"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

martes, 26 de abril de 2016

APOLOGÍA DE LA EUCARISTIA




Advertencia: Para quienes gustan de artículos cortos sepan que este se nos escapó de la fábrica de microcuentos, debido a que es imposible plantearse una defensa de la Eucaristía en dos párrafos, más aún, para quienes ven el meollo del asunto, quiero aclararles que no pretende en lo más mínimo abarcar la totalidad del tema, sino tan solo dar un bosquejo general. 

Si hay algo que nos distingue como católicos es la fe en la presencia real y sustancial de Jesucristo en la Eucaristía, no como un “recuerdo” ni como una especie de flashback de un suceso histórico, sino que es una actualización del verdadero y único sacrificio de Cristo en la cruz ese viernes a las tres en el Calvario. Sin embargo, durante el tiempo de Semana Santa que se nos aproxima, es muy común que varias denominaciones protestantes (Testigos de Jehová en su mayoría), tengan esta práctica de visitar casa a casa, para invitarnos a “la Cena del Señor”, una especie de asamblea “especial” donde se rememorarla Ultima Cena y los eventos de la Pasión, sin embargo, sería por demás innecesaria e ilógica nuestra participación en dichos eventos, no sólo porque no son católicos, sino porque no tendría sentido que asistiésemos, puesto que tenemos en la Eucaristía – es decir en la misa – el verdadero y único sacrificio de Cristo de manera real e incruenta.
Ante esta realidad tan sublime de nuestra fe, es muy común encontrarnos con cuestionamientos y dudas por parte de personas que no comprenden la razón y naturaleza de la Eucaristía, por lo que trataré de abordar las más comunes, advirtiéndoles que es imposible abordar un Misterio tan sublime de manera “corta”, así que haré mi esfuerzo…
Concretamente: ¿Qué es la Eucaristía?
“Mas por cuanto dijo Jesucristo nuestro Redentor, que era verdaderamente su cuerpo lo que ofrecía bajo la especie de pan, ha creído por lo mismo perpetuamente la Iglesia de Dios, y lo mismo declara ahora de nuevo este mismo santo Concilio, que por la consagración del pan y del vino, se convierte toda la substancia del pan en la substancia del cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, y toda la substancia del vino en la substancia de su sangre, cuya conversión ha llamado oportuna y propiamente Transubstanciación la santa Iglesia católica.”
En otras palabras – aunque más claros no pudieron ser los padres conciliares – el sacrificio que se da en la misa NO es un mero simbolismo ni mucho menos una representación, sino que es  verdaderamente el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, es decir, nosotros adoramos la Hostia consagrada porque se trata de Nuestro Dios y Señor. Cristo es Eucaristía.
¿Qué es “transubstanciación” exactamente?
A ver, a nosotros católicos nos encantan las palabras estrambóticas (¿ven?) como epíclesis, doxología, kerigma, Magisterio. Sin embargo, ninguna palabra es tan importante como ésta.
La transubstanciación  es la palabra que explica lo que literalmente sucede en la misa, a través del poder el Espíritu Santo que obra por medio del sacerdocio sacramental de Cristo. En palabras sencillas, es cuando el pan y el vino se convierten sustancialmente en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo.
Muchos cristianos (y alguno que otro católico lamentablemente) tienen dificultades con esta enseñanza debido a que no “parece” que el pan y el vino hubiesen cambiado. ¿Cómo es que nosotros, católicos, podemos probar nuestra creencia en la Presencial Real, si es que el vino y el pan siguen viéndose como simple vino y pan? Pensándolo por un rato: sería mucho más fácil si de repente el pan destilara sangre y el vino blanco se volviese rojo. En fin, es difícil de explicar en tan poco espacio, así que haremos el intento. Clase de metafísica #001…
Hay dos “niveles” que componen un objeto: los accidentes y la substancia. Los accidentes son la apariencia, olor, color, sabor y textura de un objeto, pero la substancia es lo que realmente es. Si tomamos una silla, tiene accidentes y substancia. Los accidentes de la silla son las cuatro patas, el asiento y el respaldo, uno que otro clavo y madera. La substancia de la silla está comprendida por moléculas de madera que han tomado la forma de una silla.
Digamos que agarramos una sierra eléctrica y cortamos la silla en varios pedazos, para luego reensamblarlos con los clavos y formar una mesa de té. Hemos cambiado los accidentes de la silla en una mesa de té, pero la substancia de la silla no ha cambiado, pues todavía está hecha de moléculas de madera.
Si cambian los accidentes se llama transformación, pero dado que no son los accidentes los que cambian durante la misa, se llama transubstanciación. Así que, en la Eucaristía los accidentes del pan y el vino no cambian – siguen teniendo el mismo color, tamaño, olor y sabor – pero, por el poder del Espíritu Santo, la substancia del pan y el vino son alterados, y se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo en el altar… realmente no pretendo “explicar” el misterio de la transubstanciación, pues entonces dejaría de ser un misterio, sin embargo, no por ser un misterio debe ser irracional, Dios no obra de formas ilógicas.  

El capítulo 6 de san Juan como una verdadera apología de la Eucaristía
Es realmente imposible leer el capítulo 6 de san Juan y no creer que la Eucaristía es verdaderamente el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Negar esta realidad después de leer ese capítulo corresponde a un necio o a un tonto. Cristo hace explícito que Él es el Pan vivo bajado del cielo y que el pan que Él dará es su carne[2]Es interesante porque a pesar de que los judíos se escandalizaron, Cristo lejos de retractarse o hacer “más políticamente correcto” el mensaje, lo radicalizó diciendo: “(…) si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros… Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”[3].
Ni para qué contarles que después de tremendo discurso eucarístico y de que varios de los presentes se fueran del lugar (escandalizados obviamente), Jesús se dirige a sus Apóstoles – a los íntimos – y les dice: “¿También ustedes se van a ir?”[4] No quiero abombarlos de citas bíblicas, pero creo que es más que clara la intención de Jesús con respecto a la doctrina de la Eucaristía. Tratar de decir que el Señor se refería “a otra cosa” me parece una burla y una insensatez.
¿Cómo sabemos que los primeros cristianos creían en la Presencia de Cristo en la Eucaristía?
Bíblicamente hablando, es clarísimo que los Apóstoles tomaron las palabras de Cristo de manera literal. Enseñaron a la Iglesia primitiva la totalidad Sacramental que Cristo les había enseñado a ellos. Como ejemplo más concreto tenemos a san Pablo[5]. Toda la base de su enseñanza en cuanto a lo que se debe y lo que no se debe hacer en la liturgia, no es otra cosa que un resultado de la Tradición y la teología que recibió, atestiguó y obedeció, a través de la dirección del Espíritu Santo y las instrucciones de los otros apóstoles.
San Pablo creía indudablemente en la Presencia Real de la Eucaristía, y ni siquiera estuvo presente en la Última Cena. Este hecho es importante, porque valida la verdad de la tradición oral y la enseñanza apostólica de la Iglesia primitiva, sobre todo en la formación de nuevos cristianos.
Por otro lado, tenemos cientos de testimonios de santos cristianos de la Iglesia primitiva. Entre ellos, uno de los fervientes defensores de la Eucaristía fue san Justino (165 d.C.) mártir de la fe cristiana, quien murió decapitado y es además considerado como uno de los más grandes apologetas del siglo II. En una de sus Cartas nos dice claramente:
“Este alimento se llama entre nosotros Eucaristía, del cual a ningún otro es lícito participar, sino al que cree que nuestra doctrina es verdadera, y que ha sido purificado con el bautismo para perdón de pecados y para regeneración, y que vive como Cristo enseñó. Porque estas cosas no  las tomamos como pan ordinario ni bebida ordinaria, sino que, así como por el Verbo de Dios, habiéndose encarnado Jesucristo nuestro Salvador, tuvo carne y sangre para nuestra salvación, así también se nos ha enseñado que el alimento eucaristizado mediante la palabra de oración procedente de Él – alimento del que nuestra sangre y nuestra carne se nutren con arreglo a nuestra transformación – es la carne y la sangre de aquel Jesús que se encarnó. (…)”[6]
Sólo para llegar a una única conclusión: tanto los Apóstoles como los primeros cristianos, los de ahora y los que vendrán seguiremos manteniendo la enseñanza de Jesucristo con respecto a la Presencia Real de su Cuerpo y su Sangre en la Eucaristía, bajo la forma del pan y el vino.
¿Comer el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo no es canibalismo?
La afirmación de que los católicos somos caníbales es un absurdo, de hecho no merece una respuesta siquiera, pero ya que estamos aquí, habrá que contestarla…
La afirmación a pesar de ser ridícula, fue tomada muy en serio por parte de los romanos y paganos de los tres primeros siglos, tanto así que fue una de las razones para perseguir a los primeros cristianos. Comprenderán que debido a la violencia de las persecuciones, los primeros cristianos celebraban la misa en catacumbas (debajo de la tierra), por lo que muchos que trataban de espiar las “misteriosas” celebraciones, alcanzaban a escuchar:“Esto es mi Cuerpo, tomen y coman todos de Él…” Razón suficiente – al parecer – para llegar a la absurda conclusión de que los cristianos éramos caníbales, además de depravados, salvajes, brujos y en fin, una amenaza para el Imperio. A lo que íbamos…
La respuesta es naturalmente NO. El canibalismo es algo completamente distinto. Un caníbal es aquél que como carne y sangre humana, y con ello, todo lo que incluye el menú, como músculos, tejidos, venas, órganos (disculparán si estaban comiendo mientras leían). Mientras que, como católicos, comemos el Cuerpo y la Sangre divina de Jesús. La Eucaristía es el Cuerpo y la Sangre de Jesús en su estado resucitado y glorificado, tal como nos lo explica san Juan en los versículos antes citados. Esos pasajes nos recuerdan que fue Cristo mismo quien nos alentó – y que luego nos mandó – que comamos y bebamos Su Cuerpo y su Sangre[11]. Cristo nos ofrece Su Ser glorificado para transformarnos por Su gracia.

Steven Neira. Religión y libertad.com 2016

lunes, 25 de abril de 2016

¿Qué llevas ahí dentro?



La curiosidad innata del ser humano, que algunos vamos perdiendo con el paso de los años.

Un joven que trabajaba en una escuela aparecía todos los días por la puerta principal con una misteriosa caja de plástico entre sus manos. A juzgar por el gesto que hacía mientras la transportaba, no se trataba de una caja ligera.

Tampoco era pequeña porque parecía capaz de contener cinco balones de fútbol. Al inicio, los chavales de la escuela sólo miraban un tanto intrigados aquella caja con señor. Pero como la escena se repetía día tras día, la curiosidad de algunos niños se desbordó y comenzaron las preguntas:

"Oye, ¿qué llevas ahí dentro?"

En ocasiones, la operación transporte coincidía con la hora del recreo de los chavales. Entonces aquel joven tenía que ir con más cuidado. Acentuando el gesto, esquivaba magistralmente, a diestra y siniestra, chavales de todos los tamaños. Era entonces cuando, sobre todo los más pequeños, que corrían como almas en pena rumbo a su anhelada hora del patio, se detenían y le preguntaban. Él, sin alterar un ápice su gesto de esfuerzo prolongado, les decía que ahí dentro había una ardilla viva, y que la debía llevar a la cocina para que la asaran. El revuelo quedaba servido. Los niños se olvidaban de que tenían prisa por llegar al patio.

"¡Ala!" -espetaba una niña de gafas, quedando boquiabierta al final de su frase.
"¡A ver, enséñamela!" -pedía un chico. "¡Abre la caja!" -exigía amablemente el de más allá. "¿Por dónde respira?" -inquiría el listo de la clase.

Otros pocos, mayores, los que no habían preguntado nada, miraban escépticos la caja, al señor y a los chavales, y seguían su camino.

Cuando aquel señor, horas después, salía de la escuela con la misma caja, al ser interrogado, respondía que llevaba ya la ardilla asada.

El pobre portador de la caja, en medio de aquellos barullos, a duras penas les convencía de que le dejaran seguir su camino y de que la caja no podía abrirla porque, si lo hacía, la ardilla viva se escaparía, o la ardilla asada se enfriaría, según fuese el caso.

Quitando a los escépticos, los chicos, en cuestión de segundos, se compadecían del triste destino de aquella infeliz criatura. Una chica se preguntaba con amargura si no sería la misma ardilla que había visto el domingo pasado en un bosque al que le llevó su padre. Otros ponían a trabajar a marchas forzadas su imaginación para hacer posible el rescate de aquel animalejo que viajaba en caja contra su voluntad. Otros, que tenían madera de periodista, corrían a contar a gritos a sus amigos la espectacular noticia. Una primicia.

Sí, es la curiosidad innata del ser humano. Esa que algunos vamos perdiendo con el paso de los años. Pero es esa curiosidad al natural la que sigue explicando la fruición con la que abrimos un regalo insospechado o una carta inesperada.

Aquellos chavales aguantaron muy pocos días sin lanzarse a descifrar el enigma de la caja misteriosa. El corazón humano busca siempre, así de sencillamente, los motivos de las cosas. La verdad y la belleza nos interpelan con toda su simplicidad a través de los actos, personas y cosas donde se reflejan. No necesitan ellas departamento de marketing.

Es la misma curiosidad la que en ocasiones nos interpela cuando observamos un comportamiento especialmente elocuente. En el caso del comportamiento auténticamente cristiano, lo que puede llamar la atención es ese caminar por el mundo, diario, sin aspavientos, con el tesoro de la fe en el corazón del caminante cristiano. Bastaría llevarlo siempre. A todos lados. No dejarlo nunca en casa. Sin presumirlo vanidosamente, pero sin esconderlo. Día tras día. Quizá al inicio nadie diga nada. Pero tarde o temprano, habrá gente que empezará a preguntarse en su interior: ¿de dónde le viene a éste su integridad, su alegría, su ímpetu, su sencillez? ¿Por qué se le ve tan seguro, tan coherente? ¿Por qué ayuda tan desinteresadamente a los demás? ¿Cómo es que sabe ser feliz en medio del sufrimiento? ¿Por qué vive sin complicaciones? ¿Por qué hace tal cosa si hoy en día nadie lo hace? En resumen, querrán decirle: "Oye, ¿qué llevas ahí dentro, en tu corazón?" Y entonces podrá responderles que lleva a Cristo, o que Cristo le lleva a él.

Es cierto, ante la respuesta, algunos mirarán escépticos y seguirán su camino. Pero otros se sentirán interpelados. Sentirán una chispa que Alguien ha encendido en sus corazones. Así ha funcionado la transmisión de la fe de generación en generación. Es la fuerza del testimonio. Ya lo cuchichearon intrigadas las primeras opiniones públicas al entrar en contacto con los cristianos: "Mirad cómo se aman". Y cuando esto no es cuchicheado, preguntémonos si no será que estamos fallando en lo más esencial del cristianismo: el Amor a Dios y al prójimo.

Y en cuanto a los escépticos del caso de la ardilla, se les podría invitar a visitar el horno de la cocina de aquella escuela en la que una ardilla, cada día, de lunes a viernes, es asada.
 Autor: Arturo Guerra

domingo, 24 de abril de 2016

Querida y respetable Señora....



Estoy escribiendo a la mujer más maravillosa del mundo. Y esto me hace temblar de regocijo, amor y respeto

Querida y respetable señora, queridísima madre:

Sé que estoy escribiendo a la mujer más maravillosa del mundo. Y esto me hace temblar de regocijo, de amor y de respeto. Cuántas mujeres en el mundo, queriendo parecerse a ti, llevan con orgullo santo el dulce nombre de María. Cuantas iglesias dedicadas a tu nombre.

Tú eres toda amor, amor total a Dios y amor misericordiosísimo a los hombres, tus pobres hijos. Eres el lado misericordioso y tierno del amor de Dios a los hombres, como si tu fueses la especie sacramental a través de la cual Dios se revela y se da como ternura, amor y misericordia.

Estoy escribiendo una carta a la Madre de Dios: Esa es tu grandeza incomparable.
Eres la gota de rocío que engendra a la nube de la que Tú procedes. Me mereces un respeto total, al considerar que la sangre que tu hijo derramará en el Calvario será la sangre de una mártir, será tu propia sangre; porque Dios, tu hijo, lleva en sus venas tu sangre, María.

Pero el respeto que me mereces como Madre de Dios se transforma en ímpetu de amor, al saber que eres mi madre desde Belén, desde el Calvario, y para siempre, y por eso después de Dios me quieres como nadie. Yo sé que todos los amores juntos de la tierra no igualan al que Tú tienes por mí. Si esto es verdad, no puedo resistir la alegría tremenda que siento dentro de mi corazón.

Pero ese amor es algo muy especial, porque soy otro Jesús en el mundo, alter Christus.
Tú lo supiste esto antes que ningún teólogo, desde el principio de la redención.
No puedo creer que me mires con mucho respeto. Para ti un sacerdote es algo sagrado.

Agradezco a tu Hijo, al Niño aquél, maravilla del mundo, que todavía contemplo reclinado en tus brazos, su sonrisa, su caricia y su abrazo que quedaron impresos a fuego en mi corazón para siempre.

Oh bendito Niño que nos vino a salvar.
Oh bendita Madre que nos lo trajiste.

Contigo nos han venido todas las gracias,
por voluntad de ese Niño.

Todo lo bueno y hermoso que me ha hecho,
me hace y me hará feliz, tendrá que ver contigo.

Por eso te llamamos con uno de los nombres más entrañables: Causa de nuestra alegría.

He sabido que tu Hijo dijo un día: "Alegraos más bien de que vuestros nombres estén escritos en el cielo" Sí. Escritos en el cielo por tu mano, Madre amorosísima. Cuando dijiste sí a Dios, escribiste nuestros nombres en la lista de los redimidos. Y esta alegría nos acompaña siempre, porque Tú también como Jesús estás y estarás con nosotros todos los días de nuestra vida.

¡Qué hermosa es la vida contigo, junto a ti, escuchándote, contemplando tus ojos dulcísimos y tu sonrisa infinita. También como a Dios, yo te quiero con todo mi corazón, con toda mi alma y con todas mis fuerzas.

Sigo escribiendo mi carta a la que es puerta del cielo. ¡Cómo he soñado desde aquel día,
en que experimenté el cielo en aquella cueva, en vivir eternamente en ese paraíso! Junto a Dios y junto a ti, porque eso es el cielo. La puerta de la felicidad eterna, sin fin, tiene una llave que se llama María. Cuanto anhelo ese momento en que tu mano purísima me abra esa puerta del cielo eterno y feliz.

Oh Madre amantísima, eres digna de todo mi amor, por lo buena que eres, por lo santa, santísima que eres, la Inmaculada, la llena de gracia, por ser mi Madre, por lo que te debo: una deuda infinita, porque, después de Dios, nadie me quiere tanto, por tu encantadora sencillez.

Yo sé, Madre mía, que, después de ver a Dios, el éxtasis más sublime del cielo será mirarte a los ojos y escuchar que me dices: Hijo mío, Y sorprenderme a mí mismo diciendo: Madre bendita, te quiero por toda la eternidad.

Oh Virgen clementísima, Madre del hijo pródigo. -Yo soy el hijo pródigo de la parábola de tu hijo- que aprendiste de Jesús el inefable oficio de curar heridas, consolar las penas, enjugar las lágrimas, suavizar todo, perdonar todo. Perdóname todo y para siempre, oh Madre.

Bellísima reina, Madre del amor hermoso, toda hermosa eres, María. Eres la delicia de Dios, eres la flor más bella que ha producido la tierra. Tu nombre es dulzura, es miel de colmena. Dios te hizo en molde de diamantes y rubíes Y después de crearte, rompió el molde. Le saliste hermosísima, adornada de todas las virtudes, con sonrisa celestial... Y cuando Él moría en la cruz, nos la regaló. Por eso, Tú eres toda de Jesús por derecho. y toda de nosotros por regalo.

Todo tuyo y para siempre,
Autor: P. Mariano de Blas

sábado, 23 de abril de 2016

La gente se muere de tristeza



Estoy desengañado de Dios. ... es que no lo conoces. Puedes estar de los demás, de la vida, pero no de Dios.

Hay una gran insatisfacción en la gente porque muchos desean ser alguien en la vida, desean hacer algo grande, desean ser felices y valer para algo, pero sienten que siguen siendo mediocres, que sueñan en lo grande, pero realizan lo vulgar, lo pequeño.

Piensan que la felicidad es muy raquítica y además pasajera, y poco profunda. Sienten que no sirven para nada, y así abunda el tipo insatisfecho, harto, hastiado. Yo quiero más, mucho más, no puedo seguir igual, si mi vida va a ser como hasta hoy, ya me harté, no la quiero.

Hay gente enferma del espíritu, enferma de gravedad, gente que se cree incurable. Hay enfermedades crónicas, habituales, por las constantes recaídas en el vicio, en el pecado, en la mediocridad.

Hay gente desengañada de si misma; han intentado tantas veces cambiar y no lo han logrado que piensan no tener remedio. Podríamos decir, "intenta otra vez, aun no lo has intentado con todas tus fuerzas".

Cuentan de Gengis kan, el gran conquistador de China, que después de una gran derrota, estaba en su tienda mirando con los ojos al horizonte, y por el hilo de la tienda, subía una hormiguita tratando de llegar a la cima; al no conseguirlo, caía una y otra vez al suelo, pero volvía a intentarlo y así la décima vez, logró por fin su objetivo, que era llegar a la cima de la tienda. Gengis kan, aprendió la lección de la hormiguita, volvió a intentarlo y se hizo el conquistador de China.

Estoy desengañado de Dios. Si piensas así, es que no lo conoces. Puedes estar desengañado de los demás, de la vida, pero no de Dios. ¿Sabías tú, que la vida sonríe, a quien sonríe a la vida?. Los años insatisfechos por la vaciedad de la vida, por esa mediocridad que les produce nauseas, son una insatisfacción muy aprovechable. Malo si estuvieras tranquilo. De una gran insatisfacción pueden surgir grandes cosas.

Los hay atormentados, por dudas, por remordimientos, por el egoísmo, por miedo a la vida. Los hay temerosos de enfrentarse a Dios y reconocer que han sido hipócritas, cuentistas, habladores. Tienen miedo de enfrentarse a si mismos, de ver su vida manchada, mediocre, vacía. Ellos que se tienen en un concepto tan alto, que son admirados, tienen que reconocer que son tan miserables y pequeños.

Puede el hombre sentirse enfermo, desengañado, insatisfecho, atormentado, temeroso, pero no importa, repito, no importa si quiere cambiar. El día que un hombre desea cambiar, desea con toda su alma un cambio radical en su vida, es un gran día, y ese gran día puede llegar en cualquier momento.

Vacío, rencor, tristeza, desesperanza, son los virus que están enfermando y matando, más que el cáncer y el sida, a los jóvenes y hombres de nuestro tiempo.
Autor: Mariano de Blas