"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

lunes, 26 de diciembre de 2016

Navidad, un trozo de Misericordia



La Navidad: es un trozo de cielo que se enciende en mi hogar
La melodía parece apresurarnos hacia Belén, a la vez que nos invita a contemplar con dulzura al Niño Dios que duerme en el remanso del regazo de la Virgen María.

Cuatro años han pasado desde mi estancia en aquella vieja Salamanca, España. Y recuerdo que el periodo más hermoso era la Navidad. Qué deleite para mis oídos cuando escuché por primera vez aquel “En Belén” poético que enternece el corazón. La melodía parece apresurarnos hacia Belén, a la vez que nos invita a contemplar con dulzura al Niño Dios que duerme en el remanso del regazo de la Virgen María.
Hoy- pensándolo bien- hay una frase de aquella canción que resume espléndidamente la Navidad: “es un trozo de cielo que se enciende en mi hogar”. Trocito de cielo que abraza la tierra en la carne tierna del Hijo de Dios. Sin embargo, la Navidad es trozo de tantas cosas más que captamos sólo contemplando al Niño Dios. 
1. Un trozo de cielo: Belén es el escenario escogido para el aterrizaje del Cielo en la tierra. Dios llega a la tierra. No viene con pasaporte de turista. No es uno más que pasa por este mundo y se marcha, desentendiéndose. Dios viene con pasaporte de hombre, con identificación de Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Viene para ser uno de nosotros. Dios entre hombres. Nunca el Cielo estuvo tan metido en el regazo de la tierra.
San Gregorio Magno dice que la hermosura de la Navidad está en el maravilloso hecho de que Dios va asumiendo las estrecheces de ese viaje a la tierra. Se trata de un camino que se va estrechando cada vez más a medida en que el Cielo se va adentrando en las entrañas de la tierra. Del trono del cielo a la estrechez de las entrañas de María. De las entrañas de María a la estrechez de un pesebre. De un pobre pesebre hasta la estrechez del patíbulo de la cruz. De la cruz a la estrechez de un sepulcro. De un sepulcro a la estrechez de la fe de sus discípulos. Y así Dios fue asumiendo tantas estrecheces que se dejan entrever a lo largo de su paso por este mundo.
Si el Cielo encuentra hospedaje en la tierra eso implica también que el sacrificio sea la nota dominante de tanto amor por los hombres. En esta Navidad pedimos que el Cielo invada nuestros hogares, nuestras familias, nuestros corazones. Pero recordando que para que el Cielo reine entre nosotros es necesario saber aceptar con amor las estrecheces, los retos y las dificultades que la vida nos brinda. Lo vivió Jesús. Queremos vivirlo también nosotros, convirtiéndonos en trocitos de cielo.  

2. Un trozo de pan: Hacia Belén van los que tienen hambre de Dios. No es casualidad que Belén signifique “casa del pan”. Ese pan que es Jesús. Pan cocido en el vientre virginal de María, horno caliente de gracia y de fe. Pan envuelto en pobres pañales, no para no enfriarse dentro de una cueva húmeda, sino para no perder su calor divino delante de la humana frialdad. Pan fresco escondido detrás de los maderos y los serruchos de una carpintería paterna. Pan repartido entre pecadores, enfermos, ciegos, cojos, pobres. Pan que se vuelve migajas para saciar el hambre de quien ni siquiera puede acercarse para probar un trozo de su amor. Pan de Vida que culminará despedazado, pisoteado, aplastado y rechazado en la crueldad de una cruz. Que Jesús es Pan ya lo intuía san Jerónimo con este hermoso fragmento: “¡Feliz el que tiene Belén en su corazón, en el cual Cristo nace cada día! ¿Qué significa entonces “Belén”? Casa del pan. También nosotros somos una casa del pan, de aquel pan que ha bajado del cielo” (San Jerónimo, Comentario al Salmo 95).
¡Oh Belén, casa del Pan! Hoy llegamos a tus afueras para saciar nuestro corazón con el verdadero Pan bajado del Cielo. Que Jesús nos enseñe a volvernos pan para nuestros hermanos. Seguramente hoy hay alguien muy cerca de nosotros con una tremenda hambre de Dios. Una lágrima para ser enjugada. Una mano para ser apretada. Una mirada para ser comprendida. Unos brazos abiertos mendigando un abrazo. Un cuerpo enclenque y sucio solicitando nuestra ayuda. Una cabeza baja sin fuerzas y sin sueños pidiendo nuestra atención y nuestro aliento. Como Jesús podemos ser pan para saciar el hambre de tanta gente que tiene hambre de Dios. Como Él y en Él podemos convertirnos en esta Navidad en trocitos de pan.     
3. Un trozo de acogida: Las posadas están alborotadas de gente. Nadie quiere compromisos con María y José. Dios, cuando llega, “estorba”. No hay lugar porque ya hay tanta gente, tantas cosas, tantos intereses que no son Dios, que ya no cabe en ninguna fonda el divino alumbramiento. Bien poetizó Ramón Cué, S.J. en uno de sus versos: “Todo hubiera empezado de otro modo; las estrellas columpiándose por tus aleros, los ángeles cantando en tus balcones, los reyes perfumando tu patio con incienso, y en tu fonda el divino alumbramiento. Pero: - “No queda sitio, ni una cama; lo tengo todo lleno”. Y Dios pasó de largo. ¡Qué pena, posadero!”.
Pasados tantos siglos la indiferencia ante el paso de Dios por nuestras puertas aún está vigente. Cambian los tiempos y las costumbres, pero la esencia de la acogida no cambia. Jesús pide acogida hoy en el pobre y el enfermo, en el prófugo y el emigrante. En el sin techo y en el desilusionado. Tantas formas ingeniosas de poder acoger a Jesús y los hombres todavía prefieren el sillón de Herodes. Prefieren la comodidad de sus seguridades.
Uno de los Reyes Magos lleva oro al Niño Jesús. Oro porque es Rey. También en esta Navidad queremos dar a Jesús el oro de nuestra acogida, reconociendo su reinado en nuestras almas y en nuestra vida. 
Acoger es comprometerse con Dios en el rostro del hermano, pero ¿quién quiere correr el riesgo del compromiso? “No queda sitio, está todo lleno”. Quien sabe acoger es porque a su vez ha sido acogido. La acogida nace cuando se respira el aire de comunidad y fraternidad. Quien vive solo, egoísta, como el rey Herodes, no tiene la capacidad de adorar y tampoco de acoger.
En esta Navidad pedimos al Niño de Belén que conceda a todos los hombres un trozo de acogida para crear un mundo más sensible a la soledad de tanta gente.      
4. Un trozo de adoración: Desde las afueras de Belén podemos escuchar el bullicio de la gente que está ansiosa con el censo promulgado por Augusto. Aquí en esta cueva reina, en cambio, el silencio. Silencio que incita el alma a la adoración.
San Ignacio de Antioquia, como en una visión, escribe las actitudes de María y de José ante el Niño Dios. José, el protagonista del silencio orante, allí está a un lado, callado y piadoso. El que no se esperaba todavía el regalo de un hijo, acabó por ser padre putativo de Dios bajado del cielo. ¿Entenderlo en las categorías humanas? No. Sólo queda adorar el Misterio que alumbra su mirada paterna. María besa los pies del pequeñuelo porque es su Señor. Acaricia y besa su rostrito porque es su hijo. Y reza en su interior, preguntándose cómo será posible que haya llevado en su seno el Sol brillante de justicia, cómo es que no se haya abrasado de tanto amor y tanta dulzura. Casi ciega ante tanta luz, María tiene los ojos bañados en lágrimas.
De repente se asoman a la cueva unos hombres andrajosos: pastores. No traen nada material para dar a Dios. Sólo traen su presencia humilde. Quieren adorar. Ante este escenario, doblamos nuestras rodillas porque si el Cielo ha visitado la tierra y el Pan ha entrado en el vientre sufriente de este mundo, es porque este Niñito es Dios.
Sólo por hoy queremos llorar de conmoción. Sólo por hoy dejaremos a un lado los afanes y las preocupaciones diarias. Sólo por hoy permitiremos que la eternidad envuelva nuestro tiempo efímero y ajetreado. Sólo por hoy permitiremos que la Vida Eterna inunda con su gracia la lenta muerte de nuestra existencia sobre esta tierra. Los hombres no alcanzan la felicidad porque no saben adorar.
En ese clima de adoración se huele el incienso traído por uno de los Reyes Magos. ¿Qué es este incienso sino el indicativo de que Cristo es Dios y se merece nuestra adoración? Mientras tanto, allá está Herodes en el sillón de su palacio. Egoísta y mezquino. No sabe adorar. ¡Pobre hombre! A los “Herodes” de nuestro tiempo pedimos la gracia de la conversión del corazón en esta Navidad. “Herodes” que no creen, “Herodes” que desprecian a Jesús. A tantos “Herodes” que caminan por nuestras calles pedimos ante el pesebre de Jesús la gracia de algún día hacer un poco de adoración.          
5. Humanidad: El que viene es Dios y es Hombre. Si fuera difícil captar esta gran verdad de fe, basta fijar nuestra atención en uno de los regalos que le deja al Niño Dios uno de los Reyes Magos. Reyes porque traen algo de gran valor de sus tierras. Sabios, -porque guiados por una estrella-, sólo podía ser gente que sabía de astrología. Por tanto, son sabios que traen objetos preciosos, especialmente por el candor del significado de cada objeto.
Uno de ellos trae mirra. Ese aroma amargo que nos dice que el Niño acostado en el pesebre es hombre y como todo hombre pasará por el amargo sufrimiento del dolor y de la muerte. Dios quiere comprender nuestra humanidad no como un espectador indiferente. En Cristo Dios ha abrazado todo el dolor y el llanto de todos los hombres de todas las épocas y culturas.
Ese olorcito de mirra es la concreción de aquello que escribió Terencio muy acertadamente: “Soy hombre y nada de lo humano me es indiferente”. Cristo no vino indiferente, vino con un plan: morir y resucitar por nosotros. Es curioso notar que en algunos mosaicos bizantinos, cuando se representa el Nacimiento, el Niño Dios no está acostado en un pesebre lleno de pajas suaves, sino esta acostado en un pequeño ataúd. Nace para morir- ya lo decían algunos escritores paganos de los primeros siglos- cuando todos los hombres cuando nacen, naturalmente nacen para vivir.
Ante esta realidad, nada tan divino como el Nacimiento en la carne del Hijo de Dios. Eso sí que es humano, porque abraza nuestra realidad. La carne tierna de Jesús es el dulce recipiente de todo el dolor, penas y alegrías de la humanidad. Por ello, la Navidad es también un trozo de humanidad. Pedimos al Señor que ante la mirada inocente y pura del Niño Dios los hombres aprendamos a ser más humanos, más sensibles ante el dolor, el sufrimiento y también los gozos de los demás. ¡Qué la Navidad traiga al mundo un trozo de humanidad!      
6. Un trozo de amor: En esta Navidad nace el Amor. Ese Dios humanado viene para enseñarnos el amor verdadero, el ágape.
Todos los hombres desean amar y ser amados porque es así que su existencia se vuelve don y toma un profundo sentido. Es por ello que el cielo viene cuando existe amor entre los hombres, pues bien atinado escribió Fiodor Dostoievski en su obra Los hermanos Karamazov: “el infierno es el sufrimiento de no poder amar”. Cuando no hay amor, no hay cielo y empieza el infierno.  Por ello, en Cristo que es Amor el hombre también se entiende a si mismo. Ya lo decía san Juan Pablo II en su primera encíclica Redemptor hominis: “el hombre no puede vivir sin el amor; el hombre sin amor permanece para sí mismo un ser incomprensible”.
En medio de tanto odio, tanta discordia que existe en nuestras familias, comunidades, en definitiva, dentro de nuestro corazón, hoy Dios que es Amor mendiga un trozo de amor humano. Lo mendiga en el prójimo que vive a nuestro lado diariamente y lo mendiga en la soledad de nuestras iglesias, de los muchos sagrarios vacíos de nuestras ciudades y pueblos.
Desde la cuna de Belén el Amor va perfilando en el horizonte humano la belleza salvadora de la cruz que es amor. Un palo vertical hacia el cielo, hacia Dios: amor hacia Dios. Un palo horizontal hacia los dos polos de la tierra: amor hacia el prójimo.
Pidamos al Señor que todos aquellos que aún no han encontrado el sentido de sus vidas y mendigan amores efímeros de esta tierra, descubran en el Amor de la cuna de Belén el don de amar en el don de la renuncia y la entrega, en definitiva, desde la dimensión salvífica de la cruz de Cristo. Sólo en Cristo, el Amor verdadero, el hombre se comprende a si mismo. En esta Navidad queremos ser en Cristo trocitos de su amor por todo el mundo.
Conclusión: La Navidad es ese trozo de tantas cosas que nosotros anhelamos desde lo más íntimo de nuestro corazón. Que el Niño Dios en su pequeñez ilumine nuestras tinieblas para poder así calentar el alma y seguir caminando por el camino de la vida cristiana.
¡Feliz Navidad a todos y un próspero Año Nuevo repleto de bendiciones!     
Por: Celso Júlio da Silva LC

domingo, 25 de diciembre de 2016

Navidad... una vez más Señor



La Navidad no es solo para una noche y de esta noche un ratito y tal vez mañana otro poquito. Es mucho más...es todos los días.

Una vez más hemos limpiado la casa. Hemos pulido los metales, hemos abrillantado las maderas.

Una vez más hemos sacudido el polvo, hemos encendido las luces...

Una vez más hemos hecho estrellas de papel plateado, hemos colgado guirnaldas, una vez más está engalanado el árbol de Navidad, una vez más, Señor, tienen nuestra casa ambiente de fiesta navideña.

Una vez más hemos andado con el vértigo del tráfico, de acá para allá buscando regalos y una vez más, Señor, hemos dispuesto la mesa y preparado la cena con esmero... una vez más, Señor...

Y una vez más todo esto pasará y será como fuego de artificio que se pierde en la noche de nuestras vidas, si todo esto ha sido meramente exterior. Si no hemos encendido la luz de Tu amor en nuestro corazón. Si nuestra voluntad no se inclina ante ti y te adora incondicionalmente.

Tu no quieres tibios , ya lo dijiste cuando siendo hombre habitabas entre nosotros, no quieres "medias tintas", a ratos si y a ratos no. Trajiste la paz pero también la guerra. La guerra dentro de nosotros mismos para vencer nuestro egoísmo, nuestra soberbia, nuestra envidia, nuestra gran pereza para la entrega total.

La Navidad no es solo para esta noche y de esta noche un ratito y tal vez mañana otro poquito. Es mucho más que eso, es todos los días, todos los meses y todos los segundos del año en que tenemos que vivir la autenticidad de nuestro Credo.

Ser auténticos con nuestra Fe no solo es: no robar, no matar, no hacer mal a nadie. Busquemos en nuestro interior y veamos esos pecados de omisión: el no hacer el bien, el no preocuparnos de los que están a nuestro lado, del hermano que nos tiende la mano y hacemos como que no lo vemos, como que no lo oímos... Veamos si en nuestra vida hay desprendimiento y generosidad o vivimos solo para atesorar y cuando nos parece que tenemos las manos llenas, las tenemos vacías ante los ojos de Dios.

Que esta Noche sea Nochebuena de verdad en nuestro corazón. Vamos a limpiar y quitar el polvo del olvido para las buenas obras. Vamos a colgar para siempre la estrella de la humildad donde antes había soberbia, vamos a poner una guirnalda de caridad donde antes había desamor.

Vamos a cambiar nuestra vida interior fría y apática, por una valiente y plena de autenticidad. Vamos a darte, Señor, lo que viniste a buscar en los hombres una noche como esta hace ya muchos años: limpieza de corazón y buena voluntad.

Empezamos esta pequeña reflexión con: Una vez más Señor... pues bien, ya no será una vez más, será: Siempre más, Señor.

Y como es una Noche muy especial, en nuestra primera oración, en nuestra primera conversación contigo te pedimos:

POR LOS ENFERMOS, POR LOS QUE NADA TIENEN Y NADA ESPERAN, POR LA PAZ EN EL MUNDO, POR LOS QUE TIENEN HAMBRE, POR LOS QUE TIENEN EL VACÍO DE NO SER QUERIDOS, POR LOS QUE YA NO ESTÁN A NUESTRO LADO, POR LOS NIÑOS Y LOS JÓVENES, POR LOS MATRIMONIOS, POR EL PAPA FRANCISCO, POR EL PAPA EMERITO BENEDICTO XVI, POR LA IGLESIA, POR LOS SACERDOTES.
A TODOS DANOS TU BENDICIÓN EN ESTE AÑO DE LA MISERICORDIA Y PARA TODOS LOS VISITANTES DE CATHOLIC.NET, UNA MUY FELIZ NAVIDAD.

Por: Ma Esther De Ariño


sábado, 24 de diciembre de 2016

Cristo Jesús está con nosotros esta noche



El Dios de los cielos, queriendo ponerse en nuestras manos, se hace pequeño, indefenso, niño, en el portal de Belén, donde podremos adorarle.


Natividad del Señor

"Como el joven se desposa con una doncella, se desposará contigo tu hacedor: como el esposo se alegra con la esposa, así se alegrará tu Dios contigo".

Como en un magnífico exordio, con la alegría de los esposos que conviven juntos, así anuncia el Profeta Isaías la venida de Cristo el Salvador que colmará los deseos de los hombres de una muy estrecha solidaridad con el autor de los siglos, de los continentes y de los hombres.

Cristo Jesús está con nosotros esta noche, este día y todos los siglos, y aunque personajes extraños tratan de acaparar las miradas y atraerlas hacia sí, Cristo Jesús tendrá que ser el único centro de atención, de amor, de paz y de solidaridad.

Benedicto XVI lo expresa magníficamente: "En la gruta de Belén, la soledad del hombre está vencida, nuestra existencia ya no está abandonada a las fuerzas impersonales de los procesos naturales e históricos, nuestra casa puede ser construida en la roca: nosotros podemos proyectar nuestra historia, la historia de la humanidad, no en la utopía sino en la certeza de que el Dios de Cristo Jesús está presente y nos acompaña".

No cabe duda que todos los hombres se preguntan, unos para acogerlo y otros para rechazarlo, cómo es Dios y qué rostro tiene. Los que han intentado acercarse a él, nos han dado su propia versión, y nos han reflejado su experiencia, pero ha sido la suya propia que muchas veces no refleja definitivamente el rostro del verdadero Dios. Ni los profetas, ni los sacerdotes, ni Moisés siquiera, han logrado darnos una versión total del Dios del Universo, e incluso, muchos quisieron hacerse un Dios a su imagen y semejanza, para sostener la precariedad de sus vidas e incluso tratando de encontrar en él, justificación para su estrecha o torcida manera de vivir, justificando sus injusticias, su avaricia, su tremenda avaricia, que deja a muchos sin comer, mientras ellos se permiten disfrutarlo todo.

Todas esas versiones que nos han dejado de Dios, han sido o incompletas o falsas, y podría haber desconcierto, cuando San Juan, en el prólogo de su Evangelio, afirma tajantemente que a Dios nadie lo ha visto. ¿Entonces qué hacer? ¿Está el Señor jugando a las escondiditas? No definitivamente no, pero tendríamos que decir al llegar a este punto, que el verdadero Dios es tan grande, que nunca lo entenderíamos ni podríamos poseerlo con nuestra débil inteligencia y con la cortedad de nuestra manos.

Pero precisamente el Dios de los cielos, queriendo ponerse en nuestras manos, se hace pequeño, indefenso, niño, en el portal de Belén, y en él podremos adorar al Dios que los hombres buscan para tener una respuesta a todas sus inquietudes. Es la respuesta del verdadero Dios, un Dios que se hace niño y se hace hombre, para que el hombre se haga Dios. Y esa realidad se realiza en la persona de Cristo Jesús, que es todo Dios y es al mismo tiempo todo hombre. Qué admirable descubrimiento del Dios de los cielos, creador de cuanto existe. En el Divino Niño podemos adorar la grandeza de Dios, sin olvidarnos que cuando el Hijo de Dios se encarna, ya lleva presente con él la salvación para todos los hombres con su muerte y resurrección.

Es el momento de la adoración, es el momento del amor. a Cristo mismo no lo entenderemos sin amor, y sin amor tampoco comprenderíamos el designio de Dios de hacerse cercano a los hombres. Mientras prendemos luces y más luces en al árbol de Navidad, esforcémonos más por encender el corazón en la luz del corazón de Cristo para que todo el mundo se convierta en una hoguera de amor, de paz, de consuelo y de solidaridad para todos los hombres.


Esta es la VERDADERA Y FELIZ NAVIDAD.

Por: P. Alberto Ramírez Mozqueda

viernes, 23 de diciembre de 2016

¿Qué significa para mí la Navidad?



Corramos con alegría hacia Belén, acojamos en nuestros brazos al Niño que María y José nos presentarán.

Homilía de SS Benedicto XVI, el viernes 16 de diciembre de 2011 en el rezo de Vísperas con los universitarios de los ateneos romanos en preparación a la Navidad.


"Sed contantes, hermanos, hasta la venida del Señor" (St 5,7)

Con estas palabras el Apóstol Santiago nos indica la actitud interior para prepararnos a escuchar y a acoger de nuevo el anuncio del nacimiento del Redentor en la cueva de Belén, misterio inefable de luz, de amor y de gracia.

(...)

Queridos amigos, Santiago nos exhorta a imitar al agricultor, que "espera con constancia el precioso fruto de la tierra" (St 5,7). (...)¿Pero es realmente así? La invitación a la espera de Dios ¿está fuera de nuestra época? Una vez más, podemos preguntarnos con radicalidad: ¿Qué significa para mí la Navidad?, ¿es realmente importante para mi existencia, para la construcción de la sociedad?

Son muchas, en nuestra época, las personas, que ponen voz a la pregunta de si debemos esperar algo o a alguien; si debemos esperar a otro mesías, a otro dios; si vale la pena confiar en aquel Niño que en la noche de Navidad encontramos en el pesebre entre José y María.

La exhortación del Apóstol a la constancia paciente, que en nuestro tiempo podría dejar un poco perplejo, es, en realidad, el camino para acoger en profundidad la cuestión de Dios, el sentido que tiene en la vida y en la historia, porque es en la paciencia, en la fidelidad y en la constancia de la búsqueda de Dios, de la apertura a Él, donde Él revela su rostro. No necesitamos un dios genérico, indefinido, sino un Dios vivo y verdadero, que abra el horizonte del futuro del hombre a una perspectiva de esperanza firme y segura, una esperanza rica de eternidad y que permita afrontar con valentía el presente en todos sus aspectos. Deberíamos decir entonces: ¿dónde puedo buscar el verdadero Rostro de este Dios? O mejor todavía: ¿Dónde Dios se encuentra conmigo mostrándome su Rostro, revelándome su misterio, entrando en mi historia?

Queridos amigos, la invitación de Santiago: "Sed contantes, hermanos, hasta la venida del Señor", nos recuerda que la certeza de la gran esperanza del mundo se nos da y que no estamos solos y que no construimos nuestra historia en soledad. Dios no está lejos del hombre, sino que se ha inclinado hacia él y se ha hecho carne (Jn 1,14), para que el hombre comprenda donde reside el sólido fundamento de todo, el cumplimiento de sus aspiraciones más profundas: en Cristo (cfr Exhort. ap. postsin. Verbum Domini, 10).

La paciencia es la virtud de los que se confían a esta presencia en la historia, que no se dejan vencer por la tentación de poner la esperanza en lo inmediato, en perspectivas puramente horizontales, en proyectos técnicamente perfectos, pero lejos de la realidad más profunda, la que da la dignidad más alta a la persona humana: la dimensión trascendente, el ser criatura a imagen y semejanza de Dios, el llevar en el corazón el deseo de elevarse hacia Él.

Hay otro aspecto que quisiera destacar esta tarde. Santiago nos ha dicho: "Mirad al agricultor: este espera con constancia" (5,7). Dios, en la Encarnación del Verbo, en la encarnación de su Hijo, experimentó el tiempo del hombre, de su crecimiento, de su hacer en la historia. Este Niño es el signo de la paciencia de Dios, que en primer lugar es paciente, constante, fiel a su amor hacia nosotros; Él es el verdadero "agricultor" de la historia, que sabe esperar. ¡Cuántas veces los hombres han intentado construir el mundo solos, sin o contra Dios! El resultado está marcado por el drama de las ideologías que, al final, se ha demostrado que van contra el hombre y su dignidad profunda.

La constante paciencia en la construcción de la historia, tanto a nivel personal como comunitario, no se identifica con la tradicional virtud de la prudencia, de la que ciertamente se tiene necesidad, sino que es algo más grande y complejo. Ser constantes y pacientes significa aprender a construir la historia con Dios, porque sólo edificando sobre Él y con Él la construcción está bien fundada, no instrumentalizada para fines ideológicos, sino verdaderamente digna del hombre.

Esta tarde reencendemos de una forma más luminosa la esperanza de nuestros corazones, porque la Palabra de Dios nos recuerda que la venida del Señor está cerca, incluso el Señor está con nosotros y es posible construir con Él.

En la gruta de Belén la soledad del hombre está vencida, nuestra existencia ya no está abandonada a las fuerzas impersonales de los procesos naturales e históricos, nuestra casa puede ser construida en la roca: nosotros podemos proyectar nuestra historia, la historia de la humanidad, no en la utopía sino en la certeza de que el Dios de Jesucristo está presente y nos acompaña.

Queridos amigos, corramos con alegría hacia Belén, acojamos en nuestros brazos al Niño que María y José nos presentarán. Volvamos a partir de Él y con Él, afrontando todas las dificultades.

A cada uno de vosotros el Señor os pide que colaboréis en la construcción de la ciudad del hombre, conjugando de un modo serio y apasionado la fe y la cultura.

Por esto os invito a buscar siempre, con paciente constancia, el verdadero Rostro de Dios. (...) Buscar el Rostro de Dios es la aspiración profunda de nuestro corazón y es también la respuesta a la cuestión fundamental que va emergiendo cada vez más en la sociedad contemporánea.

(...)

Queridos amigos, esta tarde nos apresuramos unidos con confianza en nuestro camino hacia Belén, llevando con nosotros las esperanzas de nuestros hermanos, para que todos podamos encontrar al Verbo de la vida y confiarnos a Él. (...) Llevar a todos el anuncio de que el verdadero rostro de Dios está en el Niño de Belén, tan cercano a cada uno de nosotros, porque Él es el Dios paciente y fiel, que sabe esperar y respetar nuestra libertad.

A Él, esta tarde, queremos confesar con confianza el deseo más profundo de nuestro corazón: "Yo busco tu rostro, Señor, ¡ven, no tardes!" Amén.
Por: SS Benedicto XVI