"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)

jueves, 23 de octubre de 2014

María es inmensamente feliz en el cielo

Meditaciones del Rosario. Cuarto Misterio Glorioso. Asunción de la Virgen María. Desde el cielo una Madre nos ama.



Su vida consistió en amar.

La mujer que podemos definir como Amor vivió en este mundo sólo amando: amando a Dios, a su Hijo Jesús desde que lo llevaba en su seno hasta que lo tuvo en brazos desclavado de la cruz. Amó a su querido esposo san José, y amó a todos y cada uno de sus hijos desde que Jesús la proclamó madre de todos ellos. 

María fue una mujer inmensamente feliz...Su presupuesto era de dos reales. No tenía dinero, coche, lavadora, televisor ni computadora, ni títulos académicos. No era Directora del jardín de niños de Nazareth, tampoco presumía de nombramientos, como Miss. Nazareth. María a secas. No salió en la televisión ni en los periódicos.

Pero poseía una sólida base de fe, esperanza, amor y de todas las virtudes. Tenía a Dios, y, a quien tiene a Dios, nada le falta.

La Virgen no se quejaba: de ir a Egipto, de que Dios le pidiera tanto. La sonrisa de la Virgen era lo mejor de su rostro. ¿Cómo reaccionaría ante las adversidades, dificultades, cólera de sus vecinos?

María veía la providencia en todo: en los lirios del campo, en los amaneceres...en la tormenta. Cuando no había dinero. Cuando tenía que ausentarse. Cuando alguna vecina se ponía necia y molestaba.

Lo más admirable de María era el amor. Lo más grande de la mujer debe ser el amor. El amor es un talismán que transforma todo en maravilla. Dios te ha dado este don en abundancia. Si lo emplearas bien, haría de ti una gran mujer, una ferviente cristiana, una esposa y madre admirable. Pero, si dejas que el amor se corrompa en ti, ¡pobre mujer!

María Magdalena tenía una gran capacidad de amar. La empleó mal, y se convirtió en una mujer de mala vida. Pero, después de encontrarse con Jesucristo, utilizó aquella capacidad para amar apasionadamente a Dios y a los demás, y hoy es una gran santa y una gran mujer.

Desde su asunción a los cielos ha seguido amando durante dos mil años a Dios y a los hombres: Es un amor muy largo y profundo. Y apenas ha comenzado la eternidad de su amor.

Dentro de ese océano de ternura que es el Corazón de María estamos tú y yo para alegrarnos infinitamente. Desde el cielo una Madre nos ama con singular predilección. La fe en este amor debe llenar nuestra vida de alegría, de paz y de esperanza.

Subió al cielo en cuerpo y alma

Dios adelantó el reloj de la eternidad para que María pudiese inaugurar con su hijo nuestra eternidad. Mientras nosotros esperamos, Ella goza de Dios con su cuerpo inmaculado, el que fue cuna de Jesús durante nueve meses.

María, nuestra Madre, es inmensamente feliz en el cielo. Nosotros, sus hijos, nos congratulamos infinitamente por su felicidad. Ella, como buena madre, no quiere gozar sola; nos quiere ver a nosotros felices con Ella, eternamente gozosos con Ella y con Jesús en el cielo. El único anhelo todavía no cumplido de María es lograr nuestra felicidad eterna. Su oración para lograrla es diaria, muy intensa, hasta conseguirlo.

El cuerpo en el que Dios habitó es digno de todo respeto. Está eternizado en el cielo, incorrupto, feliz como estará un día el nuestro. El cuerpo que vivirá eternamente en el cielo es digno de todo respeto. No se debe degradar lo que será tan dignamente tratado. Pasará por la corrupción, pero sólo para resucitar en nueva espiga y nuevo cuerpo inmortal, incorrupto, puro y santo.

Es una motivación muy seria ésta. Nuestro cuerpo, que fue templo de Dios en la tierra y eternamente gozará de Dios en el cielo, es digno de que sea respetado, purificado.


Voy a prepararos un lugar:

Así hablaba Jesús a los apóstoles con emoción contenida. Personalmente se encargaría de tener listo ese lugar. Pero sabemos quién le ayudaría cariñosamente a preparar dicho lugar: María Santísima. Ella le ayudó -y de qué manera tan eficaz- en sus primeros pasos a la Iglesia militante. Ella sigue ayudando con su amorosa intercesión a la Iglesia purgante y, de manera muy particular, a preparar la definitiva estancia a la Iglesia triunfante.

Podremos estar seguros de ver un ramo de flores con una tarjeta y nuestro nombre: Hijo, hija, cuánto me costaste. Pero ya estás aquí. También habrá un crucifijo con esta leyenda: "Te amé y me entregué a la muerte por ti". Jesús. Habrá un ramo de almendro florido colocado por Jesús de parte de María.

Voy a prepararos un lugar. También María nos dice que ha ido a prepararnos un lugar. La mejor Madre con todo el cariño preparando un sitio para toda la eternidad a sus hijos. ¡Gracias, Madre, por el interés y el amor demostrado! ¿Cómo pagarte? Imposible. En deuda estaremos eternamente contigo. 


El premio de los justos es el cielo, la felicidad eterna.

Poco lo pensamos. Mucho lo ponemos en peligro. "Alegraos más bien de que vuestros nombres estén escritos en el cielo". Sabremos entonces por qué decía Jesús estas solemnes palabras, cuando veamos con los ojos extasiados lo que ha preparado Dios a sus hijos. Si les dio su sangre y su vida, ¿no les iba a dar el cielo? 

Pero aquí andamos distraídos, perdidos, olvidados, comiendo los frutos agraces del pecado que pudre la sangre y envenena el alma. Cuantas veces emprendimos el camino del infierno, tantas otras una mano cariñosa y firme nos hizo volver al camino del cielo. Pensamos en todo menos en lo mejor y lo más hermoso. ¡Pobres ignorantes, ingratos, desconsiderados!

Dios premia dando el cielo. Se lo ha dado a María, a los santos. Lo ofreció al joven rico, y lo rehusó. Lo ganó pagando el precio de la cruz y de la vida. El cielo es nuestro; nos lo han regalado. Pero, a la fuerza nadie entrará allí. Es necesario pedirlo, merecerlo de alguna manera. El mismo Jesús proclamaba: "El Reino de los cielos se gana luchando, y sólo los que luchan lo arrebatan."

Si ganar el cielo es lo más grande que podamos lograr, perderlo es lo más triste y trágico que nos pueda suceder. Ambas cosas están sucediendo de continuo: los que están ganando la gloria y los que están ganando la perdición. Y tú, ¿qué estás ganando?

¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma? Jesús sabe lo que dice.¡Cuantas veces empleamos los mejores años, las mejores energías, en conseguir lo pasajero, hipotecando lo eterno! Así, nos convertimos en los peores perdedores, porque perdemos lo único necesario.


El cielo es cielo por Dios y María

Al fin nos encontraremos cara a cara con los dos más grandes amores de nuestra vida. Entonces sabremos lo que es estar locamente enamorados y para siempre de las personas más dignas de ser amadas. Enamorados de Dios, en un éxtasis eterno de amor: amados por el Amor Infinito, la Bondad Infinita. 

Ahí comprenderemos los misterios del amor aquí muy poco comprendidos. Volveremos a Belén a amar infinitamente, eternamente a aquel Dios hecho niño por nosotros. Volveremos a la fuente de Nazareth donde Jesús llenó el cántaro de María tantas veces. 

Volveremos al Cenáculo a quedar de rodillas y extasiados ante la institución de la Eucaristía, y comprenderemos las palabras del evangelista Juan: "Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo". 

Volveremos al Calvario y querremos quedarnos allí mucho, mucho tiempo, siglos, para contemplar con el corazón en llamas el amor más grande, la ternura más delicada, y comprenderemos cada uno lo que Pablo gritaba: "Líbreme Dios de gloriarme en nada si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo". 

Pediremos permiso de bajar a la tierra para visitar los Santos lugares no como turistas sino como locamente enamorados.

Volveremos a leer el Evangelio con el corazón en éxtasis de amor. Todo esto por mí, por amor a mí. Agradeceremos a María su "fiat", su "hágase en mí según tu palabra", y le diremos con amoroso acento: "Gracias, Madre, por haber dicho que sí."

Releeremos una y otra vez aquella escena del Calvario, cuando Jesús moría: "Ahí tienes a tu Madre". Ahí la tengo, junto a mí, en el cielo, para siempre...

¡Gracias, Jesús, por haberme dado tu Rosa, tu joya más preciosa. ¡Gracias, por haberme dado a tu Madre como madre mía! Te quiero mucho, te quiero tanto por María...

Volveremos a Belén, a aquella cueva bendita donde nació el Amor hecho niño por mí. Besaremos el pesebre, las pajas. Y nos quedaremos allí durante muchas horas, y con ganas de volver mil veces.

Volveremos a Nazareth, a la humilde casita de la dulce María. Tú nos enseñarás cada rincón de la casa. "Aquí estuvo el arcángel, y le respondí que sí. Aquí estaba el taller de José, mi queridísimo José. Aquí la cocina en la que pasé tantas horas entre los pucheros. Aquí el huerto, en el que me extasiaba con las flores".

Y querremos quedarnos en esa casita años y años, en aquel rincón del cielo...


Al cielo subió la Puerta del cielo

Sueño en ese momento en que tocaré a la puerta. Y saldrá a abrirme con los brazos abiertos y una sonrisa celestial María Santísima. Tendré que sostenerme para no morir otra vez, pero de puro gozo al ver sus ojos de cielo, su rostro bellísimo, su amor increíble pero real.

Tenía tantos deseos de verte, OH Madre mía; tantas veces te recé la Salve y recé el rosario -aunque a veces distraído. En el cielo recitaré de nuevo todos los rosarios mal rezados, como un serafín. ¡Qué pena que en la tierra te conocí tan poco y tan poco te amé! En el cielo te amaré por lo que no te amé en la tierra.

María es la mujer triunfadora por excelencia. La humilde esclava del Señor ha logrado lo que ninguna mujer famosa ha conseguido. Eligió como meta cumplir la voluntad de Dios; como motivación el amor. El Premio: La Asunción los cielos en cuerpo y alma. Así nos enseña de forma contundente la mejor forma de vivir.


Oración:

Oh María, Puerta del cielo, no permitas que tu hijo pródigo prefiera comer las bellotas y apacentar los puercos cuando ha sido llamado al amor eterno y a la felicidad suprema en el cielo junto con Dios y junto a Ti. Haz lo que sea, no importa qué cosa, para obtener ese cielo que tiene una morada para mí, preparada con tanto cariño por Jesús y por ti, Madre.

Autor: P Mariano de Blas LC

miércoles, 22 de octubre de 2014

Madre enséñame a orar contigo y como Tú lo hacías

Meditaciones del Rosario. Tercer Misterio Glorioso. Venida del Espíritu Santo. Tú obtuviste la gracia del Espíritu Santo a los apóstoles.


Como la gallina a sus pollitos estabas con aquellos apóstoles asustados, infundiéndoles la fortaleza y el valor de una Madre. Les enseñaste a rezar, como Jesús les había enseñado, pues Tú eras una maestra insigne. Única. Bajo tu ejemplo ellos aprendieron a gustar la oración, a hacerlo de manera semejante a como Tú lo hacías. "Nosotros nos dedicaremos a la oración y a la predicación" diría más adelante Pedro a la comunidad de forma contundente. 

Orar con María: Cuanto hubiera disfrutado estando allí, viéndola orar, asimilando por contagio la oración de la criatura más santa y humilde: contemplar su rostro, sus ojos cerrados o semicerrados o mirando hacia lo alto; escuchar su corazón cantando con su bellísima voz, imitar su forma de arrodillarse, de cerrar sus manos. Orar con Ella, junto a Ella, ¡qué gran privilegio!

Me imagino a los apóstoles, al verla orar tan extáticamente, suplicándole: "Enséñanos a orar contigo y como tú lo haces". Oh Madre, yo también te digo: "Enséñame a orar contigo y como Tú lo hacías". A los cristianos que se aburren en la oración o en la Misa, alcánzales el amor de los enamorados para que disfruten la alegría de orar. 

Tú obtuviste la gracia del Espíritu Santo a los apóstoles. Pedro te necesitaba más que nadie. Después de las negaciones se había roto; estaba herido y necesitaba los cuidados de una Madre para con su hijo enfermo. Pedro necesitaba de una Madre como San Juan Pablo II. También él llevaba, si no en su escudo, sí en su corazón, el "Totus tuus".

Juan era el más parecido. Él de alguna manera compensaba y llenaba el hueco dejado por Jesús. "Ahí tienes a tu Madre". Este encargo, hecho a todos, él se lo tomó infinitamente en serio. 

Tomás: Yo sé que convertiste a aquel hombre duro para creer en un hijo de fe, por la forma tan bella como Tú le enseñaste a creer.

María Magdalena: Ya había comenzado su conversión, pero ella como mujer que era, y apasionada, copió mejor que los hombres tu hoguera de amor. Aquella que se había acostado en los basureros tenía ante sí un ejemplo de mujer pura, santa y toda amor. María Magdalena te copió con todas las fuerzas de su ser. Tu presencia la purificó totalmente y le hizo amar locamente la pureza y abominar del pecado.

Debes repetir el milagro de Pentecostés en la Iglesia y en cada uno de nosotros, en mí. Aunque no sea vea la llama de fuego, que me abrase todo; aunque no haya terremoto externo, que vibre por dentro y me vuelva loco de amor por Él y por Ti. Te lo pido encarecidamente. No te pido mas, pero no te pido menos.

Pusiste de rodillas a la Iglesia primitiva y así, de rodillas, recibió la fuerza del Espíritu Santo. Hoy debes también enseñar a rezar a los sacerdotes y religiosos, a los fieles, para salir del atolladero.

Salieron a predicar como leones. Pedro era un león, sentía dentro la fuerza de un león, ávido de presas. Echó las redes de su palabra en nombre de Cristo, y tres mil hombres quedaron atrapados. Los primeros cristianos entraron a la Iglesia por contagio de amor, de aquel amor que ardía en el corazón de los apóstoles. Así comenzó con buen pie la religión del amor, amando y haciendo amar, hasta el punto de arrancar a sus mismos enemigos la mejor alabanza que se pueda decir jamás de los cristianos: "Mirad cómo se aman". Aprendieron muy bien la lección de Jesús.

Hoy... en muchos casos, ya no es así. La religión del amor se ha convertido para muchos en la religión del aburrimiento. Porque no aman, porque se han olvidado del amor que Cristo les ha demostrado. Tienes que hacernos como hiciste a los primeros, para seguir convenciendo a los hombres fríos de hoy. La religión del amor se contagia por calor, no por gélidas ideas.

Autor: P Mariano de Blas LC


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martes, 21 de octubre de 2014

Los éxitos del Hijo son también de su madre


Rosario. Segundo Misterio Glorioso
Meditaciones del Rosario. Segundo Misterio Glorioso. La Ascensión del Señor. María, tu acompañaste a los apostoles a partir de ese día. 


Tú estuviste allí, no podías faltar. Con los apóstoles: tus nuevos hijos, la Iglesia naciente que Jesús dejó a tu cuidado.
Lo viste subir, triunfar para siempre. Subía y regresaba al cielo como triunfador. Derrotados quedaban sus enemigos: la muerte, el demonio, el mundo.

Era tu triunfo también. Si los éxitos del hijo son también de su madre, la ascensión de Jesús tú la vivías como propia; era el anticipo de tu asunción.

Aquel Hijo tuyo, nacido en Belén, que había venido a la tierra a través de tu carne, ahora se iba a la patria definitiva. Aquel hijo, perdido durante la eternidad de tres días en el templo, ahora no sabías cuantos años estarías sin verlo. ¡Qué dolor, dolor nuevo, que hacía casi intolerable, insufrible, la separación del Hijo amado!

A partir de entonces tu corazón estaría más en el cielo que en la tierra. Allí estaba José, tu esposo, el compañero maravilloso de la infancia y juventud de Jesús. ¡Qué ratos tan inefables, tan difíciles también, en su compañía! Él se te había adelantado. Él vería llegar a Jesús al cielo, y recibiría de Él las más sentidas gracias por haber cumplido tan perfectamente su misión de padre. Allí estaría desde ese momento Jesús. Pero Tú te quedabas en la tierra sola, muy sola. Porque tu amor se iba, y te dejaba sola en la tierra.

Sólo quien ha estado locamente enamorado y pierde a la persona amada sabe de este dolor. Tú eras la enamorada por excelencia de Jesús. Por eso, tu dolor no tenía límites ni comparación.

Pero tu voluntad no se sumergía en la tristeza, porque Jesús te había entregado una nueva misión: la Iglesia naciente. Con cuánto amor repetiste tu oración favorita: “He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra”.

Con tu oración, tu amor, tus consejos y tu prudencia, la Iglesia niña crecía incontenible. Crecía en sabiduría y en gracia ante Dios y ante los hombres, como en otro tiempo tu Jesús. ¡OH Madre de la Iglesia, que acunaste nuevamente en tus brazos aquella criatura que Jesús te entregó!

Se mezclaban la nostalgia –la fuerza que te lanzaba hacia el cielo- y el amor a la Iglesia que necesitaba tu cariño, tu presencia, tu oración. La nostalgia era desgarradora, la esperanza larguísima. Tú veías en la Iglesia la continuación de Jesús en la historia como ningún teólogo lo ha visto. Toda la Iglesia estaba llena de la presencia de Jesús.

Tus nuevos hijos eran más débiles que Jesús. Los lobos acechaban. Satanás, que había devorado a Judas, seguía esperando matar a toda la grey, cuando aún era débil e indefensa. Pero contaba con tu defensa irresistible. Nostalgia, espera y certeza de llegar al cielo para ti y tus hijos. Él ya, faltamos nosotros...

Ahora Tú también estás en el cielo. Faltamos nosotros...Acuérdate de nosotros.

Nueva etapa de fe: Volviste a encender la lámpara que había alumbrado tu caminar por la vida, con aceite nuevo, con nuevo vigor. Era el comienzo fresco y pujante del cristianismo. Tú eras la primera cristiana, la que debías vivir y contagiar a todos la alegría recién estrenada del hombre y mujer nuevos, del nuevo estilo de vida, la religión del amor.


Oh Madre, se nos ha olvidado muy pronto que la religión fundada por tu Hijo es la religión del amor, la religión de las bienaventuranzas. Nos hemos quedado con unas pocas ideas rancias y con un aburrimiento vital. Resucita en nosotros la alegría del “mirad cómo se aman” que avasalló a los primeros.

¿Qué hemos hecho de la religión del amor? Los cristianos hemos vaciado la religión del amor para quedarnos con los mandamientos mal cumplidos. Y nos resulta aburrida, pesada, inaguantable.

La misma religión que a los primeros los entusiasmó hasta el extremo, los arrastró hasta el martirio sin pestañear, a nosotros nos resulta sosa y aburrida. ¿No será que hemos perdido la savia vital? Y ¿qué somos, que queda de nosotros si nos falta el amor? Nada. Pura fachada.

Tú comulgabas con más fe que ninguno, llegando a sentir a Jesús en tus entrañas como cuando crecía en tu seno. Te absorbías, te elevabas de la tierra, te ibas...Vivías de la comunión anterior y vivías para la siguiente, como la enamorada que no puede separarse del Amado.

Enséñanos a comulgar con el fervor con que Tú lo hacías en los años de tu soledad. Los cristianos observaban con respeto y emoción tu actitud. Y seguro que, como a Jesús, te pedían: “Enséñanos a comulgar con el fervor con que Tú lo haces”.En la forma de recibir a Jesús se confirma el amor o la indiferencia de los cristianos de hoy.

Quiero imaginar las palabras que dirigías a los apóstoles: El primer evangelio pasado por la mente y el corazón de su Madre. Y así entendían de manera entrañable las enseñanzas de Jesús: Tú les abrías el sentido, pero, sobre todo, encendías sus corazones. Cuantas veces Pedro, Juan y los demás debían comentar como los discípulos de Emaús: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos explicaba María los misterios de la vida de Jesús?"

Cuanto necesitamos, María, que nos vuelvas a explicar los misterios y la enseñanza de Jesús, sobre todo el amor que nos tiene, para que nuestro corazón arda de amor por Él y por Ti. ¡Cómo motivarías a Pedro, cada vez que el pesimismo y las dificultades de guiar a la Iglesia querían doblarlo! ¡Qué firme y gentil pastora guiaba al primer Papa, lo mismo que al actual Benedicto XVI! ¡Cómo les hablarías del cielo, repitiéndoles con apasionado acento las palabras de Jesús: ”Alegraos de que vuestros nombres están escritos en el cielo”! Hay que merecerlo, hay que ganarlo. Ahí estaremos juntos para siempre...


Por: P Mariano de Blas LC


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lunes, 20 de octubre de 2014

María, ahora es todo luz

Rosario. Primer Misterio Glorioso
Meditaciones mes del Rosario. Primer Misterio Glorioso. La Resurrección. María, ayudanos a resucitar con Jesús. 


No dudo que la primera aparición fue para ti, Madre Corredentora. ¡Qué distinto del Cristo deshecho sobre tus brazos en el Calvario, Ahora es todo de luz. Le quedan cinco heridas, pero heridas de amor. Lo abrazas todavía con cuidado, temiendo hacerle daño por las heridas del Viernes. Tu mente no se hace a la idea de que se curen tan pronto tan terribles heridas. El dolor había sido tan profundo que necesita mucho tiempo para curarse.

Tan honda y despiadadamente había entrado la espada en tu alma que extraerla supuso un esfuerzo impresionante. ¿Es posible en tan corto espacio de tiempo pasar del abismo de dolor al abismo de gozo? ¿Qué te dijo tu hijo resucitado? Lo adivinamos: “¡Gracias, Madre, por tu ayuda, por tu oración, por tu presencia. Gracias a mi Madre pude realizar la redención. Gracias, porque no sólo me ayudaste a nacer, sino también a morir”.

Jesús, una vez resucitado, resucita a los apóstoles: A Pedro le cura el temor mortal de sus negaciones mediante una aparición a él solo. A los dos de Emaús les hace exclamar: “¿No ardía nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” A Tomás le arrancó su racionalismo infundiéndole la fe. María completa la tarea. Me la imagino muy bien animando con sus mejores formas a Pedro, haciéndole ser humilde pero confiado.

¡Qué palabras diría a Tomás, el incrédulo, Ella que había aprendido a creer heroicamente, aquella Mujer de la que se dijo: “Dichosa Tú que has creído”. Ella completaría la explicación de la Escritura a Cleofás y a su amigo, al narrarles cómo Ella llevaba años meditando en su corazón los misterios de Jesús.

Jesús se les aparecía de vez en cuando iluminándolos como un relámpago en la noche; pero luego les dejaba el vacío de su ausencia. María era una luz de día y de noche: A todas horas disponible, para responder a todas las preguntas, para iluminar las conciencias, para fortalecerles en la futura vida apostólica. La presencia y solicitud de María fue algo único, irrepetible en la vida de los apóstoles.¡Qué envidia de la buena!

María ya no era la mujer discreta y oculta que dejaba actuar a su Hijo. Ahora Ella comenzaba a ejercer su plena maternidad sobre la Iglesia niña, comenzaba a ser Madre de la Iglesia.

Resucítanos, Oh Madre, como a los primeros apóstoles; acompáñanos ahora que lo necesitamos como entonces o más que entonces; sigue ejerciendo tu maravillosa y oportuna maternidad sobre estos hijos tuyos que deben vivir rodeados de lobos y de constantes peligros. Oh Madre bendita de la Pascua, infúndenos la alegría de vivir, de ser tuyos y de Jesús de tal forma que llenemos de alegría pascual al mundo entero.


Por: P Mariano de Blas LC

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domingo, 19 de octubre de 2014

Día Mundial de las Misiones

Cristiano de hoy
A vivir este día con plenitud el mandato misionero de Jesús: 
No nos podemos quedar indiferentes al saber que millones de hombres redimidos, como nosotros, por la Sangre de Cristo, viven aún sin conocer a fondo el amor de Dios. Es el mandato de Cristo cuando vino a la Tierra.

La Iglesia católica es misionera por naturaleza y por lo tanto la evangelización constituye un deber, un derecho y una obligación de cada uno de sus miembros que somos nosotros, los fieles.

El Señor nos llama a compartir con otros los bienes que poseemos, en primer lugar el tesoro de la fe, que no podemos considerar un privilegio privado sino un Don que hemos de repartir con aquellos que no lo han recibido todavía. De esto se beneficiará también la fe misma, ya que esta se fortalece dándola.

Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros y seréis mis testigos en Jesuralén, en toda Judea y Samaria y hasta los confines de la Tierra (Hech, 1,8).

Las necesidades materiales de las Misiones son muchas y aumentan cada día. Los sacrificios económicos y generosidad de los fieles son indispensables para construir esa Iglesia-Misionera y testimoniar la caridad.

"La esperanza cristiana nos sostiene en nuestro compromiso a fondo para la nueva evangelización, para la misión universal y nos lleva pedir, como Jesús nos ha enseñado: - "Venga tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo" (MATG, 1O) (RM, 86)

Los sacerdotes tienen un arduo y escarpado camino a recorrer para darle a los fieles la enseñanza clara, valiosa y concreta de las verdades de la fe.

Trabajo sin tregua ni descanso nos pide nuestro Papa Benedicto XVI a la Iglesia, la Iglesia que somos nosotros, aunque no seamos sacerdotes, nos corresponde a todos y cada uno extender el Reino de Cristo y llevarlo con nuestro testimonio a donde quiera que vayamos.

Este domingo dedicado a las Misiones vamos a hacer un esfuerzo en nuestra economía y vamos a dar lo más que podamos con el ánimo alegre y generoso, sabiendo que esa aportación servirá para esos misioneros que están en tan lejanas tierras dando su vida, llena de dificultades, necesidades, y gran soledad, con el amor de llevar "hasta los confines del mundo" la palabra de fe y esperanza en el conocimiento de Dios.

Necesitan de nuestras oraciones.... ¡oremos por ellos, no los olvidemos! Pero también ayudemos, con lo que podamos, con mucha generosidad, porque son inmensas sus necesidades materiales cuando están al frente de una misión perdida en lejanas tierras, con personas enfermas y con muy pocos recursos. De esta manera, con todas nuestras comodidades, podemos sentirnos .... "un poco misioneros también ".

A vivir este día con plenitud el mandato misionero de Jesús: “Vayan… vayan, prediquen mi Evangelio… bauticen a las personas… y háganles vivir en el amor…háganles vivir compartiendo sus propios bienes hasta ser comunidades vivas, florecientes, entregadas donde Cristo pueda ser para todos los hombres el PAN DE VIDA, EL PAN QUE SE ENTREGA POR LA SALVACIÒN DE TODOS LOS HOMBRES.


 Por: Ma Esther De Ariño

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sábado, 18 de octubre de 2014

Los sacramentos en la liturgia


Los Sacramentos, lo que la Iglesia Celebra

Signos sensibles y eficaces de la gracia, instituidos por Jesucristo para santificar nuestras almas, y confiados a la Iglesia para su administración. 
Los sacramentos son los canales a través de los cuales Dios nos ofrece la salvación de su Hijo Jesucristo, a través de la Iglesia.

Es más, el principal sacramento de Dios es Jesús. Decimos esto porque en Jesús, Dios se manifestó plenamente, tal como Él es. Conociendo a Jesús, conocemos a Dios mismo. Jesús es signo de Dios.

Después de la resurrección de Jesús y su ascensión a los cielos, Él desaparece de manera física entre los hombres. Sin embargo, quiso prolongarse y vivir en una pequeña comunidad de creyentes, que lo reconocen como el único Señor y se reúnen en su Nombre para glorificar a Dios. Esa comunidad se consolida el día de Pentecostés. Esta comunidad es la que hoy llamamos Iglesia, palabra que significa asamblea.

La Iglesia llega a ser también signo, sacramento de la presencia de Jesús en el mundo de hoy, como Salvador de los hombres. Es decir, la Iglesia es el signo visible e histórico a través del cual Jesús sigue ofreciendo y obrando con su presencia gloriosa la salvación de los hombres. Todo lo que hace y dice la Iglesia no tiene otro fin que el de significar y realizar, directa o indirectamente, la salvación de Cristo.

Pero, ¿cómo lleva a cabo la Iglesia esta maravillosa obra de salvación?

La Iglesia echa mano de ciertas acciones, signos, a través de los cuales Jesús sigue haciéndose presente en medio de nosotros. Se les ha llamado sacramentos. Son signos y gestos que dan al hombre la oportunidad de encontrarse con Jesucristo, desde el nacimiento hasta su muerte.

Los siete sacramentos aparecen en siete momentos que representan la totalidad de la vida humana; y en esos momentos es cuando Jesús quiere entrar en el hombre a través de los siete sacramentos.

Cada uno de estos momentos en los cuales Jesús se hace presente, son vividos por nosotros como una verdadera fiesta; siendo los momentos cruciales de nuestra vida, Él se hace presente. Pero no hay fiesta, cuando uno está solo. En una fiesta no hay lugar para “el cada uno para sí”. Tampoco en los sacramentos. Éstos son signos de vida, de amor, de unidad. Son signos comunitarios; en ellos se expresa toda la comunidad de creyentes como en una realidad: un pueblo salvado que se une con alegría a su Señor en la fe, la esperanza y el amor.

Así definiríamos los sacramentos: son signos sensibles y eficaces de la gracia, instituidos por Nuestro Señor Jesucristo para santificar nuestras almas, y confiados a la Iglesia para su administración.


Cuáles son los sacramentos

Son siete:

1) Bautismo: Dios nos da su vida divina, la entrada a la Iglesia católica y nos hace partícipes de Cristo Profeta, Rey y Sacerdote, y herederos del cielo.

2) Confirmación: Dios nos confiere la madurez espiritual para la lucha y nos capacita para ser apóstoles de Cristo y testigos de su palabra.

3) Comunión: Dios nos alimenta con el Cuerpo y la Sangre de su Hijo Jesucristo y nos hace crecer en la caridad.

4) Penitencia: Dios nos perdona, por intermedio del sacerdote, nuestros pecados y nos ayuda a vencer las tentaciones.

5)Unción de enfermos: Dios nos ofrece este sacramento para prepararnos a afrontar con confianza el momento de la enfermedad y de la muerte, confortándonos en el sufrimiento y sosteniéndonos en las tentaciones finales, y así prepararnos para mirar con gozo la eternidad.

6) Orden Sacerdotal: Dios ofrece este sacramento a hombres varones a quienes Él ha elegido para servir a la comunidad creyente, como ministros sagrados y administradores de sus misterios.

7) Matrimonio: Dios regala este sacramento a hombres y mujeres que sienten la llamada a formar una familia y así perpetuar la especie humana. El sacramento del matrimonio es signo eficaz del amor esponsal que Cristo tiene hacia su Iglesia.


Santo Tomás de Aquino resume así la necesidad de que sean siete los sacramentos por analogía de la vida sobrenatural del alma con la vida natural del cuerpo: por el bautismo se nace a la vida espiritual; por la confirmación crece y se fortifica esa vida; por la eucaristía se alimenta; por la penitencia se curan sus enfermedades; la unción de los enfermos prepara a la muerte, y por medio de los dos sacramentos sociales –orden sagrado y santo matrimonio- es regida la sociedad eclesiástica y se conserva y acrecienta tanto en su cuerpo como en su espíritu.


Por: P. Antonio Rivero LC

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viernes, 17 de octubre de 2014

¿Qué es el Domund?


La misión de la Iglesia le da continuidad al amor mismo de Dios.

Por: Amadeo Rodríguez Magro, Obispo de Plasencia | Fuente: www.diocesisplasencia.org


Cada año, en el DOMUND, renovamos la llamada inicial de Cristo y así se despierta de nuevo nuestra conciencia misionera universal. En el DOMUND niños, jóvenes, familias, es decir, todos, nos descubrimos como Iglesia en misión, que siente e interviene en la misión que otros, los misioneros, realizan directamente en las misiones. Se puede decir que el DOMUND ensancha nuestro corazón misionero y lo hace universal: nos hace abrir nuestros ojos creyentes, nuestro corazón que ve, hacia el ancho mundo de la misión.


Entiendo que a estas alturas no hay que insistir mucho en cómo situarse ante esta Jornada Misionera. De todos es sabido que nuestra vida en Cristo se forja con hondura en la oración, pues ésta nos pone en sintonía con el corazón mismo de Cristo. Se puede decir que la comunión misionera entre nosotros se cultiva especialmente en la oración que hacemos por las misiones y los misioneros. Es más, sin la oración difícilmente llegaríamos a comprender del todo qué significa ser y sentirse misioneros. Pero también es evidente que la oración nos empuja a una proyección misionera activa. En el Domund se nos pide, sobre todo, una cooperación económica, generosa con las misiones, como siempre ha sido.



En nuestras parroquias nos animarán con materiales y llamadas a colaborar con la labor de los misioneros. El obispo os anima hacerlo con generosidad y sentido de Iglesia. También quiero ayudaros a resolver algunas preguntas que quizás os hagáis ante estas campañas:




¿De quién es la iniciativa de llamarnos a colaborar en el DOMUND?



De la Santa Sede, del Santo Padre; porque nuestra colaboración con las misiones en esta Jornada del DOMUND es a través de la Iglesia universal y en favor de todos los territorios de misión, de los 1.100 que hay en todo el mundo (37% de la Iglesia católica).




¿Quién recoge y distribuye lo recaudado en el DOMUND?



Esta labor la hacen las Obras Misionales Pontificias (OMP), que tienen delegaciones en todas las Diócesis, en las naciones y su sede central en Roma. Cada año los Directores nacionales de las OMP se reúnen, en la Congregación para la evangelización de los pueblos, para determinar la distribución de lo recaudado, de acuerdo con los proyectos solicitados por los misioneros.




¿Es lo mismo el DOMUND que los hermanamientos que algunas parroquias tienen con proyectos o misioneros amigos?



En realidad no, aunque tengan un mismo destino misionero. El dinero del Domund llegará a todas las misiones de la Iglesia, sin distinción, y los hermanamientos se hacen con algunos misioneros concretos, a los que, por supuesto, recomiendo ayudar, pero con otras acciones y en otros momentos. Lo recaudado en el DOMUND ha de ir todo íntegro a las OMP para que los distribuyan entre todas las misiones. Si retuviéramos las colectas para nuestros proyectos apadrinados, estaríamos cometiendo una injusticia: unas misiones recibirían mucho y otras muy poco.



¿Qué destino tiene nuestra aportación económica?



Nuestros donativos van destinados a las tareas de las misiones: la transmisión de la fe, la educación, la salud y a la mejora de las condiciones de vida de las personas con las que conviven los misioneros, que en la mayoría de las ocasiones son de pobreza, malnutrición y enfermedades.



De corazón os animo a todos a que seáis generosos con las misiones, como siempre habéis sido. No olvidéis que la sensibilidad misionera muestra siempre un alto índice de fe, que, en sí misma, es un don que se ha de compartir. Pongamos, pues, nuestro grano de arena en la gran montaña de amor que están poco a poco formando nuestros misioneros.




Domund 2014. Lema: "Renace la alegría"

RENACE > “Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”, dice el papa Francisco al comienzo de Evangelii gaudium. El fin de la actividad misionera es, precisamente, ayudar a extender esta alegría, anunciando a todos la posibilidad de nacer y renacer al encuentro con Dios. Un renacer a la vida de fe que, como tantas veces comprueban los misioneros, ha sido revelado a los pequeños.

LA ALEGRÍA > Los misioneros, llenos de alegríacomparten con los más pobres su experiencia de encuentro con Cristo. Los que reciben este anuncio y abren su corazón a él, también acogen con alegría la Buena Noticia de la salvación. Francisco nos dice cuál es el origen de esta gran alegría: “El amor con el que el Padre ama al Hijo llega hasta nosotros y, por obra del Espíritu Santo, nos envuelve”; y además, nos invita a participar en ella: “¿Por qué no entramos también nosotros en este río de alegría?”. 

Cartel DOMUND 2014

La sonrisa de unos jóvenes de diferentes razas sirve para expresar la alegría que brota del corazón. Sus miradas y sus manos entrelazadas reflejan que esa alegría nace de un corazón limpio y una fraternidad profunda. Es la fuerza contagiosa del amor, que descubren a cada paso quienes viven la experiencia de la misión.

Junto al lema, la palabra “DOMUND” evoca por sí sola la vida de entrega de los misioneros y nuestro deseo de ayudarles en su tarea. Y sobre un fondo morado, algunos signos evocan aspectos de la actividad misionera de la Iglesia. Facilitar la cooperación con esa labor es el objetivo de las Obras Misionales Pontificias. 


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jueves, 16 de octubre de 2014

Vidas de fe...las tres Teresas

En este mes de octubre las recordamos porque siempre estarán presentes, como seres humanos ejemplares de vidas de fe.


Ya no están. 

Estuvieron en el concierto de la Humanidad, les tocó estar en diferentes épocas, en diferentes siglos. 

Ya no están pero permanecen. 

Permanecen entre nosotros por la huella que dejaron, porque sus vidas fueron transcendentales y la luz de sus almas de trayectoria inconmensurable y pura, no se podrá apagar jamás. 

El nombre de TERESA fue el de las tres. 

La primera, Teresa de Ávila, España, en marzo de 1515 siglo XVI.

La segunda Teresa nació en Alencón, Francia, en enero de 1873 y a los 16 años entra de novicia en el Convento de las Carmelita de Lisieux y toda la aventura y recorrido de su vida la tenemos hace ya dos siglos.

La tercera Teresa nace en Skopje, hoy Macedonia, en agosto de 1910. Su primer nombre, Agnes Gonxha Bojaxha , que luego , al entrar a los 18 años al Convento, cambia por el de Teresa.

El nombre de Teresa tiene magia para ella pues si grande y admirable fue Teresa de Ávila, no menos fue Teresa de Lesieux, que sin salir del Convento es proclamada Patrona de las Misiones por su celo y ardiente afán, en su vida consagrada a orar por las misiones y misioneros en lejanas tierras. 

Una fue TERESA DE JESÚS, otra TERESITA DEL NIÑO JESÚS y la tercera, MADRE TERESA DE CALCUTA. Las tres siguieron los pasos del Maestro amado. Las tres vivieron enamoradas y rendidas a ese apasionamiento por Jesús.

A la primera se le atribuye un diálogo, hermoso y muy conocido, con Cristo. Le pregunta Jesús: - "Tú, ¿quién eres? Ella responde :- "Yo, Teresa de Jesús.. ¿y tú? Responde Él:- "Yo, Jesús de Teresa".

Teresa de Ávila tuvo una vida activa, profundamente humana y espiritual. 
Teresita del Niño Jesús tuvo una vida breve, dulce, angelical y de salud muy quebrantada.
La Madre Teresa de Calcuta tuvo una vida larga, entregada y plena de generosidad, pero con la misma tónica de cumplimiento: la heroicidad de sus virtudes, de su fe y de su amor. 

Teresa de Jesús, fuerte y tenaz, libro de texto del espíritu, fruto de experiencia e iluminación con estilo clásico y genial. 
Teresita, luz de un alma enamorada, miniatura primorosa quebrada por mortal enfermedad y grandes sufrimientos físicos. Espíritu lírico, y llena de gracia.
Madre Teresa, alma gigante en envoltura pequeña , plena de amor y donación total de si misma.

Ellas son encarnaciones magníficas de espiritualidad que las hacen "imán del mundo". Ascetismo dictatorial hasta llegar a la nada en lo humano para que el alma tenga capacidad para TODO LO DIVINO.

Santas las tres Teresas... pero de carne y hueso. No son ángeles ni seres venidos de alguna otra dimensión. Nacieron en familias como las nuestras, con padres y hermanos como pueden ser los de cualquier hogar, quizá no tan cualquiera, pues en sus hogares aprendieron a orar y a amar a Dios. Ahí puede radicar la diferencia. En eso puede descubrirse el secreto de sus vidas: la oración.

La oración las llevó a una relación con Dios poco común. Fueron fieles a los designios del Señor. Abrieron las puertas del alma para dejar entrar al BIEN AMADO.

La oración fue su escudo, su fuerza, su refugio, su lanza para luchar contra muchas y diferentes tentaciones y sufrimientos. Fue la fuente para dar de beber al sediento, el valor para tener los pies cansados y polvorientos y el alma en las alturas, para acariciar las carnes enfermas de los moribundos, para hacer de la enfermedad y de los dolores un incienso perfumado en alabanza a Dios. La oración las colocó en "contacto directo" con Jesucristo y con la Santísima Virgen y fue el "ancla" más poderosa y mejor en sus vidas de fe.

¿Qué nos pasa a nosotros que no oramos?

Las tres Teresas nos están dando la clave y el grandioso ejemplo de sus vidas. Ellas se fueron pero están presentes y nos dejaron el testimonio de todo lo maravilloso y fascinante que puede ser un alma humana. 

En este mes de octubre las recordamos porque siempre estarán presentes, como seres humanos ejemplares de VIDAS DE FE y almas inmensamente grandes.

Autor: María Esther de Ariño


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miércoles, 15 de octubre de 2014

Cristianos durmientes

Esta es una iglesia de corazones cobardes y manos débiles. Ni milita, ni hace penitencia, ni goza 

Antaño se enseñaba que los miembros de la Iglesia católica formaban tres grandes grupos: el militante, que «peregrina» en la Tierra trabajando por el Reino; el purgante, formado por aquellos que, tras su muerte, están purificándose para poder entrar en la Vida Eterna, y el triunfante, formado por aquellos bienaventurados que ya están en la presencia del Padre.

Pues bien, hoy podríamos añadir otra categoría más: la Iglesia de los cristianos durmientes.

Pertenecen a este grupo los que bautizan a sus hijos por la Iglesia y gustan de convocar a un montón de sacerdotes para celebrar el funeral del padre o de la madre (pues hasta esto cuantifican y toman como criterio de distinción y clase), pero pasan el resto de su vida ignorando a esa Iglesia a la que dicen pertenecer. Espiritualistas el domingo de doce a doce y media y materialistas el resto de la semana, viven con desgana todo lo que suene a religioso.

Intercambian ritos por seguridad, buscadores de precauciones, de prudencias, de virtudes adornadas de adormidera. Falsos creyentes a los que su tibieza les llevó a considerar virtuoso lo que no es sino la dimisión de sí mismos. Y así terminan por llamar mansedumbre a la debilidad de carácter, humildad a su impotencia, resignación a su cobardía. Y son los que, al final, terminan por protestar y enfadarse cuando Dios no se pliega a su voluntad: Hágase mi voluntad, así en el cielo como en mis tierras.

Se acuerdan de la Iglesia-institución sólo para criticarla. Y en esto andan bien despiertos en no dejar títere con cabeza. Son especialistas en criticar al Papa: si viaja, porque viaja; si no, porque no viaja. Si es viejo, porque es viejo. Y si es viejo y viaja, aún peor. Y critican al obispo, y al cura de la parroquia y a este y aquel movimiento. Sólo ellos, más allá del bien y del mal, parecen estar en la verdad sobre lo que la Iglesia debiera ser. Pero a la vez que critican, no mueven un dedo por hacer las cosas bien. Ni por hacerlas mal. Y a quien hace, se le asaetea, se le somete a todo tipo de críticas, enmiendas, correctivos y sermones. Ni hacen ni dejan hacer. No quieren compromisos pero no soportan el compromiso de otros. Y desde su mirador, critican, se quejan, exigen y pontifican ex cathedra.

Despiertan sólo para asistir, tediosamente, a alguna procesión, al rito de alguna boda, o para «hacerle la primera comunión» al niño (lo cual cada vez consiste más en la copiosa comida postsacramental que en el mismo sacramento, no faltando nunca quien aconseje al cura que «termine rapidito» que les esperan en el restaurante).

Asisten "religiosamente" a ver el partido de fútbol del sábado y el domingo, pero a la Eucaristía asistirán si apetece y se ponen bien las cosas. Amodorrados el sábado y el domingo y estresados durante la semana, pondrán siempre todo tipo de excusas para asistir a alguna reunión formativa. Pero siempre tendrán tiempo para un viajecito de fin de semana, para ir de rebajas o para echar alguna horita extra en la empresa. El euro es el euro.

Rechazan toda opinión que venga de la «jerarquía católica», como "imposición intolerable", pero se abrirán de par en par, acrítica y atolondradamente, a cualquier opinión ajena, dicha por cualquier persona en cualquier lugar, especialmente a aquellas que atacan a su propia Iglesia, sin hacer el mínimo esfuerzo de cotejar en las fuentes la verdad de lo que se dice. Siempre atentos al cotilleo acerca de los desmanes del cura de tal o cual pueblo, nunca tendrán ojos ni oídos para reconocer el trabajo intenso y fecundo hecho por católicos militantes.

Cristianos tibios, desencantados, tristes, porque ya no creen en nada, no conocen la alegría de la Salvación, porque ya nada quieren saber de salvación ni de "kerigmas".

Esta iglesia durmiente perdió su primer impulso, su entusiasmo, su vigor. No es ni fría ni caliente. Ya no sabe quién es ni se acuerda de lo que recibió. Es una iglesia de corazones cobardes y manos débiles. Ni milita, ni hace penitencia, ni goza.


Por: José Manuel Domínguez Prieto | Fuente: Almudi.org
(Resumen de un artículo para la prensa de José Manuel Domínguez Prieto. www.almudi.org)



martes, 14 de octubre de 2014

Dolor, humillación y gloria de las espinas

Rosario. Tercer Misterio Doloroso
Meditaciones del Rosario. Tercer Misterio Doloroso. Coronación de espinas. Sus espinas terribles significan tanto amor.

Dolor añadido, por si fuera poco la flagelación. Pero había que martirizar cada parte de su cuerpo. Después de la flagelación y la corona sólo quedaban sin torturar las manos y los pies. Pero por poco tiempo.

Si sólo le hubieran coronado de espinas, excluyendo los demás tormentos, hubiera sido terrible, dolorosísimo; pero juntaron herida sobre herida, dolor sobre dolor, hasta convertir todo su cuerpo en una herida en carne viva.

Pero las espinas llevaban en su punta cruel un veneno; la humillación, la burla infinita contra el tres veces Santo. “De Dios nadie se ríe” se lee en la Biblia. ¿Qué de Dios nadie se ríe? Todos se burlaron, y de la forma más humillante: Fue un paréntesis que concedió la Misericordia a la maldad de los hombres: Se rieron, se burlaron, le pegaron, le escupieron, le torcieron la boca, le llamaron blasfemo a Dios. Y no cayó ningún rayo. ¿De Dios nadie se ríe?...De Dios se rieron todos en la pasión...

Pero la corona de espinas es gloriosa. Sus espinas terribles significan tanto amor, tanto perdón y tan gran misericordia que son benditas. Líbreme Dios de gloriarme si no es en las espinas de su corona. Los azotes, las espinas, las humillaciones gritan el amor de Dios a cada uno de los hombres. Me amaste y te entregaste a la flagelación por mí. Me amaste y te entregaste a la coronación de espinas por mí.

“¿Luego Tú eres Rey?- Le preguntó Pilato.

Sí. Rey de las espinas, el Rey del amor, de la Misericordia, el Rey de los corazones. Reinará siempre teniendo como escabel de sus pies a todos sus enemigos. Los que alguna vez le retaron, le insultaron, se befaron, caerán mudos de espanto a sus pies.

La forma de convertirse en rey contrasta con la de todos los demás: No fue por la espada, sino por la humillación. Pero su reino no es efímero como los demás. Es eterno y durará por los siglos de los siglos. Más vale que, si hemos guerreado en el bando enemigo, nos pasemos a sus filas como quien le pidió un día: “Acuérdate de mí cuando estés en tu Reino”. De lo contrario ese rey humilde del que todos se rieron, un día nos dirá: “Apartaos de mí para siempre”.

Rey de mártires , de confesores, de vírgenes...de los mejores hombres y mujeres que han existido. Rey de miles de niños y niñas que demostraron ser más valientes que muchos adultos. Rey de innumerables convertidos: transformados de asesinos y ladrones y perversos en santos. Rey de los más difíciles. La mitad de sus mejores súbditos fueron primero grandísimos sinvergüenzas. Se pasaron del otro bando al de Cristo. Tuvieron tiempo para pensarlo, y optaron por Él.

Si pienso en mis pecados a fondo, me turbo, me aniquilo, siento la tentación de la desesperanza. Por eso prefiero pensar en el amor que perdona toda esa deuda y entonces me enardezco y me apasiono de amor por Él. Judas se ahorcó con la soga de la desesperación. Pedro se salvó con las lágrimas del arrepentimiento y del amor triunfador. A todos los reprobados en el amor Jesús les ofrece una segunda vuelta con tres preguntas iguales:”¿Me amas?” Si la respuesta es “Tú sabes que te quiero”, pasan el examen, y son admitidos de nuevo en su ejército. Por eso, aunque uno sea malo, perverso, si se atreve a arrepentirse y a amar otra vez, tiene salvación.

¡Oh bendita corona de dolor, de humillación y de gloria! Líbreme Dios de gloriarme en nada si no es en la corona de espinas, en los azotes, los clavos y la cruz de Jesús, por los cuales he sido salvado del eterno dolor. En la Pasión todo habla de amor, grita el amor. Cada hombre cuenta con ese amor divino durante toda la vida. Todavía el último día uno puede exclamar:”¡OH divino y bendito dolor, sálvame!” Y siempre escuchará la misma respuesta: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

Por: P Mariano de Blas LC