"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

sábado, 8 de agosto de 2015

María y la fe de una mamá

Cuando hagas oración por alguien, no esperes que esa persona ponga de sí 

Hoy te encuentro, mujer cananea, en un pasaje del Evangelio... (San Marcos 7, 24-30) Y me quedo pensando en ti, en tu dolor de madre, en tu búsqueda de caminos para tu hija.

Pasan las horas y siento que sigues estando allí, en mi corazón, tratando de hacerme entender, tratando de explicarme algo... Pero no te entiendo.

Y como mi corazón sabe que cuando no entiende debe buscar a su Maestra del alma, entonces te busco, Madre querida, te busco entre las letras de ese pasaje bíblico que leo y releo una y otra vez.

De pronto mi alma comienza a sentir tu perfume y me voy acercando al lugar de los hechos...

Allí te encuentro, Madrecita, mezclada entre la gente que hablaba de Jesús... me haces señas de que tome tu mano. ¡Qué alivio para el alma tomar tu Mano, Señora Mía!!! ¡¡¡Como se abren caminos santos cuando nos dejamos llevar por ti!!!

Así, aferrada a ti, te sigo hasta muy cerquita de una mujer de triste mirada… Esa mirada que tiene una mama cuando un hijo no esta bien, sea cual sea el problema. Es la cananea. Pasa por aquí, quizás va a buscar agua o comida… Ve la gente que habla y se acerca. Su dolor le pesa en el alma.

- Presta atención, hija, - me susurras dulcemente, Madrecita...

Alguien habla de Jesús, de sus palabras, de sus enseñanzas, de sus milagros... Los ojos de la cananea parecen llenarse de luz.

No alcanzo a divisar a quien habla, ni a escuchar lo que dice, pero, en cambio, puedo ver el rostro de la cananea.

- Mira cómo cambia la mirada de ella, Madre- te digo como buscando tu respuesta

- ¿Sabes que es ese brillo que va creciendo en sus ojos? Es la luz de la esperanza. Una esperanza profunda y una fe incipiente que, como lluvia serena en tierra árida, va haciendo florecer su alma. Dime, qué piensas de esto.

- Pues… que me alegro por ella.

- Esta bien hija, que te alegres por ella, pero si te explico esto, es también para que comprendas algo. Te alegras por esa mama, pero nada me has dicho de quien estaba hablando de Jesús.

- No te entiendo, Madre

- Hija ¿Cómo iba a conocer a mi Hijo esa sencilla mujer si esa persona no hubiese hablado de Él? Lee con atención nuevamente el pasaje del Evangelio, "habiendo oído hablar de Él, vino a postrarse a sus pies..." habiendo oído, hija mía, habiendo oído…

Te quedas en silencio, Madre, y abres un espacio para que pueda volver, con mi corazón, a muchos momentos en los que mi hermano tenía necesidad de escuchar acerca de tu Hijo, acerca de ti... y yo les devolví silencio, porque estaba apurada, porque tenía cosas que hacer.

Trato de imaginar, por un momento, como fue aquel "habiendo oído". Cuáles fueron los gestos y el tono de voz de quien habló, cuáles fueron sus palabras y la fuerza profunda de su propia convicción. Cómo la fe que inundaba su corazón se desbordó hacia otros corazones, llegando hasta uno tan sediento como el de la cananea.

¡Bendito sea quien haya estado hablando de tal manera! los Evangelios no recogen su nombre pero sí recogen su fruto, el fruto de una siembra que alcanzó el milagro.
¡Dame, Madre, una fe que desborde mi alma y así, llegue al corazón de mi hermano!

De pronto, veo que la cananea va corriendo a la casa donde Jesús quería permanecer oculto... Tu mirada, Madre, y la de ella se encuentran. Es un dialogo profundo, de Mamá a mamá...

Entonces, con esa fuerza y ese amor que siente el corazón de una madre, la mujer cananea suplica por su hija. Jesús le pone un obstáculo, pero este no es suficiente para derribar su fe....

Ella implora desde y hasta el fondo de su alma… Todo su ser es una súplica, pero una súplica llena de confianza.

Entonces, María, entonces mi corazón ve el milagro, un milagro que antes no había notado… un milagro que sucede un instante antes de que Jesús pronuncie las esperadas palabras...

El milagro de la fe de una mamá...

Aprieto tu mano, María Santísima y te digo vacilante:

- Madre, estoy viendo algo que antes no había visto...

- ¿Qué ves ahora, hija?

- Pues... que Jesús no le dice a esa mujer que cura a su hija por lo que su hija es, por lo que ha hecho, por los méritos que ha alcanzado, ni nada de eso. Jesús hace el milagro por la fe de la madre.

Así es, hija, es la fe de la madre la que ha llegado al Corazón de Jesús y ha alcanzado el milagro la fe de la madre. Debes aprender a orar como ella.

- Enséñame, Madre, enséñame

- La oración de la cananea tiene dos partes. La súplica inicial, la súplica que nace por el dolor de su hija, ese pedido de auxilio que nace en su corazón doliente. Pero su oración no termina allí. Jesús le pone una especie de pared delante.

- Así es Madre, si yo hubiese estado en su lugar quizás esa pared hubiera detenido el camino de mi oración...

- No si hubieses venido caminando conmigo. Pero sigamos. Jesús le pone una pared que ella ve y acepta… y así, postrada a los pies del Maestro su fe da un salto tal que le hace decir a Jesús "¡Anda! Por lo que has dicho, el demonio ha salido de tu hija". Ese salto de su fe es esa oración que persevera confiada a pesar de que las apariencias exteriores la muestren como "inútil" "para qué insistir"... por tanto, hija, te digo que no condiciones tu oración a actitudes de otras personas...

-¿Cómo es esto Madre?

Cuando hagas oración por alguien, no esperes que esa persona ponga de sí "algo" para alcanzar el milagro. Tú continúa con tu oración, que los milagros se alcanzan por la fe de quien los pide más que por los méritos del destinatario. Suplica para ti esa fe, una fe que salta paredes, una fe que no se deja vencer por las dificultades, una fe como la de la cananea...

Y vienen a mis recuerdos otras personas que han vivido lo mismo... desde Jairo (Mt 9,18; Mc 5,36; Lc 8,50) o ese pobre hombre que pedía por su hijo (Mt 17,15 Mc 9,24) hasta Santa Mónica, suplicando tanto por su Agustín… y alcanzando milagros insospechados, pues ella solo pedía su conversión y terminó su hijo siendo no solo santo sino Doctor de la Iglesia...

Las oraciones de una mamá.

La fe de una mamá.

Te abrazo en silencio, Madre y te suplico abraces a todas las mamás del mundo y les alcances la gracia de una fe como la de la cananea, esa fe que salta paredes y se torna en milagro.


NOTA de la autora: "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón por el amor que siento por Ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna.


Por: Susana Ratero 

viernes, 7 de agosto de 2015

Las espinas dan rosas

La vida es un rosal que produce espinas y rosas. Debo cuidarme de no clavarme las espinas, pero no siempre lo conseguiré.

El hábito de mirar el mejor lado de las cosas es una clave para ser feliz. Claro que hay sombras, pero también hay sol. Claro que hay problemas en la vida, pero también hay soluciones.

Todas las cosas tienen el lado bueno y el lado menos bueno. Algunos se empeñan en ver sólo el lado malo, y se amargan la existencia. Otros, en cambio, buscan en todas las cosas el lado bueno, y son felices. “Los tallos de rosa tienen espinas”, dicen los pesimistas. Pero los optimistas responden: "Las espinas producen rosas”.

La vida es un rosal que produce espinas y rosas. Debo cuidarme de no clavarme las espinas, pero no siempre lo conseguiré. Algunas espinas se me clavarán en el alma. Pero eso no me impedirá disfrutar de las maravillosas rosas que produce el rosal.

Una vez que perdemos el ánimo, perdemos un cierto número de días de nuestra vida. El que nos desanima, nos hace un daño total, y, si somos nosotros mismos, nos convertimos en nuestros peores enemigos.

Todo se puede remediar, mientras dura la vida. El ser más animoso de todos es Dios, que logra continuamente cambios de pecadores empedernidos en santos de altar. Él sabe que se puede; que hoy pueden estar las cosas negras, pero mañana pueden amanecer blancas. ¡Qué fácilmente nos damos por vencidos! Cada día más. El colmo del desaliento es la desesperación total, el darse un tiro en la sien, colgarse de una cuerda. Suicidarse, de la forma que sea, significa que no queda ni rastro de esperanza.

No todos llegan al suicidio, pero se pueden acercar peligrosamente. Y los problemas, ¿qué? Los problemas están ahí, pero yo estoy aquí, y no me dejo apabullar, porque sé que cada problema tiene por lo menos una solución. Sé que la actitud frente a un problema, la forma de reaccionar frente al mismo es mil veces más importante que el problema mismo. Hasta se podría decir: ¡Felicidades, tienes un problema!

Si puedo amar a Dios y a mis hermanos; si puedo realizar grandes cosas para mejorar el mundo; si puedo hacer felices a los demás y a mí mismo vale la pena vivir, aunque me clave alguna espina de dolor en el trayecto. Mas aún, las espinas pueden convertirse en rosas: Los sufrimientos de la vida, llevados por amor, se convierten en las rosas más bellas.


Por: P. Mariano de Blas LC 

jueves, 6 de agosto de 2015

La Transfiguración cambia la vida

Los padecimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria que un día se nos revelará. 

El hecho de la Transfiguración de Jesús en el monte Tabor tiene en los Evangelios una importancia muy grande. Como la tiene después para la vida de la Iglesia, que le consagra hoy una fiesta especial, la cual reafirma nuestra esperanza en el Señor Resucitado, pues sabemos que, cuando se nos manifieste, transformará nuestros cuerpos mortales, eliminando de ellos todas las miserias, y configurándolos con su cuerpo glorioso e inmortal...

Lo que pasó en el Tabor lo sabemos muy de memoria.
Jesús, al atardecer de aquel día, deja a los apóstoles en la explanada galilea y, tomando a los tres más íntimos --Pedro, Santiago y Juan--, se sube a la cima de la hermosa montaña.
Pasa el Señor la noche en oración altísima, dialogando efusivamente con Dios su Padre, mientras que los tres discípulos se la pasan felices rendidos al profundo sueño...
Al amanecer y espabilar sus ojos los discípulos, quedan pasmados ante el Maestro, que aparece mucho más resplandeciente que el sol...

Se le han presentado Moisés y Elías, que le hablan de su próxima pasión y muerte...

Se oyen los disparates simpáticos de Pedro, que quiere construir tres tiendas de campaña y quedarse allí para siempre...

El Padre deja oír su voz, que resuena por la montaña y se esparce por todos los cielos: -¡Éste es mi Hijo queridísimo!...

Y la palabra tranquilizante de Jesús, cuando ha desaparecido todo: -¡Animo! ¡No tengáis miedo! Y no digáis nada de esto hasta que yo haya resucitado de entre los muertos...

Pedro recordará muchos años después en su segunda carta a las Iglesias:
- Si os hemos dado a conocer la venida poderosa de nuestro Señor Jesucristo, no ha sido siguiendo cuentos fantasiosos, sino porque fuimos testigos de vista de su majestad. Cuando recibió de Dios Padre honor y gloria, y de aquella magnifica gloria salió la poderosa voz: ¡Éste es mi Hijo amadísimo en quien tengo todas mis delicias! Y fuimos nosotros quienes oímos esta voz cuando estábamos con él en la montaña santa.

Este hecho del Tabor tuvo muchas repercusiones en la vida de Jesús y de los apóstoles.

Sí, en la de Jesús ante todo. Porque Jesús no era insensible al dolor que se le echaba encima con la pasión y la cruz. La vista de la gloria que le reservaba el Padre por su obediencia filial fue para Jesús un estímulo muy grande al tener que enfrentarse con la tragedia del Calvario.

Para los apóstoles, ya lo sabemos también. Acabamos de escuchar a Pedro. Y sabemos cómo la visión del Resucitado ante las puertas de Damasco fue para Pablo una experiencia extraordinaria, que supo transmitir después en sus cartas a las Iglesias: -¡Nuestro cuerpo, ahora sujeto a tantas miserias, será transformado conforme al cuerpo glorioso del Señor!...

Así lo es también para nosotros. Porque la vida no se nos ofrece siempre risueña, sino que muchas veces nos presenta unas uñas bien aceradas.

En esos momentos de angustia, recordamos con la visión del Tabor la palabra del apóstol San Pablo:
- Comprendo que los padecimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria que un día se nos revelará.

Cuando todo nos va bien en la vida, solemos decir con Pedro --del que dice el Evangelio que no sabía lo que se decía--: ¡Qué bien se está aquí!...

Pero es cuestión de dejar el Tabor para después. Ahora hay que subir a Jerusalén con Jesús. Es decir, hay que cargar con la cruz de cada día, porque en el Calvario nos hemos de encontrar con el Señor, para encontrarnos seguidamente con Él en el sepulcro vacío...

La Transfiguración fue un paréntesis muy breve, aunque muy intenso, en la vida de Jesús. Detrás quedaban casi tres años de apostolado muy activo, en los que había predicado y hecho muchos milagros. Ahora había que enfrentarse con Getsemaní, la prisión, los tribunales, los azotes y el Gólgota. Pero la experiencia del Tabor le anima a seguir adelante sin decaer un momento.

Para nosotros, es cuestión de mirar a nuestro Jefe y Capitán, Cristo Jesús.

Hay que tener fe en Dios, cuando nos brinda la misma gloria que a Jesucristo.

Porque si Dios nos ofrece el mismo cáliz que a su Hijo, es decir, la misma suerte en sus sufrimientos, es porque nos tiene destinados también a la misma gloria y felicidad que las de Jesucristo.

Jesús se manifiesta en el Tabor, más que en ninguna otra ocasión, como el esplendor de la gloria del Padre. Nadie ha visto la gloria interna de Dios. Pero mirando a Jesús envuelto en una luz que opaca y anula del todo la luz del sol, nosotros llegamos a barruntar lo que es ese Dios que un día veremos cara a cara y que nos envolverá con sus esplendores. Esplendores que son ya ahora una realidad que llevamos dentro, aunque no los vemos. La Gracia del Bautismo nos ha transformado en esa luz que nos hace gratos, ¡y tan gratos!, a los ojos divinos...

¡Señor Jesucristo! ¡Qué grande, qué amoroso, y qué humilde, te muestras en el Tabor! ¿Cuándo, pero cuándo nos será dado gozar de aquel espectáculo que enloqueció a los discípulos?...

Ya vemos que nos preparas cosa buena de verdad. El caso es que sepamos merecerla....


Por: Pedro García, Misionero Claretiano

miércoles, 5 de agosto de 2015

Te amo porque me has amado Tú primero

Dios no se hace viejo, no se arruga, no pierde fuerza. Dios nos ama hoy como ayer y como nos amará mañana. 

Te amo sobre todas las cosas porque eres infinitamente amable.
Es el Amor con mayúscula. Dios es Amor. La Belleza misma la Santidad -el tres veces santo- el todopoderoso, creador de los cielos y la tierra.

Cuando uno ve a una persona buena, santa, poderosa, amorosa, muy bella se entusiasma con ella, se enamora de ella. El que conoce a Dios no puede menos de enloquecer de amor por Él.

"Tarde te amé, Oh belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé". San Agustín. Esta frase de San Agustín dice muchas cosas: Primera que Dios es de una belleza inmarcesible. A veces uno se enamora de un ostro de una persona que no quisiera que envejeciese, que mantuviese siempre la misma frescura, la misma juventud, idéntica sonrisa. Pero, por desgracia, las personas avanzan en edad, salen canas, arrugas, obesidad, arrugas en la frente y en el alma. Algunos podría n decir: Esta no es la persona de la que yo me enamoré. Ha cambiado demasiado.
Segundo, que uno es un pobre desgraciado cuando se enamora de todo menos de Dios. Por eso dice dos veces la palabra triste tarde, demasiado tarde. Y realmente es cierto. Los minutos, los años en que uno no ama a Dios son perdidos miserablemente. Si no he amado a Dios ¿qué he estado haciendo? Lo mínimo es perder tiempo y vida.
Cuantos de nosotros deberíamos decir como el santo: Tarde te amé, oh belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé. Y, tal vez, algunos tengan que decir: Nunca te amé, nunca te conocí. !Qué triste es esto!.

Y porque a ti sólo debo amarte con todo mi corazón, con toda mi alma y con todas mis fuerzas. Por ser mi Creador, mi Redentor, y por haberme destinado al cielo.

Te amo porque me has amado Tú primero.
Esto es fantástico -El nos amó primero a
cada uno. Desde siempre, desde toda la eternidad.
No me consultaste par darme la vida...
Porque me amaste, me creaste, me diste la existencia.
Pero no me creaste para la desdicha, para la mediocridad, sino para ser santo, feliz, para hacer algo grande en este mundo.
La aventura más grande es amar a Dios con todo el corazón...
Y al prójimo por amor a El.
No amar a Dios es la desgracia mayor.
Pero amar es darse, es cumplir la voluntad del amado, su voluntad.
"Él nos amó primero", nos recuerda San Juan. Te amé con un amor eterno.

Te amo porque me has redimido del pecado.
Librar al amado de su peor enfermedad, más aun de su muerte, de su verdadero mal, de su eterna condenación.
Gran amor representa.
Y cuál ha sido el precio. Dios envió al mundo a su Hijo no para condenar al mundo, sino para salvarlo, no para condenarte sino para salvarte. Debes saberlo.
La respuesta debiera ser como al de santa Teresa. "Tengo una vida y entera se la doy; pero si mil vidas tuviera, las mil se las daba".
El bautismo, la confesión son sacramentos de amor, porque son los sacramentos del reencuentro con el hijo pródigo.
"Daos cuenta de que no habéis sido rescatados con oro o plata, sino al precio de la sangre de Cristo".
Por eso decía San Pablo: "Líbreme Dios de gloriarme en nada, si no es en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo"
Cuando uno se santigua se recuerda a sí mismo y recuerda a los demás que es seguidor de un gran jefe, de Jesucristo y pertenece a la religión del crucificado, la religión del amor. Cada vez que uno se santigua equivale a repetir las palabras de San Pablo: "Líbreme Dios de gloriarme en nada..."
Esconderse cuando se santigua significa que se avergüenza de ser cristiano. Soy cristiano y a mucha honra.
Librarnos del pecado es librarnos del infierno merecido por ese pecado. Mucho te ha de querer quien de tanta desgracia te ha librado. Y mucho más te ha de que querer quien, además de libarte del eterno dolor, te ha regalado la eterna felicidad.
¿Quién es esa persona, dónde vive, cómo se llama? Me muero por verlo, tengo que ser su amigo, quiero amarlo por siempre... y sabemos que es Jesús.

Te amo porque me has abierto las puertas de tu Reino
Lo más grande que podía regalarnos. Dios no tiene una cosa más grande que darnos que el cielo, su cielo, donde Él vive y es infinitamente feliz.
Las puertas de ese cielo estaban cerradas. Cristo nos las ha abierto. La felicidad de Dios la participaremos.
Los que nos han precedido en el camino nos dicen: "Es verdad...vengan".
San Pablo, que vio el cielo: "Todo lo que su sufre en este mundo es nada..."
No tienes razón cuando piensas y dices: Me piden demasiado. La verdad, hermano, es que nos piden demasiado poco.
"Alegraos más bien de que vuestros nombres estén escritos en el cielo." Si esta no es tu máxima alegría, no sabes qué es el cielo.
Te invito en este momento a que te sientas muy alegre de que tienes tu nombre escrito en la lista del cielo. Alégrate, sí, más que de todas las demás cosas.
¿Cuántas veces te ha regalado Jesucristo el cielo? Con cada pecado mortal lo has perdido. Con cada absolución te lo han devuelto. ¿Cuántas veces has perdido el cielo, pobre hombre, pobre mujer? ¿Cuántas veces te han vuelto a dar el cielo, hombre afortunado, mujer afortunada?

Te amo porque me has hecho hijo de Dios
Decía Jesús. "Cuando oréis, decid: Padre nuestro que estás en los cielos". No fue un santo, ni siquiera la Virgen María quienes nos indicaron que rezáramos así, sino su propio Hijo, Jesús. Mi Padre me ha pedido que les enseñe a orar así: "Padre nuestro que estás en el cielo..." Jesús podría haberle dicho con toda razón: Padre, soy tu hijo único, ¿cómo que ahora voy a ser hermano de todos los hombres? Además, no sé si te has fijado cómo se portan muchos de ellos. ¿Vas a caso a repartirles la herencia del cielo?
No, Jesús le dijo: Bendito seas, Padre mío, porque quieres además de tu hijo divino, hacer hijos tuyos también a cada uno de los hombres. Yo soy, me declaro hermano de cada uno de ellos. Esto lo dijo Jesús, está en el Evangelio, a través de María Magdalena: "Ve a decirles a mis hermanos: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios".
De la herencia también habló: "En la casa de mi padre hay muchas moradas, Voy a prepararos un lugar". Con qué profunda emoción les dijo Jesus esta noticia a los apóstoles y a cada uno de nosotros. Voy a prepararos un lugar.
Debemos atrevernos a rezar el Padrenuestro como Jesús quería que lo rezáramos: Decidlo, sentidlo, amadlo, tened una total confianza.
Desconocer el amor de ese Padre es la desgracia mayor del mundo.
Debemos enseñar a los hombres que Dios es su Padre. Porque no lo saben, no lo creen, no se lo imaginan.
Evangelizar no es sólo explicar las hermosas realidades de la religión sino hacérselas creer, sentir, experimentar.

Te amo porque me has enriquecido con el Espíritu Santo
Paráclito: consolador, santificador, es decir que nos guía hacia la santidad y hacia la vida eterna.
Bueno, ¿y dónde está el Espíritu Santo?
Responde San Pablo: ¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu Santo habita en vosotros?
También Jesús lo afirmaba: Si alguno me ama, mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos en él nuestra morada. Las tres divinas personas.
El alma que vive en gracia es un templo de la Santísima Trinidad, de las tres divinas personas.
Se le llama, por esta razón, el divino huésped del alma.
Es el Don por excelencia; es el amor infinito de Dios que vive en nosotros y para nosotros. Para realizar el plan de amor de Dios en nosotros: hacernos, hombres y mujeres fieles, cristianos felices, santos y llevarnos al cielo para toda la eternidad.

Te amo, porque me has entregado a tu Madre al pie de la cruz.
¡Qué amor tan delicado, tan sincero, tan fino! María es su joya, su criatura predilecta, su Madre bendita...Pues no quiso quedársela para sí.
Es madre nuestra con todo derecho porque nos la han dado.
Podemos y debemos, por tanto, llamarla madre nuestra.
Corredentora: Jesús ha querido que, de manera semejante a Él, sufriera terriblemente y colaborara así a la redención, a nuestra redención, a la mía.
Aquí no me malentiendan los hermanos evangélicos. Pues, si San Pablo completaba en su cuerpo lo que falta a la Pasión de Cristo, quiere decir que todos colaboramos al menos con alguna partecita. Pero María más que nadie.
Jesús nos la dio: El regalo en sí mismo es extraordinario, único.
Pero nos la dio con un grandísimo amor.
Y María ha aceptado ser madre de cada uno de nosotros con una obediencia perfecta y con un cariño inmenso que no podemos ni medir.
Bendito el momento en que Jesús decidió darme a su Madre como Madre Mía.
Después de la alegría de ser hijo de Dios, la más entrañable felicidad es tener como madre a María.

Te amo por el don de la fe católica
Si estimáramos la fe como los santos..."Ésta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe", está dicho.
El justo, el santo, vive de la fe, es decir, de lo que le ha dicho Dios a través de su Revelación.
La fe debe ser viva y operante, no mortecina ni somnolienta.
Por ejemplo, si al comulgar tú crees profundamente en que en ese pan consagrado está realmente Jesucristo, el día no puede de ninguna manera ser triste o malo. Has recibido a Dios.
Tener fe es ver todas las cosas con los ojos con los que ve Dios.
Si no tuviéramos fe, seriamos muy desgraciados... En realidad los que no tienen fe, ¿qué sentido encontrarán al dolor, a la muerte, al después de la muerte? Si no se tiene fe ¿qué sentido tiene la misma vida, el vivir, el amar, el cumplir con las reglas de la moral? Sin fe todo se tambalea.
La mejor forma de agradecer la fe a Dios consiste en transmitirla, en comunicarla a otros. En reanimar la fe de los que la tienen medio dormida o medio muerta. Hay muchos hermanos nuestros que pierden la fe, la están perdiendo, por falta de alguien que les ayude a vivirla con pasión.
Esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe. Ojalá ayudemos a algunos a recuperarla, a volver a la casa del padre de la que nunca debieran haber salido.

Te amo porque te has quedado conmigo en el sagrario.
Jesús ha cumplido su promesa: Yo estaré con vosotros todos los días hasta la consumación de los siglos. ¿Cómo? En la Eucaristía.
Yo animo a todos esos hermanos y hermanas nuestras que tienen gran devoción a la Eucaristía, que comulgan con devoción, hacen adoración al Santísimo, lo visitan en el tabernáculo, hacen procesiones con el Santísimo. Nos recordaba Nuestro querido Benedicto XVI que la primera procesión con el Santísimo fue la de María cuando fue a visitar a su Prima santa Isabel llevando en sus purísimas entrañas a Jesús. Con eso quedan las procesiones santificadas.
No cuesta nada visitarlo, ir a pedirle favores. Necesitamos ir al Sagrario más que al súper: Porque en el súper conseguimos alimentos para el cuerpo, pero en el Sagrario alimento para el alma: "Venid a Mí todos los que andáis fatigados y abrumados por la carga y Yo os aliviare". ¿Creen que Jesus dijo esto por decirlo nada más?
No tengo tiempo de visitarlo, porque tengo que hacer tanto por Él. Soy un apóstol tan celoso y tan ocupado que no tengo tiempo para rezar, para ir a la Iglesia. Pues soy un mal apóstol, porque me preocupo más de la viña del Señor que del Señor de la viña. Les pongo un ejemplo para que me entiendan. Hay maridos, sobre todo jóvenes, que están abrumados de trabajo y no tienen tiempo de estar con su esposa y sus hijos, porque están ganando dinero para ellos. Cuantas veces he escuchado a esas esposas: Ojalá mi esposo ganara menos y estuviera más tiempo con nosotros.
Pues tengan la seguridad de que Jesús nos dice a muchos de nosotros: Ojalá tuvieras más tiempo para estar conmigo.

Te amo porque me has enviado como a los apóstoles, a extender tu Reino entre los hombres.
Nadie más nos ha enviado, sólo Cristo. "Id y predicad el Evangelio a toda criatura. No me habéis elegido vosotros a Mí sino yo a vosotros"
Cada uno ha sido enviado a predicar la Buena Nueva: los padres a los hijos, los amigos a los amigos. A todos a los conocidos y desconocidos.

Te amo porque eres mi Dios y mi Señor.
Mi Dios y mi todo, decían los santos en un suspiro de amor.
En resumen: Te amo con todo mi corazón.
Porque lo mereces totalmente, lo esperas.
Porque es lo que más me importa y lo que más necesito.
San Pablo decía: Para mí el vivir es Cristo y el morir una ganancia.
Cristo es mi Dios, mi gran amigo, mi Padre, mi grande y mi único amor y la gran razón de mi existencia.
"Señor mío y Dios mío" exclamó Santo Tomás en un momento de gracia. Es una frase que tenemos que decir y sentir con mucha frecuencia.
"No volveré a servir a un señor que se me pueda morir". Palabras de San Francisco de Borja ante el cadáver de su hermosa reina. Servimos a ese Dios y Señor que vive para siempre, que con el paso de los siglos no ha perdido nada de su belleza, de su amor, de su poder y misericordia. Dios ha sido, es y será siempre infinitamente amable y adorable para suerte nuestra.


Dios no se hace viejo, no se arruga, no pierde fuerza. Dios nos ama hoy como ayer y como nos amará mañana. Aprovechemos esta maravillosa gracia y amemos, amemos a la persona más digna de nuestro amor.


Por: P. Mariano de Blas LC

martes, 4 de agosto de 2015

Jesús, signo de contradicción

Unos lo aceptarán gozosos, otros lo rechazarán. Pero seguir a Cristo es tener la luz en el alma, oponerse a El es vivir en tinieblas. 

Cristo predica la conversión y el arrepentimiento de los pecados, pero muchos se han quedado en prácticas externas y rutinarias de religiosidad.
Durante la Presentación de Jesús en el Templo, José y María escucharon unas sorprendentes palabras proféticas del anciano Simeón referidas a Jesús: «Puesto está para caída y levantamiento de muchos en Israel y para signo de contradicción; y una espada atravesará tu alma para que se descubran los pensamientos de muchos corazones» (Lc. 2, 34-35)

Estas palabras proféticas se cumplieron ampliamente a lo largo de la vida del Señor. Unos lo aceptarán gozosos, otros lo rechazarán. Cristo se convertirá en signo de contradicción en Israel, es decir, en ocasión de que se formen dos grupos bien diferenciados: los que le siguen y los que se oponen a él. Cristo hablará a las conciencias de los israelitas para que cumplan la ley de Dios con plenitud, y después les revelará su mensaje de salvación, que incluye la formación de un nuevo Pueblo de Dios más perfecto y espiritual.

Simeón después de decir que Cristo sería «signo de contradicción» añade que sería también «luz para iluminación de las gentes» Jesús afirmará de sí mismo: «Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no anda en tinieblas, sino que tendrá luz de vida» (Jn. 8, 12) Seguir a Cristo es poseer la luz en el alma; oponerse a El es vivir en tinieblas.

Al éxito del Señor al principio, ya que es aceptado por muchos como Mesías, sucede un enfrentamiento cada vez mayor con algunos israelitas, especialmente con los que detentan los poderes en Israel. La causa está en que Cristo predica la conversión y el arrepentimiento de los pecados y muchos de los poderosos se han quedado en prácticas externas y rutinarias de religiosidad, sin una auténtica fe que lleve a una vida de renuncia. Al ser recriminados por Jesús, no quieren rectificar.

Este enfrentamiento con el Señor tendrá muchos grados. Algunos se oponen a él fuertemente y con odio: es el caso de muchos fariseos, sacerdotes y escribas de Israel, que constituyen los estamentos más importantes. Otros, en un principio, le siguen, pero le abandonan cuando ven que los que detentan el poder se oponen a El. Los hay que le siguen en momentos difíciles, pero que también le abandonarán en el momento de la Pasión y Crucifixión.

San Juan, en el prólogo de su evangelio, explica con una imagen el rechazo de Jesús por el pueblo elegido: Jesús es la luz, pero las tinieblas no la recibieron (1, 4) Más claramente aún, dice: «Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron» (1, 11)

Jesucristo es el Hijo de Dios, que visita un pueblo preparado durante siglos de revelación progresiva y lo que le debía resultar familiar, la presencia de Dios, no lo acepta.

En esto consiste el gran pecado de Israel, que representa a todos los hombres pecadores: el pueblo de la propiedad de Yavé, en vez de acoger la luz, intenta sofocarla.

El enfrentamiento de los fariseos y escribas con Jesús fue creciendo a medida que Jesús desarrollaba su predicación pública.

San Juan Bautista les había recriminado en diversas ocasiones su mala conducta diciéndoles: «Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la cólera que os espera? Haced, pues, frutos dignos de penitencia: y no comencéis a decir a vosotros mismos: tenemos por Padre a Abrahán; pues yo os digo que Dios puede hacer salir de estas piedras hijos de Abrahán. Ya está el hacha aplicada a la raíz de los árboles. Todo árbol que no produzca buen fruto va a ser cortado y arrojado al fuego» (Lc. 3, 7-8) Jesús aplicará estas mismas acusaciones a los fariseos cuando les dice: «Si tenéis un árbol bueno, su fruto será bueno. Si tenéis un árbol malo, su fruto será malo, porque el árbol se conoce por su fruto. Raza de víboras, ¿cómo podéis decir cosas buenas, si sois malos? Porque de la abundancia del corazón habla la boca» (Mt. 12, 33-34)

La mayoría de los que ejercían la autoridad en Israel no quisieron convertirse ni con Juan Bautista ni con Jesús, por eso: «Aunque había hecho tan grandes milagros en medio de ellos, no creían en El (...) Sin embargo, aun muchos de, los jefes creyeron en El, pero por causa de los fariseos no le confesaban, temiendo ser excluidos de la sinagoga, porque amaban más la gloria de los hombres que la gloria de Dios» (Jn. 12, 37-43)

La razón última por la que los escribas y fariseos no reciben a Jesús como Mesías está en que han desfigurado la religión de Israel. La Palabra de Dios no ha entrado en su corazón transformándolo y convirtiéndolo. Por eso, se refugian en el mero cumplimiento externo de preceptos que han inventado los hombres y descuidan la justicia, la comprensión y la sinceridad de vida, resultando que dicen y no hacen, como les reprochará Jesús.

Y lo que es más grave, no sólo no entran en el Reino de los Cielos, sino que no dejan entrar a quienes verdaderamente quieren hacerlo, "porque ellos son los representantes oficiales de Dios (cfr. Mt. 23)

Se puede decir que ocultan y desfiguran el verdadero «rostro» de Dios, en vez de darlo a conocer.


Por: P. Enrique Cases

lunes, 3 de agosto de 2015

Me siento un náufrago espiritual

En este mar apático se nada y se nada, buscando una isla donde aferrarse, hasta que vemos a Dios a nuestro alrededor. 

Si, a veces me siento como un náufrago nadando en un mar de incomprensión espiritual, tratando de encontrar aunque más no sea una isla pequeña donde descansar ¿A qué me refiero?

Rodeado de la vida mundana, no se advierte que los demás miren este mundo aunque no sea más que un poquito, con los ojos de Dios. Escucho hablar a la gente de cosas que suceden, y se advierte de inmediato la mano de Dios en ello. Pero, ¿cómo decirlo, si no hay peor sordo que el no quiere oír, ni peor ciego que el que no quiere ver? Miro a derecha, a izquierda, por delante y por detrás, y sólo veo gente que no tiene la más mínima voluntad de introducir a Dios en sus vidas. ¡Un verdadero mar de frialdad espiritual!. Miles de millones de almas viven totalmente ajenas a El. Mientras rezo en mi interior, y pienso en lo mal que se siente el Creador al ver semejante nivel de indiferencia, más y más me siento como un náufrago perdido en un mar de ignorancia y ceguera espiritual. Y ésta realidad me resulta visible en aquellos momentos en que, por Gracia de Dios, se abre mi corazón a ver la realidad con una mirada espiritual, porque el resto del tiempo entristezco al Señor con pensamientos y sentimientos del todo mundanos también.

En este mar apático se nada y se nada, buscando una isla donde aferrarse. Y esas islas aparecen, cuando cruzamos nuestro camino con alguien que ve a Dios en lo que ocurre a nuestro alrededor. ¡Y cómo nos aferramos a estas personas en esos momentos! Conversaciones vibrantes, plenas de amor a Dios, compartiendo tantas cosas que el mar-desierto espiritual que nos rodea ignora totalmente. Son momentos de descansar, de tomar fuerzas, de recordar que el Señor nunca nos deja desamparados. Y luego de gozar estos instantes de unión con esos hermanos en el amor a Jesús y María, a nadar nuevamente en el mar que nos rodea.

Creo que nuestra obligación, como hijos de Dios, es sobreponernos a éstas frustraciones del alma, y seguir luchando en medio de tan grande incomprensión. Debemos dar testimonio del amor por Dios, aunque nadie nos preste atención, a riesgo de que nos tomen por locos o aburridos, o pasados de moda, o el calificativo que sea. Imaginen que el pobre Jesús también nadó en este mar espiritual cuando vino a nosotros, y como siempre, la Palabra del Señor es el modelo de lo que debemos esperar de nuestras vidas, y también de cómo debemos reaccionar frente a la falta de amor del mundo.

Hoy nos sentimos náufragos, y también colaboramos con el naufragio general ante nuestra falta de amor por El. Pero, personalmente, creo que si cada uno de nosotros nada con fuerza en estas aguas, dando vigoroso testimonio del amor como único camino, se irán formando más y más islas a nuestro alrededor, hasta que se unan poco a poco.

Y esas islas, que son las almas de los que aman a Dios, unidas unas con otras formarán un continente espiritual, donde reine el Amor por nuestro Dios, donde se pueda pisar firme y confiado en tierras regadas por las lágrimas de quienes donaron sus vidas por el Salvador, a lo largo de los siglos.


Por: Oscar Schmidt | Fuente: www.reinadelcielo.org 

domingo, 2 de agosto de 2015

¿Es posible tener hambre y sed y sentirse feliz?

Dios ha metido esa hambre en nuestro ser para hacernos entender que tenemos un destino eterno

Sería muy interesante examinar a la luz de la psicología moderna algunas expresiones de los salmos de la Biblia. Por ejemplo, éstas:

¡Oh Dios, mi alma está sedienta de ti! Mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, árida, sin agua...

Como brama el ciervo sediento por la fuente de agua, así, Dios mío, clama por ti el alma mía. Porque mi alma está sedienta del Dios fuerte y vivo. ¿Cuándo llegará el día en que me presente ante la cara del Dios vivo?...

Mi alma suspira y sufre ansiando estar en los atrios del Señor... 

Y podríamos citar muchos más.

Esto, para preguntarnos: ¿Es posible tener hambre y sed y sentirse feliz? Porque estos mismos salmistas que así se sienten llenos de hambre y de sed, exclaman felices, como uno de ellos:

Se inundan de gozo mi alma y mi cuerpo contemplando al Dios vivo. Porque vale más un día sólo en los atrios de tu templo que mil días fuera de tu casa, mi Dios...

¿Es posible esto? Sí; porque al mismo tiempo que se tiene hambre y sed, se tiene qué comer y qué beber. La tragedia sería tener hambre y sed, y no tener nada que llevarse al paladar. Y al revés, tener delante un banquete espléndido y sentirse inapetente total, sin ganas de nada.

A un multimillonario le hicieron esta pregunta: "Usted es feliz del todo, ¿no es así? Porque lo tiene todo". La respuesta no puso ser más triste: "Están ustedes equivocados. Me falta una cosa que me tiene fastidiado: ¡no tengo HAMBRE!"

Y otro caso paralelo. El gran industrial alemán, fundador de la fábrica de cañones que hicieron retemblar a Europa en dos guerras mundiales, vivió sus últimos años con una dolencia estomacal incurable. Al ver merendar a un obrero, que comía feliz a dos carrillos, dijo con no disimulada envidia: Daría medio millón para comer un bocadillo con apetito semejante.

Esto es una realidad muy cierta. El hambriento es mucho más feliz con un trozo de pan y un plato de arroz seco devorado con avidez, aunque dentro de un rato vuelva a tener el hambre de siempre, que el sentado ante la mesa espléndida de un banquete de gala, pero con falta total de apetito.

Por eso, nos preguntamos: ¿Estamos satisfechos de la vida?...

Algunos, sí; la mayoría, no. Porque nos faltan muchas cosas, y quisiéramos tenerlo todo. Sólo cuando tuviéramos ese todo soñado, sólo entonces así lo pensamos seríamos felices de verdad. Pero, al pensar así, también nos engañamos todos, los que lo tienen todo y los que piensan tenerlo algún día. Porque esa hambre de felicidad es precisamente una señal inequívoca de que aquí no seremos nunca felices del todo.

Dios ha metido esa hambre en nuestro ser para hacernos entender que tenemos un destino eterno, y que sólo un ser eterno e infinito podrá dejarnos enteramente satisfechos. Es la bienaventuranza que proclama Jesús: ¡Dichosos los pobres, dichosos los que tenéis hambre, porque un día quedaréis hartos y serán colmados todos vuestros deseos!

Aquel pastor protestante se convirtió al catolicismo y armó una tremenda revolución entre los suyos. Al enterarse su padre, le mandó una respuesta terrible: con una carta le maldecía y le desheredaba de todo bien familiar. Preguntado si en esta situación era feliz o no, respondió: "¡Oh, si pudiese dar a mi padre una parte de mi dicha y de mi paz!"

Ninguna cosa y ningún bien terreno le importaban ya nada, ahora que se sentía lleno de Dios. Esta ansia de Dios la sentimos todos en particular y la siente el mundo entero. Ninguna cosa de aquí nos llena plenamente por más que se disfrute. El apóstol San Pablo nos describe cómo estamos con todas las criaturas suspirando de lo íntimo del corazón, anhelando la liberación de nuestro cuerpo, para vernos metidos definitivamente el Dios...

No sabemos si la psicología se explica el misterio. Pero lo vivimos todos muy bien: tenemos hambre y sed de Dios, y estamos felices, aunque poseamos a Dios sólo en las sombras de la fe. El creyente es una persona feliz de verdad. Se siente metido en Dios y pendiente de su providencia amorosa. Se pone a orar, y está convencido de que habla con Dios, al que trata con intimidad. Y cuanto más trata con Dios, más ansias siente de Dios.

Además, está seguro de que este mismo trato que ahora tiene con Dios, por intenso y dichoso que sea, es sólo un anticipo de lo que le espera después. El convencimiento de la vida eterna que ya se acerca es el colmo de todas sus ilusiones y de sus esperanzas, que no van a quedar fallidas.

Poseer el mundo entero, sin tener a Dios, es la mayor desgracia y la pobreza suma. Tener a Dios, aunque nos falte todo, es la mayor suerte y la riqueza colmada. Es lo que nos dijo, con versos mil veces repetidos, nuestra incomparable Teresa de Jesús: Quien a Dios tiene nada le falta, sólo Dios basta...


Por: Pedro García, Misionero Claretiano

sábado, 1 de agosto de 2015

María, nuestra Madre, recurrió poco a la palabra

Sí, cuántas veces calló María, para que hablasen sus obras, y para que hablase Dios en Ella y en los demás.

Decía san Juan Crisóstomo que “no sería necesario recurrir tanto a la palabra, si nuestras obras diesen auténtico testimonio”. Y con verdad, pues está claro que muchas veces los hechos son más elocuentes que los dichos.

También María, nuestra Madre, recurrió poco a la palabra. Era callada Ella. Realmente, cuántas palabras se ahorró. Pero, cuánto dejó dicho sin palabras. Cuánto dejó escrito con su vida. Cuánto testificó con sus obras.

María, la Virgen del Silencio, nos enseña el valor de un silencio fecundo y humilde, cuajado de obras y realizaciones. Nos alecciona magistralmente en el difícil arte de decir poco y hacer mucho.

Sí, cuántas veces calló María, para que hablasen sus obras, y para que hablase Dios en Ella y en los demás. Era el suyo un silencio hecho oración y acción. Un silencio lleno, no vació ni hueco. Un silencio colmado de Dios, de sus palabras, de sus maravillas. María “guardaba todas las cosas meditándolas en su corazón”, afirma el Evangelio. Porque sólo en silencio se pueden comprender las palabras de Dios y “sus cosas”.

No se trataba, por tanto, de una simple ausencia de palabras, de ruidos, de distracciones. El silencio de María fue un silencio contemplativo de la obra de Dios en su vida, en la de Jesús, en la de los demás. Un silencio de humildad, de discreción, de ocultamiento. Un silencio fecundo en buenos pensamientos, en proyectos de ayuda a los necesitados, en propósitos de entrega y donación.

El silencio de la Virgen durante su vida fue como un gran mosaico de pequeños silencios. Vamos a detenernos un momento a contemplar, desde la fe, algunos de ellos.

El silencio ante José. 

Imaginemos aquella escena en la que, un buen día, María regresaba de la región montañosa tras visitar y ayudar a su prima Isabel. Ya habían pasado más de tres meses desde la Anunciación. A María ya se le notaba que estaba en cinta. Y cuando vio a José, que le salió al encuentro por el camino, le dio una gran alegría, pero a la vez un grande apuro. José notaría su estado. Y, de hecho, lo notó. Ambos estaban prometidos en matrimonio, pero aún no vivían juntos; y resulta que Ella ya esperaba un hijo.

Entonces María, ante el asombro de José, no comenzó a explicarle lo de la aparición del ángel, ni lo del mensaje del cielo, ni que el Niño era de Dios... No. María prefirió callar.

José estaba confundido. Y no era para menos. Sin embargo, miró a los ojos a María y los vio tan puros, tan limpios, tan inocentes, que creyó más a los ojos de María que a los suyos propios. José amaba a María y confiaba en Ella, pero no alcanzaba a comprender lo que ocurría.

La Virgen no estaba segura de la reacción de José. Por eso es conmovedor este silencio suyo. Ella intuyó que Dios se lo daría a entender a José mejor que Ella misma, como Él sabe y cuando Él lo juzgase oportuno.

María guardaba silencio sin culpa alguna. Callaba aun a costa de su propia honra. De hecho José, que era bueno y justo, decidió repudiarla en secreto.

La Santísima Virgen, al no excusarse, al no decir nada a José, a nosotros nos está diciendo mucho. Nos está diciendo que nos sobran muchas palabras y demasiadas veces. Nos sobran muchos “es que”, muchos “es que yo no tuve la culpa”, “es que yo no era el único”, “es que yo no tengo nada que ver”, ante nuestros fallos y deficiencias. Nos falta más silencio y resignación y nos sobran excusas. Y eso que la mayoría de las veces somos culpables de verdad...

María era inocente. Y no es fácil callarse ante la calumnia, ante la injusticia, ante la incomprensión cuando uno es inocente. Ella calló ante la posibilidad todo eso...



¡Qué admirable el largo silencio de María en Nazaret! Ella poseía el secreto más grande de la historia: la llegada de Dios al Mundo. Y sin embargo, calla.

Ni una palabra, ni la más mínima alusión o referencia a su enorme secreto durante los treinta años en Nazaret. Treinta años de continua convivencia con los vecinos y vecinas del pueblo sin decirles nada al respecto.

Treinta años con algo tan grande entre manos y ni una palabra. Y vaya si habrá tenido mil ocasiones, durante todo ese tiempo, para hacerle saber a más de alguno o alguna quién era Ella y quién era su Jesús. Sin embargo no, no quiso decir nada. Se mantuvo callada.

¡Qué ejemplo de discreción de nuestra Madre! Ejemplo para nosotros que nos sentimos más cuando sabemos algo que otros no saben. Sobre todo si es algo bueno acerca de nosotros mismos... Ejemplo para nosotros que apenas logramos callar por unos minutos (no treinta años) el chismecillo que acabamos de escuchar entre los amigos o amigas en la tertulia. Ejemplo para nosotros que nos preocupamos tanto a veces de hacer ver a los demás a quién se están dirigiendo, a quién están molestando, a quién le están pidiendo un favor, a quién le están dando una indicación...

No. Ella no fue así. La Virgen escogió el silencio. María, la Madre de Dios, quiso pasar desapercibida. Sin decir nada teniendo al Hijo de Dios en casa. Durante treinta años...

El silencio ante la muerte de José.

También la muerte llegó un día a casa de María. Venía a llevarse a su esposo José. El pobrecito llevaba enfermo ya varios días. Empeoraba cada vez más. María empezó a temerse lo peor. Y así fue. José, sereno, entraba en su último trance. La Virgen, junto a la cabecera del lecho, en silencio, oraba. Su dolor callado era sostenido por su rezo transido de confianza.

Lo asombroso de este episodio es que estaba allí, con Ella, el mismo Dios Omnipotente, que en un instante podría haber curado a José y haber acabado con aquella pesadilla. Pero María no pidió nada a Jesús en esa ocasión. Volvió a guardar silencio. Quiso pasar el trago amargo de la muerte de su esposo, pidiendo a Dios, sin palabras, que se cumpliese su voluntad. Esto fue templando su delicada alma de mujer para poder sufrir, también en silencio y oración, algunos otros momentos terribles que llegarían...

El silencio durante la vida pública de Jesús.

¡Qué discreción la de María durante aquellos años!

La fama de Jesús se extendía por doquier. Se hablaba de Él por todas partes. Sí, también en Nazaret. Y a María le llegarían diariamente muchos y muchas para hablarle de su Jesús y contarle lo que de Él se decía.

Y Ella, ante todo eso, mantuvo silencio y discreción. Lo mantuvo en las buenas y en las malas. Lo mantuvo cuando veía y escuchaba los éxitos de Jesús, sus milagros, sus predicaciones irresistibles. No andaba diciendo a todo el mundo que Ella era la madre de ese Jesús. Y lo mantuvo también cuando a su Hijo Jesús le tildaban de loco, de endemoniado, de comilón y bebedor, de amigo de publicanos y pecadores... Todo eso llegaría a Nazaret puntualmente (como todos los chismes)...

Y La Virgen también callaba entonces. No salió a su defensa gritando por las calles. No organizó manifestaciones con pancartas de protesta ante tales calumnias. Eso lo hubiéramos hecho nosotros. Ella volvió a preferir el silencio aun a costa de su humillación.

María, además, seguía el derrotero de la vida de su Hijo, desde lejos, en segundo plano. Apoyando con sus oraciones y sacrificios la obra de su Hijo. Como tantas de nuestras madres. A las que sólo Dios sabe cuánto les debemos...

Sin duda a la que más debemos es a María. Ella sigue en silencio tan pendiente de nosotros como lo estuvo de Cristo.

El silencio después de Pentecostés.

Otro gran momento en la historia. El momento de la explosión expansiva de la Iglesia de Cristo por el mundo. Y María, de nuevo en silencio.

No la vemos en las plazas públicas predicando la Buena Nueva a grandes voces y en decenas de lenguas. No la sorprendemos haciendo milagros por las cercanías del templo ante el asombro de media Jerusalén.

Ella seguía callando y oraba. Oraba mucho. Y ese silencio-oración sostenía la Iglesia naciente y le daba pujanza y fecundidad. Precisamente por esa intercesión silenciosa, María era la Mediadora de todas las gracias. Sí, de todas esas gracias que estaba Dios concediendo a raudales a través de la predicación y milagros de los apóstoles.

María. Lo más poderoso ante Dios. Lo más silencioso ante el mundo.
Por: P. Marcelino de Andrés