"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

jueves, 26 de enero de 2017

Curar las cegueras del alma



Son muchas las cegueras del alma. Desde perezas, cobardías, orgullos y egoísmos y los ojos dejan de ver la luz.

A base de pequeñas traiciones a la conciencia, el corazón puede endurecerse. Poco a poco inicia una ceguera que dificulta ver el bien, la verdad, la justicia. Entonces alma queda encarcelada entre caprichos y pecados que destruyen y que ahogan.
Son muchas las cegueras del alma. Desde perezas y cobardías, desde ambiciones y envidias, desde lujurias y odios, desde orgullos y egoísmos, los ojos dejan de ver la luz y quedan prisioneros de las tinieblas.
Como enseña san Juan, “quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe a dónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos” (1Jn 2,11). San Pablo ofrece un análisis más detallado del camino que lleva a la oscuridad y al pecado:
“Porque, habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, antes bien se ofuscaron en sus razonamientos y su insensato corazón se entenebreció: jactándose de sabios se volvieron estúpidos, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una representación en forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos, de reptiles. Por eso Dios los entregó a las apetencias de su corazón hasta una impureza tal que deshonraron entre sí sus cuerpos. (...) Y como no tuvieron a bien guardar el verdadero conocimiento de Dios, entrególos Dios a su mente insensata, para que hicieran lo que no conviene: llenos de toda injusticia, perversidad, codicia, maldad, henchidos de envidia, de homicidio, de contienda, de engaño, de malignidad, chismosos, detractores, enemigos de Dios, ultrajadores, altaneros, fanfarrones, ingeniosos para el mal, rebeldes a sus padres, insensatos, desleales, desamorados, despiadados” (Rm 1,21‑31).
¿Cómo salir de ese estado de ceguera? ¿Cómo recuperar nuevamente la vista? Si nos dejamos curar por Cristo, si le permitimos tocar nuestros párpados y humedecer nuestras pupilas, volveremos a ver la luz (cf. Jn 9; Ap 3,18).

“Despierta tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo” (Ef 5,14b). Con el Maestro podemos salir de las cegueras del alma. Entonces todo quedará iluminado de una manera distinta, y nuestros ojos percibirán, gracias a la misericordia que cura, un horizonte maravilloso de bondad y de belleza. Seremos así capaces de vivir la plenitud de la Ley: amaremos a Dios y a los hermanos (cf. Mt 22,36-39).
Por: P. Fernando Pascual LC

miércoles, 25 de enero de 2017

Dios, como a Pablo, te invita a la conversión



Convertirse significa, para cada uno de nosotros, creer que Jesús se ha entregado a sí mismo por mí.

Por: SS Benedicto XVI

Hoy, 25 de enero, se hace memoria de la "Conversión de san Pablo" (...) En el caso de Pablo, algunos prefieren no utilizar el término conversión, porque -dicen- él ya era creyente, es más hebreo ferviente y por ello no pasó de la no-fe a la fe, de los ídolos a Dios, ni tuvo que abandonar la fe hebrea para adherirse a Cristo. En realidad, la experiencia del Apóstol puede ser el modelo de toda auténtica conversión cristiana.

La de Pablo maduró en el encuentro con el Cristo resucitado; fue este encuentro el que le cambió radicalmente la existencia. En el camino de Damasco sucedió para él lo que Jesús pude en el Evangelio de hoy: Saulo se convirtió porque, gracias a la luz divina, “creyó en el Evangelio”. En esto consiste su conversión y la nuestra: en creer en Jesús muerto y resucitado y en abrirse a la iluminación de su gracia divina.

En aquel momento, Saulo comprendió que su salvación no dependía de las obras buenas realizadas según la ley, sino del hecho que Jesús había muerto también por él -el perseguidor- y que estaba, y está, resucitado. Esta verdad, que gracias al Bautismo ilumina la existencia de cada cristiano, alumbra completamente nuestro modo de vivir.

Convertirse significa, también para cada uno de nosotros, creer que Jesús “se ha entregado a sí mismo por mí”, muriendo en la cruz (cfr Gal 2,20) y, resucitado, vive conmigo y en mí. Confiándome al poder de su perdón, dejándome tomar la mano por Él, puedo salir de las arenas movedizas del orgullo y del pecado, de la mentira y de la tristeza, del egoísmo y te toda falsa seguridad, para conocer y vivir la riqueza de su amor.

Queridos amigos, la invitación a la conversión, valorada por el testimonio de san Pablo, resuena hoy (...) El Apóstol nos indica la actitud espiritual adecuada para poder progresar en el camino de la comunión. “Ciertamente no he llegado a la meta -escribe a los Filipenses -, no he llegado a la perfección; pero me esfuerzo en correr para alcanzarla, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús” (Fil 3,12).

Ciertamente, nosotros los cristianos no hemos conseguido llegar aún a la meta de la unidad plena, pero si nos dejamos continuamente convertir por el Señor Jesús, llegaremos seguramente.

La Virgen María, Madre de la Iglesia una y santa, nos obtenga el don de una conversión verdadera, para que cuanto antes se realice el anhelo de Cristo: "Ut unum sint".



Fragmento de las palabras de SS Benedicto XVI durante el Ángelus, en la Fiesta de la Conversión de San Pablo 25 enero 2009

martes, 24 de enero de 2017

Equipos de Catequesis



Hay que comenzar a trabajar y es tiempo de pensar en el Equipo de Catequesis. Tarea nada sencilla, si se hace con responsabilidad...

Siempre es bueno comenzar con un deseo de buen año y de que las cosas que hagamos, en función de la Catequesis, sean para Gloria de Dios y para crecer un poco más en nuestra vida espiritual. No es fácil arrancar... pero estamos seguros de que no es por falta de entusiasmo o carencia de ideas, sino simplemente, por una cuestión natural y hasta aceptable, como sucede antes de iniciar cualquier tarea seria y responsable, en este caso, una tarea que lleva el expreso pedido de Jesús... evangelizar.


Hay que comenzar a trabajar y es tiempo de pensar en el Equipo de Catequesis. Tarea nada sencilla, si se hace con responsabilidad... pero tarea que redundará en buenos resultados si lo formamos bien y con la convicción de que muchas personas estarán pendientes de lo que hacemos.


Habrá que buscar, habrá que movilizar, habrá que motivar en nuestras comunidades para que todos comprendan la importancia de sentirse partícipes del Grupo, porque esto tampoco es para cualquiera. Ser parte del Equipo de Catequesis es Don y Tarea, y como tal, debemos tomarla. Necesita una reflexión de parte de cada uno, requiere responsabilidad y exige un compromiso de vida frente a la misión. Dios quiera que lo puedan hacer en sus comunidades y de esa manera, llevar un testimonio de vida a todos los que está esperando que lleguemos hasta ellos.



..Caminando juntos, será más fácil


Cada uno sabe lo difícil que siempre significa "unirnos" para trabajar en la difusión de la Palabra de Dios. Aunque parezca un contrasentido... pensar juntos, planificar juntos, meditar juntos o caminar juntos hacia un único objetivo, como debe ser, sentirse co-partícipes de la creación y de la difusión de la buena nueva trae consigo un sinnúmero de problemas que se potencian en la medida en que cada uno trata de "imponer" sus ideas, en vez de sentirse parte, "humildemente", de un "equipo de trabajo" que se organiza para articular mejor la tarea en pos del verdadero objetivo.
El trabajo en equipo, para cualquier propósito, siempre es una apuesta a la humildad, al renunciamiento y al dejar el egoísmo de lado en función de unir las potencialidades de cada uno. Si esto no es tarea fácil en ningún grupo de trabajo, mucho menos lo es, cuando se trata de la catequesis o de formar "El Equipo de Catequesis".


Podemos entrar en distintas cuestiones para buscar alguna razón o para encontrar un verdadero impulso, del porqué pasa esto; pero esa no es la propuesta. Desde el ISCA queremos remarcar la importancia del trabajo en equipo por una simple y sencilla deducción: Caminar juntos, siempre es más llevadero y se optimiza la tarea, ya que cada uno aporta desde su lugar, ideas, propuestas, formas de trabajo y hasta el tiempo que puede participar en función de la Catequesis. No todos pueden hacer "todo" ni tampoco todos pueden saber hacer "de todo". Ese no es el pensamiento... la propuesta es que cada uno, dentro del equipo, sea un exponente de la idea central y en base a lo que pueda dar, se distribuyan las tareas para llegar a lo que se pretende, es decir, para que cada grano de arena que uno pone a disposición de los demás sea una donación que, unido al de los otros, conformen el gran objetivo de que como Agentes de Pastoral, podamos ser testimonios de vida y de trabajo para catequizar a nuestros hermanos.


La importancia del "Equipo" se nota en la distribución de trabajos; de acuerdo al tiempo, al carisma y al talento que cada uno tiene para dar. Si cada Agente de Pastoral se entrega sin egoísmos a la tarea de compartir un Equipo de Catequesis, sin pedir nada y entregándose como verdadero cristiano, los resultados serán el fruto que nos hará sentir recompensados por el simple hecho de haber hecho las cosas como corresponden.


No hacen falta los liderazgos improductivos ni "colaboradores" sin compromiso... Conformar un Equipo de Catequesis implica responsabilidad, sensibilidad, humildad y sobre todo, conocer nuestras limitaciones y virtudes, para que las mismas sean puestas de manifiesto en beneficio del grupo.


Seguramente habrá alguien que dirija...de hecho, es necesario que una persona sea responsable del Equipo... a partir de ahí, todos, y de acuerdo a lo dicho anteriormente, pondremos a disposición lo que podamos dar para que la tarea articulada sea de una sola pieza y no un rompecabezas, donde cada uno quiera imponer una forma de ser y que para unirlo a los demás, demande un tiempo de búsqueda, lo que muchas veces, conlleva una pérdida de tiempo y al mismo tiempo, genere cierto malestar dentro del grupo de trabajo.


Insistimos, no es fácil... Armar el Equipo de Catequistas, es el primer paso de la Catequesis, ya que si la base no está construida sobre un cimiento firme, en algún momento se puede resquebrajar, y reconstruir en medio del camino, es muy difícil; tan difícil como intentar solucionar el problema de un avión, en pleno vuelo. Si las cosas comienzan bien, las posibilidades de que terminen bien son muy altas; por eso no decimos que "armar" el equipo de Catequesis sea simple y sencillo, sino que caminando juntos, será más fácil.
Por: Rogelio López | Fuente: ISCA

lunes, 23 de enero de 2017

Expulsar al demonio



El demonio ha conseguido realizar, en nuestros días, su mejor maniobra: hacer que se dude de su existencia.

Marcos 1,21-28. Enseñaba con autoridad:
En aquel tiempo, Jesús y sus -discípulos entraron en Cafarnaún, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad.
Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo, y se puso a gritar: «¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios.»
Jesús lo increpó: «Cállate y sal de él.»
El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: «¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen.»
Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.
Reflexión
El Evangelio nos relata -en este pasaje, y en varios otros- la expulsión de demonios obrada por Jesús. Tal vez, este hecho nos suena a nosotros un poco raro. Porque el estar poseído por un demonio nos parece algo exclusivo de aquellos tiempos. Sin embargo sucede también en nuestros días, aunque sea poco frecuente.

Pero el problema de fondo para el hombre de hoy es la pregunta, si el demonio como persona existe o no. Resulta que el hombre moderno e incluso el cristiano moderno apenas creen en el demonio. Éste ha conseguido realizar, en nuestros días, su mejor maniobra: hacer que se dude de su existencia.

Queremos, por eso, reflexionar sobre el diablo y su actuar en el mundo y en nuestra vida.

Sabemos que antes que existiera nuestro mundo, Dios ya había creado un mundo de espíritus puros: los ángeles. Ellos se dividieron en dos bandos - unos fieles a Dios y otros rebeldes en contra de Él. Éstos fueron arrojados al infierno y buscan, desde entonces, contrarrestar el poder y dominio de Dios.

Y porque no les es dado enfrentarse directa-mente con Dios, lo hacen indirectamente. Tratan de arrebatarle su creatura preferida de la tierra: el hombre. Así cada uno de nosotros es un campo de lucha en el que se enfrentan el bien y el mal, las fuerzas divinas y las fuerzas diabólicas.

¿Quién negaría tal realidad? Nadie de noso-tros va a ser tan ingenuo de creerse fuera de esa lucha permanente. Cada uno de nosotros experimen-ta esta tensión, este conflicto en su propio cuerpo y en su propia alma. Nos damos cuenta de que un ser fuerte obra en nosotros y nos quiere imponer su voluntad, y que necesitamos a otro más fuerte para liberarnos.
Fuimos liberados ya el día de nuestro bautismo. Pero el demonio -volvió a nosotros y lo dejamos entrar de nuevo, por medio de nuestros pecados.

La gran obra del diablo es el pecado. Él es el “padre del pecado”. La realidad del mal - que lleva a los hombres a matar, robar y engañar; que hace triunfar al injusto y sufrir al justo; que vuelve egoístas a los que tienen ya demasiado y lleva a la desesperación a los marginados - todo esto y mucho más es su obra, bien presente y actual en nuestro mundo.

Realmente, el hombre no vive solo su destino. Es incapaz de ser absolutamente independiente. O se entrega a Dios o es encadenado por el demonio. Tanto en el bien como en el mal, no somos nosotros los que vivimos: es Cristo o Satanás el que vive y triunfa en nosotros. ¡O somos hijos de Dios o somos hijos del diablo!

Me recuerda un cuento: Un cura párroco y un burlón viajan juntos en el mismo tren. Éste le dice: “¿Ya sabe la noticia? Ayer murió el diablo y hoy va a ser enterrado”. Enton-ces todo el mundo espera la respuesta del cura. Éste sonreía nomás y empieza a buscar algo en sus bolsillos. Por fin encuentra una moneda y se la da al burlón diciendo: “Siempre tuve mucha compa-sión con los huérfanos”.
¡O somos hijos de Dios o somos hijos del diablo!

Jesucristo choca, desde el comienzo de su misión, con esta potencia del mal increíblemente activa y extendida por el mundo. Por todas partes Jesús la descubre, la expulsa, la destrona. En este contexto debemos ver también el Evangelio de hoy. En el centro del texto no está el poseído por el demo-nio, sino Cristo mismo. En Él debe fijarse nuestra mirada.

Porque nosotros mismos no lograremos soltar-nos del poder del demonio. Con nuestras propias fuerzas no podremos vencer el mal dentro de noso-tros. Es necesario que Cristo nos fortalezca en nuestra lucha diaria contra el enemigo. Es nece-sario que Cristo nos libere, paso a paso, de su poder destructor. También María, la vencedora del diablo, ha de ayudarnos en ello.

Como Cristo procedió, en el Evangelio de hoy, con el poseído, así quiere expulsar la injusticia, la mentira, el odio y todo el mal de esta tierra. Quiere en nosotros y por nosotros crear un mundo nuevo mejor, renovar la faz de la tierra. Quiere construir una Nación de Dios, donde reinan la verdad, la justicia y el amor.

Queridos hermanos, también nosotros seremos, un día, totalmente libres de la influencia del maligno. Será en el día feliz de nuestro encuen-tro final con Dios, de nuestra vuelta a la Casa del Padre.

¡Qué así sea!
Por: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del Padre Nicolás Schwizer

domingo, 22 de enero de 2017

¿Es la Eucaristía una cosa sagrada?



La Eucaristía no es una cosa, es la presencia de una Persona Santísima: Jesucristo Nuestro Señor.

¿Es la Eucaristía una cosa sagrada?
La Eucaristía NO ES UNA COSA, aunque le pongamos el adjetivo de sagrada. La Eucaristía ES UNA PERSONA; es la presencia de una PERSONA SANTISIMA: Jesucristo Nuestro Señor

¿Es la Eucaristía una cosa sagrada?
Si lo fuera seríamos idólatras y, por cierto, de los más vulgares, baratos y corrientes.

Sin embargo, cada vez que hago esta pregunta, la respuesta rápida es: ¡sí!

Por alguna razón el Pueblo de Dios ha mantenido esta idea corrupta de la Eucaristía, en su mente y en su corazón, que pervierte sus sentimientos hacia quien está presente en los dones consagrados.

Y es que la Eucaristía NO ES UNA COSA, aunque le pongamos el adjetivo de sagrada.

La Eucaristía ES UNA PERSONA; es la presencia de una PERSONA SANTISIMA: Jesucristo Nuestro Señor, El Verbo Eterno, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.

Quizá en parte se deba a que se le designan sus características con palabras que, fuera de un contexto complementario que manifieste su calidad de persona, en principio dan idea de cosas.

Así sucede con las palabras como sacramento, santísimo o Santísimo Sacramento con que se ha designado a la Presencia Santa durante siglos.

Y no es que esas palabras designen algo que no es.

La Eucaristía es verdaderamente un sacramento. El Señor no se presenta con un cuerpo físico como hace dos mil años lo fué Jesús de Nazaret, sino que se presenta como signo en los dones consagrados, es decir, como sacramento.

Igualmente, es verdaderamente Santísimo --o Santísima (Eucaristía)--; es el Señor "tres veces santo"; es aquel de quien se dice "ángeles y querubines dicen santo, santo, santo".

Como Dios Hijo es verdaderamente el Santísimo que se presenta como Sacramento. Es realmente el Santísmo Sacramento.

El problema está, como se dijo antes, que esas palabras tienen que ir complementadas con otras que afirmen y confirmen que el Santísimo, o el Santísimo Sacramento, es una Persona.

Por ejemplo, en las preces litánicas para la reserva del Santísimo Sacramento se dice maravillosamente: "Bendito sea JESÚS en el Santísimo Sacramento del Altar".

En nuestro Ritual Nacional, en México, se dice: "¡CRISTO, Pan Celestial, danos la vida eterna!"

La Adoración Nocturna Española tiene como su lema de presentación; ¡Adorado sea JESÚS Sacramentado!

Frases acordes a esta necesidad serían: "El Señor Jesús en el Santísimo Sacramento"; "El Señor de la Eucaristía"; "Nuestro Señor Jesucristo Sacramentado"... y así de forma semejante.

Con la palabra eucaristía sucede lo mismo. Igualmente, al usarla sin su contexto de persona, como primera idea se entiende una cosa.

Alguien podría decir, peyorativamente, que se es perfeccionista. Entonces pregúntese si es válido el actual desprestigio del Resucitado, el Viviente de la Eucaristía, que se observa en los ambientes de fe, tan infestados, más en otras latitudes, de relativismo infantil.

Para muchas otras fiestas y celebraciones religiosas, hay ocasiones en que se derrocha gusto y fervor, se hacen las inmensas peregrinaciones. ¿Cuántas peregrinaciones grandiosas, al menos en nuestro país, se harán a Guadalajara con motivo del Congreso Eucarístico Internacional, para acudir al llamado del Señor de la Eucaristía, Nuestro Dios y Señor Jesucristo? ¿O siquiera peregrinaciones sencillas? Quizá se realicen de estas últimas; pero pocas.

Es que la cosa no llama, no se le escucha; la cosa solo sirve para usarse utilitariamente.

Pero si sabemos que quien llama es una persona, se pondrá más atención al llamado. Y si amamos a esa Persona, porque sabemos que nos ama con amor divino e infinito, más fácilmente acudiremos a su llamado; es que no podemos quedar mal con ALGUIEN que amamos y que sabemos que nos ama.

San Pedro Julián Eymard, Apóstol de la Eucaristía, observa: "La Eucaristía es la Persona del Señor...La Sagrada Eucaristía es Jesús pasado, presente y futuro... Es Jesús hecho Sacramento". Y con palabras que son válidas en nuestros días, también dice: "El gran mal de nuestra época es que no vemos a Jesucristo como su salvador y a su Dios. Se abandona el único fundamento, la única fe, la única gracia de la salvación... Entonces ¿qué hacer? Regresar a la fuente de la vida, pero no al Jesús histórico o al Jesús glorificado en el cielo sino al Jesús que está en la Eucaristía..."

El Pueblo de Dios merece que se le anuncie la verdad sobre el Viviente que está con nosotros en la Eucaristía.

Que sepa que Dios misericordioso ha puesto su tienda junto a la nuestra: "Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros..." (Jn 1, 14). "He aquí que Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20). "No los voy a dejar huérfanos; volveré para estar con ustedes. Dentro de poco, los que son del mundo ya no me verán; pero ustedes me verán y vivirán porque Yo vivo" (Jn 14, 18-19).

El Señor Jesús, en la Eucaristía, se ha hecho, por amor, nuestro vecino, nuestro amigo, nuestro confidente, nuestro prójimo.

Es la Persona del Santísimo Sacramento, la Eucaristía, que, brazo al hombro, nos va contando de cómo Él va preparando nuestra historia rumbo a la patria prometida y de cómo, en comunión con Él, compartimos el mismo destino: la instauración del Reino.
¡Adorado sea el Santísimo Sacramento! ¡Ave María Purísima!
Por: Rubén Robles Monge | Fuente: anmconsamex.homestead.com