"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

lunes, 16 de enero de 2017

Fidelidad como amor continuado



La fidelidad es la respuesta del auténtico enamorado, que sabe unirse a Cristo, Hijo del Padre y Salvador del mundo.

Ser fieles tiene sentido desde el amor y para amor. Porque la fidelidad no es simplemente seguir adelante en unos propósitos concretos: eso puede ser cabezonería. La verdadera fidelidad surge cuando existe un amor continuado.
Ese amor, en ocasiones, sufre heridas. En todos los seres humanos está agazapado un mal que nos lleva al egoísmo, a la avaricia, a la desgana, a la tibieza. Por eso caemos tantas veces en el pecado.
Pero el amor verdadero pide perdón, se levanta, reconstruye lazos, vuelve incluso con más entusiasmo a entregarse. Porque el ser amado lo merece todo, y porque la vida verdaderamente hermosa es la que mantiene encendida la llama del amor.
En un mundo lleno de divorcios, de traiciones, de engaños, de fraudes, de pseudoamores frágiles e inconstantes, produce una gran alegría encontrar esposos fieles, sacerdotes generosos, profesionistas que afrontan seriamente sus deberes de cada día.
Cristo alabó la hermosa virtud de la fidelidad, en lo pequeño y en lo grande. "¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré..." (cf. Mt 25,21). "Al vencedor, al que se mantenga fiel a mis obras hasta el fin, le daré poder sobre las naciones” (Ap 2,26).

Desde la fidelidad surge el testimonio: “La fidelidad de los bautizados es una condición primordial para el anuncio del Evangelio y para la misión de la Iglesia en el mundo” (“Catecismo de la Iglesia Católica”, n. 2044). Solo si somos fieles seremos creíbles.
La fidelidad, en definitiva, es la respuesta del auténtico enamorado, que sabe unirse a Cristo, Hijo del Padre y Salvador del mundo, para permitir que nuestro tiempo sea transformado por un torrente de esperanza, de belleza y de amor perenne y contagioso.
Por: P. Fernando Pascual LC

domingo, 15 de enero de 2017

Tiempo para Dios



Desechemos la tibieza, el espíritu tacaño para todo lo concerniente a las cosas de Dios.

En nuestra vida tenemos muy bien programadas nuestras horas, nuestras semanas. Tiempo para trabajar, tiempo para el ejercicio, tiempo para tomar alimentos, de preferencia los que más nos gustan, tiempo para descansar o divertirnos, pero... ¿y el tiempo para Dios?.

No encontramos tiempo para Dios, para orar. Teniendo comunicación con Él que es quién precisamente nos da ese tiempo que repartimos en nuestro muy personal plan de vida.

Y llega el domingo... Si estamos en un lugar de descanso, de monte o de playa ¡qué difícil es programarnos para ir a misa! Si nos hemos quedado en la ciudad, ¡con qué mezquindad le damos a Dios la media hora de misa de los domingos!

Para ir al cine , al teatro o a un evento deportivo nos ponemos diligentes y contentos. Queremos llegar y llegamos antes de que empiece la función, buscamos el mejor lugar para poder ver y oír lo mejor posible, ¡no nos queremos perder ni un solo detalle!. Pero la misa, y eso que la entrada es gratis, no importa llegar cuando ya está empezada la ceremonia y no nos interesa ver o no ver lo que el celebrante hace o dice en el altar y nos quedamos en la entrada para que en el momento de que nos den la bendición nos podamos ir rápidamente, como el que termina un cometido fastidioso y poco grato.

Sabemos que la misa es el sacrificio incruento en que bajo las especies de pan y vino convertidas en el Cuerpo y Sangre de Jesucristo ofrece el sacerdote al Eterno Padre. La misa es el acto esencial del culto católico por ser el milagro del misterio Pascual del Hijo de Dios. Como acto de culto a nuestro Creador es la adoración a la Divina Majestad, la acción de gracias por los beneficios recibidos, la reparación de nuestros pecados y de toda la humanidad, para oír su palabra y la petición de la mediación de Cristo

Por todos nosotros. Es poder estar en la Cena del Señor la noche del Jueves Santo en el espacio y en el tiempo. Es poder llegar con nuestro corazón hasta Dios y si lo recibimos, es alimentarnos de El y pedir que nos acompañe en el camino que estamos recorriendo aquí hasta el final de nuestros días.

Tarde o temprano ese día llegará y no queremos presentarnos a El con la frase tan conocida de "las manos vacías" sino con algo mucho peor: con el corazón vacío de amor.

No le hemos querido, no le hemos amado como El nos amó hasta dar la vida por nuestra salvación eterna. Vamos viviendo indiferentes a ese gran amor y no sabemos corresponder. Cuando estemos en su presencia ¡qué ansias de volver a empezar, qué ganas de tener todo el tiempo del mundo como ahora, otra vez, toda una vida para amarlo!.

Pensaremos, aunque ya demasiado tarde, en cómo desperdiciamos los minutos, las horas, los años en pequeñeces, en minucias que nos absorbieron, que nos quitaron todo nuestro tiempo para al pasar por una Iglesia entrar, dejando todos la preocupaciones afuera, y frente al Sagrario decirle a Cristo simplemente: -"Te amo y aquí estoy".

Pasamos la vida corriendo tras las cosas vanas y perecederas mientras que apenas tenemos unas migajas de oración para Dios y con la media hora escasa de los domingos en la Iglesia tenemos la conciencia tranquila porque ya cumplimos. ....

Cambiemos radicalmente la forma de vivir nuestra religión.

Seamos radicales en este cambio. Desechemos la tibieza, el espíritu tacaño para todo lo concerniente a las cosas de Dios y amémosle con generosidad, empezando por cumplir con el primer Mandamiento que es: Amar a Dios sobre todas las cosas.

¡Qué se nos note que lo amamos, para que en los ojos de Cristo encontremos, un día, el reconocimiento del encuentro con el amigo, al llegar a su presencia!.
Por: Ma Esther De Ariño

sábado, 14 de enero de 2017

Poder olvidar, don de Dios



¡Dejar el pasado totalmente enterrado! Y viviendo la alegría de los hijos de Dios que se saben perdonados, y acogidos.

Mientras miraba una pequeña herida que me hice hace pocos días en mi mano, observaba como el daño en mi piel iba hora a hora desapareciendo, borrándose. Las células de a poco se iban regenerando para dejar mi piel exactamente como era antes del corte. ¿Acaso alguien puede dudar de la existencia de Dios, al observar como se suelda un hueso quebrado, o se cicatriza una herida?. Los médicos, testigos cotidianos de tantos milagros de sanación, debieran ser los primeros evangelizadores, como lo fue San Lucas. ¿Qué extraña fuerza interior puede producir la recomposición de las fibras, la regeneración de lo lastimado, si no es Dios?.

Hoy, meditando con inmenso dolor en muchas cosas no muy buenas que he hecho en mi pasado, he pensado que el poder olvidar es también un Don de Dios, es el equivalente a la cicatrización de las heridas. Es una forma que El nos concede de sanarnos interiormente, para poder seguir viviendo pese a los golpes que sufrimos en el transcurso de los años. Cuando el dolor o la culpa nos arrasan el alma, castigando nuestra mente con recuerdos dolorosos, sentimos una conmoción interior, una necesidad de apretar los dientes, una sacudida que nos dice, nos grita, ¡qué me ha pasado, qué he hecho!. Cuando estas arremetidas del pasado asaltan mi alma, suelo gritarle al Señor en mi interior: ¡piedad, Hijo de David!. Una y otra vez, le pido piedad a Jesús. Siento que estoy a la vera del camino de la vieja Palestina, mientras mi Señor pasa junto a mí, y le grito otra vez, ¡piedad, Hijo de David!. Sé que el dolor es parte de la sanación, pero cuando el Señor nos ha perdonado los pecados en el Sacramento de la Confesión, ¡El si que los ha olvidado!.

Cómo nos cuesta entender y creer que Jesús realmente perdona y olvida nuestros pecados. Solemos confesar una y otra vez el mismo pecado cometido años atrás, demostrando falta de fe en nuestro Dios, que ya ha dado vuelta la página y nos ha lavado con el agua de Su Misericordia. Sin embargo, nosotros, seguimos volviendo a sentir esa espada que atraviesa nuestro corazón con ese recuerdo. Es en ese momento que debemos pedirle a Dios el Don de olvidar, de dejar atrás esa mancha oscura de nuestra alma, borrarla totalmente. Que hermoso es conocer gente que tiene ese Don, esa capacidad de levantarse pese a las más profundas caídas, y puede mirar una vez más el futuro con optimismo y esperanza. ¡Dejando el pasado totalmente enterrado detrás de sí!. Y viviendo la alegría de los hijos de Dios, que se saben perdonados, y acogidos nuevamente en los brazos amorosos de María, nuestra Madre Misericordiosa.

El Señor nos ha dado todo lo que somos, ha impregnado nuestra naturaleza humana de dones, herramientas que debemos llevar por la vida como sostén de nuestro cuerpo y alma. El poder olvidar, dar vuelta la página de las etapas más dolorosas de nuestra vida, es también una herramienta que El nos concede. El poder olvidar es abrir las puertas a la cicatrización de las heridas del pasado, aceptando con fe, esperanza y alegría el perdón de nuestro Buen Dios.

Jesús, como el Gran Médico de las almas, quiere que vivamos de cara al futuro, con esperanza, confiados en Su perdón, felices de tenerlo como Dios y Amigo. Sé que tienes dolores, que los recuerdos te asaltan como un ladrón en la noche, cuando menos los esperas. Que quisieras volver al pasado, y cambiar tu historia. No quisiste vivir tanto dolor, es demasiado fuerte para poder soportarlo. ¡Pero se ha ido!. Mira la luz, mira el día, mira a la Madre de Jesús que te invita a amarla, que te ofrece sus brazos amorosos para cobijarte, para tenerte allí, junto a Ella, como lo hizo Jesús. ¿Acaso no te ha perdonado tu Dios?. Da vuelta la página, ilumina tu rostro con una hermosa sonrisa, para que Jesús pueda mirarte, sonreír, y decirte:

¡Abrázame, dame tu amor, tu amistad, tu afecto, deseo tenerte en Mi, porque te quiero feliz de saber que te amo!
Por: Oscar Schmidt | Fuente: www.reinadelcielo.org

viernes, 13 de enero de 2017

La soledad compañera de la vida

La soledad está en nuestras vidas, pero hay que saber amarla. Nos llevará al encuentro con Dios que llenará nuestras vidas porque El es todo amor.

La soledad es un sentimiento que nos llena el alma de un silencio frío y oscuro si no la sabemos encauzar. Hay rostros surcados de arrugas, de piel marchita, de labios sin frescura, de ojos empequeñecidos, turbios y apagados que nos hablan por si solos de la soledad. Si sus voces nos llegaran nos dirían de su cansancio, de su miedo, pero sobre todo de su soledad....

Pero no hace falta que seamos ancianos para que en la vida nos acompañe la soledad.

La soledad del sacerdote, aún los más jóvenes, con sus votos de obediencia, pobreza y castidad, pero a veces es más dura la soledad de su propio corazón, que aunque ayudado por la Gracia de Dios no deja de ser humano. Tienen que consolar a los seres que llegan hasta ellos con sus penas, con sus problemas pero su corazón no puede aferrarse a ninguna criatura de la tierra y a veces se sienten solos, muy solos, tan solo acompañados de una gran soledad

La soledad en la adolescencia, duele profundamente por nueva, por incomprensible...Los padres se están divorciando, se quiere a los dos, se necesita a los dos, pero para ellos parece que no existe ese ser que no acaba de comprender y que está muy solo. Ellos tienen sus pleitos, su mal humor. La mamá siempre llorando, el papá alzando la voz... para él nada... tal vez sientan hasta que haya nacido. Si se divorcian será un problema ¿Qué será de él?¡Qué gran soledad, qué amarga soledad!

Las monjas misioneras, los misioneros, lejos de sus seres queridos y en tierras extrañas.

Y la soledad en algunos matrimonios, esa soledad que ahoga, que asfixia...que como dice el poeta: "es más grande la soledad de dos en compañía". El hombre de grandes negocios, empresario importante, magnate en la sociedad que parece que lo tiene todo pero que en el fondo vive una gran soledad.

La soledad de las grandes luminarias siempre rodeadas de personas y siempre solas... Las esposas de los pilotos, de los marinos, de los médicos, saben de una gran soledad y ellos a su vez, en medio del cumplimiento del deber, también están solos. La soledad de las personas que han perdido al compañero o compañera de su vida, ese quedarse como partido en dos porque falta la otra mitad, ese no saber cómo vivir esas horas, ahora tan vacías, tan tristes, tan solas...

Si no convertimos esa soledad en compañía para otros seres quizá, más solos aún que nosotros mismos, si no llenamos ese vacío y esas horas con el fuego de nuestro amor para los que nos rodean y nos necesitan, esa soledad acabará por aniquilarnos, ahogándonos en el pozo de las más profunda depresión.

En realidad todos los seres humanos estamos solos. La soledad está en nuestras vidas pero hay que saber amarla. Si le tenemos miedo, si no la amamos y no aprendemos a vivir con ella, ella nos destruirá. Si le sabemos dar su verdadero sentido, ella nos enriquecerá y será la compañera perfecta para nuestro espíritu. Con ella podremos entrar en nuestra alma, con ella podremos hablar con nuestros más íntimos sentimientos.

Ella nos ayudará, ella, la soledad bien amada y deseada a veces, nos llevará al encuentro de nuestra propia identidad y luego al mejor conocimiento de Dios, que llenará nuestras vidas porque El es todo amor.
Por: Ma Esther De Ariño

jueves, 12 de enero de 2017

Las visitas a Cristo y a la Virgen



Ellos están ahí, cerca de tu puerta, con una sonrisa cada día, con amor cada hora, con las manos repletas de bendiciones para ti.

Las visitas a la Santísima Virgen y a Jesucristo, realizadas con fe y fervor, infunden no pocos ánimos. En tu ciudad viven, a unos pasos de tu calle; no cuesta gran cosa visitarles un minuto, darles los buenos días, pedirles una misericordia para la jornada. Esas pequeñas visitas, esos pequeños momentos, robados a tu abultada agenda, inyectarán vigor a tu alma triste; ve a visitarles con más frecuencia, con más amor y menos prisa, que son los amigos de tu alma, los que ponen suavidad y eficacia en tus actividades febriles.

María Santísima y Jesús están ahí, cerca de tu puerta, con una sonrisa cada día, con amor cada hora, con las manos repletas de bendiciones para ti.

Jesús y María son dos antiguos amigos desaprovechados; siempre los tuviste, siempre los tendrás muy cerca de ti, a total disposición, con un amor que, si supieras... pero conocer es el arte que pocos aprenden; si conocieras quién es... suena a dulce reto.

Si el arte de vivir es amar y ser amado, ahí tienes dos amigos que siempre te han querido y a los que no has sabido amar.

Una breve visita, un corto detenerse, un pequeño gesto de cariño, un mirar y ser mirado, un alargar la mano y dar la diaria limosnita de amor.
Por: P. Mariano de Blas LC

miércoles, 11 de enero de 2017

¿Es verdad que no hay que tener miedo?



En medio de la oscuridad, en medio del desierto no temo, María, porque tú estás conmigo.

Mamá. Es la primera palabra que aprenden los niños. Los niños crecen seguros cuando han logrado estrechar una relación con su madre. No importa que no la vean, saben que está ahí y por eso no tienen miedo.

¿Quién es esta Mujer? Juan Pablo II la invocaba: «totus tuus ego sum et omnia mea tua sunt». Y la tenía en su escudo y en su corazón.

¿Quién es esta Mujer? Se le apareció a una niñita en una cueva y le dijo: «Yo soy la Inmaculada Concepción». ¿Quién es esta Mujer?

Miguel Ángel la esculpió en mármol de Carrara.

¿Quién es esta Mujer? París puso su nombre a su catedral.

¿Quién es esta Mujer? Éfeso le dio el título más grande que jamás ha recibido alguna mujer.

¿Quién es esta Mujer? En torno a Ella la Iglesia primitiva perseveraba unida en la oración.

¿Quién es esta Mujer? El ángel le dijo: «no temas».

Mujer, tú que escuchaste del ángel del Señor: «no temas», dinos: ¿es verdad? ¿Es verdad que no hay que tener miedo? Mira el mundo… Mira la Iglesia… Mira mi vida… Mira mi pecado… ¿Es verdad, Mujer? ¿Es verdad que no hemos de temer?

Dinos, Mujer, ¿qué le dijiste a san Juan Diego en el Tepeyac? ¿Qué le dijiste al joven Karol Wojtyla que después, siendo Papa, tantas veces nos repitió «no tengáis miedo»?

Respóndenos, Mujer, dinos algo… ¿quién eres?

No temas esta enfermedad, ni ninguna otra enfermedad, ni cosa difícil o aflictiva. ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa?.

Si es así, si eres mi Madre, si estás aquí… no temo, María. En medio de la oscuridad, en medio del desierto no temo, María, porque tú estás conmigo. Estoy a punto de comenzar una misión y no sé lo que me espera, pero no temo porque tú estás conmigo. En unos meses pueden pasar muchas cosas pero no temo porque tú estás conmigo.

Tengo una responsabilidad muy grande sobre mis hombros, no sé si puedo, pero no temo porque tú estás conmigo. Entonces, mi última palabra en la hora de mi muerte será la misma que la primera que pronuncié de niño… «Mamá».

Por: H. Javier Ayala,