Miércoles tercera semana Cuaresma. El
Señor ha querido venir a nuestra vida, es una presencia viva.
“Yo les aseguro que antes se acabarán el
cielo y la tierra, que deje de cumplirse hasta la más pequeña letra o coma de
la ley”.
Jesucristo
cumple siempre lo que promete. El esfuerzo, el interés y la búsqueda que Cristo
realiza en nuestra alma es algo que Él hace en todo momento. No pasará el cielo
y la tierra sin que se cumpla lo que Dios nuestro Señor tiene planeado para
cada uno de nosotros. Esto tiene que dar a cada uno de nuestros corazones una
gran tranquilidad, una gran paz. Tiene que darnos la tranquilidad y la paz de
quien sabe que Dios está apoyándole, de quien sabe que Dios está buscándole, de
quien sabe que Dios está a su lado.
Hay veces que los caminos de nuestro Señor pueden ser difíciles de seguir.
Cuántas veces nos preguntamos: ¿por qué el Señor nos lleva por este camino, por
qué el Señor nos conduce por este sendero? Cristo vuelve a repetirnos que Él es
la garantía. Su Palabra misma es la garantía de que efectivamente Él va a estar
con nosotros: “No pasará el cielo y la tierra”.
Cuántas veces, cuando nosotros vamos en el camino de nuestra existencia
cristiana, podríamos encontrarnos con dudas y obscuridades. La Escritura habla
del pueblo que está a punto de entrar a la tierra prometida, y en el momento en
que va a entrar, Dios le vuelve a decir lo mismo: Yo voy a entrar contigo. Yo
voy a estar contigo a través de los Mandamientos, a través de tu vida interior,
a través de la iluminación.
Nosotros tenemos también que encontrar que Dios está con nosotros, que el Señor
ha querido venir a nuestra vida, ha querido venir a nuestra alma, ha querido
encontrarse con nosotros. Su presencia es una presencia viva. Y el testimonio
espiritual de cada uno de nosotros habla clarísimamente de la presencia viva de
Dios en nosotros, de la búsqueda que Dios ha hecho de nosotros, de cómo el
Señor, de una forma o de otra, a través de los misteriosos caminos de su
Providencia, nos ha ido acompañando, nos ha ido siguiendo. Si el Señor hubiera
actuado como actuamos los hombres, ¡cuánto tiempo hace que estaríamos alejados
de Él! Dios actúa buscándonos, Dios actúa estando presente, porque sus palabras
no van a pasar.
¿Tengo yo esta confianza? ¿Mi alma, que en todo momento, de una forma o de
otra, está iluminada por el Espíritu Santo para que cambie, para que se
transforme, para que se convierta, está encontrando esa confianza en Dios, está
poniendo a Cristo como garantía? ¿No nos estaremos poniendo a nosotros mismos
como garantía de lo que Dios va a hacer en nuestra vida y que vemos muy claro
lo que hay que cambiar, pero como garantía nos ponemos a nosotros mismos, con
el riesgo —porque ya nos ha pasado muchas otras veces—, de volver a caer en la misma
situación?
Aprendamos a ponernos en las manos de Dios. Aprendamos a confiar en la garantía
que Cristo nos dé, pero, al mismo tiempo, aprendamos también a corresponder a
nuestro Señor.
“El que quebranta uno de estos preceptos menores y los enseña así a los
hombres, será el menor en el Reino de los Cielos”. La responsabilidad de
escuchar la Palabra de Dios hasta en las más pequeñas cosas, es una
responsabilidad muy grande que el Señor ha querido depositar sobre nuestros
hombros, dentro de nuestra concreta vocación cristiana. El Señor es muy claro y
dice que no podemos darnos el lujo ni de quebrantar, ni de enseñar mal los
preceptos, incluso los menores. Así como la garantía que Él nos da es una
garantía de cara a la perfección cristiana, Él también quiere que nuestra
correspondencia sea de cara a la perfección cristiana. El Señor nos llama a la
perfección.
Vamos a pedirle al Señor que nos ayude a escucharlo, a tenerlo a nuestro lado,
a tenerlo como garante de nuestros propósitos y de nuestras luchas. Pero, al
mismo tiempo, vamos a pedirle que nos ayude a corresponder hasta en los
preceptos menores. Que no haya nada que nos aparte del amor de Jesucristo. Que
no haya nada que nos impida ser grandes en el Reino de los Cielos, que no es
otra cosa sino tener en nuestra alma el amor vivo de nuestro Señor, de ser
capaces de tenerlo siempre muy cerca a Él, y al mismo tiempo, de ser
profundamente entregados a todo lo que Él nos va pidiendo.
Por: P. Cipriano Sánchez LC