dispuestos.
Dios hará el
resto. Él es el verdadero héroe de todas las historias, nosotros podemos ser
sus vasijas, sus enviados, sus siervos, sus escogidos, si prestamos atención a
su voz.
Por: Fernando de Navascués | Fuente: ACC Agencia de Contenido Católico