Testimonios de un
encuentro personal con Dios.
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André Frossard,
pensador francés del siglo XX, fue educado sin fe, en un ambiente familiar en
que se pensaba que era anticuado
oponerse a los creyentes, luchar contra la religión. La religión no tenía
ningún valor. Él mismo declaraba: Éramos
ateos perfectos, de esos que ni se preguntan por su ateísmo... El ateísmo
perfecto no era ya el que negaba la existencia de Dios, sino aquel que ni
siquiera se planteaba el problema.
Una tarde, Willemin lo invita a cenar con él. Antes quiere rezar en una
iglesia. Cogen el coche y vagan por las calles de París. En ese momento de su
vida, todo le va bien, goza
de buena salud y es feliz. Al entrar en la iglesia, observa a un grupo de
religiosas que están rezando ante Jesús sacramentado, y a varios fieles. De
repente le ocurre algo extraño.
Ve unos cirios, su mirada pasa de la sombra a la luz y ve una serie de
prodigios que en un momento le cambian la vida. Comienza una vida espiritual,
el cielo se abre y encuentra la verdad acompañada de una gran alegría. Y
encuentra una nueva familia: la Iglesia, que lo acompañará en su nuevo
caminar. Siente una gran presencia de Dios. Dice: Todo está dominado por la presencia, más allá y a través de una
inmensa asamblea, de Aquel cuyo nombre jamás podría escribir sin que me
viniese el temor de herir su ternura, ante Quien tengo la dicha de ser un
niño perdonado, que se despierta para saber que todo es un regalo.
Ha sido un momento breve. André sale a la calle con su amigo, que lo observa
con preocupación.
Pero ¿qué te pasa?
Soy católico... responde. Willemin está atónito, apostólico y romano.
Willemin no comprende qué ha ocurrido, ve los ojos de André desorbitados,
misteriosos. Dios existe, y todo es verdad.
El milagro se prolonga durante un mes. Cada
mañana volvía a encontrar, con éxtasis, esa luz que hacía palidecer el día,
esa dulzura que nunca habría de olvidar y que es toda mi ciencia teológica.
Cuando deja de repetirse el prodigio, André Frossard, acude a un sacerdote y
se instruye sobre las verdades fundamentales de la fe cristiana. Quiere ser
bautizado, quiere ser miembro de la Iglesia. Y André repetirá a lo largo de
su vida: Dios existe. Yo me encontré
con Él.
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"La buena conciencia es la mejor almohada para dormir." (Socrates)
domingo, 17 de noviembre de 2013
Dios existe yo me encontré con Él
sábado, 16 de noviembre de 2013
Capaces de avergonzarse
Ir a confesarse «es
ir a un encuentro con el Señor que nos perdona, nos ama. Y nuestra vergüenza
es lo que nosotros le ofrecemos a Él
Autor: SS Francisco
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Fragmento de
la homilía celebrada el viernes 25 de octubre, durante la misa celebrada en
la capilla de Santa Marta
La gracia de la vergüenza es la que experimentamos cuando confesamos a Dios
nuestro pecado y lo hacemos hablando «cara a cara» con el sacerdote, «nuestro
hermano». Y no pensando en dirigirnos directamente a Dios, como si fuera
«confesarse por e-mail».
San Pablo, después de haber experimentado la sensación de sentirse liberado
por la sangre de Cristo, por lo tanto «recreado», advierte que en él hay algo
todavía que le hace esclavo. Y en el pasaje de la carta a los Romanos (7,
18-25) propuesto por la liturgia el apóstol, se define «desgraciado». Por lo
demás «Pablo ayer hablaba, anunciaba la salvación en Jesucristo por la fe»,
mientras que hoy «como hermano cuenta a sus hermanos de Roma la lucha que él
tiene dentro de sí: Sé que lo bueno
no habita en mí, es decir, en mi carne; en efecto, querer está a mi alcance,
pero hacer lo bueno, no. Pues no hago lo bueno que deseo, sino que obro lo
malo que no deseo. Y si lo que no deseo es precisamente lo que hago, no soy
yo el que lo realiza, sino el pecado que habita en mí. Se confiesa
pecador. Nos dice: Cristo nos ha
salvado, somos libres. Pero yo soy un pobre hombre, yo soy un pecador, yo soy
un esclavo.
Se trata de «la lucha de los cristianos», nuestra lucha de todos los días.
«Cuando quiero hacer el bien, el mal está junto a mí. En efecto, en lo íntimo
consiento a la ley de Dios; pero en mis miembros veo otra ley, que combate
contra la ley de mi razón y me hace esclavo». Y nosotros «no siempre tenemos
la valentía de hablar como habla Pablo sobre esta lucha. Siempre buscamos una
justificación: "Pero sí, somos todos pecadores".
Es contra esta actitud que debemos luchar. Es más, «si nosotros no reconocemos
esto, no podemos tener el perdón de Dios, porque si ser pecador es una
palabra, un modo de hablar, no tenemos necesidad del perdón de Dios. Pero si
es una realidad que nos hace esclavos, necesitamos esta liberación interior
del Señor, de aquella fuerza». Y Pablo indica la vía de salida: «Confiesa a
la comunidad su pecado, su tendencia al pecado, no la esconde. Esta es la
actitud que la Iglesia nos pide a todos nosotros, que Jesús pide a todos
nosotros: confesar humildemente nuestros pecados».
La Iglesia en su sabiduría indica a los creyentes el sacramento de la
reconciliación. Y nosotros, estamos llamados a hacer esto: «Vayamos al
hermano, al hermano sacerdote, y hagamos esta confesión interior nuestra: la
misma que hace Pablo: "Yo quiero el bien, desearía ser mejor, pero usted
sabe, a veces tengo esta lucha, a veces tengo esto, esto y esto..."». Y
así como «es tan concreta la salvación que nos lleva a Jesús, tan concreto es
nuestro pecado.
Hay muchos que rechazan el coloquio con el sacerdote y sostienen confesarse
directamente con Dios. Cierto, es fácil, es como confesarse por e-mail...
Dios está allí, lejos; yo digo las cosas y no existe un cara a cara, no
existe un encuentro a solas». Pablo en cambio «confiesa su debilidad a los
hermanos cara a cara.
Hay personas a quienes ante el sacerdote «se confiesan de muchas cosas
etéreas, que no tienen ninguna concreción»: confesarse así «es lo mismo que
no hacerlo. Confesar nuestros pecados no es ir a una sesión psiquiátrica ni
tampoco ir a una sala de tortura. Es decir al Señor: "Señor, soy
pecador". Pero decirlo a través del hermano, para que este decir sea
también concreto; "y soy pecador por esto, por esto y por esto...".
Admiro el modo en que se confiesan los niños.
Te doy gracias, Padre, Señor del
cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y
entendidos y se las has revelado a los pequeños (Mateo 11, 25). Los
pequeños tienen una cierta sabiduría. Cuando un niño viene a confesarse,
jamás dice algo general: "Padre, he hecho esto, he hecho esto a mi tía,
he hecho esto a la otra, al otro le he dicho esta palabra" y dicen la
palabra. Son concretos, tienen la sencillez de la verdad. Y nosotros tenemos
siempre la tendencia a esconder la realidad de nuestras miserias». En cambio,
si hay algo bello es «cuando nosotros confesamos nuestros pecados como están
en la presencia de Dios. Siempre sentimos esa gracia de la vergüenza.
Avergonzarse ante Dios es una gracia. Es una gracia: "Yo me
avergüenzo". Pensemos en lo que dijo Pedro tras el milagro de Jesús en
el lago: "Pero Señor, aléjate de mí, que soy un pecador". Se
avergüenza de su pecado ante la santidad de Jesucristo.
Ir a confesarse es ir a un
encuentro con el Señor que nos perdona, nos ama. Y nuestra vergüenza es lo
que nosotros le ofrecemos a Él: "Señor, soy pecador, pero
mira, no soy tan malo, soy capaz de avergonzarme". Por ello «pidamos
esta gracia de vivir en la verdad sin esconder nada a Dios y sin esconder
nada a nosotros mismos».
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viernes, 15 de noviembre de 2013
Dale un sentido, un objetivo a tu vida
Somos amados por
Dios desde la eternidad y creyendo y pensando en esto es como podemos dar
sentido a nuestra vida.
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Es de profunda
importancia, ya que estamos en este mundo, saber a dónde vamos y de dónde
venimos. A veces no sabemos ni qué hacemos aquí ni por qué estamos. Nos falta
objetivo en la vida. Esa es la causa principal de la neurosis de nuestro
tiempo.
No le damos a nuestra existencia ningún sentido. Al morir quizá nuestro epitafio pueda decir así: "Aquí yace una persona que nunca supo por qué ni para qué vivía". Esa forma de pasar por la vida es como estar en un aeropuerto y no tomar ningún avión. Necesitamos una dirección y ver si es la correcta. Somos un llamado de Dios. Dios existe y El nos escogió. Las probabilidades de que existamos son un auténtico milagro. Nuestra madre nos llevó, -y quiso llevarnos-nueve meses en su seno y nos cuidó. Dios pensó en nosotros desde el principio y no solo nos escogió sino que veló por nosotros, conoce todos nuestros sentimientos, voluntades, debilidades y pecados. Se compadece y comparte todas nuestras emociones. Se da cuenta de nuestro semblante tanto si reímos como si lloramos y nos ama más que nosotros mismos nos amamos. Rehúsa lastimarnos tanto como lo hacemos nosotros. Somos su obra y al ponernos en este mundo ha volcado en nosotros las capacidades para que tengamos una experiencia de su amor, donde entre nuestra inteligencia y voluntad. Somos criaturas amadas por El desde la eternidad y creyendo y pensando en esto es como podemos dar sentido a nuestra vida. Y por todo esto le debemos a Dios una respuesta. Todos estamos en su dirección aunque no lo queramos. Él no nos va a presionar, respeta nuestra libertad, pero sí espera nuestra respuesta. Y en nosotros está el dársela o no. Somos sus hijos, Él es nuestro Padre. San Ignacio decía: "El hombre fue creado para alabar a Dios" y San Agustín: "El corazón del hombre anda angustiado hasta encontrar a Dios" ¿Cuál es el sentido que nosotros le damos a nuestra vida? Tenemos unos "talentos" que nos han sido entregados y de ellos se nos pedirá cuenta. Ahora es el momento de hacerlos rendir. La santidad no es llegar a los altares sino al cielo. Hay santos canonizados pero hay otros muchos que no. Pero el que llega al cielo es santo. Venimos de Dios y a Dios volvemos. Este pensamiento nos dará paz en medio del dolor y del sufrimiento y sobre todo nos dará una respuesta a esa gran interrogante que los hombres de todos los tiempos se han hecho y nos hacemos más que nunca en los actuales, plenos de desorientación e incredulidad. Aceptemos esta respuesta diáfana, sencilla e inconmensurablemente hermosa. A sí ya sabemos por qué llegamos aquí, para qué estamos aquí y a donde vamos después de aquí. Hagamos un proyecto de vida, vale la pena. |
Autor:
Ma Esther De Ariño
Gracias, Gracias… Gracias
AUN CUANDO ME HAN AUTORIZADO, DOS
PERIODO DIARIOS DE UN MÁXIMO DE TREINTA MINUTOS DELANTE DEL ORDENADOR, LO IRÉ
HACIENDO PAULATINAMENTE Y SEGÚN VEA QUE VOY RESPONDIENDO.
jueves, 7 de noviembre de 2013
Creer solo en Dios
Es justo y bueno
confiarse totalmente a Dios y creer absolutamente lo que El dice. Sería vano
y errado poner una fe semejante en una criatura.
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"Cuando el hombre
ora se sitúa de frente a Dios. En realidad siempre estamos en su presencia
pero pocas veces somos realmente conscientes de que Él está allí. El hombre
orante ejercita la fe como una adhesión personal a Dios (Catecismo Iglesia
Católica, 150). La adhesión personal requiere que el hombre comprometa su
inteligencia y que acepte lo que Dios ha revelado como verdadero,
precisamente porque Dios lo ha revelado. Claro que cuando el hombre ora
ejerce su inteligencia para entender con su mente lo que Dios le quiere
decir, pero es también necesario que él abra todo su corazón porque el
lenguaje de Dios es un lenguaje que va "de corazón a corazón" (Cor
ad cor loquitur: el corazón habla al corazón).
No hay que despreciar este aspecto más "intelectual" de la oración, pero tampoco hay que reducirlo a él. Es preciso llegar a un sano equilibrio. La oración siempre es relación y una sana relación humana no comprometemos sólo la inteligencia sino el afecto, la voluntad, las emociones, la corporalidad, todo nuestro ser. Lo mismo sucede con Dios. Es importante tratar de entender lo que Dios nos revela, guiados por la sabia mano del Magisterio pero es igualmente importante que la relación con Él sea integral e incluya toda nuestra persona. Por otra parte la relación con Dios, aunque tiene muchos aspectos análogos a la relación interpersonal humana, por otra parte es especial y única. Puede ser legítimo a veces dudar de lo que nos dice una persona por motivos diversos. Jamás lo será en el caso de Dios porque Él, siendo la verdad, no puede caer en falsedad e inducirnos a nosotros en error. Por ellos, llevados de su mano, nos sentimos seguros de que no nos podrá conducir a la mentira, sino que nos guiará siempre hacia la verdad sobre nosotros, sobre el mundo, sobre Él mismo. Así, con Él, tenemos esa experiencia de la que hablaba San Agustín, del "gozo de la verdad". Quien vive en la verdad y de la verdad, vive un gozo puro y especial que no puede vivir quien vive con el demonio, padre de la mentira. Por ello el hombre de Dios irradia alegría, gozo y paz. "Es justo y bueno confiarse totalmente a Dios y creer absolutamente lo que El dice. Sería vano y errado poner una fe semejante en una criatura" (CIC, 150). Podemos dar a otras personas una cierta confianza, pero sería vano poner en otra persona una confianza semejante a la que ponemos en Dios. El marido puede dar una confianza total a la mujer y viceversa. Es justo y sobre esta mutua confianza surge la alianza matrimonial, pero tal confianza siempre podrá estar minada por los límites e imperfecciones propios de una creatura. En cambio tales límites no existen en la relación con Dios, Verdad Absoluta que no aplasta con la luz de su verdad, sino que cura, ilumina, transforma y alegra el corazón del hombre. |
Autor:
P. Pedro Barrajón, L.C.
miércoles, 6 de noviembre de 2013
Caminos de conversión
Muchos caminos
llevan al encuentro con Cristo en su Iglesia. ¿Por qué? Porque el Señor llama
a sus hijos de mil maneras.
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Muchos caminos llevan al encuentro
con Cristo en su Iglesia. Tantos que resulta difícil enumerarlos. ¿Por qué?
Porque el Señor llama a sus hijos de mil maneras, porque cada persona
encuentra el hilo central de su vida desde esa acción maravillosa de la gracia
en los corazones.
Unos llegan porque buscaron razones para su ateísmo y otros porque querían
entender una religión que tenía a sus espaldas 2000 años de historia. Unos
porque hicieron una carrera científica y otros porque emprendieron estudios
humanísticos. Unos porque encontraron el amor de su vida en un creyente y
otros porque nunca encontraron con quién compartir el pan de cada día. Unos
porque discutieron un día sí y otro también con un católico convencido, y
otros simplemente porque vieron cómo la caridad lleva a darlo todo por los
más necesitados.
Como un punto hacia el que confluyen mil rayos, la conversión acerca los
corazones entre sí al unirlos a Cristo. Desde un accidente o un encuentro
afortunado, tras un día de calor o a causa del frío, después de una noche en
vela o gracias a un sueño enigmático, con la compañía de un amigo bueno o
desde reflexiones en solitario.
El resultado de todos es el mismo: encontrarse con el Amigo, el Salvador, el
Maestro bueno, el Mesías. Un encuentro que alegra el alma, que da sentido a
la vida, que tiñe de colores nuevos el cielo que a todos nos arropa, que hace
perder el miedo a la muerte con la esperanza de la vida eterna.
Sí, hay tantos caminos que llevan a esa gran meta de la conversión. Desde la
misma se rompen las fronteras que separan naciones enfrentadas, se pierden
los contornos que dividen a las clases sociales, se destruyen los muros
levantados por odios y miedos irracionales.
Entonces empezamos a ser "hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. En
efecto, todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no
hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos
vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si sois de Cristo, ya sois descendencia
de Abraham, herederos según la Promesa" (Ga 3,26 29).
¿Cuál ha sido mi camino? ¿Cuál es el tuyo, hermano que sonríes a mi lado?
¿Cuál será el que recorra quien hoy busca lejos de la Iglesia y mañana
empezará a estar a nuestro lado? Dios tiene una fantasía sin límites, porque
no quiere que nadie se pierda, sino que desea que todos podamos participar un
día en la gran fiesta de la Pascua eterna.
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Autor:
P. Fernando Pascual LC.
martes, 5 de noviembre de 2013
¿Cómo será mi muerte?
La muerte, maestra
de vida III. Si vives bien, morirás bien; si vives mediocremente, morirás
como un mediocre; si vives santamente, no lo dudes, morirás como un santo.
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Comencemos por decir hoy que hay muertes preciosas. Es una muerte maravillosa
la de quien puede decir en ese momento: "He cumplido mi misión".
Una muerte así es el comienzo de la vida verdadera. Es propiamente entonces
cuando se nace. Por eso en el Martirologio, el libro donde se narra la vida
de los santos y mártires, no se hace constar el día de su nacimiento, sino el
de su muerte, como el verdadero día de su nacimiento, su "dies
natalis".
La muerte para los buenos brilla como una estrella de esperanza. Sus frutos son la paz, el descanso, la vida. Con esta paz y serenidad murió Juan XXIII: "¡Qué alegría cuando me dijeron, vamos a la casa del Señor!.", decía en su lecho de muerte. Un muchacho decía a la hora de su muerte: "¡Qué bueno ha sido Dios conmigo, por haberme concedido vivir 17 años!"; y moría ofreciendo su vida por sus padres y por los que lo habían formado. Otro decía: "No sé por qué lloran". Aquel joven moría pidiendo perdón a todos, incluso a su novia, pero la novia tuvo un gesto y unas palabras muy oportunas: "No tengo de qué perdonarte, y te lo digo delante del sacerdote, porque desde que te conocí soy más buena". ¿Lo podrías decir tú de tu novio o de tu novia? Preguntémonos ahora la cosa más importante: ¿Cómo será mi muerte? He aquí lo importante, no el cuándo sino el cómo voy a morir. Es decir, en qué disposiciones. Aunque no podemos fijar el día, el lugar, la forma externa de morir, sí podemos fijar el cómo. Podemos preverlo: se muere según se vive. Si se vive bien, lo normal es que se muera bien; si se vive mal, lo normal es que se muera mal, si Dios no pone remedio. Si vivo bien, con su ayuda moriré bien; si vivo mediocremente, moriré como un mediocre; si vives santamente, no lo dudes, morirás como un santo. Si desde hoy te decides a ser un buen hombre, seguro que morirás como un buen hombre, y nunca te arrepentirás; pero, si dejas ese asunto para más adelante, lo dejas para nunca. No se puede improvisar la hora de la muerte. Los dos ladrones que iban a morir, estaban al lado del Redentor, pero sólo uno de los dos compañeros de suplicio de Jesús se convirtió. Comenta San Agustín: "Hubo un buen ladrón, para que nadie desespere; pero sólo uno, para que nadie presuma y se confíe". Hay que ser lógicos y aprovechar el tiempo. El que pasó, ya pasó, pero el que queda por delante hay que aprovecharlo con avaricia. Si muriera esta noche, ¿estaría preparado?; ¿tendría mis manos llenas, vacías o medio vacías? ¿Estaré preparado el día de mí muerte? Esta es la gran pregunta. Podríamos terminar estas reflexiones con las palabras de un gran hombre, que todos los días medita sobre la muerte como maestra de vida: "Yo sé que toda la vida humana se gasta y se consume bien o mal, y no hay posible ahorro: los años son esos, y no más. Y la eternidad es lo que sigue a esta vida. Gastarnos por Dios y por amor a nuestros hermanos en Dios es lo razonable y seguro" Según se vive, así se muere. Si esto es así: de los que viven santamente estamos seguros que morirán santamente. Pero de los que viven en pecado podemos estar seguros que morirán impenitentes.
Autor: P Mariano de Blas LC.
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lunes, 4 de noviembre de 2013
TODOS A UNA
Autor: Pablo Cabellos
Llorente
Una de las obras más celebradas de Lope de Vega es aquella en
la que un pueblo entero se subleva y mata a un Comendador inicuo, que quiso
abusar de una mujer y ser desleal a los Reyes. Interroga el juez a diversos
vecinos con esta pregunta: ¿Quién mató al Comendador?, y todos van dando
respuestas equivalentes a esta: Fuenteovejuna, señor. El juez vuelve a
interpelar: ¿Y quién es Fuenteovejuna? La respuesta es: ¡Todos a una, señor!
Si siempre es necesaria la unidad humana, ahora acucia de modo más perentorio. Quizá por eso he
evocado la tragicomedia de Lope, aunque en estos instantes no se trate de
tomarnos la justicia por nuestra mano, sino de hacer justicia siendo solidarios.
Ciertamente, hoy día y en nuestro país, podemos ser solidarios a la vuelta de
la esquina, pero hay zonas del mundo en las que lo nuestro queda pálido ante
las penurias que padecen. Hace no muchos días el presidente Manos Unidas de
Valencia, me contaba de un viaje realizado a Camboya como medio de formación, y
hielan los dramas que narra.
Pero en estas líneas yo querría escribir sobre África, un
continente en el que los padecimientos son enormes en temas elementales de
salud, educación, vivienda, alimentación, es decir asuntos primarios vitales.
Hay muchas buenas iniciativas para ayudar a ese continente. Por razones que
diré, hay una que yo tengo muy dentro del corazón, pero antes recordaré unas
palabras escritas por Benedicto XVI en su obra "Jesús de Nazaret". Al
considerar la parábola del Buen Samaritano, después de una serie de
reflexiones, escribe que "los pueblos explotados y saqueados de África nos
conciernen"... "En lugar de darles a Dios, el Dios cercano a nosotros
en Cristo, y aceptar de sus propias tradiciones lo que tiene valor y grandeza,
y perfeccionarlo, les hemos llevado el cinismo de un mundo sin Dios, en el que
sólo importa el poder y las ganancias". Doble explotación, por tanto, de
esos pueblos: han sido saqueados y les damos a cambio la estafa de un mundo
cínico, sin Dios. Fuertes fueron también las palabras del Papa Francisco sobre
los sucesos continuos de los emigrantes que llegan a Lampedusa.
Ahora voy a Harambee que en lengua swahili significa
precisamente "todos a una". Esta iniciativa corresponde al Venerable
Álvaro del Portillo que pronto será beatificado. La puso en marcha su sucesor
como prelado del Opus Dei con ocasión de la canonización de San Josemaría. Poco
a poco sus recursos han ido creciendo por todo el mundo y va pudiendo ayudar a
tareas realizadas en África por el Opus Dei y por otras instituciones.
Los días 5 y 6 de noviembre visitará Valencia la doctora
congoleña Celine Teudobi del hospital Monkole de Kinsasha, que ha recibido en
el año actual el premio Harambeee a la Promoción e Igualdad de la Mujer
Africana. Con su experiencia profesional, que busca hacer de África un
continente mejor, se dedicará en esos dos días a sensibilizar algunos centros
educativos sobre los problemas africanos, mostrándoles cuánta gente buena
trabaja para que las condiciones de vida en estos países puedan mejorar de modo
que no tengan necesidad de desarraigarse habiendo de marchar a otros lugares en
tantas ocasiones con riesgo de la propia vida.
Posteriormente, el 23 de noviembre, en la sala Maestro
Rodrigo del Palau de la Música, tendrá lugar el tradicional concierto benéfico
de Harambee-Valencia. Correrá a cargo del barítono Carlos López Galarza y la
pianista Husan Park. Son ya muchos los valencianos en esta tarea de ir todos a
una por África. Hay que resaltar que son también numerosos los mismos africanos
que luchan por la mejora del continente aun cuando pudieran tener una vida más
regalada en países europeos en los que han estudiado o en donde han ejercido un
tiempo su profesión. Este es el caso de la premiada este año que, ya en su
época de estudiante, dedicaba su tiempo libre a enseñar a leer y a escribir a
mujeres de "una zona muy pobre, donde las mujeres no saben nada -son sus
propias palabras- y así no pueden prosperar; les enseñábamos primeros auxilios,
a detectar las enfermedades infantiles, a tener higiene en la casa y con los
niños".
Verdaderamente, las almas grandes se forjan dándose a los
demás, descentrándonos de nosotros mismos -así dice el Papa- para centrarnos en
Dios y en las personas que nos rodean o incluso en las lejanas, como hacen quienes auxilian estas iniciativas con su
dinero, su trabajo, su tiempo, su ilusión. Pero lo más importante, es hacerlo
con el cariño revelador del buen deseo de salir a las periferias donde habita
el dolor no curado, la miseria no redimida, la incultura no sanada, el hambre
no saciada, la dolencia no mitigada. Y aún más allá, mostrar ese Dios
desconocido para muchos, cercano a nosotros en Cristo, tal vez cambiado por el
cinismo destructor de los valores morales, que ha convertido la corrupción y la
falta de escrúpulos en el poder en algo natural. Ojalá que lo natural sea este "todos
a una" que no mata a nadie, sino que da vida.
¿Me siento preparado para morir en este momento?
La muerte, maestra
de vida II. La vida, de la que tanto se habla, es uno de los dones que más se
pisotean. ¿Qué es para ti?
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Nos vamos a fijar ahora en los
efectos que produce la muerte. Recordemos serenamente, fríamente lo que hace
con nosotros la muerte.
En primer lugar, la muerte te separa de todo, es un adiós a los honores, a la familia, a los amigos, amigas, a las riquezas, es un adiós a todo. Por eso, si un día tengo que separarme a la fuerza de todo, es absurdo apegarme desordenadamente a tantas cosas. Cuanto más apegado estés, más doloroso será el desgarrón. El ideal es vivir tan desprendido que, cuando llegue la muerte, tenga poco que hacer. Pero lo más importante es que la muerte determina lo que será mi eternidad. Como el fotógrafo fija un momento concreto en una placa, así la muerte fija las posiciones del alma, y del lado que cayeres, izquierdo o derecho, así permanecerás toda la eternidad. Ya no se podrá cambiar nada. Aunque hubiera una sola posibilidad entre cien de morir mal, habría que tener mucho cuidado. Tratándose del asunto más importante de mi existencia, no puedo andar con probabilidades, sino con certezas. La máximas seguridades son pocas. Ninguno de nosotros está confirmado en gracia, ninguno de nosotros puede afirmar que no se perderá eternamente, ningún santo estuvo seguro de ello durante su vida. Mi situación a la hora de morir quedará eternamente fija, no podrá ya cambiar: me salvé, no me salvé. Será para siempre. La muerte, en tercer lugar, cierra el tiempo de hacer méritos. Después que el árbitro toca para finalizar el encuentro de fútbol, no valen las jugadas ni los goles, se ganó o se perdió. Lo que señala el marcador es lo que queda. Si a la hora de mi muerte he ganado pocos méritos, con esos pocos méritos me quedaré para la eternidad. Quedará solo el lamentarse por no haber aprovechado mejor la vida, la única vida que tenía. Tú te preparas para un examen, te arreglas para una fiesta. Para el momento del cual depende toda tu eternidad...¿te preparas? ¿Estás preparado en este momento? ¿Estás preparado siempre, o, al menos, casi siempre? ¿Podría morirme tranquilamente este día? Si no, ¿por qué? ¿Me siento preparado para dar ese paso? es decir, ¿he llenado mí vida hasta este momento? Conviene no dejar pasar un solo día sin llenarlo de algo grande y bueno, de méritos, porque, de la misma manera que se me han ido de la mano tantos días vacíos o casi vacíos, se me irán en lo sucesivo, si es que no pongo un remedio eficaz. Pero, "hay tiempo todavía, no hay por qué preocuparse ahora". Eso parecería lógico, el no preocuparse, si se supiera el día y la hora. Pero no lo sabes. ¿Quién te asegura que no anda lejos.? "Ya me prepararé cuando llegue la hora..." Creo que esto es absurdo, porque hay muertes fulminantes, imprevistas, como la de los accidentes, las repentinas, etc. Hay muchas muertes en que el interesado ni se da cuenta. Y, aunque me quedase mucha vida por delante, y conociese el día de mí muerte, sería imperdonable y estúpido vivir de cualquier manera, porque sería echar a perder esa vida. ¿Qué caso tiene echar a perder toda la vida, menos los últimos días o momentos? ¿La vida es para eso? Tenemos una eternidad para descansar y una vida bien breve para trabajar y hacer méritos. Anticipar las vacaciones no es bueno, porque salimos perdiendo. Si la muerte cierra el tiempo de merecer, entonces, mientras tenemos tiempo por delante, habrá que aprovecharlo y no dejarlo ir de las manos. ¡Qué poco apreciamos la vida!. Nos damos cuenta verdaderamente de lo que vale la vida en una enfermedad. Dicen muchos que el tiempo es dinero. Que se queden con el dinero. Que es placer. Que aprovechen. Para otros el tiempo es Reino de Dios, es cielo, es eternidad feliz... ¿Qué escoges tú? ¿Qué es para ti la vida y el tiempo? La vida, de la que tanto se habla, es uno de los dones que más se pisotean. Al ver cómo viven muchos hombres, uno debe creer que odian la vida y prefieren la muerte.
Autor: P Mariano de Blas LC.
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domingo, 3 de noviembre de 2013
¿Y si hoy fuera el último día de mi vida?
La muerte maestra de
vida I. A la luz de este último día, debemos analizar las decisiones grandes
y pequeñas de la vida.
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No pretendemos asustar a nadie, al
hablar de la muerte. Vamos a considerarla como maestra de vida, vamos a
decirle que nos enseñe a vivir. Será una maestra severa, pero nos dice la
verdad. Aunque sólo fuera para que no nos ocurra aquello de: ¨cuando pude cambiar
todo, arreglar todo, no quise hacerlo; y, ahora que quiero, ya no
puedo".
Vivir como si fuera hoy el último día de mi vida, es una fantástica forma de
vivir. A la luz de este último día debiéramos analizar todas las decisiones
grandes y pequeñas de la vida. Ahora nos engañamos, hacemos cosas que no nos
perdonaremos a la hora de la muerte. Simplemente analiza esto: Si hoy fuera
el último día; ¿qué pensarías de muchas cosas que has hecho hasta el día de
hoy? En ese último día pensarás de una forma tan radicalmente distinta del
mundo, de Dios, de la eternidad, de los valores de esta vida.
Si nosotros no pensamos en la muerte, ella sí piensa en nosotros. Dios nos ha
dado a cada uno un cierto número de años, y, desde el día que nacemos,
comienza a caminar el reloj de nuestra vida, el que va a contar uno tras otro
todos los días, el que se parará el último día, el de nuestra muerte. Este
reloj está caminando en este momento. ¿Me encuentro en el comienzo, a la
mitad, cerca del final? ¿Quizá he recorrido ya la mitad del camino?
Si alguna vez he visto morir a una persona, debo pensar que por ese trance
tengo que pasar yo también. La muerte no respeta categorías de personas:
mueren los reyes, los jefes de estado, los jóvenes, los ricos y los pobres.
Como decía hermosamente el poeta latino Horacio: "La muerte golpea con
el mismo pie las chozas de los pobres y los palacios de los ricos".
Hay una fecha en el calendario, que sólo Dios conoce, no la conocemos
nosotros. La muerte no avisa, simplemente llega. Podemos morir en la cama, en
la carretera, de una enfermedad..., algunos hemos tenido accidentes serios;
pudimos habernos quedado ahí.
La muerte sorprende como ladrón, según la comparación puesta por el mismo
Cristo hablando de la muerte. No es que nos pongamos pesimistas. Él quería
que estuviéramos siempre preparados. Sus palabras exactas son: "Vigilad,
porque no sabéis el día ni la hora; a la hora que menos penséis, vendrá el
Hijo del Hombre". El ladrón no pasa normalmente tarjeta de visita; llega
cuando menos se piensa. Nadie de nosotros tenemos escrito en nuestra agenda:
"Tal día es la fecha de mi muerte y la semana anterior debo arreglar
todos mis asuntos, despedirme de mis familiares, para morir
cristianamente".
Si somos jóvenes, estamos convencidos de que no moriremos en la juventud; nos
sentimos con un gran optimismo vital: "No niego que voy a morir algún
día, pero ese día está muy lejano". Si es uno mayor, suele contestar:
"Me siento muy bien".
La experiencia nos demuestra que cada día mueren en el mundo alrededor de 200
mil personas. Entre ellos hay hombres y mujeres, jóvenes y viejos, y muchos
niños. Ningún momento más inoportuno para la cita con la muerte que un viaje
de bodas; y, sin embargo, varios han muerto así. Con 20 años en el corazón
parece imposible morir, y sin embargo, se muere también a los 20 años.
Recuerdo una persona que sacó su boleto de México a Monterrey y sólo caminó
15 kms.
Puesto que hemos de morir sin remedio, no luchemos contra la muerte sino a
favor de la vida. Si hemos de morir, que sea de amor y no de hastío.
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Autor:
P. Mariano de Blas LC
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