"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

miércoles, 22 de febrero de 2017

Tú eres Pedro, y te daré las llaves del Reino de los cielos


Celebramos hoy, con la Iglesia universal, la fiesta de la Cátedra de San Pedro. La palabra cátedra es de origen griego y significa sede.

Celebramos hoy, con la Iglesia universal, la fiesta de la Cátedra de San Pedro. La palabra cátedra es de origen griego y significa sede. Es el sitio ocupado por un maestro autorizado para la enseñanza. Así, cuando se habla de una decisión "ex cátedra" del Papa, se trata de una decisión en la que el Sumo Pontífice habla como maestro universal de la Iglesia.
San Pedro, recibe una gran tarea: Jesús lo elige primer papa de la Iglesia. Y le explica su misión por medio de dos símbolos: la piedra y las llaves.

1. La piedra
Pedro es LA PIEDRA, sobre la cual se edificará la Iglesia, la comunidad del pueblo de Dios. La Iglesia es como una construcción, que se edifica a partir de los cimientos. Y el cimiento, una vez colocado, debe quedar ahí para que el edificio no se venga abajo.
Pedro y sus sucesores, los Papas, son el fundamento visible de la construcción. Porque el fundamento invisible es el mismo Señor Jesucristo. Y ese doble cimiento es la garantía de la victoriosidad de la Iglesia a través de los siglos.

2. Las llaves
La otra imagen con la cual Jesús le explica a Pedro su tarea, es la de LAS LLAVES. Simboliza la autoridad sobre la casa, la potestad de disponer, de dejar entrar y de echar de la casa.
Así Pedro es nombrado mayordomo en el Reino de Dios. Sus decisiones realizadas en la tierra, quedan ratificadas en el cielo. Pedro, y con él sus sucesores, son intermediarios indispensables para el acceso normal al Reino de los Cielos. Cristo es la cabeza de la Iglesia, pero los Papas son sus vicarios, sus representantes visibles en la tierra.

También podemos ver el cayado
Se trata del CAYADO DEL PASTOR. El bastón que es guía y sostén del pastor durante sus interminables recorridos. Como bastón de mando o báculo del Papa es signo de poder y autoridad. Cristo, al volver al Padre, no pensó dejar al frente de los suyos un “líder” o un “director”, sino un pastor, tal como él lo había sido. Por eso pasó a Pedro su cayado pastoral, para que lo lleve hasta su muerte y lo legue, a su vez, a sus sucesores. Y es así como nació el papado.

Y no se le encargó a Pedro esta tarea en premio a su santidad, ni porque fuera mejor que los demás apóstoles. El papel de Pedro se debe únicamente a la voluntad amorosa de Cristo. Y lo mismo sus sucesores que continúan esa misión de pastoreo encomendada por Jesús. Ésta es la razón por la que las ovejas de hoy nos sentimos ligadas al Pedro actual.

¡Qué así sea!
Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del Padre Nicolás Schwizer

martes, 21 de febrero de 2017

El único negocio importante: la santidad



La santidad no consiste en subirse a una columna con una palma en la mano y un crucifijo en el pecho.

Los defectos de los santos

Algunos libros de vidas de santos han omitido las debilidades de sus protagonistas, probablemente porque temían que nos escandalizáramos al saber que fueron hombres y mujeres como nosotros.

Pero precisamente es bueno comprobar que los que están en los altares no son de cera, ni de yeso, ni de plástico, sino, como todos los mortales, de carne y hueso, sufren dolores y tienen sus agobios; son personas comunes que tienen que tomar medicamentos o duermen mal o se distraen en la oración.

Muchos libros han puesto a los canonizados tan distantes de nosotros, que lo único que podemos hacer es admirarlos. Los colocan tan lejos, tan arriba, tan cubiertos de ropajes incómodos y ostentosos, tan desligados de todo lo nuestro, que no hay forma de imitarlos. Estas biografías nos convencen que la santidad no es para nosotros.

Pero las verdaderas biografías de los héroes cristianos son como nuestras vidas: ellos luchaban y ganaban, luchaban y perdían y entonces volvían a la lucha.

En la vida de las almas santas hay algunas veces cosas extraordinarias, acontecimientos sobrenaturales, intervenciones claras de Dios. Pero no son éstas las que los llevaron a ser santos, pues las acciones no eran de ellos, sino de Dios. Lo que los hizo santos fue la generosidad en la correspondencia al amor de Dios en su vida ordinaria, en todos los días, los meses, los años en los que no hubo cosas extraordinarias.

Es bueno saber que santa Teresita del Niño Jesús tenía una terquedad invencible desde niña; que san Alfonso María de Ligorio tenía un genio endemoniado; que san Agustín fue un gran pecador antes de su conversión y que santa Teresa de Jesús confesó nunca haber podido rezar un rosario completo sin distraerse.

Es admirable ver a los santos: hombres muy hombres y mujeres muy mujeres, con grandes virtudes, acciones heroicas y fallos garrafales.

La santidad no consiste en subirse a una columna con una palma en la mano y un crucifijo en el pecho. Los santos no son inactivos, siempre se mueven haciendo cosas tan simples como preocuparse por la enfermedad de un hermano, dar de comer al perro, cumplir con su trabajo y hacer con alegría los encargos que les piden.
Estos son los santos de hoy, los que van en el metro, rezan a la Virgen, trabajan en el campo, escriben a máquina, descansan el fin de semana y vuelven todos los lunes al mismo trabajo, preocupándose sólo de hacer extraordinariamente bien aquello que les ha tocado hacer.

Jesús Urteaga Loidi, Los defectos de los santos.


Tú también puedes ser santo


Seguramente habrás oído a alguien decir que todos los cristianos estamos llamados a ser santos y tal vez no puedes imaginarte a ti mismo como estatua de yeso en el altar de una Iglesia, rodeado de veladoras y reliquias. Tal vez te parezca ridículo pensar que se fabriquen estampitas con tu fotografía, a la que le hayan sobrepuesto una coronilla refulgente alrededor de la cabeza.

Sin embargo, ser santo no tiene nada que ver con las estatuas y las estampitas. Ser santo es llegar al cielo para estar con Dios y a eso es a lo que estás llamado desde que fuiste concebido en el seno de tu madre.
Seguramente también habrás oído a algún pesimista decir que este mundo no tiene remedio, que va directo a la perdición. Pero esto no será cierto si tú no lo permites.
Es verdad que el ambiente es difícil, que la Iglesia tiene muchos problemas, que hay muchísima gente caminando por senderos equivocados, pero eso ha sucedido siempre.
Desde el principio de la humanidad, han sido sólo unos cuantos los que han seguido a Dios y en ellos Él ha puesto toda su confianza. Dios, el ser supremo, el omnipotente, el omnipresente, siempre ha querido necesitar del hombre para salvar al hombre y con unos cuantos que le han respondido ha podido lograr que la Iglesia sobreviva, a pesar de todos los ataques que ha sufrido externa e internamente.

Dios llama a todos, pero sólo unos cuantos le responden. Ésos son los santos: hombres y mujeres llenos de debilidades y defectos que se han puesto a la disposición de Dios; que han estado dispuestos a darle cinco panes y dos peces para que Él pueda dar de comer a cinco mil hombres; que le han prestado una casa para que Él instaure la Eucaristía; que han quitado piedras de los sepulcros para que Él resucite a los muertos. Hombres y mujeres que se han animado a ser fermento, a ser sal, a ser luz para iluminar a los demás.
El pertenecer a esos pocos que escuchan y responden a Dios sólo depende de ti. Dios pide tu ayuda, cuenta contigo para salvar a muchísimos hombres, pero sólo tú eres el encargado de responderle positiva o negativamente.

Dios te llama a través de lo diario, de lo cotidiano, de tus compañeros y maestros, de tus tareas, de tus problemas, éxitos y fracasos. Todo lo que pasa a tu alrededor es un mensaje divino que te llama a ser santo ahí donde Dios te ha puesto, en esa casa, en esa escuela, en ese trabajo, con esos compañeros y esos hermanos para que los transformes con tu luz.

¡Te conviene ser santo!


Sin duda, la santidad es el mejor negocio en el que puedes invertir, pues te asegura la felicidad no sólo para unos cuantos años, no sólo para toda tu vida, sino para toda la eternidad.

Jesús lo dijo a los apóstoles en cierta ocasión:
"No atesoréis bienes en la tierra, donde el orín y la polilla los corroen y los ladrones los roban. Atesorad más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni orín, ni ladrones. Pues donde está tu tesoro, ahí estará tu corazón."
(Mt. 6, 19-21)

Formar un tesoro en la tierra es muy complicado: requiere de tiempo, de grandes cálculos en las inversiones, de muchas angustias e inseguridades: que si las tasas de interés bajan; que si la moneda se devalúa; que si hubo un fraude en la empresa. Para colmo, cuando por fin consigues tener los bienes materiales que tanto añorabas, descubres que éstos se descomponen, se rompen, se pierden, se echan a perder o se vuelven obsoletos.

En cambio, formar un tesoro en el cielo es muy sencillo, pues no hay agentes externos que puedan influir en él: tú eres el único que puede aumentarlo o disminuirlo. Hacer un tesoro en el cielo es trabajar por ser santo y esto se consigue con buenos pensamientos y buenas acciones. Todo lo que ganes con ellos durará para siempre y nada ni nadie te lo podrá quitar, romper, perder o estropear.
Ser santo es aumentar todos los días y a cada instante ese tesoro que tienes en el cielo. Ser santo es tan sencillo como cumplir a la perfección con tus deberes ordinarios, en el momento y en el lugar en que debes cumplirlos.


Algunos obstáculos para ser santo


Ser santo es sencillo, pero requiere de mucha valentía, coraje y fortaleza, porque no es algo que "esté de moda" y que el ambiente te ayude a conseguir. Por el contrario, si quieres de verdad llegar a ser santo, encontrarás miles de obstáculos en el camino, empezando por ti mismo:

– Tu pasión dominante o "talón de Aquiles". Si observas un poco tu vida, encontrarás que miles de veces no has respondido como Dios lo esperaba de ti. Frente al llamado que te hace Dios a la perfección, encontrarás en tu vida presunciones, desesperaciones, perezas, enojos, riñas, odios, gula, impurezas, supersticiones, mentiras, venganzas y omisiones. Luchar contra todo esto a la vez puede resultar imposible, como si trataras de matar a miles de mosquitos dando golpes con una espada en el aire. Lo que tienes que encontrar es la raíz de estas caídas, tu talón de Aquiles, el nido de donde provienen los mosquitos, y arremeter contra él con todas tus fuerzas. Algunos tienen este defecto dominante en los ojos, otros en la lengua, otros en la imaginación. Si de verdad quieres ser santo, deberás descubrir cuál es el origen de tus defectos.

– El desánimo. Tal vez empieces a recorrer el camino hacia la santidad con grandes ilusiones, pero debes estar consciente de que vas a caer mil veces y vas a tener que levantarte otras tantas. El desánimo es “guillotina de santos” no permitas que se apodere de tu vida y te haga decir o pensar que no sirves para eso, que tienes demasiados defectos, que no eres capaz. Todos los santos han tenido defectos y fallos, pero su santidad ha consistido en saber levantarse a tiempo y seguir adelante.

– El agobio del trabajo. Puede ser también que al darte cuenta de las necesidades que tiene la Iglesia, de los problemas que existen en el mundo, te sientas agobiado, como si te encontraras solo con una pala ante la misión de trasladar una montaña a otro lugar. El agobio te vuelve ineficaz y eso no lo quiere Dios. Hay mucho trabajo que hacer, pero debes empezar por lo que a ti te corresponde, en el estado y condición de vida en donde Dios te ha puesto. Si trabajas en lo que debes, Dios se encargará de lo demás. El agobio es el mismo que sintieron los apóstoles cuando Cristo les dijo que sentaran a las cinco mil personas y les dieran de comer. Los apóstoles pudieron conseguir solamente cinco panes y dos peces y Jesús hizo lo demás y todos quedaron saciados.

– El pesimismo. Los pesimistas no pueden ser apóstoles y mucho menos santos. Los pesimistas se quejan de su trabajo, de los pocos frutos que obtienen, de sus achaques, de sus problemas, del calor y del frío. El pesimista hace insoportable la vida a los demás, pues su tristeza se contagia. Los santos son alegres y optimistas, nada puede nublar su cara, pues saben que están en las manos de Dios, que es todopoderoso y que los ama.

– La rutina. Tal vez tu vida te parezca aburrida por ser igual a la del resto de los jóvenes que pueblan el mundo: la escuela, el trabajo, los amigos, las fiestas, la familia. ¡Bah! ¿En qué se diferencia tu vida de la del resto del mundo? ¿En qué te distingues tú, que quieres ser santo? Hay una frase que dice: “Con las mismas piedras se puede adoquinar una calle o construir una catedral” Así es tu vida, tienes las mismas herramientas que cualquier otro joven de tu edad, pero si vives con rutina solamente verás piedras en las piedras. En cambio, si desechas la rutina, podrás ver en cada piedra la posibilidad de construir una catedral; empezarás a descubrir los milagros que Dios realiza frente a ti a cada momento. El secreto está en mantenerte en contacto con Dios para ver todo con ojos de Dios.

– El “aborregamiento”. Si observas a los borregos, verás que caminan en el anonimato: con las orejas caídas sin mirar al cielo; viendo mecánicamente al que va delante de ellos. Un santo nunca puede caminar como borrego, en medio de la multitud haciendo lo que los otros hacen. Tú eres diferente de los demás y no debes tener miedo de comportarte de manera diferente a los otros, que sólo reaccionan ante el aullido del coyote o el silbido del pastor. Para ser santo debes dejar de ser borrego; atreverte a caminar contra corriente en tu estilo de vestir, de divertirte, de hablar y de pensar, comportándote como lo que eres: un hijo de Dios.

– Las omisiones. Los santos no saben cruzar los brazos con una sonrisa y encogerse de hombros para contemplar cómo los demás caminan por senderos erróneos. Los santos están alerta para corregir, defender, enmendar los daños que otros puedan provocar; los santos buscan la ocasión de ayudar, no esperan que ésta les caiga encima, no se quejan de la situación del mundo: sino que luchan por hacerla mejor.


Medios para llegar a ser santo

La oración humilde

A estas alturas ya sabes cuán importante es la oración en la vida de un cristiano, pero justamente porque ya lo sabes y estás trabajando por ser mejor cada día, puede ser que caigas en la oración del fariseo, que daba gracias a Dios por no ser tan malo como los otros. No hacía mas que jactarse de sus avances ante Dios. Este tipo de oración no sirve para alcanzar la santidad. La oración útil es aquella en la que reconoces que sin Dios no puedes hacer nada y pones toda tu confianza en Él.

El plan de vida

Consiste en trazar un plan concreto de acción para vencer tu defecto dominante.
En él tendrás que incluir metas a corto y largo plazos, así como los medios que utilizarás para alcanzarlas.

La frecuencia en los sacramentos

Como seguirás teniendo caídas, debes estar siempre cerca del sacramento de la confesión para levantarte inmediatamente. De la misma manera, necesitarás fuerzas sobrenaturales para vencer todos los obstáculos que se te presenten y sólo las encontrarás en la Eucaristía. Recuerda que la fuerza está en Dios, que tú puedes conseguir cinco panes, pero Dios, con ellos, puede alimentar a 5,000 hombres.


Reflexiones y decisiones para ser santo


Para meditar personalmente

– Imagina que escribieras una autobiografía que se titulara “La vida de san Xâ€
, que incluyera tus datos de nacimiento, familia y cómo ha sido tu vida hasta el día de hoy. Imagina qué escribieras en ella cómo sería tu vida de aquí en adelante, el momento en que empezaste a trabajar por ser santo, poniendo todo lo que te gustaría hacer por el mundo y por las almas. ¿Te das cuenta de lo maravilloso que sería hacer realidad esa biografía y de que algo dentro de ti te dice que puede ser posible?

– ¿Cómo elaborarías un plan de vida para combatir tu defecto dominante? Podrías escribir en él el nombre de tu defecto, sus principales manifestaciones, las metas que quieres conseguir a corto plazo y unos cuantos medios concretos para conseguirlas.

– ¿Qué impresión tiene la gente acerca de los santos cuando ve las estatuas en las iglesias o cuando lee sus biografías? Después de leer este artículo, ¿tú que opinas de los santos?

Ideas para Recordar

– Los santos han sido hombres y mujeres con las mismas debilidades que cualquiera de nosotros. La única diferencia es que ellos han puesto esas debilidades en las manos de Dios.

– Por muy extraño que parezca, cada uno de nosotros está llamado a ser santo ahí donde Dios lo ha puesto.

– La santidad es el mejor negocio en el que podemos invertir, pues nos garantiza la felicidad, no para un día ni un año, sino para toda la eternidad.

– Para ser santos encontraremos muchos obstáculos que debemos vencer: nuestra pasión dominante, el desánimo, el agobio, el pesimismo, la rutina, el “aborregamiento” y las omisiones.

– Los mejores medios para alcanzar la santidad son la lucha continua, la oración y los sacramentos.

Decisiones

En ti está la decisión de cambiar y ser santo; para ayudarte, aquí te proponemos algunas líneas de acción:

– Pondré en práctica mi plan de vida para que no se quede en un papel, recordando siempre la frase que dice: “el infierno está lleno de gente con buenos propósitos”.

– Empezaré a ser santo el día de hoy haciendo las cosas ordinarias extraordinariamente bien.
Por: Lucrecia Rego de Planas

lunes, 20 de febrero de 2017

Ayunar es amar



No es el comer o el ayunar lo que importa: lo que hace verdadero el ayuno es el espíritu con que se come o se ayuna

Los criterios inmediatistas y eficientistas poco a poco han invadido nuestra cultura. El máximo rendimiento con el mínimo esfuerzo, la inmolación del esfuerzo, del tiempo, de valores profundos y hasta de afectos vitales en vistas a un objetivo de corta duración que se presenta como plenificante en lo social o económico. De esta filosofía de vida, casi aceptada universalmente, no está exenta la vida de fe de los cristianos. Si bien la fe del discípulo se afianza y crece en el encuentro con Jesús vivo, que llega a todos los rincones de la vida y se nutre en la experiencia de ponerse de cara al evangelio para vivirlo como buena noticia que ilumina el andar cotidiano, podemos correr el riesgo de mirarlo de “reojo” y quedarnos sólo con una parte.

Hace algunos domingos, después de pronunciar el Sermón del Monte, Jesús nos dijo “para que vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en los cielos”. Frente a esta palabra tan determinante podemos conformarnos con hacer algunas buenas obras y darnos por satisfechos. La propuesta del Señor es más ambiciosa. Nos propone un obrar “desde la bondad” que tiene su raíz en la fuerza del Espíritu que se derrama dinámicamente como don de amor para todo nuestro vivir. No se trata solamente de hacer obras buenas, se trata de obrar con bondad. Estamos en la puerta de la cuaresma y la tentación que podemos tener es la de reducirla a ciertas buenas prácticas que finalizan en la pascua, desperdiciando el caudal de gracia que puede significar este tiempo de conversión para toda nuestra vida.

Nuestro ayuno cuaresmal puede ser rutinario y llegar a ser un gesto maniqueo más que profético consistente en «cerrar la boca», porque la materia y los alimentos son impuros: cuando el ayuno que Dios quiere es partir el propio pan con el hambriento; privarnos no sólo de lo superfluo, sino aún de lo necesario para ayudar al los que tienen menos; dar trabajo al que no lo tiene curar a los que están enfermos en su cuerpo o en su espíritu; hacernos cargo de los que sufren el azote de la droga o ayudar a prevenir la caída de tantos; el denunciar toda injusticia; el trabajar para que tantos, especialmente chicos en la calle, dejen de ser el paisaje habitual; el dar amor al que está solo y no sólo al que se nos acerca.

No creamos que es el comer o el ayunar lo que importa. Lo que hace verdadero el ayuno es el espíritu con que se come o se ayuna. Si pasar hambre fuera una bendición, serían benditos todos los hambrientos de la tierra y no tendríamos porque preocuparnos. «Ningún acto de virtud puede ser grande si de él no se sigue también provecho para los otros... Así pues, por más que te pases el día en ayunas, por más que duermas sobre el duro suelo, y comas ceniza, y suspires continuamente, si no haces bien a otros, no haces nada grande».San Juan Crisóstomo

Jesús ayunó según la tradición de su pueblo pero también compartió la mesa de ricos y pobres, de los justos y pecadores. (Mt. ll,l9).

Ayunemos desde la solidaridad concreta como manifestación visible de la caridad de Cristo en nuestra vida. Así tiene sentido nuestro ayuno como gesto profético y acción eficaz. Así cobra sentido nuestro ayunar para que otros no ayunen. Ayunar es amar.

Necesitamos vivir la profundidad de no darle tanta importancia a la comida de la que nos privamos sino a la comida que posibilitamos a un hambriento con nuestras privaciones. Que nuestro ayuno voluntario sea el que impida tantos ayunos obligados de los pobres. Ayunar para que nadie tenga que ayunar a la fuerza.

Iniciando la cuaresma, benditos sean estos cuarenta días si nos entrenan el corazón en la actitud permanente de partir y repartir nuestro pan y nuestra vida con los más necesitados. Nuestro ayuno no puede ser dádiva ocasional sino una invitación a crecer en la libertad por la cual experimentamos que no es más feliz el que más tiene, sino el que más comparte porque ha entrado en la dinámica del amor gratuito de Dios.

Estamos en un tiempo marcado por la misión, no como gesto extraordinario sino como un modo de ser Iglesia en Buenos Aires. Cada gesto pastoral deseamos que no se agote en sí mismo sino que marque una brecha, genere una actitud que permanezca. En esta línea, queremos que el gesto solidario de cuaresma que realizamos desde hace ya varios años, nos permita rubricar el anuncio de la buena noticia, de que por el bautismo somos una familia que siente y vive como propias las angustias y dolores de todos, y todos los días del año.

Quiero agradecerles todo lo que se ha podido realizar a través de los gestos solidarios de los años anteriores y los animo a que la caridad viva sea el signo que acredite nuestras palabras de anuncio del Reino.

Que Dios los bendiga y le regale una Santa Cuaresma vivida den el amor de Dios por su pueblo
 
Cardenal Jorge Mario Bergoglio S.J., 10 de marzo de 2011
Por: Cardenal Jorge Mario Bergoglio S.J. | Fuente: www.arzbaires.org.ar

domingo, 19 de febrero de 2017

El arte de amar a los enemigos



¿Cómo es posible perdonar?: También nosotros, todos nosotros, tenemos enemigos, todos. Algunos enemigos débiles, algunos fuertes.

Por: SS Francisco

(Fragmento Homilía Papa Francisco de la misa celebrada el martes 18 de junio, por la mañana, en la capilla de la Domus Sanctae Marthae.)


Amar a nuestros enemigos, a quienes nos persiguen y nos hacen sufrir es difícil; ni siquiera es un "buen negocio", porque nos empobrece. Sin embargo este es el camino indicado y recorrido por Jesús para nuestra salvación.

¿Cómo es posible perdonar?: También nosotros, todos nosotros, tenemos enemigos, todos. Algunos enemigos débiles, algunos fuertes. También nosotros muchas veces nos convertimos en enemigos de otros; no les queremos. Jesús nos dice que debemos amar a los enemigos.

No se trata de una tarea fácil y generalmente, pensamos que Jesús nos pide demasiado. Pensamos: "Dejemos estas cosas a las monjas de clausura que son santas o a alguna otra alma santa". No es la actitud justa. «Jesús dice que se debe hacer esto porque sino sois como los publicanos, como los paganos, y no sois cristianos».

¿Cómo se puede amar «a quienes toman la decisión de bombardear o matar a tantas personas? ¿Cómo se puede amar a aquellos que por amor al dinero no permiten que las medicinas lleguen a quien la necesita, a los ancianos, y les dejan morir?». Aún más: «¿Cómo se puede amar a las personas que buscan sólo su interés, su poder y hacen tanto mal?».

No sé «cómo se puede hacer. Pero Jesús nos dice dos cosas: primero, mirar al Padre. Nuestro Padre es Dios: hace salir el sol sobre malos y buenos; hace llover sobre justos e injustos. Nuestro Padre, por la mañana, no dice al sol: "Hoy ilumina a estos y a estos; a estos no, déjales en sombra". Dice: "Ilumina a todos". Su amor es para todos, su amor es un don para todos, buenos y malos. Y Jesús concluye con este consejo: "Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial".

Por lo tanto, la indicación de Jesús consiste en imitar al Padre en la perfección del amor. Él perdona a sus enemigos. Hace todo por perdonarles. Pensemos en la ternura con la que Jesús recibe a Judas en el huerto de los Olivos, cuando entre los discípulos se pensaba en la venganza.

La venganza, es ese plato tan rico cuando se come frío; y por ello esperamos el momento preciso para realizarla. «Pero esto no es cristiano. Jesús nos pide amar a los enemigos. ¿Cómo se puede hacer? Jesús nos dice: rezad, rezad por vuestros enemigos. La oración hace milagros; y esto vale no sólo cuando tenemos enemigos; sino también cuando percibimos alguna antipatía, «alguna pequeña enemistad». Entonces es necesario rezar, porque «es como si el Señor viniera con el óleo y preparara nuestro corazón para la paz».

Pero «ahora desearía dejaros una pregunta, a la cual cada uno puede responder en su corazón: ¿rezo por mis enemigos? ¿Rezo por quienes no me quieren? Si decimos que sí, yo os digo: ¡adelante!, reza más, porque éste es un buen camino. Si la respuesta es no, el Señor dice: ¡pobrecillo! También tú eres enemigo de los demás. Entonces es necesario rezar para que el Señor cambie su corazón».

Debemos mirar más el ejemplo de Jesús: «Conocéis, en efecto, la gracia de la que habla hoy el apóstol Pablo: de rico que era, se hizo pobre por vosotros, para que vosotros llegarais a ser ricos por medio de su pobreza. Es verdad: el amor a los enemigos nos empobrece, nos hace pobres, como Jesús, quien, cuando vino, se abajó hasta hacerse pobre. Tal vez no es un "buen negocio" o al menos no lo es según la lógica del mundo. Sin embargo «es el camino que recorrió Dios, el camino que recorrió Jesús» hasta conquistarnos la gracia que nos ha hecho ricos.

Este es el misterio de la salvación: con el perdón, con el amor hacia el enemigo nos hacemos más pobres. Pero esa pobreza es semilla fecunda para los demás, como la pobreza de Jesús llegó a ser gracia y salvación para todos nosotros.

Pensemos en nuestros enemigos, en quien no nos quiere. Sería hermoso si ofreciéramos la misa por ellos, si ofreciéramos el sacrificio de Jesús por quienes no nos aman. Y también por nosotros, para que el Señor nos enseñe esta sabiduría: tan difícil pero también tan bella, y que nos hace semejantes a su Hijo, quien al abajarse se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza.