"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

sábado, 5 de agosto de 2017

Los abuelos y los nietos preferidos



¿Quién es el nieto consentido?

Según los abuelos, ellos no prefieren a ninguno de sus nietos y a todos los quieren por igual. Pero según los hijos y los nietos, sí lo tienen y todos coinciden al señalar quién es.  Aunque a menudo hay un nieto o nieta a quien se le dan prerrogativas especiales, a los abuelos les es difícil reconocer que hay alguna diferencia, porque quieren mucho a todos y creen que al aceptar una preferencia están afirmando que no aman suficientemente a los demás.

El problema no es de cantidades de amor.  Así como el amor por cada uno de los hijos es distinto porque ellos son distintos, lo mismo ocurre con los nietos.  La personalidad, los rasgos físicos, los intereses, el carácter o el simple hecho de ser el mayor de los nietos o el hijo de su hijo o hija predilecto, puede ser la razón por la cual los abuelos se sienten más apegados o tienen más afinidad con un determinado nieto o nieta. Pero hay abuelos que demuestran sus preferencias en forma muy obvia y hacen mejores regalos o tratan con más afecto a aquel nieto o nieta que los cautiva, mientras que son algo distantes con los demás. 
Lo grave de estas diferenciaciones es que, para los nietos que no se sienten los preferidos, lo evidente no es que sus abuelos aman más a otro de sus hermanos o primos, sino que a ellos los aman menos.

Las preferencias no son injustas en sí.  Lo injusto es no reconocerlas para poderlas manejar sin ir a perjudicar a los demás.  A veces, el nieto o nieta preferida es precisamente aquel que es el mejor dotado, lo que quiere decir que los favoritismos van dirigidos a aquel que es más bonito, o  más inteligente, o más simpático o más afectuoso.  Pero es precisamente aquel niño o niña que no es tan bonito, tan amable, tan sobresaliente o tan afectuoso, el que más necesita del apoyo y de la aprobación de quienes le rodean, y a la vez quien por lo general menos demostraciones positivas recibe.  Los abuelos pueden convertirse en el "oasis" para aquel de sus nietos que parece ser el que goza de poco reconocimiento positivo en su familia y aun entre sus familiares.  Es posible que siendo especiales con ese niño o niña le estén dando la dosis de seguridad y afecto que le hace falta para sentirse mejor consigo mismo y ser mejor acogido en su grupo familiar.

Hay además preferencias que se originan en factores con los que los niños nada tienen que ver y por lo tanto están fuera de su alcance modificar.  Por ejemplo, la niña se parece a alguien que nos desagrada (la consuegra, el yerno), es tímida, es fea, está muy gorda, o simplemente llegó en un mal momento para la familia.  Vale la pena que los abuelos se cuestionen y con toda honestidad examinen cuál es la razón de su preferencia. Esto les puede ayudar a darse cuenta que quien necesita su apoyo no es quien goza de mejores atributos sino precisamente quien no tiene tantas ventajas.



Tener alguna preferencia no es un pecado
Cuando los abuelos se empeñan en negar una preferencia  (que para todos es evidente) es porque se sienten culpables y suponen que tal actitud es una deformación de su amor.  Pero los nietos sí perciben las diferencias que los abuelos niegan con sus palabras, pero que corroboran con sus actitudes.  Lo grave de esto es que, en su afán por disimular su predilección, los abuelos tratan de justificarse, enfatizando las grandes cualidades y virtudes de quien es su preferido, a la vez que señalando los defectos o los errores de quienes no lo son.  Con estas justificaciones, sin quererlo, les dan a entender a estos últimos que no son suficientemente valiosos como personas y que por esto no merecen tanto afecto.

Es normal y humano sentir más atracción hacia un determinado niño, pero lo inapropiado es demostrar esa predilección sin cautela, haciendo una clara diferencia entre éste y los otros nietos. Lo importante no es luchar contra un sentimiento innato y difícil de modificar, ni tratar de justificarlo porque se empeora la situación.  Lo que se necesita es tomar conciencia de esta "debilidad" y admitirla para poder equilibrar las conductas y evitar las injusticias.  No hay por qué sentirse culpable de sentir una afinidad especial por uno de los nietos, pero si hay que estar atento a nuestras demostraciones para evitar herir a aquellos que no gozan de tal predilección.  Aunque el amor por los nietos no tiene que ser necesariamente igual, sí debe procurar serlo el trato que se les dé, cualquiera que sean sus características personales.  Es el amor que reciban el que cultivará en ellos los buenos sentimientos y el afecto hacia los demás, incluidos sus abuelos.
Los abuelos tienen tanta bondad, generosidad, afecto y sabiduría para aportar que vale la pena que todos sus nietos, no sólo aquellos que estén más cerca de sus afectos, se puedan beneficiar de sus maravillosas cualidades
Por: Ángela Marulanda | Fuente: ACI Prensa




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viernes, 4 de agosto de 2017

¿Por qué el matrimonio es para siempre?



El amor que construye el matrimonio es el amor de donación, un amor que comporta darse y acoger al otro

La propia identidad

¿Somos libres de volar? No, porque la naturaleza no nos ha dotado de esa capacidad que, en cambio, tienen la mayoría de las aves. ¿Un médico puede dejar de serlo? Puede decidir no ejercer esa profesión, pero sus conocimientos de Medicina le acompañarán el resto de su vida. La realidad de lo que somos, y de cómo vamos forjando nuestra propia identidad con nuestra actuación libre, nos impone sus límites. Es bueno que sea así. Y es de sabios aceptarlo.

Lo mismo ocurre con el matrimonio. ¿Somos acaso libres de dejar de ser hijos de nuestros padres? No, porque se es hijo, y ésa es una identidad imborrable, que es para siempre. Nadie lo duda. Pero ¿y ser cónyuges? ¿Se puede dejar de ser marido o mujer? Según una visión hoy bastante difundida, la respuesta sería afirmativa: todos los días oímos hablar de ex-maridos o ex-mujeres, o simplemente, de los "ex". ¿Es esto realmente así? ¿O es más bien una forma de interpretar una realidad que puede resultar incómoda? Trataré de explicarme.

Lo que no es matrimonio

Para muchos el matrimonio no pasa de ser una relación creada por el Derecho o por la autoridad pública, un vínculo o lazo meramente "legal". El matrimonio sería una realidad creada por las leyes. En el matrimonio no serían las personas las que se vinculan entre ellas, sino que es la ley quien "crea" el lazo matrimonial entre los cónyuges, como algo externo y distinto de ellos, que no las implica personalmente.

Vistas así las cosas, sería lógico pensar que, en virtud de la misma autoridad, quien puede "casar" a dos personas, las puede también "descasar", es decir, puede deshacer esa relación creada por la ley.

Por otro lado, muy a menudo se identifica el matrimonio con una relación sentimental. ¿Y qué son los sentimientos? Movimientos de la afectividad humana, por naturaleza volubles, que hoy son y mañana pueden dejar de ser. Cuando las relaciones humanas se basan exclusivamente en los sentimientos, son relaciones débiles, frágiles, caducas. Surgen con facilidad, pero se rompen con la misma rapidez con que nacen.

No hay más que echar una ojeada a las revistas del corazón para comprobar el fluctuar de lo que son simplemente "compañeros sentimentales". Lo que no dicen esas publicaciones es que detrás de esos continuos cambios de pareja hay una profunda, aunque a veces inconsciente, frustración. Lo que busca el corazón humano es amar y ser amado, y el anhelo del corazón es que ese amor sea estable y duradero. Pero esa estabilidad es imposible que se dé en una relación basada solamente en los sentimientos.

¿Qué es entonces casarse?

En primer lugar, la relación matrimonial no la ha inventado nadie; es una realidad originaria, natural, que la persona –hombre y mujer–"descubre" en sí misma. En el descubrimiento de lo que es el matrimonio, entra en juego el modo de ser de la persona, su modo de relacionarse, su modo de buscar y encontrar la felicidad; en definitiva, su naturaleza.

El matrimonio es una clase específica de relación –de comunicación– humana, basada en la diversa estructura sexual del ser humano. Esta relación o comunicación, que es propia del matrimonio, tiene como fundamento el amor, que es la fuerza que une. Si hablamos de comunicación, hablamos de dar y recibir. Por eso el amor matrimonial es un amor de donación y de aceptación, específico entre personas sexualmente complementarias: mujer y varón.

El amor que construye el matrimonio es el amor de donación, un amor que comporta darse y acoger al otro. Este amor es totalmente distinto del amor posesivo, que es un amor egoísta y perverso, porque quiere al otro exclusivamente por la satisfacción que proporciona. El ser humano debe ser querido por sí mismo y se rebela a ser convertido en objeto de placer; por eso, el amor posesivo no puede durar, porque no es amor genuino y termina siempre en conflicto y en ruptura.

En el matrimonio se produce la entrega y la aceptación de las personas: no es una especie de acuerdo o contrato que nos toca externamente, como algo que sucede fuera de nosotros y no influye en la configuración de nuestra personalidad. Si compramos un coche o vendemos un piso, no se ve afectado nuestro ser, nuestra identidad personal. La entrega matrimonial, en cambio, nos afecta íntimamente. Veamos por qué.

Por una parte, entregarse es ejercitar nuestra libertad: sólo puede entregarse quien es libre y tiene dominio sobre su propio ser presente y futuro. Darse a otra persona para toda la vida es un acto de libertad, probablemente el más sublime y soberano que pueda realizar una persona. Es ser LIBRE con mayúsculas.

Darse a otro y aceptarlo como marido o mujer afecta además a nuestra identidad personal. Cuando hay donación y hay aceptación de lo dado, se produce como efecto la pertenencia: lo dado pasa a ser de otro. Cuando se da algo a un amigo, y éste lo acepta, deja de pertenecernos para pasar a ser propiedad del otro. Pues bien, en el matrimonio, la mutua donación y aceptación producen como resultado lógico, la mutua pertenencia entre los esposos.

El matrimonio es el paso del "tú y yo" del noviazgo al "nosotros": esa identidad común de los que se pertenecen y que no es mera convivencia, estar "junto a"; es mucho más que "estar con", colaborando para hacer algo juntos. Es un nuevo modo de ser y de estar en el mundo, porque cada uno de los esposos ha decidido libremente ser del otro y aceptar al otro como parte del propio ser.

La verdadera entrega

Como veníamos diciendo, lo que se entrega en el matrimonio son las personas, no algo externo a ellas. Hablar de entre a de las personas es algo muy distinto que hablar de entrega de cosas. La donación de personas, si es verdadera, exige la totalidad, porque si fuera parcial –a prueba, por un tiempo– supondría tratar a la persona como objeto, como mercancía. Las personas no se prueban, se quieren y se aceptan tal como son; una prueba colocaría a la persona al mismo nivel que un electrodoméstico o que un animal.

¿Y qué significa darse totalmente a otro? Para los seres que estamos sometidos al tiempo, dar la totalidad del ser implica entregarse con proyección de futuro: entregar la persona es entregar toda la biografía, toda la vida futura. Es hacerse del otro para siempre, mientras ambos vivan.

Hemos dicho hace un momento que la mutua pertenencia crea una nueva identidad personal: "ser marido de", "ser mujer de". Ser cónyuge no es algo pasajero, transitorio, que se hace y se deshace. No es un rol que atribuye la ley o la sociedad. No "se hace de" marido o de mujer, como no "se hace de" hijo o de padre, sino que "se es" padre, madre, hijo, hermano...

Ser marido y ser mujer son identidades familiares, como lo son las que tienen su origen en la sangre: filiación, fraternidad; es, incluso, más fuerte, puesto que entre cónyuges hay mutua pertenencia, mientras no la hay entre padres e hijos.

La identidad, lo que cada uno somos, no se pierde, es para siempre. Si se perdiera, dejaríamos de ser lo que somos. Quien intenta ignorar la realidad o encubrirla intentando que la ley "disuelva" lo que es indisoluble, no sólo se engaña, sino que se está haciendo daño a sí mismo, negando lo que es su propia identidad.

Aceptar la realidad

Que el matrimonio entendido como entrega total de las personas es para siempre, puede ser algo relativamente fácil de entender, a nivel teórico. Otra cosa es que esta realidad resulte difícil de aceptar: pero aquí nos situamos en otro plano. Es la dureza del corazón lo que ha hecho que el hombre intente negar ese modo de ser del matrimonio, o busque "vías de salida" que, sin negar la teoría, la rechazan en el plano de los hechos.

Y la dureza de corazón se traduciría hoy en la incapacidad de amar de acuerdo con lo que la persona es y se merece. Y es que para que haya matrimonio hace falta que haya amor conyugal: un amor verdaderamente humano, que comprende la dimensión sensible y la afectiva -el amor sentimental- y también la inteligencia y la voluntad, la libertad; al casarse se dice no sólo "te quiero", sino "te quiero y quiero quererte porque eres para siempre parte de mi ser".

Hay parejas que acuden a contraer matrimonio con un amor inmaduro, un amor sentimental y, en el fondo, egoísta; que no quieren comprometerse, no quieren entregarse, y por eso piensan en romper si hay problemas; o no quieren tener hijos porque son una "atadura"; o pretenden seguir manteniendo otras relaciones, etc. Se confunde casarse con el simple "vivir con" mientras ese "con-vivir" satisfaga a ambas partes. No hay en estos casos amor conyugal y no hay, por tanto, matrimonio.

Hay parejas que se casan realmente y, a pesar de los esfuerzos –de uno o de los dos–, surgen problemas sin solución; hay situaciones ante las que no se puede hacer nada más que aceptar la cruz: la cruz de la enfermedad, del abandono...

Pero hay muchas más parejas que se casan de verdad, pero dejan que su amor se apague. No basta casarse y dejar que pase el tiempo. El amor hay que cultivarlo con miles de detalles. Y a la vez hay que conocer las etapas de la vida y del amor. El amor debe manifestarse de muchas maneras, también en forma de perdón, de olvido. El amor debe reinventarse a lo largo de la vida matrimonial: muchas veces habrá que recomenzar, volviendo al amor inteligente de la primera etapa del matrimonio, aquél que no desaprovechaba ninguna ocasión para la conquista. No hay que ver el matrimonio como un punto de llegada; al contrario, el matrimonio es un punto de partida. El "sí" del matrimonio se proyecta al futuro.

Amar es importante, pero es más importante querer amar Querer amar como decisión de la voluntad libre, que se proyecta hacia el futuro. Y quiere amar así quien se entrega totalmente al otro en el matrimonio. Ése es el amor duradero al que aspira íntimamente el corazón humano. Sólo ese amor tiene voz para decir para siempre.
Por: Montserrat Gas | Fuente: http://www.fluvium.org





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jueves, 3 de agosto de 2017

¿Hijos firmes o vulnerables?



Algunos consejos para formar la voluntad de nuestros hijos

Somos muchos los padres de familia preocupados por las influencias del ambiente sobre nuestros hijos. ¿Cuál es la diferencia entre aquellos que se mantienen en los principios y los que se dejan envolver por el ambiente?    ¿Qué es lo que hace que algunos sean firmes y otros vulnerables?
La diferencia está en la formación de la voluntad, y ésta se refleja en los diversos ámbitos de la vida.
Todos conocemos a personas que intentan dejar de fumar, cumplir la dieta, ser ordenados y empezar a leer.  Sin embargo, la dieta se rompe, el libro no se termina de leer y los malos hábitos vuelven a dominar.
Nos encontramos con el contraste de personas que “logran” lo que quieren con el simple hecho de proponérselo, mientras que otros, por más que lo intentan, no logran conseguir lo que se proponen.
Los hombres como seres racionales, estamos dotados de “voluntad”, pues somos libres y elegimos como actual. El problema surge cuando actuamos según lo que nuestros impulsos, deseos y pasiones nos presentan como apetecible.


La formación de la “voluntad” es un pilar fundamental de la educación de los hijos, pues en ella recae la capacidad de elegir lo que más conviene y de perseverar con dedicación y fortaleza para alcanzar metas e ideales.
“Solo quien es dueño de sí mismo es capaz de donarse a los demás en el amor y ser feliz”
¿Cómo formar la voluntad?
La voluntad se forma básicamente en la familia, en lo cotidiano, en la convivencia familiar.  La forma en la que los padres viven y cómo motivan a los hijos influye significativamente en la formación de la voluntad.
En la vida diaria se presentan constantemente oportunidades para formarla, pero es importante saber que debe ser:
1. De manera oportuna, temprana, eficaz y preventiva, es decir, adecuada al momento y a las circunstancias del desarrollo del niño, progresiva y que estimule positivamente la elección de lo que está bien hecho.
2. Gradual y constante: deberá ir avanzando según el desarrollo y capacidad de cada hijo.  Cultivarla con el esfuerzo de cada día a través del trabajo constante.  La inconsistencia y la falta de perseverancia dificultarán el progreso y la madurez.
3. Con el ejemplo: los hijos aprenden de los padres el dominio de sí, la disciplina y la fuerza de voluntad: “las palabras jalan….el ejemplo arrastra”.
4. Motivada: la voluntad no se ejercita ni se motiva por el simple hecho de formarse, ni de dominarse, se forma para amar.   El ideal alto, pero las metas tangibles y alcanzables.
La motivación positiva da mejores resultados que la negativa, potencia las áreas de oportunidades y contribuye en la autoestima y el ánimo.  
5. Personalizada: tener en cuenta los aspectos y diferencias individuales de cada hijo para adecuar los esfuerzos educativos y ayudar a cada uno a realizarse, a ser una persona libre y responsable.

Comparto contigo algunos consejos para formar la voluntad de nuestros hijos:

- Comunicar claramente lo que se espera y acompañarlo de un estímulo positivo.
- Que reciba la información en condiciones adecuadas.
- Asegurarse de que la procese correctamente.
- Exigir completar lo iniciado.  Por ejemplo: cuando decida inscribirse a alguna actividad extracurricular  (Futbol, música,), no permitirle salirse a medio año simplemente porque ya no le gusta o se aburre.   Explicarle la razón por la que debe permanecer, perseverar y completar lo elegido.
- Proceder siempre con método y previsión sin dejarse llevar por la inspiración o la debilidad del momento.
- Poner especial atención en los detalles.  Por ejemplo: al hacer la tarea, motivarlo para que la haga lo mejor posible, cuidando la letra y la limpieza, y dedicándole tiempo necesario para hacer un buen trabajo.
- Evitar ceder a la vida llena de comodidades y optar por la austeridad de vida, aún en cosas pequeñas y triviales.
- Hacer las cosas con determinación, sin dejarlas para después.
- Mantener la palabra dada.  No retractarse con facilidad.
- Exigir en los pequeños detalles que requieren esfuerzo, como cuidar el orden en casa y en la escuela, la puntualidad.
La formación de la voluntad es tarea primordial de los padres al educar a sus hijos.  Con una voluntad firme serán dueños de sí mismos, libres y capaces de realizarse y alcanzar la felicidad.  
Esto los distinguirá entre ser personas  “firmes” o ser “vulnerables
Por: Lucía Legorreta de Cervantes | Fuente: yoinfluyo.com




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martes, 1 de agosto de 2017

¿Trigo o cizaña?



Al hombre moderno le resulta difícil aceptar la idea de un juicio final de Dios sobre el mundo y la historia

Con tres parábolas, Jesús presenta en el Evangelio la situación de la Iglesia en el mundo. La parábola del grano de mostaza que se convierte en un árbol indica el crecimiento del Reino, no tanto en extensión, sino en intensidad; la parábola de la levadura indica la fuerza transformadora del Evangelio que "levanta" la masa y la prepara para convertirse en pan.

Los discípulos comprendieron fácilmente estas dos parábolas; pero esto no sucedió con la tercera, la parábola del trigo y la cizaña, y Jesús tuvo que explicársela a parte.

El sembrador, dijo, era él mismo; la buena semilla, los hijos del Reino; la cizaña, los hijos del maligno; el campo, el mundo; y la siega, el fin del mundo.

Esta parábola de Jesús, en la antigüedad, fue objeto de una memorable disputa que es muy importante tener presente también hoy. Había espíritus sectáreos, donatistas, que resolvían la cuestión de manera simplista: por una parte, está la Iglesia (¡su iglesia!) constituida sólo por personas perfectas; por otra, el mundo lleno de hijos del maligno, sin esperanza de salvación. A estos se les opuso san Agustín: el campo, explicaba, ciertamente es el mundo, pero también en la Iglesia; lugar en el que viven codo a codo santos y pecadores y en el que hay lugar para crecer y convertirse. "Los malos --decía-- están en el mundo o para convertirse o para que por medio de ellos los buenos ejerzan la paciencia".

Los escándalos que de vez en cuando sacuden a la Iglesia, por tanto, nos deben entristecer, pero no sorprender. La Iglesia se compone de personas humanas, no sólo de santos. Además, hay cizaña también dentro de cada uno de nosotros, no sólo en el mundo y en la Iglesia, y esto debería quitarnos la propensión a señalar con el dedo a los demás. Erasmo de Roterdam, respondió a Lutero, quien le reprochaba su permanencia en la Iglesia católica a pesar de su corrupción: "Soporto a esta Iglesia con la esperanza de que sea mejor, pues ella también está obligada a soportarme en espera de que yo sea mejor".

Pero quizá el tema principal de la parábola no es el trigo ni la cizaña, sino la paciencia de Dios. La liturgia lo subraya con la elección de la primera lectura, que es un himno a la fuerza de Dios, que se manifiesta bajo la forma de paciencia e indulgencia. Dios no tiene simple paciencia, es decir, no espera al día del juicio para después castigar más severamente. Se trata de magnanimidad, misericordia, voluntad de salvar.

La parábola del trigo y de la cizaña permite una reflexión de mayor alcance. Uno de los mayores motivos de malestar para los creyentes y de rechazo de Dios para los no creyentes ha sido siempre el "desorden" que hay en el mundo. El libro bíblico de Qoelet (Eclesiastés), que tantas veces se hace portavoz de las razones de los que dudan y de los escépticos, escribía: "Todo le sucede igual al justo y al impío... Bajo el sol, en lugar del derecho, está la iniquidad, y en lugar de la justicia la impiedad" (Qoelet 3, 16; 9,2). En todos los tiempos se ha visto que la iniquidad triunfa y que la inocencia queda humillada. "Pero --como decía el gran orador Bossuet-- para que no se crea que en el mundo hay algo fijo y seguro, en ocasiones se ve lo contrario, es decir, la inocencia en el trono y la iniquidad en el patíbulo".

La respuesta a este escándalo ya la había encontrado el autor de Qoelet: "Dije en mi corazón: Dios juzgará al justo y al impío, pues allí hay un tiempo para cada cosa y para toda obra" (Qoelet 3, 17). Es lo que Jesús llama en la parábola "el tiempo de la siega". Se trata, en otras palabras, de encontrar el punto de observación adecuado ante la realidad, de ver las cosas a la luz de la eternidad.

Es lo que pasa con algunos cuadros modernos que, si se ven de cerca, parecen una mezcla de colores sin orden ni sentido, pero si se observan desde la distancia adecuada, se convierten en una imagen precisa y poderosa.

No se trata de quedar con los brazos cruzados ante el mal y la injusticia, sino de luchar con todos los medios lícitos para promover la justicia y reprimir la injusticia y la violencia. A este esfuerzo, que realizan todos los hombres de buena voluntad, la fe añade una ayuda y un apoyo de valor inestimable: la certeza de que la victoria final no será de la injusticia, ni de la prepotencia, sino de la inocencia.

Al hombre moderno le resulta difícil aceptar la idea de un juicio final de Dios sobre el mundo y la historia, pero de este modo se contradice, pues él mismo se rebela a la idea de que la injusticia tenga la última palabra. En muchos milenios de vida sobre la tierra, el hombre se ha acostumbrado a todo; se ha adaptado a todo clima, inmunizado a muchas enfermedades. Hay algo a lo que nunca se ha acostumbrado: a la injusticia. Sigue experimentándola como intolerable. Y a esta sed de justicia responderá el juicio. Ya no sólo será querido por Dios, sino también por los hombres y, paradójicamente, también por los impíos. "En el día del juicio universal --dice el poeta Paul Claudel--, no sólo bajará del cielo el Juez, sino que se precipitará a su alrededor toda la tierra".

¡Cómo cambian las vicisitudes humanas cuando se ven desde este punto de vista, incluidas las que tienen lugar en el mundo de hoy! Tomemos el ejemplo que tanto nos humilla y entristece a nosotros, los italianos, el crimen organizado, la mafia, la ‘ndrangheta, la camorra..., y que con otros nombres está presente en muchos países. Recientemente el libro "Gomorra" de Roberto Saviano y la película que se ha hecho sobre él han documentado el nivel de odio y de desprecio alcanzado por los jefes de estas organizaciones, así como el sentimiento de impotencia y casi de resignación de la sociedad ante este fenómeno.

En el pasado, hemos visto personas de la mafia que han sido acusadas de crímenes horrorosos defenderse con una sonrisa en los labios, poner en jaque a jueces y tribunales, reírse ante la falta de pruebas. Como si, librándose de los jueces humanos, habrían resuelto todo. Si pudiera dirigirme a ellos, les diría: ¡no os hagáis ilusiones, pobres desgraciados; no habéis logrado nada! El verdadero juicio todavía debe comenzar. Aunque acabéis vuestros días en libertad, temidos, honrados, e incluso con un espléndido funeral religioso, después de haber dado grandes ofertas a obras pías, no habréis logrado nada. El verdadero Juez os espera detrás de la puerta, y no se le puede engañar. Dios no se deja corromper.

Debería ser, por tanto, motivo de consuelo para las víctimas y de saludable susto para los violentos lo que dice Jesús al concluir su explicación sobre la parábola de la cizaña: "De la misma manera, pues, que se recoge la cizaña y se la quema en el fuego, así será al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre".
Por: Raniero Cantalamessa, OFM Cap. | Fuente: zenit.org




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